'...había otras, 
como Ninón Sevilla, 
a las que se les veía 
que el cabaret les encantaba'



Rumberas

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Una señora ya entrada en años, me contaba que en tiempos de su juventud soñaba con ser rumbera, pero que ese sueño se lo quitó su papá base de puras cachetadas. Ama de casa, costurera, monja o secretaria, la mujer de los años cuarentas en México tenía poco de dónde escoger, y una que otra, por un proceso de eliminación encontró que el trabajo de rumbera, en su vida, resultaba el más interesante.

La vocación de rumbera es una de las más apasionadas que en este país ha existido jamás, y en los años cuarentas fue muy apreciada en tierras de Latinoamérica. Jovencitas que estaban en edad escolar, y que con el cuento de "es que a mí me vuelve loca el baile", tomaban como profesión el trabajo de rumbera.

Con una hermana ciega o una madre paralítica, el cine nacional nos presenta a las rumberas como poseedoras de un gran corazón, pero las cuales van convirtiendo su vida en una triste desgracia, a pesar de la buena intención de ayudar a su prójimo. Para ser rumbera forzosamente había que ser sufrida: algunas, como Meche Barba, sí tenían cara de pasarlas negras y podía creerse que de verdad las andaba arrastrando la vida; pero había otras, como Ninón Sevilla, a las que se les veía que el cabaret les encantaba. No sé, pero siempre tuve la impresión como de que Ninón Sevilla además de ser pésima actriz, hablaba por los agujeros de la nariz.

Muchachas que con sus pretenciosos mohines le rezongaban a su madre de manera altanera que ellas "casadas con un bruja ni de chiste", se dejaban después golpear por el amor de un hombre trácala. Engañadas por un Tarzán de muchas mañas y pocas letras --un tipo que había sido ratero en el pueblo o carterista en la ciudad y que soñaba con ser "el príncipe del hampa"-, las rumberas llevaban una vida infortunada y encaminaban sus desdichados pasos hacia el cabaret. Y luego María Victoria preguntaba a Meche Barba: "Oye, ¿Y aquí se ficha?"

Un amigo mío que es escritor y el mejor conversador que yo conozco, me contaba que en tiempos de su juventud él también estuvo enamorado de una rumbera. "Tenía cara como de caballo, pero con su cuerpo de guitarra la cara equina era lo de menos", decía mi amigo. Después de mucho tiempo de andar a la greña y siempre dándose la contra, el poeta y la rumbera acabaron por dejarse: él ha llegado a la conclusión de que sus mutuos juicios literarios no coincidían, y a ella, replicando en el tono más natural y más sencillo, el poeta no le convenía.

Danzando bailes que mucho tenían que ver con ritos paganos, una de las "exóticas" que más destacó moviendo cadera fue Tongolele. "A Tongolele nada le duele", gritaban los hombres, felices de la vida cada que veían a la danzarina.

Al trabajar en cabarets de "mala muerte" o "de mucha pomada", a la rumbera, en las películas, le sale un amante y le reclama, le sale otro amante y además de que le reclama le pega, y después de un tiempo, cuando ya todos los hombres la han tratado como un trapeador, a la rumbera le sale un novio que se quiere casar con ella: un muchacho de cara horrible (que generalmente es Fernando Fernández) y que está empeñado en respetarla y en volverla decente (aunque ella no tenga ganas): "Yo sólo entraré‚ a tu casa el día en que tú seas mi esposa".

Dramas muy parecidos al de La dama de las camelias, con escenas trágicas que, a veces, sin querer salían bastante cómicas: de repente, la muchacha que había estado "viviendo una vida muy triste y amargada" estaba a punto de lograr un matrimonio feliz, pero entonces llegaba al cabaret la abuela de su novio y como no le gustaba el asunto, la boda se frustraba.

Uno de los rumberos más famosos que ha tenido México fue Agustín Lara: "He nacido, rumbero y jarocho, trovador de veras..."

Hombreriegas, borrachas, muy buenas para desvelarse y viviendo una vida como de gambusinas, las rumberas, en la vida real, siempre tuvieron mucho éxito entre aquellos que les formaban corte: hombres que les regalaban oro, hombres que les regalaban incienso y mirra, y no faltó uno que otro despistado que no teniendo nada que regalar hizo un poema loando las nalgochas de Amalia Aguilar. A los hombres de los cuarentas les gustaban las rumberas porque de las Hermanas Aguila ya estaban hasta el gorro y, además, porque las mujeres decentes, para ser francos, a los hombres siempre les han aburrido.

Padres que aunque se volvían ricos a costa de la rumbera acababan reconociendo: "Es una mala mujer." Pobres rumberas, hasta sus padres las malrecomendaban.

Juan Orol (ese que en sus películas de gángsters las balas de éstos nunca rompían vidrios porque salan muy caros) tuvo mucho que ver en el mundo de las rumberas: un gran porcentaje de ellas fueron sus mujeres, o cuando menos sus novias. Muchas le debieron su éxito en el mundo de la farándula.

Después de que la vida las ha tratado a empujones, cuando se llenaban de arrugas y se daban cuenta de que en el cabaret estaban haciendo el ridículo, las rumberas generalmente acababan diciendo: "Estoy harta de esta vida, quiero que un hombre me mantenga."

Decentes, pobres, finas, ricas, corrientes... todas de las muchachas de los cuarentas acariciaban el deseo de ser rumberas, causándole angustia a sus preocupados padres a quienes no les gustaba que sus hijas al bailar anduvieran con el ombligo al aire. "Oye, abue. ¿Y tú nunca quisiste ser rumbera?", preguntaba un chamaco cuya abuela había vivido su plena juventud en los cuarentas.

La rumba fue una locura, la rumba fue un cascabel que se fue desvaneciendo en las tonadas de otros ritmos, en las danzas de otras bailarinas. De vez en cuando alguna dama casera ha de suspirar y ha de decir, recordando aquello tiempos: "Fue una manera muy movida de estar loca."

Rosa Carmen Ángeles

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