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CUANDO LOS OTROS LLEGARON A LA FIESTA

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Esta historia no la escuché en ningún salón de belleza ni en un restaurante de lujo, sino que me la comunicó un chavo casi banda que pretende enderezar sus pasos:

Era sábado por la tarde y a mi hermano y a mí nos agarró presos un aburrimiento espantoso, y para entibiar el tedio decidimos invitar a algunos cuates para divertirnos juntos, pero mi abuela, cuando vio que nos dirigíamos a la calle, se convirtió en pantera y quiso atrancar con un pie la puerta. Para ganarle el pleito, tuvimos que hacerle cosquillas y sólo así pudimos salir.

Enseguida llegamos a un antro de perdición donde iban a tocar grupos de rock interesantísimos: pero por no llevar cartilla ni credencial de elector nos prohibieron la entrada. Y aunque creo que tenían razón, ya que yo tengo dieciséis y mi hermano y mis cuates más o menos los mismos, nos hicimos los muy ofendidos por el trato de niños que nos daban; de modo que alegamos que estábamos a punto de cumplir los treinta años. No nos lo creyeron.

Cuando presentimos que nuestras ilusiones de entrar se desbarataban como el humo, nos encontramos a Patricio --quien pertenece a la pandilla de chavos buena onda que se autonombran Los enemigos Públicos--, le dimos 50 nuevos pesos para que nos metiera y fue así como pudimos internarnos en aquel tugurio donde supuestamente iba a tocar La Lupita, el grupo de rock que todos conocemos; pero nos engañaron, porque La Lupita no era más que una vieja gacha y gorda a la que se le salía el suadero por los lados.

Para entrar a ese mugroso hoyo "funky" nos cobraron un titipuchal. Y como llegamos tarde, sólo alcanzamos a ver la mitad el concierto de la mugrosa vieja esa y de un desconocidísimo grupo súper chafa. Tampoco pudimos tomar nada porque ya no nos alcanzaba ni para un vaso de agua de chía. De todos modos, el concierto sólo duró media hora, así que todo mundo se fue y nosotros también salimos. Mis cuates y yo caminábamos bastante frustrados, cuando de repente vamos viendo una lujosa casa encortinada con terciopelo, donde había gente que comía, bailaba y se divertía. Y como la puerta estaba abierta y no había vigilancia, de pronto nos encontramos ya en la fiesta.

Como llegamos en bola, la gente que estaba en el agasajo se nos quedaba viendo, como diciendo "¿de dónde salieron estos?" Y para desvanecer todo recelo, se me ocurrió preguntar: "¿Dónde está el del santo?". A lo que alguien contestó: "¿El del santo? Si es cumpleaños de Estelita".

Estelita hizo su majestuosa aparición en la escalinata. Y un amigo que tiene fama de carismático galán, se hizo presente: la saludó con ademanes solemnes, la empezó a adular, le dio un abrazo de cumpleaños, y ella, aunque al principio estaba como sorprendida, posteriormente se comportó como si ambos fuesen súper amigos, a lo que mi cuate le preguntó que si podíamos pasar todos. Ella asintió con alegría, en parte porque le gustó mi cuate y en parte porque al parecer había más chicas que galanes, así que nosotros entramos.

Echamos enseguida un vistazo para ver quiénes estaban; nos asombró que en su mayoría hubiera puras chavas, que gozaban de muy buena salud por cierto: verdaderas joyas de valiosísimos kilates.

Empezamos por concentrarnos en un rincón del salón porque sentíamos un poco de pena, pero luego nos animamos y nos acercamos a aquellas chiquitas: les ofrecimos el brazo y nos dispusimos a bailar con ellas.

Ya muy entrada la noche todos nosotros nos encontrábamos muy contentos y baile y baile con aquellas preciosidades, cuando de repente llegaron unos tipos que sí habían sido invitados y como según supimos después, varios eran novios de las chicas con quienes estábamos bailando, se empezó a crear una atmósfera de suspenso.

Ellos, al ver que los tirábamos de locos y que sus novias no dejaban de bailar con nosotros, se enfurecieron.

De pronto, varios de ellos, teniendo en cuenta el peligro de perder a sus damiselas para siempre, se nos acercaron brutalmente, lanzando gritos de cólera. Como nosotros ni siquiera permitimos que nos grite nuestra abuela y como buenos caballeros medievales que somos, sacamos lanzas y espadas y nos defendimos a guamazos. Durante unos diez minutos no paramos de golpearlos.

Toda aquella fiesta se había convertido en un campo de batalla y mientras varios de los ahí presentes hacían como que se espantaban, otros tantos trataban de separarnos, pero sin lograrlo. No voy a negar que los puños de nuestros contrincantes eran de alto poder, pero nuestro grado de escolaridad en lo que a trancazos se refiere era muy superior al de ellos; por lo mismo, sólo salimos con unos cuantos rasguños, mientras que nuestros enemigos chorreaban sangre por todos lados.

Al regresar a la casa, mi hermano y yo encontramos la puerta con seguro; tratamos de subir por la barda de atrás y lo conseguimos; procurábamos caminar despacio para no despertar a nuestra abuela, pero Firuláis, el perro, empezó a ladrar; mi hermano logró calmarlo dándole unas galletas que había robado en la fiesta y que traía en un bolsillo de la chamarra. Cuando quise abrir la puerta trasera, también ésta se encontraba cerrada por dentro. Mi hermano, desesperado, intentó abrirla con un hacha, pero como yo se lo impedí y como ambos teníamos mucho sueño, no encontramos otra solución que quedarnos a dormir con Firuláis. Creo que ambos aprendimos a hablar en perro.

"...un chavo casi banda que pretende enderezar sus pasos."

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