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"LA CUCARACHA DE PLATA" Pag. 2 | ||||||||||
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Recordó que en el nacimiento de Camila, a Lucha -como la llamaba- tuvieron que practicarle una cesárea. Fue un parto difícil, por eso la pequeña era su preferida aparte que era el retrato de la madre.
Jorgito era un niño muy inteligente, dos años mayor que su hermanita, ya estaba por cumplir los 10 años y por eso cuando le decían que en ausencia de papá él era el hombre de la casa tomaba con gran sentido de responsabilidad este papel.
Y así mientras conducía, en su mente elaboraba planes. Buscaría un local céntrico, hablaría con los proveedores, al principio solo necesitaría de dos ó tres empleados y conforme su negocio creciera iría incrementando el personal.
Tantas cosas se podrían hacer. Sería su propio jefe. No daría explicaciones a nadie y sobre todo las ganancias serían solo para él. Se mudaría de la casa de sus suegros, los chicos irían a un colegio mejor, cambiaría de carro, pero de ninguna manera se separaría de su “cucaracha de plata” como llamaba a su pequeño vehículo. Uno tras otro los poblados iban quedando atrás. En esos momentos ya estaba por ingresar a Chimbote, el fuerte olor de las fábricas harineras de pescado le hizo cerrar la ventanilla del auto, el aroma era cargado, casi insoportable, no se explicaba como los moradores podían vivir soportando ese suplicio, pero comprendió que la principal fuente de ingreso de esta gente era dedicarse a esa actividad. Pasó veinte minutos. Ya estaba abandonando la ciudad, reparó en el marcador de combustible, contaba con un cuarto de tanque, pararía en cualquier grifo para proveerse de combustible, de paso comería algo, su desayuno fue ligero, un buen cebiche y pescado frito con sus frijoles no le vendrían mal, también un poco de aseo, remojarse la cabeza, despejarse un poco para continuar su larga travesía. Fue en el restaurante que nos encontramos. Fuimos compañeros en la Universidad. Apenas lo divisé le pasé la voz. “Jorge", lo llamé, “que gusto de verte. Cuantos años que no nos vemos. ¿Doce ó trece? Ni lo recuerdo. Que haces por aquí?” Entonces se acercó a mi mesa y mientras ingeríamos los sabrosos platos me narró sus planes, lo noté entusiasmado por lo que le dije: “Es lo mejor que has pensado. Te felicito hermano, bien por ti, no hay nada como estar junto a los nuestros” Pedimos la cuenta. Me apresuré a cancelar, pero él insistió y me dijo: “Déjame invitarte esta vez. La próxima te la cobro con creces, te sangraré hasta con chupeta y todo”. Reímos, intercambiamos teléfonos, direcciones y nos despedimos con un fuerte y sincero abrazo. Al igual que él, yo estaba de tránsito, trabajaba para las páginas amarillas de la guía telefónica, reclutaba clientes para que figuren en ella, tenía que visitar algunos del lugar que estaban en agenda y continuar mi travesía. Pasó media hora de este grato encuentro, en esos momentos el dueño del servicentro “El Trome” me estaba firmando el contrato por publicidad de su negocio en un octavo de página, cuando oímos las sirenas de los bomberos y patrulleros de la policía que pasaban raudamente. Don Gustavo comentó: “Algo pasó, seguro un accidente en la carretera. Por acá ya estamos acostumbrados. Todos los días sucede algo. Anteayer nomás un ómnibus de Tepsa se sacó la 'chochoca' con otro bus de Chinchaysuyo. Manejan como bestias. No les importan las vidas humanas”. Guardé el documento. Subí a mi movilidad. Con esta última visita ya había concluido mi trabajo. Me dirigiría directamente a Trujillo que era mi próxima parada. Ingresé a la carretera y me persigné. Era una costumbre. A los 10 minutos divisé el tumulto, seguro era por el accidente ocurrido hace escasamente una hora. Un policía desviaba el tránsito hacia una improvisada pista, pero desde ese lugar se podía observar que un trailer había impactado con un pequeño vehículo que se encontraba totalmente destrozado con las llantas arriba, “Pobre gente”, dije entre mí, “qué trágico final! No creo que hayan sobrevivientes”. Conforme la hilera de carros avanzaba lentamente por el costado de la pista me quedé helado de la impresión. No podía ser real. Seguro que me equivocaba. Aparentemente era el Volswagen de Jorge. Me metí al arenal. Estacioné y cerrando la portezuela de mi Toyota corrí al lugar. No había dudas. Los bomberos trataban de recuperar su cuerpo. “Madre mía", yo exclamaba,“No puede ser..no puede ser...” Y miré los regalos que él llevaba, desparramados en la carretera. Un policía me impidió el paso. A escasos metros pude verlo aprisionado en el montón de fierros retorcidos. Mis latidos eran acelerados. Estaba en shock. Me cogía la cabeza. Me jalaba los cabellos, no aceptaba la realidad. Con una cizalla despedazaban el vehículo, con la sierra eléctrica cortaban el metal para sacar el ser inerte de mi amigo. No pude contener el llanto. Recordé nuestra conversación. Las ansias de ver a su familia, su estridente risa, sus planes para el futuro. Permanecí hasta que rescataron el cadáver. Lo subieron a una ambulancia que enrumbó de regreso a Chimbote. Recién pude entablar comunicación con el curtido policía de tránsito. "¿Lo conoce?", me preguntó. “Si”, le contesté, "es mi mejor amigo. “Fue", me rectificó el policía, “Fue. Ya partió a otro mundo. Qué pena... era muy joven". Fue entonces que llevándome la mano al bolsillo trasero del pantalón saqué mi billetera, busqué y encontré la tarjeta que hacía escasos momentos me lo diera con alegría. Miré sus teléfonos, pensé en Lucía y sus menores hijos. Era mi deber llamarlos y darles la fatal y cruel noticia. “JORGE, MI QUERIDO AMIGO, SÓLO TE ADELANTASTE UN POCO” |
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