Agua Bendita

 

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Remolinos demenciales oscurecen la tarde. El señorío de las aguas toma venganza, recupera su lecho; su paso ancestral; su recuerdo cuaternario de locuras y embriaguez, de la planicie en formación.

Concierto de las aguas chocolate, agua de lluvia, agua de río, desagüe. Agua en los ojos de Tencha, cuando ve sus cosas huir con el agua.

  -         Cuando el agua pasa, hasta la miseria hay que cuidar.

  Violencia de la segregación. La penuria en torrentes fluye hacia abajo. Testimonio irrefutable de la ciudad, en donde se mezclan la exclusión y la ceguera tempranera de la sociedad.

  La fetidez de la inundación irrumpe con violencia en la covacha. En el fondo y entre el barro, Tencha escarba las explicaciones.

  -         Primero el desalojo, después la hediondez de este río. Ahora la inundación…

  Su mirada se pierde en la lejanía, como queriendo penetrar la muralla blanca de la lluvia. Bajo sus pies el río pasa, intemporal, inacabable; arrastrando siglos, sillas y llantos, actualizando cóleras.

  Sin saber por qué, desde el fondo de su desesperanza, Tencha sonríe, la cavidad semivacía de su boca emite una exhalación y mira el río, con la profundidad de sus ojos que se han quedado de pronto vacíos.

 

Como un fantasma, pasa un bombero. Su silueta se recorta contra la palidez del momento que hace de ese jueves un día sin identidad, sin fecha, sin tarde ni mañana. Rompe la uniformidad del caos y se yergue potente, contra el marco de la puerta. Parece un ser de otro mundo, de un universo burlón que se ríe de esta inefable estupidez humana.

 Tencha y el bombero cruzan una mirada. Es joven y viene llorando. Aportando de su angustia, más agua a la inundación Exploran en un instante su interior, su dolor ajenamente compartido, su presteza para el sufrimiento. Actores disímiles de la misma comedia, de la triste comedia de la vida. La Tencha con sus ojos anegados de nuevo, hastiados de impotencia, él con su benevolencia novata e inservible. La angustia le come por dentro, le mina la fortaleza aparente. Su vida de rescatar mantiene impasible la racionalidad de la miseria. Lágrimas al unísono, desencontradas y ubicuas. El río sirve de fondo, de música, escenario y de telón.

  Afuera, detrás de su mundo, de su historia recién creada, está la agresiva belleza de la bruma. El torrente y la miseria los rodean. Él buscándose entre los escombros, huyéndole al miedo, al anonimato, a la rutina frecuentada; ella, con su fardo de sufrimientos a la espalda, resistiendo.

  Un estruendo ancestral disipa la neblina, los cimientos se desgajan, se desintegran en un instante casi milagroso, en el que la paz, en el medio del terror, logra imponerse, en el mismo instante en que, arrastrados por la corriente, miran sus ojos secarse de lágrimas.

Un diluvio de partículas satura el instante, la realidad vuela en pedazos y se pierde, rauda, por el cauce.

   

Luis Rolando Durán 
Marzo 2000