se desbarató, 
como quien dice a ritmo de rock, 
el condominio donde vivía 
con mi familia en Tlatelolco



Tlatelolco Rock

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Ahora suena a leyenda y casi parece un tétrico cuento de ahorcados y ladrones la historia del 19 de septiembre de 1985, cuando en la Ciudad de México nos agarró el terremoto a las 7:19 de la mañana. En esos momentos abrazaba yo a mi perra y pensaba, aún en la cama, en las enmiendas que debía hacerle al análisis del poema 16 de El manto y la corona, de Rubén Bonifaz Nuño, que me serviría para acreditar una materia en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM.

Recuerdo que el día anterior había consultado al Yi Ching, mi oráculo de cabecera, preguntándole: ¿le gustará mi trabajo a la furiosísima mujer que tengo por maestra? Lancé las monedas al aire, busqué la respuesta y decía, entre otras cosas: “...esta ofensiva...está condenada al fracaso. Las condiciones externas impiden avanzar, así como la pérdida de los rayos de una rueda detienen la marcha de una carreta. Por supuesto, no le creí porque, según yo, no había tales condiciones externas que me impidieran acreditar la materia. Pensé: este oráculo ya no sirve o yo de plano no estoy para entenderlo. Pero como era para lo futuro, el oráculo funcionó obsviamente: aparecieron las condiciones externas vestidas de terremoto, se desbarató, como quien dice a ritmo de rock, el condominio donde vivía con mi familia en Tlatelolco, mi abuelita se murió del susto, algunos meses estuvimos cada cual por su lado viviendo de arrimados en casas de amigos. Y como no le hice las enmiendas requeridas al análisis del poema de Bonifaz, la neurótica y desconsiderada de mi maestra me reprobó. De manera que, como anunció el oráculo, no pude avanzar por ese camino y tuvimos que buscar donde vivir, leer todos los días las noticias y así enterarnos de cómo el pinche de Carrillo Arena (entonces secretario de SEDUE) declaraba que había que demoler Tlatelolco para convertirlo en áreas verdes y de ese modo hacerle un pulmón al DF.

“¡Mi casa convertida en área verde! ¿Y yo, dónde voy a vivir?”, le oí decir a Esperancita, mi vecina del edificio Allende, una señora grandota de cerca de 70 años de edad quien usa bastón y aparatos ortopédicos en las piernas. Y lo mismo pensábamos muchos.

El seguro, apoyado por el gobierno, ofrecía tres pesos por nuestros departamentos, mientras que quienes logramos encontrar casa teníamos que pagar cien mil pesos mensuales o más de renta, lo que era muchísimo en esos día. Entre tanto, existía la amenaza de que la unidad fuera demolida para quedar transformada en jardines”.

No nos quedó otra, tuvimos que unirnos para luchar, asistir a marchas y plantones: jóvenes, niños, viejos, enfermos... como la pobre de Esperancita, quien se apoyaba en su bastón y en su hija Estrella, la que tenía ya siete meses de embarazada. El nieto de Esperancita, que entonces tenía ocho años, jugaba a “los damnificados” con sus amiguitos: “A ver, hagan fila. Que íbamos a protestar a Los Pinos, que yo era el líder Abarca, que tú eras el líder Muñoz y que ustedes protestaban a gritos”. Y ahí iban él y su bola de amiguitos: “¡El pueblo/unido/ jamás será vencido!/ ¡Carrillo/Arena/ construye con maicena!”

Finalmente el movimiento se ganó, pero a base de muchos esfuerzos: marchas y plantones de todos los tlatelolcas hacia Banobras, pleitos del Contador Pablo Muñoz y de Cuauhtémoc Abarca contra Elba Esther Gordillo (entonces diputada por el PRI en el II distrito al cual pertenece Tlatelolco y la que en su momento trató de disuadir a la comunidad de su idea de reconstrucción ) y contra presidentes de mesas directivas corruptos, comprados por SEDUE, quienes animaban a los vecinos para que vendieran barato su veintiúnico patrimonio porque “al fin que estoy ya no sirve”. Y, por supuesto, bastante nos favorecieron las oraciones que mi mamá y Esperancita le dedicaron a la virgen de Loreto.

El movimiento vecinal de Tlatelolco ha sido el primero que se gana en México en muchos años. Y se ganó, también porque “uno no puede perder lo que realmente le pertenece”, como dice mi Yi Ching.

Rosa Carmen Ángeles

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