A la concentración económica le sigue
la concentración política
por Fabián Quintá
Desde hace mas o menos tres años, como
un susurro, y desde el 2001, de manera enfática, se viene forjando la
idea de reformar la Constitución para poder reformar el país reduciendo
el número de provincias, con el fin de "eliminar el gasto superfluo,
o el gasto político".
Primero fue el neo conservador Centro de Estudios Macroeconómicos de la
Argentina (CEMA), a través de su rector, Carlos Rodríguez, quien propuso
el extremo de organizar políticamente el país en "cinco o seis
regiones", reducir el Parlamento bicameral a una sola cámara de mas
o menos 35 diputados eliminando el Senado, porque "a estos los
manejan los gobernadores", y así reducir el gasto político que según
el economista ascendía a 11.000 millones de pesos/dólares en 1999.
Palabras mas, palabras menos, así se reducía el planteo fiscalista de
quienes manejaron las finanzas públicas entre 1996 y 1999 de la mano del
entonces ministro de Economía, Roque Fernández, momento en que el déficit
fiscal trepó a niveles inusitados.
Claro que la idea del economista neo-conservador sonaba como mínimo
"pintoresca" o "extravagante", para no brindar
calificativos peyorativos desde temprano, allá por fines del 99 y
comienzos del 2000, cuando la llegada al gobierno de la Alianza
UCR-Frepaso convocaba a recrear el Estado a través de la ética y un
manejo racional de los escasos recursos.
La inoperancia de esta unión electoral (que daría para todo un libro)
hizo, entre otras cosas, que esta idea fuera tomando cuerpo a partir de
dos ejes: El primero, el abultado déficit de las cuentas públicas y, el
segundo, el descrédito en que fue cayendo rápidamente la clase política
en general.
En este marco de caída económica y de representación política, el
planteo original fue ganando espacio como algo serio y que no solo se podría
implementar sino que debía hacerse. Para eso los impulsores de la reforma
contaban con la inigualable ayuda de toda una clase política que ha
medrado desde el poder. Como ejemplo, uno de los tantos, los diputados de
la legislatura de Formosa ganaban 12.000 pesos/dólares en una de las
provincias más pobres del país.
El año pasado, desde la casa quinta de Armando Gostanían, el ex
detenido, y ex presidente, Carlos Menem, propuso a través de una carta de
lectores al diario La Nación este cambio en la división política del país.
Pero fiel a su espíritu "renovador" el ex presidente avanzó
algo mas y planteó la necesidad de reducir "a la mitad" el número
de diputados, y eliminar el tercer senador por la minoría que el incorporó,
en alianza con su antecesor Raul Alfonsín, en la reforma constitucional
de 1995.
Para fines del 2001, cuando la crisis se avecinaba de manera galopante, el
planteo de reducción del gasto público a través de una menor
representación se fue mejorando, tomando cuerpo, como una masa que levaba
y se acrecienta. Así apareció "el modelo Chileno", aquel que a
comienzos del 90 pregonaba el periodista y operador de prensa Bernardo
Neustadt, como ejemplo económico a seguir, pero ahora en el plano político.
Así se señala que la división del país en regiones mas grandes no solo
conllevará la reducción del número de gobernadores y legislaturas, sino
que les dará a estos territorios un mayor peso económico en el cual podrán
lograr el tan ansiado equilibrio fiscal.
Por último, y para no caer en el tedio, el analista político Mariano
Grondona propuso desde su columna de opinión el pasado 25 de mayo
"Refundar la república" a partir de esta subdivisión.
La pregunta obvia es "¿qué encierra esta reforma?", desde yá
que nadie medianamente sensato puede creer que sea necesario una reforma
constitucional en torno a la representación para reducir el déficit
fiscal. Para bajar el tan meneado gasto político, del cual hay cifras
divergentes, no es necesario reducir el número de diputados o de
senadores a nivel nacional, solo basta reducir, vía ley de Presupuesto,
el monto que se les asigna, procedimiento que se podría extender a cada
provincia.
Lo que encierra este sofisma, ya que no se puede calificar de otra forma,
es la concentración en pocas manos del poder político y reducir lo más
posible la opción electoral, afectando a los partidos chicos. Este
planteo no es casualidad. La debacle económica aceleró los tiempos. Los
grandes grupos económicos, que no actúan de manera unívoca, quieren
menos interlocutores para negociar con el poder político e imponer de
manera mas fácil sus líneas de acción. Pelear con senadores, algunos de
los cuales no responden a los gobernadores, para que aprueben tal o cual
ley es un gasto inútil.
Para estos grupos económicos, de los cuales el eje CEMA-Carlos Menem es sólo
una de sus expresiones, esta es la hora para lograr esta concentración
política, que si hasta ahora no se llevó a cabo es porque la propia
clase política no quiere ver afectada su supervivencia.
¿Quién puede creer que el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirschner va
a dar su apoyo a un proyecto por el cual pierda su poder a manos del
radicalismo de Chubut o de Río Negro, o Adolfo Rodríguez Saá su reinado
en San Luis por las provincias cuyanas.
Sí puede llegar a prosperar -por desgracia- la reducción del número de
diputados, ya que concentraría aún más el poder de representación del
peronismo, como fuerza dominante, y del radicalismo, como alternancia,
relegando a los díscolos terceros partidos que amenazan el protagonismo
del partido de Alem e Yrigoyen.
Hay que recordar que en el 99 eso era una idea pintoresca y hoy es
un tema de discusión.
* Fabián Quintá es sociólogo y periodista de la agencia de noticias Télam
entre otros temas.