¡Recordad el
11 de Marzo!
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El Correo Digital, Viernes,
12 de marzo de 2004
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Diez
mochilas bomba estallaron en cuatro trenes en apenas tres minutos
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Activados
con móviles
El retraso de un convoy
evitó que los terroristas volaran la
estación de Atocha
Los artefactos
contenían unos 10 kilos de explosivo y se
activaron con móviles
AINHOA DE LAS HERAS/BILBAO
TERRORISMO EN EUROPA
La masacre de Madrid se
ha convertido en el atentado más sangriento en Europa occidental
tras el atentado de Lockerbie. 21 de diciembre de 1988: un Boeing 747
de la compañía estadounidense Panam que cubría la
ruta entre Londres y Nueva York estalló en pleno vuelo cuando
sobrevolaba la aldea escocesa de Lockerbie. El resultado fue de 270
muertos. En agosto de 2003, Libia reconoció ante la ONU su
responsabilidad en este atentado.
2 de agosto de 1980: Una
bomba hizo explosión en la sala de espera de la estación
italiana de Bolonia y causó la muerte de 85 personas,
además de unos 200 heridos. Dos miembros de un grupo de extrema
derecha fueron condenados a cadena perpetua.
15 de agosto de 1998:
Reino Unido vivió el peor atentado de los 30 años de
conflicto en Ulster. Un coche bomba causó en Omagh 29 muertos,
entre ellos un niño y una profesora españoles, y 220
heridos. El atentado fue reivindicado por el IRA Auténtico, un
grupúsculo disidente del IRA opuesto al proceso de paz.
19 de junio de 1987: Un
atentado con un coche bomba que había sido estacionado en el
aparcamiento de un centro comercial de Hipercor en Barcelona
causó 21 muertos y 45 heridos. Este atentado era, hasta ayer, el
más sangriento de los perpetrados por ETA en su historia.
El 11-M pasará a la historia como el atentado más cruento
de la historia de España. Los terroristas colocaron trece
mochilas bomba con entre 10 y 12 kilos de explosivo cada una en cuatro
trenes de cercanías de la línea C-2 de Renfe atestados de
viajeros que partieron a partir de las siete de la mañana de
Guadalajara y Alcalá de Henares. Testigos afirmaron haber visto
en la estación de Alcalá a al menos dos individuos
sospechosos que entraban con bolsas y salían de los vagones,
aunque especialistas en la lucha antiterrorista atribuyen la
acción a entre doce y veinte terroristas. Después, los
harían estallar en cadena a través de control remoto
mediante teléfonos móviles, según fuentes
policiales, en las estaciones de Atocha, el Pozo del Tío
Raimundo y Santa Eugenia, estas dos últimas barriadas del
humilde distrito de Vallecas, al Sur de la capital. Diez de los
artefactos explotaron en un intervalo de apenas tres minutos, a partir
de las ocho menos veinte de la mañana. Los otros tres, colocados
en Atocha y el Pozo fallaron, según el ministro de Interior,
Ángel Acebes. La dinamita segó vidas, desató el
pánico en Madrid y conmocionó al mundo.
Los artificieros de los TEDAX detonaron después de forma
controlada otros tres coches-trampa que los autores de la masacre
habían colocado con temporizadores en los alrededores de los
apeaderos para asesinar a los sanitarios y policías que
acudieran a auxiliar a los heridos. Al cierre de esta edición,
el último balance elevaba a 192 el número de fallecidos y
a 1.500 los heridos, muchos de ellos trabajadores y estudiantes que
acudían a sus quehaceres diarios en plena hora punta.
«¿Por qué?», era ayer la eterna pregunta que
flotaba en el ambiente sin obtener respuesta.
Pisar cadáveres
Madrid empezó a temblar justo a las 7.39 horas. En ese instante
estallaron en Atocha dos trenes: uno detenido junto al andén, y
otro a quinientos metros, en la calle Tellez. El retraso de dos minutos
de este segundo convoy evitó que los terroristas materializaran
su plan de volar por los aires la estación de Atocha. En el
primer tren había una carga en cada uno de los cinco vagones.
Fuentes de Interior citadas por la cadena Ser situaron ayer en esta
unidad a un terrorista «suicida», si bien este extremo no
fue confirmado oficialmente.
La explosión sincronizada de seis bombas dentro de la
estación habría multiplicado los efectos demoledores de
la onda expansiva provocando un derrumbamiento, según aseguraron
los arquitectos municipales.
Algunos supervivientes relataban cómo tuvieron que romper las
ventanillas y pasar por encima de los cadáveres para escapar de
aquel infierno. Los heridos deambulaban desorientados con los rostros
tiznados de polvo y sangre y las ropas rasgadas a jirones. Y
describían escenas terribles, casi
«apocalípticas».
Pero, la pesadilla no había hecho más que empezar. A las
7.41 horas otras dos sacudidas partían en pedazos un tren de
cercanías lleno de pasajeros en la estación de El Pozo de
Tío Raimundo, una barriada de infraviviendas en una de las zonas
más deprimidas de Madrid. En este escenario se produjo el mayor
número de víctimas mortales, 67, según el balance
provisional realizado ayer por Emergencias-Madrid. Obreros con
tarteras, estudiantes con carpetas y madres con sus hijos en brazos
viajaban en el convoy cuando les asaltó la primera
detonación. El vagón central se desintegró
literalmente.
Cuando huían del amasijo de hierros, otra bomba explotaba en una
marquesina de la estación y les alcanzaba de nuevo, según
explicó Eva, una joven madrileña. El colapso de las
ambulancias, que no daban abasto, llevó a numerosos heridos a
montar en autobuses urbanos para acercarse hasta algún centro
hospitalario.
Casi simultáneamente, otra explosión retumbaba en el
corazón de la cercana estación de Santa Eugenia,
también en Vallecas. «Ha sido dantesco, una
auténtica carnicería: humo, cuerpos destrozados, gritos
de pánico, personas atrapadas en los asientos y trozos de tren
por todas partes», describía conmocionado uno de los
pasajeros.
Entre el horror, también hubo muestras de solidaridad. Los
vecinos de las viviendas colindantes a la estación se echaron a
la calle para consolar a las víctimas. «Bajaban mantas y
sujetaban con la mano los goteros que los sanitarios colocaban a los
heridos más graves». Otros hicieron cola en los autobuses
para donantes hasta saturar los bancos de sangre.
Los rumores sobre nuevas amenazas de bomba hacían mella entre
los ciudadanos, que corrían despavoridos de un lado a otro.
«La gente estaba acongojada, triste, como zombie. Todos
pensábamos que nos podía haber tocado. Esos trenes los
coge gente que vive en los extrarradios; muchos van con sus hijos para
dejarlos en la guardería, pero ¿qué clase de
monstruo puede alimentarse así con la sangre de otros?»,
se preguntaba Bego, una bilbaína que vive frente a la
estación de Atocha y a la que despertó la primera bomba.
Morgue de urgencia
Antes de las ocho de la mañana, las tres zonas azotadas por el
terror ya estaban bajo control policial, el SAMUR había
improvisado un hospital de campaña y los Bomberos buscaban
cadáveres entre los hierros retorcidos de los vagones. Los
restos mortales fueron trasladados a una morgue de urgencia habilitada
en el parque ferial Juan Carlos I de Madrid.
A las 10.00 horas, Madrid era una ciudad fantasma. La 'operación
jaula' desarrollada por la Policía impedía cualquier
intento de abandonar la urbe. La línea 1 del metro y el servicio
ferroviario suspendieron su servicio y las entradas a la ciudad se
colapsaron. El Cuerpo Nacional de Policía localizó una
furgoneta sospechosa aparcada en Alcalá de Henares. Dentro
había siete detonadores y una cinta en la que habían sido
grabados «versículos del Corán», según
detalló en una comparecencia pública a las ocho de la
tarde el ministro Acebes, para quien todas las hipótesis sobre
la autoría del atentado están abiertas.
Poco a poco, a medida que se apagaba el machacón ulular de las
sirenas, el silencio ganó las calles y los madrileños se
refugiaron en sus casas. Desolado, un ministro del Gobierno
espetó: «España ya tiene su 11-M».
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