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SAFO Y LA FOTOGRAFIA | ||||
En la Grecia del siglo VI antes de Cristo existió una mujer llamada Safo. Safo vivía en la isla de Lesbos y regentaba una escuela para muchachas. Safo amaba a las muchachas y de ese amor surgieron unos poemas que cautivaron a sus contemporáneos por su belleza, sensualidad y desnudez. Aquellos poemas fueron los hijos felices o infortunados de la unión de Safo con sus jóvenes amantes. De ellos sólo nos han llegado fragmentos, pero aún así es tal el amor que sigue latiendo en ellos que soy incapaz de leerlos sin sentir las lágrimas en mis ojos. Incluso si los leo en griego, lengua que apenas comprendo. En el Japón del siglo XX otra mujer de nombre Sumiko Kiyooka, no sé si conocedora o no de la historia de Safo, siguió amando a las muchachas, y ese amor se transmutó en una fascinante colección de fotografías que fueron cristalizando en casi un centenar de libros a lo largo de un periodo de apenas 15 años. Sumiko, mujer extraña e inquieta, de origen aristocrático en un Japón en convulsa transformación hacia la modernidad, ya había convertido a la mujer en el tema principal de sus novelas, poemas y fotorreportajes antes de que en 1974, y como fruto de un deseo largo tiempo alumbrado, eligiera a la muchacha en flor como nuevo tema de su arte. La identificación con la muchacha como tema fue tan grande que ya no volvió a fotografiar otra cosa. Ya en su relato El beso rojo, el alma de Sumiko, encarnada en su heroína Ikuko, no puede evitar caer rendida ante la belleza del pubis desnudo de vello de la muchacha de la que se enamora y con la que acaba compartiendo su vida. Sumiko no vivirá con sus muchachas en un sentido físico, pero siempre estará rodeada de ellas. Son muchachas que despiertan del sueño de la niñez y se descubren súbitamente en el esplendor de su belleza, omnipotente y terrible ("angelical y diabólica a la vez", en palabras de Sumiko). Es un momento frágil y efímero que no volverá a repetirse. Las muchachas sólo son diosas durante ese breve periodo de tiempo ("entre los 10 y los 15 años, en torno a la primera menstruación") en que el cuerpo resplandece limpio y perfecto y la mirada centellea con la modestia y la timidez. Ante tamaño despliegue de belleza, la cámara se vuelve transparente y aparenta limitarse a reproducir lo más fielmente posible el cuerpo autosuficiente de las jóvenes ninfas. En ello se manifiesta la maestría de la artista, pues lo cierto es que los encuadres, la ambientación, los escorzos, los ligeros contrapicados heredados de la escuela fotográfica socialista y otros mil detalles invisibles pero intencionados conforman un estilo visual rico y personal que encumbra a Sumiko Kiyooka como la más grande fotógrafa de muchachas de la historia. En sus primeros libros hay algunas concesiones a la época, como ese innecesario flou de sello hamiltoniano, pero la oportunidad de contemplar de nuevo sus fotografías en el formato cuadrado original de la Hasselblad, tal como Sumiko las concibió y sin el inevitable reencuadre del diseñador del libro, sitúa a la artista en su verdadero lugar, que es el de una gran maestra cuya obra ha dejado huella en otros grandes de su país como Kishin Shinoyama o Nobuyoshi Araki. Sumiko prefería las muchachas japonesas, pero en sus fotografías aparecen modelos de muchas razas y países, resultado de sus viajes por todo el mundo, que también la trajeron a España. Sus escenarios fotográficos favoritos son playas, prados y jardines, lugares donde la muchacha vuelva a unirse con la naturaleza en una comunión primigenia, sensual y sagrada. Aún cuando la ninfa aparece junto a edificios y otras construcciones artificiales, la toma es siempre exterior, bañada por la luz del sol, que acaricia la piel inmaculada de la muchacha. Son muy escasas sus fotografías de estudio, y su calidad es notablemente inferior, como la propia artista reconoce. La muchacha, inexperta, nunca profesional, reclama la espontaneidad del medio natural. Sumiko es una mujer anciana, que comienza a fotografiar muchachas cuando ya ha cumplido los 53 años y debe hacerse acompañar de un ayudante masculino que le lleve el pesado equipo, pero no duda en buscar los paisajes más adecuados para la sesión incluso en lugares recónditos. El éxito de La muchacha de la brisa marina se basa no sólo en la belleza de su modelo-fetiche Mayu Hanasaki, sino también e la elección de la playa de dunas que sirve de decorado e incluso de vestido al cuerpo de la muchacha. El material de esta histórica sesión vuelve a surgir meses después en otro libro memorable, Soy Mayu, tengo 13 años, del que se vendieron más de 200.000 ejemplares sólo en el primer año. Ese es otro de los rasgos característicos de la artista. Su obra es popular, un fenómeno de masas que inunda las librerías y los grandes almacenes, que se comenta en las escuelas y genera movimientos de fans. Sus libros son comprados por padres, jóvenes, niños y adolescentes de ambos sexos en un ambiente de culto a la juventud, la belleza y la pureza del que participa buenas parte del país. El naturalismo de las fotografías y la inocencia y espontaneidad de las muchachas propician que algunos padres y maestros propongan a las modelos de Kiyooka como el ideal de la esposa que sus jóvenes pupilos deberán buscar cuando sean mayores. La situación cambió a finales de los 80. Algunos artistas sufrieron ataques por parte de la policía, que consideraba obscenas las fotografías donde se mostraban claramente los labios inferiores de las muchachas. Anteriormente se había perseguido a los artistas que fotografiaban el vello púbico y en los años 60 y 70 solía recurrirse a modelos rasuradas o adolescentes para eludir la prohibición. Aún actualmente, es frecuente que los desnudos de las películas de vídeo sean retocados digitalmente para ocultar la zona genital. Ante la nueva persecución, Sumiko tuvo que aceptar que las fotografías de sus libros fueran publicadas con una pequeña máscara o mancha que ocultara el relieve de los labios púbicos de las modelos, una medida más propia de la Inglaterra victoriana que del Japón moderno. Los libros que no eran retocados eran vetados por la mayoría de librerías y su distribución se veía restringida. Esta situación entristeció tanto a Sumiko que dejó de hacer fotografías y en los últimos años de su vida se limitó a publicar nuevas recopilaciones de su obra. En 1991, Sumiko Kiyooka dejaba nuestro mundo y las muchachas de todo el planeta perdían a su más ferviente amiga y admiradora. Se editaron numerosas colecciones y reediciones de sus obras hasta que un nuevo endurecimiento de la ley japonesa hizo inviables nuevas publicaciones. Actualmente 79 libros de la artista pueden ser consultados en la Biblioteca Nacional del Japón en Tokyo. Otras importantes bibliotecas del mundo, como la del Congreso de los Estados Unidos, poseen también libros de fotografías de Sumiko Kiyooka. Estos pueden conseguirse a precios elevados en las librerías de segunda mano del Japón, pero desde 1999 no se ha publicado ninguna nueva recopilación de la obra de la artista. Sin embargo, otros libros de desnudos artísticos de muchachas de autores extranjeros como Jock Sturges o David Hamilton no encuentran problemas para ser distribuidos comercialmente en el país. Hay quien achaca esto a la tendencia del pueblo japonés a aceptar antes lo foráneo que lo propio. Hace unos meses, la antología Chrysalis de Nobuyoshi Araki fue reeditada, a pesar de ser un libro problemático con la nueva ley. Algunas personas tenemos la esperanza de que la obra de Sumiko Kiyooka pueda ser también reeditada en breve en el Japón. Por el momento, nuestro deseo es que el público occidental descubra a esta artista singular y maravillosa, a quien con orgullo llamaré desde ahora la Safo japonesa. |
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