[imagen de Fernando Botero]



¿Un Gordo Feliz?

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

El otro día, mientras esperaba a una amiga en un restaurante, llegó mi vecina Lucero con su marido. Ambos se sentaron en una mesa cercana a la mía, y ninguno de los dos se dio cuenta de que yo los estaba observando.

Lucero y su esposo son jóvenes y guapos, pero mientras que ella tiene una figura esbelta, su marido está gordísimo: tiene como 30 kilos de más; se nota que su condición física es pésima, por lo que llegó jadeante. Es evidente que le aprietan el reloj, el anillo; y parece que la hebilla de su cinturón y los botones de su camisa de colores chillones estuvieran a punto de saltar.

Así, mientras que Lucero ordenó sólo un consomé de pollo y un refresco dietético, el marido se engulló, con muchas ganas y con la rapidez de un rayo, un coctel de camarones, una sopa azteca, un plato de arroz con plátanos fritos cubiertos con mucha crema, un filete mignon, frijoles refritos con totopos, dos cervezas, un banana split... y creo que de pilón pidió una “concha”.

Estoy segura que a este gordo, Lucero lo ha hecho creer que estar rechoncho es estar muy fuertote o que es muy sensual tener una panzota. Ultimamente a mi vecina le ha empezado a preocupar que su marido esté obeso, sin fijarse en que mucha culpa de que este hombre parezca pelotita la tiene ella misma. Al parecer, durante un buen rato ella tuvo la idea retorcida de engordarlo para que no se le fuera a antojar a ninguna de esas pecadoras que andan por ahí rondando siempre y después lo hiciese caer en tentación. Para mi ingenua amiga, su cónyuge está muy apetitoso y “la competencia anda desesperada”.

De modo que Lucero, durante mucho tiempo lo tuvo viviendo pegado al refrigerador: dormitando, soñando o haciendo tonterías en las que no tuviera la necesidad de moverse mucho Le importó un rábano el que su esposo se pusiese gordo, se el engrosara el corazón o se viera aguado y petacón: contaba, muy emocionada, que a la hora de hacer el amor ella sentía como si se echara un clavado en una alberca.

Después de ver los resultados de haberlo atascado de pasteles, tamales y helados, últimamente a Lucero le dio por soltarle sermones contra la obesidad; pero el muy bárbaro solía escucharla mientras comía algo: una aceitosa torta de bacalao, por ejemplo.

Como hace poco este hombre obeso ha tenido problemas para encontrar ropa, subir escaleras y hasta abrocharse los zapatos, Lucero se ha propuesto ponerlo a dieta; lo malo es que este gordito es muy macho y piensa que las dietas son cosas de viejas triponas.

Lucero es flaca porque frecuentemente se olvida de comer. Y no hace mucho logró que su gordo marido se pusiera a dieta. Y es cosa rara que él le haya hecho caso, porque este hombre posee violentas rarezas de temperamento: es de los gordos que prefieren inflarse como un balón antes que reconocer que necesitan ponerse a régimen. Pues según me enteré después, él aceptó. Entonces, Lucero se deshizo de todas las golosinas y las remplazó por palitos de verduras y chicles sin azúcar.

Pero cuando este hombre estaba ya muy encarrerado adelgazando, empezó a abandonarlo todo porque, según dijo, sentía muy feo ver cómo su mujer se alimentaba con churros, chocolate y cosas ricas a la hora que le apetecía, mientras él sólo comía tres esparraguitos hervidos y un polvo horrible disuelto en agua caliente.

Y así, el marido de Lucero hace días que abandonó la dieta; pero, según dice, no come mucho, se cuida: le exige a su mujer le compre requesón desgrasado porque es lo único que quiere comer entre comidas; pero yo ya lo he visto; todas las mañanas, antes de salir al trabajo, me lo encuentro en el estacionamiento, adentro de su carro, atascándose ferozmente de donas y atragantándose un litro de refresco de cola. Además de que también me ha tocado verlo llegar, resoplando, hasta la tienda a comprar un montón de papas, charritos y otras porquerías. Es más, a veces, cuando encuentra la tienda cerrada, se mete a la farmacia y compra medicinas... Si acaso no le parece atractivo comerse la sal de uvas y las pastillas de éter es muy probable que compre veneno.

Rosa Carmen Ángeles

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