Un gato cruzando el umbral
de su inocencia
atisba la certeza
de una osamenta humana
o un par de rosas en la
fotografía
de la nieta que la señora
observa.
Cuando esas miradas en el
azar se encuentran,
un rayo celestial la calavera
rompe
y una llovizna silenciosa
calma la sed de Dios
en la ciudad vacía.
Ramos Mejía, octubre, 1998