LA ETICA DEMOCRATICA
PAUL KURTZ
El significado de la democracia La democracia aún es la filosofía social más radical en el mundo de hoy. Radical porque hay muchísimos que se oponen a ella y muy pocos que genuinamente la entienden o creen en ella, y porque, si la adoptasen significaría un cambio fundamental en las instituciones humanas. No obstante mucha gente de todas partes del espectro político se adhiere a ella. Los liberales predican la democracia; también los conservadores y los reaccionarios. Incluso los comunistas marxistas defendían lo que llamaban "repúblicas democrático-populares". La democracia, como otros ideales nobles, es concebida para conferir virtud por asociación. Sin embargo, no todos aquellos que prestan servicio de labios para afuera son demócratas. La democracia ha sido traicionada por totalitaristas y humanita-ristas de todas las clases -por aquellos que creen en el gobierno para la gente, si no necesariamente de o por la gente -y ha sido socavada por los apóstoles de las extremas derecha e izquierda. Una fuente de esta confusión es que muchos de los que reclaman la democracia están inseguros de su naturaleza, o también eligen abusar de ella. ¿Qué es la "democracia"? ¿Cómo tiene que ser aplica-da? ¿Qué es lo esencial para la democracia?
Las dimensiones éticas de la democracia
El término "democracia" puede ser usado en muchos sentidos difer-entes. Hablamos de democracia política, económica, racial, social. El factor esencial, a mi juicio, es que la democracia expresa una dimensión ética. Defiende primero y principalmente un ideal normativo -uno que recomienda como debemos tratar a la gente, y cómo deberíamos vivir y trabajar conjuntamente como individuos en comunidades. Aunque el ideal democrático tiene muchas interpretaciones y aplicaciones diferentes, no puede ser implementada sin reconocimiento de sus fundamentos morales básicos. ¿Qué principios morales expresa? La filosofía democrática involucra al menos un compromiso con los principios de libertad e igualdad. Pero si el principio de libertad es sobrenfatizado, puede llevar a un extremo individualismo laissez-faire o anar-quismo, que puede negar los derechos de los otros; puede ignorar la necesidad por igual-dad de tratamiento; y puede llevar a una sociedad injusta de la cual grandes secciones de la población son excluídas social y económicamente. Ciertamente, el principio de libertad, si le permitiera reinar solo, podría eventualmente llevar a una socie-dad de clases en la cual algunos individuos o grupos poseerían el poder, con gran número de personas apartadas o excluídas de un compromiso efectivo. De otro lado, una sociedad igualitaria que sea excesivamente protectora de iguales derechos podría re-stringir tanto la libertad individual que el derecho de elección e iniciativa se frustraría. Las sociedades que enfatizan el igualitarismo e ignoran el liberalismo generalmente tienden a ser totalitarias, deseando aplastar la libertad de pensamiento, acción y disidencia. En su interés por el valor y la dignidad del individuo, la democracia reconoce su derecho a ser lo que desea y restringe la interferencia indebida en la esfera de la elección y la acción individuales. Provee la oportunidad y las condiciones para la realización y el crecimiento personales. La ética democrática reconoce que tanto como respetemos el derecho individual de la libertad personal, contribuimos no solamente a su crecimiento sino también al nuestro; tanto como podamos apreciar a otros podemos aprender a compartir su gran experiencia, sabiduría y verdad. El ser tolerante de la diversidad, el acercamiento democrático nos amplia nuestros horizontes para el descubrimiento y la intuición; permite el crecimiento creativo en comunidad. Tanto como deseo escuchar al otro, considerarlo como una persona merecedora de igual consideración y trato justo, contribuyo tanto a mi desarrollo y al suyo. La ética democrática también está basada en la idea de consentimiento otorgado libremente; sus instituciones se esfuerzan lo más cerca posible en basar sus políticas en el consentimiento del mayor número de gente. Este consentimiento no es una mera conformidad; debe ser otorgado libremente, en aprobación activa de las direccciones principales instrucciones que se toman y en la confianza en los oficiales principales que las manejan. El consentimiento solo nunca es suficiente. Deberíamos siempre buscar conseguir la participación real en los asuntos de estado, compartir el poder y la responsabilidad en todos los niveles. Ya que cada persona tiene un igual interés en la sociedad y en la vida, cada una tiene un papel conmensurable. El verdadero demócrata tiene una medida de fe en el "hombre ordinario" en su sabiduría profundamente arraigada y el juicio práctico, particularmente en lo que concierne a su propio interés. La ética democrática niega que un grupo o clase tenga un conocimiento especial o una virtud moral que lo habilite a juzgar lo que es bueno para otros mejor de lo que ellos puedan juzgar para si mismos. Ninguna pretensión de poder basada en el privilegio, la riqueza, el prestigio, el lugar de nacimiento o la educación otorga a algún grupo ejercer la autoridad. Por supuesto, hay muchas interpretaciones de la participación cooperativa. Algunas creen que la democracia requiere consenso, incluso unanimidad. Sin embargo, aunque uno trata de otorgar amplio apoyo, si es posible unánime, a una política o programa, el consenso se logra raramente. En pequeños grupos donde las decisiones son hechas cara a cara en encuentros diarios, puede ser posible lograr el consenso por medio de la persuasión y la negociación. En un contexto social mayor, con diversidad de opiniones, la próxima mejor cosa es el dominio de las mayorías. Las mayorías con frecuencia se mueven pesadamente y están en el error, pero son más justas para un número mayor de intereses que la minoría, aunque la minoría puede estar en lo correcto. Lo que es crucial para la democracia es el método por el cual las decisiones son alcanzadas. El método más deseable es el de la deliberación pacífica, la discusión, la persuasión, el diálogo más ampliamente posible entre concepciones opuestas. Al reconocer que ningún individuo o grupo puede poseer toda la verdad, la democracia deja abiertas las posibilidades para el conflicto de las ideas en competencia y florece en la herejía y el inconformismo.
Compromisos básicos
Por supuesto, la democracia solamente puede sobrevivir si sus ciudadanos se ajustan a ciertas reglas. Siempre que Ud. quiera escucharme o a aquellos que me representan, y posiblemente ser persuadido a cambiar, trataré de convencerle, dice el demócrata; pero si no puedo marcharé en general con lo que la mayoría quiere. Lo que es esencial es la voluntad de negociar las diferencias y lograr una base común. Si el método democrático de lograr la decisión compartida tiene que ser efectivo, presupone que ciertas políticas y procedimientos concomitantes sean actualizados. Lo que es de primera importancia es que hay una estructura común de valores e ideales; para que una democracia opere la gente debe estar de acuerdo que la ética de la democracia es justa y humana. Aquellos que viven en la comunidad pueden disentir de las políticas actuales y seguir una pluralidad de estilos de vida o mantener sistemas de creencias diferentes; incluso tendrían algún compromiso inteligente con la estructura, esto es, con los métodos por los cuales se efectúa el cambio social, la promulgación de políticas y la selección de líderes. Si grandes sectores de la población no creen en la democracia y quieren abandonarla por un sistema más eficiente o más ordenado, la ética democrática fracasará. Si una nación subdesarrollada no tiene herencia alguna de valores democráticos apenas probablemente la gente va a aceptar la democracia, lo que presupone alguna lealtad a los valores comunes.
Una sociedad abierta: Educación e información libres
El conocimiento y el acceso públicos a la verdad son precondiciones de una sociedad democrática. Si las decisiones públicas van a ser logradas sabiamente, es importante que los secretos de estado sean mantenidos al mínimo y estén verdaderamente interesados en la seguridad nacional. La democracia requiere algún sistema de educación universal. Esto no significa que todos tengan el derecho de seguir programas en cualquier campo, que sean admitidos a cualquier institución de educación superior sin calificación. Lo que significa es que la oportunidades básicas van a estar disponibles para todos. Como John Dewey recomendó, deberemos desarrollar en los jóvenes el aprecio por los valores democráticos, la capacidad por la experiencia y la tolerancia compartidas y, más esencialmente, las habilidades de la inteligencia. Porque una ciudadanía informada, capaz de distinguir lo verdadero de lo falso, es la salvaguardia más confiable de una democracia. Si los ciudadanos van a lograr sus decisiones sabiamente, además, también es esencial que haya libre acceso a todas las fuentes de información. Así, la libertad de opinión, búsqueda, investigación y prensa son esenciales: El valor público principal es la investigación operativa. Esto no es posible donde no haya un mercado en el cual las ideas no puedan ser examinadas. Hemos visto como, en sociedades totalitarias, el ministerio u órgano estatal de información controla las fuentes de información -radio, televisión, cine, revistas, periódicos, editoriales, educación-. Y así debemos oponernos a aquellas sociedades en las cuales se niega la libertad elemental a la información, y no ser despistados por aquellas que se etiquetan como sociedades comunistas "democráticas" cerradas a la investigación libre. En las sociedades occidentales capitalistas y cuasi democráticas, de otro lado, es vital que no se permita a los grandes intereses comerciales controlar los medios masivos de comunicación. Una amenaza genuina a la libertad de información en los Estados Unidos ha surgido a causa de que pocas cadenas nacionales controlan la televisión, y dos o tres emisoras y servicios de noticias predominan. El desarrollo de grandes conglomerados editoriales de libros, periódicos y revistas debe también ser visto con alarma. El problema de la comunicación y el acceso libres a la información está, por supuesto, relacionado a lo económico. Si la democracia tiene que ser efectiva, es necesario que los medios estén libres del control indebido de los auspiciadores. Se dice que los medios masivos de comunicación, basados en el estímulo de la ganancia, necesitan vender sus servicios a los publicistas si han a sobrevivir. Pero desde el punto de vista del interés público, el primer deber de los medios deberá ser informar y solamente en forma secundaria obtener ganancias. No hay ninguna sofistería en este punto y ningún compromiso. Seguramente nos quejaríamos si nuestras escuelas públicas funcionaran principalmente por las ganancias más que por servicio. Una cosa es tener la norma del afán de lucro al fabricar automóviles o vender zapatos; otra cosa muy distinta es permitir que domine en la área susceptible de las ideas, los pilares de una sociedad democrática viable. La democracia no puede operar donde la gente teme expresar sus opiniones o donde las presiones obligan a la gente a comportarse contra su mejor juicio. En las dictaduras la amenaza de encarcelamiento y tortura previene en forma efectiva la expresión de ideas, pero otras formas de sanción operan más sutilmente en una democracia para minar el valor individual -el temor de perder seguridad o status, el miedo a la excomunión o la pena eclesiástica, de la discriminación social o el prejuicio racial-. Un riesgo creciente es el mal uso de los medios de comunicación. Aquí también hemos visto como las dictaduras las usan para adoctrinar, para mantener a la gente mal informada y dócil. Los medios masivos son usados en formas sutiles o inescrupulosas por los auspiciadores, quienes al condicionar las técnicas persuaden a los consumidores a comprar productos de baja calidad. Cuando tales técnicas son usadas para vender la presidencia u otras oficinas políticas, se socava la estructura general de una forma democrática de gobierno. No estoy objetando la publicidad per se como la descripción informativa de los productos y los servicios, ni naturalmente el uso de los medios masivos por los conductores de la política oficial. Lo que condeno es la manipulación abusiva y creciente de las ondas del aire por los mercachifles políticos. Los miembros de la sociedad moderna son consumidores pero también son ciudadanos, y a los medios masivos no se les debería permitir cumplir un papel mientras niegan el otro. No estoy abogando por el control estatal de los anunciantes y los medios masivos -hemos visto como el poder político puede ser tan ofensivo como el poder económico- sino por mecanismos democráticos de regulación y apoyo. A las asociaciones y grupos de consumidores, por ejemplo, se les debería también permitir anunciar y analizar los productos vendidos a través de los medios de comunicación. Es esencial que los consumidores tengan algún poder sobre lo que es consumido por ellos y que las organizaciones corporativas sean democratizadas y reguladas de tal modo que el interés público nunca sea pasado por alto.
Derechos individuales y minoritarios
Si la democracia es gobernada por el pueblo, ¿puede el pueblo alguna vez suspender los derechos de los individuos y de las minorías incluso si son ofensivas? Si la democracia es gobernada por la mayoría, ¿puede una mayoría alguna vez anular los derechos de aquellos con quienes está en desacuerdo? ¿Puede suprimir las minorías recalcitrantes? Hay una confusión considerable aquí, incluso entre algunos de los mejores intencionados de los demócratas. Después de todo, si estamos de acuerdo en obrar según la decisión mayoritaria, ¿cómo podemos intervenir cuando va contra lo que nos gusta? ¿No debemos sufrir en silencio, esperando persuadir a la mayoría de dar marcha atrás? La mayoría no es sagrada. Ni el gobierno de la mayoría permanece inviolable bajo toda circunstancia. La democracia descansa en principios todavía más fundamentales -libertad, igualdad, tolerancia, desobediencia civil- que son los más altos en la escala de valores. El gobierno de la mayoría no tiene un valor intrínseco en sí mismo. Es solamente un mecanismo que asegura las condiciones de la armonía y la paz sociales y es usado porque supone un mínimo de riesgos y peligros al bienestar social que otros métodos de elaboración de decisiones. El gobierno de la mayoría se justifica solamente ya que salvaguarda los derechos individuales; no debe ser usado para suprimirlos. Las minorías y los individuos de la oposición tienen obligaciones con la mayoría -no imponer sus creencias por medios no democráticos- la protección de los derechos minoritarios es una precondición de cualquier sociedad democrática, en la cual la mayoría son libres de determinar la política publica si no de socavar los presupuestos éticos de la democracia. ¿Estoy introduciendo una doctrina de los derechos naturales que son prioritarios al sistema político? No, rechazo tal noción. Ni acepto la idea del contrato social. Todos los derechos individuales y minoritarios son sociales; son afirmaciones hechas en comunidad que marcan ciertas restricciones al poder político. Decir que ciertas libertades y derechos deberán ser reconocidos es hacer una afirmación normativa. Es prescribir o dirigir la acción futura. ¿Cómo deberíamos considerar o tratar a los individuos en la sociedad? Ellos tienen derecho a igual consideración y libertad incluso si la mayoría está en desacuerdo con ellos. ¿Cómo se justifican estos principios? No son derivados de una ley divina o natural, ni tienen algún status metafísico especial. Son reglas ofrecidas que gobiernan como deberíamos comportarnos. Pueden ser justificadas solamente por referencias a sus resultados las sociedades que nutren los derechos de los individuos y las minorías serán, a largo alcance, más felices, más humanas y justas. Las sociedades que quieren suspender los derechos individuales donde quiera que los propósitos inmediatos parezcan requerirlo serán propensos a la desarmonía. El respeto por aquellos derechos se justifica porque muy probablemente va a asegurar el bienestar común y las condiciones por las cuales los individuos pueden descubrir la plenitud de la vida.
El gobierno del derecho
Una sociedad democrática también está basada en el respeto al proceso debido y al gobierno de la ley. Hay quienes acusan de "legalismo" y "parlamentarismo" y que atacan el carácter de movimiento lento de las sociedades democráticas comprometidas con los procesos legales, en los que las políticas dependen de los precedentes. Algunos son tentados a preferir el gobierno por mandato para lograr que las cosas se hagan rápidamente, independientemente de la tradición legal o de los formulismos burocráticos. Sin embargo, hay una conclusión a ser extraída de la historia de la filosofía política y social, en la sabiduría colectiva de la ley. Platón, en La República, quiso que gobiernen los reyes filósofos, y que apliquen su sabiduría y conocimiento para el bien social. Los utopistas y totalitaristas desde entonces han decretado leyes que se han mantenido en su rumbo y han defendido "la razón" y "la revelación". Sin embargo, Platón mismo reconoció, en Las Leyes, que en ausencia del rey filósofo, las leyes son los mejores garantizadores de la libertad. !Ay!, tales reyes filósofos no han sido descubiertos todavía; ni la fácil tentación actual hace de los científicos de la conducta nuestros mesías que prometen algo mejor. La leyes siguen pareciendo una forma más fidedigna de dirigir una sociedad. Las leyes, sin embargo, nos proveen solamente de guías generales para la conducta; como funcionen depende del contexto. En una sociedad justa las leyes son aplicadas sin discriminación. En ausencia de la ley no habría ninguna posibilidad de seguridad; el miedo y la indecisión serían nuestras compañeras constantes. Por supuesto, debe permitirse las disposiciones para la equidad al interpretar y modificar las leyes a las nuevas situaciones. Es más, una sociedad justa deberá tratar de minimizar la regulación de las vidas de sus ciudadanos, dejar a los individuos la libertad más amplia y posible; donde sea necesaria la regulación deberá basarse en el desarrollo legal. Un problema surge cuando, en nombre de la desobediencia civil y los derechos iguales, algunos guerrilleros se mofan de la ley y arguyen que está corrupta. Dramatizan la delincuencia en los barrios marginales, minimizan sus consecuencias, y la explican atribuyéndola a las condiciones injustas. Por su puesto, hay un buen manejo de la verdad en esta afirmación, particularmente para las minorías en desventaja que con frecuencia han sido brutalizadas por el excesivo poder político y privadas de sus derechos. También necesitamos despenalizar mucho de la ley. Por supuesto, la ley no garantiza la libertad. La historia nos ha enseñado cuán opresiva y arbitraria puede ser, especialmente en sociedades fascistas o cerradas. Lo ideal es para las leyes que lleguen a existir y sean modificadas por el proceso parlamentario, y sean aplicadas imparcial y humanamente. Si la ley es esencial a la democracia, es igualmente esencial que no llegue a ser sacrosanta, que responda a la voluntad del pueblo.
La justificación del ideal democrático
Lo anterior es un mero esbozo sugestivo de algunas características de una sociedad democrática. ¿Existe tal sociedad? Obviamente no. La democracia es un ideal y cualquier definición de ella debe ser ideal. Naturalmente hay un elemento descriptivo en la definición. "Democracia" no se refiere a alguna entidad teórica independiente del mundo real. Muchas sociedades han tenido características democráticas, pero ninguna ha sido alguna vez una democracia pura. Por lo tanto, el concepto es comparativo, un patrón por el cual podemos criticar, clasificar y comparar los estados existentes, y una guía e incentivo para una democracia mayor en el futuro. Así que la definición de la democracia es normativa y prescriptiva para el desarrollo de la sociedad, y por los principios éticos por los cuales podemos evaluar las políticas y los sistemas y reformarlos. No hace mucho hemos hablado de las acusaciones de las así llamadas sociedades democráticas. Los jóvenes idealistas las acusan de ser hipócritas y de traicionar sus ideales en la práctica. Se dice que la democracia no funciona. Pero como he indicado, ninguna sociedad -ni los Estados Unidos, ni Gran Bretaña ni los países escandinavos ni la antigua Atenas- alguna vez ha implementado en forma total el ideal democrático. Entonces, ¿cómo justificar el compromiso continuo con la democracia? ¿cómo intentar proveer su eficacia y poder? Se debería, para empezar, tener una actitud madura y realista acerca de los sistemas e ideales sociales. Aunque ha habido un inmenso progreso en los asuntos humanos, sólo un visionario puro esperaría ver todos los problemas resueltos o la utopía lograda. La justificación de la democracia siempre es relativa, no está arraigada en la metafísica o la ciencia; no puede tener una prueba deductiva o necesaria. La demanda por esa clase de justificación es, como la demanda por la justificación de la vida, una expresión de necesidad religiosa. La democracia solamente puede ser justificada empíricamente. Ya que ¿qué puede decirse en comparación a sus alternativas -dictadura, oligarquía, aristocracia-? La democracia tiene un interés mayor para un número más grande de gente; incluso un número menor tiene interés en ella y así tiene una atracción más extensa. Pero también, en términos comparativos, provee menos peligros y menos consecuencias negativas que otros sistemas. Siempre está el peligro que el propio interés pueda confundirse con el bienestar común. El poder ha corrompido y enceguecido a los gobernantes a través de la historia de sus propias imperfecciones, es peligroso confiar el poder a un individuo o grupo sin los exámenes y balances apropiados. Esta ha sido la sabiduría colectiva de la experiencia humana. Las sociedades antidemocráticas que se adjudican el poder sobre la base de la clase, la riqueza, la fuerza militar o la autoridad religiosa, tienden a degenerar en el principio del propio interés. Ya que en una democracia aquellos que son responsables pueden ser llamados a dar explicaciones, hay menos probabilidad de excesiva duplicidad o crueldad. Por supuesto, las injusticias y errores ocurren en una democracia, pero al menos donde una sociedad es abierta las injusticias pueden ser examinadas por el ojo crítico del público. De manera consecuente, en las sociedades democráticas el remover el pasado es una medio tradicional importante de exponer la corrupción y el soborno, mientras la gente en sociedades totalitarias usualmente viven en la ilusión, bastante menos conscientes de los problemas sociales. Los críticos marxistas decían que los Estados Unidos y otras democracias occidentales estaban en decadencia, mientras la antigua Unión Soviética, China y algunos países esteuropeos estaban adelantados en algunos aspectos. Así, eso pudo parecer a algunos superficialmente, pero probablemente se debió al hecho que Occidente tiene una gran libertad de prensa, que tiende a dramatizar sus problemas -alcoholismo, delincuencia, corrupción política, pobreza y racismo-. Se reconoce universalmente que las sociedades totalitarias, aunque tienen problemas similares, los ocultan de la opinión pública al controlar la prensa. Necesitamos poner las cosas en perspectiva. Al menos, las sociedades libres pueden aprender acerca de los problemas que las sociedades cerradas no pueden. Con seguridad la democracia tiene potencial para la realización más amplia de la felicidad para el mayor número. Provee el suelo más rico tanto para el desarrollo individual y la cooperación social. Con un papel en la sociedad y un interés en el futuro, el hombre llega a ser un miembro devoto de la causa que provee tales nobles oportunidades; su alineación se reduce, su compromiso creativo y lealtad se intensifican. En una época de crisis en el compromiso religioso, la democracia es más susceptible a la identificación significativa con fines que valgan la pena. Es más apropiada para ser creativa e innovadora, más receptiva al invento y al descubrimiento que una sociedad cerrada, jerárquica o fija. Por eso, si es observada en términos de consecuencia deseables, más gente se inclinará a encontrar una vida más satisfactoria en un sistema democrático que en uno no democrático. La democracia presupone que la experiencia de libertad en los jóvenes desarrollará una comprensión de su aplicación responsable así que llegará a engranarse profundamente en lo mejor de la sociedad.
Democracia política
Esta disposición ha sido general, concerniente a las características ideales normativas de democracia vistas en sus dimensiones éticas y sociales. Pero es la forma en que estos principios funcionan en la práctica lo que es importante. Algunas instituciones de una sociedad son democráticas, algunas no. Con respecto a las instituciones, la mayoría de los demócratas creen que una precondición esencial para la realización de sistemas éticos genuinos es la democracia política. Pero muchos marxistas que sostenían ser "democráticos" negaban la importancia de esto y desacreditaban la definición de democracia política liberal como mero "engaño burgués". ¿Qué es un sistema político democrático? El término "sistema político" se refiere principalmente a las operaciones del estado y el gobierno, el control de la elaboración de decisiones y el poder. En grandes estados naciones el método único posible de gobierno es por medio de la representación. Aunque la democracia alienta la descentralización, que busca el mayor grado de compromiso en todos los niveles algunas políticas no pueden ser adecuadamente formuladas por una unidad local y tienen que ser enunciadas por la sociedad entera. La única forma práctica de implementar la filosofía democrática es que el pueblo delegue el poder eligiendo representantes que manejen los principales programas. En una gran sociedad no podemos elegir todos los oficiales de gobierno (los Estados Unidos, por ejemplo, tiene unos doce mil trabajadores públicos), sino solamente los principales líderes. El pueblo puede, por medio de las selecciones, determinar todas las políticas de estado (hay por supuesto muchos miles de reglas y regulaciones gubernamentales, muchas de ellas altamente técnicas). La presunción es que las políticas mayores sean completamente discutidas antes de que sean adoptadas. De acuerdo con esto, la operación del gobierno mayoritario, aunque no es una forma "pura" de democracia, es el método más factible de expresar la voluntad popular. Las elecciones libres son el ingrediente necesario en una política democrática -local, estatal y federal- también como en el control de los partidos políticos. Concomitante con esto está el derecho legal del individuo no solamente a estar en desacuerdo sino en hacer conocida su oposición a los líderes y los programas. Donde no hay ningún derecho de oposición al gobierno, de someter sus políticas al escrutinio crítico, y de ofrecer alternativas, no hay democracia. Los estados con un partido único, donde los líderes son seleccionados por aclamación, donde ningún programa alternativo está disponible y no hay ningún mecanismo para dar a conocer las opiniones de los opositores, no son democráticos, aunque los totalitarios intenten optar conjuntamente por el término "democracia". La democracia permite a los representantes del pueblo el derecho a ejercer alguna independencia y juicio autónomo. Pero ya que la mayoría de los ciudadanos no tiene el tiempo, la energía, o el interés para comprometerse con cada decisión, una burocracia o élite aparecerá con frecuencia. Por lo tanto, una democracia funciona mejor cuando hay alguna desconfianza inteligente de los líderes -sino de motivos, ciertamente de políticas y consecuencias-. La crítica excesiva, no obstante, y la falta de voluntad que les permiten alguna latitud en el juicio y alguna autoridad al actuar, minará su habilidad para gobernar, tanto en los niveles internacionales y domésticos. De otro lado, la glorificación de los líderes es la antítesis del medio democrático. Muchos que permanecen en oficinas por diez o veinte años llegan a estar distantes del público; se introduce la falta de respuesta. La historia nos ha enseñado cuán importante es que se renueve el liderazgo. En el análisis final una democracia política puede ser efectiva solamente si sus ciudadanos están interesados en los asuntos de gobierno y participan en ella por medio de la discusión constante, el envío de cartas, la libre asociación, y la publicación. En ausencia de tal interés, la democracia se volverá inoperante; un electorado informado es la mejor garantía de su supervivencia.
Democracia social
Sin embargo, ¿hablar acerca de los medios de la democracia política debería ser mera retórica, si la democracia social no existiera junto con ella? ¿Qué es la democracia social? Deseo enfocar primero dos aspectos: (1) la eliminación de la discriminación racial, étnica y sexual; y (2) la destrucción de una sociedad de clases cerrada. Una democracia requiere una sociedad abierta. La democracia política por sí misma no es garantía suficiente que la sociedad será una. Distinciones injustas trazadas entre los individuos y los grupos impiden la total realización de la ética de la democracia. Lo mas notorio, como hemos visto, son las formas de exclusividad basadas en fundamentos raciales, religiosos, étnicos o sexuales. Que tal discriminación no es democrática se entiende de manera universal. Se puede argüir que el estado debería respetar la libre elección, y no forzar a la gente de diferentes formaciones e intereses a vivir juntas si no lo desean. Pero para que el principio de igual oportunidad prevalezca, las falsas barreras en el hogar, el empleo, la educación, el tratamiento médico, y las facilidades recreativas deben ser derribadas. Como he enfatizado, el método principal de cambio debería ser voluntario y persuasivo. Preferiría en principio, por ejemplo, el transporte público voluntario al obligatorio para lograr el equilibrio racial. Donde se niega las libertades constitucionales, no obstante, las cortes deben intervenir para garantizar los derechos individuales y la igualdad de oportunidades. Muchas democracias políticas, como en Latinoamérica o Europa, pueden ser puramente formales. En una sociedad cerrada, hay fuertes líneas de clase y jerarquía, basadas en la riqueza, la herencia, o la tradición, siendo virtualmente imposible para el proveniente de los niveles bajos de la sociedad romperlas completamente. Una sociedad abierta permitiría la total movilidad. Tanto como sea posible destruiría las líneas de clase, y así haría posibles la interacción, los matrimonios mixtos y la fraternización. En Inglaterra y Francia, viejas sociedades dominadas por clases, tal movilidad ha sido difícil; en los Estados Unidos y la Unión Soviética hubo mayor movilidad. Con frecuencia hemos dicho que los Estados Unidos es una sociedad de clase; por lo tanto su democracia burguesa es engañosa. ¿Qué significa "clase"? La definición marxista del siglo XIX no parece aplicarse estrictamente al escenario actual. En una tecnología agrícola avanzada menos del 6% de la población es actualmente necesario en las granjas. Por lo tanto los trabajadores de las granjas, que alguna vez fueron una parte significante de la sociedad, han desaparecido virtualmente. El porcentaje de los trabajadores industriales comprometidos en la producción también está llegando a convertirse en una parte menor de la fuerza laboral, el trabajo especilizado está reemplazando al no especilizado; el técnico experto está asumiendo un papel más importante; y el número de gente en ocupaciones de servicio, las profesiones y al servicio del gobierno es ahora mayor que el de la producción. La tendencia de las corporaciones a ampliarse (y debemos recordar que las industrias en gran escala prevalecían en las sociedades socialistas como también en las capitalistas) daña la descentralización y la democracia. En los Estados Unidos, donde hay una separación entre la propiedad y la administración, los capitalistas solos no dirigen la industria. En consecuencia, el modelo sobresimplificado de la clase proletaria de un lado de las barricadas y la clase capitalista del otro es una ficción romántica que los marxistas intentaron mantener viva, pero tiene poca aplicación a las condiciones contemporáneas. En la década de 1960 algunos marxistas románticos habían agrupado a los estudiantes y los negros en la clase proletaria en un intento de incrementar su tamaño, pero eso destruyó el modelo clásico, porque la base de la distinción era la edad y la raza más que el interés económico. ¿Se basa la clase en la propiedad? Dos tercios de las familias norteamericanas son dueños de sus propios hogares y un gran número posee acciones o bonos. ¿Se basa la clase en las ganancias del interés, la renta, los dividendos? Virtualmente todos obtienen ganancias del interés de las cuentas de ahorros; mucha gente gana dinero de la renta. Miles de trabajadores y gente retirada poseen pensiones del seguro o tienen planes de retiro, obtienen dividendos y ganancias de capital. No se puede negar la mala distribución de la riqueza y otras desigualdades en la sociedad capitalista, pero estas no siguen las líneas de clase. Presumiblemente, la tributación progresiva y otras clases de ajuste podrían rectificar estas desigualdades. La noción de clase tiene más sentido al referirse a la existencia de una estructura de poder y a las distinciones en el poder y la responsabilidad basadas en el papel y la función. Hay una élite de poder que hace las decisiones y dirige los asuntos de las instituciones. Pero las sociedades socialistas descubrieron que también necesitaban burócratas para dirigir los consorcios estatales a gran escala, las industrias y las comunidades y que eran bastante parecidos a los administradores en las sociedades capitalistas. Dada esta realidad hay la necesidad de democratizar la estructura del poder y ver que las grandes instituciones estén bajo control político democrático efectivo. Pero también hay la necesidad de cambiar el carácter de las élites y las formas de seleccionarlas dentro de estas instituciones. Las tendencias antidemocráticas de las élites solamente pueden ser modificadas cuando los principios de libertad e igualdad operen. En si mismo tener élites no es malo; ciertamente, es difícil ver cómo una sociedad moderna compleja puede existir sin ellas. Lo que es importante es que la membresía en un grupo elitista esté basada en el mérito y el talento probados, que responda a las necesidades públicas y que no sea cargada con privilegios y derechos que no están disponibles a los demás.
La competencia y los límites de participación
Los principios generales son guías para la política y la acción, para ser probados por sus consecuencias en términos pragmáticos. La democracia participativa, si bien un principio general que defiendo, debe aplicarse en el contexto si tiene que ser significativa. La participación individual debe relacionarse a las funciones de la organización particular. La democracia participativa en un ejército, por ejemplo, tiene obviamente sus limitaciones obviamente. Si una nación quiere ganar una guerra, la disciplina debe ser reforzada y las órdenes y regulaciones militares obedecidas; de otra manera, resultará el caos, y un ejército se convertirá en una multitud. El estado mayor general alemán creó en la Wehrmacht un ejército de obediencia incuestionable a las órdenes. Podría sostenerse, en defensa de la democracia participativa, que si una lealtad castrense estuviera basada en el compromiso y la participación inteligentes más que en el miedo, contribuiría a la moral y la eficiencia; que una masa obediente no es sustituto para la iniciativa, la inteligencia y la habilidad individuales; que las estupideces y errores de una clase oficial "infalible" pueden ser desenmascarados por la sabiduría práctica de oficiales no comisionados y hombres enlistados; y tiene que preferirse una milicia ciudadana en una democracia a la dependencia única en un cuadro profesional armado. La democratización de los soldados rasos puede así contribuir a la ejecución de la organización militar. Sin embargo, todos reconocemos que es necesaria alguna limitación en la democracia tanto como existan los estados nacionales y los ejércitos. No se puede discutir si seguirá la batalla cuando amenaza un ejército enemigo. Una confusión frecuente concerniente a la democracia participativa puede ser vista en las universidades, que son para la mayor parte organizaciones jerárquicas conformadas por tres estamentos: Los empleados y trabajadores, los profesores y los estudiantes. De un lado viene el reclamo que los profesores participan en las decisiones políticas importantes y quitan poder a los administrativos. La imposición, por equipos de regentes y fideicomisarios de oficiales administrativos -con frecuencia exitosos- en la facultad, y la idea que los profesores son "empleados", principalmente pasivos y orientados a la seguridad, son nociones arcaicas. Como resultado los miembros de la facultad con frecuencia llegan a ser ambivalentes hacia sus universidades. Pero ¿qué hace a una universidad sobresaliente, si no son sus profesores? ¿Quiénes deberían gobernar la universidad, sino los profesores? El énfasis excesivo en la burocracia tiene que deplorarse; el mismo grado de centralización no existe en instituciones europeas comparables. Los administradores, donde sea necesarios, deberán ser elegidos por los profesores y servir como sus representantes, con poderes solamente delegados por los profesores. El argumento de la competencia o calificaciones especiales no se aplica aquí; se podría argumentar que los administradores no son más competentes que los profesores, probablemente lo sean menos. Todavía desde otra fuente llega la demanda que los estudiantes deberían participar en todas las decisiones y compartir el poder con los profesores y la administración. El estudiante con frecuencia encuentra la universidad lejana a sus intereses, jerárquica, conservadora y burocrática. Desde su punto de vista los profesores con frecuencia representan una élite cuyo compromiso principal es estrechar la especialización. El estudiante es considerado un elemento no importante dentro de la industria del conocimiento. No es sorpresa que los estudiantes con frecuencia se sientan alienados, y uniformizados, reemplazables, bastante irrelevantes. La universidad arcaica se mantiene en relación a sus estudiantes como un padre lo hace, y puede controlar su conducta virtualmente en la misma medida que los padres pueden. En muchas universidades el estudiante es un forastero cuya principal virtud es la sumisión a la autoridad. Los estudiantes deben ponerse bajo reglas y regulaciones; aquellos que son "difíciles" pueden ser disciplinados por medio de la suspensión o la expulsión. Los argumentos a favor de garantizar alguna medida de involucración personal de los estudiantes son numerosos. Una excelente universidad no deberá ser organizada junto con líneas autoritarias corporativas sino en una forma que active el potencial creativo tanto de los estudiantes y los profesores. Los dos estamentos deberán compartir la empresa común del aprendizaje y la investigación y de ahí llegar a ser una comunidad de académicos en el sentido total. ¿Qué mejor forma para los estudiantes de aprender sino por medio de la identificación personal con el proceso de educativo? ¿Qué mejor manera de ser estimulado hacia los fines que por medio de participar en su creación? Los estudiantes son capacitados para ser tratados como adultos e individuos, y deberían unirse a los profesores en el esfuerzo de desarrollar la universidad. Sin embargo, después que todo se ha dicho, la universidad es una clase peculiar de organización; es por su naturaleza jerárquica, aunque esto (en teoría al menos) está basado no en el nacimiento, la clase o la riqueza, sino en el logro académico. En la mayoría de las universidades de calidad hay procesos cuidadosos de selección y normas de nombramiento; para ser nombrado, promovido y obtener la cátedra, uno debe demostrar calificaciones en la educación y la experiencia. La posesión de la cátedra, un componente esencial en toda gran universidad, protege la libertad académica del profesor, librándole del miedo a la censura o a la replesalia, y le asegura la promoción con las normas más altas de excelencia. Siempre hay el peligro que una oligarquía atrincherada de profesores antiguos intentarán alejar las ideas nuevas y la sangre fresca. Los miembros jóvenes de la facultad necesitan garantías contra el trato perjudicial, y necesitan un método para la reparación de las injusticias. La libertad y la posesión de cátedra son principios esenciales bajo los cuales se basa una universidad comprometida con la búsqueda libre del conocimiento. Si el derecho de los estudiantes a aprender no puede ser cuestionado, sin embargo, no les califica a los derechos y privilegios que poseen los miembros de la facultad de competencia demostrada: Enseñar y promover la investigación. Deberá darse a los estudiantes la oportunidad de participar pero no de controlar las políticas académicas. No están calificados para enseñar alta matemática o filosofía avanzada, ni pueden ser responsables de las currícula. No pueden elaborar o evaluar los exámenes, o colocar normas para ganar los grados. No son competentes en juzgar la calidad de la investigación de un profesor, aunque pueden juzgar su enseñanza en alguna medida. El aprendizaje es la principal responsabilidad del estudiante, la enseñanza y la investigación las principales responsabilidades de los profesores, y no deberán confundirse las funciones. Las políticas de permitir que los votos de los estudiantes y de los profesores valgan lo mismo se hace aún más insostenible por el hecho que los estudiantes son pasajeros, mientras que los educadores tienen un compromiso vitalicio en la educación. Hay otros peligros. Los devotos del principio ético pueden estar tan entusiasmados con sus virtudes que fracasan en hacer distinciones. La participación no quiere decir politizar la universidad. No significa que los propósitos de la universidad puedan estar dominados por grupos de presión política. No quiere decir que las minorías ruidosas, o las mayorías represivas a fortiori, puedan intimidar la comunidad académica. No significa que pueda usarse la fuerza para obligar a los profesores. Quiere decir que una universidad es un lugar para la razón y la moderación, para la crítica responsable y el mercado libre de la ideas, interesada en el compromiso de los estudiantes, profesores y administradores en el proceso educativo. Una pregunta crucial se hace con frecuencia: Si los estudiantes y los profesores comparten la tarea común de educación, ¿Qué decisiones tienen que ser hechas por los estudiantes y cuales por los profesores? Es claro que los estudiantes deberán interesarse principalmente por aquellas normas que conciernen a su conducta y las elecciones morales. La doctrina de in loco parentis no es más justificable. Las vidas privadas y las actividades sociales de los estudiantes son sus propios asuntos, que incluyen lo que hacen fuera y dentro de los recintos universitarios, dentro de los límites de la ley civil. Tendrán la libertad de invitar a conferencistas al recinto universitario y organizar grupos, de publicar periódicos y revistas. Deberán tener la total protección de aquellas libertades que son el derecho de todos los otros ciudadanos en una democracia, todas consistentes con la idea de un recinto universitario abierto. Se deberá permitir que los estudiantes evaluen a sus profesores como una contribución al mejoramiento de la enseñanza universitaria; deberán asistir a la selección de académicos residentes o profesores visitantes, dentro de los límites del presupuesto, y se les permitirá sugerir nuevos cursos y programas. Deberán ser consultados acerca de las facilidades universitarias, la biblioteca, la librería, la cafetería, el transporte, los pagos y las cuotas de enseñanza; deberán involucrarse en todos los asuntos que conciernen a su bienestar directamente. Ciertas decisiones deberán ser dejadas a los profesores, entre ellas las normas para la admisión y la graduación, evaluar el logro estudiantil, el contenido curricular y la materia de los cursos, los fines de la universidad, el carácter de la facultad o la investigación financiada por la universidad, los logros de los profesores, las promociones y la posesión de la cátedra. La democracia participativa en aquellas instituciones donde la competencia y el conocimiento son básicos no vincula el igualitarismo o la libertad desenfrenada. Parafraseando a Aristóteles, involucra una forma de igualdad proporcional, relativa a la competencia de los participantes, que no debe ser aplicada en forma discriminativa. Las organizaciones pueden sostener competencia especializada como base para excluir el personal de la toma de decisiones. Tal exclusión sería fraudulenta en muchos casos; puede, como hemos visto, ser significativa en la universidad pero solamente tanto como promueva el aprendizaje. La democracia participativa deberá permitir que surja la competencia; provee las mejores oportunidades para el compromiso y el talento. No niega el liderazgo, o la aparición de minorías selectas de méritos demostrados, sino que busca hacerlas representativas. La premisa del sistema de valores democráticos es que "el que usa el zapato conoce mejor donde le aprieta". La forma más digna de dirigir una organización es dar a la gente la oportunidad de contribuir a su funcionamiento. La sociedad nos ha presentado un nuevo y complejo fenómeno de organizaciones a gran escala capaces de sofocar al individuo. Necesitamos reavivar el sentido de la comunidad democrática dentro de las organizaciones. Hay dimensiones de la responsabilidad que solamente pueden ser expresadas por el individuo en términos de sus esperanzas e ideales que no pueden ser dejados a ninguna organización. Nuestro interés humanista está basado en un interés por la libertad individual. Repitiendo, se juzga las instituciones de la sociedad por si ayudan o no a los individuos a expresar sus talentos y a contribuir al bienestar común. Si así lo hacen ayudarán a resolver los problemas de la alienación en el mundo postmoderno.
PAUL KURTZ es director en jefe de la revista Free Inquiry, presidente del Consejo para el humanismo secular y del Comité para la investigación científica de las afirmaciones de lo paranormal y colaborador de la RPFA desde sus inicios. Ha publicado 35 libros incluyendo El nuevo escepticismo, La tentación trascendental, una crítica de la religión y lo paranormal y La valentía de llegar a ser: Las virtudes del humanismo.