I. ¡LA HISTORIA ES UNA PAMPLINADA!
"Los Estados Unidos son entonces el país del futuro,
dónde en los tiempos futuros se manifestará la gravedad de la historia universal (...)
Es el país del deseo para todos aquellos que están hartos del dormitorio histórico de
la vieja Europa".
Hegel, Introducción a
la FILOSOFIA DE LA HISTORIA (1820)
Con la entrada de los Estados Unidos al escenario de la
historia, la historia parece cambiar de signo. Esta había sido siempre el lugar de lo
negativo y del conflicto, ahí donde se llevaba la lucha contra los antiguos supuestos y
condiciones. Pero desde el principio, los Padres Fundadores de la Nación Norteamericana
anunciaron que, puesto que ese negativo y ese conflicto no eran más que el pesado y
desdichado legado de la Europa decadente--y aun más de la Inglaterra de Walpole, que de
"cuna de héroes" se había convertido en "la residencia de
músicos, proxenetas y pederastas"--no veían ni reconocían ellos la necesidad
de conservarlo. Un historiador británico escribió que el principio filosófico del
progreso es que "lo negativo pavimenta el camino a lo positivo". Los
Estados Unidos solo dicen que ahora, puesto que ellos han llegado, esto es la prueba de
que para ellos por lo menos, el camino está pavimentado. Los Estados Unidos se
afirman, con desplante hegeliano, como la supresión y la superación de este negativo, la
negación de la negación, lo positivo realizado; se postulan como la realización de lo
mejor en la historia, el fruto del largo trabajo de la humanidad, la llegada tan esperada
de la libertad y de la felicidad para todos, aquí en este mundo.
Se ha podido decir de la sociedad todavía histórica que "el
que posee el pasado de un fenómeno posee las fuentes de su devenir". Es cierto
que algunos han sabido sacar una revolución de esta ruptura norteamericana con todo
pasado, argumentando que esta nación debía purgarse de lo negativo. Además,
algunos oscuros académicos señalan algunas fuentes posibles de esta innovación en los
siglos de lento desarrollo jurídico, sobre todo el del derecho común anglosajón, o en
la herencia de la antigüedad clásica democrática, en las ideas del siglo de las luces,
en la teología del pacto (covenant) o en el pensamiento "libertario" que
brotó de la Guerra Civil inglesa y del período del Commonwealth. Pero el fenómeno
norteamericano se presenta como la creación ex-nihilo de un nuevo mundo
desprovisto de negativo, y el acto de esta creación es, a posteriori, el único
pasado que puede darse y admitir. En términos hegelianos es "la idea de si misma,
caída del cielo, planteandose a sí misma". Lo que se ha llamado la revolución
norteamericana (American Revolution) no habrá sido más que la conceptualización
final de esta nueva era inaugurada por los Estados Unidos, este "asilo de libertad".
Todos sus pensadores, de Thomas Paine a J. K. Galbraith, convienen en que los Estados
Unidos son la forma al fin descubierta mediante la cual puede ejercerse en su totalidad el
contenido social y político de los ideales revolucionarios capitalistas. Mirad los
Estados Unidos: es la utopía capitalista realizada. Todos los jefes de partidos, todos
los teóricos y todos los revolucionarios de esta época hicieron suyas las palabras de
John Adams, pronunciadas en el mismo año del Stamp Act: "Los Estados
Unidos han sido designados por la Providencia como el escenario sobre el cual el hombre
iba a construir su verdadera figura, sobre el cual la ciencia, la virtud, la libertad, la
felicidad y la gloria existirían en paz". Nadie dudaba entonces, y muy pocos lo
discuten ahora, que los Estados Unidos no ocupasen un lugar especial en la arquitectura de
los designios de dios, o que su colonización no fuese un hecho dirigido por su Mano para
satisfacer sus Fines Ultimos. Voltaire señalaba en sus Cartas Filosóficas que los
cuáqueros habían logrado crear en los Estados Unidos "esa edad de oro de la cual
los hombres tanto hablan y que tal vez no ha existido jamás en otra parte más que en
Pensilvania". Y Marx veía en la "gran república" de los Estados
Unidos el ejemplo más perfectamente acabado del estado moderno, el lugar en que la
sociedad burguesa se había desarrollado "en proporciones y con una libertad
jamás vista antes". Si bien todos estos pensadores no se hallan de acuerdo sobre
la continuación del asunto, según sus épocas o sus inclinaciones políticas, todos
convienen en el hecho de que es solamente en los Estados Unidos donde el capitalismo
moderno ha podido establecerse de la manera más pura. Y en verdad, en el resto del mundo
encontraba singulares trabas históricas y debía, para vencerlas, usar los peores medios,
debiendo aceptar frecuentemente victorias a medias, compromisos con antiguas formas
sociales o tradiciones todavía fuertes, para finalmente llegar a formas bastardas de su
concepto. Por el contrario en los Estados Unidos este movimiento social no tuvo que
reconstruir una nueva sociedad sobre los escombros de la antigua; no tuvo que comenzar un
largo y lento proceso de disociación y de desintegración. Hubo que exterminar las
poblaciones indígenas que se resistieron, o tolerar durante un tiempo el renacimiento
brutal de la esclavitud en el sistema de las plantaciones, pero esta violencia original,
al no ejercerse jamás contra "su" pueblo, seguía siendo algo exterior, una
simple y temporal contingencia del desbroze del terreno. Así, una sociedad que no estaba
basada sobre la destrucción de antiguas formaciones sociales, y cuyo principio pudo
florecer y evolucionar naturalmente, tampoco obligó a los hombres "a mirar su
realidad con ojos desengañados". La ideología de la felicidad, fruto de la
supresión de lo negativo en la historia, aparece desde el principio como el pensamiento
consubstancial y la expresión natural de esta sociedad. Luego, el estado la ratifica al
inscribirla en su constitución. Y ciento cincuenta años más tarde el industrial
millonario Henry Ford puede concluir alegremente: "History is bunk!"
(¡La historia es una pamplinada!)

II. LA FELICIDAD
COMIENZA AL FINAL DE LA HISTORIA
"Desde que el sol se encuentra en el
firmamento y que los planetas giran en torno suyo, no se había visto al hombre colocarse
cabeza abajo, es decir, fundarse sobre la idea y construir según ella la realidad".
Hegel, FILOSOFIA DE
LA HISTORIA
La crítica marxista clásica de la "singular manera de
proceder" de los economistas burgueses, cuando erigen en "leyes naturales,
independientes de la influencia del tiempo", las "relaciones existentes de
producción", llega a la conclusión de que estos economistas proponen "la
empresa absurda" de suprimir la historia al detener el tiempo: "hubo
historia, pero ya no la hay más".
Que los economistas quieran convertir las "relaciones
existentes" (de producción o de lo que sea) en leyes independientes del tiempo,
quiere solamente decir que su profesión, y la servidumbre de la cual brota, les obliga a
mentir sobre la única posibilidad del conocimiento de la historia, conocimiento que deben
suprimir allí donde se manifieste todavía, suprimir y substituir por sus pequeñas y
grandes mentiras. Pero la economía en tanto que ideología no es más que la supresión
subjetiva de la historia, su supresión en una cabeza o solamente la idea de su
supresión. El desarrollo fulgurante del principio y del poder norteamericanos muestran la
insuficiencia de la crítica simplemente subjetiva de la utopía burguesa, ya que en los
Estados Unidos, por lo menos, se presenta como esta utopía realizada. Muestra allí que
la supresión burguesa de la historia--que ha sobrevivido a su absurdidad subjetiva--no se
ve afectada por las famosas "relaciones de producción" más que a posteriori,
después de haber ejecutado lo esencial de esta supresión. Todos los poderes han
comprendido siempre la necesidad de suprimir las oposiciones particulares; pero la
felicidad norteamericana reposa sobre la supresión del concepto mismo de oposición, de
lo negativo, o sea, al fin de cuentas de la historia misma--al menos tal como algunos
habían creído conocerla. La supresión deliberada de la historia es una estrategia para
hoy. La historia que se suprime ahí no es "wie es eigentlich genesen",
sino más bien lo que se halla ante nosotros, la encrucijada de la posibilidad y del deseo
ante las probabilidades del futuro. Naturalmente, tal estrategia no excluye la supresión
del pasado histórico, es decir de la verdad sobre este pasado, táctica relativamente
fácil de ejecutar desde que se pueden pagar historiadores y educastradores, o suficientes
televisores. Es importante también eliminar de la conciencia común la verdad sobre la
historia que se hace ante nuestros propios ojos, cosa ya más difícil y que
compromete actualmente la más grande porción de los poderes estatales y mediáticos.
Pero lo que es seguro es que no se trata para esta estrategia de lo que
"pensadores", burgueses o burocráticos, podrían subjetivamente proponerse
eliminar. No es un asunto solamente ideológico o de pensamiento. La supresión de la
historia se comprende aquí como la empresa política fundamental de los
propietarios de la sociedad fundada sobre el dinero moderno, y los Estados Unidos se
entienden aquí como la primera sociedad fundada sobre la práctica sistemática de la
supresión de la historia, esa conspiración de la felicidad entre el estado y el
dinero.

III. EL DINERO SEGUN
SU CONCEPTO
"No sé si entre los suecos asesinados se podía
encontrar alguno que no hubiera sido abierto en canal, y esto era por la siguiente razón:
mientras recogían despojos en el campo de batalla, los campesinos encontraron el cadáver
de un grueso soldado cuyo estómago había sido abierto tan profundamente con una espada
que los intestinos se veían. Ya que el intestino estaba abierto, uno de los campesinos
vio adentro un ducado; al inspeccionar encontró más. Entonces los campesinos empezaron a
abrir otros cadáveres, encontrando en unos monedas, en otros suciedad. Hasta a los suecos
que encontraron vivos en el bosque los revisaron para encontrarles cinturones con dinero,
luego les abrieron el estómago con un cuchillo y revisaron los intestinos. Sólo cuando
no encontraban nada decían: "Vete a casa, ladrón, villano; ya que no tienes botín
te concederé la vida".
LAS MEMORIAS DE JAN CHRYZOSTOM Z GOSLAWIC PASEK, Edición de la Kosciuszko Foundation, N. Y.
Voy a retomar aquí brevemente la cuestión del valor,
porque todavía no ha sido resuelta, y porque está intrínsecamente ligada a la
comprensión del dinero y de la riqueza. Desde el principio de la discusión sobre esta
cuestión se ha querido discernir en el valor dos componentes: el valor de uso y el valor
de cambio. Se han sopesado el uno y el otro, y se ha optado por el uno o por el otro, con
mayor o menor felicidad. Se han ennegrecido miles de páginas en relación con este punto
de discusión, no siempre claro: uno decía que esta escisión constituía el origen
propio de la creación del capital, mientras que el otro estaba convencido de que el valor
de cambio no había podido formarse más que como agente del valor de uso; al fin, se
impuso entre los más lúcidos la conclusión de que este famoso valor de uso había
terminado por desaparecer, canibalizado por el cambio. Con la publicación, en 1979, de Una
Encuesta sobre la naturaleza y las causas de la miseria de la gente (Jean Pierre
Voyer), la discusión toma por primera vez un sesgo opuesto al economismo marxista
prevaleciente hasta entonces. Para Voyer, valor designa el hecho (que de acuerdo a
sus luces considera escandoloso) de que las mercancías piensan y hablan, el hecho de toda
cosa en el mundo de la mercancía se encuentre como poseída por el pensamiento (la idea)
de su intercambio con otras cosas, el hecho de que sean las mercancías mismas las que
conduzcan todas esas interminables negociaciones de los intercambios, que piensen sin
cesar en el dinero, esa "idea presente en todas las mercancías", esa
verdadera "sustancia que existe". De ahí Voyer concluye que "el
valor es la idea de la sustancia". Dado que desde entonces hasta ahora, nadie
había enfrentado el desafío, la discusión se detuvo allí.
El exámen dialéctico del dinero nos permite continuarla.
Lo evidente en la estructura de dinero moderno es la
identidad del valor en tanto identidad del valor de uso y del valor de cambio. Es
inútil lamentar la victoria del valor de cambio que se hubiera impuesto al valor
de uso y lo habría inexplicablemente reducido a su merced al identificarse con "todo
uso posible". Habría que explicar más bien cómo esta identificación ha podido
producirse. No se trata de un milagro y ya no es posible limitarse a señalar
"constantes" de la economía capitalista, tal como la "baja tendencial del
valor de uso". Hay que exponer las razones reales de esta victoria aparente del
cambio sobre el uso.
Señalemos algunos puntos sobresalientes:
1) En vez de una guerra entre el cambio y el uso, y en vez de la
victoria del uno sobre el otro, lo que el dinero prueba a diario al realizarla, es
la identidad concreta del uso y del cambio. Para el dinero, desde un comienzo, el único
uso ha sido el cambio. Desde siempre sólo se ha podido utilizar el dinero para realizar
el cambio. Este último es el objetivo del dinero y es sólo mediante el cambio que el
dinero se usa.
2) Luego, el dinero proviene del cambio. El dinero sólo puede
obtenerse mediante el cambio dado que no alcanza a existir fuera de él. Nadie se
enriquece salvo mediante el intercambio, y sólo quienes han comprendido a cabalidad este
uso efectivamente se enriquecen.
3) Por último, nada menos que la victoria absoluta del dinero
sobre el conjunto de la formación social resulta de esta identidad concreta del uso y del
cambio, ya que mediante ella el dinero se identifica a la humanidad y a la sociedad
global, que es ella misma un producto de esta identidad. El economista italiano Galliani
ha resumido de la mejor y más elegante forma, esta cuestión y su respuesta: La
riqueza es una relación entre dos personas. Lo que sorprende en este asunto es que
todos los teóricos del dinero y del capitalismo, de Smith a Marx y hasta los
situacionistas, están completamente de acuerdo en que el cambio es una relación social.
Pero han omitido concluir: "el emisario provisto de plenos poderes" (del
cual Debord habla con tanto desdén), ese agente plenipotenciario del cambio, el dinero
vilipendiado, detestado y calumniado, es de hecho el "ardid" de la razón
dialéctica, ya que al imponerse, el dinero también impone el cambio, la relación social
como única fuente posible de toda riqueza, lo cual no es poco decir.
El concepto del valor es por lo tanto una pura invención de la
economía, una trampa de la ideología cuya función es esconder el objeto verdadero
detrás de todo esto: la riqueza. Hay que comenzar por derribar este ardid. Digan lo que
digan los economistas y Marx, el valor no existe más que en la riqueza, solo para los
ricos entonces. Los pobres no conocen el valor más que imaginariamente, como un
puro espectáculo. El único valor real es la riqueza, y solamente la riqueza puede ser
planteada como el fundamento del valor. No es sorprendente que en el mundo irreal de los
que carecen de historia, de los pobres, mundo que en todo hace y dice lo opuesto, esta
banalidad de base haya devenido el misterio más grande. En oposición a las necedades
economistas y a los ideologismos marxistas, hay que establecer claramente cual es la
naturaleza de la riqueza. La riqueza no existe, no es lo que existe, lo existente
abstracto y la positividad indiscutible que cada uno encuentra alrededor de sí mismo, y
también en sí mismo como fait accompli al nacer y a lo largo de toda la vida. La
riqueza no es lo que se hereda, el mundo como tal, sino una práctica, la práctica
de la historia. El valor, la riqueza, es lo que actúa en lo existente para transformarlo,
la fuente del cambio, lo único que puede llamarse la historia, el poder humano negativo
que hace que algo cambia en el mundo. Al contrario de lo que dice el espectáculo
entrópico-melancólico dominante, la historia jamás ha sido la lucha por la
conservación de lo existente, sino la lucha por su transformación. Es solo en tanto que
se transforma que lo existente puede ser llamado la riqueza histórica real. Asimismo, es
solamente en la medida en que es lucha por esta transformación --su sentido y su
resultado pero además por quién va a efectuarla-- que la lucha puede ser llamada
propiamente histórica.
De lo anterior resultan algunas consecuencias: en primer lugar,
la división del valor en valor de uso y valor de cambio es una pura invención
economista. El paso de uno al otro, que según Marx funda el capital, no es más que un
cebo ideológico. La apariencia de este paso no subsiste más que en la economía, y no es
más que en el falso pensamiento económico que la mercancía se escinde en dos supuestas
realidades distintas, hasta el momento en que una de estas realidades toma la delantera y
decide "efectuar la guerra por cuenta propia" (Debord). El llamado valor
de cambio no ha podido jamás devenir el condottiere del valor de uso por la
excelente razón de que ha siempre sido la supresión/conservación de este, no su paso al
otro sino la prueba de la irrealidad esencial, de la falta de substancia de este llamado
valor de uso, la refutación de su independencia. Hay que preguntarse más bien: ¿A
quién sirve intercambiar, cui prodest? La única respuesta válida, concreta, es
que la actividad del intercambio (como Malinowski pudo establecer para los autóctonos
melanesios) es, para el intercambista, fuente de riqueza. El valor llamado de cambio, es
decir el intercambio, es sencillamente el valor, o el principio de la riqueza, y este
valor solo es riqueza en tanto puede ser utilizable como poder concreto, como mi transformación
efectiva de lo existente, mi historia. Mandar sobre el valor llamado de cambio,
sobre la riqueza,--de hecho, sobre el dinero-- es mandar sobre un uso particular de la
fuente universal de toda transformación. No se es rico por el simple placer de ser rico;
no se intercambia por el simple placer de intercambiar. Se es rico y se intercambia por la
compleja felicidad de transformar todo lo que existe, y nos rodea, para hacer historia.

IV. EL METODO
HISTORICO
"Al ser el dinero mismo la comunidad, no
puede tolerar otra enfrente suyo".
K. Marx
El proceso de creación de un nuevo método (o principio)
histórico pasa por la crítica del método precedente. El advenimiento del dinero moderno
significó la supresión de las antiguas bases religiosas del poder. El dinero se apoderó
de la vieja esfera del poder separado, se instaló allí como el mediador absoluto y
suprimió la independencia "divina" de esta esfera. Esto significó a su vez un
cambio radical en la naturaleza misma del poder. Si hasta entonces el poder lo era porque
lograba nolens volens, controlar lo existente (de hecho, impedir que se
volviera real todo lo que escapaba a su control), lo será de ahora en adelante en la
medida en que posee el secreto y el medio de su transformación. En nuestros días,
el único poder real es el poder de transformar lo existente, y la única riqueza consiste
en la posesión y el usufructo de un cierto número de unidades de este poder. No es
solamente que "el genio de occidente ha tendido, desde hace mil años, a
introducir el cambio en todos los dominios". Este genio ha sobre todo hecho del
cambio el método histórico supremo. En lo sucesivo, todo sistema histórico social, esto
es, en el cual los hombres hacen la historia, se fundará sobre la forma, el principio, el
método o el poder de transformación de lo existente que emplee, siguiendo el principio
negativo: sin transformación no hay historia. Y el propio método de cambio es
histórico, y está sujeto al cambio. La historia existe, al contrario de lo que los
Estados Unidos nos quieren hacer creer, porque los medios de hacerla cambian también. Los
teóricos del capitalismo moderno proponen el fin de la historia porque creen ver en el
dinero no solamente el más efectivo, el más práctico y el más universal, pero también
el último método de la transformación del mundo. El mundo, con toda seguridad,
continúa transformándose, pero no la manera de hacerlo. Los métodos de cambio han
cambiado, pero ya no cambiarán más. Es una conclusión tranquilizadora.
De aquí se puede deducir fácilmente lo que un ex-situacionista
ya había comprendido en 1964: la "plusvalía" no tiene nada que ver con el
capital, excedentario o no, y todo con ciertas cantidades "de energía liberada
para intervenir en nuevos dominios". Así, el tiempo del dinero domina
efectivamente al mundo, pero no lo domina en tanto que "tiempo de la producción",
esa aburrida "acumulación infinita de intervalos equivalentes"; no lo
domina tampoco como "tiempo espectacular", ese fantasmagórico "tiempo
de la realidad que se transforma, vivido ilusoriamente". El tiempo real del
dinero es, para hablar con propiedad, el tiempo de la realidad, es decir, el tiempo de
la transformación de todo lo que existe, del cual, ciertamente, los pobres
espectadores están completamente excluídos. La base de la omnipotencia y de la
seducción del dinero moderno es que bajo su forma libre, el dinero ha sabido imponerse--y
continúa extendiéndose--universalmeante como el método más efectivo para la
transformación de lo existente, o realización de lo real, y que en ese campo no conoce
competidor serio, a pesar de los esfuerzos aislados y reprimidos de algunos pobres. Si
entonces el valor y la riqueza reales equivalen siempre a la transformación de lo
existente en realidad, es lógico que esta realidad aparezca concentrada en el dinero y
que este pueda presentarse como la fuente de todo valor. No es entonces, como lo cree
Debord, en tanto que "representación de la equivalencia central" que el
dinero domina a la sociedad. Si la colosal empresa de sugestión que acompaña fielmente
al dinero, el espectáculo integrado, es efectivamente "el dinero que es
únicamente contemplado", lo que se mira allí no es, abstractamente, esta
equivalencia central o carácter intercambiable de todas las mercancías; si no se mirara
más que esto, la rueda positiva del espectáculo dejaría muy pronto de girar. Al
contrario, lo que se le muestra a los espectadores embrutecidos y lo que se les obliga a
vivir de manera ilusoria es justamente el magnífico poder y la maravillosa aventura de la
transformación realizada por el dinero, cómo éste crea o destruye civilizaciones.

V. RAGIONE TRA DUE
PERSONE
"¡Cara santa, Fortuna, diosa muda que haces hablar a
todos los hombres, que no puedes hacer nada y vuelves a todos capaces de hacerlo todo, tú
que eres el precio de las almas, con quien el infierno mismo vale el cielo! Haces las
veces de la virtud, del honor, de la fama y de todo en el mundo".
Ben Jonson, VOLPONE
La grandeza, la omnipotencia y el éxito fenomenal del dinero
absoluto están estrechamente ligados a la mundialización del principio de la riqueza
como "una relación entre dos personas" (Galliani). Esta formulación
debería bastar para derribar todas las pamplinas económicas y marxistas sobre la
acumulación del capital y la plusvalía. Ahí donde existe según su concepto, como en
los Estados Unidos, es este principio el que rige las conciencias, y no las estupideces
economistas. Allí, el dinero ha podido desarrollar este principio revolucionario hasta la
creación de un sistema universal de relaciones entre los individuos, cuya jerarquía se
establece sobre la base del intercambio dicho libre de todos con todos, sobre la
comunicación universal, y todo esto con un solo propósito: la riqueza individual. A este
sistema se le llama de ordinario el mercado, pero de hecho es el ágora
espectacular moderno, el punto de confluencia de todas las fuerzas de la dominación
contemporánea, la base práctica del dinero absoluto.
En otros tiempos, bajo el imperio de dios, que sólo reconocía
el comercio con los poderes del espíritu, el acto humano no era concebido --ni
conocido-aún, bajo su forma histórica: transformación deliberada de lo existente. La
relación con el otro no tenía sentido más que en tanto que estaba mediatizado por la
persona de dios. La riqueza no era aún una relación entre dos personas, sino solamente
la relación con este pensamiento. Sí había transformación, historia, pero no se
conocían ni se entendían como mi historia, mi cambio, sino solamente como
la obra y la mano de dios. Cuando por fin el dinero funda toda la riqueza, dios se vuelve
superfluo puesto que ahora lo que funda la riqueza es mi relación contigo, por ejemplo,
mi división de tu trabajo. Quien no percibe el aspecto revolucionario de este principio
no puede comprender nada del mundo moderno. El dinero no se limitó a traer la riqueza
sobre el escenario terrenal, sino que también encontró su verdadera definición: lo que
resulta de la relación entre dos personas, lo que sucede cuando las gentes comunican
directamente, prácticamente, la historia hecha conscientemente.
En el espectáculo histórico moderno, este principio está
conservado en tanto que ilusión para el uso de los pobres. Los ricos, en cambio, no pagan
tributo a este tipo de ilusión. Ellos saben por la práctica que la riqueza es una
relación con el dinero, mientras que la "relación entre dos personas" que la
acompaña es como la del león y la gacela. Los nuevos héroes míticos del dinero
espectacular--los Milken, Boesky, Buffet, Soros, Davies--son los que esta sociedad imagina
como lo mejor que puede dar de sí: la felicidad en la aventura del dinero. Estos "señores
del dinero" han quemado todos los puentes que podrían todavía atarlos a la
industria y el comercio. Proponen y practican una nueva actividad: la pura operación
especulativa del dinero. Si en la operación de la división del trabajo, el trabajo no
existe más que en tanto que es suprimido, bajo el dinero espectacular es la división
misma del trabajo que a su vez no existe más que en tanto que es suprimida: no se trata
de ahora en adelante más que de la pura operación de la división del trabajo
pre-dividido. Y la práctica para estos ricos especulativos ya no es más la pura
práctica de la división del trabajo, sino la práctica de la división pura, no
solamente la idea de la división, no solamente el resultado de esta división, sino la
operación misma que comprende la idea y el resultado como sus momentos. Es la división
infinita de la actividad pre-dividida, la supresión infinita de la independencia y de la
inmediatez de esta pre-división del trabajo lo que constituye el poder real, práctico,
de la riqueza. Es divertido constatar que el placer del rico espectacular consiste en
dividir el placer del rico pre-espectacular, que su práctica no es más que división al
infinito de la práctica de la división del trabajo efectuada por los ricos
pre-espectaculares. Esta tercera fase del dinero hunde sus raíces en las más viejas
instituciones financieras, sobre todo bancarias y crediticias. Se puede situar su
principio en la supresión de la independencia financiera de las grandes monarquías
europeas. Jakob Fugger, Jacques Coeur, los Medici y los otros Lombardos --Frescobaldi,
Bardi, Peruzzi y Alberti-- probaron al efectuar esta supresión, que la sucesión de los
reyes y la sobrevivencia del papado no eran un asunto divino sino simplemente financiero.

VI. EL DINERO LIBRE
"Este rey es un gran mago; ejerce su imperio sobre el
espíritu mismo de sus sujetos; los hace pensar como él quiere. Si no tiene más de un
millón de escudos en su tesoro, y si tiene necesidad de dos, no tiene más que
persuadirlos de que un escudo vale dos, y ellos lo creen. Si hay una guerra difícil de
mantener, y está falto de dinero, no tiene más que meterles en la cabeza que un pedazo
de papel es dinero, y ellos se convencen de eso inmediatamente".
Montesquieu, CARTAS PERSAS
Históricamente el mercado pre-existe al dinero, pero en su
forma moderna, o absoluta, el mercado es una creación del dinero. La felicidad en el
dinero libre presupone la extensión indefinida de esta libertad mercantil, de donde esta
primera fase del capitalismo universal, el neo-imperialismo norteaméricano, que ha sido
efectivamente una guerra de conquista de las condiciones de la libertad del dinero. Y su
resultado ha sido la creación y la colocación de un sistema mundial del dinero. Es este
sistema el que continúa en nuestros días persistiendo y desarrollándose. Los que
atribuyen el supuesto declinar de los Estados Unidos a la degradación de su antigua y
poderosa base "industrial y comercial" no han comprendido nada del dinero
moderno. Ignoran que el momento espectacular de este es también el de la disolución de
los antiguos estados mayores comerciales e industriales que, con la ayuda militar y
política de sus estados, subyugaban o se disputaban áreas de influencia o de despojo en
el mundo. No saben que en la tercera fase de la civilización mercantil las
determinaciones particulares del dinero han terminado por disolverse. En el momento en que
tantos consejeros financieros norteamericanos lamentan la "colonización" de los
Estados Unidos por el Japón, y enarbolan la vieja fórmula "ownership means
control", los nuevos ricos japoneses responden correctamente que no perciben
ningún olor, y que no ven ningún sol naciente o barras y estrellas sobre el dinero;
simplemente, este no puede dejar de ir donde encuentre los medios y las condiciones más
favorables--esto es, las más libres--para su operación. Al mismo tiempo que el dinero
termina por penetrarlo todo, siguiendo su trabajo muy hegeliano de supresión universal de
toda historia particular, las naciones y las razas del mundo entero se despiertan--y se
arrodillan--ante la potencia civilizadora del dinero. Así, la compañía Nissan puede
permitirse anunciar ahora que habiendo comenzado por fabricar automóviles, termina
haciendo la historia.
El mercado es una guerra, y el dinero es al mismo tiempo
la pólvora y el trofeo de esta guerra. Lo que es invisible en esta guerra no es la
"mano" del mercado, sino la de la élite mercantil que encuentra allí el
terreno de su juego, apoyada en el brazo de hierro del estado. Un hombre de estado
japonés, más audaz o talvez más lúcido que otros, ha dicho de las naciones modernas
que "la guerra económica es la condición de su sobrevivencia en el mundo libre".
Por supuesto, como algunos lo saben, esta guerra no tiene nada de económico. El objetivo
en la guerra mercantil no es el crecimiento "económico" irracional, o la
supremacía de una unidad nacional o una zona de desarrollo, sino más modestamente la
libertad del dinero, libertad que necesita el mantenimiento de la estabilidad de las
condiciones -- y sobre todo de las condiciones financieras-- de este crecimiento, lo cual
no es la misma cosa, ya que esta estabilidad exige sacrificios y hasta la imposición de
retrasos importantes en la tasa de crecimiento, como la historia de las intervenciones del
banco central norteamericano (Federal Reserve Bank) lo ha probado muchas veces.
Se llama "libre" al mercado porque la actividad del
intercambio no conoce otros límites que los de la guerra que ahí desarrolla la élite
del dinero, la internacional estatal-mercantil. Como toda guerra, está contenida por
ciertas "leyes", que son mecanismos auto-correctivos suplementados por el
estado. Por supuesto, no se trata de invocar estas leyes más que cuando el
encarnizamiento y la aspereza de la ganancia, el furor de la práctica del dinero,
amenazan la estabilidad del todo: la mano entonces visible del mercado no puede
transgredir de ninguna forma las restricciones que le impone, para su propio bien y a
veces para su sobrevivencia misma, el brazo invisible del estado. Cada vez que el
movimiento semi-autónomo del mercado corre el riesgo de romper las instituciones de la
estabilidad mercantil, el estado interviene. Por otra parte, en la cuestión del
"libre intercambio", que tanto suscita el orgullo norteamericano, hay que
recordar que el capitalista norteamericano no solamente no ha escogido la forma del
intercambio, sino que tampoco tiene la libertad de no intercambiar. Si para los pobres el
intercambio no existe más que bajo su forma imaginaria, espectáculo universal del
intercambio y de su infinita libertad, para los ricos, para aquellos que practican el
intercambio a lo largo del día, la libertad del intercambio no quiere decir en lo
absoluto que pueden escoger como quieran la forma, el contenido, la dirección y la
estructura de los intercambios. Todas estas cosas son dictadas de antemano por el dinero.
El "libre intercambio" significa solamente que se ha liberado de sus
restricciones y especificidades propiamente humanas. El acto del intercambio, el
enriquecimiento, está completamente divorciado de la "relación entre dos
personas", y son de ahora en adelante las cosas que se intercambian con toda
independencia. Al contrario de la formulación de Hegel, son entonces los hombres quienes
han devenido aquí los "intermediarios infelices" del dinero, ya que el
intercambio mismo no es más que el medio de otro fin, el instrumento del gran conceptor,
el Señor Dinero. El propio Marx termina por admitir que "el objetivo no es el
intercambio de materia, sino el cambio de forma", y que por este sesgo es que el
dinero deviene "el dios de las mercancías".
Por último, el mercado y la forma del intercambio que lo
sostiene son ellos mismos históricos y como tal deben de seguir los momentos históricos
del dinero.
1) El mercado comercial. El dinero no existe todavía
según su concepto, y las transformaciones que suscita no son universales, no afectan las
comunidades más que marginalmente, donde intersectan a otras comunidades. Es la edad
media del mercado, su momento caballeresco.
2) El mercado propiamente mercantil, es decir, el momento
en que todo ha sido transformado en mercancía, cosa deliberadamente hecha para el
intercambio, y en el que este se vuelve universal al mismo tiempo que su condottiere,
el dinero. Esta fase representa una primera mancha del puro intercambio comercial, ya que
la producción en masa de la mercancía se arma de las tácticas mercantiles
"sucias", sea para triunfar contra la competencia universal desencadenada por el
desarrollo fulgurante del poder de transformación del dinero, sea para aplastar todo
deseo de revuelta de parte de las bestias humanas que se han encadenado a esta
producción.
3) El mercado espectacular, que es una creación pura del
dinero absoluto. Con esta tercera fase, todo vestigio todavía tradicional o caballeresco
del comercio se ha perdido, puesto que aun los pequeños intercambiantes están poseídos
por el furor del dinero y sueñan con aplastar a la competencia para fundar sus imperios
especulativos. Aquí la totalidad del mercado ha devenido una guerra sucia, regida al
igual que los estados por la inteligencia ofensiva, en que cada uno trata de
penetrar en los secretos de la competencia; por la seguridad y la contrainteligencia,
que son los medios de ocultar los propios secretos; por las operaciones especiales,
que son la guerra secreta de las redes clandestinas y de espionaje para el terrorismo
industrial o financiero; por la guerra política que es la guerra de las palabras:
rumores, mentiras, alteraciones de la verdad, etc; y por la desinformación que es
la semilla clandestina de la mentira.

VII. LA ECONOMIA
ESPECTACULAR
"El dinero, decían los Siete Sabios de Grecia, es la
sangre y el alma de los hombres, y el que no lo posee camina muerto entre los vivos".
Scipion de Gramont, LE DENIER ROYAL
Según Marx el conflicto esencial del capitalismo es también un
conflicto universal: se presenta cada vez que "los poderes productivos ya
adquiridos" no pueden existir más "unos junto a otros" con las
"relaciones sociales existentes". Marx estaba convencido de que bajo el
capitalismo, mientras los poderes productivos se desarrollaban libre e indefinidamente,
las relaciones sociales quedaban atrás de este desarrollo, y que cada vez esta
contradicción no podía dejar de ir hacia su explosión y resolución, o sea conflicto,
revolución, nueva sociedad. Lo que el mundo moderno, con los Estados Unidos a la cabeza,
muestra, es otra cosa: las relaciones sociales --es decir su ausencia, su escasez, su
vacío-- se desarrollan asimismo tan rápidamente y con la misma flexibilidad dialéctica,
la misma agilidad diabólica que los poderes dichos "productivos" (señalemos de
paso que poderes improductivos, eso no se ha visto nunca)--es decir, la riqueza, la
comunicación, la transformación. Si los llamados poderes productivos no son otra cosa
que la riqueza, las llamadas relaciones sociales no son más que la miseria, o la
alienación de esta riqueza. La riqueza en el dinero no podría en ningún caso
desarrollarse sin que se desarrolle al mismo tiempo la alienación que funda esta dinero:
su destino está ligado y no desaparecerán más que juntos. Al mostrar esto, el mundo
refuta a Marx y su limitación economista: los poderes de la riqueza continúan existiendo
"unos junto a otros" con la ausencia creciente de poderes de la miseria (de la
riqueza alienada), con "las relaciones sociales". No se crea ningún antagonismo
rígido entre la "clase propietaria" y la "clase proletaria", y más
que esta gradual simplificación de las oposiciones de clase que sería, según Marx, el
carácter distintivo de la época moderna, esta ha traído una gradación espectacular
indefinida de las oposiciones, con la creación de sub-clases (como la llamada clase
media, la clase específica de la felicidad norteamericana), de oposiciones simplemente
geográficas o étnicas, o aun oposiciones históricas entre las clases dominantes de
diferentes regiones de desarrollo. Nuestra era no ha "redistribuido" entonces
las nuevas cartas de la lucha de clases: ha creado, completamente, nuevas cartas. Quiero
señalar por este ejemplo una verdad más general: la estrategia del desarrollo de la
riqueza es inseparable de la estrategia del desarrollo de su alienación. La producción
moderna de la ilusión, por ejemplo, el espectáculo, es una estrategia mundial reciente
de la "relación social" de la miseria. Es entonces un craso error el subestimar
la capacidad del capitalismo de crear novedad en el dominio de la miseria, siendo que, al
contrario, se ha mostrado tan apto en ello. No mencionaré más que de paso aquella
innovación burocrático-estatal de los países del este, que ha contribuido tanto a la
formación del espectáculo moderno. Luego el consumo de masa, depurado en consumo por
segmentos (basado en la edad, el sexo, la profesión, el salario) ha sido una novedad que
ha tenido mucho éxito, puro mercadeo triunfante, así como la formación de la clase de
los gerentes, la policía del trabajo, a quien se ha encargado de administrar los
intereses de los amos por medio del control de la inquietud de los asalariados. Es un
golpe brillante de política social, el matrimonio de la sociología y del mercadeo. Pero
el descubrimiento "social" más grande del espectáculo norteamericano es que,
del punto de vista del consumo, no hay diferencia entre la cabeza y el estómago, puesto
que igual que se puede llenar uno, se puede atiborrar la otra. Al consumo puramente
mercantil presentado por la antigua economía bajamente utilitaria ("el obrero es
un esclavo que se alimenta de mercancías", Voyer dixit) los Estados
Unidos oponen ahora el consumo puramente espectacular, presentado por la valiente nueva
economía. Se trata siempre, por supuesto, de economía, es decir, de una ideología
manufacturada para los pobres, una teoría falsa del mundo destinada a esconderles la
naturaleza real de la riqueza así como las posibilidades reales, prácticas, de acceder a
ella desde ahora. Pero esta ideología se presenta ahora como el contrario de la vieja
ideología económica. No se trata ya para ella de satisfacer las gruesas necesidades
cochinas de la humanidad, sino sus necesidades más elevadas, sus necesidades reales, su
sed de riqueza absoluta, de felicidad total. La economía espectacular se da cuenta del
error grosero de la economía utilitaria: dice ahora con Voyer que la comunicación es el
principio del mundo, y que justamente ella está como por casualidad colocada en el mejor
lugar para alimentar a los pobres con la comunicación. Si con el salario los ricos han
podido satisfacer la exigencia elemental de los pobres de participar en la riqueza, en la
transformación del mundo, con la ideología de la felicidad secretada por la economía
espectacular creen responder a la crítica y a la insatisfacción de estos asalariados,
quienes se han dado cuenta a su vez que un salario no podrá jamás realizar su humanidad.
Si el régimen asalariado había puesto en la cabeza de los pobres la idea de la riqueza,
la ideología de la felicidad se presenta como la realización de esta idea. Y la
economía espectacular le da toda la razón al asalariado: el salario es dinero pobre, y
nunca nadie se enriqueció al trabajar para otro. Sí, dice ella, el intercambio universal
e infinito, la operación de la división del trabajo son lo que hay de rico en la
riqueza, en el dinero. Sí, dice ella, nuestro mundo no es productivista, es rico, etc.
Solamente, añade, en los Estados Unidos al menos, ningún
asalariado está condenado al salario, a la miseria del simple consumo utilitarista. Esta
situación se puede remediar inmediatamente: "Las puertas del club de los
millonarios no están cerradas con llave", pudo afirmar el millonario J. P.
Getty. En los Estados Unidos al menos, todos pueden intercambiar, todos pueden dividir el
trabajo, todos pueden enriquecerse en el dinero. La capacidad de utilizar el trabajo y su
división con fines no utilitarios, con fines de comunicación y como materia de la
comunicación, esta capacidad no se le rehúsa a los asalariados norteamericanos. Si
entonces es bien cierto que el dinero salario les da ideas de riqueza a todos los
asalariados, no es cierto que se le nieguen los medios de alcanzarlo. Por supuesto, hay
que saber emplear con destreza las oportunidades que se presenten, y a fin de cuentas, eso
no depende más que del individuo. Así, la ideología de la abundancia anti-económica
viene oportunamente a enfrentarse a la revelación inminente y peligrosa de la falsedad de
la escasez económica. La escasez talvez ha podido existir, pero según esta ideología,
en los Estados Unidos al menos, los comerciantes han terminado por suprimirla. La
abundancia post-económica es simplemente la escasez suprimida por el intercambio libre,
por la comunicación infinita de los comerciantes.

VIII. LA FELICIDAD
COMIENZA AL FINAL
DE LA HISTORIA-BIS
"Lo que han impuesto por la ilusión de la felicidad en
el consumo de algunas migajas de confort precario, ahora tienen que, en un momento en que
pueden hacerlo perfectamente, consolidarlo, y no espantarse ante métodos más duros".
Anónimo, CHERNOBIL,
ANATOMIA DE UNA NUBE, Ediciones Gérard Lebovici, 1987.
La mercancía norteamericana propiamente dicha, la estrella del
consumo puramente espectacular es la ilusión, que se representa en su forma más
corriente como la industria del ocio, el entertainment. En este dominio el
espectador conoce sobre todo des-ilusiones, pero no puede resistir al encanto ni
logra desatarse de la ilusión central de la felicidad norteamericana (la que permite
soportar todos los vejámenes que acompañan a la sumisión al espectáculo). Esto surge
del hecho de que la ilusión de la felicidad es la ilusión que las resume a todas. Y son
los Estados Unidos, no la Rusia llamada soviética, como lo creía este revolucionario
rumano de 1929, que han devenido "una máquina para fabricar la felicidad".
El dinero absoluto se presenta como la realización de la
felicidad para todos. Así, la historia pudo haber sido, en otro tiempo, necesaria, pero
ahora ya no lo es más. No es sino ahora que puede decirse que todas las bases de la
felicidad están dadas. A la inversa, desde que se proclama la felicidad como resultado de
la historia, esta debe desaparecer automáticamente, puesto que no pueden coexistir
pacíficamente. Es solo cuando se cree saber que la historia no volverá por lo pronto a
arruinarnos los planes, que se puede decir de ella que ha terminado. En los Estados Unidos
es un especialista y pensador de estado (Fukuyama) quien primero enunció, fingiendo gran
tristeza, esta esperanza, mientras que en Francia serían, según el tecnoputo Minc,
"los mejores espíritus" quienes hubieran pronosticado "con
presunción el fin (de la historia)". He aquí por qué quien quisiera, ahora,
saber si los Estados Unidos poseen efectivamente una historia, y en el caso afirmativo, en
qué podría consistir, ha llegado demasiado tarde: los Estados Unidos se declaran
oficialmente post-históricos. El mismo Minc revela, sin darse cuenta, el secreto de la
cosa cuando escribe con genuina alegría que "jamás la situación habrá sido tan
brillante para los que poseen, categoría eminente y respetable, y para los tramposos,
categoría en vías de expansión". Finge solamente no saber que se trata aquí
de las mismas personas.
La proclamación presuntuosa o banal del fin de la historia es
la confirmación suprema de los objetivos fundamentales de la sociedad norteamericana. Lo
negativo pavimenta la ruta de lo positivo, dice ella, pero desde el momento en que lo
positivo existe, lo negativo no tiene más que desaparecer. Con la desaparición de lo
negativo desaparece también el mal, el malvado, inquieto, antiguo y coriáceo obstáculo
a la felicidad general. Aliviados, los Estados Unidos pueden decir por fin de la historia
misma que "it's history", lo que quiere decir que no tiene ninguna
importancia, que no pertenece ya al presente y que por lo tanto ya no interesa. Es cierto
que con el nombre de la cosa se ha mantenido algo de la cosa, puesto que no es suficiente
decir--¡aún a los norteamericanos!--que la historia ha terminado; y puesto que en la
realidad, apenas suprimida la historia, hubo que encontrarle un substituto, una especie de
historia manufacturada, o artificial. Hay que establecer adónde se fue esta cosa, y lo
que hay que hacer al respecto de ahora en adelante, como aquel eminente general francés
que dictaba por la noche la orden de la batalla de la mañana siguiente, y daba la línea
en la que debía comenzar el contraataque; al recordársele que esta línea ya no
existía, puesto que el enemigo se había apoderado de ella el día anterior, el general
respondía entonces con una sonrisa de conocedor: "Es para la historia".
El espectáculo no experimenta la necesidad de suprimir la historia y de hacer desaparecer
su conocimiento porque tuviera miedo de aquella o porque detestara a este--lo que es sin
embargo cierto. Sencillamente, sigue su lógica de espectáculo, o irracionalidad
inmanente: declara caduco el hecho de engancharse a cualquier conocimiento histórico,
cuando es evidente que el objeto de este conocimiento ha desaparecido, mientras que su
sujeto ha dejado de interesarse en él. He aquí cómo se aprende a conocer la nada. La
idea de la historia, y la posibilidad de conocer su desarrollo y la razón de su
existencia han desaparecido sin hacer mucho ruido. Y pocos han deplorado públicamente su
ausencia. El espectáculo reposa en gran parte sobre la ignorancia que cultiva a
propósito de la supresión efectiva de la historia. En esto solamente la felicidad
norteamericana es idéntica al paraíso bíblico: todo se le permite al norteamericano,
salvo el comer, del árbol de la verdad, la manzana del conocimiento histórico.
Sin embargo, hay una especie de historia que se acepta en los
Estados Unidos, para lamentar su existencia, por cierto: es la que se desarrolla en otra
parte, en condiciones limitadas muy precisamente y que no tocan sus intereses (el
error iraquí). Así, ante sus críticos más ásperos, los Estados Unidos prueban que no
tienen miedo de la historia cum negativo, siempre que no se encuentre, o que no se
ejerza más que fuera de sus fronteras. En el interior de sus fronteras invioladas--los
Estados Unidos no han sido invadidos nunca--la historia se halla dominada. Esto no quiere
decir que le sea permitido al norteamericano conocer o comprender mejor la historia
exterior. Es solo que se le ha acostumbrado a no ver el mal más que en el exterior, o en el
otro, para así darle mayor crédito al bienestar salvaguardado en el interior del
país, este oasis de pacífica racionalidad y de felicidad económica sitiado por el furor
criminal de un mundo que se debate todavía en el barro de infelicidad de la historia, la
cual sí existe, pero solamente para los otros. En forma paralela, allí donde toda
conciencia de lo negativo es sistemáticamente anulada, no existe tampoco la conciencia
desdichada de la decadencia de un mundo, este sentimiento de la pérdida y de la escisión
históricas que han terminado por arruinar lo poco que quedaba de la antigua joie de
vivre europea. En los Estados Unidos, la infelicidad también carece de historia. Por
esto es que el norteamericano, un "alma bella" (en términos hegelianos)
encadenada a una falsa conciencia, se sorprende siempre de los sarcasmos y de las burlas a
que se someten, fuera de su país, su estilo de vida y su ser profundamente feliz. Pero,
fuera de que reconoce aquí la hipocresía envidiosa, el deseo inconfesado de los pueblos
del mundo de matricularse pronto en la escuela de este feliz estilo de vida, se pregunta
también por qué, si se enorgullece de los resultados de su sociedad, debería
avergonzarse de los medios empleados para conseguirlos. Así, de un confín al otro de
este imperio monetizado, ninguna protesta seria se eleva contra las orgías y las
depredaciones de esta universal "traición por interés" del dinero
absoluto.
Acaso solo sea, en último análisis, para impedir que esta
última llegue a sus propias costas que los Estados Unidos se han vuelto los más grandes
exportadores de historia. Hacen su Napoleón desde hace dos siglos. Salvo que en Jena el
espíritu histórico llegaba a caballo, y tronando el cañón, mientras que hoy y en todas
partes, el fantasma post-histórico del dinero absoluto cabalga las microondas y bombardea
con imágenes. La norteamericanización del mundo, de la cual todos hablan como pueden -a
saber, mucho y mal-- sigue exactamente el camino de su espectacularización: la decadencia
--por supresión-- de la sustancia, en provecho de la imagen --por fabricación. En lo
fundamental, el trabajo de los Estados Unidos se ha realizado: ha sabido exportar el
dinero al mundo entero. Aparte del hecho de que la identidad secreta de estos dos polos es
asi revelada, señalemos también el hecho de que, desde ahora, la imagen de la felicidad
norteamericana en el dinero absoluto ha establecido sin discusion su predominio sobre toda
otra forma de cultura o de civilización, pasada o presente. Ha devenido el fin social
universal, el logos todopoderoso del espectáculo universal. Se la encuentra
dondequiera hay dinero, y también donde no lo hay. (Notemos este tercer hecho, que la
ausencia de una cosa pueda ser tan determinante como su presencia--es el "efecto tercer
mundo"). La producción a todos los niveles de esta imagen es una de las
principales producciones del espectáculo norteamericano, y ciertamente la más poderosa.
Ha sido el rayo mágico que ha hecho caer todas las murallas de China, y también las de
Berlín. Dejamos a la ignorancia estipendiada de los expertos mediático-estatales el
cuidado de llamar cultura a esta colección de imágenes, esta gramática audio-visual
producida en masa para la neo-educación del nuevo género humano nacido del dinero
absoluto. Y no es poca cosa, para la estrategia del dinero, el haber "ganado" en
algunos decenios la vieja guerra espectacular trabada, a un costo enorme, por los dos
sistemas rivales del dinero.
Nada ha resistido a la seducción del espectáculo de la
felicidad norteamericana. Me divierte dar algunos ejemplos concretos: en la época de la
Nicaragua sandinista, la cadena del estado burocrático hallaba adecuado pasar películas
sobre la forma de emplear granadas en caso de una siempre inminente invasión yanqui; a
continuación y sin inmutarse transmitía programas norteamericanos idiotas como
"Barnaby Jones"; en el Japón, la mafia de los Yakuza sólo utiliza Cadillacs y
Lincolns negros para colorear mejor su imagen de "duros" al estilo de los de las
películas de gángsters norteamericanas de serie B; en Africa del Sur la estrella más
imitada es siempre John Wayne, mientras que en México es Rambo el favorito de la juventud
urbana despojada de todo, salvo de sus sueños norteamericanos; en Francia se volvió muy fashionable
rehusar las invitaciones a cenar de los amigos en las noches en que se transmitía
"Dallas", lo mismo que en Israel, mientras que en Líbano la guerra se detiene
por el mismo programa; en Kenya son programas con estrellas negras ("The
Jeffersons") mientras que en China el público parece saborear especialmente las
hazañas anfibias de "El Hombre de Atlantis", un programa que se
considera-correctamente, aunque no en el sentido corriente-- "científico y
educativo"; y siempre en Francia, donde el tecnoimbécil Minc ha podido recientemente
llamar a la televisión "el principal instrumento de cultura de un país",
el mismo espíritu trivialmente post-cultural y sometido ha sido llevado todavía más
lejos por el editor de Libération: "La relación con los Estados Unidos no
es ya una relación de fascinación, sino una relación práctica. Vamos a los Estados
Unidos para aprender cosas". Se sabe al leer este estropajo post-izquierdista y
desconstruído, de qué relación se trata, de qué práctica y de qué aprendizaje. Más
recientemente, en su respuesta a la encuesta de la revista Granta sobre la
situación de Europa del este luego de los acontecimientos de diciembre de 1989, el
alemán George Steiner ha comprendido bien que "la imagen, el simbolismo
mediático de los Estados Unidos han sido decisivos". Steiner y sus amigos no
conciben sin embargo las consecuencias decisivas de la insinuación de este simbolismo en
la conciencia de la nueva masa espectadora que se despierta, o mejor dicho se duerme, al
este. En la misma revista, el inglés Stephen Spender, después de haber establecido y
aceptado el papel esencial del espectáculo de la felicidad norteamericana en los cambios
-- efectivamente espectaculares-- que se dieron en los estados burocráticos ("La
muralla de Berlín llegó talvez a prohibir que los berlineses del este llegaran el oeste,
pero fue penetrada y atravesada en miles de lugares por la televisión y la radio que
llevaban a los berlineses del este las noticias y las imágenes del estilo de vida, de la
vitalidad y del espíritu competitivo del oeste"), confirma el poder histórico
del método al revelar que al fin terminó el ciclo asesino de revoluciones seguidas de
contrarrevoluciones, y que alcanzamos ahora una época en que "los grandes cambios
político-culturales son actos de reconocimiento de los estados de conciencia cambiados
entre los pueblos, presentados como faits accomplis por los mass media".
Es inconscientemente una descripción exacta de la estructura del espectáculo integrado
moderno. Lo que los Estados Unidos exportan así con todos los medios de su imperialismo
"simbólico", o espectacular, ya no es la historia, de la cual han
sistemáticamente prescrito la inutilidad, sino solamente su supresión espectacular, que
ha sido probada, y con tan buen éxito, dentro de su territorio. Cuando el funcionario
Fukuyama anuncia la segunda agonía de la historia con la victoria de la "democracia
liberal occidental" (léase: sociedad espectacular-mercantil) en los países del
este, esto significa solamente que allí también la vía real del dinero está
pavimentada, y que, desembarazada de lo negativo, se encuentra lista para acoger el carro
triunfante de la felicidad norteamericana.

IX. LA ADMINISTRACION
DEL CONFLICTO
"En lo sucesivo la teoría misma va a ser una ciencia
aplicada. El fin que persigue, no es solamente saber, comprender, prever, sino también
hacer crecer el poder del hombre sobre los fenómenos económicos y de enseñarle el buen
uso de ellos. La revolución macroscópica ha subordinado la ciencia a la política y la
teoría a las aplicaciones. El ideal científico que persigue el economista
contemporáneo, no es ya tanto un sistema de explicación de la red de los fenómenos
económicos, sino más bien una técnica de acción sobre los conjuntos".
D. Villey y C. Neme, PETITE
HISTOIRE DES GRANDES DOCTRINES ECONOMIQUES (1953) (Pequeña historia de las grandes
doctrinas económicas)
Los propietarios estatal-mercantiles de la sociedad donde domina
el principio del dinero absoluto se dieron cuenta muy pronto del peligro contenido en este
principio. Al perseguir la riqueza como una relación entre dos personas, los pobres
buscan de hecho la historia, que se encuentra condensada allí toda entera. Al practicar
el dinero con encarnizamiento y al seguir a la letra las instrucciones mismas de la
economía espectacular, los pobres norteamericanos corren el riesgo de descubrir el
secreto negativo de su método, o su "mal" uso. Es por esto que el dominio de
este principio, que se ejerce también sobre la élite mercantil, conlleva la
reformulación permanente del problema fundamental de la sociedad post-histórica,
comunicacionista y feliz: cómo impedir a las gentes que hagan su propia historia al mismo
tiempo que se les expone al único medio autorizado para hacerlo. Sin duda, no se trata de
que los pobres, los sin-historia, se apoderen deliberadamente--o incluso
accidentalmente--de los medios de hacer la historia, para sus propios fines y sin esos
famosos intermediarios, que siempre han sabido cortarles el paso. En tanto que la masa de
empleados (léase "buscadores de dinero") siga siendo solamente asalariada, no
hay ningún peligro real. El salario no "toca" al dinero, se le hace solamente
creer que lo hace. La esencia de la economía espectacular está contenida en este
"solamente creer". Si en la época de dios había sido necesario a los ricos
divinos contener el peligro de aquel principio en los límites de la religión organizada,
en nuestro tiempo, bajo el principio del dinero, los ricos terrestres han comprendido que
la felicidad democrática (el libre acceso al dinero) no puede descansar más que sobre la
supresión espectacular de la historia. Solamente por medio de esta supresión se puede
obtener que la conciencia del trabajador no vaya más allá de su estado y su miseria
asalariados. Se informa entonces al buen público que no hay ya ningún interés en querer
cambiar el status quo puesto que la historia se acabó, el mal ha sido expulsado,
y, puesto que se han conseguido los objetivos fundamentales de la vieja historia, no queda
más que refinar, extender y sobre todo proteger estas felices adquisiciones. La economía
espectacular ha ahuyentado de su firmamento toda disciplina que pueda oponer resistencia a
sus pretensiones post-históricas. Se ha vuelto la ciencia de la administración de lo
positivo. Para ella todo conflicto es una condición patológica contraria al estado
normal de equilibrio de la comunidad. Historiadores, economistas y demás inteleculos han
logrado probar que si bien hubo conflictos en la neo-historia norteamericana--una guerra
civil, el genocidio de los indígenas, insurrecciones obreras y negras, estudiantes
descontentos, etc.--todos se han resuelto en el sentido mismo de esta historia
post-histórica. La positividad espectacular se ve así confirmada y se puede desde
entonces sostener que la sociedad norteamericana no solamente jamás ha sido criticada, se
halla también más allá de la crítica. La producción de la felicidad en el dinero es
impensable sin esta administración del conflicto, esta puerta estrecha de la
historia, y la maestría norteamericana en esta administración provoca mucha envidia
entre las empresas rivales de control social. Si la supresión de la historia es la
condición de la felicidad norteamericana en el dinero, esta felicidad universal es
suficiente para asegurar la imposibilidad de toda crítica. Es, en efecto, difícil
criticar lo que se ama, sobre todo cuando no hay nada más que amar. ¿Adónde irían los
norteamericanos a buscar ejemplos de otras pasiones? ¿adónde están los grandes
rebeldes, las almas radicales cuyo recuerdo volvería a encender en cada generación la
llama del entusiasmo por otra vida? No, no hay nada, o más bien, nada más que cine. Los
únicos rebeldes que los Estados Unidos reconocen son primero los Padres Fundadores de la
Nación, los mismos que definieron los términos de la positividad indiscutible de los
Estados Unidos al postular el fin de lo negativo histórico europeo. Luego, los únicos
norteamericanos que poseen un derecho socialmente reconocido a la rebelión (esto es, que
no son aplastados inmediatamente por el estado-garrote) son estas minorías que, por
distorsión o corrupción del proyecto original de la felicidad, no han podido todavía
tocar su dosis legal y prevista de felicidad. Son estas minorías contenidas, estos negros
cuando eran esclavos, o estos mismos negros antes de que la educación y las ayudas
sociales se hicieran cargo de ellos. Pero poco importa, todo eso ha pasado: saben ahora
saludar la felicidad. ¿Por qué la crítica radical no se ha enraizado nunca en
territorio norteamericano? Y bien, no en balde se suprime la historia. El término American
Dream (el sueño norteamericano) es muy justo; evoca con irónica brevedad el
contenido esencial de la vida norteamericana, o más bien su ausencia de contenido, la
ausencia de realidad que la penetra, así como la naturaleza de lo que ha sido
substituido, a sabiendas, por esta realidad. La ilusión de la felicidad es pues la clave,
el mecanismo fundamental del pacífico sistema norteamericano. Cada vez que la historia
irrumpe en el escenario, como en Newark, en Watts, en South Central o en Liberty City,
este mecanismo se rompe. Pero allí donde la historia no es reconocida todavía como tal
por los mismos que descubren momentáneamente que tiene el poder de desenmascarar la
mentira espectacular, uno se pregunta quién osaría ir hasta el fondo de estas
revelaciones aisladas, extenderlas prácticamente o precisar y desarrollar su conciencia
teórica. Como después de las fulgurantes pero efímeras insurrecciones desencadenadas
por el asunto Rodney King en Los Angeles, en el vasto Walden Pond de la felicidad
norteamericana, las piedrecillas aleatorias que arrugan momentáneamente su superficie se
hunden inmediatamente y para siempre en la nada espectacular de la no-historia.

X. LA MISERIA
INVISIBLE
"En general, si los infelices son observadores un poco
demasiado parciales y dispuestos a ver todo mal, las gentes felices no observan nada, se
dejan vivir".
Lacenaire, MEMOIRES
Hace casi treinta años, en relación con la sangrienta
insurrección de Watts, la Internacional Situacionista había creído constatar la "caída
de la economía espectacular-mercantil" norteamericana en el número 10 de su
revista. Sobre los protagonistas de esta insurreccfión, esta misma revista anunciaba en
forma enfática: "Los negros norteamericanos, en verdad, quieren la subversión
total de esta sociedad, o nada".
Se espera siempre más de los que han sufrido la peor suerte.
Durante algún tiempo la esperanza revolucionaria de los internacionalistas se concentró
en los negros norteamericanos. Se creyó que representaban una clase globalmente sin
porvenir, que su miseria general los forzaría a devenir más negativos que el resto, y
que sus reivindicaciones particulares, que se encontraban en lo más bajo de la escala
social, tomarían necesariamente un carácter universal, genérico. No fue así, y esta
esperanza, una vez más, se vio decepcionada. Los rebeldes de Watts, de Newark, de Liberty
City y de South Central no se transformaron en clase revolucionaria; sus hijos, en gran
mayoría, no heredaron de estos sobresaltos más que la parte reformista, jurídica, que
bajo el nombre de civil rights (derechos civiles) habrá, al tener éxito,
significado esta integración--que se esperaba imposible--de los negros a la corriente
general de la felicidad norteamericana. Más que la sangrienta represión de estas
insurrecciones, o que la ausencia de participación de otros pobres, es el poder positivo
del espectáculo de la felicidad norteamericana , actuando secretamente sobre sus
conciencias, lo que ha mantenido amarrados a los negros. Desde el momento en que un
partido acepta emprender la lucha desde el punto de vista oficial de una minoría, ha
perdido la guerra, puesto que bastará con que el enemigo, que talvez se había podido
hacer retroceder, acepte a este partido en la mayoría oficial. Es una táctica tan vieja
como el poder. Los pobres negros habían perdido desde que aceptaron que su único deseo
era el de ser tratados como pobres blancos. Esta es la razón por la cual no pudieron
percibir la "lógica de la integración" al capitalismo como la búsqueda
de una "alienación cómoda", o de una satisfacción fundamental que no
se encontraría en el mercado: el espectáculo ha sabido instruirlos sobre el hecho de que
precisamente, todo se encuentra en el mercado o, dicho de otra manera, no existe nada
duradero fuera de este. La totalidad de la humanidad se compra, se vende o se revende
allí. Y los pobres norteamericanos--negros o blancos--no ven todavía otra humanidad ni
sienten otra pasión que las que les propone el dinero absoluto. Los negros
norteamericanos no quieren menos, pero, sobre todo, no quieren más que los blancos
norteamericanos: he aquí el corazón de un problema que el dinero y su espectáculo no
tienen dificultad alguna en solucionar.
Por otra parte las sub-minorías negras todavía recalcitrantes
exigen algo que se le rehúsa también a los blancos--aunque estos no quieran admitirlo--y
que no podrán entonces obtener más que juntos, siempre y cuando un día se decidan a
tomar su destino en sus manos: es el respeto de su dignidad y de su humanidad. Estas
minorías no tardarán en aprender--a golpes de garrote si es necesario--que bajo el
dinero absoluto no hay más dignidad y humanidad que las que propone la riqueza en el
dinero. El único negro "liberado" es entonces el que tiene los medios de
"pagar a su cura", como lo atestiguan tanto la consolidación de una importante
capa empresarial negra, como el auge de una pequeña y violenta mafia negra de la droga en
los grandes centros urbanos deteriorados.
El novelista Ellison se equivoca cuando dice que el rasgo
fundamental del negro en los Estados Unidos es su invisibilidad, ya que bajo la
positividad absoluta del dinero esta es la característica fundamental del polo opuesto,
de lo negativo, de la miseria, de la infelicidad y por lo tanto de todos los que sufren
estas condiciones, de todos los que se llamaban, no hace tanto tiempo, los proletarios, y
que no se ven ya más en los Estados Unidos. Según los términos de la felicidad
norteamericana, la sociedad norteamericana no se divide objetivamente en clases, sino
subjetivamente en una mayoría feliz y una minoría cuya infelicidad se presenta
regularmente como el resultado de su pereza, de su estupidez y de su resentimiento social.
Todas las gradaciones propiamente sociales han sido aparentemente anuladas y reemplazadas
por la referencia simple al único fin norteamericano universal: la riqueza democrática
en el dinero. Felicidad o infelicidad se miden por el grado objetivo en que cada individuo
ha obtenido este fin. Y todos convienen en que pueden acceder libremente a él, a pesar
del tajante mentís que les dan sus vidas cotidianas.
¿Por qué los negros no se rebelan? He aquí una pregunta que
habría que plantear también a los otros pobres, pues nadie tiene el monopolio de la
sumisión a las leyes de la felicidad monetizada, aun cuando se sigue mostrando a los
negros como la última minoría que todavía es peligrosa. Los negros no se rebelan más
que los blancos, más que los pobres que son todos juntos, y por la misma razón: no ven
todavía la miseria presente en el dinero, en su esencia, sino solamente en su ausencia, o
escasez.

XI. EL DINERO SE
CONTRADICE
"Los ricos, al acrecentar la felicidad de los pobres,
mejoraban su propia existencia".
Henri de Saint-Simon,
NOUVEAU CHRISTIANISME (NUEVO CRISTIANISMO)
Según los economistas es la escasez del dinero lo que
constituye su valor. Pero el dinero no es escaso absolutamente, lo es solamente para
algunos: la gran mayoría de la humanidad pobre. La contradicción oficial del dinero
absoluto es entonces que pueda ser al mismo tiempo la esencia de la escasez para todos los
pobres, y la esencia de la abundancia para todos los ricos. El dinero muestra así que es
la abundancia que existe también bajo su forma escasa y viceversa, la escasez aumentada.
El dinero se manifiesta como la identidad concreta de la escasez y de la abundancia, de la
calidad y de la cantidad. No es entonces más que la vida de los pobres que se ha vuelto
una ilusión, y no la escasez, que existe puesto que puede ser creada a voluntad por los
ricos.
La escasez, ya sea de diamantes o de historia, de aire puro o de
realidad, no es más que un acuerdo de mercadeo entre los ricos, lo cual no puede
sorprender más que a los más cándidos, o ignorantes, así como toda riqueza, toda
escasez puede ser comprendida como una relación entre dos ricos. Es lo que permite decir
a apatosaurios como J. K. Galbraith que la sed y la pasión del dinero son el resultado de
su escasez. Las pruebas de la abundancia del dinero saltan a los ojos; solamente que es
abundante para los ricos, por lo tanto, escaso para los pobres. Al abandonarse a su
pasión sin freno, los ricos saben bien que luchan y se matan para la abundancia, para la
riqueza, y no para cualquier valor soñado de lo que sería lo más escaso, lo menos
común en el mundo. Una simple constatación permite confirmar la veracidad de este punto
de vista: en nuestra época, muchas cosas han devenido objetivamente más escasas que el
dinero, y sin embargo no han tomado su lugar.
Se puede clasificar el dinero según una multitud de principios
pero ad hominem el dinero absoluto se presenta bajo dos formas contradictorias: el
dinero capital y el dinero salario.
1) El dinero capital es lo que se llama corrientemente la
riqueza. Es el dinero rico y abundante, pero es sobre todo el dinero libre, el poder
supremo de transformar todo lo que existe, "el libro abierto de las fuerzas
esenciales del hombre", el "vínculo real e histórico entre la
naturaleza y el hombre". La naturaleza transformada inexorablemente por el dinero
libre es "la verdadera naturaleza antropológica" que Marx cometía el
error de atribuir a la industria. El aspecto negativo del dinero capital no es su
explotación implacable del trabajador; como la industria, esta explotación no es más
que una variante no esencial, un subproducto casi accidental de su verdadera operación
histórica: la transformación implacable de todas las bases de lo existente universal. El
dinero capital es hasta nueva orden el medio absoluto, el poder supremo, el método
histórico más eficaz para la realización del deseo humano. Si para el pobre el dinero
no existe más que como espectáculo de la felicidad, el rico al tocar y practicar el
dinero capital conoce la verdadera felicidad del dinero libre que consiste en enriquecerse
al hacer la historia. Para el rico, por primera vez, la riqueza es igual a la historia que
uno hace, y se puede decir que el dinero absoluto es la primera forma de la verdadera
riqueza histórica.
2) El dinero salario es el dinero pobre, o escaso, de
hecho no es ni siquiera dinero --salvo en la mente del asalariado sometido y engañado. El
asalariado no toca al dinero propiamente dicho, ni siquiera a su idea. Totalmente
dependiente del dinero capital, el asalariado en toda su existencia no es más que un
momento pobre y subalterno de la operación de la riqueza. Aparte de su miserable función
real en el magnífico engranaje de los ricos, el asalariado no toca, de hecho, más que
ilusiones. Es solamente en la ideología economista que el asalariado toca el maná del
dinero y comunica con su espíritu; según esta ideología, habría diferencia
cuantitativa pero igualdad cualitativa entre el asalariado y el capitalista. Intercambista
libre en el mercado universal, el asalariado no se distingue del capitalista más que por
la cantidad de dinero que "gana" o el crédito de que dispone. Aquí se esconde
la oposición del trabajo y de la riqueza, la contradicción del carácter limitado,
prehistórico, del trabajo asalariado con el carácter histórico, transformador y
aventurero de la actividad capitalista. Esta oposición no aparece como la estructura
misma que aprovecha a la riqueza capitalista, sino como un simple accidente social, una
situación que siempre se puede corregir mediante el ahorro, el crédito o cualquier otro
dispositivo financiero popular. Según la economía espectacular los pobres
norteamericanos son ricos en potencia, a la merced de la suerte, de la oportunidad y sobre
todo de sus propios esfuerzos. El poder ilimitado del dinero y la ilusión de la felicidad
que excreta democráticamente han terminado por disolver la idea, tan cara a Marx y a
tantos revolucionarios, de la revuelta inmanente de los proletarios desposeídos. Los
ideólogos del capitalismo más moderno llegan casi a deplorar la ausencia de esta
revuelta: "Antes los pobres se rebelaban; hoy, embrutecidos hasta el estupor por
la miserable ordinariez de su pobreza (la cual no se enseña nunca en las pantallas de sus
televisores), ni siquiera se toman la molestia de votar" (Michel Albert, Capitalismo
Contra Capitalismo, 1993). Justamente, esta revuelta hay que inventarla, ya que ella
no es inmanente, y las cosas no avanzan de por sí. Mientras tanto, el papel fundamental
de la ilusión de la felicidad, no en el dinero salario sino en su supresión, esto es, en
el dinero capital, el papel de esta ilusión tal y como la exponen imbéciles como Cronin
y Beland, es el de convencer a los miserables que ellos son ricos, no esencialmente sino
momentáneamente y circunstancialmente desprovistos, y que en una sociedad donde toda
individualidad se puede realizar a plenitud, no depende más que de ellos el llegar a esta
felicidad. El proletario norteamericano no existe entonces, o no existe más que en vía
de desaparición, como el proceso mismo de la abolición del trabajo asalariado por la
riqueza o el dinero absoluto. Si la negación práctica de la miseria está allí, al
alcance de todos, ¿quién querrá ir a buscarla en otra parte? El trabajador que se
rebela no es más que un individuo de mala fe, un ser despreciable que solo quiere
aferrarse a su rabia, su pereza y su infelicidad.Más allá de la contradicción
"oficial" del dinero, de la cual se ha visto que es la fuente dialéctica de la
ideología económica y el vínculo entre sus dos puntos de vista aparentemente opuestos,
la debilidad fundamental del dinero es que no ha podido realizar su promesa fundamental de
fundar la riqueza como una "relación entre dos personas". El medio se encuentra
en conflicto permanente con el fin, con el resultado histórico mismo: no es todavía la
creación de la riqueza como una relación libre entre dos personas, sino solamente como
la alienación de esta relación, de esta libertad. Yo no busco mi relación contigo
porque sería, en sí, la riqueza, sino únicamente porque me ofrece la posibilidad de
otra relación, con el dinero, la posibilidad de enriquecerme-- aun a costa tuya. De esta
suerte, es posible distinguir tres formas fundamentales de la "relación entre dos
personas" que existen en la sociedad moderna:
1) La relación del asalariado con el capitalista, en el cual
uno suprime su humanidad y su actividad en beneficio del otro, que explota esta
supresión, y utiliza la energía que resulta de ella para sus propios fines y
transformaciones;
2) La relación del rico con el rico, el primer grado de la
riqueza o riqueza pre-espectacular: es simplemente la guerra mercantil permanente, el gran
juego de los ricos sobre el terreno escogido por el dinero, a saber, el mercado;
3) La relación del rico pre-espectacular con el rico
espectacular, mediante la cual se efectúa la operación de la división de la división
del trabajo, o la división del trabajo pre-dividido, el segundo grado de la riqueza, ese
escándalo que consiste en tratar a los ricos ordinarios como pobres al reservarse la
división de la división del trabajo ajeno, la división de la riqueza, esta famosa
supresión de su independencia. Sí hay dos personas en esta nueva práctica, pero cada
una está amarrada a su computadora como a su cuartel general, desde donde se ejecuta toda
la guerra. Cada uno lee cifras, anuncios, pronunciamientos. Cada uno quiere leer mejor, es
decir, con una tasa más alta de ganancia que el otro. Las devastaciones ocurren casi
simultáneamente con el recorrido experto de estos dedos delicados sobre las teclas de la
computadora, el piano atómico de nuestra época.
Y para cerrar el círculo, otra persona, que se menciona muy
poco en los manuales sobre la nueva y valiente sociedad de la comunicación, está
también amarrada a otro tipo de computadora, que ordena más de lo que se cree, puesto
que es, como se decía antiguamente de los ojos, el "espejo del alma" del
espectáculo. Esta tercera persona no hace más que mirar las aventuras y los amores de
estos audaces especuladores; no se cree tan desprovista puesto que le han prometido, y que
quiere creer, que podrá próximamente unírseles con la televisión interactiva del
futuro próximo. Ella es feliz, y obedece.

XII. ¡Y QUE!
"Es así que, si se quiere ir hasta la realidad del
orden más profundo, se puede decir con todo rigor que "el fin de un mundo" no
es jamás y no puede jamás ser otra cosa que el fin de una ilusión".
René Guenon, Le
Regne de la Quantite et les signes des temps (El reino de la cantidad y los signos de
los tiempos)
La consecuencia más feliz de esta ilusión materializada de la felicidad en el dinero
absoluto es que los Estados Unidos no han tenido que complicarse con el fardo de una
ideología exterior o posterior a su ser histórico. El historiador Hofstadter lo
comprende muy bien cuando escribe que "es nuestro destino en tanto que nación el
no tener una ideología, sino ser una". La idea norteamericana, la idea del
dinero absoluto, no se presenta como una superestructura edificada a posteriori para
tratar de explicar y de justificar la ideología dominante. Esta idea es la misma cosa
que esta práctica. Es por esto que no se encuentra en los Estados Unidos esta mala
conciencia que acompaña clásicamente a la ideología. Aparte el caso especial del
"managerese" (el idioma de la policía del trabajo, los managers), no hay aquí
lenguaje burocrático solidificado, ni desdialectización esquizofrénica de la
inteligencia con la incapacidad inconfesable para la autocrítica que conlleva, etc. Los
amos del estado y los señores del dinero, concientes de ser los guardianes de la
felicidad norteamericana, no niegan que se encuentran, aquí y allá, contradicciones
peligrosas. Admiten con toda seriedad que la existencia de extremos miserables pueda ser
el resultado de la concentración y del acaparamiento de la riqueza. Solamente constatan
que este resultado no es la culpa del sistema del dinero, sino, más sencillamente, de las
malignas tendencias humanas a la avaricia y a la acumulación. Además, dicen ellos, estas
tendencias, con sus extremos, se encuentran en todo sistema donde la riqueza es posible.
Ya que aun en los lugares en que, por razones ideológicas, la riqueza no es permitida
oficialmente (o no se supone que exista), estas mismas tendencias se manifestarán
clandestinamente, bajo otros signos. De suerte que solo la crítica moralizante del
sistema es permitida, y siempre se encuentra en un callejón sin salida cuando se le pide
que señale o que postule un sistema en que esas tendencias no existan. Apelan así a la
tendencia y al espíritu realista de los pueblos, al viejo conocimiento de los límites
del alma humana, o al más práctico de la diferencia entre lo posible y lo imposible, y
al cinismo popular, que sabe que todo ha sido conquistado por el dinero pero que ignora
cuál podría ser el sentido profundo de esta conquista; por no decir nada de las
posibilidades reales de superarla. La economía espectacular, tal y como he querido
exponerla aquí, se presenta entonces como la realización del antiguo "diktat"
de la economía política clásica, el cumplimiento aquí en la tierra de the greatest
happiness for the greatest number. Ella no es una ideología en el sentido corriente,
sino la ciencia de la felicidad. Y si pretende que su punto de vista sobre el mundo
es el contrario del punto de vista utilitarista de la vieja economía, por el contrario,
su punto de vista sobre el hombre sigue siendo fundamentalmente el mismo. Hay que
comprender bien que para la economía espectacular, como para el rico, el pobre, el
asalariado, no es una criatura humana. El punto de vista sobre el hombre de esta
neo-economía no puede en ningún caso ser otro que el punto de vista de la riqueza. El
rico moderno es el único realizado de Stirner, y en la economía espectacular se
le hace saber que su egoísmo megalómano es la condición primera de la prosperidad
general. Para este rico único, y solamente para el, la humanidad del hombre es una
consecuencia única de la riqueza y ningún pobre sabría ser humano--puede solamente
devenirlo. Diga lo que diga en público, sabe que la riqueza se encuentra todavía
suspendida a la creación de escasez y recibe todos los estímulos necesarios en este
sentido. En cuanto a los pobres, los poseedores de esta escasez excavada a su medida,
tratan por todos los medios de devenir hombres: imitan a los ricos, si no llegan a
unírseles. Son estos egoístas frustrados, estos individuos genéricos a los cuales se
les ha despojado de todo salvo de su sed de riqueza, y a quienes se ha hecho creer que lo
que hay de rico en la sed de la riqueza ¡es la sed y no la riqueza! (¡Qué importa el
vino siempre y cuando se tenga sed!). Van de buena o mala gana a la deriva de su ilusión,
hacia las nuevas tierras prometidas de la felicidad que se le enseñan, todo el día, y no
sólo en la televisión. La ilusión de la felicidad en la abundancia-de-los-otros es el
resorte psicológico fundamental del dinero. Está tan bien desarrollada, tan bien
realizada, es tan constante en los Estados Unidos, que es imposible evitarla. Todo lo
demás la enfatiza, desde el es espectáculo de una riqueza que, gracias al mercado, está
objetivamente--si no siempre subjetivamente--al alcance de todos en esta democracia del
dinero absoluto, hasta la riqueza del espectáculo, que despliega y ofrece una infinidad
de posibilidades de realización individual, lo que los imbéciles Cronin & Beland
alaban como una "plena y provechosa participación en la vida moderna".
El superdesarrollo espectacular del reino de la comunicación--reino en el cual
únicamente el espectáculo es rey--no ha logrado eliminar la escisión de la sociedad en
una clase explotadora y una masa explotada. Pero encuentra por lo menos el medio de anular
la conciencia de esta escisión. Exactamente con este propósito, la historia se ha puesto
fuera de la ley, se ha desconstruido y suprimido, luego reconstruido y representado a la
medida. Como lo muestro en este ensayo, los Estados Unidos son el primer país en que el
dinero domina visiblementey sin avergonzarse, la totalidad de la sociedad. Esta
visibilidad es la prueba de que el dinero ha alcanzado su concepto--su esencia aparece--y
que domina hasta el punto en que no queda ya ninguna "fuerza" en el mundo que
deba respetar. No es entonces más que en apariencia que el dinero no domina todavía en
todo el mundo; no es más que en apariencia que los sandinistas dominaron en Nicaragua, o
que el partido comunista continúa reinando en China. La economía espectacular es la
teoría que se apodera de las ideas visiblemente peligrosas que el dinero absoluto
amenazaba con poner en la cabeza de los asalariados, y que las reconvierte en espectáculo
al quitarles el detonador. Así castradas, estas ideas pueden devenir la "crítica
de crianza" señalada por Debord. Así queda demostrado que esta sociedad ha
resuelto el conflicto y la escisión. Cada paso implica al siguiente, desde el acto
histórico de la creación de la sociedad norteamericana, la desaparición gradual de la
historia por la eliminación sistemática del conflicto, del mal, y finalmente, la
constitución oficial de su presente feliz perpetuo. Los norteamericanos deben ser felices
por definición. No tienen la opción de la infelicidad. El espectáculo de la felicidad
norteamericana es el resultado esencial de la supresión de la historia. La felicidad es
el aspecto esencial de su herencia, su birthright. La reputación de ingenuidad del
norteamericano tiene un asidero en la realidad: en un mundo que se derrumba visiblemente
para todos,--y no como de costumbre, solamente para los pobres--donde ya no hay un lugar
honorable para nadie, los pobres norteamericanos mantienen, a pesar de todo, la sonrisa
fija de la ilusión más insidiosa. Todas las víctimas de esta ilusión se parecen;
están todos allí, los norteamericanos disfrazados de vietnamitas, de portorriqueños o
de franceses, estas "almas que se han vuelto pequeñas", que no quieren
ser ya "atormentados por designios eternos", y que se encuentran en el
punto de fuga de la historia , en los Estados Unidos, pues, de donde la historia ha sido
espantada. Cada día añaden una página en blanco nueva al cuaderno virgen de su
no-historia, mientras que los que han tomado en mano su felicidad borran cada noche la
sangre derramada y las pequeñas manchas o virtualidades históricas que podrían amenazar
la pureza radical de esta felicidad. Es así que dos siglos de historia suprimida han
inculcado al pueblo norteamericano un cretinismo generalizado, una "incapacidad
aprendida para aprender" (The Story of Stupidity), y cada nueva
generación se muestra más incapaz que la precedente de hacer la crítica de las
"ilusiones aumentadas" que se la obliga a consumir. Por lo demás es patente que
la crítica vuelve a las gentes locas o malvadas, y a su destino infeliz. Los descontentos
en el país de la mentira tranquilizadora y de la felicidad indiscutible quieren sobre
todo acceder a esta felicidad que tranquiliza ¿y se callarán en el momento en que
lleguen a ella? Es un hecho verificado en cada nueva generación. Un norteamericano que no
fuera feliz, o que se rehusara a serlo en los términos que se le proponen ha devenido una
contradicción in subjectio, una pura imposibilidad, o entonces un mutante social.
Son estos harapos dislocados que vagan por la calle, o que están en el asilo o en la
prisión. Mirad a los Estados Unidos: hé ahí la realización de la más grande felicidad
del más gran número preconizada por la ideología económica. Así esta ilusión se ha
dado un fundamento práctico, casa propia y una base en la sociedad. Dos siglos de
felicidad económica indiscutible debieran ser suficientes para probar que esta ilusión
se ha apoderado de las masas, que ella es entonces mucho más radical de lo que se creía.
No ha sido todavía desmentida. El espectáculo no es otra cosa que este pseudo-hedonismo
utilitarista al cual se le ha quitado su viejo caparazón racionalista, y para el cual
todo placer ha devenido esta "desbandada hacia el disfrute de las tiendas y de los
sentidos antes de que se cierren para siempre". John Fowles escribió hace
treinta años (El Aristos) que "en todos los países que viven por encima
del simple nivel de sobrevivencia, el siglo veinte ha sido testigo de un aumento agudo en
la conciencia de los placeres de la vida". Sin embargo, se sorprende, en la
medida que lo que se nos ofrece, según Fowles, "No es el placer, sino su
reproducción". Y añade: "Las razones de la abundancia de esta demanda
de experiencias y de imitación son evidentes: jamás la vida ha parecido tan corta, ni
tan rica, ni la muerte tan absoluta". Para quien ha conocido la época, y lo que
se ha perdido en ella, esta afirmación es el contrasentido romántico supremo puesto que
es evidente que la demanda de pseudo-experiencias no podría en ningún caso ser causada
por otra cosa que la escasez de las verdaderas. De todas maneras, en el mercado no hay
ninguna otra oferta, y fuera del mercado no hay nada más, o más bien, no hay más que la
muerte. El crecimiento moderno de la conciencia de los placeres de la vida, que no llega
más que en el momento mismo en que su satisfacción auténtica ya no es posible para la
gran mayoría de los hombres, se ve entonces doblado por un aumento directamente
proporcional de la inconsciencia de su irrealidad. Si es entonces cierto que los pobres,
puesto que se les ha privado de los placeres reales, piden cada vez más placeres
prefabricados, Fowles debiera más bien llegar a la conclusión de la miseria absoluta de
la vida y del placer negativo absoluto de su término en la muerte. Logra sin embargo
captar la esencia imaginaria de la felicidad moderna, al notar en 1964 (lo que prueba,
talvez, la extensión y sobretodo la calidad de sus lecturas) que "dios es una
situación" y que "el tener, no el ser, gobierna nuestro tiempo; cada
época tiene su hombre feliz mítico; el hombre feliz mítico del siglo veinte es el
hombre con dinero". Es uno de los primeros en denunciar la variabilidad
espectacular, esta apariencia de historia, este hueso pseudo-histórico que se le tira al
pobre, la monetización del placer. Ve que lo importante no es la explotación
"económica" del esfuerzo del trabajador, sino la colonización de su espíritu
por la ilusión de la felicidad en el dinero, pues una vez que "toda experiencia
del placer es prostituida, o prostituible, los trabajadores monetizados pierden toda
confianza en su propia capacidad de divertirse y en su propio gusto", que se ven
en consecuencia forzados a dejar en manos de los "skilled technological
opinion-moulders employed by commerce". Va todavía más lejos, al comprender la
"repetición infinita de la trivialidad" que está en el corazón de la
vida moderna, el "constant spectatoring" que se ha convertido en la
pseudo-actividad de los pobres y la "quick expendability" de sus
necesidades y sus deseos. Genialmente propone llamar visuales a todos esos
neo-intelectuales producidos en masa por el espectáculo, cuyos intereses no van más
allá de las cuestiones de estilo: "Un visual no se compadece de una multitud en
rebelión que es abatida por la policía con ráfagas de ametralladora; no ve nada más
que una soberbia composición fotográfica". Al describir la pérdida de los
placeres por su monetización, Fowles toca la raíz objetiva del espectáculo, el sistema
universal del dinero absoluto; al establecer su reemplazo por copias (¡el original es
siempre más caro!) o reproducciones, capta el espectáculo o la economía espectacular en
su despliegue estratégico esencial, que consiste en transformar la ilusión en realidad,
y la realidad en realidad virtual. No se equivoca más que en su conclusión, ya que no es
de ninguna manera una "percepción agudizada" de la muerte lo que empuja a las
gentes hacía los brazos imaginarios del espectáculo, sino el hecho histórico muy
preciso de que al ser abrazada por el espectáculo, toda vida se vuelve imaginaria o
falsa, y que este abrazo agudiza hasta el suicidio su percepción de la muerte:
LA FELICIDAD O LA
MUERTE,
He aquí la última palabra y la clave del espectáculo
post-histórico norteamericano.

Pequeño Historial del manuscrito
HECHO EN NUEVA YORK EN 1991-1997
Manuscrito enviado a las Ediciones Gérard Lebovici: devuelto en
setiembre de 1991 (ver carta: "Las ediciones G. L. han cesado toda actividad
editorial).
Enviado a las Ediciones Ivréa, fue rechazado por Lorenzo
Lebovici.
En 1995, en Costa Rica, Alicia Miranda recibió una copia. La
tradujo al español. En 1998 también tradujo esta version revisada.
En 1996, los redactores de la revista francesa AB IRATO
recibieron una copia.
En 1996 Tomás Rosa Bueno recibió copia en Brasil.
Inmediatamente la montó en su sitio internet absoluto.
Comentarios de
prensa
SDM
Un
Nicaraguayen part de l'exemple de son pays pour démontrer l'universalité
de l'aliénation marchande des pays pauvres par les pays capitalistes.
Petit livre hargneux mais instructif, sans pitié pour la droite comme pour
la gauche. -- Services Documentaires Multimédia
Si tienes algo que decir, escribele al editor