EL ABORTO, DESDE UN PUNTO DE VISTA
ÉTICO.
INTRODUCCIÓN
El aborto constituye un importante problema moral de nuestros días. La
relajación de las leyes contra el mismo, en muchos países, y la propaganda en
favor de más relajación lo han puesto a la orden del día. Necesitamos
distinguir cuidadosamente entre la moralidad del aborto mismo y la supuesta
moralidad de su legalización, a la que nos referiremos más adelante.
El aborto se define como la expulsión de un feto de su matriz antes de
que sea viable, esto es, antes de
que pueda vivir fuera de la madre. No es el alumbramiento prematuro de un feto
viable. El acelerar el nacimiento no es un acto malo si el niño puede
mantenerse vivo, pero presenta un riesgo tan grave, con todo, que se requieren
razones de mucho peso para autorizarlo. Podrá justificarse acaso por el
principio del doble efecto, siendo las razones proporcionadas el peligro para la
salud de la madre, del niño o de ambos, si se permite que la gestación llegue
a su término natural.
El aborto espontáneo no es culpa de nadie. De lo que aquí tratamos es
del aborto inducido, que es provocado voluntariamente. Si se persigue la muerte
del niño como fin o como medio, se trata de un matar directo y no de una simple
exposición del niño a peligro, porque mediante dicho acto se lo saca del único
lugar en donde puede vivir y se le pone en un lugar en donde no puede vivir; no
hay manera más eficaz de matar a una persona que ésta. Nadie puede pretender
seriamente que el niño muere de causas naturales después que ha nacido, porque
no se le ha permitido nacer apropiadamente. Todo matar consiste en contrariar la
naturaleza de tal modo que una persona muera de ello.
El principio del doble efecto
no tiene aplicación en los casos de
aborto directo. El acto mismo es directamente destructor del feto, y el efecto
malo esto es, la muerte del feto,
no es solamente un efecto lateral permitido, sino que es el medio utilizado para
la realización de cualquier efecto bueno que pueda resultar para la madre.
Puesto que las dos primeras condiciones del principio del doble efecto no se
verifican, no importa que haya o no una buena intención y una proporción
suficiente. Resulta inútil, por consiguiente, intentar una justificación moral
cualquiera del aborto directo sobre la base del principio del doble efecto.
Cualquiera justificación, de ser posible, necesitaría basarse en otros
principios.
La situación es distinta si la muerte del niño nonato es solamente
indirecta, de modo que sólo sea permitida y no querida como un medio o como un
fin. La situación del aborto indirecto se produce cuando la madre ha contraído
alguna enfermedad grave (el embarazo mismo no constituye una enfermedad, sino un
estado natural) y el único tratamiento viable, ya sea médico o quirúrgico,
habrá de tener dos efectos, esto es: la cura de la enfermedad de la madre y la
muerte del niño. Este es el tipo de caso al que sí puede aplicarse el
principio del doble efecto. En efecto, el niño no es atacado directamente y su
muerte, aunque deba seguir sin lugar a dudas, constituye un efecto secundario
incidental inevitable de la ejecución de un acto legítimo. La madre misma
necesita el tratamiento, sea cual sea el efecto que pueda tener sobre el niño,
y la muerte del niño no es un medio empleado para curarla. Aquella tiene el
derecho de someterse al tratamiento y está autorizada moralmente para hacerlo.
El médico tiene la responsabilidad de decidir si el estado de la madre es
realmente patológico y si el tratamiento considerado constituye o no el único
remedio eficaz.
Resumiendo las distinciones necesarias para la comprensión de los
argumentos, diremos: el aborto puede ser espontáneo, en lo que no hay culpa de
nadie, o inducido, esto es, producido voluntariamente. El aborto inducido puede
ser indirecto, esto es, la consecuencia prevista pero no querida de hacer alguna
otra cosa, o directo, esto es, la expulsión del feto, perseguida como un fin o
como un medio. El aborto directo se designa como terapéutico,
si el propósito es salvar la vida o la salud de la madre, o como
criminal, si el propósito es algo distinto, no aceptado por las leyes. Las dos
primeras distinciones son importantes para el moralista por cuanto separan el
acto involuntario del voluntario, y el indirectamente voluntario del
directamente voluntario. Esta última distinción de la ley civil presenta poco
interés para el moralista.
ARGUMENTOS
DE QUIENES ESTÁN EN FAVOR DEL ABORTO
No todos los argumentos que siguen, en favor del aborto, lo consideran
desde el mismo punto de vista, sino que algunos favorecen el aborto en caso de
demanda, en tanto que otros sólo lo permitirían en condiciones muy estrictas.
1. Hablar del aborto como un asesinato es absurdo, porque el feto humano
no es un ser humano. En efecto, o es parte de la madre, susceptible de ser
tratado como cualquier otro apéndice, o es un ser vivo separado, dentro de la
madre, pero que no ha llegado todavía
a la condición humana. En el primer caso se lo puede eliminar del cuerpo de la
madre como una excrescencia indeseable. En el segundo caso, se lo puede sacar de
un medio exactamente por la misma
razón por la que matamos animales u otras formas de vida subhumanas.
2. El que el feto sea o no un ser humano, esto es una cuestión que nadie
puede decidir, puesto que no puede darse prueba experimental alguna del momento
en que recibe un alma humana. Muchos modernos dicen que es en el
momento de la concepción, pero una teoría antigua y medieval honorable
decía que unas semanas más tarde. Puesto que no puede darse certidumbre alguna
al respecto, hemos de recurrir a las probabilidades. Podemos actuar, por
consiguiente, con fundamento en la
probabilidad de que el feto no es un humano y terminar, por una buena razón, el
embarazo.
3. Incluso si el feto, debido a la continuidad biológica y a la herencia
cromosomática, se considera no meramente como un ser humano potencial, sino
actual, aun así no se ha convertido todavía en persona humana. Y únicamente
la persona tiene derechos, incluidos el de la vida. Puesto que el feto no posee,
por consiguiente, el derecho de la vida, puede ponerse fin a su vida, por una
buena razón, sin violación alguna de la buena moral.
4. Incluso si al feto se le reconoce el derecho a la vida, es el caso,
con todo, que en una colisión de derechos los del feto han de ceder ante los de
la madre. Desde cualquier punto de vista, los derechos de la madre tienen
preferencia sobre los del feto. En efecto, ella es una persona adulta, que
ejerce su inteligencia y controla libremente su vida, con posibilidades y contraídas
para con su familia y los demás. Para el feto, en cambio, todo esto es futuro.
Vive exiguamente, es inconsciente y es totalmente dependiente. La madre puede
vivir sin él, pero el no puede vivir sin la madre.
5. En algunos casos, el niño puede considerarse como un agresor injusto
sobre la salud física o mental de la madre. El peligro para la salud física de
la madre, en determinados embarazos, es la razón de que la mayoría de los
estados permitan el aborto terapéutico. Pero es el caso que la salud mental es
exactamente tan importante como la salud física. Convertir el resto de la vida
de la madre en una tortura intolerable al trastorno psíquico constituye un
precio demasiado elevado en su caso. A la madre le está moralmente permitido
defenderse contra semejante perspectiva, y podrá ocurrir que la única defensa
consiste en la eliminación de la causa.
6. Al menos en aquellos casos, ahora afortunadamente raros, en los que
madre y niño morían con toda seguridad a menos que se abortara al niño, únicamente
un legalismo ignorante podría obligar al tocólogo a dejar morir a ambos en
lugar de salvar a uno.
Ninguna
distinción sutil entre actos directos e indirectos, efectos principales e
incidentales, consecuencias deseadas y permitidas, y otras reglas por el estilo
deberían adorarse como fetiches mientras está en juego una vida. La necesidad
no conoce la ley.
7. No debería existir niño no deseado alguno. En efecto, el niño
necesita cariño, y no puede vivir una vida normal sin él. El niño no deseado
es un niño no querido. Algunos padres podrán aprender acaso a quererle más
adelante, pero incluso el niño podrá descubrir el sentimiento forzado detrás
del despliegue afectado de cariño. En muchos casos, no se da ni siquiera esta
afectación, y el niño crece rechazando y resentido, para descargar más
adelante su despecho contra su propia sociedad o contra la humanidad entera.
Semejantes monstruos no deberían llevarse al mundo.
8. ¿Por qué debería estar una mujer obligada a pagar por una
indiscreción con muchos años de sacrificio, criando a un niño no deseado,
especialmente si el padre puede desaparecer sin dejar rastro? ¿Por qué debería
una mujer casada verse estigmatizada y ver arruinada su vida, si su marido podría
hacer lo mismo que ella ha hecho, sin ser descubierto? El prejuicio contra el
aborto lo han hecho los hombres y debería ser eliminado por las mujeres.
9. La población debe controlarse. Esta necesidad es tan urgente, que
algunos derechos individuales habrán probablemente de sacrificarse para el bien
mayor, esto es, la supervivencia misma de la raza humana. La contracepción y la
esterilización constituirían mejores métodos que el aborto, pero los seres
humanos son demasiado irresponsables e incontrolables para eliminar por completo
la necesidad del aborto. Más bien que prohibir el aborto, deberíamos
fomentarlo, y deberíamos alegrarnos de que se practicara voluntariamente,
difiriendo así el momento en que nos veremos en el caso de hacerlo obligatorio.
Hemos llegado así al punto de la ética global, en que los problemas menores
son rebasados.
ARGUMENTOS
EN CONTRA DEL ABORTO
Los adversarios del aborto consideran que estos argumentos no convencen,
especialmente por cuanto no se preocupan por los intereses del niño. Responden:
1. Todas las pruebas biológicas confirman el hecho de
que el feto humano es sencillamente humano. El huevo fecundado tiene el
patrón de los cromosomas humanos, que contiene todos los factores hereditarios,
y no puede desarrollarse como algo que no sea un ser humano. Además, los biólogos
atestiguan unánimemente que la
vida fetal es distinta de la vida de la madre, pese a que los dos estén unidos
durante el período de gestación. Así, pues, toda analogía con la extirpación
quirúrgica de tumores o con la muerte de animales es inaplicable al caso del
aborto.
2. Aristóteles* creía que el embrión no se
hace humano después de la concepción, y tal vez sea por esto que no viera mal
alguno en el aborto temprano. Santo Tomas aceptó la opinión de Aristóteles
como una teoría física probable, pero no sacaba de ella conclusión
ética
alguna. No sabemos ni sabremos probablemente nunca el momento exacto en que el
alma humana entra en el cuerpo para convertirlo en un ser humano, y es por esto
que, para todos los fines prácticos, debemos
considerarlo como humano desde el momento de la concepción. No debemos
servirnos aquí del probabilismo,
porque no hay duda alguna acerca de una ley o una obligación, sino solamente
acerca de una cuestión de hecho. De igual modo que no enterremos a un individuo
si sólo está probablemente muerto, así tampoco podemos matar un feto si sólo
es probablemente no humano. En semejantes cuestiones debe seguirse el curso
moralmente más seguro que es el tratar al embrión como un ser humano vivo.
3. Si pudiéramos demostrar que el feto, aunque
humano en algún sentido, no es todavía una persona, no tendría derecho
alguno de vivir y podría ser matado como un animal. Pero ¿qué criterio
habremos de adoptar con relación a la personalidad? Si adoptamos para ello el
empleo real de la inteligencia y la libertad, podríamos matar a los niños
durante algunos años después del nacimiento. El que el niño esté dentro o
fuera de la madre no es más que
una diferencia física y local que difícilmente puede constituir la esencia de
la personalidad. La única forma de tratar esta cuestión consiste en considerar
el embrión o feto humano como una persona humana con todos los derechos,
incluido el de la vida, que acompañan la personalidad. En esta manera de ver,
el niño no es una persona en potencia, sino una persona actual, aunque el pleno
uso de su personalidad deba esperar a que alcance gradualmente su plena madurez.
4. Todos los seres humanos son
iguales en cuanto a su derecho a la vida, y la edad no confiere prioridad
alguna. Si sólo se trata de permitir indirectamente la muerte de uno u otro,
debería escogerse a aquel que tiene la mejor probabilidad de sobrevivir. Pero
una colisión de derechos no puede decidirse,
con todo, dando muerte a una persona inocente,
que no ha hecho más que perder su
derecho a la vida. En tal caso, el derecho de cada uno, cede al deber de cada
uno, y ni uno ni otro han de matarse. La madre no puede matar a ninguno de sus
hijos nacidos para descargarse de sus diversas responsabilidades; ¿por qué,
pues, debería poder hacerlo con el nonato?
5. Parece absurdo considerar a un niño nonato como un agresor contra sus
padres, quienes por su propio acto voluntario causaron su presencia en a matriz
materna. La agresión no consiste en estar simplemente presente, sino en hacer
algo. Debe haber para ello un verdadero ataque. Si el embarazo no se desarrolla
normalmente, esto es uno de aquellos accidentes que no son culpa de nadie, y con
seguridad no más del niño que de los padres. El punto de vista de la salud
mental es distinto. Aquí, en efecto, la madre es la que necesita tratamiento, y
el matar al niño no constituye una solución moral, como no la constituiría
matar a los perseguidores imaginarios como remedio para la paranoia.
6. Ningún moralista desea que los médicos sean remisos en su deber
profesional de salvar vidas humanas. Han de servirse de todos los medios legítimos,
pero no deben recurrir a medios que son moralmente malos. Los médicos no tienen
más derecho que otra persona cualquiera para dar la muerte a seres inocentes.
El hecho de que el niño nonato no pueda defenderse a sí mismo no significa que
su derecho pude ser violado a voluntad de cualquiera. La protección del derecho
del niño a la vida no es legalismo, sino el empleo correcto de la ley. El que
la necesidad no reconozca ley podrá
constituir un proverbio popular, pero no posee fuerza alguna como guía moral,
ya que siempre cabría inventar alguna forma de necesidad para justificar lo que
fuera.
7. todo el mundo reconoce la importancia del cariño en la vida del niño,
pero ¿diremos acaso que, si el niño no es querido, lo que habrá que hacer es
matarlo? Pongamos más bien la culpa del hecho de que el niño no sea deseado
sobre aquellos a quienes corresponde, esto es, a aquellos que lo concibieron. En
efecto, al hacer lo que hicieron, se expusieron al riesgo de la concepción y
son responsables del resultado. Tanto si pueden aprender como no a experimentar
cariño emocional hacia el niño, tiene la obligación de cuidar de él y de
mostrarle todo el cariño que puedan. Incluso un niño no querido preferiría
vivir a ser matado. ¿Quién tiene el derecho de adoptar aquí la decisión por
él antes de que nazca?
8. La palabra indiscreción constituye un eufemismo para disimular una
falta moral cometida, voluntaria por ambas partes, excepto en el caso de violación.
El que las mujeres sean responsables de lo que hacen no constituye en modo
alguno una invención masculina, como no lo constituye una estructura biológica
que hace que sea la mujer quien dé a luz al niño. El que un hombre pueda ser
lo bastante cobarde para abandonar a la mujer de la que ha abusado, esto
constituye el crimen moral del hombre. El aborto es la forma más difícil
que tiene la mujer para buscar igualdad en la iniquidad. Un segundo mal
no es el medio de corregir el primero.
9. Todos nosotros estamos percatados del problema de la población y
sabemos que debe hacerse algo al respecto. Pero, cualquiera que sea la solución
a la que lleguemos, si se llega a alguna, habrá de concordar con la moralidad.
El aborto generalizado no constituye la respuesta. El aborto obligatorio
constituye una violación tan flagrante de los derechos humanos, que cualquier
pueblo tendría el derecho de oponérsele con la violencia. Necesitamos una ética
global, pero si ésta consiste en la inmoralidad global, entonces no queda ética
alguna.
CONCLUSIÓN
En síntesis lo que resulta de esta disquisición es que no existe
justificación moral alguna para el aborto directo, ni siquiera en su variedad
terapéutica. En efecto, el hombre no tiene derecho alguno de proceder a la
muerte directa de los inocentes y, si hay siquiera inocente alguno, éste es
indudablemente el niño nonato. La única forma de defensa que les queda
aquellos que siguen queriendo sostener la moralidad del aborto, está en
establecer de algún modo que el feto no es una persona humana y no tiene, por
consiguiente, derecho a la vida, o demostrar que el feto es realmente un agresor
inconsciente contra la madre y pierde, en esta forma, su derecho a la vida.
Hasta el presente esto no se ha conseguido, pero no hay razón alguna, en cuya
virtud de pensadores no debiera
seguir estudiando el caso.
Otra interrogante se plantea en relación con el control del aborto por
la ley civil. Según veremos más adelante, no compete al estado regular la vida
privada entera de los ciudadanos. Muchas prácticas inmorales han de tolerarse,
especialmente en una sociedad pluralística, en la que se le da a la conciencia
individual tanta rienda suelta como es compatible con el bien público. Es el
caso, sin embargo, que el aborto interesa a alguien otro aparte de la madre, el
padre y el médico. La conspiración de esto para ejecutar al niño podrá
constituir una cuestión privada suya, pero corresponde al estado salir en
defensa de la víctima inocente. Las corrientes actuales para liberalizar e
incluso abolir las leyes relativas al aborto pasan totalmente por alto al
derecho a la vida de un niño nonato existente, cualesquiera que sean las
circunstancias bajo las cuales la vida empezó, así
como su derecho a la protección por parte del estado contra aquellos que
quisieran destruir su vida. Sin embargo, es aquí donde una parte importante de
la población está convencida de lo contrario y cree que el niño nonato no es
todavía una persona humana con derecho a la vida, y cabe preguntarse pues, si
el estado no debería intervenir por medio de la ley pública, o si, por el
contrario, debería confiar la vida del niño a la conciencia de los padres. Prácticamente,
esto último es lo que el estado debe hacer de todos modos, puesto que no puede
controlar el aborto ilegal. Por otra parte, la legalización podría
considerarse como autorización y estimular así la matanza de los inocentes.