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Mariquita, Limosnera En Día De Muertos

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Hace un año, por estas fechas de calaveras, caminando por calles archiconocidas, por una de las archivecindades de la calle de Sabino, vi salir a unos hombres cargando un sencillo ataúd. Interesada por saber quién era el muerto, me dirigí¡ hasta donde se encontraba una señora que en esos momentos se estaba pasando un pañuelo por los ojos. "¿Quién se murió?", le pregunté? "La pobre de Mariquita, la señora que pedía limosna afuera de la iglesia." En ese momento casi pegué‚ un grito y repetí casi línea por línea lo que me había dicho: "¿Quiere usted decir la señora que en las noches pedía limosna afuera de la iglesia?" "Esa mera", me contestó la señora.

La primera vez que vi a Mariquita fue arriba de un autobús, interpretando, según ella, una canción de las Hermanos Martínez Gil: "Pasaste a mi lado con gran indiferencia..." En aquella ocasión viajaba, también una adolescente que había subido comiéndose un chicharrón de harina. De repente el chofer metió un enfrenón y el chicharrón que la chica se comía voló cayendo luego al piso, cerca de donde se encontraba la limosnera. La chamaca hizo un gesto de disgusto por haber perdido su ¿golosina?, pero la señora, cuando vio que la niña se había resignado a perder el chicharrón, lo recogió subrepticiamente, le quitó el polvo y se lo empezó a comer con mucha hambre. Esa fue la primera vez que vi a Mariquita. Me dio mucha lástima y, desde entonces, cada que me la encontraba le regalaba alguna moneda. Mariquita, como era medio exagerada, a cambio me lanzaba mil solemnes bendiciones. Es más, hasta me persignaba. A veces, cuando iba yo de prisa, procuraba hacer como que no la veía, porque si me topaba con ella era seguro que perdiera yo el tiempo con tanta persignada y eso haría que llegara tarde a mi clase.

Cuando conocí a Mariquita, ella tendría casi 70 años y a veces le escuchaba decir: "No soy feliz, pero cómo me gustaría serlo." Era una de las tantas limosneras de barrio pululando por esta ciudad. De su persona se contaba que antes de llevar aquella sinuosa existencia había sido una joven bonita, afectuosa y alegre, a quien bien pudo haberla favorecido la suerte con un hombre rico y hasta guapo; pero ella prefirió cambiar su buena fortuna por el apasionado y vehemente amor de un muchacho lépero de la peor calaña, el que, después de un tiempo, la sacudió de su vida como si fuera una polilla.

Otra limosnera, amiga de Mariquita, me contó lo que la difunta le había dicho la víspera del 2 de noviembre que le habían regalado un pan de muerto, pero, para no comérselo con el café‚ amargo del día anterior, se puso a buscar entre sus guardados una tablilla de chocolate.

Según la señora, fue la misma Mariquita quien le contó que buscaba y rebuscaba el chocolate para prepararlo caliente y merendar, cuando se paró frente a sus ojos una señora muy delgada que le preguntó: "¿Quiere chocolate? Venga conmigo a mi casa, yo le convido tantito." Según me contaron, Mariquita recordó que hacía muchos años a una de sus tías una mujer con cara famélica le había convidado chocolate en día de Muertos, pero que en lugar de darle el chocolate como lo había prometido, lo único que hizo fue desaparecerla de este mundo sin dejar rastro.

Según la limosnera, aquella señora de cara chupada la cogió por el brazo, la llevó hasta una esquina y ah¡ le enseñó una foto antigua; y que fue entonces cuando a Mariquita le sobrevino un espasmo de terror, porque tuvo la sensación horrenda de que aquella mujer no era otra más que la Muerte, que no hace diferencia entre filósofo o pordiosero.

Según la señora, fue desde ese momento que a Mariquita se le quebrantó el ánimo, cayó en una desolación inmensa y caminaba por las calles llorando, lanzando gritos terribles como de llorona, o vociferando frases obscuras y confusas, entre las que incluía la petición de una limosna de cien pesos.

Esa misma mujer me contó que, el mero 2 de noviembre, Mariquita fue hasta la Basílica de Guadalupe, que ahí encendió una veladora y estuvo rezando hasta muy tarde. Dijo, también, que a la salida del templo se puso a bailar una danza antigua, quizá prehispánica, para ver si así la Muerte se compadecía de ella y le permitía estar más tiempo en este mundo lleno de lágrimas.

Según supe, fue otra amiga limosnera la que una tarde fría fue a buscar a Mariquita hasta su cuarto para que ambas se acompañasen a limosnear en las afueras de una panadería. Pero que ah¡ en aquel cuarto encontró a la viejita tirada en el suelo, bocabajo, muerta, con los ojos abiertos y la boca espumante. Además, esta misma señora dijo que también encontró, en una mesita de la vivienda, un recado dirigido a quien correspondiera y una bolsita de plástico con dinero para que se gastara en la compra de un ataúd y de un lugar en un cementerio, ya que Mariquita no quería que su desventurada alma gimiera por estar en una triste fosa común.

Rosa Carmen Ángeles

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