"SUJETEN AL SARCO"
Autor: Nelson Dávila Barrantes
            Era un domingo muy caluroso. Había llovido toda la noche anterior, pero el sol se mostró desde muy temprano. Sus rayos entraban por la ventana de mi habitación desde donde escuchaba la conversación de mi tía Ofelia con las cocineras. “...Fíjate si el Ramiro ya trajo la leche..., el pan ya debe de estar..., no se vaya a quemar..., pon la mesa y que alguien despierte a mi sobrino….pon  unos cuantos  huevos a pasar... y coloca en la mesa rocoto recién molido con el salero y sus condimentos..."
            Mi tía era así. Madrugaba. A las 5 de la mañana ya estaba en pié, dando órdenes. Y cuando yo llegaba a visitarla, su esmero era mayor…Me decía su “tomatito”, probablemente por que cuando me agitaba, mi cara se encendía y se ponía colorada….Yo era su adoración…no tenía hijos varones, solo una hija ya entrada en años, solterona como decimos en la familia.           
                      En el pueblo se celebraba el día de “San Isidro” que era el patrón de la comarca. Le decían “El Sarco” que quiere decir ojos claros…Efectivamente su imagen representaba a una persona de rasgos sajones en los que resaltaban sus hermosos ojos azules. Era muy querido por todos los fieles y le adjudicaban muchos milagros. Curaba a los enfermos, tenía fama de casamentero. Dicen que en alguna oportunidad cuando los chilenos invadieron nuestra tierra y llegaron al pueblo, salió al frente montado en su caballo, con un poderoso ejército de ángeles, haciendo huir al enemigo.
            Su fiesta duraba una semana. Todos se preparaban con anticipación, la gente que radicaba en otros lugares, pero que eran oriundos de allí, regresaban llevándole regalos y ofrendas y la comisión de fiesta contrataba los toreros, ganado de lidia, castillos de 10 cuerpos, los cohetes, luces de bengala y los confites. Nada podía faltar. “El Sarco” tenía que quedar contento, de lo contrario podría ocurrir que la cosecha no sea buena ese año.
Las mujeres preparaban sus mejores vestidos. Con anterioridad habían comprado sus telas y la costurera del pueblo no se daba tiempo para confeccionarlos, por  lo que semanas antes, de “la costa” llegaba una prima a brindarle apoyo. En el corral todo era similar. Las ovejas, los chanchos, las gallinas desde dos meses atrás, entraban a un proceso de engorde, de sobrealimentación, para estar “a punto” para la festividad.
            Esa mañana tomé un suculento desayuno. Una leche humeante y espumosa acompañada de media docena de huevos pasados con sus yemas coloradas que me dejaban la comisura de los labios pintados, con su rocoto verde molido en batán, sus tortas mantecosas recién salidas del horno, su mantequilla elaborada en casa al igual que el queso y un caldo verde de hierbas aromáticas y curativas recogidas del huerto. La conversación era amena. Mi tío nos explicaba que habían contratado al “Nene” Rojas -un torero famoso-. Venía con su cuadrilla completa, también a los hermanos Bustamante encabezados por “Hugo” -un gran rejoneador-. En fín, el éxito de las cuatro tardes estaba garantizado. Los toros eran de “La Pauca” una ganadería excelente, cuatro toros por tarde y un toro más donado por los paisanos residentes en Lima y Trujillo. Que más se podía pedir...
            La banda venía de Pacasmayo. La componían 15 maestros, todos muy buenos músicos. Tocaban de todo desde huaynos hasta salsas y merengues. Su contratación había corrido por cuenta de don Manuel Moreno -un poderoso hacendado del lugar-, quien no escatimaba gastos por cuanto su objetivo era ser nombrado parlamentario por Cajamarca ante el Poder Legislativo.
             La charla se vio interrumpida cuando uno de los vecinos avisó que en la plaza los camiones ya estaban descargando los galpones con los toros. Entonces el tío quien era miembro de la comisión, dirigiéndose a mí me dijo: "...Acompáñame sobrino, tengo que dar la conformidad, no vaya a ser que uno de los animales haya venido “fallado”. Hay que revisarlos bien, es mi responsabilidad, quiero que me des una mano...". Yo no sabía nada del asunto, pero en una muestra de colaboración, acepté y ambos nos paramos de la mesa, dando gracias a la bondadosa tía. Caminamos en dirección al centro de la ciudad. Mientras avanzábamos, escuchábamos el "patachin...chin...chin...." de la banda. Ya habían sacado a “El Sarco” en procesión y el olor a incienso y velas era intenso. También se oía los cánticos de las mujeres y el estruendo de los cohetes que precedían al gentío. Se dirigían de regreso a la Iglesia que quedaba en la misma plaza, ignoraban que en esos momentos estaban bajando a los animales de los camiones. Nadie les dió aviso, por lo que muy tranquilos, imbuídos por la fé, seguían su marcha cantando y orando.
              Nosotros ya estábamos cumpliendo nuestra labor. Desde el balcón de mi tía Sara  divisábamos uno a uno a cada toro, viendo que caminen normalmente, que no tengan ninguna pata rota ningun cacho partido. De pronto uno de los galpones cayó al suelo. El golpe fue tan fuerte que los maderos se rompieron y del interior salió bufando un enorme animal. Miraba desesperadamente por donde huir y nuestros gritos lo atolondraban más. Los peones, choferes y ayudantes, inmediatamente se pusieron a buen recaudo. Entonces el toro emprendió veloz huída por una de las calles. Lamentablemente el lugar escogido para la fuga era precisamente el mismo por donde venía la procesión. Cuentan que fué don Gaspar quien avisó que en dirección opuesta venía la bestia, por lo que los cargadores dando un veloz giro al anda donde estaba el santo emprendieron la carrera para ponerlo a salvo y proteger sus vidas. Las mujeres de sus balcones al ver que el pobre santo se zamaqueaba en su trono con riesgo de caer gritaban: “sujeten al Sarco!… sujeten al Sarco!..” Pero de nada servían sus avisos, pues los cargadores corrían desesperados.
               Don Belisario, veterano policía en retiro, a todo pulmón gritaba: “cuerpo a tierra…cuerpo a tierra!...” pero la gente aterrorizada tuvo que arrojar al pobre "Sarco" al suelo. Para colmo de males, el toro pensando que era una persona, lo emprendió a cabezazos y cornadas hasta volverlo polvo. Los guardias civiles tuvieron que sacrificar al pobre animal. Decargaron sus fusiles en toda su anatomía dejándolo tirado en plena calle junto con los restos de nuestro personaje “EL SARCO”.

              

Ir a Página Inicial                                  Ir a Página Literaria                                        A siguiente página