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El Mar de las Vergüenzas

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Muchas de mis amigas aman a sus maridos porque ellos son buenísimos (tal vez para que ellas no los abandonen) como pareja: con solícito ahínco las llevan al cine, las acompañan a comprar la despensa (qué gran cosa), y ponen en práctica miles de formas de granjeárselas para hacerlas vivir circunstancias dichosas; pero a la hora en que ambos, marido y mujer, entran en contacto con extraños es cuando los espléndidos consortes las hacen quedar en ridículo.

Mi amiga Silvia, que está casada con un farmacéutico, seguido es protagonista de escenas bochornosas. Toshiro --quién entiende el español perfectamente-- cuando ve que Silvia se encuentra acompañada de sus amigas, se vuelve misógino y olvida el español para convertirse en un japonés muy ordinario. Toshiro la ama profundamente, pero siente una gran repulsión por las amigas de su mujer (por supuesto, entre ellas yo). Siempre que llegamos a buscar a Silvia para invitarla a alguna fiesta, Toshiro se pone chocante; pero como en el fondo es muy hipócrita, nos recibe cortésmente y lanzando muchas sonrisas, para después, creyendo que nadie se entera, vociferar con violenta claridad contra nosotras las expresiones más soeces que supongo pueden decirse en su idioma. En ocasiones he llegado a pensar que, de tanto coraje, cuando regresemos de alguna fiesta, Silvia encontrará que Toshiro le ha prendido fuego a la casa. Como está loco, Toshiro, cree que no nos enteramos de todos sus insultos. Pero todas las amigas de Silvia bien que nos damos cuenta. Así, diciendo impertinencias en una lengua que Toshiro imagina sólo él y su mujer entienden, es como este tipo logra dejar sin color a la pobre de Silvia: "A veces no sé si lo amo o si lo odio. Quisiera que se lo comiese un león cuando me hace esto", se queja ella desconsoladamente cuando ve que su marido comienza con sus pesadeces.

Con la cara desencajada y los ojos entornados, hay veces en que Silvia cree presentir que por los arranques de Toshiro se la llevarán trastornada a un manicomio. Cuando esta situación se produce, a nuestra amiga Marina --quién vive con un hombre igual de insoportable-- le da por opinar: "Yo no sé por qué no dejas a ese tipo, ¿para qué te sirve? Estoy segura que si lo abandonas eso ser un sencillo pecado venial."

Y de veras, hay hombres que, por más que una los quiera, con semejantes actitudes predisponen al mal humor.

Alberto, con quien anduve --porque después de tantas vergüenzas que me hizo pegar no pienso volver con él jamás--, a pesar de que es un hombre inteligente y que le profesa gran amor a la literatura, siempre que salíamos a cenar con amigos se la pasaba come y come, estallando en risotadas y tratando de hacerse el muy chistoso cuando contaba historias desgraciadas sobre mi persona. "Creo que a Rosa Carmen le entraron ganas de volar aquel día en que se lanzó de narices a un hoyo". Alberto se creía muy cómico narrando mis aventuras ridículas con lujo de detalle. No sabía que eso me caía en pandorga. Y si le llegué a dar un puntapié por debajo de la mesa, o a hacerle una seña subrepticia para que soltara el pan y la mantequilla, el muy bárbaro, poniendo cara de sorpresa, contestaba, delante de todo mundo con su espantosa sinceridad: "Déjame; el pan está muy bueno, además a ti también te encanta comer, ¡no te hagas!" Alberto se alimentaba como un elefante terrible, alborotando sus finanzas y haciéndome pegar recios corajes. Quién se iba a imaginar alguna vez que yo pudiera amar a un animal así. Item más: cuando todos los que nos encontrábamos en la mesa estábamos pensando en darnos un ligero refrigerio, Alberto comenzaba devorando enormes trozos de churrasco, consumiendo impresionantes fuentes de sopa, de modo que la gente que lo veía alimentarse quedaba boquiasombrada. Recuerdo que una vez que estaba relamiéndose los bigotes y limpiando un plato de mole al que ya no le quedaba más que el embarre, uno de los meseros --tal vez bastante impactado al ver la forma en que Alberto se atragantaba-- le arrebató el plato de la mano; a lo que mi exgalán (óyelo bien, Alberto: exgalán), respondió agarrándolo de un brazo y espetándole: "¡Usted no se lleva nada!" La vergüenza que me hizo pasar. Pero él continuó saboreando hasta el último pintito de mole.

No sé por qué, pero siempre que estas cosas pasan, imagino como que va a sobrevenirme un paro cardiaco. Hubo veces en que a Alberto le hablé a solas, por las buenas, por las malas..., pero todas mis fórmulas para hacerlo entrar en razón resultaron fallidas. Con él estaba perdida. Además, Alberto, a la hora de dar la propina, parecía que estuviese otorgando limosna. Para él, las propinas no debían de existir, y de ahí no lo sacaba, era algo que no tenía vuelta de hoja. Por lo mismo, la relación entre él y yo ha quedado completamente muerta. Tan tan.

Para estos casos, otra amiga mía ha encontrado la solución; cuando el hombre con el que está saliendo la está avergonzando, ella se hace como que no va con él: ni siquiera lo conoce.

También recuerdo que Francisco el compañero de Lucía, otra amiga, es un apasionado de la mecánica, pero al parecer éste ignora que a su pareja tal afición la está haciendo pasar por vergüenzas. Lucía no sabe ni qué decir cuando Francisco, al ir por ella a la oficina, se presenta con rostro de chivo y la camisa grasienta, a pesar de que hace meses ella le había sugerido que esa camisa la usara para trapear los pisos. "Mis compañeras de trabajo piensan que ando con el señor que barre las banquetas"

--dice la pobre, sintiéndose muy acomplejada--. Se viste como si estuviera en el extremo último de la pobreza". Además, cuando los amigos invitan a Lucía y a Francisco a su casa, o ella los recibe en la suya, mi amiga se pone muy nerviosa: "Siento que el mundo se llena de una tiniebla total cuando veo que de pronto Pancho agarra el periódico, se mete al baño, y a la media hora regresa tan tranquilo" (yo lo ahorcaría por eso).

Hay hombres que nos hacen pegar vergüenzas, y sin embargo nos resultan bastante útiles, como tantas cosas que andan por ahí en la naturaleza.

Hay hombres que nos hacen pegar vergüenzas...

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