Si ella me dice:
no puedo prometerte nada,
salvo mi sola presencia
en tu silencio,
si ella me dice:
no pidas lo imposible de
mí,
soy tan limitada mujer
como tu límite de
hombre necesita,
si ella me dice:
si estoy en tu ilusión,
sólo una sombra
restará de mí
cuando la realidad
de hastío te embriague
y de melancolía falsa
por lo posible que huyó
con mi existencia,
si ella me dice:
huérfana de dioses
soy,
simplemente la vida palpita
en esta voz
expresa en la mañana,
si ella me dice:
si en el momento de destemplanza
un cabo
me arroja quien fuera hasta
ayer un adversario,
no titubearé en asirlo
para evitar que el agua
inunde hasta la muerte mis
pulmones,
si ella me dice:
y si otra figura reemplaza
tu rostro atribulado
de danzarín sin patio
para sus contorsiones,
me iré con él
aunque tus ocurrencias
me aflijan en tu falta,
si ella me dice:
no te ofrezco ni pócimas
maravillosas,
ni castillos con ocultos
dragones en sus torres
ni duendes susurrones para
despertarte,
no más que esta mujer,
sin fasto y cotidiana,
si ella me dice:
y cuanto diga de mí
no lo reprocho
por su carencia en vos,
porque gracias a nuestras
provisorias enmiendas
subsistimos,
yo la amaré sin duda
y sin destellos de recurrencia
falsa
a la promesa que una y otra
vez
fabrican nuestras necedades:
somos la plenitud de los
instantes,
acaso un factor de la supervivencia,
el fulgor de una rosa que
envejece,
la penumbra de un tiempo
que nos acongoja,
y, en la aceptación
del tránsito,
construye su alegría,
en ella nos amamos,
hoy.
Buenos Aires, diciembre, 1998.