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SUPERAR LOS VIEJOS METODOS EN LA MILITANCIA Y LA ORGANIZACION

Grupo Tribuna Obrera

La organización del partido revolucionario está en el centro del debate sobre el rearme del marxismo. El desarrollo de la lucha de clases y la crisis de la izquierda ha generado una aguda necesidad de estudiar y discutir el tema; no es extraño entonces que hoy la cuestión se discuta en muchísimos círculos de compañeros, preocupados por la extensión que adquirieron las prácticas burocráticas y la constancia con que se aplican. Es que incluso nuevas organizaciones, surgidas de escisiones precipitadas por las formas bárbaras de resolver diferencias, y que prometen superar esos males, al poco tiempo se encuentraron aplicando en su seno la misma medicina que recibieron en sus partidos originarios. Pareciera que la izquierda está condenada a reproducir al infinito esos métodos. La urgencia de discutir el tema se acrecienta porque es un elemento de desconfianza que ayuda a que no encuentren un norte las jóvenes generaciones que se van incorporando a la lucha en forma más o menos esporádica.

El objetivo de este artículo es aportar al debate para contribuir a superar este panorama, profundizando en la crítica a la organización burocrática y en especial, tratando de ponerla en relación con la orientación política y programática. Sobre la base de esta crítica, proponemos algunas pautas orientadoras para la construcción de otro tipo de organización revolucionaria, que rescate las mejores tradiciones del marxismo y del bolchevismo.

Una espiral infernal

Comunmente existen dos errores simétricos en el tratamiento de la organización. El primero es considerar que el método es un derivado mecánico y pasivo de la política y del programa; se piensa que si la política y el programa son correctos, el método necesariamente lo es, de manera que nada hay que discutir al respecto. Con esta óptica, en muchos partidos de izquierda, cuando una oposición interna cuestiona los métodos, la respuesta clásica es que «éstos no se pueden discutir independientemente de la política». La falacia de este razonamiento se advierte fácilmente apenas exploramos la lógica que la anima: suponiendo que en un partido la política es oportunista (por ejemplo, pequeño burguesa o capituladora a la burocracia), si los métodos son un derivado de ella, estarán viciados e impedirán corregir la política. En una palabra, se razona en círculo -la política equivocada determina métodos erróneos y burocráticos de elaborar la política, por lo tanto la política no se puede enderezar- y la única salida que queda es la escisión. Esto explica por qué, con este razonamiento, en muchas rupturas de los partidos de izquierda todo el mundo aduce que las diferencias son «políticas», pero en los hechos se rompe a partir de brutales cuestionamientos y peleas en torno al método. Los que defienden esta postura olvidan que el régimen interno y el método constituyen el fiel de la balanza que permite medir, para mantener, corregir o cambiar, la política del partido y su relación con el movimiento de masas.

El segundo error, muy común, es simétrico al primero, y consiste en considerar que la organización partidaria es completamente independiente de la orientación política, y que se lo puede tratar y corregir en lo fundamental sin modificar a ésta. En el fondo ambas posiciones, aunque opuestas, comparten la concepción de considerar a la organización como un «en sí», cuando en realidad se trata también de una forma de la orientación política e incluso del programa, porque conecta con las concepciones más esenciales sobre la sociedad y la revolución. ¿Quién puede decir que la «forma organizativa» del soviet o de la dictadura del proletariado, por ejemplo, no es un problema político y programático? Lo mismo sucede con la organización partidaria. El error de los enfoques comentados estriba en abordar en forma no dialéctica la relación entre organización y orientación política. El análisis marxista exige que cada uno de estos momentos sea tomado en su interrelación con los otros. Hasta cierto punto el método es política «concentrada», pero también conserva determinada independencia, que autoriza a un tratamiento relativamente autónomo. Por este motivo, en los trabajos más elaborados del marxismo clásico sobre el problema de organización -como el ¿Qué hacer? de Lenin- el tema se discute en íntima conexión con las orientaciones estratégicas -en particular con la relación que el partido establece con el movimiento de masas-, pero también es examinado hasta cierto grado «en sí». Dicho en lenguaje dialéctico, la forma (el método) hasta cierto punto traspasa al, y «es», contenido (político), pero al mismo tiempo se distingue de éste.

Esta relación se puede comprender claramente cuando se ve desde una perspectiva histórica la manera en que política y método fueron deslizándose hacia el oportunismo y degradándose en el movimiento comunista, hasta el punto de no quedar rastros ni de la política revolucionaria ni de las formas de la democracia obrera. Los crecientes rasgos burocráticos en el Partido Comunista de la URSS (denunciados ya por Lenin en sus últimos años de vida) impidieron la elaboración de una línea política correcta; la Internacional y el partido comenzaron a dar «bandazos» a izquierda y derecha, y la línea política a divergir crecientemente del curso de la lucha de clases. Esto llevó a que los métodos crecientemente empeoraran, porque era la única forma de «cerrar» las líneas divergentes. Trotsky ha realizado un análisis magnífico de esta dialéctica: las debrotqs de la revolución mundial modificaban la actitud de la clase obrera (reducción de las esperanzas, escepticismo, cansancio y desconfianza en sus propias fuerzas) y esto afianzaba a la burocracia, expresión de las presiones de otras clases en el seno del partido y del estado. De allí que crecientemente se impusiera el ahogo del pensamiento y de la crítica, a la par que se afianzaba la orientación oportunista. En 1929 Trotsky escribía: Durante cinco años el proletariado vivió oyendo repetir la fórmula bien conocida: «Prohibido razonar; los de arriba son más inteligentes que tú y deciden». Esto hizo nacer, al principio, la indignación; más tarde la pasividad y después todo el mundo aprendió a encerrarse en sí mismo, a replegarse desde el punto de vista político. De esta forma se fueron introduciendo algunas características, rasgos, que luego adquirirían carta de ciudadanía en prácticamente todas las organizaciones de izquierda. Pero lo importante es destacar la relación que se establece entre método y línea política. En una organización en la que no se elabora colectivamente, en la que «los de arriba» piensan por todos y se pierde contacto con las bases obreras, es imposible mantener una línea política justa: No puede concebirse una línea política justa como sistema si no se siguen métodos justos para trazarla en el partido y hacerla aplicar. Si en alguna cuestión, bajo la acción de ciertas presiones, la dirección burocrática llega incluso a descubrir la traza de la línea justa, no existe ninguna garantía de que se la seguirá verdaderamente y de que no se la abandonará de nuevo al día siguiente.

Aquí Trotsky ubica la importancia y autonomía relativa que tiene el método, pero al mismo tiempo no deja de advertir que: las cuestiones de organización son inseparables de las del programa y de la táctica. Progresivamente entonces se va estableciendo una dialéctica imparable, entre los polos, método - orientación política. Primero se trata de «desviaciones» burocráticas de funcionarios, a lo cual vienen a sumarse otras «desviaciones especiales» como «falsedad, engaño, duplicidad, peculiares de la democracia burguesa». Ya estos procedimientos habían sido desconocidos en el viejo movimiento revolucionario, pero hacia fines de los años veinte Trotsky anotaba la aparición de nuevos rasgos (¡muchos de los cuales nuestros lectores encontrarán familiares!): ... abusos de poder inadmisibles y monstruosos ... la aplicación en la discusión de procedimientos de los que habría podido enorgullecerse un partido burgués y fascista, pero no un partido proletario (formación de equipos especiales de combate, silbidos por orden, oradores arrojados de la tribuna y otras infamias semejantes); en fin, y sobre todo, la carencia absoluta de camaradería y de buena fe en las relaciones entre los funcionarios y los miembros del partido.

En los años treinta, y en consonancia con el afianzamiento de la política stalinista de pacto con el imperialismo y el estrangulamiento de la dictadura del proletariado, esa «carencia absoluta de camaradería y de buena fe» degenerarían cualitativamente hasta llegar a los campos de concentración, la tortura y fusilamientos masivos contra los opositores revolucionarios e incluso contra sus propios partidarios caídos en desgracia.

Métodos en los partidos a la izquierda del stalinismo

Sin llegar a los extremos anteriores, es indudable que la crítica a los métodos burocráticos abarca también a las organizaciones que se proclamaron anti stalinistas, particularmente a los partidos trotskistas. Es altamente revelador de la situación de la izquierda el proceso que sufrió este movimiento, que surgió como antítesis y en lucha contra la burocracia dentro del comunismo, porque demuestra hasta qué punto la reacción stalinista inficionó a toda la izquierda revolucionaria (y por este medio ésta se hizo eco de las presiones nacionalistas y burguesas más generales). Si bien los trotskistas nunca aplicaron campos de concentración o asesinaron a sus opositores, sí encontramos en la mayoría de los partidos que se reclaman de la Cuarta Internacional rasgos y características que Trotsky describía en el partido Comunista ruso a mediados de los veinte: falta de compañerismo, difamaciones, trabas en las discusiones y en la publicación de críticas opositoras, deslealtad, culto a la «infalibilidad» del líder, etc. Ya en los años treinta Trotsky se quejaba de que las secciones de la Oposición de Izquierda no habían roto totalmente con ese «cierto veneno» (expresión de Trotsky) heredado de la Internacional Comunista, plasmado en «las luchas fraccionales exacerbadas, combates de cliques y el escarnio de la práctica democrática». En 1931, a propósito de las interminables peleas entre los grupos de su movimiento, plagadas de calumnias y bajezas, Trotsky admitía que esos métodos «no tienen nada en común con el régimen de una organización proletaria revolucionaria». En el mismo escrito se queja de que obreros alemanes inteligentes toleren «la deslealtad y el absolutismo en su organización», y que «los elementos fundamentales que a mí me parecen elementales para un revolucionario proletario no encuentran ningún eco entre ciertos dirigentes...».

Lamentablemente, después de la muerte de Trotsky ese «cierto veneno», en lugar de eliminarse, se mantuvo y afectó decisivamente la elaboración política y la capacidad de análisis de la Cuarta Internacional, debilitando las reservas teóricas y políticas para resistir las presiones de las clases enemigas. La situación económica (crecimiento del capitalismo en la posguerra) y sociales (retroceso del proletariado en los grandes países industriales) constituyeron condicionantes de una evolución crecientemente oportunista. A su vez ésta reactuó sobre el método, provocando un progresivo deterioro de ambos. En este proceso se afectaron también decisivamente las relaciones del partido con las masas, lo que a su vez accionó sobre método y programa. En última instancia se tiene una totalidad en que cada momento es a la vez causa y efecto de los otros.

De esta manera, cuando se precipitó la crisis, este cuadro general impidió que se pudiera establecer una discusión que, por lo menos, mereciera el nombre de «debate entre camaradas». «Aquel cierto veneno» del que hablaba Trotsky se había transformado en procedimientos «naturales y habituales» en las organizaciones. Muchos lectores, ex militantes de organizaciones trotskistas, podrían llenar páginas y páginas de episodios aberrantes.

Estas prácticas han dado como resultado que hoy una inmensa cantidad de compañeros se encuentren moralmente destrozados. Esto no se debe sólo a las derrotas políticas e ideológicas que sufrió la izquierda; éste es un factor en la actual desmoralización, pero ésta ha sido potenciada por la forma en que se «liquidaron» diferencias. A este respecto podemos decir que la obra estuvo bien cumplida, porque se llevó hasta las últimas consecuencias lo que siempre fue el propósito explícito de estos procedimientos contaminados de stalinismo: quebrar a los militantes «enemigos», procurar que abandonaran todo intento de cambiar a la sociedad.

El rearme del movimiento marxista exige revertir esta dialéctica infernal entre método y contenido, atacando de lleno y simultáneamente ambos planos, para generar una dinámica exactamente opuesta a la descrita: un método sano debe ayudar a establecer nuevas bases teóricas y programáticas del marxismo, y éstas a reforzar y profundizar en una organización en la que impere el centralismo democrático.

Una relación externa y burocrática del partido con las masas La organización revolucionaria está estrechamente conectada al vínculo que el partido establece con el movimiento de masas; la manera de concebir esa relación condicionará decisivamente las formas organizativas. Por eso no es casual que desde los mismos orígenes del marxismo (ver por ejemplo La sagrada familia), pasando por los trabajos de Lenin sobre el partido, esa relación entre los revolucionarios y las masas haya atravesado la problemática de la organización. Más en general, en esto está implicada la conexión que el partido establece con la sociedad en la que está inmerso y a la que busca transformar.

Es importante tener presente que el marxismo no es una mera teoría, porque por naturaleza está destinado a interpelar a la clase obrera, a los efectos de encarar la acción revolucionaria. Nada más lejos que el «monólogo», porque la misma respuesta de las masas y la experiencia de la lucha de clases es parte de su objeto teórico y de elaboración. Por eso Lenin insistía en que «la teoría adquiere su configuración definitiva en el contacto con el movimiento de masas». Sin embargo los partidos de izquierda establecieron una conexión «externa» al movimiento de masas a partir de concebirla como «agitación de consignas» y «campañística». Esto se nutrió posiblemente de concepciones tácticas específicas, pero se desarrolló a partir de la consolidación de los métodos burocráticos y los errores de análisis y de política. Una creciente divergencia entre el curso real de la sociedad y de la lucha de clases por un lado, y de los análisis y estrategia del partido por el otro, sólo puede ser «cerrada» con una metodología crecientemente burocrática y «agitativista» de acercamiento al movimiento de masas. Con el tiempo esa orientación suplantó incluso el análisis y el estudio de la realidad objetiva, hasta el punto que determinadas caracterizaciones se convirtieron en temas de agitación. De allí que la relación «campañística» del partido con las masas fuera funcional a organizaciones que perdían la brújula del análisis marxista, y haya sido adoptada, en definitiva, por prácticamente todas las organizaciones de la izquierda. Es la forma de imponer «desde arriba», de manera mecánica, una política que no resiste la crítica científica revolucionaria.

Los partidos de izquierda que tienen una idea agitativista y campañística de la actividad política, conciben la relación con las masas como la de «Mesías-rebaño», como un monólogo. Es una concepción según la cual el partido se ubica en el plano del «educador» de una masa «maleable», y donde la política y las consignas no se elaboran teniendo en cuenta todas las instancias -la teoría, las relaciones con el conjunto de las clases, la educación revolucionaria y el diálogo y elaboración junto a la vanguardia-. Por eso el papel de la teoría marxista y de la lucha ideológica se reduce al mínimo. De la misma manera el monólogo del partido -unido a la falta de discusión interna- «libera» a la dirección de la presión viva de los militantes del partido y de lo más avanzado de la clase, reforzando entonces las presiones de las clases no proletarias y factores como el subjetivismo e impresionismo en los análisis. Todo esto reactúa sobre lo político, dando alas al oportunismo y reforzando el burocratismo y el pragmatismo. Estos elementos potencian la divergencia entre el movimiento de masas y la política del partido, lo que refuerza aún más el «campañismo».

Carente de brújula, por lo general los dirigentes tratan de superar la falta de política y de crítica marxista con medidas administrativas y maniobras tácticas que, en ese marco, sólo potencian los problemas. Por supuesto, las tácticas y maniobras en determinado momento son útiles, incluso imprescindibles para avanzar y luchar por el poder. Pero el problema es cuando se convierten en fin en sí mismo. Cuando al monólogo del partido se le agrega una interminable serie de «bandazos» determinados por consideraciones tácticas, se profundiza el administrativismo burocrático, la despolitización del partido y la utilización en los hechos, de la militancia como «masa de maniobra». Todo esto impulsará más y más el burocratismo y acentuará la pendiente hacia el oportunismo y el desprecio de la teoría. Como dice Trotsky, «la teoría deja de ser instrumento del conocimiento y de la previsión» para convertirse «en un útil técnico de la administración» del partido. Entonces, la máxima clásica del revisionismo, «el movimiento es todo, el fin nada», comienza a imponerse y el objetivo del marxista, que es la lucha por la independencia de clase, la toma del poder y la dictadura del proletariado, deja de guiar su accionar.

Sectas y oportunismo

Naturalmente en esta práctica la democracia interna se restringe «de hecho», porque la discusión teórica y política en el partido y la del partido con la vanguardia, no sólo no son necesarias, sino un estorbo. De allí deviene un tipo de organización «cerrada», donde lo poco y accesorio que se discute -en general en ciertas instancias de dirección, además- se discute estrictamente en su seno, porque cuando «se sale», se lo hace «como un solo hombre», a «golpear con la consigna». Allí no existe intercambio vivo con el movimiento de masas ni menos con los obreros avanzados. Cuando los pequeños partidos de izquierda se dirigen a los conflictos, hacen lo que criticaba Marx: llegan al movimiento de masas a decirle: «cesa tus luchas, yo te traigo la receta de cómo luchar». Este partido es inmune a la crítica del exterior, especialmente de los activistas y elementos más avanzados de la clase, ni percibe los problemas, debates y contradicciones fundamentales que atraviesan la lucha de clases y la sociedad en general. Por supuesto, de a poco se cierra a todo estudio, crítica o aporte elaborados en cualquier ámbito ajeno al estrecho horizonte partidario, y naturalmente, ajeno también a una real discusión democrática interna. De esta manera la organización adquiere características de secta. Es importante notar que el carácter de secta no está dado por el número de militantes. Marx y Engels estuvieron aislados durante muchos años, y no constituyeron una secta, y por otro lado, partidos con miles de miembros pueden ser gigantescas sectas. Por ejemplo, una organización que no se nutre de los avances de las ciencias; que es inmune a los desarrollos de la lucha de clases y es capaz de mantener, contra viento y marea, una caracterización o un análisis que no tienen asidero real; que sólo se dirige a las masas tratándolas como rebaño de estúpidos, es una secta con todas las letras, así sea capaz de llenar un estadio de fútbol con entusiastas partidarios. Sus vínculos sociales están cortados; en esencia es un organismo muerto, que crece organizativamente pero sin consecuencias político-revolucionarias serias. De esta manera se tiene el crecimiento de un aparato que llega a ser la meta prioritaria de la actividad, no de un partido marxista. El partido se convierte en un fetiche, en un fin en sí mismo -manifestación extrema de la externalidad que adquiere con respecto a la clase obrera-, lo que se plasma en que ya no cuentan los avances de la conciencia de las masas como medida del éxito, sino los logros organizativos -del aparato- del partido. Por ejemplo, en la evaluación de una táctica política, cuenta más el crecimiento cuantitativo del partido, que los avances en la clarificación y la conciencia de las masas. El crecimiento del aparato como fin en sí mismo está por sobre toda otra consideración, alimentando el oportunismo político, y éste el crecimiento burocrático. Este proceso desemboca en una dicotomía abismal entre el partido y las masas, y en este sentido decimos que el partido es completamente «externo» a la clase obrera, aun cuando gane obreros. A lo sumo la clase obrera es un telón de fondo que «ilustra» la táctica; los activistas son considerados meros receptores pasivos, a los que es muy difícil entusiasmar porque no pueden crear, porque no pueden participar realmente. Para colmo, cuando el partido se encuentra con gente de vanguardia que cuestiona, que plantea problemas, que tiene iniciativas propias, no los puede tolerar porque desvían del monólogo determinado por «la» consigna. Sin embargo, las contradicciones entre el curso de la secta y el curso de la vida no dejan de incidir en las conciencias de los militantes, y de allí los procedimientos internos por medio de los cuales el partido busca cerrarse más y más a todo cuestionamiento perturbador. Por eso en todas estas organizaciones encontraremos verdaderos rituales internos, que incluyen el culto -casi religioso- a determinados personajes -vivos o muertos-, la elaboración de códigos accesibles sólo para los iniciados. Es notable cómo se reproducen ciertos rasgos de estas organizaciones a lo largo de la historia. En los viente Trotsky señalaba que «el régimen burocrático es formulista, la escolástica es la fórmula apropiada para él». Por eso los «manuales», el encasillamiento de la teoría y del pensamiento vivo en fórmulas, en dogmas, el hábito de pensar en base al «principio de autoridad», etc., es casi una regla de las sectas. De esta forma se «prepara» a la militancia para sostener una actitud cerril ante todo cuestionamiento. Gracias a toda esta parafernalia, y a la dialéctica propia que toma la organización, puede entenderse que verdaderos disparates -por ejemplo, sostener que a mediados de los ochenta existía una insurrección de masas en el mundo, o que la clase obrera podía tomar el poder en Argentina en 1990- hayan sido sostenidos y defendidos con convencimiento y pasión por miles de honestos e inteligentes militantes de organizaciones de izquierda. No se trata de «culpas», si no de comprender cómo se pueden generar determinados microclimas, amparados en una supuesta «teoría científica», que se desarrollan amparados en las murallas burocráticas.

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