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Ni represión ni indiferencia

 

por Atilio Alvarez

 

Durante el pasado mes de agosto, los medios y los ambientes especializados de la República Argentina fueron sacudidos por la revelación de la existencia de una circular del día seis, de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que ordenaba la realización de operativos persistentes para detener y presentar a la Justicia de Menores a todos los niños que mendigaran o deambularan en las calles. La amplia cobertura periodística, iniciada por funcionarios de la Municipalidad de Avellaneda, originó un mar de críticas desde distintos ámbitos y diferentes ópticas, que en primer lugar mostró las desinteligencias entre funcionarios competentes, dentro de un mismo gobierno, y luego motivó el dictado de la Resolución nº 4001, del 31 de agosto de 2001, del Ministro de Seguridad de la Provincia, que deja sin efecto toda orden o instrucción anteriores sobre el tema. Por su amplitud, y las consecuencias jurídico-políticas que pueda implicar, la publicamos íntegramente en esta misma edición de nuestra Revista en red

 

Infancia y Juventud ha sido siempre clara y hasta cortante cuando sostuvo la improcedencia de la intervención de fuerzas policiales o penitenciarias sobre los niños, reservándoles la función de brindarles seguridad y de reprimir y de custodiar, con la fuerza lícita de la ley y en el marco de las garantías constitucionales de debido proceso, a los adultos que los exploten o victimicen de cualquier modo que sea. Por lo tanto vemos con agrado la decisión gubernamental, por el momento final, que deja sin efecto el descabellado intento de encarar un grave problema social y una mecánica endémica de explotación infantil con operativos de persecución sobre las mismas víctimas.

 

Pero quedan en el aire algunos interrogantes.

 

¿Quién inspiró la circular del 6 de agosto? La pregunta no es ni ociosa, ni fruto de mera curiosidad. Si la idea no provino del Consejo Provincial, cuya presidencia dijo haberse enterado a posteriori; si tampoco coincide con los criterios doctrinarios de la misma Policía Bonaerense, cuya Superintendencia de Coordinación General ha expresado opinión contraria a través de su Secretario General; si jueces, legisladores, algunos ministros y el mismo titular del Poder Ejecutivo Provincial y su vicegobernador, presidente del Senado provincial, tomaron inmediata distancia de la malhadada orden... ¿De donde nació la idea de dictarla? Sabemos quien la firmó, pero no podemos creer - salvo suma ingenuidad política que ya no tenemos derecho a aducir- que fue la ocurrencia peregrina de un jefe policial, desautorizado por la misma fuerza.

 

¿Acaso algún grupo en las sombras habrá pergeñado, en una delirante teoría conspirativa, un acto de provocación? O más bien debemos inferir que existen aún, en los entresijos del poder, personas que fungen de asesores y que inspiran decisiones, protegidos por la irresponsabilidad propia de quienes nunca dan la cara. Quizás estos sujetos aduzcan experiencia en la defensa de niños aunque tan sólo sea la rutina repetida por años lo que puedan contabilizar en su haber.

 

Lo cierto es que aquí se dio, como advierte la copla popular del ámbito rural de la provincia de Buenos Aires, con esa suma del saber sencillo que es amalgama de ciencia y de prudencia: "no vaya a pasarle, hermano, "que al primer desacomodo "le hagan borrar con el codo "lo que escribió con la mano".

 

Y acá pasó algo. Y grave. Y es digno y justo que las autoridades políticas se pregunten por qué pasó. No es cierto que "no pasó nada"

 

En materia de chicos opina todo el mundo: desde el afecto, desde el prejuicio, desde la ideología o desde la simple opinión, el " a mí me parece " respetable y enriquecedor entre amigos, pero insuficiente para fundar políticas públicas.

 

Para asesorar y decidir en el tema más delicado de política social, se requiere saber – es decir conocer las cosas como son- y ser prudente – es decir saber y obrar bien en el caso concreto-.

 

Quien haya inspirado la circular derogada no debe gozar ni de una ni de otra cualidad, pues para dar buen consejo se requiere tener ciencia y prudencia. No mero oportunismo y "viveza".

 

Aprovecharse con astucia de los dramas sociales para arrimar respuestas a lo que apriorísticamente se considera deseable por la gente, obtener por sorpresa resultados difíciles de alcanzar en otro contexto de mayor análisis, o posicionar sectores o personas, puede ser un signo de astucia o "picardía", pero no de prudencia . Y por lo general los pícaros terminan como canta el poeta popular.

 

¿Y ahora qué? Es la otra pregunta que surge. No basta con haber logrado que se derogara la orden represiva. Entre el coro de críticas, se advirtieron algunas voces de personas militantes del no hacer nada, hermanadas quizás en ello con los inspiradores últimos de la medida atacada. Son los que destruyen programas destinados a los niños concretos, los que niegan o retacean ayudas a las familias necesitadas. Los que aceptan que los niños atendidos por el mismo Estado duerman en el suelo como animales o carezcan de lo necesario, los que creen que un escalón de superación en las condiciones de vida no es signo de dignidad sino prejuicio burgués, los que en definitiva solo saben declamar derechos pero no garantizarlos ni cumplirlos.

 

El riesgo es que la "derrota" de la circular represiva deje campo libre al triunfo de la inactividad militante, de la omisión permanente, y del abandono y la indiferencia como respuesta estatal frente al problema. Si esto se diera así, los únicos derrotados seguirían siendo los chicos.

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