Navidad 
O Simples Ganas 
De Desvelarse



Navidad O Simples Ganas De Desvelarse

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Hay años en que el espíritu de Navidad lo ves más desarrollado que en otros y ya desde el Día de la Raza estás comprando esferas, arreglando tu arbolito y manifiestas tus intenciones, mismas que llevas a la práctica, de llenarlo todo de nieve artificial. Si por ti fuera, la Navidad empezaría desde el 16 de septiembre- Y para lograr que cuando llegue el invierno el lugar donde vives sea un sitio acogedor, decoras tu hogar con muérdago, listones rojos y verde oscuro, flores de Nochebuena, heno, serpentinas y guirnaldas. Y al final te das cuenta de que tu casa se ve charra: charra mente navideña, como si estuviera en una Plaza Garibaldi interestelar.

Pero hay años en los que preferirías, en Nochebuena, ponerte a leer poemas de Bonifaz Nuño (tu poeta favorito) o ver un emocionante programa de tele e irte a dormir después de tomarte un té de tila, como todas las noches. Pero la familia insiste: “Ándale, debes dar una fiesta para Navidad. No te hagas, a ti te toca”. Y entonces, aunque no estés de humor ni tengas tiempo ni energía ni seas mamá de ninguna muñeca, todo mundo te alborota: “¡Claro que sí! A ti te toca”.

Aunque todo el mundo te dice estar dispuesto a echarte una mano en los preparativos, a la mera hora de limpiar tamarindos para le ponche, limpiar romeros o adobar pavos, resulta que te dejan sola. Arréglatelas como puedas o alquila a alguna Domitila o a algún Jaime (o Wilbur) para que de ayude. Agrégale a eso que el dinero del aguinaldo no te alcanzará para los regalos. Pero ni módulus, como dijo el norteño que sabía latín.

Ha llegado el momento, y la casa se te llena de invitados –como 90 familiares y otros gorrones asisten a tu casa para celebrar y compartir juntos sentimientos de afecto y regocijo- y ya no hay lugar ni parados, aunque están todos muy contentos: tus tíos bailando, tu primo sacando fotos Polaroid, tu abuela dando la receta del pastel de frutas, tu madrina hablando de su última enfermedad y todos escuchando una y otra vez las canciones de Bing Crosby, el ídolo navideño.

Y como una Navidad sin niños no es Navidad, todo el mundo asiste a tu casa con toda su familia. Cuando los niños aparecen en escena todo se transforma: corren por todos lados, brincan en los sillones, saltan sobre las camas, se encierran en el baño y empiezan a jugar con agua. Y todo así, hasta que de repente te das cuenta que uno de los hijos de tu prima ya agarró un plumil y te está decorando las paredes; que otro, al que siempre has tachado de monstruo sádico, le está jalando la cola a Matilde, tu perra adorada; mientas que los demás niños, aunque ni de broma deben de probar el alcohol, ya están brindando con whisky en la recámara. Entonces, tú no sabes ni cómo frenarlos ni qué hacer, porque las madres de estos delincuentes juveniles, además de que ya están borrachas, consideran que: “a los niños para no traumarlos hay que dejarles hacer todo a su manera. No importa que desbaraten la casa”.

Aunque con tanto trabajo a ti te toco cenar en la cocina, lo habitual es que en estas fiestas hay que sentarse a la mesa a las once de la noche. Entonces, encuentras que tu padrino le hizo el feo al cordero asado, que el primo aquel que de niña te jalaba el cabello ahora encontró repugnante el postre de castañas que tanto le gustaba de chico y que el señor de más allá, al que no conoces porque es un invitado de tu tío y por eso no te atreves a decir que es un gorrón, te pidió de favor que mejor le sirvieras unos huevos revueltos. A quién se le ocurre.

La fiesta resulta animada a su modo, aunque tú estás preocupada porque no sabes cómo te desharás después de la basura; la última vez que viste al conserje, te avisó que el carro de limpia no volvería a pasar sino hasta el 2 de enero, y piensas que no estaría mal que cada invitado, en lugar de itacate, se llevase una bolsa de basura. Con todo y el ya seco arbolito.

Cuando ya pasan de las 5 de la madrugada, el alcohol se terminó toda la familia se retrató, Bing Crosby ya no quiere cantar y te has puesto ya la piyama y la bata, no falta quien todavía quiera seguir brindando, aunque sea con rompope e insiste en seguir contando aquella historia de amor hipócrita y mercenario que tuvo cuando fue marino. Pero tú no quieres oír más y le recuerdas que eso ya pasó, que estos son otros tiempos. Y como estamos que nos caemos de sueño, terminamos por alcanzarle una cobija a nuestro invitado, le damos las buenas noches (¿o los buenos días?). Pero antes de acostarte te das cuenta que tus colchas están llenas de confeti y encuentras un pedazo de pastel y un yoyo debajo de tu almohada. Y piensas y no dejas de deducir el tinte pagano más que religioso, que tienen estas celebraciones. ¿O será para que nos olvidemos del frío y del mal salario que nos pagan? ¿O de la soledad y el desamor? Hagan sus apuestas.

Rosa Carmen Ángeles

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