...hay que levantarse a las cinco 
para estar a las seis en el gimnasio. 
El mundo va a ser diferente 
a partir de ahí.



Gimnasio Y Vida Nueva

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

¿De qué nos vale haber nacido terriblemente bellas (en vez de horrorosamente ricas), si cuando usamos un precioso bikini de colores al padecer de tantas celulitis en las piernas y al lucir la barriga toda aguada hacemos el peor de los ridículos en la playa? Las llantas, la celulitis y los pellejos que cuelgan minan la belleza y nos quitan glamour. De nada sirve tener cara bonita si con los músculos todos flácidos nos confunden con una vaca. Si somos just another pretty face, ¿por qué no emparejamos la situación con el resto del cuerpo?

Como levantarse a correr o a hacer ejercicio es pesadísimo, la mayoría de los mortales a quienes nos hace feliz vivir como las marmotas sentimos que la actividad y el movimiento nos convierte en desgraciada la vida: “¿Hacer ejercicio yo? Cómo crees, no lo necesito. ¿Qué no te fijas cuántas bolsas cargo cuando vengo del mercado?” Por mi parte, yo oigo quien se defiende diciendo que nada más por consultar siempre el Diccionario de la Real academia ya le salen músculos. ¡Cuánta ingenuidad, Dios mío!

Recuerdo que antes de que diese inicio a mi vida de fisicoculturista, vivía yo tan feliz como una foca: me pasaba todas mis vacaciones y mi tiempo libre acostada y comiendo churros porque, según yo, padecía de cansancio crónico y los churros servían para reanimarme y darme fuerzas; además, me hacía falta energía para lavar los trates, para andar en bicicleta y hasta para divertirme; no era necesaria la energía cuando me atarragaba de papitas, gansitos, donas y otras cochinadas que hicieron que me empezaran a colgar llantas. Por eso, con todo y todo, según yo, hacer ejercicio era ir a perder el tiempo.

Hasta que mi amiga Chayo, quien ni de broma se para en un gimnasio, pero que es experta en dar consejos, me lanzó un sermón: ”¿Qué no te fijas cómo te ves con esas bermudas? Decídete de una vez y haz ejercicio durante tres meses. Y si después de ese tiempo no te gusta pues te lanzas a un pozo... pero que sea bajito” Con aquel consejo sentí como si me hubiese alcanzado un rayo (láser) y finalmente me decidí.

Al principio traté de hacer ejercicio en mi casa e incluso para ayudarme a practicar las sentadillas me apoyaba en el lavadero. Los primeros diez días sentía que me ahogaba y eran un suplicio, pero los siguientes fueron menos pesados. Y así me la pasé un mes, haciendo sentadillas en la azotehuela de mi departamento hasta que el lavadero se dependió y fui a dar al suelo. Aparte del susto, todavía estoy pagando los abonos de uno nuevo. Fue entonces cuando me di cuenta que lo más saludable era acudir a un gimnasio.

Anima ver a todo mundo ejercitando su cuerpo: “Si ese viejo cáscara, cara de ciruela pasa, es capaz de levantar cien kilos, yo que estoy más joven he de levantar doscientos”. Además, cuando una asiste a un gimnasio, recibimos instrucciones precisas de cómo realizar los ejercicios. Y aunque ahora ya conozco varias rutinas para ejercitarme y ya nadie tiene que dirigirme en nada, en un principio era tan mala para hacerlo que hubo un momento en el que el entrenador se enfadó de mí y puso al muchacho de la limpieza a que me diera clases: “Tú échale ganas. Tuércete toda y no pares a menos que escuches un chasquido o sientas como que algo se te quiebra”, me aconsejaba mi primitivo instructor. Pero como el éxito estriba en sufrir un rato más hasta que nos acostumbremos, llegó la hora en que empecé a ejecutar las fases de la rutina por mi misma; entonces un día pecho y espalda; otro cintura y abdomen. ”¿Y tú qué estás haciendo?” “Yo, piernita, ¿y tú?” “Yo panzota”.

El ejercicio es buenísimo para poner a prueba la voluntad, aunque mi mamá dice que si sigo levantando pesas dentro de poco se me va a poner el cuerpo como de hombre. Para combatir esas supersticiones, esta Navidad le voy a reglar unas mancuernas de diez kilos.

“If you want my body/and you think I’m sexy/ come on sugar let me know”.

Además de que con el ejercicio una se ve mejor y se pone fuerte, también podemos dar grandes sorpresas: conozco a una luchadora gordita a la que apodan La Monster, misma que una vez viajaba muy fresca y perfumada en un vagón del metro, cuando un cretino, al que seguramente le encantaba el jamón York, le metió decaradamente mano por debajo de la falda. Pero como el tipo no supo con quién se metía, La Monster, cuando sintió que le estaban agarrando una pompi, primero frunció el ceño, pero ya después, con la cara toda encendida, valiéndose de toda su fuera destructora, le ha dado una arrastrada por el vagón, que al infeliz se le ha de haber terminado el gusto por los embutidos y las carnes frías.

Mens sana in corpore sano, dice el adagio latino, y si una quiere ser una alfeñica de 44 kilos, hay que levantarse a las cinco para estar a las seis en el gimnasio. El mundo va a ser diferente a partir de ahí. Los caballeros se quitarán el saco para cubrir el charco por el que una quiera pisar, los coches chocarán porque quienes los manejen volverán la cara para vernos pasar, todos los hombres se comprarán binoculares y telescopios para vernos de lejos, las tiendas de artículos fotográficos estarán de plácemes por tanto rollo que vendan para que todos nos fotografíen, las tiendas de ropa femenina nos vestirán gratis con tal de que popularicemos las prendas de su negocio, las cantantes de moda querrán imitarnos y en vez de bailar frente a la cámara se pondrán a hacer ejercicio frente a la misma. En fin, la tierra temblará, pero nosotras no nos daremos cuenta, pues ni siquiera tocaremos el suelo con nuestro lindos piesecitos.

Rosa Carmen Ángeles

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