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Los ojos de Betina

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Betina nunca tuvo pretendientes en exceso, pero tampoco nunca le faltaron: sin embargo, a pesar de eso, después de que se divorció, Betina se sintió tan libre y tan contenta que procuró un cambio: se puso a dieta (bajó 5 kilos), se pintó el cabello de color zanahoria, se puso pupilentes de color (Betina siempre quiso tener los ojos de Bette Davis), echó a la basura su antiguo guardarropa y se procuró un vestuario que, según su mamá la hacía lucir como disfrazada de actriz de candilejas.

De la transformación de Betina lo que más impacto entre sus amigas fueron los pupilentes: en la primer reunión que celebramos después de su nueva apariencia todas llegamos con ojos de color. Al principio como que nos amoscábamos, pero poco a poco todo mundo comenzó a comportarse con naturalidad y hasta con cierto desparpajo. Las amigas que nos encontrábamos reunidas nos veíamos rarísimas: Chayo, quien siempre había tenido un aire de dinamitera, con sus ojos verdes adquirió un look como de virgen barroca. La vis cómica de Marina se acentuó: con sus pupilentes azules se veía un poco m s chistosa que de costumbre; la única que no se veía tan mal, decía mi abuelita, era yo (tenía que salvarme, pues yo soy quien dirige esta película).

A veces, usar lentes de contacto de color puede resultar un buen antídoto contra las depresiones: uno no tiene tiempo de pensar en tristezas buscando la forma de componer mentiras que suenen lógicas para hacer creer a la gente que, un día, de repente, sin más ni más, el color azabache que anteriormente pintaba nuestras pupilas se fue decolorando y se transformó en verde.

Lo barato cuesta caro, y como los pupilentes de Marina resultaron ser los más baratos, en época de lluvias se aflojaban: "Tengo que cerrar muy bien los ojos cuando estornudo por miedo a que se me vayan a salir", decía; "y cuando me da catarro ni me los pongo", agregaba. En tiempos de sequía, los pupilentes de Marina recuperaban su tamaño natural y se terminaban los problemas en cuanto a uso, pero el trauma que habían dejado las lluvias continuaba y la angustia de mi amiga por perder un lente la hizo adquirir una especie como de tic y comenzó a reír torcido.

Betina, por su parte, se compró sus pupilentes azules un martes y para el miércoles ya tenía un pretendiente grande, fuerte y robusto; para el jueves conoció a otro que tenía un carro muy bonito, y para el viernes se quería casar con ella un diputado. "¿Y qué tal si te casas con los ojos azules y a la hora del desayuno nupcial tu marido no te reconoce con los ojos negros?", preguntó Chayo, pregunta que ya Betina no supo cómo responder.

Chayo cuenta que en el viaje que hizo a Canadá el frío llegó a tal extremo que los pupilentes se cubrieron de unas placas de hielo como vidrios de vidriera. Chayo ya hecha lo que se dice una loca, estaba espantadísima porque los pupilentes, ya todos congelados, no le fueran a rebanar la retina; dice que cuando regresó a México, lo primero que llegó a hacer fue llevarle un milagrito a santa Lucía dándole las gracias por haberle permitido conservar sus verdaderos ojos: por no haberlos perdido en la nevada.

Usar pupilentes de color, a mí me puso oscuras cosas que son de suyo claras: un día, por ejemplo, en clase, comencé a confundir a mi alumno Martín con uno que se apellida Benítez, a lo que uno de los chicos respondió: "está usted mareada, o lo que pasa es que trae usted los ojos fuera de lugar."

Con el tiempo, entre nosotras, pasó la moda de los pupilentes, todo mundo dejó de usarlos: a Marina se le aflojaron completamente y los perdió en el pasto un día de campo, a Chayo se le escaparon un día en el agujero del lavabo, a m¡ se me desbarataron un día en que confundí la acetona con el enjuague desinfectante (se disolvieron irremediablemente); la única que hasta la fecha los sigue usando es Betina, y cada que se mira en el espejo se lanza un beso espectacular y canta: "Aquellos ojos Devlin, serenos como un lago..."

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