Excmo. señor Presidente de la República Oriental del Uruguay San Lorenzo (Río Grande del Sur), mayo 11 de 1846. Mi general: En otras ocasiones V.E. se dignó ofrecerme todas las garantías necesarias para volver a mi país. Sobre si debía o no admitir esta oferta, apelo al fallo de V.E. Abrazado había un partido a quien el infortunio oprimía: forzoso era serle consecuente y leal; pero esta consecuencia y esta lealtad no podían ser indefinidas. En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido siempre el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen un religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá; ¡traidor! ¡traidor! ¡traidor! Conducido por estas convicciones, me reputé desligado del partido a quien servía, tan luego como la intervención binaria de Inglaterra y de Francia se realizó en los negocios del Plata; y decidí retirarme a la vida privada, a cuyo efecto pedí al gobierno de Montevideo mi absoluta separación del servicio, como se impondrá V.E. por la copia de la solicitud que tengo el honor de acompañar. Ésta era mi intención cuando llegaron a mis manos, en el retiro en que me hallo, algunos periódicos que me impusieron de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderes interventores; del modo inicuo como se había tomado su escuadra, hecho digno de registrarse en los anales de Borgia. Vi también propagada doctrinas que tienden a convertir el interés mercantil de Inglaterra en un centro de atracción, al que deben subordinarse los más caros de mi país, y al que deben sacrificar su honor y su porvenir. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella. Todos los recuerdos gloriosos de nuestra inmortal revolución en que fui formado, se agolpan. Su cánticos sagrados vibran en mi oído. Sí, es mi patria grande y majestuosa, dominando al Aconcagua y Pichincha, anunciándose al mundo por esta sublime verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas, pero generosa, acredita que podrá quizá ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba flotando en un océano de sangre, alumbrada por las llamas de sus lares incendiados. La felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría. Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado. No porque encuentre en mi conducta algo que me pueda reprochar. ¿Podrá un hombre deprimir al partido a quien sirvió con el mayor celo y ardor sin deprimirse a sí mismo? En el templo de Delfos se leía la siguiente inscripción: "que nadie se aproxime aquí si no trae las manos puras". Mi única ambición es la de presentarme siempre digno de pertenecer a mi esclarecida patria, y del aprecio de los hombres de bien. Ruego a V.E. se digne elevar al conocimiento del superior gobierno de la Confederación Argentina mis ardientes deseos de servirlo en la lucha santa en que se halla empeñado; y mis sinceros votos por su dicha, seguro de que nunca tendrá V.E. de qué arrepentirse de haber dado este paso. MARTINIANO CHILAVERT
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