Comienzo de la instrucción que el hombre de Silé
llamado Dwa-Jeti hizo para su hijo Pepy, mientras navegaba en dirección del sur hacia la
Residencia, a fin de ponerlo en la escuela de escritura entre los hijos de los
dignatarios, la escuela más famosa de la Residencia.
Le habló así:
He visto a los que reciben golpes. ¡Tú debes
dedicarte a la escritura! He observado a los que han conducido al trabajo forzado. Mira:
nada sobrepasa a la escritura: ¡es un barco sobre el agua!
Lee, pues, al final del libro de Kemyet, esta
afirmación: «EI escriba, sea cual fuere su oficio en la Residencia, no carecerá de
nada». El cumple los deseos de otro que hasta entonces nunca se había marchado
satisfecho. Yo no veo otra profesión que pueda compararse con ésa y verificar esta
máxima. Voy a hacerte amar los libros más que a tu madre y a desplegar ante ti su
excelencia. Es la mayor de las profesiones. Nada en la tierra es comparable con ella.
Apenas el escriba empieza a ser experto, ya se le saluda, aunque sea aún niño, y lo
envían a ejecutar una tarea; ¡no volverá ya a ponerse un delantal (de artesano)!
Nunca vi a un picapedrero hacer una carrera
(importante), ni a un orfebre encargado de una misión; pero he visto a un calderero a la
puerta de su horno. Sus dedos se parecían a las garras del cocodrilo y olía peor que el
pescado podrido.
El carpintero que lleva la hazada está más cansado
que un jornalero del campo. Su campo es su madera; su hoz es el hacha. Su trabajo no
conoce tregua y tiene que cansarse más allá de sus fuerzas; al caer la noche, todavía
tiene que encender (...)
El joyero horada cuentas para el collar con toda
clase de piedras duras; y cuando ha acabado de incrustar el ojo de los amuletos, le fallan
las fuerzas, está agotado. Se sienta hasta la llegada del sol, con calambres en las
rodillas y en la (...)
El barbero sigue rapando hasta el anochecer; pero
tiene que levantarse muy pronto y gritar, con la bacía en la mano, yendo de calle en
calle en busca de quién afeitar. Utiliza los brazos para llenar el vientre, como la abeja
que no come más que según lo que trabaja.
El cortador de cañas baja por el río hasta el
delta para ir él mismo a buscar flechas. Trabaja por encima de sus fuerzas, picado por
los mosquitos y mordido por las pulgas de la arena. Y entonces tiene fiebre.
El alfarero está cubierto de tierra, aunque
todavía vive entre los vivos. Revuelve el campo como un puerco para (poder) cocer sus
cacharros. Sus vestidos están sucios de barro; su turbante no es más que un andrajo. El
aire que sale de su horno ardiente le penetra por la nariz. Pisa la arcilla con sus pies,
haciendo él mismo (oficio) de pilón. Ensucia el vestíbulo de las casas con la tierra
que aplasta.
También te describiré al albañil. Sus riñones le
hacen daño, porque tiene que quedarse fuera, al viento y sin vestidos, con una cuerda por
cinturón y un trapo en las nalgas. Tensos de cansancio, sus brazos pierden toda su
fuerza. Endureciendo boñigas con la argamasa, se come el pan con sus dedos (sucios), pues
sólo se lava una vez al día.
¡Qué vida tan dura la del carpintero que cepilla
las vigas! Para el techo de una habitación de diez codos por seis, se pasa un mes hasta
haber puesto las vigas, extendido la techumbre y terminado todo el trabajo. Pero (durante
ese tiempo) nadie proporciona en su casa el alimento necesario a sus hijos.
El hortelano tiene que llevar el yugo; sus dos
hombros se doblan bajo el corvejón y lleva en la nuca una callosidad que se infecta. Se
pasa la mañana regando legumbres, la tarde regando pepinos, y el mediodía el palmeral. A
veces se derrumba y muere en la tarea 1, más que en cualquier otro oficio.
El aldeano grita más que los grajos; su voz es más
fuerte que la de los cuervos. Sus dedos están llagados por la (tierra) que apesta. Cuando
lo llevan para contratarlo en la tierra del Delta, está hecho un pingajo. Sufre, una vez
llegado a la isla, pues la enfermedad es su salario y la tarea allí se triplica. Si
vuelve del pantano, llega a su casa totalmente agotado, pues el trabajo ha arruinado su
salud.
El tejedor en el interior de su taller es más
desgraciado que una mujer (en dolores de parto); las rodillas apretadas contra el vientre,
no puede ni respirar. Si pierde un solo día sin tejer, lo castigan con cincuenta
latigazos. Y tiene que dar alimento al portero para que éste le permita venir a la luz
del día.
Más desgraciado aún, el fabricante de flechas que
tiene que ir al desierto. Tiene que pagar por su burra más de lo que le proporciona su
trabajo y abonar al campesino que le indica el camino. Cuando vuelve a casa, el camino lo
ha destrozado.
El caravanero se va al extranjero, después de haber
traspasado sus bienes a sus hijos, por miedo a los leones y a los asiáticos. Sólo se
encuentra bien cuando vuelve a Egipto, pues (durante su viaje) su casa es sólo una lona,
en vez de un techo de tejas, y sin vestíbulo para tomar el aire.
El embalsamador tiene los dedos que apestan con el
olor de los cadáveres y los ojos irritados por el denso humo. No puede deshacerse de su
suciedad, aun cuando pase un día entero en un charco de cañas, y sus vestidos le causan
hedor.
Muy desgraciado es el curtidor que transporta sus
varas de curtir. Sus almacenes están llenos de pellejos y todo lo que muerde le sabe a
cuero.
El lavandero hace la colada a la orilla del agua,
muy cerca de los cocodrilos. «Padre -le dicen su hijo y su hija-, me voy lejos del agua
corriente, a buscar un oficio más interesante, cualquiera que sea, pero más destacado».
Su comida está mezclada de suciedad; ~no tiene ni un solo miembro limpio! Tiene que lavar
la ropa de la mujer impura. Llora, pasando el día batiendo en la losa (de lavar). Le
gritan: «¡Lejía sucia! ¡Ven pronto, que esto se derrama!».
Al pajarero nada le va bien cuando acecha a los
habitantes del cielo. Cuando pasa algo volando por encima de el, dice: «Si tuviera ahora
mis redes...». Pero el dios no le da esa oportunidad, ya que sólo siente odio por lo que
ha hecho.
Quiero hablarte también del pescador, que es el que
tiene un oficio más desgraciado, ya que ha de trabajar con la orilla infestada de
cocodrilos. Cuando cuenta (su pesca), se queja y no puede decir (como) excusa: «Había
allí un cocodrilo», ya que ha sido su miedo el que lo ha cegado. Cuando llega al río,
dice: «¡A dios va!».
Mira, además no hay oficio sin patrono, excepto el
del escriba, ¡pues él es el amo!
Si sabes escribir, esto será mejor para ti que todos los
oficios que te he presentado. Mira, el funcionario es un dependiente, lo mismo que el
administrado. El arrendatario no puede decirle al propietario: «¡No te quedes
vigilándome!».
Lo que he hecho (al emprender) este viaje desde el
sur hasta la Residencia, lo he hecho por amor a ti. (Hasta) un solo día en la escuela es
ventajoso para ti, ya que el trabajo que allí se hace dura toda la eternidad, como las
montañas. Busca con agrado el trabajo de la escuela, mientras que los trabajadores que te
he dado a conocer tienen que desvivirse y obligan a obrar rápidos a los recalcitrantes.
Voy a decirte otra cosa para enseñarte lo que has
de saber en ese sitio en que tendrás que luchar. No te acerques a un lugar donde
disputan. Si alguno te dirige algún reproche y no sabes cómo resistir a su cólera en
presencia de oyentes, responde con precaución.
Si marchas detrás de los oficiales, permanece a
distancia del último. Si entras cuando el dueño de casa está en ella y delante de ti
sus manos se tienden a otro, siéntate con la mano en la boca. No pidas nada en su
presencia, sino haz lo que diga. Guárdate de acercarte a la mesa.
Permanece serio, no te despojes de tu dignidad. No
digas tus secretos, pues el que oculta sus pensamientos íntimos ése se hace un escudo.
No pronuncies palabras sin pensar cuando te sientes con un hombre irritado.
Cuando vuelvas de la escuela después del anuncio de
la pausa del mediodía, entra en el patio y discute de la última parte de tu libro de
lectura.
Cuando un funcionario te envíe como mensajero, di
lo que él dijo. No cortes ni añadas nada. El que abandona un cofre (¿de libros?), su
nombre no durará. Al que es sabio en todos sus caminos, nada se le ocultará y no será
rechazado para ninguno de sus puestos.
No digas nada falso sobre tu madre: es una
abominación para los funcionarios.
El retoño que hace cosas útiles, su condición es
igual a la de ayer.
No tengas demasiada indulgencia con un hombre
indisciplinado, pues luego hablarían mal de ti.
Cuando hayas comido tres bocados de pan y echado dos
tragos de cerveza, si tu cuerpo no queda satisfecho, dómalo. Si otro se atraca, no te
juntes con él. ¡Guárdate de acercarte a su mesa!
Mira, es conveniente que, una vez despedida la
gente, oigas (sólo) las palabras de los dignatarios. Tienes que adoptar las formas de los
hijos de los nobles y seguir sus huellas.
Se estima a un escriba que se muestra comprensivo,
ya que la comprensión transforma a una persona apasionada.
Permanece en pie cuando te dirigen palabras de
bienvenida. Que tus pies no se apresuren cuando caminas. No te acerques como hombre lleno
de confianza.
Trata con un hombre más eminente que tú; pero que
tu amigo sea de tu generación.
Mira, te he puesto en el camino del dios. La Renenet
[diosa protectora] de un escriba está sobre su hombro desde el día de su nacimiento.
Cuando se hace hombre cabal, llega a la sala de la corte de justicia.
Mira, no hay escriba a quien le falten el alimento y
las provisiones de la Casa real - ¡vida, prosperidad, salud! -. Es Meskenet [diosa del
nacimiento y del destino], protectora del escriba, la que lo presenta ante el colegio de
los magistrados.
Venera a tu padre y a tu madre, que te pusieron en
el camino de los vivientes. Recuerda bien todo esto, que he puesto ante tus ojos y ante
los de los hijos de tus (...)
Felizmente acabado.