C. MARX
            SALARIO,
            PRECIO Y
            GANANCIA
            
            EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS
            PEKIN 1976
            Primera edición 1976
             



Preparado © para el Internet por David Romagnolo, djr@marx2mao.org (Junio de 
1998)



NOTA DEL EDITOR 
    La presente es una versión revisada de la traducción al castellano de 
    Salario, precio y ganancia aparecida en Moscú el año 1954 (Ediciones en 
    Lenguas Extranjeras). 








I N D I C E 


[OBSERVACIONES PRELIMINARES]
            1
            
            I.
            [PRODUCCION Y SALARIOS]
            2
            
            II.
            [PRODUCCION, SALARIOS, GANANCIAS]
            5
            
            III.
            [SALARIOS Y DINERO]
            17
            
            IV.
            [OFERTA Y DEMANDA]
            23
            
            V.
            [SALARIOS Y PRECIOS]
            26
            
            VI.
            [VALOR Y TRABAJO]
            29
            
            VII.
            LA FUERZA DE TRABAJO
            41
            
            VIII.
            LA PRODUCCION DE LA PLUSVALIA
            45
            
            IX.
            EL VALOR DEL TRABAJO
            48
            
            X.
             
            SE OBTIENE GANANCIA VENDIENDO UNA MERCANCIA
            POR SU VALOR
            
            50
            
            XI.
             
            LAS DIVERSAS PARTES EN QUE SE DIVIDE LA
            PLUSVALIA
            
            51
            
            XII.
             
            RELACION GENERAL ENTRE GANANCIAS, SALARIOS Y
            PRECIOS
            
            55
            
            XIII.
             
            CASOS PRINCIPALES DE LUCHA POR LA SUBIDA DE
            SALARIOS O CONTRA SU REDUCCION
            
            58
            
            XIV.
             
            LA LUCHA ENTRE EL CAPITAL Y EL TRABAJO, Y SUS
            RESULTADOS
            
            67
            
            NOTAS
            
    





SALARIO,
  PRECIO Y GANANCIA[1]

 
 
  
    
    Escrito en inglés por C. Marx de
    finales de mayo al 27 de junio de
    1865.
     
    Publicado por vez primera en
    folleto en Londres en 1898.
    
    pág. 1
    
    
     
    
    [OBSERVACIONES PRELIMINARES]
    
    
    
    
        ¡Ciudadanos! 
        Antes de entrar en el tema, permitidme hacer algunas observaciones 
    preliminares. 
        En el continente reina ahora una verdadera epidemia de huelgas y se alza 
    un clamor general pidiendo aumento de salarios. El problema ha de plantearse 
    en nuestro Congreso. Vosotros, como dirigentes de la Asociación 
    Internacional, debéis tener un criterio firme ante este problema 
    fundamental. Por eso, me he creído en el deber de tratar a fondo la 
    cuestión, aun a trueque de someter vuestra paciencia a una dura prueba. 
        Debo hacer otra observación previa con respecto al ciudadano Weston. 
    Este ciudadano, creyendo actuar en interés de la clase obrera, ha 
    desarrollado ante vosotros, y además ha defendido públicamente, opiniones 
    que él sabe son profundamente impopulares entre la clase obrera. Esta prueba 
    de valentía moral debe merecer el alto aprecio de todos nosotros. Espero 
    que, a pesar del tono nada halagüeño de mi conferencia, el ciudadano Weston 
    verá al final de ella que coincido con la acertada idea que, a mi modo 
    pág. 2
    de ver, sirve de base a sus tesis, las cuales sin embargo, en su forma 
    actual, no puedo por menos de juzgar como teóricamente falsas y 
    prácticamente peligrosas. 
        Con esto paso directamente a la cuestión que nos ocupa. 
    
    
    I. [PRODUCCION Y SALARIOS] 
        El argumento del ciudadano Weston se basa, en realidad, en dos premisas: 
    1) que el volumen de la producción nacional es una cosa fija, una cantidad o 
    magnitud constante, como dirían los matemáticos; 2) que la suma de los 
    salarios reales, es decir, salarios medidos por la cantidad de mercancías 
    que puede ser comprada con ellos, es también una suma fija, una magnitud 
    constante. 
        Pues bien, su primer aserto es evidentemente erróneo. Veréis que el 
    valor y el volumen de la producción aumentan de año en año, que las fuerzas 
    productivas del trabajo nacional crecen y que la cantidad de dinero 
    necesaria para poner en circulación esta producción creciente varía sin 
    cesar. Lo que es cierto al final de cada año y respecto a distintos años 
    comparados entre sí, lo es también respecto a cada día medio del año. El 
    volumen o la magnitud de la producción nacional varía continuamente. No es 
    una magnitud constante, sino variable, y no tiene más remedio que serlo, aun 
    prescindiendo de las fluctuaciones de la población, por los continuos 
    cambios que se operan en la acumulación de capital y en las fuerzas 
    productivas del trabajo. Es completamente cierto que si hoy se implantase un 
    aumento en el tipo general de salario, este aumento, por sí solo, 
    cualesquiera que fuesen sus resultados ulteriores, no haría cambiar 
    inmediatamente el volumen de la producción. En un 
    pág. 3
    principio tendría que arrancar del estado de cosas existente. Y si la 
    producción nacional, antes de la subida de salarios, era variable y no fija, 
    lo seguiría siendo también después de la subida. 
        Pero, admitamos que el volumen de la producción nacional fuese constante 
    y no variable. Aun en este caso, lo que nuestro amigo Weston cree una 
    conclusión lógica, seguiría siendo una afirmación gratuita. Si tomo un 
    determinado número, digamos 8, los límites absolutos de esta cifra no 
    impiden que varíen los límites relativos de sus componentes. Supongamos que 
    la ganancia fuese igual a 6 y los salarios igual a 2: los salarios podrían 
    aumentar hasta 6 y la ganancia descender hasta 2, pero la cifra total 
    seguiría siendo 8. Así, pues, el volumen fijo de la producción no llegará 
    jamás a probar la suma fija de los salarios. ¿Cómo prueba, pues, nuestro 
    amigo Weston esa fijeza? Sencillamente, afirmándola. 
        Pero, aunque diésemos por buena su afirmación, ésta tendría efecto en 
    los dos sentidos, y él sólo quiere que valga en uno. Si el volumen de los 
    salarios representa una magnitud constante, no se podrá aumentar ni 
    disminuir. Por tanto, si los obreros obran neciamente cuando arrancan un 
    aumento temporal de salarios, no menos neciamente obrarían los capitalistas 
    al imponer una rebaja transitoria de jornales. Nuestro amigo Weston no niega 
    que, en ciertas circunstancias, los obreros pueden arrancar un aumento de 
    salarios; pero, como según él la suma de salarios es fija por ley natural, 
    este aumento provocará necesariamente una reacción. El sabe también, por 
    otra parte, que los capitalistas pueden imponer una rebaja de salarios, y la 
    verdad es que lo intentan continuamente. Según el principio de la constancia 
    de los salarios, en este caso debería seguir una reacción, exacta- 
    pág. 4
    mente lo mismo que en el caso anterior. Por tanto, los obreros obrarían 
    acertadamente reaccionando contra las re bajas de los salarios o los 
    intentos de ellas. Obrarían, por tanto, acertadamente al arrancar aumentos 
    de salarios, pues toda reacción contra una rebaja de salarios es una acción 
    por su aumento. Por consiguiente, según el principio de la estabilidad de 
    los salarios, que sostiene el mismo ciudadano Weston, los obreros deben, en 
    ciertas circunstancias, unirse y luchar por el aumento de sus jornales. 
        Si él niega esta conclusión, tendría que renunciar a la premisa de la 
    cual se deduce. No debe decir que el volumen de los salarios es una cantidad 
    constante, sino que, aunque no puede ni debe aumentar, puede y debe 
    disminuir siempre que al capital le plazca rebajarlo. Si al capitalista le 
    place alimentaros con patatas en vez de daros carne, y con avena en vez de 
    trigo, debéis aceptar su voluntad como una ley de la Economía Política y 
    someteros a ella. Si en un país, por ejemplo en los Estados Unidos, los 
    tipos de salarios son más altos que en otro, por ejemplo en Inglaterra, 
    debéis explicaros esta diferencia como una diferencia entre la voluntad del 
    capitalista norteamericano y la del capitalista inglés; método éste que, 
    ciertamente, simplificaría mucho, no ya el estudio de los fenómenos 
    económicos, sino el de todos los demás fenómenos. 
        Pero, aun así, habría que preguntarse: ¿por qué la voluntad del 
    capitalista norteamericano difiere de la del capitalista inglés? Y, para 
    poder contestar a esta pregunta, no tendríamos más remedio que traspasar los 
    dominios de la voluntad. Un cura podría decirme que Dios en Francia quiere 
    una cosa y en Inglaterra otra. Y si le apremio a que me explique esa doble 
    voluntad, podría tener el descaro de contestarme que está en los designios 
    de Dios tener una 
    pág. 5
    voluntad en Francia y otra distinta en Inglaterra Pero, seguramente, nuestro 
    amigo Weston nunca convertirá en argumento esta negación completa de todo 
    raciocinio. 
        Indudablemente, la voluntad del capitalista consiste en embolsarse lo 
    más que pueda. Y lo que hay que hacer no es discurrir acerca de lo que 
    quiere, sino investigar su poder, los límites de este poder y el carácter de 
    estos límites. 
    
    
    II. [PRODUCCION, SALARIOS,
    GANANCIAS]
    
        La conferencia que nos ha dado el ciudadano Weston podría haberse 
    comprimido hasta caber en una cáscara de nuez. 
        Toda su argumentación se redujo a lo siguiente: si la clase obrera 
    obliga a la clase capitalista a pagarle, en forma de salario en dinero, 
    cinco chelines en vez de cuatro, el capitalista le devolverá en forma de 
    mercancías el valor de cuatro chelines en vez del valor de cinco. La clase 
    obrera tendrá que pagar ahora cinco chelines por lo que antes de la subida 
    de salarios le costaba cuatro. ¿Y por qué ocurre esto? ¿Por qué el 
    capitalista sólo entrega el valor de cuatro chelines por cinco chelines? 
    Porque la suma de los salarios es fija. Peto, ¿por qué se cifra precisamente 
    en cuatro chelines de valor en mercancías? ¿Por qué no se cifra en tres o en 
    dos, o en otra suma cualquiera? Si el límite de la suma de los salarios está 
    fijado por una ley económica, independiente tanto de la voluntad del 
    capitalista como de la del obrero, lo primero que hubiera debido hacer el 
    ciudadano Weston, era exponer y demostrar esta ley. Hubiera debido 
    demostrar, además, que la suma de salarios que se abona realmente en 
    pág. 6
    cada momento dado coincide siempre exactamente con la suma necesaria de los 
    salarios, sin desviarse jamás de ella. En cambio, si el límite dado de la 
    suma de salarios depende de la simple voluntad del capitalista o de los 
    límites de su codicia, trátase de un límite arbitrario, que no encierra nada 
    de necesario, que puede variar por voluntad del capitalista y que puede 
    también, por tanto, hacerse variar contra su voluntad. 
        El ciudadano Weston ilustró su teoría diciéndonos que si una sopera 
    contiene una determinada cantidad de sopa, destinada a determinado número de 
    personas, la cantidad de sopa no aumentará porque aumente el tamaño de las 
    cucharas. Me permitirá que encuentre este ejemplo poco sustancioso. Me 
    recuerda en cierto modo el apólogo de que se valió Menenio Agripa. Cuando 
    los plebeyos romanos se pusieron en huelga contra los patricios, el patricio 
    Agripa les contó que el estómago patricio alimentaba a los miembros plebeyos 
    del cuerpo político. Lo que no consiguió Agripa fue demostrar que se 
    alimenten los miembros de un hombre llenando el estómago de otro. El 
    ciudadano Weston, a su vez, se olvida de que la sopera de que comen los 
    obreros contiene todo el producto del trabajo nacional y que lo que les 
    impide sacar de ella una ración mayor no es la pequeñez de la sopera ni la 
    escasez de su contenido, sino sencillamente el reducido tamaño de sus 
    cucharas. 
        ¿Qué artimaña permite al capitalista devolver un valor de cuatro 
    chelines por cinco? La subida de los precios de las mercancías que vende. 
    Ahora bien; la subida de los precios o, dicho en términos más generales, las 
    variaciones de los precios de las mercancías, y los precios mismos de éstas, 
    ¿dependen acaso de la simple voluntad del capitalista o, por el contrario, 
    tienen que darse ciertas circunstancias para que 
    pág. 7
    prevalezca esa voluntad? Si no ocurriese esto último, las alzas y bajas, las 
    oscilaciones incesantes de los precios del mercado serían un enigma 
    indescifrable. 
        Si admitimos que no se ha operado en absoluto ningún cambio, ni en las 
    fuerzas productivas del trabajo, ni en el volumen del capital y trabajo 
    invertidos, ni en el valor del dinero en que se expresa el valor de los 
    productos, sino que cambia tan sólo el tipo de salarios, ¿cómo puede esta 
    alza de salarios influir en los precios de las mercanáas? Solamente 
    influyendo en la proporción existente entre la oferta y la demanda de ellas. 
    
        Es absolutamente cierto que la clase obrera, considerada en conjunto, 
    invierte y tiene forzosamente que invertir sus ingresos en artículos de 
    primera necesidad. Una subida general del tipo de salarios determinaría, por 
    tanto, un aumento en la demanda de estos artículos de primera necesidad y 
    provocaría, con ello, un aumento de sus precios en el mercado. Los 
    capitalistas que producen estos artículos de primera necesidad, se 
    resarcirían del aumento de salarios con el alza de los precios de sus 
    mercancías. Pero, ¿qué ocurriría con los demás capitalistas, que no producen 
    artículos de primera necesidad? Y no creáis que éstos son pocos. Si tenéis 
    en cuenta que dos terceras partes de la producción nacional son consumidas 
    por una quinta parte de la población -- un diputado de la Cámara de los 
    Comunes afirmó hace poco que estos consumidores formaban sólo la séptima 
    parte de la población --, podréis imaginaros qué parte tan enorme de la 
    producción nacional se destina a artículos de lujo o se cambia por ellos y 
    qué cantidad tan inmensa de artículos de primera necesidad se derrocha en 
    lacayos, caballos, gatos, etc., derroche que, según nos enseña la 
    experiencia, llega 
    pág. 8
    siempre a ser limitado considerablemente al aumentar los precios de los 
    artículos de primera necesidad. 
        Pues bien, ¿cuál sería la situación de estos capitalistas que no 
    producen artículos de primera necesidad? Estos capitalistas no podrían 
    resarcirse de la baja de su cuota de ganancia, efecto de una subida general 
    de salarios, elevando los precios de sus mercancías, puesto que la demanda 
    de éstas no aumentaría Sus ingresos disminuirían, y de estos ingresos 
    mermados tendrían que pagar más por la misma cantidad de artículos de 
    primera necesidad que subieron de precio. Pero la cosa no pararía aquí. Como 
    sus ingresos habrían disminuído, ya no podrían gastar tanto en artículos de 
    lujo, con lo cual descendería también la demanda mutua de sus respectivas 
    mercancías. Y, a consecuencia de esta disminución de la demanda, bajarían 
    los precios de sus mercancías. Por tanto, en estas ramas industriales, la 
    cuota de ganancia no sólo descendería en simple proporción al aumento 
    general del tipo de los salarios, sino que este descenso sería proporcionado 
    a la acción conjunta de la subida general de salarios, del aumento de 
    precios de los artículos de primera necesidad y de la baja de precios de los 
    artículos de lujo. 
        ¿Cuál sería la consecuencia de esta diversidad en cuanto a las cuotas de 
    ganancia de los capitales colocados en las diferentes ramas de la industria? 
    La misma consecuencia que se produce siempre que, por la razón que sea, se 
    dan diferencias en las cuotas medias de ganancia de las diversas ramas de 
    producción. El capital y el trabajo se desplazarían de las ramas menos 
    rentables a las más rentables; y este proceso de desplazamiento duraría 
    hasta que la oferta de una rama industrial aumentase proporcionalmente a la 
    mayor demanda y en las demás ramas industriales disminuyese con- 
    pág. 9
    forme a la menor demanda. Una vez operado este cambio, la cuota general de 
    ganancia volvería a nivelarse en las diferentes ramas de la industria. Como 
    todo aquel trastorno obedecía en un principio a un simple cambio en cuanto a 
    la relación entre la oferta y la demanda de diversas mercancías, al cesar la 
    causa cesarían también los efectos, y los precios volverían a su antiguo 
    nivel y recobrarían su antiguo equilibrio. La baja de la cuota de ganancia 
    por efecto de los aumentos de salarios, en vez de limitarse a unas cuantas 
    ramas industriales, se generalizaria. Según el supuesto de que partimos, no 
    se introduciría ningún cambio ni en las fuerzas productivas del trabajo ni 
    en el volumen global de la producción, sino que aquel volumen de producción 
    dado se limitaría a cambiar de forma. Ahora, estaría representada por 
    artículos de primera necesidad una parte mayor del volumen de producción y 
    sería menor la parte integrada por los artículos de lujo, o, lo que es lo 
    mismo, disminuiría la parte destinada a cambiarse por mercancías de lujo 
    importadas del extranjero y consumida en esta forma; o lo que también 
    resulta lo mismo, una parte mayor de la producción nacional se cambiaría por 
    artículos de primera necesidad importados, en vez de cambiarse por artículos 
    de lujo. Por tanto, después de trastornar temporalmente los precios del 
    mercado, la subida general del tipo de salarios sólo conduciría a una baja 
    general de la cuota de ganancia, sin introducir ningún cambio permanente en 
    los precios de las mercancías. 
        Y si se me dice que en la anterior argumentación doy por supuesto que 
    todo el incremento de los salarios se invierte en artículos de primera 
    necesidad, replicaré que parto del supuesto más favorable para el punto de 
    vista del ciudadano Weston. Si el incremento de los salarios se invirtiese 
    en objetos que antes no entraban en el consumo 
    pág. 10
    los obreros, no sería necesario pararse a demostrar que su poder adquisitivo 
    había experimentado un aumento real. Pero, como no es más que la 
    consecuencia de la subida de los salarios, este aumento del poder 
    adquisitivo del obrero tiene que corresponder exactamente a la disminución 
    del poder adquisitivo de los capitalistas. Es decir, que la demanda global 
    de mercancías no aumentaría, sino que cambiarían los elementos integrantes 
    de esta demanda. El aumento de la demanda de un lado se compensaría con la 
    disminución de la demanda de otro lado. Por este camino, como la demanda 
    global permanece invariable, no se operaría ningún cambio en los precios de 
    las mercancías. 
        Os veis, por tanto, situados ante un dilema. Una de dos: o el incremento 
    de los salarios se invierte por igual en todos los artículos de consumo, en 
    cuyo caso la expansión de la demanda por parte de la clase obrera tiene que 
    compensarse con la contracción de la demanda por parte de la clase 
    capitalista; o el incremento de los salarios sólo se invierte en 
    determinados artículos cuyos precios en el mercado aumentarán temporalmente: 
    en este caso, el alza y la baja respectiva de la cuota de ganancia en unas y 
    otras ramas industriales provocarán un cambio en cuanto a la distribución 
    del capital y el trabajo, entre tanto la oferta se acople en una rama a la 
    mayor demanda y en otras a la demanda menor. En el primer supuesto, no se 
    producirá ningún cambio en los precios de las mercancías. En el segundo 
    supuesto, tras algunas oscilaciones de los precios del mercado, los valores 
    de cambio de las mercancías descenderán a su nivel primitivo. En ambos 
    casos, la subida general del tipo de salarios sólo conducirá, en fin de 
    cuentas, a una baja general de la cuota de ganancia. 
    pág. 11
        Para espolear vuestra imaginación, el ciudadano Weston os invitaba a 
    pensar en las dificultades que acarearía en Inglaterra un alza general de 
    los jornales de los obreros agrícolas, de nueve a dieciocho chelines. 
    ¡Pensad, exclamaba, en el enorme aumento de la demanda de artículos de 
    primera necesidad que eso supondría y, en su consecuencia, la subida 
    espantosa de los precios a que daría lugarl Pues bien, todos sabéis que los 
    jornales medios de los obreros agrícolas en Norteamérica son más del doble 
    que los de los obreros agrícolas en Inglaterra, a pesar de que allí los 
    precios de los productos agrícolas son más bajos que aquí, a pesar de que en 
    los Estados Unidos reinan las mismas relaciones generales entre el capital y 
    el trabajo que en Inglaterra y a pesar de que el volumen anual de la 
    producción norteamericana es mucho más reducido que el de la inglesa. ¿Por 
    qué, pues, nuestro amigo echa esta campana a rebato? Sencillamente, para 
    desplazar el verdadero problema ante nosotros. Un aumento repentino de 
    salarios de nueve a dieciocho chelines, representaría una subida repentina 
    del 100 por 100. Ahora bien, aquí no discutimos en absoluto si en Inglaterra 
    podría elevarse de pronto el tipo general de salario en un 100 por 100. No 
    nos interesa para nada la cuantía del aumento, que en cada caso concreto 
    depende de las circunstancias y tiene que adaptarse a ellas. Lo único que 
    nos interesa es investigar en qué efectos se traduciría un alza general del 
    tipo de salarios, aunque no exceda del uno por ciento. 
        Dejando a un lado esta alza fantástica del 100 por 100 del amigo Weston, 
    voy a encaminar vuestra atención hacia el aumento efectivo de salarios 
    operado en la Gran Bretaña desde 1849 hasta 1859. 
    pág. 12
        Todos conocéis la ley de las diez horas, o mejor dicho, de las diez 
    horas y media, promulgada en 1848. Fue uno de los mayores cambios económicos 
    que hemos presenciado. Representaba un aumento súbito y obligatorio de 
    salarios, no ya en algunas industrias locales, sino en las ramas 
    industriales que van a la cabeza, y por medio de las cuales Inglaterra 
    domina los mercados del mundo. Era una subida de salarios que se operaba en 
    circunstancias excepcionalmente desfavorables. El doctor Ure, el profesor 
    Senior y todos los demás portavoces oficiales de la burguesía en el campo de 
    la Economía demostraron -- con razones mucho más sólidas que nuestro amigo 
    Weston, debo decir -- que aquello era tocar a muerto por la industria 
    inglesa. Demostraron que no se trataba de un aumento de salarios puro y 
    simple, sino de un aumento de salarios provocado por la disminución de la 
    cantidad de trabajo invertido y basado en ella. Afirmaban que la duodécima 
    hora, que se quería arrebatar al capitalista, era precisamente la única en 
    que éste obtenía su ganancia. Amenazaron con el descenso de la acumulación, 
    la subida de los precios, la pérdida de mercados, el decrecimiento de la 
    producción, la reacción consiguiente sobre los salarios y, por último, la 
    ruina. En realidad, sostenían que las leyes del máximo[2] de Maximiliano 
    Robespierre eran, comparadas con aquello, una pequeñez; y en cierto sentido 
    tenían razón. ¿Y cuál fue, en realidad, el resultado? Que los salarios en 
    dinero de los obreros fabriles aumentaron a pesar de haberse reducido la 
    jornada de trabajo, que creció considerablemente el número de obreros 
    fabriles ocupados, que bajaron constantemente los precios de sus productos, 
    que se desarrollaron maravillosamente las fuerzas productivas de su trabajo 
    y se dilataron en proporciones inauditas y cada vez mayores los mercados 
    para sus artículos. Yo mismo pude escuchar en Man- 
    pág. 13
    chester, en 1860, en una asamblea convocada por la Sociedad para el Fomento 
    de la Ciencia, cómo el señor Newman confesaba que él, el doctor Ure, Senior 
    y todos los demás representantes oficiales de la ciencia económica se habían 
    equivocado, mientras que el instinto del pueblo había sabido ver 
    certeramente. Cito aquí a W. Newman[3] y no al profesor Francis Newman, 
    porque aquél ocupa en la ciencia económica una posición preeminente como 
    colaborador y editor de la Historie de los Precios [4], de Mr. Thomas Tooke, 
    esta obra magnífica, que estudia la historia de los precios desde 1793 hasta 
    1856. Si la idea fija de nuestro amigo Weston acerca del volumen fijo de los 
    salarios, de un volumen de producción fijo, de un grado fijo de fuerzas 
    productivas del trabajo, de una voluntad fija y permanente de los 
    capitalistas y todo lo demás fijo y definitivo en Weston fuesen exactos, el 
    profesor Senior habría acertado con sus sombrías predicciones, y en cambio 
    se habría equivocado Roberto Owen, que ya en 1816 proclamaba una limitación 
    general de la jornada de trabajo como el primer paso preparatorio para la 
    emancipación de la clase obrera[5], implantándola él mismo por su cuenta y 
    riesgo en su fábrica textil de New Lanark, frente al prejuicio generalizado. 
    
        En la misma época en que se implantaba la ley de las diez horas y se 
    producía el subsiguiente aumento de los salarios, tuvo lugar en la Gran 
    Bretaña, por razones que no cabe exponer aquí, una subida general de los 
    jornales de los obreros agrícolas. 
        Aunque no es necesario para mi objeto inmediato, haré unas indicaciones 
    previas para no induciros a error. 
        Si una persona percibe dos chelines de salario a la semana y éste se le 
    sube a cuatro chelines, el tipo de salario habrá aumentado en el 100 por 
    100. Esto, expresado como 
    pág. 14
    aumento del tipo de salario, parecería algo maravilloso, aunque en realidad 
    la cuantía efectiva del salario, o sea cuatro chelines a la semana, siga 
    siendo un mísero salario de hambre. Por tanto, no debéis dejaros fascinar 
    por los altisonantes tantos por ciento en el tipo de salario, sino preguntar 
    siempre cuál era la cuantía primitiva del jornal. 
        Además, comprenderéis que si hay diez obreros que ganan cada uno dos 
    chelines a la semana, cinco obreros que ganan cinco chelines cada uno y 
    otros cinco que ganan once, entre los veinte ganarán cien chelines o cinco 
    libras esterlinas a la semana. Si luego la suma global de estos salarios 
    semanales aumenta, digamos en un 20 por 100, arrojará una subida de cinco 
    libras a seis. Fijándonos en el promedio, podríamos decir que, el tipo 
    general de salarios ha aumentado en un 20 por 100, aunque en realidad los 
    salarios de los diez obreros no varíen y los salarios de uno de los dos 
    grupos de cinco obreros sólo aumenten de cinco chelines a seis por persona, 
    aumentando la suma de salarios del otro grupo de cinco obreros de cincuenta 
    y cinco a setenta. Aquí, la mitad de los obreros no mejoraría absolutamente 
    en nada de situación, la cuarta parte experimentaría un alivio 
    insignificante, y sólo la cuarta parte restante obtendría una mejora 
    efectiva. Pero, calculando la media, la suma global de salarios de estos 
    veinte obreros aumentaría en un 20 por 100, y en lo que se refiere al 
    capital global para el que trabajan y los precios de las mercancías que 
    producen, sería exactamente lo mismo que si todos participasen por igual en 
    la subida media de los salarios. En el caso de los obreros agrícolas, como 
    el nivel de los salarios abonados en los distintos condados de Inglaterra y 
    Escocia difiere considerablemente, el aumento les afectó de un modo muy 
    desigual. 
    pág. 15
        Finalmente, durante la época en que tuvo lugar aquella subida de 
    salarios se manifestaron también influencias que la contrarrestaban, tales 
    como los nuevos impuestos que trajo consigo la guerra rusa, la demolición 
    extensiva de las viviendas de los obreros agrícolas[6], etc. 
        Después de tantos prolegómenos, paso a consignar que de 1849 a 1859 el 
    tipo medio de salarios de los obreros del campo en la Gran Bretaña 
    experimentó un aumento de alrededor del cuarenta por ciento. Podría aduciros 
    copiosos detalles en apoyo de mi afirmación, pero para el objeto que se 
    persigue creo que bastará con remitiros a la concienzuda y crítica 
    conferencia que el difunto Mr. John C. Morton dio en 1860, en la Sociedad de 
    las Artes de Londres sobre Las fuerzas aplicadas en la agricultura [7]. El 
    señor Morton expone los datos estadísticos sacados de las cuentas y otros 
    documentos auténticos de unos cien agricultores, en doce condados de Escocia 
    y treinta y cinco de Inglaterra. 
        Según el punto de vista de nuestro amigo Weston, y considerando además 
    el alza simultánea operada en los salarios de los obreros fabriles, durante 
    los años 1849-1859, los precios de los productos agrícolas hubieran debido 
    experimentar un aumento enorme. Pero, ¿qué aconteció, en realidad? A pesar 
    de la guerra rusa y de las malas cosechas que se dieron consecutivamente de 
    los años 1854 a 1856, los precios medios del trigo, que es el principal 
    producto agrícola de Inglaterra, bajaron de unas tres libras esterlinas por 
    quarter, a que se había cotizado durante los años de 1838 a 1848, hasta unas 
    dos libras y diez chelines el quarter, a que se cotizó de 1849 a 1859. Esto 
    representa una baja del precio del trigo de más del 16 por loo, con un alza 
    media simultánea del 40 por 100 en los jornales de los obreros agrícolas. 
    Durante la misma época, si comparamos el final con el co- 
    pág. 16
    mienzo, es decir, el año 1859 con el de 1849, la cifra del pauperismo 
    oficial desciende de 934.419 a 860.470, lo que supone una diferencia de 
    73.949 pobres; reconozco que es una disminución muy pequeña, que además 
    vuelve a desaparecer en los años siguientes; pero es, con todo, una 
    disminución. 
        Se nos podría decir que, a consecuencia de la derogación de las leyes 
    cerealistas[8], la importación de cereal extranjero durante el período de 
    1849 a 1859 aumentó en más de dos veces, comparada con la de 1838 a 1848. Y 
    ¿qué se infiere de esto? Desde el punto de vista del ciudadano Weston, 
    hubiera debido suponerse que esta enorme demanda repentina y sin cesar 
    creciente sobre los mercados extranjeros había hecho subir hasta un nivel 
    espantoso los precios de los productos agrícolas, puesto que los efectos de 
    la creciente demanda son los mismos cuando procede de fuera que cuando 
    proviene de dentro. Pero, ¿qué ocurrió, en realidad? Si se exceptúa algunos 
    años de malas cosechas, vemos que en Francia se quejan constantemente, 
    durante todo este tiempo, de la ruinosa baja del precio del trigo; los 
    norteamericanos veíanse constantemente obligados a quemar el sobrante de su 
    producción, y Rusia, si hemos de creer al señor Urquhart, atizó la guerra 
    civil en los Estados Unidos porque sus exportaciones agrícolas estaban 
    paralizadas por la competencia yanqui en los mercados de Europa. 
        Reducido a su forma abstracta, el argumento del ciudadano Weston se 
    traduciría en lo siguiente: todo aumento de la demanda se opera siempre 
    sobre la base de un volumen dado de producción. Por tanto, no puede hacer 
    aumentar nunca la oferta de ¿os artículos apetecidos, sino solamente hacer 
    subir su precio en dinero. Ahora bien, la más común observación demuestra 
    que, en algunos casos, el aumento de la demanda no altera para nada los 
    precios de las mercan- 
    pág. 17
    cías, y que en otros casos provoca un alza pasajera de los precios del 
    mercado, a la que sigue un aumento de la oferta, seguido a su vez por la 
    baja de los precios hasta su nivel primitivo, y en muchos casos por debajo 
    de él. El que el aumento de la demanda obedezca al alza de los salarios o a 
    otra causa cualquiera, no altera para nada los términos del problema. Desde 
    el punto de vista del ciudadano Weston, tan difícil resulta explicarse el 
    fenómeno general como el que se revela bajo las circunstancias excepcionales 
    de una subida de salarios. Por tanto, su argumento no ha demostrado nada en 
    cuanto al objeto que nos ocupa. Sólo pone de manifiesto su perplejidad ante 
    las leyes por virtud de las cuales una mayor demanda provoca una mayor 
    oferta y no un alza definitiva de los precios del mercado. 
    
    
    III. [SALARIOS Y DINERO] 
        Al segundo día de debate, nuestro amigo Weston vistió su vieja 
    afirmación con nuevas formas. Dijo: al producirse un alza general de los 
    salarios en dinero, se necesitará más dinero contante para abonar los mismos 
    salarios. Siendo la cantidad de dinero circulante una cantidad fija, ¿cómo 
    vais a poder pagar, con esa suma fija de dinero circulante, una suma mayor 
    de salarios en dinero? En un principio, la dificultad surgía de que, aunque 
    subiese el salario en dinero del obrero, la cantidad de mercancías que le 
    estaba asignada era fija; ahora, surge del aumento de los salarios en 
    dinero, a pesar de existir un volumen fijo de mercancías. Y, naturalmente, 
    si rechazáis su dogma originario, desaparecerán también los perjuicios 
    concomitantes. 
    pág. 18
        Voy a demostraros, sin embargo, que este problema del dinero circulante 
    no tiene nada absolutamente que ver con el tema que nos ocupa. 
        En vuestro país, el mecanismo de pagos está mucho más perfeccionado que 
    cn ningún otro país de Europa. Gracias a la extensión y concentración del 
    sistema bancario, se necesita mucho menos dinero circulante para poner en 
    circulación la misma cantidad de valores y realizar el mismo o mayor número 
    de operaciones. En lo que respecta, por ejemplo, a los salarios, el obrero 
    fabril inglés entrega semanalmente su salario al tendero, que lo envía todas 
    las semanas al banquero; éste lo devuelve semanalmente al fabricante, quien 
    vuelve a pagarlo a sus obreros, y así sucesivamente. Gracias a este 
    mecanismo, el salario anual de un obrero, que ascienda, supongamos, a 
    cincuenta y dos libras esterlinas, puede pagarse con un solo soberano que 
    recorra todas las semanas el mismo ciclo. Incluso en Inglaterra, este 
    mecanismo de pagos no es tan perfecto como en Escocia, y no en todas partes 
    presenta la misma perfección; por eso vemos que, por ejemplo, en algunas 
    comarcas agrícolas se necesita, si las comparamos con las comarcas fabriles, 
    mucho más dinero circulante para poner en circulación un volumen más pequeño 
    de valores. 
        Si cruzáis el Canal, veréis que los salarios en dinero son mucho más 
    bajos que en Inglaterra, a pesar de lo cual en Alemania, en Italia, en Suiza 
    y en Francia éstos se ponen en circulación mediante una cantidad mucho mayor 
    de dinero circulante. El mismo soberano no va a parar tan rápidamente a 
    manos del banquero, ni retorna con tanta prontitud al capitalista 
    industrial; por eso, en lugar del soberano necesario para poner en 
    circulación cincuenta y dos libras esterlinas al año, para abonar un salario 
    anual que ascienda a la 
    pág. 19
    suma de veinticinco libras se necesitan tal vez tres soberanos. De este 
    modo, comparando los países del continente con Inglaterra, veréis en seguida 
    que salarios en dinero bajos pueden exigir, para su circulación, cantidades 
    mucho mayores de dinero circulante que los salarios altos, y que esto no es, 
    en realidad, más que un problema puramente técnico, que nada tiene que ver 
    con el tema que nos ocupa. 
        Según los mejores cálculos que conozco, los ingresos anuales de la clase 
    obrera de este país pueden cifrarse en unos 250 millones de libras 
    esterlinas. Esta enorme suma se pone en circulación mediante unos tres 
    millones de libras. Supongamos que se produzca una subida de salarios del 50 
    por loo. En vez de tres millones, se necesitarían cuatro millones y medio en 
    dinero circulante. Como una parte considerable de los gastos diarios del 
    obrero se cubre con plata y cobre, es decir, con simples signos monetarios, 
    cuyo valor en relación al oro se fija arbitrariamente por la ley, al igual 
    que el valor del papel moneda no canjeable, resulta que esa subida del 50 
    por 100 en los salarios en dinero supondría, en el peor de los casos, el 
    aumentar la circulación, digamos, en un millón de soberanos. Se lanzaría a 
    la circulación un millón, que ahora está reposando en los sótanos del Banco 
    de Inglaterra o en las cajas de la Banca privada, en forma de lingotes o de 
    moneda acuñada. E incluso podría ahorrarse, y se ahorraría efectivamente, el 
    gasto insignificante que supondría la acuñación suplementaria o el adicional 
    desgaste de ese millón, si la necesidad de aumentar el dinero puesto en 
    circulación produjese algún rozamiento. Todos sabéis que el dinero 
    circulante de este país se divide en dos grandes ramas. Una parte, 
    consistente en billetes de banco de las más diversas clases, se emplea en 
    las transacciones entre comerciantes, y también en las transacciones entre 
    comer- 
    pág. 20
    ciantes y consumidores, para saldar los pagos más importantes; otra parte de 
    los medios de circulación, la moneda de metal, circula en el comercio al por 
    menor. Aunque distintas, estas dos dases de medios de circulación se mezclan 
    y combinan mutuamente. Así, las monedas de oro circulan, en una buena 
    proporción, incluso en pagos importantes, para cubrir las cantidades 
    fraccionarias inferiores a cinco libras. Pues bien: si mañana se emitiesen 
    billetes de cuatro libras, de tres o de dos, el oro que llena estos canales 
    de circulación, saldría en seguida de ellos y afluiría a aquellos canales en 
    que fuese necesario para atender a la subida de los jornales en dinero. Por 
    este procedimiento, podría abastecerse el millón adicional exigido por la 
    subida de los salarios en un 50 por 100, sin añadir ni un solo soberano. Y 
    el mismo resultado se conseguiría, sin emitir ni un billete de banco 
    adicional, con sólo aumentar la circulación de letras de cambio, como 
    ocurrió durante mucho tiempo en el condado de Lancaster. 
        Si una subida general del tipo de salarios, por ejemplo del 100 por 100, 
    como el ciudadano Weston supone respecto a los salarios de los obreros del 
    campo, provocase una gran alza en los precios de los artículos de primera 
    necesidad y exigiese, según sus conceptos, una suma adicional de medios de 
    pago, que no podría conseguirse, una baja general de salarios debería 
    producir el mismo resultado y en idéntica proporción, aunque en sentido 
    inverso. Pues bien, todos sabéis que los años 1858 a 1860 fueron los años 
    más prósperos para la industria algodonera y que sobre todo el año de 1860 
    ocupa a este respecto un lugar único en los anales del comercio; este año 
    fue también de gran florecimiento para las otras ramas industriales. En 
    1860, los salarios de los obreros del algodón y de los demás obreros 
    relacionados con esta 
    pág. 21
    industria fueron más altos que nunca hasta entonces. Pero vino la crisis 
    norteamericana, y todos estos salarios viéronse reducidos de pronto a la 
    cuarta parte, aproximadamente, de su suma anterior. En sentido inverso, esto 
    habría supuesto una subida del 300 por 100. Cuando los salarios suben de 
    cinco chelines a veinte, decimos que experimentan una subida del 300 por 
    100; Si bajan de veinte chelines a cinco, decimos que descienden el 75 por 
    100, pero la cuantía de la subida en un caso y de la baja en el otro es la 
    misma, a saber: 15 chelines. Sobrevino, pues, un cambio repentino en el tipo 
    de los salarios, como jamás se había conocido anteriormente, y el cambio 
    afectó a un número de obreros que, si no incluimos tan sólo a los que 
    trabajaban directamente en la industria algodonera, sino también a los que 
    dependían indirectamente de esta industria, excedía en una mitad al número 
    de los obreros agrícolas. ¿Acaso bajó el precio del trigo? Al contrario, 
    subió de 47 chelines y 8 peniques por quarter, que había sido el precio 
    medio en los tres años de 1858 a 1860, a 55 chelines y 10 peniques el 
    quarter, según la media anual de los tres años de 1861 a 1863, Por lo que se 
    refiere a los medios de pago, durante el año 1861 se acuñaron en la Casa de 
    la Moneda 8.673.232 libras esterlinas, contra 3.378.102 libras que se habían 
    acuñado en 1860; es decir, que en 1861 se acuñaron 5.295.130 libras 
    esterlinas más que en 1860, Es cierto que el volumen de circulación de 
    billetes de banco en 1861 arrojó 1.319.000 Iibras menos que el de 1860, 
    Descontemos esto y aun quedará para el año 1861, comparado con el anterior 
    año de prosperidad, 1860, un superávit de medios de circulación por valor de 
    3.976.130 libras, casi cuatro millones de libras esterlinas; en cambio, la 
    reserva de oro del Banco de Inglaterra durante este período de 
    pág. 22
    tiempo disminuyó, no en la misma proporción exactamente pero en una 
    proporción aproximada. 
        Comparad ahora el año 1862 con el año 1842. Prescindiendo del enorme 
    aumento del valor y del volumen de las mercancías en circulación, el capital 
    desembolsado solamente para cubrir las operaciones regulares de acciones, 
    empréstitos, etc., de valores de los ferrocarriles, asciende, en Inglaterra 
    y Gales, durante el año 1862, a la suma de 320.000.000 de libras esterlinas, 
    cifra que en 1842 habría parecido fabulosa. Y, sin embargo, las sumas 
    globales de los medios de circulación fueron casi iguales en los años 1862 y 
    1842; y, en términos generales, advertiréis, frente a un enorme aumento de 
    valor no sólo de las mercancías, sino también en general de las operaciones 
    en dinero, una tendencia a la disminución progresiva de los medios de pago. 
    Desde el punto de vista de nuestro amigo Weston, esto es un enigma 
    indescifrable. 
        Si hubiese ahondado algo más en el asunto, habría visto que, 
    prescindiendo de los salarios y suponiendo que éstos permanezcan 
    invariables, el valor y el volumen de las mercancías puestas en circulación, 
    y, en general, la cuantía de las operaciones en dinero concertadas, varían 
    diariamente que la cuantía de billetes de banco emitidos varía diariamente; 
    que la cuantía de los pagos que se efectúan sin ayuda de dinero, por medio 
    de letras de cambio, cheques, créditos sentados en los libros, las clearing 
    houses, varía diariamente; que en la medida en que se necesita acudir al 
    verdadero dinero en metálico, la proporción entre las monedas que circulan y 
    las monedas y los lingotes guardados en reserva o atesorados en los sótanos 
    de los Bancos, varía diariamente; que la suma del oro absorbido por la 
    circulación nacional y enviado al extranjero para los fines de la 
    circulación inter- 
    pág. 23
    nacional, varía diariamente. Habría visto que su dogma de un volumen fijo de 
    los medios de pago es un tremendo error, incompatible con la realidad de 
    todos los días. Se habría informado de las leyes que permiten a los medios 
    de pago adaptarse a condiciones que varían tan constantemente, en vez de 
    convertir su falsa concepción acerca de las leyes de la circulación 
    monetaria en un argumento contra la subida de los salarios. 
    
    
    IV. [OFERTA Y DEMANDA] 
        Nuestro amigo Weston hace suyo el proverbio latino de repetitio est 
    mater studiorum, que quiere decir: la repetición es la madre del estudio, 
    razón por la cual nos repite su dogma inicial bajo la nueva forma de que la 
    reducción de los medios de pago operada por la subida de los salarios 
    determinaría una disminución del capital, etcétera. Después de haber tratado 
    de sus extravagancias acerca de los medios de pago, considero de todo punto 
    inútil detenerme a examinar las consecuencias imaginarias que él cree emanan 
    de su imaginaria conmoción de los medios de pago. Paso, pues, inmediatamente 
    a reducir a su expresión teórica más simple su dogma, que es siempre uno y 
    el mismo, aunque lo repita bajo tantas formas diversas. 
        Una sola observación pondrá de manifiesto la ausencia de sentido crítico 
    con que trata su tema. Se declara contrario a la subida de salarios o a los 
    salarios altos que resultarían a consecuencia de esta subida. Ahora bien, le 
    pregunto yo: ¿qué son salarios altos y qué salarios bajos? ¿Por qué, por 
    ejemplo, cinco chelines semanales se considera como salario bajo y veinte 
    chelines a la semana se reputa salario 
    pág. 24
    alto? Si un salario de cinco es bajo en comparación con uno de veinte, el de 
    veinte será todavía más bajo en comparación con uno de doscientos. Si 
    alguien diese una conferencia sobre el termómetro y se pusiese a declamar 
    sobre grados altos y grados bajos, no enseñaría nada a nadie. Lo primero que 
    tendría que explicar es cómo se encuentra el punto de congelación y el punto 
    de ebullición y cómo estos dos puntos determinantes obedecen a leyes 
    naturales y no a la fantasía de los vendedores o de los fabricantes de 
    termómetros. Pues bien, por lo que se refiere a los salarios y las 
    ganancias, el ciudadano Weston no sólo no ha sabido deducir de leyes 
    económicas esos puntos determinantes, sino que no ha sentido siquiera la 
    necesidad de indagarlos. Se contenta con admitir las expresiones vulgares y 
    corrientes de bajo y alto, como si estos términos tuviesen alguna 
    significación fija, a pesar de que salta a la vista que los salarios sólo 
    pueden calificarse de altos o de bajos comparándolos con alguna norma que 
    nos permita medir su magnitud. 
        El ciudadano Weston no podrá decirme por qué se paga una determinada 
    suma de dinero por una determinada cantidad de trabajo. Si me contestase que 
    esto lo regula la ley de la oferta y la demanda, le pediría ante todo que me 
    dijese por qué ley se regulan, a su vez, la demanda y la oferta. Y esta 
    contestación le pondría inmediatamente fuera de combate. Las relaciones 
    entre la oferta y la demanda de trabajo se hallan sujetas a constantes 
    fluctuaciones, y con ellas fluctúan los precios del trabajo en el mercado. 
    Si la demanda excede de la oferta, suben los salarios; si la oferta rebasa a 
    la demanda, los salarios bajan, aunque en tales circunstancias pueda ser 
    necesario comprobar el verdadero estado de la demanda y la oferta, v. gr., 
    por medio de una huelga o por otro procedimiento cualquiera. Pero si tomáis 
    la oferta 
    pág. 25
    y la demanda como ley reguladora de los salarios, sería tan pueril como 
    inútil clamar contra las subidas de salarios, puesto que, con arreglo a la 
    ley suprema que invocáis, las subidas periódicas de los salarios son tan 
    necesarias y tan legítimas como sus bajas periódicas. Y si no consideráis la 
    oferta y la demanda como ley reguladora de los salarios, entonces repito mi 
    pregunta anterior: ¿por qué se da una determinada suma de dinero por una 
    determinada cantidad de trabajo? 
        Pero enfoquemos la cosa desde un punto de vista más amplio: os 
    equivocaríais de medio a medio, si creyerais que el valor del trabajo o de 
    cualquier otra mercancía se determina, en último término, por la oferta y la 
    demanda. La oferta y la demanda no regulan más que las oscilaciones 
    pasajeras de los precios en el mercado. Os explicarán por qué el precio de 
    un artículo en el mercado sube por encima de su valor o cae por debajo de 
    él, pero no os explicarán jamás este valor en sí. Supongamos que la oferta y 
    la demanda se equilibren o se cubran mutuamente, como dicen los economistas. 
    En el mismo instante en que estas dos fuerzas contrarias se nivelan, se 
    paralizan mutuamente y dejan de actuar en uno u otro sentido. En el instante 
    mismo en que la oferta y la demanda se equilibran y dejan, por tanto, de 
    actuar, el precio de una mercancía en el mercado coincide con su valor real, 
    con el precio normal en torno al cual oscilan sus precios en el mercado. Por 
    tanto, si queremos investigar el carácter de este valor, no tenemos que 
    preocuparnos de los efectos transitorios que la oferta y la demanda ejercen 
    sobre los precios del mercado. Y otro tanto cabría decir de los salarios y 
    de los precios de todas las demás mercancías. 
    pág. 26
    
    
    V. [SALARIOS Y PRECIOS] 
        Reducidos a su expresión teórica más simple, todos los argumentos de 
    nuestro amigo se traducen en un solo y único dogma: "Los precios de las 
    mercancías se determinan o regulan por los salarios ". 
        Frente a este anticuado y desacreditado error, podría invocar el 
    testimonio de la observación práctica. Podría deciros que los obreros 
    fabriles, los mineros, los trabajadores de los astilleros y otros obreros 
    ingleses, cuyo trabajo está relativamente bien pagado, baten a todas las 
    demás naciones por la baratura de sus productos, mientras que el jornalero 
    agrícola inglés, por ejemplo, cuyo trabajo está relativamente mal pagado, es 
    batido por casi todas las demás naciones, a consecuencia de la carestía de 
    sus productos. Comparando unos artículos con otros dentro del mismo país y 
    las mercancías de distintos países entre sí, podría demostrar que, si se 
    prescinde de algunas excepciones más aparentes que reales, por término 
    medio, el trabajo bien retribuido produce mercancías baratas y el trabajo 
    mal pagado mercancías caras. Esto no demostraría, naturaímente, que el 
    elevado precio del trabaio, en unos casos, y en otros su precio bajo sean 
    las causas respectivas d~e estos efectos diametralmente opuestos, pero sí 
    serviría para probar, en todo caso, que los precios de las mercancías no se 
    determinan por los precios del trabajo. Sin embargo, es de todo punto 
    superfluo, para nosotros, aplicar este método empírico. 
        Podría, tal vez, negarse que el ciudadano Weston haya sostenido el dogma 
    de que "los precios de las mercancías se determinan o regulan por los 
    salarios ". Y el hecho es que jamás lo ha formulado. Dijo, por el contrario, 
    que la ganancia y la renta del suelo son también partes integrantes 
    pág. 27
    de los precios de las mercancías, puesto que de éstos tienen que ser pagados 
    no sólo los salarios de los obreros, sino también las ganancias del 
    capitalista y las rentas del terrateniente. Pero, ¿cómo se forman los 
    precios, según su modo de ver? Se forman, en primer término, por los 
    salarios. Luego, se añade al precio un tanto por ciento adicional a 
    beneficio del capitalista y otro tanto por ciento adicional a beneficio del 
    terrateniente. Supongamos que los salarios abonados por el trabajo invertido 
    en la producción de una mercancía ascienden a diez. Si la cuota de ganancia 
    fuese del 100 por 100, el capitalista añadiría a los salarios desembolsados 
    diez, y si la cuota de renta fuese también del 100 por 100 sobre los 
    salarios, habría que añadir diez más, con lo cual el precio total de la 
    mercancía se cifraría en treinta. Pero semejante determinación del precio 
    significaría simplemente que éste se determina por los salarios Si éstos, en 
    nuestro ejemplo anterior, ascendiesen a veinte, el precio de la mercancía 
    ascendería a sesenta, y así sucesivamente. He aquí por qué todos los 
    escritores anticuados de Economía Política que sentaban la tesis de que los 
    salarios regulan los precios, intentaban probarla presentando la ganancia y 
    la renta del suelo como simples porcentajes adicionales sobre los salarios. 
    Ninguno de ellos era capaz, naturalmente, de reducir los límites de estos 
    recargos porcentuales a una ley económica. Parecían creer, por el contrario, 
    que las ganancias se fijaban por la tradición, la costumbre, la voluntad del 
    capitalista o por cualquier otro método igualmente arbitrario e 
    inexplicable. Cuando dicen que las ganancias se determinan por la 
    competencia entre los capitalistas, no dicen absolutamente nada. Esta 
    competencia, indudablemente, nivela las distintas cuotas de ganancia de las 
    diversas industrias, o sea, 
    pág. 28
    las reduce a un nivel medio, pero jamás puede determinar este nivel mismo o 
    la cuota general de ganancia. 
        ¿Qué queremos decir, cuando afirmamos que los precios de las mercancías 
    se determinan por los salarios? Como el salario no es más que una manera de 
    denominar el precio del trabajo, al decir esto, decimos que los precios de 
    las mercancías se regulan por el precio del trabajo. Y como "precio" es 
    valor de cambio -- y cuando hablo del valor, me refiero siempre al valor de 
    cambio --, valor de cambio expresado en dinero, aquella afirmación equivale 
    a esta otra: "el valor de las mercancías se determina por el valor del 
    trabajo ", o, lo que es lo mismo: "el valor del trabajo es la medida general 
    de valor ". 
        Pero, ¿cómo se determina, a su vez, "el valor del trabajo "? Al llegar 
    aquí, nos encontramos en un punto muerto. Siempre y cuando, claro está, que 
    intentemos razonar lógicamente. Pero los defensores de esta teoría no 
    sienten grandes escrúpulos en materia de lógica. Tomemos, por ejempío, a 
    nuestro amigo Weston. Primero nos decía que los saíarios regulaban los 
    precios de las mercancías y que, por tanto, éstos tenían que subir cuando 
    subían los salarios. Luego, virando en redondo, nos demostraba que una 
    subida de salarios no serviría de nada, porque habrán subido también los 
    precios de las mercancías y porque los salarios se medían en realidad por 
    los precios de las mercancías con ellos compradas. Así pues, empezamos por 
    la afirmación de que el valor del trabajo determina el valor de la 
    mercancía, y terminamos afirmando que el valor de la mercancía determina el 
    valor del trabajo. De este modo, no hacemos más que movernos en el más 
    vicioso de los círculos sin llegar a ninguna conclusión. 
    pág. 29
        Salta a la vista, en general, que, tomando el valor de una mercancía, 
    por ejemplo el trabajo, el trigo u otra mercancía cualquiera, como medida y 
    regulador general del valor, no hacemos más que desplazar la dificultad, 
    puesto que determinamos un valor por otro que, a su vez, necesita ser 
    determinado. 
        Expresado en su forma más abstracta, el dogma de que "los salarios 
    determinan los precios de las mercancias" viene a decir que "el valor se 
    determina por el valor", y esta tautología sólo demuestra que, en realidad, 
    no sabemos nada del valor. Si admitiésemos semejante premisa, toda discusión 
    acerca de las leyes generales de la Economía Política se convertiría en pura 
    cháchara. Por eso hay que reconocer a Ricardo el gran mérito de haber 
    destruido hasta en sus cimientos, con su obra "Principios de Economía 
    Política ", publicada en 1817, el viejo error, tan difundido y gas tado, de 
    que "los salarios determinan los precios",[9] error que habían rechazado 
    Adam Smith y sus predecesores franceses en la parte verdaderamente 
    científica de sus investigaciones, y que, sin embargo, reprodujeron en sus 
    capítulos más exotéricos y vulgarizantes. 
    
    
    VI. [VALOR Y TRABAJO] 
        ¡Ciudadanos! He llegado al punto en que tengo que entrar en el verdadero 
    desarroílo del tema. No puedo asegurar que haya de hacerlo de un modo muy 
    satisfactorio, pues ello me obligaría a recorrer todo el campo de la 
    Economía Política. Habré de limitarme, como dicen los franceses, a effleurer 
    la question, a tocar tan sólo los aspectos fundamentales del problema. 
    pág. 30
        La primera cuestión que tenemos que plantear es ésta: ¿Qué es el valor 
    de una mercancía? ¿Cómo se determina? 
        A primera vista, parece como si el valor de una mercancía fuese algo 
    completamente relativo, que no puede determinarse sin considerar una 
    mercancía en relación con todas las demás. Y, en efecto, cuando hablamos del 
    valor, del valor de cambio de una mercancía, entendemos las cantidades 
    proporcionales en que se cambia por todas las demás mercancías. Pero esto 
    nos lleva a preguntarnos: ¿cómo se regulan las proporciones en que se 
    cambian unas mercancías por otras? 
        Sabemos por experiencia que estas proporciones varían hasta el infinito. 
    Si tomamos una sola mercancía, trigo por ejemplo, veremos que un quarter de 
    trigo se cambia por otras mercancías en una serie casi infinita de 
    proporciones. Y, sin embargo, como su valor es siempre el mismo, ya se 
    exprese en seda, en oro o en otra mercancía cualquiera, este valor tiene que 
    ser forzosamente algo distinto e independiente de esas diversas proporciones 
    en gue se cambia por otros artículos. Tiene que ser posible expresar en una 
    forma muy distinta estas diversas ecuaciones entre diversas mercancías. 
        Además, cuando digo que un quarter de trigo se cambia por hierro en una 
    determinada proporción o que el valor de un quarter de trigo se expresa en 
    una determinada cantidad de hierro, digo que el valor del trigo y su 
    equivalente en hierro son iguales a una tercera cosa que no es ni trigo ni 
    hierro, ya que doy por supuesto que expresan la misma magnitud en dos formas 
    distintas. Por tanto, cada uno de estos dos objetos, lo mismo el trigo que 
    el hierro, debe poder reducirse de por sí, independientemente del otro, a 
    aquella tercera cosa, que es la medida común de ambos. 
    pág. 31
        Para aclarar este punto, recurriré a un ejemplo geométrico muy sencillo. 
    Cuando comparamos el área de varios triángulos de las más diversas formas y 
    magnitudes, o cuando comparamos triángulos con rectángulos o con otra figura 
    rectilínea cualquiera, ¿cómo procedemos? Reducimos el área de cualquier 
    triángulo a una expresión completamente distinta de su forma visible. Y 
    como, por la naturaleza del triángulo, sabemos que su área es igual a la 
    mitad del producto de su base por su altura, esto nos permite comparar entre 
    sí los diversos valores de toda clase de triángulos y de todas las figuras 
    rectilíneas, puesto que todas ellas pueden dividirse en un cierto número de 
    triángulos. 
        El mismo procedimiento tenemos que seguir en cuanto a los valores de las 
    mercancías. Tenemos que poder reducirlos todos a una expresión común, 
    distinguiéndolos solamente por la proporción en que contienen esta medida 
    igual. 
        Como los valores de cambio de las mercancías no son más que funciones 
    sociales de las mismas y no tienen nada que ver con sus propiedades 
    naturales, lo primero que tenemos que preguntarnos es esto: ¿cuál es la 
    sustancia social común a todas las mercancías? Es el trabajo. Para producir 
    una mercancía hay que invertir en ella o incorporar a ella una determinada 
    cantidad de trabajo. Y no simplemente trabajo, sino trabajo social. El que 
    produce un objeto para su uso personal y directo, para consumirlo él mismo, 
    crea un producto, pero no una mercancía. Como productor que se man tiene a 
    sí mismo no tiene nada que ver con la sociedad. Pero, para producir una 
    mercancía, no sólo tiene que crear un artículo que satisfaga alguna 
    necesidad social, sino que su mismo trabajo ha de representar una parte 
    integrante de la suma global de trabajo invertido por la sociedad. Ha de 
    hallarse supeditado a la división del trabajo dentro de la so- 
    pág. 32
    ciedad. No es nada sin los demás sectores del trabajo, y, a su vez, tiene 
    que integrarlos. 
        Cuando consideramos las mercancías como valores, las consideramos 
    exclusivamente bajo el solo aspecto de trabajo social realizado, plasmado, o 
    si queréis, cristalizado. Así consideradas, sólo pueden distinguirse las 
    unas de las otras en cuanto representan cantidades mayores o menores de 
    trabajo; así, por ejemplo, en un pañuelo de seda puede encerrarse una 
    cantidad mayor de trabajo que en un ladrillo. Pero, ¿cómo se miden las 
    cantidades de trabajo? Por el tiempo que dura el trabajo, midiendo éste por 
    horas, por días, etcétera. Naturalmente, para aplicar esta medida, todas las 
    clases de trabajo se reducen a trabajo medio o simple, como a su unidad de 
    medida. 
        Llegamos, por tanto, a esta conclusión Una mercancía tiene un valor por 
    ser cristalización de un trabajo social. La magnitud de su valor o su valor 
    relativo depende de la mayor o menor cantidad de sustancia social que 
    encierra; es decir, de la cantidad relativa de trabajo necesaria para su 
    producción. Por tanto, los valores relativos de las mercancías se determinan 
    por las correspondientes cantidades o sumas de trabajo invertidas, 
    realizadas, plasmadas en ellas. Las cantidades correspondientes de 
    mercancías que pueden ser producidas en el mismo tiempo de trabajo, son 
    iguales. O, dicho de otro modo: el valor de una mercancía guarda con el 
    valor de otra mercancía la misma proporción que la cantidad de trabajo 
    plasmada en una guarda con la cantidad de trabajo plasmada en la otra. 
        Sospecho que muchos de vosotros preguntaréis: ¿es que existe una 
    diferencia tan grande, o alguna, la que sea, entre la determinación de los 
    valores de las mercancías a base de los salarios y su determinación por las 
    cantidades relativas 
    pág. 33
    de trabajo necesarias para su producción? Pero no debéis perder de vista que 
    la retribución del trabajo y la cantidad de trabajo son cosas completamente 
    distintas. Supongamos, por ejemplo, que en un quarter de trigo y en una onza 
    de oro se plasman cantidades iguales de trabajo. Me valgo de este ejemplo 
    porque fue empleado ya por Benjamín Franklin en su primer ensayo, publicado 
    en 1729 y titulado A Modest Inquiry into the Nature and Necessity of a Paper 
    Currency (Una modesta investigación sobre la naturaleza y la necesidad del 
    papel moneda)[10]. En este libro, Franklin fue uno de los primeros en hallar 
    la verdadera naturaleza del valor. Así pues, hemos supuesto que un quarter 
    de trigo y una onza de oro son valores iguales o equivalentes, por ser 
    cristalización de cantidades iguales de trabajo medio, de tantos días o 
    tantas semanas de trabajo plasmado en cada una de ellas ¿Acaso, para 
    determinar los valores relativos del oro y del trigo del modo que lo 
    hacemos, nos referimos para nada a los salarios que perciben los obreros 
    agrícolas y los mineros? No, ni en lo más mínimo. Dejamos completamente sin 
    determinar cómo se paga el trabajo diario o semanal de estos obreros, ni 
    siquiera decimos si aquí se emplea o no trabajo asalariado. Aun suponiendo 
    que sí, los salarios han podido ser muy desiguales. Puede ocurrir que el 
    obrero cuyo trabajo se plasma en el quarter de trigo sólo perciba por él dos 
    bushels, mientras que el obrero que trabaja en la mina puede haber percibido 
    por su trabajo la mitad de la onza de oro. O, suponiendo que sus salarios 
    sean iguales, pueden diferir en las más diversas proporciones de los valores 
    de las mercancías por ellos creadas. Pueden representar la mitad, la tercera 
    parte, la cuarta parte, la quinta parte u otra fracción cualquiera de aquel 
    quarter de trigo o de aquella onza de oro. Naturalmente, sus salarios no 
    pueden rebasar los valores 
    pág. 34
    de las mercancías por ellos producidas, no pueden ser mayores que éstos, 
    pero sí pueden ser inferiores en todos los grados imaginables. Sus salarios 
    se hallarán limitados por los valores de los productos, pero los valores de 
    sus productos no se hallarán limitados por los salarios. Y, sobre todo, 
    aquellos valores, los valores relativos del trigo y del oro, por ejemplo, se 
    fijarán sin atender para nada al valor del trabajo invertido en ellos, es 
    decir, sin atender para nada a los salarios. La determinación de los valores 
    de las mercancías por las cantidades relativas de trabajo plasmado en ellas 
    difiere, como se ve, radicalmente del método tautológico de la determinación 
    de los valores de las mercancías por el valor del trabajo, o sea por los 
    salarios. Sin embargo, en el curso de nuestra investigación tendremos 
    ocasión de aclarar más todavía este punto. 
        Para calcular el valor de cambio de una mercancía, tenemos que añadir a 
    la cantidad de trabajo últimamente invertido en ella la que se encerró antes 
    en las materias primas con que se elabora la mercancía y el trabajo 
    incorporado a las herramientas, maquinaria y edificios empleados en la 
    producción de dicha mercancía. Por ejemplo, el valor de una determinada 
    cantidad de hilo de algodón es la cristalización de la cantidad de trabajo 
    que se incorpora al algodón durante el proceso del hilado y, además, de la 
    cantidad de trabajo plasmado anteriormente en el mismo algodón, de la 
    cantidad de trabajo que se encierra en el carbón, el aceite y otras materias 
    auxiliares empleadas, y de la cantidad de trabajo materializado en la 
    máquina de vapor, los husos, el edificio de la fábrica, etc. Los 
    instrumentos de producción propiamente dichos, tales como herramientas, 
    maquinaria y edificios, se utilizan constantemente, durante un período de 
    tiempo más o menos largo, en procesos reiterados de pro- 
    pág. 35
    ducción. Si se consumiesen de una vez, como ocurre con las materias primas, 
    se transferiría inmediatamente todo su valor a la mercancía que ayudan a 
    producir. Pero como un huso, por ejemplo, sólo se desgasta paulatinamente, 
    se calcula un promedio, tomando por base su duración media y su desgaste 
    medio durante determinado tiempo, v. gr., un día. De este modo, calculamos 
    qué parte del valor del huso pasa al hilo fabricado durante un día y qué 
    parte, por tanto, corresponde, dentro de la suma global de trabajo que se 
    encierra, v. gr., en una libra de hilo, a la cantidad de trabajo plasmada 
    anteriormente en el huso. Para el objeto que perseguimos, no es necesario 
    detenerse más en este punto. 
        Podría pensarse que, si el valor de una mercancía se determina por la 
    cantidad de trabajo que se invierte en su producción, cuanto más perezoso o 
    más torpe sea un operario más valor encerrará la mercancía producida por él, 
    puesto que el tiempo de trabajo necesario para producirla será mayor. Pero 
    el que tal piensa incurre en un lamentable error. Recordaréis que yo 
    empleaba la expresión "trabajo social ", y en esta denominación de "social " 
    se encierran muchas cosas. Cuando decimos que el valor de una mercancía se 
    determina por la cantidad de trabajo encerrado o cristalizado en ella, 
    tenemos presente la cantidad de trabajo necesario para producir esa 
    mercancía en un estado social dado y bajo determinadas condiciones sociales 
    medias de producción, con una intensidad media social dada y con una 
    destreza media en el trabajo que se invierte. Cuando en Inglaterra el telar 
    de vapor empezó a competir con el telar manual, para convertir una 
    determinada cantidad de hilo en una yarda de lienzo o de paño bastaba con la 
    mitad del tiempo de trabajo que antes se invertía. Ahora, el pobre tejedor 
    manual tenía que trabajar diecisiete o dieciocho horas diarias, 
    pág. 36
    en vez de las nueve o diez que trabajaba antes. No obstante, el producto de 
    sus veinte horas de trabajo sólo representaba diez horas de trabajo social, 
    es decir, diez horas de trabajo socialmente necesario para convertir una 
    determinada cantidad de hilo en artículos textiles. Por tanto, su producto 
    de veinte horas no tenía más valor que el que antes elaboraba en diez. 
        Por consiguiente, si la cantidad de trabajo socialmente necesario 
    materializado en las mercancías es lo que determina el valor de cambio de 
    éstas, al crecer la cantidad de trabajo requerido para producir una 
    mercancía aumenta forzosamente su valor, y viceversa, al disminuir aquélla, 
    baja ésta. 
        Si las respectivas cantidades de trabajo necesario para producir las 
    mercancías respectivas permaneciesen constantes, serían también constantes 
    sus valores relativos. Pero no sucede así. La cantidad de trabajo necesario 
    para producir una mercancía cambia constantemente, al cambiar las fuerzas 
    productivas del trabajo aplicado. Cuanto mayores son las fuerzas productivas 
    del trabajo, más productos se elaboran en un tiempo de trabajo dado; y 
    cuanto menores son, menos se produce en el mismo tiempo. Si, por ejemplo, al 
    crecer la población se hiciese necesario cultivar terrenos menos fértiles, 
    habría que invertir una cantidad mayor de trabajo para obtener la misma 
    producción, y esto haría subir el valor de los productos agrícolas. De otra 
    parte, si con los modernos medios de producción, un solo hilador convierte 
    en hilo, durante una jornada, muchos miles de veces la cantidad de algodón 
    que él podría haber hilado durante el mismo tiempo con el torno de hilar, es 
    evidente que cada libra de algodón absorberá miles de veces menos trabajo de 
    hilado que antes, y, por consiguiente, el valor que el pro- 
    pág. 37
    ceso de hilado incorpora a cada libra de algodón será miles de veces menor. 
    Y en la misma proporción bajará el valor del hilo. 
        Prescindiendo de las diferencias que se dan en las energias naturales y 
    en la destreza adquirida para el trabajo entre los distintos pueblos, las 
    fuerzas productivas del trabajo dependerán, principalmente: 
        1. De las condiciones naturales del trabajo: fertilidad del suelo, 
    riqueza de los yacimientos mineros, etc. 
        2. Del perfeccionamiento progresivo de las fuerzas sociales del trabajo 
    por efecto de la producción en gran escala, de la concentración del capital, 
    de la combinación del trabajo, de la división del trabajo, la maquinaria, 
    los métodos perfeccionados de trabajo, la aplicación de la fuerza química y 
    de otras fuerzas naturales, la reducción del tiempo y del espacio gracias a 
    los medios de comunicación y de transporte, y todos los demás inventos 
    mediante los cuales la ciencia obliga a las fuerzas naturales a ponerse al 
    servicio del trabajo y se desarrolla el carácter social o cooperativo de 
    éste. Cuanto mayores son las fuerzas productivas del trabajo, menos trabajo 
    se invierte en una cantidad dada de productos y, por tanto, menor es el 
    valor de estos productos. Y cuanto menores son las fuerzas productivas del 
    trabajo, más trabajo se emplea en la misma cantidad de productos, y, por 
    tanto, mayor es el valor de cada uno de ellos. Podemos, pues, establecer 
    como ley general lo siguiente: 
        Los valores de las mercancías están en razón directa al tiempo de 
    trabajo invertido en su producción y en razón inversa a las fuerzas 
    productivas del trabajo empleado. 
        Como hasta aquí sólo hemos hablado del valor, añadiré también algunas 
    palabras acerca del precio, que es una forma peculiar que reviste el valor, 
    pág. 38
        De por sí, el precio no es otra cosa que la expresión en dinero del 
    valor. Los valores de todas las mercancías de este país, por ejemplo, se 
    expresan en precios oro, mientras que en el continente se expresan 
    principalmente en precios plata. El valor del oro o de la plata se 
    determina, como el de cualquier mercancía, por la cantidad de trabajo 
    necesario para su extracción. Cambiáis una cierta suma de vuestros productos 
    nacionales, en la que se cristaliza una determinada cantidad de vuestro 
    trabajo nacional, por los productos de los países productores de oro y 
    plata, en los que se cristaliza una determinada cantidad de su trabajo. Es 
    así, por el cambio precisamente, cómo aprendéis a expresar en oro y plata 
    los valores de todas las mercancías, es decir, las cantidades de trabajo 
    empleadas en su producción. Si ahondáis más en la expresión en dinero del 
    valor, o lo que es lo mismo, en la conversión del valor en precio, veréis 
    que se trata de un proceso por medio del cual dais a los valores de todas 
    las mercancías una forma independiente y homogénea, o mediante el cual los 
    expresáis como cantidades de igual trabajo social. En la medida en que sólo 
    es la expresión en dinero del valor, el precio fue llamado, por Adam Smith, 
    precio natural, y por los fisiócratas franceses, prix nécessaire. 
        ¿Qué relación guardan, pues, el valor y los precios del mercado, o los 
    precios naturales y los precios del mercado? Todos sabéis que el precio del 
    mercado es el mismo para todas las mercancías de la misma clase, por mucho 
    que varíen las condiciones de producción de los productores individuales. 
    Los precios del mercado no hacen más que expresar la cantidad media de 
    trabajo social que, bajo condiciones medias de producción, es necesaria para 
    abastecer el mercado con una determinada cantidad de cierto artículo. Se 
    calculan con arreglo a la cantidad global de una mercancía de determinada 
    clase. 
    pág. 39
        Hasta aquí, el precio de una mercancía en el mercado coincide con su 
    valor. De otra parte, las oscilaciones de los precios del mercado, que unas 
    veces exceden del valor o precio natural y otras veces quedan por debajo de 
    él, dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Los precios del 
    mercado se desvían constantemente de los valores, pero, como dice Adam 
    Smith: 
        El precio natural . . . es el precio central, hacia el que gravitan 
    constantemente los precios de todas las mercancías. Diversas circunstancias 
    accidentales pueden hacer que estos precios excedan a veces 
    considerablemente de aquél, y otras veces desciendan un poco por debajo de 
    él. Pero, cualesquiera que sean los obstáculos que les impiden detenerse en 
    este centro de reposo y estabilidad, tienden continuamente hacia él.[11] 
        Ahora no puedo examinar más detenidamente este asunto. Baste decir que 
    si la oferta y la demanda se equilibran, los precios de las mercancías en el 
    mercado corresponderán a sus precios naturales, es decir, a sus valores, los 
    cuales se determinan por las respectivas cantidades de trabajo necesario 
    para su producción. Pero la oferta y la demanda tienen que tender siempre a 
    equilibrarse, aunque sólo lo hagan compensando una fluctuación con otra, un 
    alza con una baja, y viceversa. Si en vez de fijaros solamente en las 
    fluctuaciones diarias, analizáis el movimiento de los precios del mercado 
    durante períodos de tiempo más largos, como lo ha hecho, por ejemplo, Mr. 
    Tooke en su Historia de los Precios, descubriréis que las fluctuaciones de 
    los precios en el mercado, sus desviaciones de los valores, sus alzas y 
    bajas, se paralizan y se compensan unas con otras, de tal modo 
    pág. 40
    que, si prescindimos de la influencia que ejercen los monopolios y algunas 
    otras modificaciones que aquí tengo que pasar por alto, todas las clases de 
    mercancías se venden, por término medio, por sus respectivos valores o 
    precios naturales. Los períodos de tiempo medios durante los cuales se 
    compensan entre sí las fluctuaciones de los precios en el mercado difieren 
    según las distintas clases de mercancías, porque en unas es más fácil que en 
    otras adaptar la oferta a la demanda. 
        Por tanto, si en términos generales y abrazando períodos de tiempo 
    relativamente largos, todas las clases de mercancías se venden por sus 
    respectivos valores, es un absurdo suponer que la ganancia -- no en casos 
    aislados, sino la ganancia constante y normal de las distintas industrias -- 
    brote de un recargo de los precios de las mercancías o del hecho de que se 
    las venda por un precio que exceda de su valor. Lo absurdo de esta idea se 
    evidencia con sólo generalizarla. Lo que uno ganase constantemente como 
    vendedor, tendría que perderlo continuamente como comprador. No sirve de 
    nada decir que hay gentes que son compradores sin ser vendedores, o 
    consumidores sin ser productores. Lo que éstos pagasen al productor tendrían 
    que recibirlo antes gratis de él. Si una persona toma vuestro dinero y luego 
    os lo devuelve comprándoos vuestras mercancías, nunca os haréis ricos, por 
    muy caras que se las vendáis. Esta clase de negocios podrá reducir una 
    pérdida, pero jamás contribuir a obtener una ganancia. 
        Por tanto, para explicar el carácter general de la ganancia no tendréis 
    más remedio que partir del teorema de que las mercancías se venden, por 
    término medio, por sus verdaderos valores y que las ganancias se obtienen 
    vendiendo las mercancías por su valor, es decir, en proporción a la cantidad 
    
    pág. 41
    de trabajo materializado en ellas. Si no conseguís explicar la ganancia 
    sobre esta base, no conseguiréis explicarla de ningún modo. Esto parece una 
    paradoja y algo que choca con lo que observamos todos los días. También es 
    paradójico el hecho de que la Tierra gire alrededor del Sol y de que el agua 
    esté formada por dos gases muy inflamables. Las verdades científicas son 
    siempre paradójicas, si se las mide por el rasero de la experiencia 
    cotidiana, que sólo percibe la apariencia engañosa de las cosas. 
    
    
    VII. LA FUERZA DE TRABAJO 
        Después de analizar, en la medida en que podíamos hacerlo en un examen 
    tan rápido, la naturaleza del valor, del valor de una mercancía cualquiera, 
    hemos de encaminar nuestra atención al peculiar valor del trabajo. Y aquí, 
    nuevamente tengo que provocar vuestro asombro con otra aparente paradoja. 
    Todos vosotros estáis convencidos de que lo que vendéis todos los días es 
    vuestro trabajo; de que, por tanto, el trabajo tiene un precio, y de que, 
    puesto que el precio de una mercancía no es más que la expresión en dinero 
    de su valor, tiene que existir, sin duda, algo que sea el valor del trabajo. 
    Y, sin embargo, no existe tal cosa como valor del trabajo, en el sentido 
    corriente de la palabra. Hemos visto que la cantidad de trabajo necesario 
    cristalizado en una mercancía constituye su valor. Aplicando ahora este 
    concepto del valor, ¿cómo podríamos determinar el valor de una jornada de 
    trabajo de diez horas, por ejemplo? ¿Cuánto trabajo se encierra en esta 
    jornada? Diez horas de trabajo. Si dijésemos que el valor de una jornada de 
    trabajo de diez horas equivale a diez horas de trabajo, o a la cantidad de 
    pág. 42
    trabajo contenido en aquélla, haríamos una afirmación tautológica, y además 
    sin sentido. Naturalmente, después de haber desentrañado el sentido 
    verdadero pero oculto de la expresión "valor del trabajo ", estaremos en 
    condiciones de explicar esta aplicación irracional y aparentemente imposibíe 
    del valor, del mismo modo que estamos en condiciones de explicar los 
    movimientos aparentes o meramente percibidos de los cuerpos celestes, 
    después de conocer sus movimientos reales. 
        Lo que el obrero vende no es directamente su trabajo, sino su fuerza de 
    trabajo, cediendo temporalmente al capitalista el derecho a disponer de 
    ella. Tan es así, que no sé si las leyes inglesas, pero sí, desde luego, 
    algunas leyes continentales, fijan el máximo de tiempo por el que una 
    persona puede vender su fuerza de trabajo Si se le permitiese venderla sin 
    limitación de tiempo, tendríamos inmediatamente restablecida la esclavitud. 
    Semejante venta, si comprendiese, por ejemplo, toda la vida del obrero, le 
    convertiría inmediatamente en esclavo perpetuo de su patrono. 
        Tomás Hobbes, uno de los más viejos economistas y de los filósofos más 
    originales de Inglaterra, vio ya, en su Leviathan, instintivamente, este 
    punto, que todos sus sucesores han pasado por alto. Dice Hobbes: "Lo que un 
    hombre vale o en lo que se estima es, como en las demás cosas, su precio, es 
    decir, lo que se daría por el uso de su fuerza. "[12] 
        Partiendo de esta base, podemos determinar el valor del trabajo, como el 
    de cualquier otra mercancía. 
        Pero, antes de hacerlo, cabe preguntar: ¿de dónde proviene ese fenómeno 
    extraño de que en el mercado nos encontramos con un grupo de compradores que 
    poseen tierras, maquinaria, materias primas y medios de vida. cosas todas 
    pág. 43
    que, fuera de la tierra virgen, son otros tantos productos del trabajo, y de 
    otro lado, un grupo de vendedores que no tienen nada que vender más que su 
    fuerza de trabajo, sus brazos laboriosos y sus cerebros? ¿Cómo se explica 
    que uno de los grupos compre constantemente para obtener una ganancia y 
    enriquecerse, mientras que el otro grupo vende constantemente para ganar el 
    sustento de su vida? La investigación de este problema sería la 
    investigación de aquello que los economistas denominan "acumulación previa u 
    originaria ", pero que debería llamarse, expropiación originaria. Y veríamos 
    entonces que esta llamada acumulación originaria no es sino una serie de 
    procesos históricos que acabaron destruyendo la unidad originaria que 
    existía entre el hombre trabajador y sus medios de trabajo. Sin embargo, 
    esta investigación cae fuera de la órbita de nuestro tema actual. Una vez 
    consumada la separación entre el trabajador y los medios de trabajo, este 
    estado de cosas se mantendrá y se reproducirá sobre una escala cada vez más 
    alta, hasta que una nueva y radical revolución del modo de producción lo 
    eche por tierra y restaure la primitiva unidad bajo una forma histórica 
    nueva. 
        ¿Qué es, pues, el valor de la fuerza de trabajo? 
        Al igual que el de toda otra mercancía, este valor se determina por la 
    cantidad de trabajo necesaria para su producción. La fuerza de trabajo de un 
    hombre existe, pura y exclusivamente, en su individualidad viva. Para poder 
    desarrollarse y sostenerse, un hombre tiene que consumir una determinada 
    cantidad de artículos de primera necesidad. Pero el hombre, al igual que la 
    máquina, se desgasta y tiene que ser reemplazado por otro. Además de la 
    cantidad de artículos de primera necesidad requeridos para su propio 
    pág. 44
    sustento, el hombre necesita otra cantidad para criar determinado número de 
    hijos, llamados a reemplazarle a él en el mercado de trabajo y a perpetuar 
    la raza obrera. Además, es preciso dedicar otra suma de valores al 
    desarrollo de su fuerza de trabajo y a la adquisición de una cierta 
    destreza. Para nuestro objeto, basta con que nos fijemos en un trabajo 
    medio, cuyos gastos de educación y perfeccionamiento son magnitudes 
    insignificantes. Debo, sin embargo, aprovechar esta ocasión para hacer 
    constar que, del mismo modo que el coste de producción de fuerzas de trabajo 
    de distinta calidad es distinto, tienen que serlo también los valores de la 
    fuerza de trabajo aplicada en los distintos oficios. Por tanto, el clamor 
    por la igualdad de salarios descansa en un error, es un deseo absurdo, que 
    jamás llegará a realizarse. Es un brote de ese falso y superficial 
    radicalismo que admite las premisas y pretende rehuir las conclusiones. 
    Sobre la base del sistema del salario, el valor de la fuerza de trabajo se 
    fija lo mismo que el de otra mercancía cualquiera; y como distintas clases 
    de fuerza de trabajo tienen distintos valores o exigen distintas cantidades 
    de trabajo para su producción, tienen que tener distintos precios en el 
    mercado de trabajo. Pedir une retribución igual, o simplemente una 
    retribución equitativa, sobre la base del sistema del salariado, es lo mismo 
    que pedir libertad sobre la base de un sistema esclavista. Lo que pudierais 
    reputar justo o equitativo, no hace al caso. El problema está en saber qué 
    es lo necesario e inevitable dentro de un sistema dado de producción. 
        Según lo que dejamos expuesto, el valor de la fuerza de trabajo se 
    determina por el valor de los artículos de primera necesidad exigidos para 
    producir, desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza de trabajo. 
    pág. 45
    
    
    VIII. LA PRODUCCION DE LA
    PLUSVALIA
    
        Supongamos ahora que el promedio de los artículos de primera necesidad 
    imprescindibles diariamente al obrero requiera, para su producción, seis 
    horas de trabajo medio. Supongamos, además, que estas seis horas de trabajo 
    medio se materialicen en una cantidad de oro equivalente a tres chelines. En 
    estas condiciones, los tres chelines serían el precio o la expresión en 
    dinero del valor diario de la fuerza de trabajo de este hombre. Si trabajase 
    seis horas, produciría diariamente un valor que bastaría para comprar la 
    cantidad media de sus artículos diarios de primera necesidad o para 
    mantenerse como obrero. 
        Pero nuestro hombre es un obrero asalariado. Por tanto, tiene que vender 
    su fuerza de trabajo a un capitalista. Si la vende por tres chelines diarios 
    o por dieciocho chelines semanales, la vende por su valor. Supongamos que se 
    trata de un hilador. Si trabaja seis horas al dia, incorporará al algodón 
    diariamente un valor de tres chelines. Este valor diariamente incorporado 
    por él representaria un equivalente exacto del salario o precio de su fuerza 
    de trabajo que se le abona diariamente. Pero en este caso no afluiría al 
    capitalista ninguna plusvalía o plusproducto. Aqui es donde tropezamos con 
    la verdadera dificultad. 
        Al comprar la fuerza de trabajo del obrero y pagarla por su valor, el 
    capitalista adquiere, como cualquier otro comprador, el derecho a consumir o 
    usar la mercancia comprada. La fuerza de trabajo de un hombre se consume o 
    se usa poniéndole a trabajar, ni más ni menos que una máquina se consume o 
    se usa haciéndola funcionar. Por tanto, el capitalista, al pagar el valor 
    diario o semanal de la fuerza 
    pág. 46
    de trabajo del obrero, adquiere el derecho a servirse de ella o a hacerla 
    trabajar durante todo el día o toda la semana. La jornada de trabajo o la 
    semana de trabajo tienen, naturalmente, ciertos limites, pero sobre esto 
    volveremos en detalle más adelante. 
        Por el momento, quiero llamar vuestra atención hacia un punto decisivo. 
        El valor de la fuerza de trabajo se determina por la cantidad de trabajo 
    necesario para su conservación o reproducción, pero el uso de esta fuerza de 
    trabajo no encuentra más límite que la energía activa y la fuerza física del 
    obrero. El valor diario o semanal de la fuerza de trabajo y el ejercicio 
    diario o semanal de esta misma fuerza de trabajo son dos cosas completamente 
    distintas, tan distintas como el pienso que consume un caballo y el tiempo 
    que puede llevar sobre sus lomos al jinete. La cantidad de trabajo que sirve 
    de límite al valor de la fuerza de trabajo del obrero no limita, ni mucho 
    menos, la cantidad de trabajo que su fuerza de trabajo puede ejecutar. 
    Tomemos el ejemplo de nuestro hilador. Veíamos que, para reponer diariamente 
    su fuerza de trabajo, este hilador necesitaba reproducir diariamente un 
    valor de tres chelines, lo que hacia con su trabajo diario de seis horas. 
    Pero esto no le quita la capacidad de trabajar diez o doce horas, y aún más, 
    diariamente. Y el capitalista, al pagar el valor diario o semanal de la 
    fuerza de trabajo del hilador, adquiere el derecho a usarla durante todo el 
    día o toda la semana. Le hará trabajar, por tanto, supongamos, doce horas 
    diarias. Es decir, que sobre y por encima de las seis horas necesarias para 
    reponer su salario, o el valor de su fuerza de trabajo, tendrá que trabajar 
    otras seis horas, que llamaré horas de plustrabajo, y este plustrabajo se 
    tra- 
    pág. 47
    ducirá en una plusvalía y en un plusproducto. Si, por ejemplo, nuestro 
    hilador, con su trabajo diario de seis horas, añadia al algodón un valor de 
    tres chelines, valor que constituye un equivalente exacto de su salario, en 
    doce horas incorporará al algodón un valor de seis chelines y producirá el 
    correspondiente superávit de hilo. Y, como ha vendido su fuerza de trabajo 
    al capitalista, todo el valor, o sea, todo el producto creado por él 
    pertenece al capitalista, que es el dueño pro tempore de su fuerza de 
    trabajo. Por tanto, adelantando tres chelines, el capitalista realizará el 
    valor de seis, pues mediante el adelanto de un valor en el que hay 
    cristalizadas seis horas de trabajo, recibirá a cambio un valor en el que 
    hay cristalizadas doce horas de trabajo. Al repetir diariamente esta 
    operación, el capitalista adelantará diariamente tres chelines y se 
    embolsará cada día seis, la mitad de los cuales volverá a invertir en pagar 
    nuevos salarios, mientras que la otra mitad forma la plusvalía, por la que 
    el capitalista no abona ningún equivalente. Este tipo de intercambio entre 
    el capital y el trabajo es el que sirve de base a la producción capitalista 
    o al sistema del asalariado, y tiene incesantemente que conducir a la 
    reproducción del obrero como obrero y del capitalista como capitalista. 
        La cuota de plusvalía dependerá, si las demás circunstancias permanecen 
    invariables, de la proporción existente entre la parte de la jornada de 
    trabajo necesaria para reproducir el valor de la fuerza de trabajo y el 
    plustiempo o plustrabajo destinado al capitalista. Dependerá, por tanto, de 
    la proporción en que la jornada de trabajo se prolongue más allá del tiempo 
    durante el cual el obrero, con su trabajo, se limita a reproducir el valor 
    de su fuerza de trabajo o a reponer su salario. 
    pág. 48
    
    
    IX. EL VALOR DEL TRABAJO 
        Ahora tenemos que volver a la expresión de "valor o precio del trabajo 
    ". 
        Hemos visto que, en realidad, este valor no es más que el de la fuerza 
    de trabajo medido por los valores de las mercancías necesarias para su 
    manutención. Pero, como el obrero sólo cobra su salario después de realizar 
    su trabajo y como, además, sabe que lo que entrega realmente al capitalista 
    es su trabajo, necesariamente se imagina que el valor o precio de su fuerza 
    de trabajo es el precio o valor de su trabajo mismo. Si el precio de su 
    fuerza de trabajo son tres chelines, en los que se materializan seis horas 
    de trabajo, y si trabaja doce horas, forzosamente considera esos tres 
    chelines como el valor o precio de doce horas de trabajo, aunque estas doce 
    horas de trabajo representan un valor de seis chelines. De aquí se 
    desprenden dos conclusiones: 
        Primera. El valor o precio de la fuerza de trabajo reviste la apariencia 
    del precio o valor del trabajo mismo, aunque en rigor las expresiones de 
    valor y precio del trabajo carecen de sentido. 
        Segunda. Aunque sólo se paga una parte del trabajo diario del obrero, 
    mientras que la otra parte queda sin retribuir, y aunque este trabajo no 
    retribuido o plustrabajo es precisamente el fondo del que sale la plusvalía 
    o ganancia, parece como si todo el trabajo fuese trabajo retribuido. 
        Esta apariencia engañosa distingue al trabajo asalariado de las otras 
    formas históricas del trabajo. Dentro del sis tema de trabajo asalariado, 
    hasta el trabajo no retribuido parece trabajo pagado. Por el contrario, en 
    el trabajo de los esclavos parece trabajo no retribuido hasta la parte del 
    trabajo que se paga. Naturalmente, para poder trabajar, el 
    pág. 49
    esclavo tiene que vivir, y una parte de su jornada de trabajo sirve para 
    reponer el valor de su propio sustento. Pero, como entre él y su amo no ha 
    mediado trato alguno ni se celebra entre ellos ningún acto de compra y 
    venta, parece como si el esclavo entregase todo su trabajo gratis. 
        Fijémonos por otra parte en el campesino siervo, tal como existía, casi 
    podríamos decir hasta ayer mismo, en todo el oriente de Europa. Este 
    campesino trabajaba, por ejemplo, tres días para él mismo en la tierra de su 
    propiedad o en la que le había sido asignada, y los tres días siguientes los 
    destinaba a trabajar obligatoriamente'y gratis en la finca de su señor. Como 
    vemos, aquí las dos partes del trabajo, la pagada y la no retribuida, 
    aparecían separadas visiblemente, en el tiempo y en el espacio, y nuestros 
    liberales rebosaban indignación moral ante la idea absurda de que se 
    obligase a un hombre a trabajar de balde. 
        Pero, en realidad, tanto da que una persona trabaje tres días de la 
    semana para sí, en su propia tierra, y otros tres días gratis en la finca de 
    su señor, como que trabaje todos los días, en la fábrica o en el taller, 
    seis horas para sí y seis para su patrono; aunque en este caso la parte del 
    trabajo pagado y la del trabajo no retribuido aparezcan inseparablemente 
    confundidas, y el carácter de toda la transacción se disfrace completamente 
    con la interposición de un contrato y el pago abonado al final de la semana 
    En el primer caso el trabajo no retribuido parece entregado voluntariamente 
    y, en el otro, arrancado por la fuerza. Tal es toda la diferencia. 
        Siempre que emplee las palabras "valor del trabajo ", las emplearé como 
    término popular para indicar el "valor de la fuerza de trabajo ". 
    pág. 50
    
    
    X. SE OBTIENE GANANCIA VENDIENDO
    UNA MERCANCIA POR SU VALOR
    
        Supongamos que una hora media de trabajo se materialice en un valor de 
    seis peniques, o doce horas medias de trabajo en un valor de seis chelines. 
    Supongamos, asimismo, que el valor del trabajo represente tres chelines o el 
    producto de seis horas de trabajo. Si en las materias primas, maquinaria, 
    etc., que se consumen para producir una determinada mercancía, se 
    materializan veinticuatro horas medias de trabajo, su valor ascenderá a doce 
    chelines. Si, además, el obrero empleado por el capitalista añade a estos 
    medios de producción doce horas de trabajo, estas doce horas se materializan 
    en un valor adicional de seis chelines. Por tanto, el valor total del 
    producto se elevará a treinta y seis horas de trabajo materializado, 
    equivalente a dieciocho chelines. Pero, como el valor del trabajo o el 
    salario abonado al obrero sólo representa tres chelines, resultará que el 
    capitalista no abona ningún equivalente por las seis horas de plustrabajo 
    rendidas por el obrero y materializadas en el valor de la mercancía. Por 
    tanto, vendiendo esta mercancía por su valor, por dieciocho chelines, el 
    capitalista obtendrá un valor de tres chelines, sin desembolsar ningún 
    equivalente a cambio de él. Estos tres chelines representarán la plusvalía o 
    ganancia que el capitalista se embolsa. Es decir, que el capitalista no 
    obtendrá la ganancia de tres chelines por vender su mercancía a un precio 
    que exceda de su valor, sino vendiéndola por su valor real. 
        El valor de una mercancía se determina por la cantidad total de trabajo 
    que encierra. Pero una parte de esta cantidad de trabajo se materializa en 
    un valor por el que se abonó un equivalente en forma de salarios; otra parte 
    se 
    pág. 51
    materializa en un valor por el que no se pagó ningún equivalente. Una parte 
    del trabajo encerrado en la mercancía es trabajo retribuido ; otra parte, 
    trabajo no retribuido. Por tanto, cuando el capitalista vende la mercancía 
    por su valor, es decir, como cristalización de la cantidad total de trabajo 
    invertido en ella, tiene necesariamente que venderla con ganancia. Vende no 
    sólo lo que le ha costado un equivalente, sino también lo que no le ha 
    costado nada, aunque haya costado el trabajo de su obrero. Lo que la 
    mercancía le cuesta al capitalista y lo que en realidad cuesta, son cosas 
    distintas. Repito, pues, que las ganancias normales y medias se obtienen 
    vendiendo mercancías no por encima de su verdadero valor sino a su verdadero 
    valor. 
    
    
    XI. LAS DIVERSAS PARTES EN QUE
    SE DIVIDE LA PLUSVALIA
    
        La plusvalia, o sea aquella parte del valor total de la mercancía en que 
    se materializa el plustrabajo o trabajo no retribuido del obrero, es lo que 
    yo llamo ganancia. Esta ganancia no se la embolsa en su totalidad el 
    empresario capitalista. El monopolio del suelo permite al terrateniente 
    embolsarse una parte de esta plusvalía bajo el nombre de renta del suelo, lo 
    mismo si el suelo se utiliza para fines agrícolas que si se destina a 
    construir edificios, ferrocarriles o a otro fin productivo cualquiera. Por 
    otra parte, el hecho de que la posesión de los medios de trabajo permita al 
    empresario ca pitalista producir una plusvalía o, lo que viene a ser lo 
    mismo, apropiarse una determinada cantidad de trabajo no retribuido, permite 
    al propietario de los medios de trabajo, que los presta total o parcialmente 
    al empresario capitalista, en 
    pág. 52
    una palabra, permite al capitalista que presta el dinero, reivindicar para 
    sí mismo otra parte de esta plusvalía, bajo el nombre de interés, con lo que 
    al empresario capitalista, como tal, sólo le queda la llamada ganancia 
    industrial o comercial. 
        Con arreglo a qué leyes se opera esta división del importe total de la 
    plusvalía entre las tres categorías de gentes mencionadas, es una cuestión 
    que cae bastante lejos de nuestro tema. Pero, de lo que dejamos expuesto, se 
    desprende, por lo menos, lo siguiente: 
        La renta del suelo, el interés y la ganancia industrial no son más que 
    otros tantos nombres diversos para expresar las diversas partes de la 
    plusvalía de una mercancía o del trabajo no retribuido que en ella se 
    materializa, y brotan todas por igual de esta fuente y sólo de ella. No 
    provienen del suelo como tal, ni del capital de por sí; mas el suelo y el 
    capital permiten a sus poseedores obtener su parte correspondiente en la 
    plusvalía que el empresario capitalista estruja al obrero. Para el mismo 
    obrero, la cuestión de si esta plusvalía, fruto de su plustrabajo o trabajo 
    no retribuido, se la embolsa exclusivamente el empresario capitalista o éste 
    se ve obligado a ceder a otros una parte de ella bajo el nombre de renta del 
    suelo o interés, sólo tiene una importancia secundaria. Supongamos que el 
    empresario capitalista maneje solamente su capital propio y sea su propio 
    terrateniente; en este caso, toda la plusvalía irá a parar a su bolsillo. 
        Es el empresario capitalista quien extrae directamente al obrero esta 
    plusvalía, cualquiera que sea la parte que, en último término, pueda 
    reservarse para sí mismo. Por eso, esta relación entre el empresario 
    capitalista y el obrero asalariado es la piedra angular de todo el sistema 
    del salariado y de todo el régimen actual de producción. Por consiguiente, 
    no tenian razón algunos de los ciudadanos que intervinieron 
    pág. 53
    en nuestro debate, cuando intentaban empequeñecer las cosas y presentar esta 
    relación fundamental entre el empresario capitalista y el obrero como una 
    cuestión secundaria, aunque, por otra parte, si tenian razón al afirmar que, 
    en ciertas circunstancias, una subida de los precios puede afectar de un 
    modo muy desigual al empresario capitalista, al terrateniente, al 
    capitalista que facilita el dinero y, si queréis, al recaudador de 
    contribuciones. 
        De lo dicho se desprende, además, otra consecuencia. 
        La parte del valor de la mercancia que representa solamente el valor de 
    las materias primas y de las máquinas, en una palabra, el valor de los 
    medios de producción consumidos, no arroja ningún ingreso, sino que sólo 
    repone el capital. Pero, aun fuera de esto, es falso que la otra parte del 
    valor de la mercancia, la que proporciona ingresos o puede desembolsarse en 
    forma de salarios, ganancias, renta del suelo e intereses, esté formada por 
    el valor de los salarios, el valor de la renta del suelo, el valor de la 
    ganancia, etc. Por el momento, dejaremos a un lado los salarios y sólo 
    trataremos de la ganancia industrial, los intereses y la renta del suelo. 
    Acabamos de ver que la plusvalía que se encierra en la mercancia o aquella 
    parte del valor de ésta en que se materializa el trabajo no retribuido, se 
    descompone, a su vez, en varias partes, que llevan tres nombres distintos. 
    Pero afirmar que su valor se halla integrado o formado por la suma de los 
    valores independientes de estas tres partes integrantes, seria decir todo lo 
    contrario de la verdad. 
        Si una hora de trabajo se materializa en un valor de seis peniques, y si 
    la jornada de trabajo del obrero es de doce horas, y la mitad de este tiempo 
    es trabajo no retribuido, este plustrabajo añadirá a la mercancia una 
    plusvalía de tres chelines; es decir, un valor por el que no se ha pagado 
    equi- 
    pág. 54
    valente alguno. Esta plusvalía de tres chelines representa todo el fondo que 
    el empresario capitalista puede repartir, en la proporción que sea, con el 
    terrateniente y el que le presta el dinero. El valor de estos tres chelines 
    forma el límite del valor que pueden repartirse entre sí. Pero no es el 
    empresario capitalista el que añade al valor de la mercanía un valor 
    arbitrario para su ganancia, añadiéndose luego otro valor para el 
    terrateniente, etc., etc., por donde la suma de estos valores 
    arbitrariamente fijados representaría el valor total. Veis, por tanto, la 
    falacia de la idea corriente que confunde la descomposición de un valor dado 
    en tres partes con la formación de aquel valor mediante la suma de tres 
    valores independientes, convirtiendo de este modo en una magnitud arbitraria 
    el valor total, del que salen la renta del suelo, la ganancia y el interés. 
        Supongamos que la ganancia total obtenida por el capitalista sea de 100 
    libras esterlinas. Esta suma considerada como magnitud absoluta, la 
    denominamos volumen de ganancia. Pero si calculamos la proporción que 
    guardan estas 100 libras esterlinas con el capital desembolsado, a esta 
    magnitud relativa la llamamos cuota de ganancia. Es evidente que esta cuota 
    de ganancia puede expresarse bajo dos formas. 
        Supongamos que el capital desembolsado en salarios son 100 libras. Si la 
    plusvalía creada arroja también 100 libras -- lo cual nos demostraría que la 
    mitad de la jornada de tra bajo del obrero está formada por trabajo no 
    retribuido --, y si midiésemos esta ganancia por el valor del capital desem 
    bolsado en salarios, diríamos que la cuota de ganancía era del 100 por 100, 
    ya que el valor desembolsado sería cien y el valor producido doscientos. 
    pág. 55
        Por otra parte, si tomásemos en consideración no sólo el capital 
    desembolsado en salarios, sino todo el capital desembolsado, por ejemplo, 
    500 libras esterlinas, de las cuales 400 representan el valor de las 
    materias primas, maquinaria, etc., diríamos que la cuota de ganancia sólo 
    asciende al 20 por 100, ya que la ganancia de cien libras no sería más que 
    la quinta parte del capital total desembolsado. 
        El primer modo de expresar la cuota de ganancia es el único que nos 
    revela la proporción real entre el trabajo pa gado y el no retribuido, el 
    grado real de la exploitation (permitidme el empleo de esta palabra 
    francesa) del trabajo. El otro modo de expresar es el usual y es, en efecto, 
    apropiado para ciertos fines. En todo caso, es muy cómoda para ocultar el 
    grado en que el capitalista estruja al obrero trabajo gratuito. 
        En lo que todavía me resta por exponer, emplearé la palabra ganancia 
    para expresar toda la masa de plusvalía estrujada por el capitalista, sin 
    atender para nada a la división de esta plusvalía entre las diversas partes 
    interesadas, y cuando emplee el término de cuota de ganancia mediré siempre 
    la ganancia por el valor del capital desembolsado en salarios 
    
    
    XII. RELACION GENERAL ENTRE
    GANANCIAS, SALARIOS Y PRECIOS
    
        Si del valor de una mercancía descontamos la parte destinada a reponer 
    el de las materias primas y otros medios de producción empleados, es decir, 
    si descontamos el valor que representa el trabajo pretérito encerrado en 
    ella, el valor restante se reducirá a la cantidad de trabajo añadida por el 
    pág. 56
    obrero últimamente empleado. Si este obrero trabaja doce horas diarias, y 
    doce horas de trabajo medio cristalizan en una suma de oro igual a seis 
    chelines, este valor adicional de seis chelines será el único valor creado 
    por su trabajo. Este valor dado, determinado por su tiempo de trabajo, es el 
    único fondo del que tanto él como el capitalista tienen que sacar su 
    respectiva parte o dividendo, el único valor que ha de dividirse en salarios 
    y ganancias. Es evidente que este valor mismo no variará aunque varíe la 
    proporción en que pueda dividirse entre ambas partes interesadas. Y la cosa 
    tampoco cambiará si, en vez de un obrero aislado, ponemos a toda la 
    población obrera, y en vez de una sola jornada de trabajo, doce millones de 
    jornadas de trabajo, por ejemplo. 
        Como el capitalista y el obrero sólo pueden repartirse este valor, que 
    es limitado, es decir, el valor medido por el trabajo total del obrero, 
    cuanto más perciba el uno menos obtendrá el otro, y viceversa. Partiendo de 
    una cantidad dada, una de sus partes aumentará siempre en la misma 
    proporción en que la otra disminuye. Si los salarios cambian, cambiarán, en 
    sentido opuesto, las ganancias. Si los salarios bajan, subirán las 
    ganancias; y si aquéllos suben, bajarán éstas. Si el obrero, arrancando de 
    nuestzo supuesto anterior, cobra tres chelines, equivalentes a la mitad del 
    valor creado por él, o si la totalidad de su jornada de trabajo consiste en 
    la mitad de trabajo pagado y la otra mitad de trabajo no retribuido, la 
    cuota de ganancia será del 100 por 100, ya que el capitalista obtendrá 
    también tres chelines. Si el obrero sólo cobra dos chelines, o sólo trabaja 
    para sí la tercera parte de la jornada total, el capitalista obtendrá cuatro 
    chelines, y la cuota de ganancia será del 200 por 100. Si el obrero cobra 
    cuatro chelines, el capitalista sólo recibirá dos, y la 
    pág. 57
    cuota de ganancia descenderá al 50 por 100. Pero todas estas variaciones no 
    influyen en el valor de la mercancía. Por tanto, una subida general de 
    salarios determinaría una disminución de la cuota general de ganancia; pero 
    no haría cambiar los valores. 
        Sin embargo, aunque los valores de las mercancías, que han de regular en 
    última instancia sus precios en el mercado, se hallan determinados 
    exclusivamente por la cantidad total de trabajo plasmado en ellos y no por 
    la división de esta cantidad en trabajo pagado y trabajo no retribuido, de 
    aquí no se deduce, ni mucho menos, que los valores de las mercancías sueltas 
    o lotes de mercancías fabricadas, por ejemplo, en doce horas, sean siempre 
    los mismos. El número o la masa de las mercanúas fabricadas en un 
    determinado tiempo de trabajo o mediante una determinada cantidad de éste, 
    depende de la fuerza productiva del trabajo empleado, y no de su extensión 
    en el tiempo o duración. Con un determinado grado de fuerza productiva del 
    trabajo de hilado, por ejemplo, podrán producirse, en una jornada de trabajo 
    de doce horas, doce libras de hilo; con un grado más bajo de fuerza 
    productiva, se producirán solamente dos. Por tanto, si las doce horas de 
    trabajo medio se materializan en un valor de seis chelines, en el primer 
    caso las doce libras de hilo costarían seis chelines, lo mismo que 
    costarían, en el segundo caso, las dos libras. Es decir, que en el primer 
    caso una libra de hilo saldrá por seis peniques, y en el segundo caso por 
    tres chelines. Esta diferencia de precio obedecería a la diferencia 
    existente entre las fuerzas productivas del trabajo empleado. Con la mayor 
    fuerza productiva, una hora de trabajo se materializaría en una libra de 
    hilo, mientras que con la fuerza productiva menor, en una libra de hilo se 
    materializarían seis horas de trabajo. En el primer caso, el 
    pág. 58
    precio de una libra de hilo no excedería de seis peniques, aunque los 
    salarios fueran relativamente altos y la cuota de ganancia baja. En el 
    segundo caso, ascendería a tres chelines, aun con salarios bajos y una cuota 
    de ganancia elevada. Y ocurriría así, porque el precio de la libra de hilo 
    se determina por el total del trabajo que encierra en ella y no por la 
    proporción en que este total se divide en trabajo pagado y trabajo no 
    retribuido. El hecho apuntado antes por mí de que un trabajo bien pagado 
    puede producir mercancías baratas y un trabajo mal pagado puede producir 
    mercancías caras, pierde, con esto, su apariencia paradójica. Este hecho no 
    es más que la expresión de la ley general de que el valor de una mercancía 
    se determina por la cantidad de trabajo invertido en ella y de que la 
    cantidad de trabajo invertido depende enteramente de la fuerza productiva 
    del trabajo empleado, variando por tanto al variar la productividad del 
    trabajo. 
    
    
    XIII. CASOS PRINCIPALES DE LUCHA
    POR LA SUBIDA DE SALARIOS O
    CONTRA SU REDUCCION
    
        Examinemos ahora seriamente los casos principales en que se procura la 
    subida de los salarios o se opone una resistencia a su reducción. 
        1. Hemos visto que el valor de la fuerza de trabajo, o para decirlo en 
    términos más populares, el valor del trabajo, está determinado por el valor 
    de los artículos de primera necesidad o por la cantidad de trabajo necesaria 
    para su producción. Por consiguiente, si en un determinado país el valor de 
    los artículos de primera necesidad que por término 
    pág. 59
    medio consume diariamente un obrero representa seis horas de trabajo, 
    expresadas en tres chelines, este obrero tendrá que trabajar diariamente 
    seis horas para producir el equivalente de su sustento diario. Si su jornada 
    de trabajo es de doce horas, el capitalista le pagará el valor de su trabajo 
    abonándole tres chelines. La mitad de la jornada de trabajo será trabajo no 
    retribuido, y por tanto, la cuota de ganancia arrojará el 100 por 100. Pero 
    supongamos ahora que a consecuencia de una disminución de la productividad 
    del trabajo, hace falta más trabajo para producir, digamos, la misma 
    cantidad de productos agrícolas que antes, con lo cual el precio de la 
    cantidad media de artículos de primera necesidad requeridos diariamente 
    subirá de tres chelines a cuatro. En este caso, el valor del trabajo 
    aumentaría en una tercera parte, o sea, en el 33 1/3 por 100. Para producir 
    el equivalente del sustento diario del obrero, dentro del nivel de vida 
    anterior, serían necesarias ocho horas de la jornada de trabajo. Por tanto, 
    el plustrabajo bajaría de seis horas a cuatro, y la cuota de ganancia se 
    reduciría del 100 al 50 por 100. El obrero que, en estas condiciones, 
    pidiese un aumento de salario, se limitaría a exigir que se le abonase el 
    valor incrementado de su trabajo, como cualquier otro vendedor de una 
    mercancía, que cuando aumenta el coste de producción de ésta, procura que se 
    le pague el incremento del valor. Y si los salarios no suben, o no suben en 
    la proporción suficiente para compensar la subida en el valor de los 
    artículos de primera necesidad, el precio del trabajo descenderá por debajo 
    del valor del trabajo, y el nivel de vida del obrero empeorará. 
        Pero también puede operarse un cambio en sentido contrario. Al elevarse 
    la productividad del trabajo, puede ocurrir que la misma cantidad de 
    artículos de primera necesidad 
    pág. 60
    consumidos por término medio en un día baje de tres a dos chelines, o que, 
    en vez de seis horas de la jornada de trabajo, basten cuatro para reproducir 
    el equivalente del valor de los artículos de primera necesidad consumidos en 
    un día Esto permitirá al obrero comprar por dos chelines exactamente los 
    mismos artículos de primera necesidad que antes le costaban tres. En 
    realidad, disminuiría el valor del trabajo ; pero este valor mermado 
    dispondría de la misma cantidad de mercancías que antes. Así, la ganancia 
    subiría de tres a cuatro chelines y la cuota de ganancia del 100 al 200 por 
    100. Y, aunque el nivel de vida absoluto del obrero seguiría siendo el 
    mismo, su salario relativo, y por tanto su posición social relativa, 
    comparada con la del capitalista, habrían bajado. Oponiéndose a esta rebaja 
    de su salario relativo, el obrero no haría más que luchar por obtener una 
    parte en las fuerzas productivas incrementadas de su propio trabajo y 
    mantener su antigua posición relativa en la escala social Así, después de la 
    derogación de las leyes cerealistas, y violando flagrantemente las promesas 
    solemnísimas que habían hecho en su campaña de propaganda contra aquellas 
    leyes, los amos de las fábricas inglesas rebajaron los salarios, por regla 
    general, en un 10 por 100. Al principio, la oposición de los obreros fue 
    frustrada; pero más tarde se pudo recobrar el 10 por 100 perdido, a 
    consecuencia de circunstancias que no puedo detenerme a examinar aquí. 
        2. Los valores de los artículos de primera necesidad y por consiguiente, 
    el valor del trabajo pueden permanecer invariables y, sin embargo, el precio 
    en dinero de aquéllos puede sufrir una alteración, porque se opere un cambio 
    previo en el valor del dinero. 
        Con el descubrimiento de yacimientos más abundantes etc., dos onzas de 
    oro, por ejemplo, no costarían más tra- 
    pág. 61
    bajo del que antes exigía la producción de una onza. En este caso, el valor 
    del oro descendería a la mitad, 0 al 50 por 100. Y como, a consecuencia de 
    esto, los valores de todas las demás mercancías se expresarían en el doble 
    de su precio en dinero anterior, esto se haría extensivo también al valor 
    del trabajo. Las doce horas de trabajo que antes se expresaban en seis 
    chelines, ahora se expresarían en doce. Por tanto, si el salario del obrero 
    siguiese siendo de tres chelines, en vez de subir a seis, resultaría que el 
    precio en dinero de su trabajo sólo correspondería a la mitad del valor de 
    su trabajo, y su nivel de vida empeoraría espantosamente. Y lo mismo 
    ocurriría en un grado mayor o menor si su salario subiese, pero no 
    proporcionalmente a la baja del valor del oro. En este caso, no se habría 
    operado el menor cambio, ni en las fuerzas productivas del trabajo, ni en la 
    of erta y la demanda, ni en los valores. Nada habría cambiado menos el 
    nombre en dinero de estos valores. Decir que en este caso el obrero no debe 
    luchar por una subida proporcional de su salario, equivale a pedirle que se 
    resigne a que se le pague su trabajo en nombres y no en cosas. Toda la 
    historia del pasado demuestra que, siempre que se produce tal depreciación 
    del dinero, los capitalistas se apresuran a aprovechar esta coyuntura para 
    defraudar a los obreros. Una numerosa escuela de economistas asegura que, 
    como consecuencia de los nuevos descubrimientos de tierras auríferas, de la 
    mejor explotación de las minas de plata y del abaratamiento en el suministro 
    de mercurio, ha vuelto a bajar el valor de los metales preciosos. Esto 
    explicaria los intentos generales y simultáneos que se hacen en el 
    continente por conseguir una subida de salarios. 
        3. Hasta aquí hemos partido del supuesto de que la jornada de trabajo 
    tiene limites dados. Pero, en realidad, la 
    pág. 62
    jornada de trabajo no tiene, por sí misma, límites constantes. El capital 
    tiende constantemente a dilatarla hasta el máximo de su duración físicamente 
    posible, ya que en la misma proporción aumenta el plustrabajo y, por tanto, 
    la ganancia que de él se deriva. Cuanto más consiga el capital alargar la 
    jornada de trabajo, mayor será la cantidad de trabajo ajeno que se 
    apropiará. Durante el siglo XVII, y todavía durante los dos primeros tercios 
    del XVIII, la jornada normal de trabajo, en toda Inglaterra, era de diez 
    horas. Durante la guerra antijacobina,[13] que fue, en realidad, una guerra 
    de los barones ingleses contra las masas trabajadoras de Inglaterra, el 
    capital celebró sus días orgiásticos y prolongó la jornada de diez horas, a 
    doce, a catorce, a dieciocho. Malthus, que no puede infundir precisamente 
    sospechas de tierno sentimentalismo, declaró en un folleto, publicado hacia 
    el año 1815,[14] que la vida de la nación sería amenazada en sus raíces, si 
    las cosas seguían como hasta allí. Algunos años antes de introducirse con 
    carácter general las máquinas de nueva invención, hacia 1765, vio la luz en 
    Inglaterra un folleto titulado An Essay on Trade [15] ("Un ensayo sobre la 
    industria"). El anónimo autor de este folleto, enemigo jurado de las clases 
    trabajadoras, declama acerca de la necesidad de extender los límites de la 
    jornada de trabajo. Entre otras cosas, propone crear, a este objeto, casas 
    de trabajo, que, como él mismo dice, habrían de ser "casas de terror " ¿Y 
    cuál es la duración de la jornada de trabajo que propone para estas "casas 
    de terror"? Doce horas, precisamente la jornada que en 1832 los 
    capitalistas, los economistas y los ministros declaraban no sólo como 
    vigente en realidad, sino además, como el tiempo de trabajo necesario para 
    los niños menores de doce años.[16] 
    pág. 63
        Al vender su fuetza de trabajo, como no tiene más remedio que hacer 
    dentro del sistema actual, el obrero cede al capitalista el derecho a usar 
    esta fuerza, pero dentro de ciertos límites razonables. Vende su fuerza de 
    trabajo para conservarla, salvo su natural desgaste, pero no para 
    destruirla. Y como la vende por su valor diario o semanal, se sobreentiende 
    que en un día o en una semana no ha de someterse su fuerza de trabajo a un 
    uso o desgaste de dos días o dos semanas. Tomemos una máquina con un valor 
    de mil libras esterlinas. Si se agota en diez años, añadirá anualmente cien 
    libras al valor de las mercancías que ayuda a producir. Si se agota en cinco 
    años, el valor añadido por ella será de doscientas libras anuales; es decir, 
    que el valor de su desgaste anual está en razón inversa al tiempo en que se 
    agota. Pero esto distingue entre el obrero y la máquina. La máquina no se 
    agota exactamente en la misma proporción en que se usa. En cambio, el hombre 
    se agota en una proporción mucho mayor de la que podría suponerse a base del 
    simple aumento numérico de trabajo. 
        Al esforzarse por reducir la jornada de trabajo a su antigua duración 
    razonable, o, allí donde no pueden arrancar una fijación legal de la jornada 
    normal de trabajo, por contrarrestar el trabajo excesivo mediante una subida 
    de salarios -- subida no sólo en proporción con el tiempo adicional que se 
    les estruja, sino en una proporción mayor --, los obreros no hacen más que 
    cumplir con un deber para consigo mismos y para con su raza. Ellos 
    únicamente ponen límites a las usurpaciones tiránicas del capital. El tiempo 
    es el espacio en que se desarrolla el hombre. El hombre que no dispone de 
    ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de las interrupciones 
    puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está toda ella absorbida por 
    su trabajo para el capi- 
    pág. 64
    talista, es menos que una bestia de carga. Físicamente destrozado y 
    espiritualmente embrutecido, es una simple máquina para producir riqueza 
    ajena. Y, sin embargo, toda la historia de la moderna industria demuestra 
    que el capital, si no se le pone un freno, laborará siempre, implacablemente 
    y sin miramientos, por reducir a toda la clase obrera a este nivel de la más 
    baja degradación. 
        El capitalista, alargando la jornada de trabajo, puede abonar salarios 
    más altos y disminuir, sin embargo, el valor del trabajo, si la subida de 
    los salarios no se corresponde con la mayor cantidad de trabajo estrujado y 
    con el más rápido agotamiento de la fuerza de trabajo que lleva consigo. Y 
    esto puede ocurrir también de otro modo. Vuestros estadísticos burgueses os 
    dirán, por ejemplo, que los salarios medios de las familias que trabajan en 
    las fábricas de Lancaster han subido. Pero olvidan que en vez del trabajo 
    del hombre, la cabeza de familia, su mujer y tal vez tres o cuatro hijos se 
    ven lanzados ahora bajo las ruedas del carro de Yaggernat[17] del capital, y 
    que la subida de los salarios totales no corresponde a la del plustrabajo 
    total arrancado a la familia. 
        Aun dentro de una jornada de trabajo con límites fijos, como hoy rige en 
    todas las industrias sujetas a la legislación fabril, puede ser necesaria 
    una subida de salarios, aunque sólo sea para mantenerse el antiguo nivel del 
    valor del trabajo. Mediante el aumento de la intensidad del trabajo puede 
    hacerse que un hombre gaste en una hora tanta fuerza vital como antes en 
    dos. En las industrias sometidas a la legislación fabril, esto se ha hecho 
    en realidad, hasta cierto punto, acelerando la marcha de las máquinas y 
    aumentando el número de máquinas que ha de atender un solo individuo. Si el 
    aumento de la intensidad del trabajo o de la cantidad de trabajo consumida 
    en una hora guarda alguna proporción 
    pág. 65
    adecuada con la disminución de la jornada, saldrá todavía ganando el obrero. 
    Si se rebasa este límite, perderá por un lado lo que gane por otro, y diez 
    horas de trabajo le quebrantarán tanto como antes doce. Al contrarrestar 
    esta tendencia del capital mediante la lucha por el alza de los salarios, en 
    la medida correspondiente a la creciente intensidad del trabajo, el obrero 
    no hace más que oponerse a la depreciación de su trabajo y a la degeneración 
    de su raza. 
        4. Todos sabéis que, por razones que no hay para qué exponer aquí, la 
    producción capitalista se mueve a través de determinados ciclos periódicos. 
    Pasa por fases de calma, de animación creciente, de prosperidad, de 
    superproducción, de crisis y de estancamiento. Los precios de las mercancías 
    en el mercado y la cuota de ganancia en éste siguen a estas fases, y unas 
    veces descienden por debajo de su nivel medio y otras veces lo rebasan. Si 
    os fijáis en todo el ciclo, veréis que unas desviaciones de los precios del 
    mercado son compensadas por otras y que, sacando la media del ciclo, los 
    precios de las mercancías en el mercado se regulan por sus valores. Pues 
    bien; durante las fases de baja de los precios en el mercado y durante las 
    fases de crisis y estancamiento, el obrero, si es que no se ve arrojado a la 
    calle, puede estar seguro de ver rebajado su salario. Para que no le 
    defrauden, el obrero debe forcejear con el capitalista, incluso en las fases 
    de baja de los precios en el mercado, para establecer en qué medida se hace 
    necesario rebajar los jornales. Y si, durante la fase de prosperidad, en que 
    el capitalista obtiene ganancias extraordinarias, el obrero no batallase por 
    conseguir que se le suba el salario, no percibiría siquiera, sacando la 
    media de todo el ciclo industrial, su salario medio, o sea el valor de su 
    trabajo. Sería el colmo de la locura exigir que el obrero, cuyo salario se 
    ve forzosamente 
    pág. 66
    afectado por las fases adversas del ciclo, renunciase a verse compensado 
    durante las fases prósperas. Generalmente, los valores de todas las 
    mercancías se realizan exclusivamente por medio de la compensación que se 
    opera entre los precios constantemente variables del mercado, sometidos a 
    las fluctuaciones constantes de la oferta y la demanda. Dentro del sistema 
    actual, el trabajo es solamente una mercancía como otra cualquiera. Tiene, 
    por tanto, que experimentar las mismas fluctuaciones, para obtener el precio 
    medio que corresponde a su valor. Sería un absurdo considerarlo, por una 
    parte, como una mercancía, y querer exceptuarlo, por otra, de las leyes que 
    regulan los precios de las mercancías. El esclavo obtiene una cantidad 
    constante y fija de medios para su sustento; el obrero asalariado no. Este 
    debe intentar conseguir en unos casos una subida de salarios, aunque sólo 
    sea para compensar su baja en otros casos. Si se resignase a acatar la 
    voluntad, los dictados del capitalista, como una ley económica permanente, 
    compartiría toda la miseria del esclavo, sin compartir, en cambio, la 
    seguridad de éste. 
        5. En todos los casos que he examinado, que son el 99 por 100, habéis 
    visto que la lucha por la subida de salarios sigue siempre a cambios 
    anteriores y es el resultado necesario de los cambios previos operados en el 
    volumen de producción, las fuerzas productivas del trabajo, el valor de 
    éste, el valor del dinero, la extensión o intensidad del trabajo arrancado, 
    las fluctuaciones de los precios del mercado, que dependen de las 
    fluctuaciones de la oferta y la demanda y se producen con arreglo a las 
    diversas fases del ciclo industrial; en una palabra, es la reacción de los 
    obreros contra la acción anterior del capital. Si enfocásemos la lucha por 
    la subida de salarios independientemente de todas estas circunstancias, 
    tomando en cuenta solamente los cambios ope- 
    pág. 67
    rados en los salarios y pasando por alto los demás cambios a que aquéllos 
    obedecen, arrancaríamos de una premisa falsa para llegar a conclusiones 
    falsas. 
    
    
    XIV. LA LUCHA ENTRE EL CAPITAL
    Y EL TRABAJO, Y SUS RESULTADOS
    
        1. Después de demostrar que la resistencia periódica que los obreros 
    oponen a la rebaja de sus salarios y sus intentos periódicos por conseguir 
    una subida de salarios, son fenómenos inseparables del sistema del trabajo 
    asalariado y responden precisamente al hecho de que el trabajo se halla 
    equiparado a las mercancías y, por tanto, sometido a las leyes que regulan 
    el movimiento general de los precios; habiendo demostrado, asimismo, que una 
    subida general de salarios se traduciría en la disminución de la cuota 
    general de ganancia, pero sin afectar a los precios medios de las 
    mercancías, ni a sus valores, surge ahora por fin el problema de saber hasta 
    qué punto, en la lucha incesante entre el capital y el trabajo, tiene éste 
    perspectivas de éxito. 
        Podría contestar con una generalización, diciendo que el precio del 
    trabajo en el mercado, al igual que el de las demás mercancías, tiene que 
    adaptarse, con el transcurso del tiempo, a su valor ; que, por tanto, pese a 
    todas sus alzas y bajas y a todo lo que el obrero puede hacer, éste acabará 
    obteniendo solamente, por término medio, el valor de su trabajo que se 
    reduce al valor de su fuerza de trabajo; la cual, a su vez, se halla 
    determinada por el valor de los medios de sustento necesarios para su 
    manutención y reproducción, valor que está regulado en último término por la 
    cantidad de trabajo necesaria para producirlos. 
    pág. 68
        Pero hay ciertos rasgos peculiares que distinguen el valor de la fuerza 
    de trabajo o el valor del trabajo de los valores de todas las demás 
    mercancías. El valor de la fuerza de trabajo está formado por dos elementos, 
    uno de los cuales es puramente físico, mientras que el otro tiene un 
    carácter histórico o social. Su límite mínimo está determinado por el 
    elemento físico ; es decir, que para poder mantenerse y reproducirse, para 
    poder perpetuar su existencia física, la clase obrera tiene que obtener los 
    artículos de primera necesidad absolutamente indispensables para vivir y 
    multiplicarse. El valor de estos medios de sustento indispensables 
    constituye, pues, el límite mínimo del valor del trabajo. Por otra parte, la 
    extensión de la jornada de trabajo tiene también sus límites extremos, 
    aunque sean muy elásticos. Su límite máximo lo traza la fuerza física del 
    obrero. Si el agotamiento diario de sus energías vitales rebasa un cierto 
    grado, no podrá desplegarlas de nuevo día tras día. Pero, como dije, este 
    límite es muy elástico. Una sucesión rápida de generaciones raquíticas y de 
    vida corta abastecería el mercado de trabajo exactamente lo mismo que una 
    serie de generaciones vigorosas y de vida larga. 
        Además de este elemento puramente físico, en la determinación del valor 
    del trabajo entra el nivel de vida tradicional en cada país. No se trata 
    solamente de la vida física, sino de la satisfacción de ciertas necesidades, 
    que brotan de las condiciones sociales en que viven y se educan los hombres. 
    El nivel de vida inglés podría descender hasta el grado del irlandés, y el 
    nivel de vida de un campesino alemán hasta el de un campesino livonio. La 
    importancia del papel que a este respecto desempeñan la tradición histórica 
    y la costumbre social, puede verse en el libro de Mr. Thornton sobre la 
    Superpoblación [18], donde se demuestra 
    pág. 69
    que en distintas regiones agrícolas de Inglaterra los jornales medios siguen 
    todavía hoy siendo distintos, según las condiciones más o menos favorables 
    en que esas regiones se redimieron de la servidumbre. 
        Este elemento histórico o social que entra en el valor del trabajo puede 
    dilatarse o contraerse, e incluso extinguirse del todo, de tal modo que sólo 
    quede en pie el límite físico. Durante la guerra antijacobina -- que, como 
    solía decir el incorregible beneficiario de impuestos y prebendas, el viejo 
    George Rose, se emprendió para que los descreídos france ses no destruyeran 
    los consuelos de nuestra santa religión --, los honorables hacendados 
    ingleses, a los que tratamos con tanta suavidad en una de nuestras sesiones 
    anteriores, redujeron los jornales de los obreros del campo hasta por debajo 
    de aquel mínimo estrictamente físico, completando la diferencia 
    indispensable para asegurar la perpetuación física de la raza, mediante las 
    Leyes de Pobres.[19] Era un método glorioso para convertir al obrero 
    asalariado en esclavo, y al orgulloso yeoman de Shakespeare en indigente. 
        Si comparáis los salarios o valores del trabajo normales en distintos 
    países y en distintas épocas históricas dentro del mismo país, veréis que el 
    valor del trabajo no es, por sí mismo, una magnitud constante, sino 
    variable, aun suponiendo que los valores de las demás mercancías permanezcan 
    fijos. 
        Una comparación similar demostraría que no varían solamente las cuotas 
    de ganancia en el mercado, sino también sus cuotas medias. 
        Por lo que se refiere a la ganancia, no existe ninguna ley que le trace 
    un mínimo. No puede decirse cuál es el límite extremo de su baja. ¿Y por qué 
    no podemos fijar este límite? Porque si podemos fijar el salario mínimo, no 
    podemos, en cambio, fijar el salario máximo. Lo único que pode- 
    pág. 70
    mos decir es que, dados los límites de la jornada de trabajo, el máximo de 
    ganancia corresponde al mínimo físico del salario, y que, partiendo de 
    salarios dados, el máximo de ganancia corresponde a la prolongación de la 
    jornada de trabajo, en la medida en que sea compatible con las fuerzas 
    físicas del obrero. Por tanto, el máximo de ganancia se halla limitado por 
    el mínimo físico del salario y por el máximo físico de la jornada de 
    trabajo. Es evidente que, entre los dos límites de esta cuota de ganancia 
    máxima, cabe una escala inmensa de variantes. La determinación de su grado 
    efectivo se dirime exclusivamente por la lucha incesante entre el capital y 
    el trabajo; el capitalista pugna constantemente por reducir los salarios a 
    su mínimo físico y prolongar la jornada de trabajo hasta su máximo físico, 
    mientras que el obrero presiona constantemente en el sentido contrario. 
        El problema se reduce, por tanto, al problema de las fuerzas respectivas 
    de los contendientes. 
        2. Por lo que atañe a la limitación de la jornada de trabajo, lo mismo 
    en Inglaterra que en los demás países, nunca se ha reglamentado sino por 
    ingerencia legislativa. Sin la constante presión de los obreros desde fuera, 
    la ley jamás habría intervenido. En todo caso, este resultado no podía 
    alcanzarse mediante convenios privados entre los obreros y los capitalistas. 
    Esta necesidad de una acción política general es precisamente la que 
    demuestra que, en el terreno puramente económico de lucha, el capital es la 
    parte más fuerte. 
        En cuanto a los límites del valor del trabajo, su fijación efectiva 
    depende siempre de la oferta y la demanda, refiriéndome a la demanda de 
    trabajo por parte del capital y a la oferta de trabajo por los obreros. En 
    los países coloniales, la ley de la oferta y la demanda favorece a los 
    obreros. De 
    pág. 71
    aquí el nivel relativamente alto de los salarios en los Estados Unidos. En 
    estos países, haga lo que haga el capital, no puede evítar que el mercado de 
    trabajo esté constantemente desabastecido por la constante transformación de 
    los obreros asalariados en labradores independientes, con fuentes propias de 
    subsistencia. Para gran parte de la población norteamericana, la posición de 
    obrero asalariado no es más que una estación de tránsito, que está segura de 
    abandonar al cabo de un tiempo más o menos largo.[20] Para remediar este 
    estado colonial de cosas, el paternal gobierno británico ha adoptado hace 
    algún tiempo la llamada moderna teoría de la colonización, que consiste en 
    fijar a los terrenos coloniales un precio artificialmente alto, para, de 
    este modo, impedir la transformación demasiado rápida del obrero asalariado 
    en labrador independiente. 
        Pero, pasemos ahora a los viejos países civilizados, en que el capital 
    domina todo el proceso de producción. Fijémonos, por ejemplo, en la subida 
    de los jornales de los obreros agrícolas en Inglaterra, de 1849 a 1859. 
    ¿Cuáles fueron sus consecuencias? Los agricultores no pudieron subir el 
    valor del trigo, como les habría aconsejado nuestro amigo Weston, ni 
    siquiera su precio en el mercado. Por el contrario, tuvieron que resignarse 
    a verlo bajar. Pero, durante estos once años, introdujeron máquinas de todas 
    clases y aplicaron métodos más científicos, transformaron una parte de las 
    tierras de labor en pastizales, aumentaron la extensión de sus granjas, y 
    con ella la escala de la producción; y de este modo, haciendo disminuir por 
    estos y por otros medios la demanda de trabajo gracias al aumento de sus 
    fuerzas productivas, volvieron a crear una superpoblación relativa en el 
    campo. Tal es el método general con que opera el capital en los países 
    poblados de antiguo, para reaccionar, más rápida o más len- 
    pág. 72
    tamente, contra las subidas de salarios. Ricardo ha observado acertadamente 
    que la máquina está en continua competencia con el trabajo, y con harta 
    frecuencia sólo puede introducirse cuando el precio del trabajo sube hasta 
    cierto límite;[21] pero la aplicación de maquinaria no es más que uno de los 
    muchos métodos empleados para aumentar las fuerzas productivas del trabajo. 
    Este mismo proceso de desarrollo, que deja relativamente sobrante el trabajo 
    simple, simplifica por otra parte el trabajo calificado, y por tanto, lo 
    deprecia. 
        La misma ley se impone, además, bajo otra forma. Con el desarrollo de 
    las fuerzas productivas del trabajo, se acelera la acumulación del capital, 
    aun en el caso de que el tipo de salarios sea relativamente alto. De aquí 
    podría inferirse, como lo hizo Adam Smith, en cuyos tiempos la industria 
    moderna estaba aún en su infancia, que la acumulación acelerada del capital 
    tiene que inclinar la balanza a favor del obrero, por cuanto asegura una 
    demanda creciente de su trabajo. Situándose en el mismo punto de vista, 
    muchos autores contemporáneos se asombran de que, a pesar de haber crecido 
    en los últimos veinte años el capital inglés mucho más rápidamente que la 
    población inglesa, los salarios no hayan experimentado un aumento mayor. 
    Pero es que, simultáneamente con la acumulación progresiva, se opera un 
    cambio progresivo en cuanto a la composición del capital. La parte del 
    capital global formada por capital fijo: maquinaria, materias primas, medios 
    de producción de todo género, crece con mayor rapidez que la parte destinada 
    a salarios, o sea a comprar trabajo. Esta ley ha sido puesta de manifiesto, 
    bajo una forma más o menos precisa, por Mr. Barton, Ricardo, Sismondi, el 
    profesor Richard Jones, el profesor Ramsay, Cherbuliez y otros. 
    pág. 73
        Si la proporción entre estos dos elementos del capital era 
    originariamente de 1 : 1, al desarrollarse la industria será de 5 : 1, y así 
    sucesivamente. Si de un capital global de 600 se desembolsan 300 para 
    instrumentos, materias primas, etc., y 300 para salarios, para que pueda 
    absorber a 600 obreros en vez de 300, basta con doblar el capital global. 
    Pero, si de un capital de 600 se invierten 500 en maquinaria, materiales, 
    etc., y solamente 100 en salarios, para poder colocar a 600 obreros en vez 
    de 300, este capital tiene que aumentar de 600 a 3.600. Por tanto, al 
    desarrollarse la industria, la demanda de trabajo no avanza con el mismo 
    ritmo que la acumulación del capital. Aumentará, pero aumentará en una 
    proporción constantemente decreciente, comparándola con el incremento del 
    capital. 
        Estas pocas indicaciones bastarán para poner de relieve que el propio 
    desarrollo de la moderna industria contribuye por fuerza a inclinar la 
    balanza cada vez más en favor del capitalista y en contra del obrero, y que, 
    como consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista 
    no es a elevar el nivel medio de los salarios, sino, por el contrario, a 
    hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor del trabajo a su límite 
    mínimo. Siendo tal la tendencia de las cosas en este sistema, ¿quiere esto 
    decir que la clase obrera deba renunciar a defenderse contra las 
    usurpaciones del capital y cejar en sus esfuerzos para aprovechar todas las 
    posibilidades que se le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación? Si 
    lo hiciese, veríase degradada en una masa uniforme de hombres desgraciados y 
    quebrantados, sin salvación posible. Creo haber demostrado que las luchas de 
    la clase obrera por el nivel de los salarios son episodios inseparables de 
    todo el sistema del trabajo asalariado, que en el 99 por 100 de los casos 
    sus esfuerzos por elevar los salarios no son 
    pág. 74
    más que esfuerzos dirigidos a mantener en pie el valor dado del trabajo, y 
    que la necesidad de forcejar con el capitalista acerca de su precio va unida 
    a la situación del obrero, que le obliga a venderse a sí mismo como una 
    mercancía. Si en sus conflictos diarios con el capital cediesen 
    cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de 
    mayor envergadura. 
        Al mismo tiempo, y aun prescindiendo por completo del esclavizamiento 
    general que entraña el sistema del trabajo asalariado, la clase obrera no 
    debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. 
    No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de 
    estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero 
    no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. 
    No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable lucha 
    guerrillera, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o 
    por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, 
    aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente 
    las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la 
    reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de "¡Un 
    salario justo por una jornada de trabajo justa!", deberá inscribir en su 
    bandera esta consigna revolucionaria: "¡Abolición del sistema del trabajo 
    asalariado!" 
        Después de esta exposición larguísima y me temo que fatigosa, que he 
    considerado indispensable para esclarecer un poco nuestro tema principal, 
    voy a concluir, proponiendo la siguiente resolución: 
        1. Una subida general de los tipos de salarios acarrearía una baja de la 
    cuota general de ganancia, pero no afectaría, en términos generales, a los 
    precios de las mercancías. 
    pág. 75
        2. La tendencia general de la producción capitalista no es a elevar el 
    promedio standard del salario, sino a reducirlo. 
        3. Las tradeuniones trabajan bien como centros de resistencia contra las 
    usurpaciones del capital. Fracasan, en algunos casos, por usar poco 
    inteligentemente su fuerza. Pero, en general, fracasan por limitarse a una 
    guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de 
    esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas 
    organizadas como palanca para la emancipación final de la clase obrera; es 
    decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado. 
    
    

    
    
    




From Marx to Mao
            (English)
            Desde Marx
            hasta Mao
            Textos de
            Marx y Engels
            Apuntes sobre
            el texto abajo
            
    



    
    
    pág. 76
    
    
    NOTAS 
    
    
    
      [1] Esta obra es el texto de un discurso de Carlos Marx en inglés en las 
    sesiones del Consejo General de la Primera Internacional celebradas el 20 y 
    el 27 de junio de 1865. Este discurso se originó de las palabras 
    pronunciadas por John Weston, miembro del Consejo General, el 2 y el 23 de 
    mayo. Weston trató de comprobar con sus palabras que una elevación general 
    en el nivel de salarios no les traería provecho a los obreros y que, por 
    tanto, las tradeuniones tenían un efecto "perjudicial". El manuscrito de 
    Marx de este discurso se ha conservado. El discurso fue primero publicado en 
    Londres en 1898 por la hija de Marx, Eleanor Aveling bajo el título de 
    Valor, precio y ganancia, con un prefacio de Edward Aveling. En el 
    manuscrito, las observaciones preliminares y los primeros seis capítulos no 
    llevaban títulos, y fueron añadidos por Edward Aveling. El título empleado 
    en la presente edición es el comúnmente aceptado.    [pág. tít] 
      [2] Las leyes del máximo fueron promulgadas por la Convención Jacobina el 
    4 de mayo, el 11 y el 29 de septiembre de 1793 y el 20 de marzo de 1794, 
    durante la Revolución Francesa. Estas leyes fijaban los límites máximos de 
    los precios de las mercancías y los de los salarios.    [pág. 12] 
      [3] En septiembre de 1861 (1860 en el manuscrito de Marx), la Asociación 
    Británica para el Fomento de la Ciencia celebró su XXXI reunión anual en 
    Manchester, a la cual asistió Marx, entonces huésped de Engels en la ciudad. 
    W. Newmarch, presidente de la sección económica de la asociación, también 
    hizo uso de la palabra en la reunión, pero por un error cometido al correr 
    de la pluma, Marx le citó con el nombre de Newman. Presidiendo la reunión de 
    la sección, Newmarch pronunció un discurso titulado "Sobre qué extensión 
    resuenan los principios de tribulación incorporados en la legislación del 
    Reino Unido". (Véase Report of the Thirty-first Meeting of the British 
    Association for the Advancement of Science, Held at Manchester in September 
    1861, Londres, 862, pág. 230).    [pág. 13] 
      [4] Se refiere a la obra en seis volúmenes del economista británico Thomas 
    Tooke sobre la historia de la industria, el comercio y las finanzas. Se 
    publicaron separadamente bajo los siguientes títulos: A 
    pág. 77
    History of Prices, and of the State of the Circulation, from 1793 to 1837, 
    Vol. I-II, Londres, 1838; A History of Prices, and of the State of the 
    Circulation, in 1838 and 1839, Londres, 1840; A History of Prices, and of 
    the State of Circulation, from 1839 to 1847 inclusive, Londres, 1848; y T. 
    Tooke y W. Newmarch, A History of Prices, and of the State of the 
    Circulation, during the Nine Years 1848-1856, Vol. V-VI, Londres, 1857.    
    [pág. 13] 
      [5] Véase Robert Owen, Observations on the Effect of the Manufacturing 
    System, Londres, 1817, pág. 76. Este libro apareció por primera vez en 1815. 
       [pág. 13] 
      [6] La demolición extensiva de las viviendas de los obreros agrícolas tuvo 
    lugar a mediados del siglo XIX en Inglaterra, debido al febril desarrollo de 
    la industria capitalista y a la introducción del modo de producción 
    capitalista en la agricultura cuando había un "relativo exceso de 
    populación" en el campo. La demolicion extensiva de las viviendas se aceleró 
    por el hecho de que la cantidad de la contribución para socorrer a los 
    pobres pagada por un terrateniente dependia principalmente del número de los 
    indigentes que vivían en su tierra. Así, los terratenientes demolieron 
    deliberadamente esas viviendas que no necesitaban y en cambio podían ser 
    usadas como refugios por la población "excesiva". (Para detalles, véase 
    Carlos Marx, El Capital, t. I, cáp. XXIII-5-e, pág. 616, La Habana, 1965.)   
     [pág. 15] 
      [7] La Sociedad de las Artes establecida en Londres en 1754, fue una 
    institución educacional y filantrópica burguesa. La conferencia sobre Las 
    fuerzas aplicadas en la agricultura fue dictada por John Chalmers Morton, 
    hijo de John Morton, que murió en 1864.    [pág. 15] 
      [8] Las leyes cerealistas de la Gran Bretaña, que tenían por objeto 
    limitar o prohibir la importación de cereales, fueron introducidas en 
    provecho de los grandes terratenientes. La abrogación de dichas leyes por el 
    parlamento británico en junio de 1846 significaba una victoria para la 
    burguesía industrial que había luchado contra ellas bajo la consigna de 
    libre comercio.    [pág. 16] 
      [9] Véase David Ricardo, On the Principles of Political Economy, and 
    Taxation, Londres, 1821, pág. 26. La primera edición apareció en Londres en 
    1817.    [pág. 29] 
      [10] Benjamín Franklin, The Works, Vol. II, Boston, 1836. El ensayo 
    referido en el texto apareció en 1729.    [pág. 33] 
      [11] Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of 
    Nations, Edimbourg, 1814 Vol. I, pág. 93.    [pág. 39] 
      [12] Thomas Hobbes, "Leviathan: or, the Matter, Form, and Power of a 
    Commonwealth, Ecclesiastical and Civil", The English Works, Londres, 1839, 
    Vol. III, pág. 76.    [pág. 42] 
    pág. 78
      [13] Se refiere a las guerras libradas por Inglaterra desde 1793 a 1815 
    contra Francia durante el período de la Revolución burguesa de Francia a 
    fines del siglo XVIII. Durante estas guerras el gobierno británico 
    estableció un régimen de terror contra el pueblo trabajador. Durante este 
    período, en particular, se reprimieron varias insurrecciones populares y se 
    promulgaron leyes prohibiendo las asociaciones obreras.    [pág. 62] 
      [14] C. Marx hace alusion al folleto de Thomas Malthus titulado An Inquiry 
    into the Nature and Progress of Rent, and the Principles by which it is 
    regulated, Londres, 1815.    [pág. 62] 
      [15] Se refiere al folleto, An Essay on Trade and Commerce: containing 
    Observations on Taxes, publicado anónimamente en Londres en 1770. Se ha 
    atribuido a J. Cunningham.    [pág. 62] 
      [16] Se refiere al debate en el parlamento británico en febrero y marzo de 
    1832, acerca de la Ley de diez horas sobre el trabajo de los niños y 
    adolescentes, propuesta en 1831.    [pág. 62] 
      [17] Yaggernat es una encarnación del dios hindú Vishnu. El culto a 
    Yaggernat, caracterizado por pomposas ceremonias y fanatismo religioso, 
    solía manifestarse en el autotormento y la inmolación suicida. Durante las 
    fiestas tradicionales en honor de Yaggernat, la imagen de Vishnú-Yaggernat 
    se transportaba en un enorme carro a cuyo paso muchos creyentes se arrojaban 
    encontrando la muerte bajo sus ruedas.    [pág. 64] 
      [18] W. T. Thornton, Over-population and Its Remedy, Londres, 1846.    
    [pág. 68] 
      [19] Según las Leyes de Pobres, originalmente establecidas en Inglaterra 
    en el siglo XVI, cada parroquia recaudaba una cuota a sus vecinos para la 
    beneficencia. Aquellos que no podían mantenerse o mantener a su familia 
    acudían en busca de su auxilio.    [pág. 69] 
      [20] Véase el capitulo XXV del tomo I de El Capital, La Habana, 1965, pág. 
    701, nota 1: "Aquí, nos referimos a las verdaderas colonias, a territorios 
    virgenes colonizados por inmigrantes libres. Los Estados Unidos son todavía, 
    económicamente hablando, un país colonial de Europa. Por lo demás, también 
    entran en este concepto aquellas antiguas plantaciones en que la abolición 
    de la esclavitud ha venido a transformar de raiz la situación." Desde que en 
    todas las colonias la tierra se ha convertido en propiedad privada, han 
    quedado también cerradas las posibilidades para transformar a los obreros 
    asalariados en productores independientes.    [pág. 71] 
      [21] David Ricardo, On the Principles of Political Economy, and Taxation, 
    Londres, 1821, pág. 479.    [pág. 72] 




From Marx to Mao
            (English)
            Desde Marx
            hasta Mao
            Textos de
            Marx y Engels
            
    




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