Página de los Dramaturgos del Perú

La madre: obra teatral de Sara Joffré, dramaturga peruana (texto completo)
Sara Joffré Callao, 1935

Jr. Huallaga 160 Oficina 407
Lima 1
sarajoffre@yahoo.es

Dramaturga, directora y actriz. Fundadora del grupo "Homero, teatro de grillos" (1963) y creadora de la Muestra de Teatro Peruano (1974). Desde sus primeras piezas (Cuento alrededor de un círculo de espuma y En el jardín de Mónica) escritas y estrenadas en 1965, ha sido publicada, premiada y puesta en escena en el Perú y otros países. Es autora también de muchas piezas para público infantil, tanto adaptaciones como textos propios. Dirigió diversas obras de Bertolt Brecht y es especialista en la obra de este autor. Es editora de la Revista teatral MUESTRA.

    Obras y año de estreno (en Lima, salvo indicación):
    • Cuento alrededor de un círculo de espuma (1961)
    • En el jardín de Mónica (1961)
    • Se administra justicia (1967)
    • Pre-texto (1969)
    • Una obligación (1974)
    • Los tocadores de tambor (1976)
    • Se consigue madera (1981, Brasil)
    • Una guerra que no se pelea (1979)
    • La hija de Lope (1994)
    • La madre (1997, EE.UU.)
    • Camille (1999)

Sobre La madre de Sara Joffré.

La madre es un monólogo que critica nuestra sociedad reflejándola en el mundo del espectáculo, con un sorprendente juego de roles que exige todos los recursos del actriz o actor que encaren el papel. La madre toca con acidez múltiples temas de nuestra cultura actual desde el punto de vista de una madre, actriz y vedette enfrentada a una situación límite, que finalmente no podrá resolver.
Se realizó una lectura de esta obra -a cargo de la actriz mexicana Susana Alexander-en la Universidad de Cincinnati, durante los conversatorios sobre Mujer y Teatro denominados A STAGE OF THEIR OWN, realizados en 1994. Se estrenó la pieza en Lima, en 1995, con la dirección de Mireliz Alba y la actuación de Rubén Romero.
Se incluye acá el texto íntegro de la obra, con la aclaración de que cualquier publicación o montaje deberá contar con la aprobación de la autora.
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LA VIEJA VEDETTE, EN SU CAMERINO:
Y ahora... qué hago?

El actor o actriz está arreglándose frente al gran espejo de un gran tocador. El texto se trabaja en tiempo presente, en género femenino, pero ya se verá que sólo bastaría cambiar simplemente los finales de palabra.

¡Oh, qué tanto!

Tira el objeto con el cual se ha estado maquillando y se queda mirándose frente al espejo.

¿Quién habrá sido el hijo de puta que lo ha traído a ver el show? El gran show de Casandra, la Arrebatadora!

Música de fanfarria. Se prenden y apagan las luces. Ella corre como si estuviera saliendo a actuar.

¡Señoras y señores, aquí está vuestra estrella favorita, con muchísimas ganas de hacerlos divertir hasta rabiar...

Pequeña pausa. Ella pasea sus ojos miopes por la platea. De pronto, con desesperación, se dirige al seguidor de luz que la ciega y grita.

¡Oye idiota, apaga esa maldita luz que no puedo ver nada, entiendes!? ¡Hoy me toca mirar a mí hacia la platea!

Busca afanosamente en una carterita dorada que lleva colgada. Saca unos impertinentes imitación oro, con los cuales hurga desesperadamente entre el público. Se apaga el seguidor.

¿A ver dónde estará, en qué fila de platea lo habrán sentado? Porque señores, hoy ha venido mi hijo a verme...

Sonido de corneta desagradable como el que ponen para significar golpes entre los payasos. Varias luces de colores la ametrallan.

¡Qué pasa, imbéciles? ¿No han conocido nunca al hijo de un travesti? Qué pobres ridículos enfermos de prejuicios que son! (Las cornetas rechiflan) ¡No crean que me van a amilanar con su grosería a mí, a mí, que ya me las he corrido todas (Con sobresalto) ¡Ay, corrido, ahora me acuerdo, se me habían corrido las medias, qué idiota, casi salgo a escena sin fijarme y pensar que tengo que levantar las piernas así y asá...

Hace el juego de exhibir sus piernas. Efectivamente, sus medias están en un estado deplorable.

¡Y claro! ¿De dónde voy a sacar para comprarme medias todos los días? Ah, porque claro, ustedes no saben cómo es este show.

Se quita el vestido y se pone una bata. Se saca las medias. Lleva adelante de escena una canasta llena de vestuario y mientras habla busca, remienda, se afana y parece olvidarse de dónde está y qué es lo que tenía que hacer. Ahora se ve mucho más calmada y risueña.

¡Miren ustedes, ni aunque uno tenga 30 años haciendo lo mismo, siempre hay el día en que se olvida de algo. Y hablando de olvidarme... (Pausita y risita con el público) ¡Miren cómo tiemblo! Si no puedo ni agarrar el punto (Deja sus instrumentos de remallar y las medias. Coqueteo cómplice) ¡Ah, pero ya tengo la solución...

Se levanta y va al tocador. Escucha a un lado y a otro a ver si viene alguien.

Sí, tengo que tener mucho cuidado, porque el administrador ese, gran estúpido, ese malagradecido... al que, saben? yo traje aquí, él era un actorcete de última, pero claro buen mozo, y uno tiene su corazón (Se toca) Así. No. ¡¡¡Assssí! de grande y lo traje, lo traje, mal de mis culpas Virgencita de la Puerta adorada, cómo pudiste dejarme caer en tal tentación. Lo traje, le prestaba mi camerino, este cuchitril no, el más grande, el más lindo, el que me daban cuando era la gran estrella del show. (Pausa asustada) Bueno... no es que ya no lo sea, sino que claro, el tiempo pasa y fíjense, yo no me resiento. Mírenme. Acaso tengo cara de amargada, acaso me he llenado de arrugas, acaso las comisuras de mis labios están caídas? Miren.

Se levanta de improviso las faldas y muestra su poto triste y macilento.

¿Acaso tengo celulitis? ¡Nada, todas las mañanas... (Empieza a hacer ejercicios como una poseída y puede que asombra) ¡Ein, zwei, drei, vier, fünf, sechs, sieben, acht, neun... zehn!

Repite la cuenta varias veces mientras va de un lado a otro del escenario. Hace movimientos que parecen increíbles para su edad, juega con la silla, la levanta en un dedo, la monta a caballo, en fin, tarea de director. De pronto se detiene y grita.

¿Acaso tengo celulitis? Pero ese pobre infeliz malagradecido no me permite tomar ni una copita (Saca su botella y su copa) ¡Bah! Esta noche nada me importa, esta es una noche muy especial, esta noche no voy a actuar sólo por el billete que me dan, esta noche es mi noche, qué carajo! Brindo por ustedes... (Guiño cómplice) Porque ustedes siempre me han querido como soy. Travesti? pues travesti me ovacionan. Puta? pues esa puta se lleva sus aplausos... Y oigan, no me van a creer, pero nunca falta algún muchacho desprevenido que logra encontrar el camino hacia este sitio, fíjense que está casi en el patio del fondo donde guardan las escobas...

Un cenital la alumbra sólo a ella. Es un recuerdo. Entra una dulce música. Ella se acomoda al oír que golpean la puerta. Se arregla la ropa lo mejor que puede, se mete un chicle en la boca y lo masca apresuradamente. La puerta vuelve a sonar. Pequeñísima pausa.

... casi nunca tienen más de veinte años, escriben poemas que aún nadie conoce, tienen la mirada brillante y el cuerpo irradia un calorcito renovador... a menudo no huelen demasiado bien porque han recorrido sus caminos a pie, tampoco llevan las uñas impecables, pero a cambio de ello tienen una sonrisa velada amparada por un proyecto de bigote que a veces es un zarcillo marrón, o un zarcillo negro que apenas se aventura en el labio superior... están llenos de sudor en las manos cuando las entregan para pedir una firma en la foto arrugada en donde figuro con ese personaje que fue tan querido y que es en realidad quien hace renacer las nostalgias de esas épocas de paladines, de aventureros que lo daban todo por una consigna equivocada pero cierta...

Ella hace como si hubiera recibido a alguien, a quien cree sentir en la penumbra fuera del círculo de luz desde el cual ella estira la mano y le habla muy afectadamente.

Parlez vous francais mon amour...?

Saca una boquilla larga del pecho y hace como que pide fuego. Suelta una carcajada coqueta.

¡En aquel tiempo, mi simpático amiguito, todos hablábamos francés...

Se oye el inicio de "Zorba" y ella hace un pequeño movimiento con la mano libre, como para danzar. Enseguida vuelve a reír muy fuerte. No hay más música.

... sabíamos danzar... ¿Do you know how to dance?

Toma una actitud muy grosera y abre las piernas como una vedette barata.

¡Fuck me darling!

Abre los ojos como si la grosería se la hubiesen dicho a ella.

¡Oh, no! ¡Basta! ¡Basta! ¡Jamás he tolerado la grosería, amo la pornografía, el sadomasoquismo, el onanismo, el vouyerismo y hasta la reencarnación de las almas y la resurrección de los muertos, pero groserías no!

Tira su cigarrillo al suelo después de sacarlo de la boquilla, soplarla cuidadosamente y volvérsela a meter al escote. Una vez hecho todo eso con mucha calma y cuidado, lo pisa desesperadamente.

¡No y no! Y nadie me va a convencer de otra cosa.

Entra la música de los Beatles: "And I love her".

¿Se da usted cuenta? Es que nosotros adorábamos la música, todavía no sabíamos que estábamos preparando la entrada universal del Sida, pero amábamos fuerte y románticamente (hace unos pasos de baile) no me va usted a decir que esa música duró solamente los siete años que necesitaba el virus...

Del escote saca unos lentecillos como los de John Lennon. La música sube. Ella se los pone y grita con dulzura.

¡Imagine!

Se oye un tiro y se hace la oscuridad. Ella, en personaje, a tientas por el suelo, lucha por encender un fósforo.

¡Ja, ja, que viva, que viva la torre de Pizza que pende, que pende, que siempre está piú!

Sentada en el suelo lucha con sus fósforos. Los va prendiendo y se consumen mientras dice sus parlamentos.

¡Vieron, yo tengo una suerte! ¡Ya sabia, yo siempre he tenido una gran suerte (Se limpia un ojo) ¡Justo hoy día se fregó el show! Ah, pero ahora sí puedo meterme la borrachera de mi vida. Estoy casi segura que quien se encargó de traer al muchacho a que me viera, ha sido el maldito que les contaba, el que traje de partiquino y ahora se ha hecho Administrador. Es que para el teatro no sirvió nunca, para el teatro hay que tener corazón, garra, aguante, nada de mezquinos, nada de idiotas, esos para administradores. (Se ríe fuerte) Y seguro que dijo: "Cuando se entere que el hijo ha venido a verla, esta vieja de mierda no va a salir y voy a tener el motivo para mandarla a la calle". Claro, por eso me vinieron con el chisme, de lo contrario, si él no daba la orden, nadie se habría enterado, ja, ja. ¡No me conoce, no me conoce! Claro, yo hubiera preferido que el chico no se hubiese dejado convencer, pero a quién no le va a picar la curiosidad. Que se le acerque un tipo maldito y le diga... o a lo mejor que te hagan una llamada telefónica... Sí, así debió haber sido...

Se oye el timbre de un teléfono y aquí hay dos posibilidades: que se oiga el diálogo o que lo diga la actriz.

¡Aló... Sí, soy yo, Enrique Méndez... Sí, sé que soy hijo de una actriz... Aquí? En esta ciudad?... Podría ser... (Se oye el click al colgar el teléfono) Todos somos curiosos. Se lo dejé a su papá. ¿Para qué iba a discutir con él? Para decir la verdad, no lo hubiera podido ni mantener. ¿Mandarlo al colegio? ¡Imagínense! Sí, hice lo mejor, pero nunca me cambié de nombre, ni seudónimos ni tapujos, yo soy la que soy, y si me quieren muy bien y si no... Para ser franca, estoy muy contenta de no haber tenido que salir... me hubiera gustado algo diferente. Porque (Se acerca al público como para contar un secreto) además de decir unas cuantas porquerías, ¿saben donde está la gracia de mi show? (Ríe fuerte) Pues que, como a los señores y las señoras decentes cuando van a divertirse les gustan las cosas raras... (Piensa y duda) y como uno ya no tiene mucho que ofrecer, me anuncian como travesti, pero yo no soy travesti. Claro que no, yo se los puedo enseñar ahorita mismo, pero no, hasta ahí no llego, ya les dije que con las vulgaridades... Bueno, cuando no me las exigen como condición para comer, claro está... Así pues que los travesti ahora cobran más que nosotras, porque claro, un travesti jala más que una vieja... Bueno, ustedes me comprenden... ¿La función?

Pausa, gran silencio, ella oye atentamente.

¡Ay, creo que ya se fueron todos, bueno señores, tendré que irme también... y miren, no es que reniegue de lo que estoy haciendo ahora, pero el show no es precisamente la gloria del show, hay que hacer unas cuantas obscenidades, y si eso que me piden que diga y haga en el escenario es actuar. (Ríe triste, cansada) Hacer y decir tantas groserías... parece imposible que a alguien le guste venir a ver eso, pero se ríen, siguen el diálogo como si estuviera diciéndoles la doña Inés del Don Juan que yo la hacía divina...

En Doña Inés, toma la actitud y se levanta la falda haciendo con ella una manta sobre su cabeza. Se oyen campanas, música de funeral y salmodias.

Callad, por Dios, ¡Oh don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión;
que, oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal, sin duda
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mi!,
sino a caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan; en poder mío
resistirte no está ya;
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan! Yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.

Cuando ella se inclina para recibir "los aplausos" se ilumina todo. Ella se lleva la mano a la boca como una niña pillada en falta. Va de un lado a otro, no sabe qué hacer. Busca su botella. Bebe un trago desesperada. Vuelve al espejo, trata de arreglarse, de pintarse la boca. Se oye ruido fuera. Se contempla anhelante en el espejo como si se hubiera quedado muda. De pronto se vuelve a oír la música de fanfarria que sonó al iniciarse la escena y las luces del camerino se prenden y se apagan. Tocan a la puerta, primero normal, luego con insistencia. Ella hace varios movimientos, entre la duda y la valentía. De repente, desde su lugar el espejo, se vuelve al público y pregunta:

¿La función... debe continuar?

Apagón. Fin.

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