Rosa Carmen Ángeles


Retales de Humor

_______________________________Claudia Ramírez Cisneros.

Hace exactamente nueve años, en la Casa Lamm, conocí a Rosa Carmen, y esto no vendía a cuento si no fuera por las circunstancias en que la conocí. Esa tarde, mi madre, al verla, no sé cómo lo averiguó, se acercó toda emocionada a decirme que ahí se encontraba la autora de los Retales de los días que pasan, que fuéramos a decirle lo que siempre habíamos querido, que la leíamos, que nos reíamos mucho con lo que escribía, y que, pensé yo, nos aclarara si todo lo que escribía era verdad, o lo que es lo mismo, si todo lo que escribía era sólo ficción. No sé si finalmente se lo pregunté ese día, y no recuerdo con claridad si alguna vez me terminó aclarando este punto, que, por otra parte, sólo un lector que ya perdió piso puede considerar como relevante. Sin embargo, como lectora asidua e incondicional de rosa Carmen, me vuelvo a enfrentar al mismo dilema prácticamente ante cada Retal, sobre todo en el momento en que, a pesar de ser domingo por la noche, me descubro nuevamente sorprendida y muerta de risa, como sólo uno puede reírse con los textos del multinombrado Ibargüengoitia, o con los delirios de Roland Topor.

Por todo esto, ante la invitación de Rosa Carmen para participar en esta presentación, no me quedó más que tomarme con seriedad el hablar de sus textos que, desde siempre, me han parecido geniales y, por lo mismo, sospechosamente trabajados, pensados, aunque imagine que esto a Rosa Carmen se le da a grandes velocidades.

Me permitiré retomar algunas ideas de varios estudiosos rusos como Mijail Bajtín, recopilados por Tatiana Bubnova en un libro llamado entorno a la cultura popular de la risa, para así intentar una mirada más cuidadosa de ciertos aspectos muy valiosos de la obra de Rosa Carmen.

De acuerdo con el estudiosos ruso S. Averintsev en su artículo “Bajtín, la risa y la cultura cristiana”, la risa es un acontecimiento doblemente dinámico: es simultáneamente movimiento del intelecto y movimiento de los nervios y músculos, un arrebato, rápido como un estallido, que a la vez abarca y absorbe el lado espiritual y el lado físico de nuestro ser. No se trata de un estado permanente, sino de una transición, cuyo encanto, pero cuyo sentido también, consiste a la vez en su carácter momentáneo. La misma idea de un acto de risa prolongado es insoportable, y no sólo porque los interminables paroxismos y contracciones pronto se convierten en un detestable tormento para un cuerpo fatigado, sino además porque la risa que dura viene a ser una risa “sin sentido (...)” La brevedad de los Retales no hace más que enfatizar esa momentaneidad del disfrute que generan en uno, disfrute que, no obstante, va más allá de una risa inevitable, sino que alcanza a instalarse como bienestar y buena disposición ante la vida, por lo menos hasta la lectura del siguiente Retal.

Averinstsev, hablando de la risa como transición, expresa: “¿de qué y hacia qué?” Explica que para Bajtín la transición sería una cierta falta de libertad a una cierta libertad. El tránsito hacia la libertad no es lo mismo que la libertad, o estar “en libertad”. La risa no es la libertad, sino la liberación. La risa no es algo que uno haga, le sucede a uno; cancela la acción de nuestra voluntad personal.

Asimismo, la transición de determinada falta de libertad involucra una nueva situación de determinada falta de libertad. Por lo mismo, la risa presupone siempre una falta de libertad. Una persona libre no necesita una liberación se libera aquel que todavía no está libre. Al leer las narraciones de Rosa Carmen, es probable que uno se desconcierte: su mirada cuidadosa y detallada, de una muy fina ironía se ve forzada por su manía por la verdad, la que por lo general asoma al final de una frase o tal vez en la descripción primera de alguno de sus personajes. Una mirada cauta y reposada frente a tales mundos quizás generaría compasión y reflexión; una mirada mordaz tal vez los desnudaría, pero considero que semejantes miradas no lograrían cautivar por mucho tiempo a los lectores. El compromiso de la autora por desenmascarar la mediocridad de ciertas situaciones; por, como diría Bajtín, liberarnos de la visión de la cultura oficial, la lleva a emplear el humor como herramienta constante.

Se dice que en el acto de reírse de su misma persona, el hombre parece dividirse en un yo que ríe, y en otro que es ridiculizado. Este género de risa, el reírse de sí mismo, nos permite la destrucción de la fascinación por nuestra propia persona. Si recordamos los Retales, en muchos de ellos encontramos ora a una narradora protagonista, ora a otros personajes (presentados por una narradora testigo) enajenados en su vida o con cierto aspecto de su vida: la consecución de cierta cantidad de dinero que los haga no simplemente sobrevivir, sino vivir a todas sus anchas, “como magnates” tal vez diría la autora; el encuentro de alguien “maravilloso” para permanecer a su lado in secula seculorum; el hallazgo de un ser que lo conforte a uno cuando nuestra vida se parezca a la de un perro en el antirrábico; el reconocimiento de una capacidad que, en los personajes de Retales, se nos aparecen más como discapacidad. A este respecto, valdría la pena citar a Dostoievsky, quien diría: “Un tonto que se sabe tonto, ya por lo mismo no lo es.”

De acuerdo con Averinstsev, en el punto de la libertad absoluta, la risa es imposible, porque es superflua. Si algo le queda claro a uno con los Retales, es que junto con sus personajes, muy probablemente debamos liberarnos, si no de nuestras obsesiones, sí de la tendencia a volver obsesiones irreductibles, irrealizables, nuestras aspiraciones cotidianas y sencillas.

La experiencia de lectura que los textos de Rosa Carmen propician nos permite comprobar lo afirmado por Averinstsev, en cuanto a que la risa es un elemento neutral, un juego, una socarronería, para mezclar en su movimiento las motivaciones más diversas, y aun para sustituir una motivación por otra parte totalmente distinta. Al comenzar a reírnos, permitimos que la risa nos lleve a un lugar totalmente impredecible. Podemos comenzar a reírnos por algo y terminamos riéndonos de otra cosa distinta. También nuestra apostura intelectual es susceptible de desplazamientos durante y, sobre todo, por la risa. Así, la reacción nervomuscular despertada por un pensamiento toma la iniciativa y se encarga del resto del fenómeno. Es decir, nos reímos porque encontramos ridículo un pensamiento y, viceversa, encontramos ridículo otro pensamiento porque seguimos riéndonos. Y si lo cómico-serio, lo cómico de verdad crítico, conlleva la ridiculización positiva de las limitaciones creadas por el hombre y del hombre mismo, no cabe más que reconocer esto en relatos como “Horror por la estadística”, “El mito del macho mexicano”, o la historia de Lady, la cabaretera, Macbeth.

La seriedad limitada de la cultura oficial, sustentadora y promotora de normas rígidas y anquilosantes, de la inmovilidad, no es inmune a los embates del humor de textos como éste, que cuestionan la universalidad, la razón de ser y la vigencia de lo oficial, de lo dominante. En “Varia fortuna de la cultura popular de la risa”, Tatiana Bubnova recuerda que, de acuerdo con Bajtín, la Iglesia, siendo organización jerárquica, desterró la risa de su seno, ya que sólo los pares ríen entre sí.

El teórico ruso afirmaba que, en la Edad Media, la existencia festiva o carnavalesca saca al hombre de los cauces de lo ordinario y lo represivo y lo pone en contacto, simbólicamente, con el sentido de su existencia en cuanto miembro del gran cuerpo popular, optimista e inmortal. Lo aleja de su existencia cotidiana y oficial, la de la rutina diaria, la de las reglamentaciones impuestas, ya por el Estado, ya por la religión.

En la actualidad, este asomo no se da mediante los carnavales, como en la Edad Media, sino como también ya ocurría desde entonces, mediante cierto tipo de literatura, ya que en nuestros tiempos, la jerarquización, la comercialización y la teatralidad con que se organizan y representan los carnavales merman la fuerza transformadora que era inherente a los carnavales medievales.

La vida carnavalesca es una vida fuera de su curso normal, es un mundo al revés, en el cual son abolidas las leyes y reglas que rigen la cotidianidad, se cancelan las jerarquías sociales, las distancias que separan a los seres humanos, y se instaura un contacto libre y familiar entre la gente, una especie de utopía o rememoración de la integridad propia de la edad de oro. Este tipo de contacto establece una nueva modalidad de las relaciones entre personas, opuesta a las relaciones jerarquizadas de todos los días. De este modo, no sólo es posible, sino obligada la existencia del carnaval de actos excéntricos, parejas desiguales, profanaciones de lo sagrado y de lo jerárquicamente superior. La obra de Rosa Carmen es un carnaval de tanto que ámbito donde ocurren y concurren hechos y seres que, por más inverosímiles que nos parezcan, o quizá por ello, nunca nos permiten asirlos por completo, analizarlos, fijarlos, diseccionarlos. De ahí que la propuesta literaria de Rosa Carmen sea la de lo no oficial frente a lo oficial; una propuesta de lo festivo frente a lo serio, y una literatura que, finalmente, por su valía exige una lectura múltiple antes de un ojo filológico.

Para terminar quisiera traer un último pensamiento de un escritor ruso del siglo XIX que resulta muy adecuado para hablar de la importancia de estos textos: la risa, más que principio satánico, debiera ser reconocida como la alegre respuesta que da el bien al mal del mundo, respuesta que permite darse cuenta de la magnitud del mal y demuestra, a al vez, que el mal es superable.

Muchas gracias.

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