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La universidad frente a la realidad de la pobreza

 

por Pbro. Fray Domingo Basso O.P.*

 

El Evangelio predica la necesidad del "espíritu de la pobreza" o desprendimiento voluntario de los bienes terrenales como una condición indispensable para conquistar el Reino de los cielos. Pero ello no significa que Jesús apruebe la pobreza fruto de la injusticia y del desequilibrio social. Esta pobreza que –lamentablemente– siempre ha existido sólo puede reprobarla el cristianismo e investigar sus causas profundas para remediarla hasta donde sea posible. Gran tarea compete a la Universidad, especialmente Católica, en esta empresa. Si nosotros hoy conviviéramos con el pueblo, como Jesús convivió diariamente, seríamos testigos de realidades análogas a las contempladas por Él (con las lógicas diferencias circunstanciales típicas de aquella época): opresión, marginación, miseria física y moral, injusticias de todo orden, prostitución y latrocinios como medios de vida, promiscuidad, ausencia de higiene elemental, falta de habitación, hambre, desnutrición infantil, y una resignación exasperada. También entonces esa situación de un pueblo sometido provocó levantamientos sediciosos; aunque Jesús nunca manifestó aprobarlos.

 

El Señor se movía cómodamente entre pobres y pescadores, porque eran ellos –decía– "quienes tenían mayor necesidad de médico". (((1))) Con frecuencia aliviaba sus males o les cambiaba el corazón. Experimentó como propio, identificándose con ellos, el dolor de los desheredados, las exclusión social de los leprosos, el desprecio oficial por los publicanos y prostitutas, la excomunión de los samaritanos, la soledad de los presos y de los enfermos, el frío de los desnudos, la sed de los vagabundos y el hambre de los desocupados. Y, en virtud de esa identificación, proclamó considerar como una afrenta o un servicio hechos a Él mismo el trato que se les diera; ése sería al final –agregaba– el mayor motivo de premio o castigo. (((2)))

 

Fratrem vidisti, Christum vidisti! Jesús adivinaba el bochorno lacerante de la mujer, mal aconsejada por la miseria, decidida a alquilar su cuerpo para sobrevivir. Lógicamente no aprobaba sus pecados; pero denunciaba a quienes cometían pecados aún peores, por cuya causa "hasta las prostitutas los precederían en el Reino de los Cielos" (((3))). Con estas palabras el Señor no justificaba el desorden moral; pero instauraba grados de malicia muy diversos a los establecidos por los cánones morales de la hipócrita sociedad (no más que la actual) de su tiempo.

 

Se apiadaba de los mendigos y mandaba a los apóstoles a darles limosnas de los bienes recibidos por ellos mismos de la generosidad ajena (((4))). Quiso hacerse uno de los "sin techo" y declaró que "hasta las zorras del campo poseían su guarida y nidos las aves del cielo, mas el Hijo del Hombre no tenía donde reclinar la cabeza" (((5))) ¡Y cuántos otros detalles parecidos!

 

Jesús conocía todas las formas de esta pobreza. La pobreza de la salud o enfermedad: más angustiosa y real cuando es congénita, dura largo tiempo o, incluso, toda una vida. La pobreza del afecto o la congoja de la soledad: la necesidad insatisfecha de amar, de ser amado, reconocido, estimado. La pobreza de la vejez y de la debilidad: entonces como hoy rechazada y marginada, la pobreza de los fracasos: como la soportada actualmente por tantos sacerdotes y religiosas cuya esperanza ha sido sacudida hasta el punto de la zozobra (((6))). La pobreza del error y del pecado: la más difícil de aceptar por ser la más desconocida y secreta. Cristo sabía cuán arduo es asumir tales pobrezas.

 

¿Son estos "los pobres" a los que Cristo llama bienaventurados? Hasta cierto punto sí, como parece deducirse del texto de Lucas. Jesús no podía aprobar esa pobreza, porque Dios no puede aprobar injusticia alguna. Reflexionando sobre su misericordia infinitamente ecuánime, me siento inclinado a creer que ningún dolor humano, ninguna miseria, producto vil del atropello a la dignidad de la persona, quedarán sin respuesta el día de la verdad, según Él mismo lo insinúa en la parábola de los dos siervos (((7))).

 

Lamentablemente esa pobreza física puede ir asociada a la riqueza del deseo ilícito, como un deplorable contubernio entre la miseria de cuerpo y la ambición (el pecado) del corazón.

 

Es verdad también que algunas de las nuevas formas de pobreza son artificiales y falsas, creadas por un "principio de necesidades" contrario a la austeridad evangélica). Pero, ¡Por favor!, no interpretemos únicamente de este modo tan frívolo la primera bienaventuranza, invirtiendo los valores del Evangelio. Una conciencia verdaderamente cristiana jamás conseguirá anestesiarse del todo, mientras subsista la miseria y la marginación de enormes masas populares, sosteniendo que los únicos privilegiados, dentro del sistema socioeconómico imperante en nuestro días, son los pobres de hecho, pues los bienes realmente computables para la felicidad son los del Reino (((8))).

 

Es casi blasfemo valerse del Evangelio para excusar una evasión cobarde o egoísta frente al dama de los pobres. La lucha contra la miseria del prójimo, o el empeño individual colectivo del cristiano ordenado a combatir los injustos desequilibrios, es uno de los modos, aunque no ciertamente el único, de practicar la pobreza ensalzada por el Sermón de la Montaña.

 

A veces los predicadores han interpretado esta bienaventuranza sólo como el anuncio de un cambio futuro de condiciones; esta interpretación le hace decir a Cristo: "vosotros seréis tanto más felices, cuánto más desgraciados hayan sido ahora". Si ésa fuese la verdadera interpretación, entonces resultaría lícito tolerar y ensalzar la violencia de la marginación, desamparando a los menesterosos y dejándolos padecer su lastimoso estado ¡para no privarlos de la bienaventuranza que ha de sobrevenirles un día!

 

Pero Cristo no dijo "empobreceos los unos a los otros", como expresa con sus perversas medidas la maquinaria socioeconómica actual sin requerir el consejo de nadie. Jamás habría podido el Señor sugerir tamaño despropósito, cuando tan claramente amenaza con un duro juicio a quienes obren de esa manera (((9))). Él dijo, por le contrario, "un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como Yo os he amado, también vosotros amaos los unos a los otros" (((10))). Y Él amó sirviendo, curando, multiplicando el pan y los peces, lavando los pies de sus discípulos, antes todavía de dar su vida por todos.

 

¿Se puede amar verdaderamente sin cobijar, sin enriquecer de una u otra forma a quien se ama? La pobreza a la cual Cristo invita no es un aprobación de la injusticia social, reiteradamente maldecida. Por el contrario, vino para revelarnos la existencia de un "Reino eterno y universal: el Reino de la verdad y la vida, el Reino de la santidad y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz" (((11))).

 

A partir de esta convicciones es como la Universidad Católica, al unísono con el sentir de la Iglesia expresado en sus numerosos documentos sociales, debería encarar no sólo abstracta sino también prácticamente el estudio de la pobreza intentando remediarla.

 

NOTAS

 

* Rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina

1 Mc. 2, 15-17; Lc. 5, 15-17
2 Mt. 25, 31-46
3 Mt 21, 31-32; Lc. 7, 29; 15, 1
4 "Caminaba por ciudades y aldeas, predicando y evangelizando el reino de Dios, y le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, la mujer de Cuza, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas, las cuales les asistían con sus bienes" Lc. 8, 1-3
5 Mt. 8, 20; Lc. 9, 58
6 "El cansancio de los buenos", los denominaba Pablo VI.
7 Mt. 18, 21-35
8 Cfr. Lambert, B., Las bienaventuranzas y la cultura hoy, ed. Sigueme, Salamanca, 1987, p. 84 y ss.
9 Cfr. Mt. 52, 31-46
10 Jn. 13, 34
11 Prefacio de la misa de la Festividad de Cristo Rey.

 

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