¡Recordad el
11 de Marzo!
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El Correo Digital, Viernes,
12 de marzo de 2004
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Y final |
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Análisis
LORENZO SILVA/
Se acabó. A golpe de dinamita se ha cerrado la campaña,
antes de tiempo. Con el ruido de las explosiones y el horror
inabarcable de la sangre derramada de tantos inocentes, pierde su
sentido todo lo que estábamos haciendo hasta ahora, tanto los
candidatos como quienes los seguíamos. Han tomado la
única decisión posible, al dar por terminado el combate
político en que andaban enfrascados y abrir tres días de
reflexión hasta el de las elecciones. Alguno pensará que
es otorgarles a los asesinos el premio de permitirles pararnos el reloj
y el motor a todos. Pero es que no hay otra. Con lo que cada cual dijo
hasta el día 11 a las 7.40, tendremos que votar el domingo.
Alguno recomienda que lo hagamos como si no hubiera pasado esto, con la
decisión que tuviéramos ya tomada. Este espectador no
está de acuerdo con la apreciación. Cree que todos los
que tuvieran tomada el día 10 la decisión de no votar,
deberían pensársela. Y que los demás debemos
asumir que vivimos en un país diferente. Marcado por la locura
de unos, el dolor de muchos, la impotencia y el fracaso de todos.
Se acabaron muchas otras cosas, ayer, además de la
campaña. Se acabó, para quienes han practicado ese
deporte, el atribuirle a los homicidas un presunto código moral,
una racionalidad, siquiera fuera espuria, o unos límites,
así fueran infames. Lo que tenemos enfrente, ni los más
obtusos podrán dudarlo ahora, es odio demente en estado puro,
tan absurdo como aberrante, al que sólo se puede combatir como
se combate a un animal rabioso: impidiéndole, sin la menor
tibieza, que cause el daño al que le predispone su enfermedad.
Pero se acabó, también, la posibilidad de utilizar o
aprovechar, ya sea con calculadas ambigüedades o insensatas
demagogias, la acción delirante de los terroristas para
perseguir cualquier clase de objetivo político. Siempre ha sido
una práctica vergonzante, pero desde ahora resulta inmunda.
Quiénes sean los asesinos, siendo importante, no es ahora mismo
lo principal. Etarras o integristas musulmanes, habrá que
buscarlos, detenerlos, neutralizarlos, y hacer otro tanto con quienes
los dirigen. Mientras tanto, debemos recordar que lo que se
acabó ayer, sobre todo, fue la aventura sobre esta tierra de dos
centenares de madrileños, de diversas procedencias y
nacionalidades, gente humilde de una ciudad que los acogió como
acoge a muchos, y a la que tantos irreflexivos han adquirido el torpe
hábito de señalar como abstracta infligidora de agravios.
Miren ellos, miremos todos la sangre de esos madrileños, que no
deja lugar a dudas de quiénes son hoy las víctimas. Este
espectador vive en la periferia de Madrid, ha usado muchas
mañanas esos mismos trenes de Cercanías y en muchas
ocasiones ha transbordado en esa estación de Atocha y ha
participado del apiñamiento humano de sus andenes. Como vecino
de los fallecidos y como ciudadano de este Madrid herido, exige a
quienes corresponda (y en especial a quienes no viajaron nunca en esos
trenes, y por tanto nunca se expusieron a correr la suerte horrenda que
los criminales les adjudicaron) que respeten sobre todo la memoria de
los hombres y mujeres indefensos que ayer cayeron abatidos, y de cuya
muerte nadie, jamás, debería aspirar a sacar provecho
alguno. Convenir en esto puede ser un buen punto de partida para hacer
lo que ahora nos toca: resistir, y luchar, todos a una.
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