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¿QUE ES UN NIÑO PARA EL PSICOANÁLISIS?

 

por el Lic. Pablo Diego Melicchio

 

Hemos entendido, cuando formamos parte de lo que se nos dice. Martín Heidegger.

 

Esta pregunta es fundamental para quienes nos abocamos al análisis de niños, abordaje que en su espíritu no debería ubicar al analista en otro lugar que no sea el de la escucha diferencial del inconsciente, y digo no debería porque hay aún en estas épocas, profesionales que creen que solo se trata de jugar, tal vez por miedo a jugarse, tomándose muy en serio aquello de la "hora de juego". Se trataría así de un deseo de juego que suplanta al deseo en juego.

 

En este último punto están ubicadas la psicología y la psicopedagogía, las que observan a un niño evolutivo, que a cada momento le corresponde ciertos esperables y que para ello han creado pruebas, test, buscando que aquel niño que no "funciona bien" se arrime a ese ideal evolutivo. Discurso del amo y su saber anticipado, porque ya se conoce a dónde hay que llegar, se sonríe gozosamente cuando el sujeto se arrima al ideal esperado. A diferencia de lo que pasa en la experiencia analítica, allí se trata de dos sujetos, el psicólogo, que no apuesta a su pérdida sino a su ganancia de conocimiento y del otro lado el paciente con su padecimiento. El saber supuesto, que el doliente deposita en el profesional, es tomado en serio por este último, que sabe de antemano cual es el punto de llegada al que va a conducir a su paciente, ya que de acuerdo con el concepto que se tenga de lo que es un sujeto, devendrá determinada dirección de la cura.

 

Para el psicoanálisis hay un solo sujeto, el sujeto del inconsciente en esa experiencia en la que el analista paga con su persona, perdiendo su ser (si mismo) siendo para el otro, en tanto soporte propiciatorio de todo lo que pueda advenir del inconsciente (transferencia mediante) y allí no hay saber sabido, punto de llegada conocido, sino que se va sabiendo andando el camino.

 

De acuerdo al concepto que los adultos tengan del niño así será soportado, esperado, libidinizado. Se sabe que en la Edad Media socialmente no existía la categoría de niño o la misma era muy ambigua. Desde el registro especular se pueden observar pinturas de época dónde los niños vestían como adultos, teniendo asignadas tareas dentro y fuera del hogar que prontamente lo localizaban formando parte del mundo de la calle, realizando todo tipo de oficio. Con la llegada de la escolarización, que se inicia entre los siglos XV y XVI, se comienza a definir de que se trata un niño, pero no como se trata a un niño.

 

De algún modo la educación hace a la norma, pero cinco siglos después hay algunos que siguen viendo a los niños desde la norma, obviamente desde el campo adulto, dónde se va constituyendo el niño y con rigor, cuando un niño no es lo esperado, desesperadamente se busca, de algún modo, normativizarlo como se desea, alienando al niño que no podrá actuar conforme a su deseo.

 

El psicoanálisis se juega en la transferencia, con los niños se juega en transferencia y si bien todo paciente trae a sus padres simbólica e inconscientemente al espacio analítico, en el caso de los niños el análisis no es sin los padres y esa es su condición. El niño por estructura y para avanzar en su estructuración, necesita de los adultos y muchas veces estos trastabillan en sus funciones, por ese motivo en el análisis, el niño le hablará a sus padres a través de su analista y este será el nuevo receptor de lo que los padres recibieron con anterioridad pero no decodificaron, porque a ellos le concierne y prefieren no saberlo.

 

En una experiencia realizada en un Hogar y Centro de Día, en el que hay niños psicóticos, autistas y con patologías orgánicas, se realizaron reuniones de padres en las que la propuesta inicial era buscar un espacio en el que los padres pudieran hablar de ellos y de lo que les pasa con respecto a sus hijos. A la reunión inicial asistieron cerca de 30 padres, pero a medida que reiteraba la consigna, hablar acerca de ellos, cada vez venían menos. Hacia el fin de los encuentros quedaron cuatro, los que podían decir algo acerca de sus posiciones como padres con respecto a estos hijos "fallados". Hijos que fundamentalmente los castraban, en la medida en que había una importante diferencia entre el hijo deseado - esperado y el hijo nacido. ¿Acaso no hay siempre una diferencia entre lo deseado y lo adquirido?. Pero en aquellas reuniones quedó manifestado que los padres prefieren hablar de las patologías de sus hijos y no de lo que ellos tienen que ver y hacer con respecto a sus hijos.

 

Los niños con "discapacidades" cuestionan la completud del narcisismo de los padres. El deseo de completud que se quiere realizar con la llegada del hijo, se desmorona y la tarea de construcción se ve, con asiduidad, imposibilitada, en el punto en que los padres se sobreadaptan a la patología de sus hijos como mecanismo defensivo, de lo que angustia más, el confrontarse con la incompletud.

 

Algo similar sucede con los padres de niños y adolescentes que infringieron la Ley penal, padres que proyectan, lo que a sus hijos le pasa, en los otros (en la "junta") en la calle, a la sociedad y son pocos los que pueden preguntarse que tienen ellos que ver, con el padecimiento de sus hijos.

 

Muchos padres no se permiten el pasaje del hijo que se tiene al hijo que es y que es aún sin ellos. Se tiene ese hijo y se lo sostiene ahí, para taponar otra cosa. Por ese motivo, ante la consigna de que hablen de ellos y no de sus hijos solamente, prefieren no perder a sus hijos (aunque sea por un rato y desde lo simbólico) para no saber nada mas que lo que saben, que tienen a un hijo "discapacitado", "preso", "enfermo" para así no confrontarse con la propia falta. La etiqueta ordena.

 

Eso mismo pasa en el consultorio. El niño es traído por los padres cuando algo funciona mal, se sale de la norma, de lo esperado y cuando estos padres (y esta es otra herida a su narcisismo) no saben que hacer, entonces consultan al profesional.

 

Algo de lo que les sucede a estos niños tiene que ver con el ejercicio de las funciones paternas, padres que desde antes que nazca el niño, lo ubican en un lugar acorde a sus propias estructuras y cuando hay un lugar predeterminado y el sujeto en crecimiento allí no encaja, esto no es fácilmente soportable. Entonces algo de lo que el niño presenta como padecimiento, es como el monumento de la interrogación a los padres. Es posible que luego de escuchar al niño, la cuestión se invierta y sea él quien traiga a los padres para que se constituyan finalmente en pacientes, pero muchas veces cuando esto se descubre, los padres quitan al niño del análisis, porque no quieren saber qué de ellos se está jugando en los síntomas del hijo.

 

Lo simbólico opera sobre lo real. Un niño puede llevar o no, antes de nacer, un nombre y otros emblemas de los padres. Ocupar o no un lugar en el deseo del otro y esto marcará al nacido, que irá produciendo su subjetividad en los intentos de relación con el Otro que estará allí con su propia estructuración.

 

El análisis de niños no puede dejar por fuera la pregunta acerca de qué lugar, en el otro, ocupa. Que puede ser un lugar de nada y un lugar de todo, en tanto ser todo para la madre. El análisis debe interrogar allí, persiguiendo el deseo del niño que hace cadena con el de sus padres o que se encadena a sus padres, alienado a lo que ellos quieren para él, ya que el niño se ubica en relación al Edipo de ellos y es en ese punto dónde los padres esperan y fantasean que su hijo termine lo que ellos no pudieron. Por ese motivo cuando el hijo comienza a andar su camino, desestructura a los padres, barra sus narcisismos, movilizando sus propios patrones y comienzan a incomodarse con el hijo que ya no es lo que ellos deseaban, porque siempre se desea otra cosa.

 

El trabajo del análisis de niños es acompañándolo en la constitución de su estructura, la que se va conformando mientras el sujeto va desatándose de las marcas del Otro que impiden su propio juego. El analista da el puntapié inicial para que el niño arme su juego jugando, un juego que tiene sus reglas, el no todo es posible es la condición del deseo y expulsa el capricho del analista que llevaría a que el niño vista la camiseta del equipo de la normalidad esperada. El analista como terceridad, acompaña en el pasaje de Goce incestuoso, caprichoso, del Otro, donde el niño se aliena, al campo de su propio Deseo, donde el niño comienza a ser. El analista acompaña y se hace solidario en esa búsqueda que no es sin consecuencias en toda la dinámica familiar, ya que se es niño si hay adulto y el niño es dónde el adulto lo ubica.

 

El análisis es conducido por un adulto que juega seriamente, sabiendo que tiene que perder perdiéndose, para que gane el verdadero sujeto del análisis, que el niño pueda armar su propio juego de la vida, sabiendo que siempre, aunque se gane, algo se pierde.

 

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