El papel de la violencia en la historia

F. Engels
EL PAPEL DE LA VIOLENCIA
EN LA HISTORIA

EL PAPEL DE LA VlOLENCIA
  EN LA HISTORIA[1]
   
  Apliquemos ahora nuestra teoría a la historia contemporánea de Alemania y a su 
  práctica de la violencia a hierro y sangre. Veremos claramente la causa de que 
  la política de hierro y sangre había de tener éxito temporal y de que deba 
  hundirse por fin.
  En 1815, el Congreso de Viena[2] vendió y repartió Europa de tal manera que el 
  mundo entero pudo convencerse de la incapacidad total de los potentados y los 
  hombres de Estado. La guerra general de los pueblos contra Napoleón fue la 
  reacción del sentimiento nacional de todos los pueblos que éste pisoteara. En 
  recompensa, los príncipes y los diplomáticos del Congreso de Viena pisotearon 
  aún con más desprecio este sentimiento nacional. La dinastía más pequeña valía 
  más que el pueblo más grande. Alemania e Italia volvieron a ser fraccionadas 
  en pequeños Estados. Polonia fue desmembrada por cuarta vez, Hungría seguía 
  subyugada. Y no se puede decir siquiera que los pueblos hayan sido víctimas de 
  una injusticia: ¿por qué lo admitieron y por qué saludaron en el zar ruso[*] a 
  su liberador?
  Pero eso no podía durar mucho. Desde fines de la Edad Media, la historia 
  trabaja en el sentido de constituir en Europa grandes Estados nacionales. Sólo 
  Estados de ese tipo forman la organización política normal de la burguesía 
  europea en el poder y ofre-



  [*] Alejandro I. (N. de la Edit.)

   
  cen a la vez, la condición indispensable para el establecimiento de la 
  colaboración internacional armoniosa entre los pueblos, sin la cual es 
  imposible el poder del proletariado. Para asegurar la paz internacional, es 
  preciso primero eliminar todos los roces nacionales evitables, es preciso que 
  cada pueblo sea independiente y señor en su casa. Y, efectivamente, con el 
  desarrollo del comercio, de la agricultura, de la industria y, a la vez, del 
  poderío social de la burguesía, el sentimiento nacional se había elevado en 
  todas partes, y las naciones dispersas y oprimidas exigían unidad e 
  independencia.
  Por ello, en todas partes, excepto Francia, la meta de la revolución de 1848 
  era satisfacer las reivindicaciones nacionales a la par que las exigencias de 
  libertad. Pero, detrás de la burguesía, que merced al primer asalto, se vio 
  victoriosa, se alzaba por doquier la figura amenazante del proletariado, con 
  cuyas manos, en realidad, había sido lograda la victoria, y eso puso a la 
  burguesía en los brazos del adversario recién vencido, en los brazos de la 
  reacción monárquica, burocrática, semifeudal y militar, de cuyas manos 
  sucumbió la revolución de 1849. En Hungría, donde las cosas ocurrieron de otro 
  modo, entraron los rusos y aplastaron la revolución. Sin contentarse con eso, 
  el zar se fue a Varsovia y se erigió en árbitro de Europa. Nombró a Cristiano 
  de Glucksburg, su dócil criatura, para la sucesión del trono de Dinamarca. 
  Humilló a Prusia como ésta jamás había sido humillada, prohibiéndole hasta los 
  más tímidos deseos de explotar las tendencias alemanas a la unidad, 
  constriñiéndola a restaurar la Dieta federal[3] y a someterse a Austria. Todo 
  el resultado de la revolución se redujo, por tanto, a primera vista, a la 
  instauración en Austria y Prusia de un gobierno de la forma constitucional, 
  pero en el espíritu viejo. El zar ruso se hizo amo y señor de Europa aún más 
  que antes.
  Pero, en realidad, la revolución sacó de un solo poderoso golpe a la 
  burguesía, incluso en los países desmembrados y, en particular, en Alemania, 
  de la vieja rutina tradicional. La burguesía logró una participación, aunque 
  modesta, en el poder político, y cada éxito político suyo lo utiliza en 
  beneficio del ascenso industrial. El <>[4], que felizmente había 
  pasado, mostró a la burguesía de una manera palpable que debía poner fin de 
  una vez y para siempre al letargo y a la indolencia de otros tiempos. A raíz 
  de la lluvia de oro de California y de Australia[5] y de otras circunstancias 
  se produjo una inusitada ampliación de las relaciones comerciales mundiales y 
  una animación en los negocios jamás vista; lo único que había que hacer era no 
  perder la ocasión y asegurarse uno su participación. La gran industria, cuyas 
  bases habían sido sentadas desde 1830 y, sobre todo, desde 1840 en el Rin, en 
  Sajonia, en Silesia, en Berlín y en algunas ciudades del Sur,
  
  comenzó a extenderse y a perfeccionarse rápidamente; la industria a domicilio 
  en los cantones se extendía más y más. La construcción de ferrocarriles se 
  aceleró, y el enorme crecimiento de la emigración creó una línea 
  transatlántica alemana que no necesitaba subvenciones. Los comerciantes 
  alemanes comenzaron a afianzarse en proporciones mayores que nunca en todas 
  las plazas comerciales ultramarinas; se erigieron en intermediarios de una 
  parte cada vez más importante del comercio mundial, comenzando poco a poco a 
  atender las ventas no sólo de los artículos ingleses, sino también alemanes.
  Pero, la división de Alemania en pequeños Estados con sus distintas y 
  múltiples legislaciones del comercio y los oficios había de convertirse pronto 
  en traba insoportable para esa industria cuyo nivel se había elevado 
  inmensamente, y para el comercio que dependía de ella!. ¡Cada dos millas un 
  derecho comercial distinto, por doquier condiciones diferentes en el ejercicio 
  de una misma profesión, en todas partes cada vez nuevas triquiñuelas, nuevas 
  trampas burocráticas y fiscales y, con frecuencia, barreras gremiales, contra 
  las que no ayudaban ni siquiera las patentes oficiales! ¡Además, las numerosas 
  legislaciones locales, las limitaciones del derecho de estancia que impedían a 
  los capitalistas trasladar en suficiente cantidad la mano de obra que se 
  hallaba a su disposición allí donde el mineral, el carbón, la fuerza 
  hidráulica y otros recursos naturales permitían establecer empresas 
  industriales! La posibilidad de explotar libremente la mano de obra masiva del 
  país fue la primera condición del progreso industrial; pero, en todas partes 
  en las que el industrial patriota reunía a obreros procedentes de todos los 
  confines, la policía y la asistencia pública se oponían al establecimiento de 
  los inmigrados. Un derecho civil alemán, la completa libertad de domicilio 
  para todos los ciudadanos del Imperio, una legislación industrial y comercial 
  única no eran ya fantasías patrióticas de estudiantes exaltados, sino que 
  constituían las condiciones de existencia necesarias para la industria.
  Además, en cada Estado, incluso enano, había su propia moneda, regían 
  distintos sistemas de pesas y medidas, hasta dos o tres en un mismo Estado. Y 
  de todas estas innumerables monedas, medidas o pesas ninguna era reconocida en 
  el mercado mundial. ¿Podía acaso extrañar que los comerciantes y los 
  industriales que tenían que presentarse en el mercado mundial o hacer la 
  competencia a las mercancías importadas debiesen usar monedas, medidas y pesas 
  extranjeras, además de las propias; que el hilado de algodón se pesase en 
  libras inglesas, los tejidos de seda se fabricasen en metros, las cuentas para 
  el extranjero se estableciesen en libras esterlinas, en dólares y en francos? 
  ¿Cómo podían surgir gran-
  
  des establecimientos de crédito sobre la base de sistemas monetarios de tan 
  limitada propagación, aquí con billetes de banco en gúldenes, allí en táleros 
  prusianos, al lado en táleros de oro, en táleros a <>, en 
  marco de banco, en marco corriente, en monedas de veinte y de veinticuatro 
  gúldenes, y todo acompañado de infinitos cálculos y fluctuaciones del cambio?
  Incluso cuando se lograba superar, en fin, todo eso, ¡cuántas fuerzas costaban 
  todos estos roces, cuánto dinero se perdía y tiempo! Y en Alemania se comenzó 
  también, por fin, a comprender que, en nuestros días, el tiempo es dinero.
  La joven industria alemana debía mostrar lo que valía en el mercado mundial: 
  sólo podía crecer mediante la exportación. Pero, para ello debía contar en el 
  extranjero con la protección del derecho internacional. El comerciante inglés, 
  francés o norteamericano podía permitirse en el extranjero incluso más que en 
  su casa. La legación de su país intervendría en favor suyo y, en caso de 
  necesidad, intervendrían varios buques de guerra. ¿Y el comerciante alemán? El 
  austríaco podía aún contar hasta cierto grado con su legación en el Levante, 
  pues en otros lugares no le ayudaba mucho. Pero, cuando un comerciante 
  prusiano se quejaba en su embajada de alguna injusticia de que había sido 
  víctima, le respondían siempre: <<¡Lo tiene bien merecido! ¿Qué hace usted 
  aquí? ¿Por qué no se queda tranquilamente en su casa?>> Y el súbdito de algún 
  Estado pequeño no gozaba de derecho alguno en ninguna parte. Dondequiera que 
  llegasen los comerciantes alemanes se hallaban siempre bajo una protección 
  extranjera —francesa, inglesa, norteamericana— o tenían que naturalizarse 
  rápidamente en su nueva patria[*]. Incluso si su legación quisiese intervenir 
  en favor de ellos, ¿qué ayudaría? A los propios cónsules y embajadores 
  alemanes les trataban como a unos limpiabotas.
  De ahí se ve que las aspiraciones de una <> única tenían una base muy 
  material. No era ya la aspiración nebulosa de las corporaciones de estudiantes 
  reunidos en sus festejos de Wartburg[6], cuando <> y cuando, como se dice en una canción con música 
  francesa, <>[**], a fin de restaurar la romántica pompa imperial de la Edad Media; 
  y, al declinar los años, ese joven ardiente se convertía en un criado 
  corriente, pietista y absolutista, de su príncipe. No era ya un llamamiento a 
  la unidad, mucho más terrenal, de los abogados y otros ideólogos burgueses de 
  la fiesta de los liberales de Hambach[7], que se creían que amaban la libertad 
  y la unidad como tales, sin



  [*] Glosa marginal de Engels, a lápiz: <>. (N. de la Edit.)
  [**] Ambas citas han sido tomadas de la poesía de C. Hinkel La canción de la 
  Unión. (N. de la Edit.)
  
  darse cuenta de que la helvetización de Alemania para formar una república de 
  pequeños cantones, a lo que se reducían los ideales de los más sensatos de 
  ellos, era tan imposible como el Imperio de Hohenstaufen de los mencionados 
  estudiantes. No, era el deseo del comerciante práctico y de los industriales, 
  nacido de la necesidad inmediata de los negocios, de barrer la basura legada 
  por la historia de los pequeños Estados, que obstruía el camino del libre 
  desarrollo del comercio y la industria, de suprimir todos los impedimentos 
  superfluos que esperaban al negociante alemán en su tierra si quería 
  presentarse en el mercado mundial y de los que estaban libres todos sus 
  rivales. La unidad alemana devino una necesidad económica. Y los que la 
  reivindicaban ahora sabían lo que querían. Habían sido formados en el comercio 
  y para el comercio, se entendían y sabían cómo había que ponerse de acuerdo. 
  Sabían que se debía pedir altos precios, pero que también se debía bajarlos 
  sin mucho regateo. Cantaban acerca de la <>, incluidas 
  Estiria, Tirol y Austria <>[*], así como:
      <>[**].
  Y, de pagarse al contado, estaban dispuestos a bajar una parte considerable 
  —del 25 al 30 por ciento— de esa patria que debía ser cada vez mayor[***]. Su 
  plan de unificación estaba hecho y podía ponerse en práctica inmediatamente.
  Pero, la unidad de Alemania no era una cuestión puramente alemana. Desde la 
  guerra de los Treinta años[8], ningún asunto público alemán se había decidido 
  sin la injerencia, muy sensible, del extranjero[****]. En 1740, Federico II 
  conquistó la Silesia con ayuda de los franceses. En 1803, Francia y Rusia 
  dictaron palabra por palabra la reorganización del Sacro Imperio Romano por 
  decisión de la diputación imperial[10]. Luego, Napoleón implantó en Alemania 
  un orden de cosas que respondía a sus intereses. Finalmente, en el Congreso de 
  Viena[*****], bajo la influencia de Rusia principalmente y de Inglaterra y 
  Francia, fue dividida en treinta



  [*] De la poesía de E. M. Arndt Des Deutschen Vaterland. (N. de la Edit.)
  [**] Hoffman von Fallersleben, Lied der Deutschen. (<>). (N. de la Edit.)
  [***] Véase la poesía de E. M. Arndt Des Deutschen Vaterland. (N. de la Edit.)
  [****] Glosa marginal de Engels, a lápiz: <>[9]. (N. de la Edit.)
  [*****] En el manuscrito se lee la siguiente glosa de Engels hecha a mano: 
  <>. (N. de la Edit.)
  
  y seis Estados y más de doscientas parcelas de territorio grandes y pequeños, 
  y las dinastías alemanas, exactamente igual que en la Dieta de Ratisbona de 
  1802 a 1803[11], ayudaron lealmente a eso y agravaron aún más el 
  desmembramiento del país. Por si fuera poco, unos trozos de Alemania fueron 
  entregados a príncipes extranjeros. Así, Alemania, además de impotente y sin 
  recursos, desgarrada por discordias intestinas, se encontró condenada a la 
  nulidad desde el punto de vista político, militar e incluso industrial. Peor 
  aún, Francia y Rusia, por precedentes repetidos, se tomaron el derecho a 
  desmembrar Alemania, de la misma manera que Francia y Austria se arrogaron el 
  de cuidar de que Italia permaneciese dividida. De este derecho imaginario se 
  valió el zar Nicolás en 1850, al impedir del modo más grosero todo cambio de 
  la Constitución, exigió y logró el restablecimiento de la Dieta federal, 
  símbolo de la impotencia de Alemania.
  Por tanto, no hubo de reconquistar la unidad de Alemania sólo en lucha contra 
  los príncipes y otros enemigos del interior, sino también contra el 
  extranjero. O incluso más: con la ayuda del extranjero. Y ¿cuál era a la sazón 
  la situación en el extranjero?
  En Francia, Luis Bonaparte había aprovechado la lucha entre la burguesía y la 
  clase obrera para subir a la presidencia con la ayuda de los campesinos, y al 
  trono imperial con la ayuda del ejército. Sin embargo, un nuevo emperador, 
  Napoleón, llevado al trono por el ejército en las fronteras de la Francia de 
  1815 era un aborto. El Imperio napoleónico renacido significaba la expansión 
  de Francia hasta el Rin, la realización del sueño tradicional del chovinismo 
  francés. Pero, en los primeros tiempos, no cabía hablar de la toma del Rin por 
  Bonaparte; toda tentativa en este sentido hubiera tenido como consecuencia una 
  coalición europea contra Francia. Mientras tanto se ofreció una ocasión para 
  aumentar la potencia de Francia y conseguir nuevos laureles al ejército 
  mediante una guerra, emprendida con el asenso de casi toda Europa, contra 
  Rusia, la cual se había aprovechado del período revolucionario en Europa 
  Occidental para apoderarse con toda tranquilidad de los principados del 
  Danubio y preparar una nueva guerra de conquista contra Turquía. Inglaterra se 
  alió a Francia, Austria adoptó una actitud favorable respecto de las dos, sólo 
  la heroica Prusia seguía besando el knut ruso, con el cual todavía ayer la 
  fustigaban, y mantenía una neutralidad benevolente hacia Rusia. Pero ni 
  Inglaterra ni Francia buscaban una victoria seria sobre el adversario, y, por 
  eso, la guerra terminó con una humillación muy ligera de Rusia y con una 
  alianza ruso-francesa contra Austria[*].



  [*] La guerra de Crimea fue una comedia colosal única de errores, en la que 
  uno se preguntaba ante cada escena nueva: ¿quién será ahora el engañado? Pero 
  la comedia costó inestimables recursos y más de un millón de vidas (continúa 
  en la ) humanas. Apenas comenzó la lucha, Austria entró en los 
  principados danubianos; los rusos se replegaron frente a ella y, por tanto, 
  mientras Austria permanecía neutral, una guerra contra Turquía en la frontera 
  terrestre de Rusia era imposible. Pero se podía tener a Austria como aliada en 
  una guerra en las fronteras rusas sólo en el caso de que la guerra se librase 
  en serio con el fin de restaurar Polonia y de hacer retroceder para mucho 
  tiempo la frontera occidental de Rusia. Entonces, Prusia, a través de la cual 
  Rusia recibía aún todas las mercancías importadas, se vería obligada a 
  adherirse, Rusia se encontraría bloqueada tanto por tierra como por mar y 
  habría de sucumbir rápidamente. Pero no era ésa la intención de los aliados. 
  Al contrario, ellos se sentían felices de haber descartado todo peligro de una 
  guerra seria. Palmerston aconsejó trasladar el teatro de operaciones a Crimea, 
  lo que deseaba la propia Rusia, y Luis Napoleón lo consintió de muy buen 
  grado. En Crimea, la guerra sólo podía ser una apariencia de guerra, y en tal 
  caso todos los participantes principales quedarían satisfechos. Pero, el 
  emperador Nicolás se metió en la cabeza la idea de que era necesario librar en 
  ese teatro una guerra seria, habiendo olvidado que, si bien era un terreno 
  propicio para una apariencia de guerra, no lo era para una guerra de verdad. 
  Lo que constituía la fuerza de Rusia en la defensa —la enorme extensión de su 
  territorio poco poblado, impracticable y pobre en recursos de abastecimiento— 
  se volvía en contra de ella en una guerra ofensiva, y eso no se manifestaba en 
  ninguna parte con más fuerza que precisamente en la dirección de Crimea. Las 
  estepas de la Rusia meridional, que debían ser la sepultura de los agresores, 
  se convirtieron en sepultura de los ejércitos rusos que Nicolás lanzaba unos 
  tras otros con estúpida brutalidad contra Sebastopol hasta la mitad del 
  invierno. Y cuando la última columna, formada de prisa y corriendo, 
  pertrechada a duras penas, miserablemente abastecida, perdió en el camino dos 
  tercios de sus efectivos (batallones enteros sucumbían en las tempestades de 
  nieve), cuando el resto del ejército no era ya capaz de expulsar al enemigo 
  del suelo ruso, el cabeza de chorlito de Nicolás perdió miserablemente el 
  ánimo y se envenenó. Desde este momento, la guerra volvió a ser una guerra 
  ficticia y se marchó hacia la conclusión de la paz.
  
  La guerra de Crimea hizo de Francia la potencia dirigente de Europa, y al 
  aventurero Luis Napoleón, el héroe del día, lo que, en verdad, no quiere decir 
  gran cosa. Pero, la guerra de Crimea no aportó aumento de territorio a 
  Francia, por cuya razón iba preñada de una nueva guerra, en la que Luis 
  Napoleón debía satisfacer su verdadera vocación de <>[*]. Esta nueva guerra fue preparada ya en el curso de la 
  primera, cuando Cerdeña recibió el permiso de unirse a la alianza occidental 
  como satélite de la Francia imperial y especialmente como avanzadilla de éste 
  contra Austria; la preparación de la guerra prosiguió al concluirse la paz 
  mediante el acuerdo de Luis Napoleón con Rusia[12], a la que nada era más 
  agradable que un castigo para Austria.
  Luis Napoleón se hizo el ídolo de la burguesía europea. Y no sólo merced a la 
  <> del 2 de diciembre de 185[13], con la que, la 
  verdad sea dicha, puso fin al poder político



  [*] Engels emplea aquí la expresión: <>, que era parte del 
  título de los emperadores del Sacro Imperio Romano en la Edad Media. (N. de la 
  Edit.)
  
  de la burguesía, pero con tal de salvar el poder social de la misma; no sólo 
  por haber mostrado que, en las condiciones favorables, el sufragio universal 
  podía ser transformado en un instrumento de opresión de las masas; no sólo 
  porque, bajo su reinado, la industria, el comercio y, sobre todo, la 
  especulación y la Bolsa alcanzaron una prosperidad inaudita; sino, ante todo, 
  porque la burguesía reconocía en él al primer <> que 
  era la carne de su carne y la sangre de su sangre. Era un advenedizo, como 
  cualquier auténtico burgués. <>, conspirador 
  carbonario en Italia, oficial de artillería en Suiza, distinguido vagabundo 
  endeudado y agente de la policía especial en Inglaterra[14], pero siempre y en 
  todas partes pretendiente al trono, con su pasado aventurero y con sus 
  compromisos morales en todos los países, se había preparado para el papel de 
  emperador de Francia y regidor de los destinos de Europa. Así, el burgués 
  ejemplar, el burgués norteamericano, se prepara a devenir millonario mediante 
  una serie de bancarrotas honestas y fraudulentas. Llegado a emperador, además 
  de subordinar la política a los intereses del lucro capitalista y de la 
  especulación bursátil, se atenía en la política misma a los principios de la 
  Bolsa de valores y especulaba con el <>. El 
  desmembramiento de Alemania y de Italia habían sido hasta entonces un derecho 
  inalienable de la política francesa: Luis Napoleón se puso inmediatamente a la 
  venta al por menor de ese derecho a cambio de las llamadas compensaciones. 
  Estaba dispuesto a ayudar a Italia y Alemania a poner fin a su desmembramiento 
  a condición de que Alemania e Italia le pagasen cada una su paso hacia la 
  unificación nacional con concesiones territoriales. Eso, además de satisfacer 
  el chovinismo francés y de llevar a la extensión progresiva del Imperio hasta 
  las fronteras de 1801[15], volvía a hacer de Francia una potencia 
  específicamente ilustrada y liberadora de los pueblos y colocaba a Luis 
  Napoleón en la situación de protector de las nacionalidades oprimidas. Y toda 
  la burguesía ilustrada e inspirada en ideas nacionales (puesto que estaba 
  vivamente interesada en suprimir todo lo que podía obstaculizar los negocios 
  en el mercado mundial) aclamó unánime ese espíritu de liberación universal.
  Se comenzó en Italia[*]. Aquí imperaba, desde 1849, de modo absoluto, Austria, 
  pero, ésta era, a la sazón, la cabeza de turco de toda Europa. La pobreza de 
  los resultados de la guerra de Crimea no se imputaba a la indecisión de las 
  potencias occidentales, que no habían querido más que una guerra de 
  ostentación, sino sólo a la posición indecisa de Austria, en la que nadie 
  tenía más culpa que dichas potencias mismas. Pero Rusia se sentía tan ofendida



  [*] Glosa marginal de Engels, a lápiz: <>. (N. de la Edit.)
  
  por el avance de los austríacos hacia el Prut —gratitud por la ayuda rusa en 
  Hungría en 1849 (aunque precisamente este avance la salvó)—, que acogía con 
  placer cualquier ataque a Austria. Con Prusia no se contaba ya para nada, y en 
  el Congreso de la paz de París[16] la trataron en canaille. Así, la guerra de 
  liberación de Italia <>, emprendida con la colaboración de 
  Rusia, se inició en la primavera de 1859 y terminó ya en verano en el Mincio. 
  Austria no fue arrojada de Italia, Italia no se vio <> y no fue unificada, Cerdeña aumentó su territorio; pero Francia 
  obtuvo Saboya y Niza, llegando así a sus fronteras con la Italia de 1801[17].
  Pero, los italianos no quedaron satisfechos. En Italia dominaba la manufactura 
  propiamente dicha, y la gran industria se hallaba en pañales. La clase obrera 
  estaba aún lejos de ser completamente expropiada y proletarizada; en las 
  ciudades poseía aún sus propios medios de producción, mientras que, en el 
  campo, el trabajo industrial suponía un ingreso secundario de los pequeños 
  campesinos propietarios o arrendatarios. Por eso, la energía de la burguesía 
  no había sido todavía socavada por el antagonismo de un proletariado moderno 
  consciente de sus intereses de clase. Y por cuanto la división en Italia no se 
  mantenía más que por la dominación extranjera de Austria, bajo cuya protección 
  los abusos de los príncipes llegaron al extremo del mal gobierno, la nobleza, 
  propietaria de grandes extensiones de tierra, y las masas populares urbanas 
  estuvieron al lado de la burguesía, campeona de la independencia nacional. 
  Pero, en 1859, se sacudió la dominación extranjera, excepto en Venecia; 
  Francia y Rusia impidieron en lo sucesivo toda injerencia extranjera en 
  Italia; nadie la temía más. E Italia tenía en la persona de Garibaldi a un 
  héroe de carácter clásico, que podía hacer y hacía milagros. Acompañado de mil 
  voluntarios derrocó todo el reino de Nápoles, unificó prácticamente a Italia y 
  rompió la red artificial tramada por la política de Bonaparte. Italia estaba 
  libre y, en realidad, unificada, pero no merced a las intrigas de Luis 
  Napoleón, sino a la revolución.
  Desde la guerra de Italia, la política exterior del Segundo Imperio no era ya 
  secreto para nadie. Los vencedores del gran Napoleón debían ser castigados, 
  pero, l'un aprËs l'autre, uno tras otro. Rusia y Austria ya recibieron lo 
  suyo, ahora el turno era de Prusia. Y a ésta la despreciaban más que nunca; su 
  política durante la guerra de Italia había sido cobarde y miserable, igual que 
  en los tiempos de la paz de Basilea de 1795[18]. La <>[19] había llevado a Prusia a una situación en que ésta se vio 
  completamente aislada en Europa, todos sus vecinos grandes y pequeños se 
  alegraban con la idea del espectáculo de la Prusia derrotada completamente y 
  al ver que sus manos
  
  estaban libres sólo para ceder a Francia la orilla izquierda del Rin.
  En efecto, durante los primeros años que siguieron al de 1859, por doquier y, 
  más que nada, en el propio Rin se propagó el convencimiento de que la orilla 
  izquierda del Rin pasaba irrevocablemente a manos de Francia. Cierto es que no 
  se ansiaba mucho ese paso, pero se le consideraba fatalmente inevitable y, la 
  verdad sea dicha, no se le temía mucho. Renacían entre los campesinos y los 
  pequeños burgueses de la ciudad los viejos recuerdos de los tiempos franceses, 
  que les habían traído efectivamente la libertad; y entre la burguesía, la 
  aristocracia financiera, sobre todo la de Colonia, estaba ya muy ligada a las 
  fullerías del <>[20] y otras compañías bonapartistas 
  fraudulentas, y exigía a voz en cuello la anexión[*].
  Pero la pérdida de la orilla izquierda del Rin significaría el debilitamiento, 
  no sólo de Prusia, sino también de Alemania. Y Alemania estaba más dividida 
  que nunca. El enajenamiento entre Austria y Prusia llegó al extremo debido a 
  la neutralidad de esta última durante la guerra de Italia; la pequeña chusma 
  de príncipes miraba, con miedo y ansia a la vez, a Luis Napoleón, como 
  protector futuro de una nueva Confederación del Rin[21]. Tal era la situación 
  de la Alemania oficial. Y eso ocurría cuando sólo las fuerzas mancomunadas de 
  toda la nación estaban en condiciones de impedir el desmembramiento del país.
  Ahora bien, ¿cómo mancomunar las fuerzas de toda la nación? Quedaban tres 
  caminos abiertos después del fracaso de los intentos de 1848, casi todos 
  nebulosos, fracaso que disipó precisamente muchas nubes.
  El primer camino era el de la verdadera unificación del país mediante la 
  supresión de todos los Estados separados, es decir, era un camino abiertamente 
  revolucionario. En Italia, ese camino acababa de llevar a la meta: la dinastía 
  de Saboya se puso al lado de la revolución, apropiándose de ese modo la corona 
  italiana. Pero nuestros saboyanos alemanes, los Hohenzollern, lo mismo que sus 
  Cavours más audaces ý la Bismarck eran absolutamente incapaces para tanto. El 
  pueblo tendría que hacerlo él mismo, y en una guerra por la orilla izquierda 
  del Rin sabría hacer todo lo necesario. La inevitable retirada de los 
  prusianos al otro lado del Rin, el asedio de las plazas fuertes renanas y la 
  traición de los príncipes de Alemania del Sur, que hubiera sucedido induda-



  [*] Marx y yo hemos tenido más de una ocasión para convencernos sobre el 
  terreno de que ese era el estado de ánimo a la sazón en Renania. Los 
  industriales de la orilla izquierda me preguntaban, entre otras cosas, cómo 
  repercutiría en sus empresas el paso a las tarifas aduaneras francesas.
  
  blemente, podían originar un movimiento nacional capaz de hacer añicos todo el 
  poder de los dinastas. Y entonces, Luis Napoleón hubiera sido el primero en 
  envainar la espada. El Segundo Imperio sólo podía luchar contra Estados 
  reaccionarios, frente a los que aparecía como continuador de la revolución 
  francesa, como liberador de los pueblos. Contra un pueblo que se hallaba en 
  estado de revolución era impotente; además, la revolución alemana victoriosa 
  podía dar un impulso al derrocamiento de todo el Imperio francés. Este sería 
  el caso más favorable; en el peor de los casos, si los príncipes se pusiesen 
  al frente del movimiento, la orilla izquierda del Rin se entregaría 
  temporalmente a Francia, se denunciaría ante el mundo entero la traición 
  activa o pasiva de los dinastas y se crearía una crisis de la que no habría 
  otra salida que la revolución, la expulsión de los príncipes y la instauración 
  de la República alemana única.
  Tal y como estaban las cosas, Alemania sólo podía emprender ese camino de la 
  unificación si Luis Napoleón comenzase la guerra por la frontera del Rin. Pero 
  esta guerra no tuvo lugar por razones que expondremos más adelante. Mientras 
  tanto, tampoco el problema de la unificación nacional dejaba de ser una 
  cuestión urgente y vital que había que resolver de un día para otro so pena de 
  hundimiento. La nación podía esperar hasta cierto momento.
  El segundo camino era la unificación bajo la hegemonía de Austria. Austria 
  había conservado en 1815 de buen grado su situación de Estado con territorio 
  compacto y redondeado impuesta por las guerras napoleónicas. No pretendía más 
  a sus posesiones anteriores en Alemania del Sur y se contentaba con que se le 
  juntaran antiguos y nuevos territorios que se pudiesen ajustar geográfica y 
  estratégicamente al núcleo restante de la monarquía. La separación de la 
  Austria alemana del resto de Alemania, iniciada con la implantación de 
  barreras aduaneras por José II, agravada por el régimen policíaco de Francisco 
  I en Italia y llevada al extremo por la disolución del Imperio germánico y la 
  formación de la Confederación del Rin, se mantuvo, prácticamente, en vigor 
  incluso después de 1815. Metternich levantó entre su Estado y Alemania una 
  verdadera muralla china. Las tarifas aduaneras impedían la entrada de 
  productos materiales de Alemania, la censura, los espirituales; las más 
  inverosímiles restricciones en materia de pasaportes limitaban al extremo 
  mínimo las relaciones personales. En el interior, un absolutismo arbitrario, 
  único incluso en Alemania, aseguraba al país contra todo movimiento político, 
  hasta el más débil. De ese modo, Austria permanecía al margen de todo 
  movimiento liberal burgués de Alemania. En 1848 se vinieron por tierra, en su 
  mayor parte, al menos, las barreras espirituales que se habían levantado entre 
  ellas; pero los acontecimientos
  
  de ese año y sus consecuencias no podían en absoluto contribuir a la 
  aproximación entre Austria y el resto de Alemania; al contrario, Austria se 
  jactaba más y más de su situación de gran potencia independiente. Y por eso, 
  aunque se quería a los soldados austríacos en las fortalezas federales[22], 
  mientras se odiaba y se burlaba de los prusianos, y aunque en todo el Sur y 
  Oeste, preferentemente católicos, Austria era todavía popular y gozaba de 
  respeto, nadie pensaba en serio en la unificación de Alemania bajo la 
  dominación de Austria, salvo unos que otros príncipes de Estados alemanes 
  pequeños y medios.
  Y no podía ser de otro modo. Austria misma no deseaba otra cosa, aunque 
  siguiese alentando a la chita callando anhelos románticos imperiales. La 
  frontera aduanera austríaca se hizo con el tiempo la única barrera material de 
  separación en Alemania, lo que la hacía tanto más sensible. La política de 
  gran potencia independiente no tenía sentido si no significaba el abandono de 
  los intereses alemanes en favor de los específicamente austríacos, es decir, 
  italianos, húngaros, etc. Lo mismo que antes de la revolución, después de 
  ésta, Austria era el Estado más reaccionario de Alemania, la que más a 
  regañadientes seguía la corriente moderna; además, era la última gran potencia 
  específicamente católica. Cuanto más el Gobierno de Marzo[23] trataba de 
  restaurar el viejo poder de los curas y los jesuitas, más se hacía imposible 
  su hegemonía sobre un país protestante en uno o dos tercios. Y, finalmente, la 
  unificación de Alemania bajo la dominación austríaca sólo hubiera sido posible 
  como resultado del desmembramiento de Prusia. Eso, de por sí, no hubiera 
  significado una desgracia para Alemania, pero el desmembramiento de Prusia por 
  Austria no hubiera sido menos funesto que el desmembramiento de Austria por 
  Prusia en la víspera de la inminente victoria de la revolución en Rusia 
  (después de la cual no tenía sentido desmembrar a Austria, que había de 
  desmoronarse por sí misma).
  Dicho en breves palabras, la unidad alemana bajo el auspicio de Austria era un 
  sueño romántico que se hizo ver como tal cuando los príncipes alemanes, 
  pequeños y medios, se reunieron en Francfort, en 1863, para proclamar al 
  emperador Francisco José de Austria emperador de Alemania. El rey de Prusia[*] 
  se limitó a no venir, y la comedia imperial se cayó miserablemente al agua.
  Quedaba el tercer camino: la unificación bajo la dirección de Prusia. Y este 
  camino, que ha seguido efectivamente la historia, nos hace bajar del dominio 
  de la especulación al suelo firme, aunque bastante sucio, de la política 
  práctica, de la <>[24].



  [*] Guillermo I. (N. de la Edit.)
  
  Después de Federico II, Prusia veía en Alemania, al igual que en Polonia, un 
  simple territorio de conquista, territorio del que uno toma todo lo que puede, 
  pero que, como es lógico, hay que compartir con otros. El reparto de Alemania 
  con la participación del extranjero —Francia en primer término—, tal era la 
  <> de Prusia desde 1740. <> (creo que voy hacer su juego de 
  usted; si me tocan los ases, los repartiremos), tales fueron las palabras de 
  Federico al despedirse del embajador francés[*], cuando emprendía la primera 
  guerra[25]. Fiel a esa <>, Prusia traicionó a Alemania en 
  1795, al concertarse la paz de Basilea, consintiendo de antemano (el tratado 
  del 5 de agosto de 1796) ceder la orilla izquierda del Rin a los franceses a 
  cambio de la promesa de aumento de territorio y obtuvo, efectivamente, una 
  recompensa por su traición al Imperio, por acuerdo de la decisión de la 
  diputación imperial dictado por Rusia y Francia. En 1808 volvió a hacer 
  traición a sus aliados, a Rusia y Austria, en cuanto Napoleón la llamó 
  ostentando Hannover como cebo —y ella lo mordió—, pero se enredó tanto en su 
  propia y estúpida astucia que se vio arrastrada a la guerra contra Napoleón y 
  recibió en Jena el castigo que merecía[26]. Federico Guillermo III, aún bajo 
  la impresión de esos golpes, hasta después de las victorias de 1813 y 1814 
  quiso renunciar a todas las plazas exteriores del Oeste de Alemania, limitarse 
  a las posesiones del Nordeste de Alemania, retirarse, como Austria, lo más 
  lejos posible de Alemania, lo cual convertiría a toda la Alemania Occidental 
  en una nueva Confederación del Rin bajo la dominación protectora rusa o 
  francesa. El plan no tuvo éxito: a despecho de la voluntad del rey, Westfalia 
  y Renania le fueron impuestas y con ellas una nueva <>.
  Ahora se acabó temporalmente con las anexiones, sin contar la compra de 
  mínimos trozos de territorio. En el país volvió a florecer progresivamente la 
  vieja administración de los junkers y los burócratas; las promesas de 
  Constitución dadas al pueblo en el momento de la extrema agravación de la 
  situación se vulneraban con pertinacia. Pero, con todo y con eso, la burguesía 
  se elevaba sin cesar incluso en Prusia, ya que sin industria y sin comercio 
  hasta el arrogante Estado prusiano se reducía ahora a cero. Hubo de hacer 
  concesiones económicas a la burguesía lentamente, con una resistencia tenaz y 
  en dosis homeopáticas. Y, de un lado, estas concesiones le ofrecían a Prusia 
  la perspectiva de apoyo a la <>: de esta manera, Prusia, para 
  suprimir las fronteras aduaneras ajenas entre sus dos mitades, invitó a los 
  Estados alemanes vecinos a formar la unión aduanera. Así surgió la Unión



  [*] Beauvau. (N. de la Edit.)
  
  aduanera que no fue más que una buena intención hasta 1830 (sólo 
  Hesse-Darmstadt entró en ella), pero luego, a medida que se fue acelerando 
  algo el desarrollo político y económico, anexionó económicamente a Prusia la 
  mayor parte del interior de Alemania. Las tierras no prusianas del litoral 
  quedaron fuera de la Unión hasta después de 1848.
  La Unión aduanera fue un gran éxito de Prusia. El que significase la victoria 
  sobre la influencia austríaca era todavía lo de menos. Lo esencial consistía 
  en que había atraído al lado de Prusia a toda la burguesía de los Estados 
  alemanes pequeños y medios. Excepto Sajonia, no había un solo Estado alemán en 
  el que la industria no hubiese logrado un desarrollo aproximadamente igual a 
  la de Prusia; y eso no se debía solamente a premisas naturales e históricas, 
  sino, además, a la ampliación de las fronteras aduaneras y a la extensión 
  consecutiva del mercado interior. Y, a medida que se dilataba la Unión 
  aduanera, a medida que a ese mercado interior se incorporaban los pequeños 
  Estados, los nuevos burgueses de los mismos se acostumbraba a ver en Prusia su 
  soberano económico y, posiblemente, en el porvenir, soberano político. Y los 
  profesores silbaban lo que los burgueses cantaban. Mientras en Berlín, los 
  hegelianos argumentaban filosóficamente la misión de Prusia de ponerse al 
  frente de Alemania, en Heidelberg, los alumnos de Schlosser y, sobre todo, 
  Hausser y Gervinus probaban lo mismo históricamente. Se partía, naturalmente, 
  de que Prusia cambiaría su sistema político y que satisfaría las pretensiones 
  de los ideólogos de la burguesía[*].
  Por lo demás, todo eso no se hacía en virtud de preferencias especiales por el 
  Estado prusiano, como, por ejemplo, ocurrió con los burgueses italianos, que 
  reconocieron el papel rector de Piamonte después de que éste se puso 
  abiertamente a la cabeza del movimiento nacional y constitucional. Nada de 
  eso, todo se hizo a regañadientes; los burgueses eligieron a Prusia como el 
  mal menor, porque Austria no los admitía en sus mercados y porque Prusia, 
  comparada con Austria, conservaba, de mal grado, cierto carácter burgués, ya 
  por la sola razón de su avaricia financiera. Dos buenas instituciones 
  constituían una ventaja de Prusia ante los otros grandes Estados: el servicio 
  militar obligatorio y la instrucción escolar obligatoria. Las implantó en 
  tiempos de miseria desesperada, y se contentaba en las épocas mejores con 
  quitarles lo que podían tener de peligroso en ciertas condiciones, llevándolas



  [*] Rheinische Zeitung[27] discutió en 1842, desde este punto de vista, la 
  cuestión de la hegemonía prusiana. Gervinus me dijo ya en verano de 1843 en 
  Ostende: Prusia debe ponerse al frente de Alemania, pero eso requiere tres 
  condiciones: Prusia debe dar una Constitución, debe dar la libertad de prensa 
  y aplicar una política exterior más definida.
  
  a cabo con negligencia y desfigurándolas premeditadamente. Pero, en el papel, 
  seguían en pie, de modo que Prusia se reservaba la posibilidad de desencadenar 
  un día la energía potencial latente en las masas populares en unas 
  proporciones imposibles en otro lugar con igual número de habitantes. La 
  burguesía se adaptó a esas dos instituciones; el servicio militar personal 
  para los que lo cumplían durante un año, es decir, para los hijos de los 
  burgueses, era soportable y se podía eludir fácilmente alrededor de 1840 con 
  ayuda de un soborno, tanto más que en el ejército no se apreciaba mucho a la 
  sazón a los oficiales de la Landwehr[28], reclutados en los medios comerciales 
  e industriales. Y el gran número de hombres que poseían cierta suma de 
  conocimientos elementales, que existían incontestablemente en Prusia, merced a 
  los tiempos de la escuela obligatoria, era útil en el más alto grado para la 
  burguesía; a medida que crecía la gran industria eso terminó por ser incluso 
  insuficiente[*]. Se quejaban, principalmente en los medios pequeñoburgueses, 
  del alto costo de estas dos instituciones, que se expresaba en altos 
  impuestos[**]; la burguesía ascendente había calculado que los gajes, 
  desagradables, pero inevitables, relacionados con la futura situación del 
  país, como gran potencia, se compensarían con creces merced al aumento de las 
  ganancias.
  En una palabra, los burgueses alemanes no se hacían ilusión alguna acerca de 
  la amabilidad de Prusia. Y el que la idea de la hegemonía prusiana hubiese 
  ganado influencia entre ellos a partir de 1840 era porque y por cuanto la 
  burguesía prusiana, gracias a su rápido desarrollo económico, se ponía al 
  frente de la burguesía alemana en los aspectos económico y político; porque y 
  por cuanto los Rotteck y los Welcker del Sur constitucional desde hacía mucho 
  tiempo habían sido eclipsados por los Camphausen, los Hansemann y los Milde 
  del Norte prusiano; porque los abogados y los profesores habían sido 
  eclipsados por los comerciantes y los industriales. En efecto, entre los 
  liberales prusianos de los últimos años que precedieron al de 1848, sobre todo 
  en el Rin, se sentían aires revolucionarios muy distintos de los que había 
  entre los cantonalistas liberales de Alemania del Sur[30]. A la sazón 
  aparecieron las dos mejores canciones políticas populares desde el siglo XVI: 
  la canción del alcalde Tschech y la de la baronesa von Droste-Vischering, cuya 
  temeridad indigna ahora a los viejos que las cantaban con desenvoltura en 
1846:



  [*] Hasta en los tiempos de Kulturkampf[29], los industriales renanos se me 
  quejaban de que no podían promover a contramaestres a excelentes obreros 
  debido a que éstos carecían de conocimientos escolares suficientes. Eso se 
  refería más que nada a las comarcas católicas.
  [**] Glosa marginal de Engels: <>. (N. de 
  la Edit.)
  
      Hatte je ein Mensch so'n Pech
      Wie der Bürgenneister Tschech.
      Dass er dicken Mann
      Auf zwei Schritt nicht treffen kann![*]
  Pero todo eso había de cambiar pronto. Sobrevinieron la revolución de Febrero, 
  las jornadas de Marzo en Viena y la revolución de Berlín del 18 de marzo. La 
  burguesía venció sin grandes combates, y no tenía deseo de luchar en serio 
  cuando llegaba al caso. Porque la misma burguesía que había coqueteado aún 
  hacía poco tiempo con el socialismo y el comunismo de entonces (sobre todo en 
  Renania) se dio cuenta de que no había formado a obreros individuales, sino 
  una clase obrera, un proletariado, todavía medio dormido, en verdad, pero que 
  se despertaba paulatinamente y era revolucionario por su naturaleza. Y ese 
  proletariado, que había conquistado en todas partes la victoria para la 
  burguesía, presentaba ya, sobre todo en Francia, unas reivindicaciones 
  incompatibles con la existencia de todo el régimen burgués; la primera lucha 
  grave entre estas dos clases tuvo lugar en París el 23 de junio de 1848; tras 
  cuatro días de lucha, el proletariado fue derrotado. A partir de ese momento, 
  la masa de la burguesía pasa en toda Europa al lado de la reacción, se alía a 
  los burócratas, feudales y curas absolutistas, a los que había derrocado con 
  la ayuda de los obreros, contra los <>, es decir, 
  contra los mismos obreros.
  En Prusia, esto se expresó en que la burguesía traicionó a los representantes 
  que ella había elegido y vio con satisfacción secreta o manifiesta que el 
  gobierno los dispersaba en noviembre de 1848[31]. El ministerio 
  junker-burocrático, que se afianzó entonces en Prusia por un período de diez 
  años, tuvo que gobernar indudablemente bajo una forma constitucional, pero se 
  vengaba por eso mediante todo un sistema de triquiñuelas y vejaciones 
  mezquinas, inauditas hasta entonces incluso en Prusia, que hacían sufrir 
  principalmente a la burguesía. Pero ésta, arrepentida, se ensimismó, 
  soportando humildemente los golpes y puntapiés con que la colmaban como 
  castigo por sus anteriores apetitos revolucionarios y acostumbrándose 
  paulatinamente a la idea que expresó con posterioridad: ¡pese a todo, somos 
  unos perros!
  Vino la regencia. A fin de probar su fidelidad realista, Manteuffel rodeó con 
  espías al heredero al trono[**], al emperador actual,



  [*] ¿Se habrá visto cosa pareja
        A la de lo ocurrido con el alcalde Tschech?
        No acertó en ese gordiflón
        A dos pasos de distancia!
        (N. de la Edit.)
  [**] Al príncipe Guillermo, posteriormente, emperador Guillermo I. (N. de la 
  Edit.)

  
  exactamente de la misma manera que lo ha hecho ahora Puttkamer con la 
  redacción de Sozialdemokrat[32]. En cuanto el heredero se hizo regente, se 
  echó, como era lógico, a Manteuffel, y comenzó la <>[33]. No era 
  más que un cambio de la decoración. El príncipe regente se dignó permitir a la 
  burguesía que volviese a ser liberal. Esta se valió contenta del permiso, pero 
  se creyó que tenía la sartén por el mango, que el Estado prusiano iría a 
  bailar al son de su flauta. Pero no era ésa en absoluto la intención de los 
  <>, valiéndonos de la expresión de la prensa rastrera. 
  La reorganización del ejército debía ser el precio que los burgueses liberales 
  habían de pagar por la <>. El gobierno no exigía más que se 
  cumpliese el servicio militar obligatorio en las proporciones en que se había 
  cumplido hacia 1816. Desde el punto de vista de la oposición liberal, no se 
  podía objetar absolutamente nada que no se encontrase en evidente 
  contradicción con sus propias frases acerca de la potencia y la misión alemana 
  de Prusia. Pero, la oposición liberal subordinó su aceptación a la condición 
  de que el servicio militar obligatorio se limitase legislativamente a dos años 
  como máximo. De por sí, eso era perfectamente racional; la cuestión estribaba 
  solamente en saber si se podía extorcar esa decisión al gobierno, en si estaba 
  la burguesía liberal del país dispuesta a insistir en ello hasta el fin, al 
  precio de cualesquiera sacrificios. El gobierno insistía firme en tres años de 
  servicio militar, y la Cámara, en dos; estalló el conflicto[34]. Y, a la par 
  que el conflicto en el problema militar, la política exterior volvía a 
  desempeñar el papel decisivo incluso en la política interior.
  Hemos visto cómo Prusia, por su actitud en la guerra de Crimea y en la de 
  Italia, perdió todo lo que le quedaba de consideración. Esta lastimosa 
  política hallaba una excusa parcial en el mal estado del ejército. Puesto que 
  ya antes de 1848 no se podía instaurar nuevos impuestos ni conseguir préstamos 
  sin el consentimiento de los estamentos, y no se quería convocar para ese fin 
  a los representantes de los mismos, jamás se disponía de suficiente dinero 
  para el ejército, y, dada esa avaricia sin límite, éste llegó a un estado de 
  completa decadencia. Arraigado en el reinado de Federico Guillermo III, el 
  espíritu de gala y exagerada disciplina hizo el resto. El conde de Waldersee 
  escribe hasta qué punto ese ejército de gala se mostró impotente en los campos 
  de batalla de Dinamarca en 1848. La movilización de 1850 fue un fiasco 
  completo[35]: faltaba todo, y lo que había no servía para nada en la mayoría 
  de los casos. Cierto es que los créditos votados por la Cámara remediaron la 
  situación; el ejército se sacudió de la vieja rutina, el servicio en campaña, 
  al menos en la mayoría de los casos, comenzó a desalojar los desfiles de gala. 
  Pero la fuerza del ejército seguía
  
  la misma que hacia 1820, mientras que las otras grandes potencias, sobre todo 
  Francia, precisamente el peligro mayor, habían aumentado considerablemente sus 
  fuerzas militares. Mientras tanto, en Prusia regía el servicio militar 
  obligatorio; cada prusiano era, en el papel, un soldado, pero, al aumentar la 
  población de 10 1/2 millones (1817) a 17 3/4 millones (1858), el contingente 
  del ejército fijado no permitía incorporar a sus filas y formar a más de un 
  tercio de los útiles para el servicio militar. Ahora el gobierno exigía un 
  reforzamiento del ejército que correspondiese exactamente casi al aumento de 
  la población desde 1817. Sin embargo, los mismos diputados liberales que 
  habían exigido sin cesar al gobierno que se pusiese al frente de Alemania, que 
  protegiese el poderío de Alemania respecto del exterior y restableciese su 
  prestigio internacional, esos mismos hombres se mostraban tacaños, calculaban 
  y no querían consentir nada que no se basase en el servicio de dos años. 
  ¿Tenían ellos suficiente fuerza para hacer valer su voluntad, en la que 
  insistían tan pertinaces? ¿Les respaldaba el pueblo o, al menos, la burguesía, 
  dispuesto a acciones decididas?
  Al contrario. La burguesía aplaudía sus torneos oratorios con Bismarck, pero, 
  en realidad, organizó un movimiento dirigido en la práctica, aunque 
  inconscientemente, contra la política de la mayoría de la Cámara prusiana. Los 
  atentados de Dinamarca a la Constitución de Holstein y los intentos de 
  dinamarquizar por la fuerza el Schleswig indignaban al burgués alemán; éste 
  estaba acostumbrado a que le potreasen las grandes potencias, pero montaba en 
  cólera por los puntapiés que le propinaba la pequeña Dinamarca. Se fundó la 
  Liga nacional[36]; precisamente la burguesía de los pequeños Estados formaba 
  su fuerza. Y la Liga nacional, con todo su liberalismo, exigía ante todo la 
  unificación de la nación bajo la hegemonía de Prusia, de una Prusia en lo 
  posible liberal, en caso de necesidad, de la Prusia tal y como era. Lo que la 
  Liga nacional exigía en primer término era que se acabase con la situación 
  miserable de los alemanes en el mercado mundial, tratados como gente de 
  segunda clase, que se refrenara a Dinamarca y que se mostrara los colmillos a 
  las grandes potencias en Schleswig-Holstein. Además, ahora se podía exigir la 
  dirección prusiana sin las vaguedades e ilusiones que acompañaban esta 
  reivindicación hasta 1850. Se sabía perfectamente que significaba la expulsión 
  de Austria de Alemania, que abolía, de hecho, la soberanía de los pequeños 
  Estados y que lo uno y lo otro era imposible sin la guerra civil y sin la 
  división de Alemania. Pero no se temía más la guerra civil, y la división no 
  hacía más que el balance del cierre de la frontera aduanera con Austria. La 
  industria y el comercio de Alemania habían alcanzado tan alto desarrollo, la 
  red de firmas comerciales alemanas, que abarcaba el mercado mundial, se había
  
  extendido tanto y se había hecho tan densa que no se podía tolerar más el 
  sistema de pequeños Estados en la patria, así como la carencia de derechos y 
  la ausencia de protección en el exterior. Al propio tiempo, cuando la más 
  poderosa organización política que jamás había tenido la burguesía alemana les 
  negaba, en realidad, el voto de confianza a los diputados de Berlín, ¡estos 
  últimos seguían regateando en torno a la duración del servicio militar!
  Tal era la situación cuando Bismarck decidió inmiscuirse activamente en la 
  política exterior.
  Bismarck es Luis Napoleón, es el aventurero francés pretendiente a la corona, 
  convertido en junker prusiano de provincia y en estudiante alemán de 
  corporación. Lo mismo que Luis Napoleón, Bismarck es un hombre de gran 
  espíritu práctico y muy astuto, un hombre de negocios innato y socarrón que, 
  en otras circunstancias, podría competir en la Bolsa de Nueva York con los 
  Vanderbilt y los Jay Gould; y, en verdad, no organizó mal sus pequeños asuntos 
  personales. No obstante, tan desarrollada inteligencia en el dominio de la 
  vida práctica suele ir acompañada de horizontes muy limitados, y en este 
  aspecto Bismarck supera a su antecesor francés. Este último, a despecho de 
  todo, se formó por su cuenta sus <>[37] en el curso de su 
  período de vagabundaje, aunque éstas no valían más de lo que valía él, 
  mientras que Bismarck, como veremos más adelante, jamás había tenido siquiera 
  sombra de idea política propia, ya que sólo combinaba a su manera ideas 
  ajenas. Y esa estrechez de horizontes fue precisamente su suerte. Sin ella 
  jamás hubiera podido enfocar toda la historia universal desde el punto de 
  vista específico prusiano; y de haber en esta su concepción del mundo 
  ultraprusiana una hendidura cualquiera que dejase penetrar la luz del día, se 
  hubiera confundido en toda su misión y se hubiera acabado su gloria. En 
  efecto, apenas cumplió a su manera su misión especial, prescrita desde el 
  exterior, se vio en un atolladero; luego veremos qué saltos hubo de dar debido 
  a la ausencia absoluta de ideas racionales y a su incapacidad de comprender 
  por su cuenta la situación histórica que había creado.
  Si, por su vida anterior, Luis Napoleón se había acostumbrado a no pararse en 
  la elección de los medios, Bismarck aprendió de la historia de la política 
  prusiana, principalmente de la política del llamado gran elector[*] y de 
  Federico II sobre todo, a proceder con todavía menos escrúpulos; podía hacer 
  todo eso conservando la alentadora conciencia de que seguía fiel a la 
  tradición nacional. Su espíritu práctico le enseñaba a que, en caso de 
  necesidad, había que relegar a segundo plano sus veleidades de junker; cuando 
  le



  [*] Federico Guillermo. (N. de la Edit.)
  
  parecía que esa necesidad había pasado, las veleidades resurgían rápidamente; 
  pero, eso era una señal de decadencia. Su método político era el del 
  estudiante de corporación: en la Cámara aplicaba sin reparo a la Constitución 
  prusiana la interpretación literal y burlesca de las cervecerías, con ayuda de 
  la cual se salía de los apuros en las tabernas estudiantiles; todas las 
  innovaciones que introducía en la diplomacia habían sido tomadas por él de las 
  corporaciones de estudiantes. Ahora bien, si Luis Napoleón no estaba muy 
  seguro de sí en los momentos decisivos, como, por ejemplo, durante el golpe de 
  Estado de 1851, cuando Morny hubo de recurrir positivamente a la violencia 
  para que continuase lo que había comenzado, o como en la víspera de la guerra 
  de 1870, cuando, por indeciso, estropeó toda la situación, hay que reconocer 
  que con Bismarck eso no ocurre nunca. Su fuerza de voluntad jamás le abandona, 
  sino que se traduce más bien en franca brutalidad. Y en ello reside, en primer 
  término, el secreto de sus éxitos. Todas las clases dominantes de Alemania, 
  los junkers, lo mismo que los burgueses, habían perdido hasta tal punto sus 
  últimos restos de energía, en la Alemania <> era tan común el no tener 
  voluntad, que el único hombre que efectivamente aún la poseía se hizo por eso 
  el más grande de todos, se erigió en tirano que reinaba sobre todos, ante el 
  cual todos <>, como decían ellos mismos, a despecho del 
  sentido común y la honestidad elementales. En todo caso, en la Alemania 
  <> no se ha ido todavía tan lejos: el pueblo trabajador ha mostrado 
  que tiene voluntad con la que no puede ni siquiera la fuerte voluntad de 
  Bismarck.
  Nuestro junker de la Vieja Marca tenía por delante una brillante carrera, 
  haciéndole falta nada más que emprender las cosas con valor e inteligencia. 
  ¿Acaso Luis Napoleón no se hizo ídolo de la burguesía precisamente por haber 
  disuelto su Parlamento, pero aumentando sus ganancias? ¿Acaso Bismarck no 
  poseía el mismo talento de hombre de negocios que los burgueses admiraban 
  tanto en el falso Bonaparte? ¿Acaso no se sentía atraído por su Bleichr–der 
  como Luis Napoleón por su Fould? ¿Acaso en la Alemania de 1864 no había una 
  contradicción entre los diputados burgueses a la Cámara, que por avaricia 
  querían acortar el plazo del servicio militar, y los burgueses fuera de la 
  Cámara, los de la Liga nacional, que ansiaban actos nacionales a todo precio, 
  actos para los que hacía falta la fuerza militar? ¿Acaso no hubo análoga 
  contradicción en Francia, en 1851, entre los burgueses de la Cámara que 
  querían refrenar el poder del presidente y los burgueses de fuera de la misma, 
  que ansiaban la tranquilidad y un gobierno fuerte, la tranquilidad a todo 
  precio, contradicción que Luis Napoleón resolvió dispersando a los camorristas 
  parlamentarios y dando la tranquilidad a las masas de la burguesía? ¿Acaso la
  
  situación de Alemania no era aún más favorable para un golpe de mano audaz? 
  ¿Acaso el plan de reorganización del ejército no había sido ya presentado en 
  forma acabada por la burguesía y acaso ésta no había expresado públicamente su 
  deseo de que apareciese un enérgico hombre de Estado prusiano que pusiese en 
  práctica el plan, excluyese a Austria de Alemania y unificase los pequeños 
  Estados alemanes bajo la hegemonía de Prusia? Y si hubiese de maltratar algo 
  la Constitución prusiana y apartar a los ideólogos de la Cámara y de fuera de 
  ella, dándoles lo merecido, ¿acaso no se podía, igual que Luis Bonaparte, 
  respaldarse en el sufragio universal? ¿Qué podía ser más democrático que la 
  implantación del sufragio universal? ¿No habrá demostrado Luis Napoleón que es 
  absolutamente inofensivo, al tratarlo como es debido? Y ¿no ofrecía 
  precisamente ese sufragio universal el medio de apelar a las grandes masas 
  populares, de coquetear ligeramente con el movimiento social naciente, caso de 
  que la burguesía se mostrase recalcitrante?
  Bismarck puso manos a la obra. Había que repetir el golpe de Estado de Luis 
  Napoleón, mostrar palpablemente a la burguesía alemana la auténtica 
  correlación de fuerzas, disipar por la fuerza sus ilusiones liberales, pero 
  cumplir las exigencias nacionales suyas que coincidían con los designios de 
  Prusia. Fue Schleswig-Holstein que dio pábulo para la acción. El terreno de la 
  política exterior estaba preparado. Bismarck atrajo al zar ruso[*] a su lado 
  con los servicios policíacos que le prestara en 1863 en la lucha contra los 
  insurgentes polacos[38]; Luis Napoleón también había sido trabajado y podía 
  justificar con su preferido <> su 
  indiferencia, si no la protección tácita, respecto de los planes de Bismarck; 
  en Inglaterra, el Primer Ministro era Palmerston, que había puesto al pequeño 
  lord John Russel al frente de los asuntos exteriores con el único fin de 
  convertirlo en un hazmerreír. Austria era una rival de Prusia en la lucha por 
  la hegemonía en Alemania, y precisamente en ese problema se inclinaba menos 
  que nada a ceder la primacía a Prusia, tanto más que en 1850 y 1851 se había 
  portado en Schleswig-Holstein como esbirro del emperador Nicolás, procediendo, 
  prácticamente, de manera más vil que la propia Prusia. Por tanto, la situación 
  era extraordinariamente propicia. Por más que Bismarck odiase a Austria y por 
  más que Austria quisiese, por su parte, descargar su cólera sobre Prusia, al 
  morir Federico VII de Dinamarca, no les quedaba otra cosa que emprender la 
  campaña conjunta contra Dinamarca, con el tácito consentimiento de Rusia y de 
  Francia. El éxito estaba asegurado



  [*] Alejandro II. (N. de la Edit.)
  
  de antemano si Europa permanecía neutral; ocurrió precisamente eso: los 
  ducados fueron conquistados y cedidos con arreglo al tratado de paz[39].
  Prusia tenía en esa guerra, además, otro objetivo: probar frente al enemigo su 
  ejército, instruido a partir de 1850 sobre bases nuevas, así como reorganizado 
  y fortalecido después de 1860. El ejército confirmó su valor más de lo que se 
  esperaba y, además, en las situaciones bélicas más distintas. El combate de 
  Lyngby, en Jutlandia, donde 80 prusianos apostados tras un seto vivo pusieron 
  en fuga, merced a la rapidez del fuego, a un número triple de daneses, mostró 
  que el fusil de percusión era muy superior al de avancarga y que se sabía 
  manejarlo. Al propio tiempo se presentó una oportunidad para observar que los 
  austríacos habían sacado de la guerra italiana y del modo de combatir de los 
  franceses la enseñanza de que el disparar no servía de nada y el auténtico 
  soldado debía arremeter en seguida con la bayoneta contra el enemigo; se lo 
  tomaron en cuenta, ya que no cabía desear táctica enemiga más a propósito 
  frente a las bocas de los fusiles de retrocarga. Y para poner a los austríacos 
  en condiciones de convencerse de eso lo más pronto posible en la práctica, los 
  condados conquistados fueron colocados bajo la soberanía común de Austria y 
  Prusia, de acuerdo con el tratado de paz; se creó, en consecuencia, una 
  situación provisional que no podía por menos de engendrar conflicto tras 
  conflicto y brindaba, por eso, a Bismarck la plena posibilidad de utilizar, a 
  su elección, uno de ellos como pretexto para su gran lucha contra Austria. 
  Dada la costumbre de la política prusiana —<> la situación favorable, según expresión del señor von Sybel—, 
  era natural que, so pretexto de liberar a los alemanes de la opresión danesa, 
  se anexasen a Alemania 200.000 habitantes daneses de Schleswig del Norte. Pero 
  quien quedó con las manos vacías fue el duque de Augustenburg, candidato de 
  los Estados pequeños y de la burguesía alemana al trono de Schleswig-Holstein.
  Así, en los ducados, Bismarck cumplió la voluntad de la burguesía alemana en 
  contra de la voluntad de la misma. Expulsó a los daneses. Desafió al 
  extranjero, y el extranjero no se movió. Pero se trató a los ducados recién 
  liberados como a países conquistados; sin preguntar su voluntad se les 
  repartió temporalmente entre Austria y Prusia. Prusia volvió a ser gran 
  potencia y no era más la quinta rueda del carro europeo; el cumplimiento de 
  los anhelos nacionales de la burguesía marchaba con éxito, pero el camino 
  elegido no era el camino liberal de la burguesía. El conflicto militar 
  prusiano proseguía y se hacía cada día más insoluble. Debía comenzar el 
  segundo acto de la comedia política de Bismarck.
  
  * * *
  La guerra de Dinamarca había cumplido una parte de los anhelos nacionales. 
  Schleswig-Holstein había sido <>. El protocolo de Varsovia y el de 
  Londres, en los que las grandes potencias habían ratificado la humillación de 
  Alemania ante Dinamarca[40] fueron rotos y arrojados a los pies de las mismas, 
  sin que éstas chistaran siquiera. Austria y Prusia volvieron a estar juntas, 
  sus tropas vencieron luchando hombro con hombro, y ninguno de los potentados 
  pensaba más en tocar el territorio alemán. Las apetencias renanas de Luis 
  Napoleón, hasta entonces relegadas a segundo plano por otras ocupaciones —la 
  revolución italiana, la sublevación polaca, las complicaciones de Dinamarca y, 
  finalmente, la expedición a México[41]— no tenían ahora la menor probabilidad 
  de éxito. Para un estadista prusiano conservador, la situación mundial era, 
  por tanto, la mejor que se podía desear. Pero, Bismarck, hasta 1871, no era 
  conservador en absoluto, y menos aún en ese momento, y la burguesía alemana no 
  estaba satisfecha de ninguna manera.
  La burguesía alemana seguía en poder de la consabida contradicción. De una 
  parte, exigía el poder político exclusivo para ella misma, es decir, para un 
  ministerio elegido de entre la mayoría liberal de la Cámara; y ese ministerio 
  debía sostener una lucha de diez años contra el viejo sistema representado por 
  la corona, antes de que su nuevo poder fuese reconocido definitivamente. Eso 
  significaría diez años de debilitamiento interior. Pero, de otra parte, la 
  burguesía exigía una transformación revolucionaria de Alemania, posible sólo 
  mediante la violencia y, por tanto, mediante una dictadura efectiva. Y a 
  partir de 1848, la burguesía había mostrado paso a paso, en cada momento 
  decisivo, que no tenía ni sombra de la energía necesaria para realizar una u 
  otra cosa, sin hablar ya de las dos a la vez. En política no existen más que 
  dos fuerzas decisivas: la fuerza organizada del Estado, el ejército, y la 
  fuerza no organizada, la fuerza elemental de las masas populares. En 1848, la 
  burguesía había desaprendido de apelar a las masas; les tenía más miedo que al 
  absolutismo. Y el ejército no estaba en absoluto a su disposición. Como era 
  lógico, se hallaba a la de Bismarck.
  En el conflicto en torno a la Constitución, que no había terminado aún, 
  Bismarck combatió al extremo las exigencias parlamentarias de la burguesía. 
  Pero ardía en deseos de hacer valer sus reivindicaciones nacionales, ya que 
  éstas coincidían con los anhelos más íntimos de la política prusiana. Si 
  cumpliese una vez más la voluntad de la burguesía contra la voluntad de esta 
  misma, si llevase a la práctica la unificación de Alemania tal y como había 
  
  sido formulada por la burguesía, el conflicto se hubiera resuelto de por sí, y 
  Bismarck hubiera devenido el ídolo de los burgueses del mismo modo que Luis 
  Napoleón, su modelo.
  La burguesía le señaló el objetivo, y Luis Napoleón, la vía de lograrlo; el 
  lograrlo era obra de Bismarck.
  A fin de poner a Prusia a la cabeza de Alemania no sólo era preciso expulsar 
  por la fuerza a Austria de la Confederación Germánica[42], sino, además, 
  someter los pequeños Estados alemanes. La guerra <>[43] de 
  alemanes contra alemanes había sido siempre en la política prusiana el 
  procedimiento predilecto de aumentar su territorio; un bravo prusiano no tenía 
  motivos para temer tal cosa. El segundo procedimiento principal de la política 
  prusiana, la alianza con el extranjero contra los alemanes, tampoco podía 
  suscitar dudas. Al sentimental zar Alejandro de Rusia lo tenía en el bolsillo. 
  Luis Napoleón jamás había negado la misión de Prusia de desempeñar en Alemania 
  el papel de Piamonte y estaba dispuesto a concertar una pequeña transacción 
  con Bismarck. Prefería, si fuese posible, conseguir lo que le hacía falta, por 
  vía pacífica, en forma de compensaciones. Además, no tenía necesidad de toda 
  la orilla izquierda del Rin de una vez; si se la diesen por partes, a trozo 
  por cada avance nuevo de Prusia, chocaría menos, pero no por menos llegaría a 
  la meta. En los ojos de los chovinistas franceses, una milla cuadrada en el 
  Rin equivalía a toda la Saboya y Niza. Comenzaron, por tanto, las 
  negociaciones con Luis Napoleón y se obtuvo su consentimiento para la 
  ampliación de Prusia y la constitución de una Confederación Germánica del 
  Norte[44]. Está fuera de duda que se le ofreció en cambio una porción de 
  territorio alemán en el Rin[*]; durante las negociaciones con Govone, Bismarck 
  habló de la Baviera y la Hesse renanas. Cierto es que, posteriormente, lo 
  negó. Pero, un diplomático, sobre todo prusiano, tiene sus propias ideas de 
  hasta qué límite está autorizado o incluso obligado a practicar cierta 
  violencia respecto de la verdad. La verdad es una mujer, y le debe gustar que 
  se haga eso, razonaba el junker. Luis Napoleón no era tan tonto como para 
  consentir la dilatación de Prusia sin que ésta le prometiese una compensación; 
  era más probable que Bleichr–der prestase dinero sin cobrar interés. Pero no 
  conocía bastante bien a sus prusianos y, en fin de cuentas, hizo el tonto. En 
  una palabra, una vez inofensivo, se concertó una alianza con Italia para 
  asestar el <>.
  Los filisteos de diversos países se sintieron profundamente indignados con esa 
  expresión. ¡Absolutamente sin razón! ¿ la



  [*] Glosa marginal de Engels, a lápiz: <>. (N. de 
  la Edit.)
  
  guerre comme ý la guerre[*]. Esta expresión no hace más que probar que 
  Bismarck veía en la guerra civil alemana de 1866[45] lo que era efectivamente, 
  es decir, una revolución, y que estaba dispuesto a llevarla a cabo con medios 
  revolucionarios. Y lo hizo así. Su modo de proceder respecto de la Dieta 
  federal era revolucionario. En lugar de acatar la decisión constitucional del 
  órgano federal, lo acuso de haber violado la confederación —puro subterfugio—, 
  rompió la Federación, proclamó una Constitución nueva con un Reichstag elegido 
  sobre la base del sufragio universal revolucionario y expulsó, al final, la 
  Dieta federal de Francfort[46]. En Alta Silesia organizó una legión húngara al 
  mando del general revolucionario Klapka y otros oficiales revolucionarios; los 
  soldados de esta legión, desertores y prisioneros de guerra húngaros, debían 
  luchar contra sus generales legítimos[**]. Después de la conquista de Bohemia, 
  Bismarck dirigió una proclama A los habitantes del glorioso reino de Bohemia, 
  cuyo contenido se contradecía violentamente con las tradiciones legitimistas. 
  Concertada la paz, se apoderó en favor de Prusia de todas las posesiones de 
  tres príncipes federales alemanes legítimos y de una ciudad libre[***], con la 
  particularidad de que la expulsión de estos príncipes, que no tenían menos 
  <> que el rey de Prusia, no suscitaba el menor remordimiento 
  de la conciencia cristiana y legitimista de este último. Dicho en breves 
  palabras, era una revolución completa llevada a cabo con medios 
  revolucionarios. Por supuesto, estamos lejos de reprocharlo. Al contrario, le 
  reprochamos el no haber sido suficientemente revolucionario, el haber sido 
  nada más que un revolucionario prusiano desde arriba, el haber iniciado toda 
  una revolución desde unas posiciones desde las que sólo se puede realizarla a 
  medias, el haberse contentado, una vez tomado el camino de las anexiones, con 
  cuatro miserables pequeños Estados.
  Pero apareció renqueando Napoleón el Pequeño y pidió su recompensa. Durante la 
  guerra hubiera podido tomar en el Rin todo lo que quisiese: no ya el 
  territorio, sino las plazas fuertes estaban sin protección. Titubeaba; 
  esperaba una guerra duradera que agotase las dos partes, pero de pronto se 
  asestaron golpes rápidos: Austria fue derrotada en ocho días. Exigió primero 
  lo que Bismarck había designado al general Govone como territorio posible de 
  compensación: la Baviera y la Hesse renanas con Maguncia. Pero, Bismarck ya no 
  podía entregar eso aunque quisiese.



  [*] En la guerra, como en la guerra. (N. de la Edit.)
  [**] Glosa marginal de Engels, a lápiz: ¡Juramento a la bandera!. (N. de la 
  Edit.)
  [***] El reino de Hannover, el gran electorado de Hesse-Cassel, el ducado de 
  Nassau y la ciudad libre de Francfort del Meno. (N. de la Edit.)
  
  Los grandes éxitos de la guerra le habían impuesto nuevas obligaciones. Desde 
  el momento en que Prusia asumió el deber de apoyar y proteger a Alemania no 
  podía ya vender al extranjero Maguncia, la llave del Rin Medio. Bismarck se 
  negó. Luis Napoleón estaba dispuesto a regatear; no pidió más que Luxemburgo, 
  Landau, Sarrelouis y la cuenca hullera de Serrebruck. Pero tampoco eso podía 
  ahora ceder Bismarck, tanto más que esta vez se exigía también territorio de 
  Prusia. ¿Por qué Luis Napoleón no se apoderó de ello en el momento oportuno, 
  cuando los prusianos estaban enfrascados en Bohemia? En fin, lo de las 
  compensaciones en favor de Francia no dio resultado. Bismarck sabía que eso 
  significaba una guerra ulterior contra Francia, pero era precisamente eso lo 
  que quería.
  Al concertarse la paz, Prusia utilizó esta vez la situación favorable con más 
  escrúpulos que lo solía hacer en casos de éxito. Había bastantes motivos para 
  ello. Sajonia y Hesse-Darmstadt fueron integradas en la nueva Confederación 
  Germánica del Norte y, por tanto, perdonadas. A la Baviera, Wurtemberg y Baden 
  había que tratarlos con moderación, ya que Bismarck se proponía concluir con 
  ellos alianzas defensivas y ofensivas secretas. Y Austria, ¿acaso Bismarck no 
  le había prestado servicio al cortar las trabas tradicionales que la sujetaban 
  a Alemania y a Italia? ¿Acaso no le había creado por vez primera, finalmente, 
  la tan ansiada situación independiente de gran potencia? ¿Acaso no comprendía, 
  en realidad, mejor que la propia Austria, lo que le vendría mejor al vencerla 
  en Bohemia? ¿Acaso Austria no debía comprender, al razonar sensatamente, que 
  la situación geográfica y la proximidad territorial de los dos países 
  convertían la Alemania unificada por Prusia en su aliada necesaria y natural?
  Así, por vez primera en toda su existencia, Prusia pudo cubrirse con una 
  aureola de generosidad, renunciando al embutido para quedarse con el jamón.
  En los campos de batalla de Bohemia no fue derrotada sólo Austria, sino 
  también la burguesía alemana. Bismarck le mostró que sabía mejor que ella lo 
  que le convenía más. No cabía pensar siquiera en la continuación del conflicto 
  por parte de la Cámara. Las pretensiones liberales de la burguesía habían sido 
  enterradas para mucho tiempo, pero sus exigencias nacionales se cumplían cada 
  día más y más. Bismarck hizo realidad su programa nacional con una rapidez y 
  precisión que la asombraron. Y, después de mostrarle palpablemente, in corpore 
  vile, en su propio cuerpo miserable, su decrepitud, falta de energía y, a la 
  vez, su completa incapacidad de poner en práctica su propio programa, 
  Bismarck, ostentando generosidad también con ella, se presentó ante la Cámara, 
  ahora ya prácticamente desarmada, para pedir un proyecto de ley
  
  de indemnidad por el gobierno anticonstitucional durante el conflicto. La 
  Cámara, emocionada hasta las lágrimas, aprobó el proyecto, ya completamente 
  inofensivo[47].
  No obstante, se le recordó a la burguesía que también ella había sido vencida 
  en K–niggr”tz[48]. La Constitución de la Confederación Germánica del Norte fue 
  cortada siguiendo el patrón de la Constitución prusiana[49] en la auténtica 
  interpretación que se le diera en el conflicto. Se prohibió negarse a votar 
  los impuestos. El canciller federal y sus ministros los nombraba el rey de 
  Prusia independientemente de toda mayoría parlamentaria. La independencia del 
  ejército respecto del Parlamento, asegurada merced al conflicto, se mantuvo 
  también respecto del Reichstag. Pero, los diputados a este último tenían la 
  alentadora conciencia de haber sido elegidos por sufragio universal. Se lo 
  recordaba también, aunque de modo desagradable, la presencia de dos 
  socialistas entre ellos[*]. Por vez primera aparecían diputados socialistas, 
  representantes del proletariado, en una asamblea parlamentaria. Era un 
  presagio amenazante.
  En los primeros tiempos todo eso no tenía importancia. Tratábase ahora de 
  llevar a término y utilizar la nueva unidad del Imperio en beneficio de la 
  burguesía, al menos la de Alemania del Norte, y, con ayuda de eso, atraer 
  también a la nueva Confederación a los burgueses de Alemania del Sur. La 
  Constitución Federal suprimió las relaciones económicas más importantes de la 
  legislación de los Estados y las asignó a la competencia de la Confederación, 
  a saber: el derecho civil común y la libertad de circulación en todo el 
  territorio de la Confederación, el derecho de domicilio, la legislación de los 
  oficios, del comercio, las aduanas, la navegación, la moneda, las pesas y 
  medidas, los ferrocarriles, las vías acuáticas, los correos y telégrafos, las 
  patentes, los bancos, toda la política exterior, los consulados, la protección 
  del comercio en el extranjero, la policía médica, el derecho penal, el 
  procedimiento judicial, etc. La mayor parte de estos problemas fue resuelta 
  ahora por vía legislativa y, considerada en conjunto, en un espíritu liberal. 
  Así se eliminaron —¡en fin!—, las más monstruosas manifestaciones del sistema 
  de pequeños Estados, que impedían más que nada el desarrollo del capitalismo, 
  por una parte y, por otra, los apetitos de dominación prusiana. Pero no era 
  una realización de alcance histórico universal, como lo proclamaba ahora a los 
  cuatro vientos el burgués, que se volvía chovinista; era una imitación 
  extremamente atrasada e incompleta de lo realizado por la revolución francesa 
  setenta años antes y llevado a cabo desde hacía mucho tiempo por todos los 
  demás Estados civilizados. En lugar



  [*] A. Bebel y G. Liebkneht. (N. de la Edit.)

  
  de jactarse habría que sentir vergüenza de que la <> Alemania 
  hubiese sido la última.
  Durante todo ese período de existencia de la Confederación Germánica del 
  Norte, Bismarck accedía gustoso a la burguesía en el terreno económico e 
  incluso en la discusión de los problemas de los poderes parlamentarios sólo 
  mostraba su puño de hierro metido en guante de terciopelo. Eran sus mejores 
  tiempos. A veces se podía incluso dudar de su estrechez de espíritu 
  específicamente prusiana, de su incapacidad de comprender que en la historia 
  universal existen otras fuerzas más poderosas que los ejércitos y las intrigas 
  diplomáticas apoyadas en estos últimos.
  El que la paz con Austria estuviese preñada de la guerra con Francia lo sabía 
  perfectamente Bismarck y, además, lo deseaba. Esa guerra debía ofrecer 
  precisamente el medio de concluir la creación del Imperio prusiano-alemán que 
  la burguesía alemana le había planteado[*]. Las tentativas de transformar 
  paulatinamente el Parlamento aduanero[51] en Reichstag y de incorporar de este 
  modo poco a poco los Estados del Sur a la Confederación del Norte fracasaron, 
  tropezando con la unánime exclamación de los diputados de esos Estados: 
  <<¡Ninguna ampliación de competencia!>> Los ánimos de los gobiernos que 
  acababan de ser vencidos en los campos de batalla no eran más favorables. Sólo 
  una prueba nueva y palpable de que Prusia era mucho más fuerte que ellos y 
  que, además, era bastante fuerte para protegerlos, por consiguiente, sólo una 
  nueva guerra, una guerra de toda Alemania, podía llevarlos rápidamente a la 
  capitulación. Además, la línea de separación a lo largo del Meno[52], 
  convenida secretamente antes entre Bismarck y Luis Napoleón, parecía, después 
  de la victoria, impuesta por este último a Prusia, por lo cual la unificación 
  con Alemania del Sur constituía una violación del derecho reconocido esta vez 
  formalmente de Francia a dividir la Alemania, era un motivo de guerra.
  Mientras tanto, Luis Napoleón debía ver si hallaba algún terreno en cualquier 
  parte de la frontera alemana que pudiese apropiarse como compensación por 
  Sadowa. Al reorganizarse la Confederación Germánica del Norte se dejó al 
  margen Luxem-



  [*] Ya antes de la guerra con Austria, interpelado por un ministro de un 
  Estado medio acerca de su política alemana demagógica, Bismarck le respondió 
  que, a despecho de todos los discursos, arrojaría a Austria de Alemania y 
  rompería la Confederación: —<<¿Y usted cree que los Estados medios se quedarán 
  tranquilos ante todo eso?>>. —<>. —<> —<>. (Contado en París la víspera de la 
  guerra con Austria por el mencionado ministro y publicado durante la contienda 
  en Manchceter Guardian[50] por su corresponsal parisiense Sra. Crawford).
  
  burgo;así, este último era ahora un Estado que, aún completamente 
  independiente, se hallaba en unión personal con Holanda. Además, Luxemburgo 
  estaba casi tan afrancesado como Alsacia y tendía mucho más hacia Francia que 
  hacia Prusia, a la que odiaba positivamente.
  Luxemburgo ofrece un ejemplo asombroso de lo que la miseria política de 
  Alemania desde fines de la Edad Media ha hecho de las regiones fronterizas 
  franco-alemanas, un ejemplo tanto más asombroso que, hasta 1866, Luxemburgo 
  pertenecía nominalmente a Alemania. Compuesto hasta 1830 por una parte alemana 
  y una francesa, la primera, no obstante, se sometió pronto a la influencia de 
  la civilización francesa, superior. Los emperadores alemanes de la casa de 
  Luxemburgo eran, por su idioma y educación, franceses. Después de su 
  incorporación al ducado de Borgoña (1440), Luxemburgo, al igual que el resto 
  de los Países Bajos, no mantenía más que relaciones nominales con Alemania: su 
  admisión a la Confederación Germánica en 1815 no cambió nada. Después de 1830, 
  su mitad francesa y una gran porción de la parte alemana pasaron a Bélgica. 
  Pero en la parte alemana que quedaba, todo se conservaba sobre bases 
  francesas: en los tribunales, en las instituciones gubernamentales, en la 
  Cámara, todo se hacía en francés; todos los documentos oficiales y privados, 
  todos los libros comerciales se escribían en francés; la enseñanza en las 
  escuelas medias se practicaba en francés; el idioma culto seguía siendo el 
  francés, por supuesto un francés que se las veía negras a causa del 
  desplazamiento altoalemán de las consonantes. En breves palabras, en 
  Luxemburgo se hablaban los dos idiomas: un dialecto popular franco-renano y el 
  francés; pero el altoalemán seguía siendo un idioma extranjero. La guarnición 
  prusiana de la capital agravaba más que mejoraba la situación. Todo eso es 
  bastante humillante para Alemania, pero es verdad. Y este afrancesamiento 
  voluntario de Luxemburgo arroja la verdadera luz sobre semejantes fenómenos en 
  Alsacia y la Lorena alemana.
  El rey de Holanda[*], duque soberano de Luxemburgo, sabía aprovechar muy bien 
  su dinero y se mostró dispuesto a vender el ducado a Luis Napoleón. Los 
  luxemburgueses hubieran consentido sin reserva la incorporación a Francia: lo 
  probó su posición en la guerra de 1870. Desde el punto de vista del derecho 
  internacional, Prusia no podía objetar en absoluto, ya que ella misma había 
  provocado la exclusión de Luxemburgo de Alemania. Sus tropas se hallaban en la 
  capital como guarnición de una plaza fuerte federal alemana; desde el momento 
  en que Luxemburgo dejó de ser una plaza fuerte federal, dichas tropas no 
  tenían más razón de encon-



  [*] Guillermo III. (N. de la Edit.)
  
  trase allí. Ahora bien, ¿por qué no se marcharon, por qué Bismarck no pudo 
  consentir la anexión?
  Simplemente porque las contradicciones en que se había embrollado habían 
  salido a la superficie. Antes de 1866, Alemania era para Prusia nada más que 
  un territorio para anexiones que había que compartir con el extranjero. 
  Después de 1866, Alemania pasó a ser un protectorado de Prusia, al que había 
  que defender contra las guerras extranjeras. Cierto es que, por razones de 
  Prusia, partes enteras de Alemania no fueron incluidas en la llamada Alemania 
  recién formada. Pero, el derecho de la nación alemana a la integridad de su 
  propio territorio imponía ahora a la corona prusiana el deber de impedir la 
  incorporación de esos territorios de la antigua confederación a Estados 
  extranjeros y de tener abierta la puerta para su anexión futura al nuevo 
  Estado prusiano-alemán. Por esa razón se detuvo a Italia en la frontera del 
  Tirol[53] y por la misma razón Luxemburgo no debía ahora pasar a manos de Luis 
  Napoleón. Un gobierno realmente revolucionario podía proclamarlo abiertamente, 
  pero no el revolucionario prusiano del rey, el que consiguió, finalmente, 
  hacer de Alemania un <>[54] al estilo de Metternich. 
  Desde el punto de vista del derecho internacional, se había colocado en la 
  situación de infractor y sólo podía salir del apuro recurriendo a su 
  predilecta interpretación del derecho internacional en boga en las tabernas 
  corporativas de estudiantes.
  El que no se le hubiera puesto abiertamente en ridículo se debió sólo a que, 
  en la primavera de 1867, Luis Napoleón no estaba aún preparado de ninguna 
  manera para una guerra grande. Se llegó a un acuerdo en la Conferencia de 
  Londres. Los prusianos se retiraron de Luxemburgo; la fortaleza fue demolida, 
  el ducado se proclamó neutral[55]. Se volvió a aplazar la guerra.
  Luis Napoleón no podía sentirse tranquilo. Aceptó de buen grado el 
  acrecentamiento del poderío de Prusia, pero sólo a condición de recibir las 
  correspondientes compensaciones en el Rin. Estaba dispuesto a contentarse con 
  poco e incluso a moderar aún más sus modestas pretensiones, pero no consiguió 
  nada, lo engañaron en todo. Pero, un imperio bonapartista en Francia sólo era 
  posible si desplazaba progresivamente la frontera hacia el Rin y si Francia 
  seguía siendo —en realidad o, al menos, en la imaginación— el árbitro de 
  Europa. No se logró correr la frontera, la situación de árbitro se hallaba ya 
  en peligro, la prensa bonapartista gritaba a voz en cuello acerca de la 
  revancha por Sadowa; a fin de mantenerse en el trono, Luis Napoleón debía 
  permanecer fiel a su papel y conseguir por la fuerza lo que no había logrado 
  por las buenas, pese a todos los servicios que había prestado.
  
  Por ambas partes comenzó una preparación activa diplomática y militar para la 
  guerra. Y aquí tuvo lugar el siguiente incidente diplomático.
  España buscaba un candidato al trono. En marzo[*], Benedetti, embajador 
  francés en Berlín, oye decir que el príncipe Leopoldo de Hohenzollern solicita 
  el trono; París le encarga comprobarlo. El subsecretario de Estado von Thile 
  le asegura bajo palabra de honor que el gobierno prusiano no sabe nada. 
  Durante su viaje a París, Benedetti conoce el punto de vista del emperador: 
  <>.
  Diremos de pasada que con eso, Luis Napoleón probaba que había venido ya mucho 
  a menos. En efecto, ¿podía haber una <> más bella que el 
  reinado de un príncipe prusiano en España, los inconvenientes que se 
  desprendían de ello, el enfrascamiento de Prusia en las relaciones internas de 
  los partidos españoles, posiblemente una guerra, una derrota de la enana 
  marina de Prusia y, en todo caso, Prusia en una situación extremamente 
  grotesca ante los ojos de Europa? Pero, Luis Napoleón no podía permitirse ya 
  semejante espectáculo. Su crédito estaba tan minado que tenía que contar con 
  el punto de vista tradicional, según el cual un príncipe alemán en el trono de 
  España colocaría a Francia entre dos fuegos y, por consiguiente, no se podía 
  tolerar, punto de vista pueril después de 1830.
  Así, Benedetti visitó a Bismarck para recibir nuevas explicaciones y exponerle 
  la posición de Francia (el 11 de mayo de 1869). No consiguió saber nada 
  determinado. En cambio, Bismarck se enteró de lo que quería enterarse: que la 
  presentación de la candidatura de Leopoldo significaría la guerra inmediata 
  con Francia. De este modo, Bismarck obtuvo la posibilidad de comenzar la 
  guerra cuando le viniese mejor.
  En efecto, en julio de 1870, volvió a surgir la candidatura de Leopoldo, lo 
  que llevó inmediatamente a la guerra, por más que se opusiese a ello Luis 
  Napoleón. Este no sólo se dio cuenta de que había caído en la trampa. 
  Comprendió igualmente que se trataba de su poder imperial y confiaba muy poco 
  en la honradez de su pandilla bonapartista de azufre[56], que le aseguraba que 
  estaba todo preparado hasta el último botón en las polainas, y se fiaba 
  todavía menos de sus aptitudes militares y administrativas; ya sus propias 
  vacilaciones aceleraban su caída.
  Bismarck, al contrario, además de estar completamente preparado en el aspecto 
  militar, se respaldaba esta vez efectivamente en el pueblo, que, tras de todas 
  las mentiras diplomáticas de ambos



  [*] De 1869. (N. de la Edit.)
  
  partidos, sólo veía una cosa: no se trataba sólo de una guerra por el Rin, 
  sino de una guerra por su existencia nacional. Por vez primera desde 1813, los 
  reservistas y la Landwehr afluyeron en masa, llenos de entusiasmo y de 
  espíritu combativo, para ponerse bajo las banderas. No importaba cómo se había 
  producido todo eso, no importaba qué parte de la herencia nacional de dos 
  milenios Bismarck había o no había prometido por su propia iniciativa a Luis 
  Napoleón, tratábase de dar a entender al extranjero de una vez y para siempre 
  que no debía inmiscuirse en los asuntos interiores alemanes y que Alemania no 
  tenía la misión de apuntalar el vacilante trono de Luis Napoleón con 
  concesiones de territorio alemán. Y frente a tal entusiasmo nacional 
  desaparecieron todas las diferencias de clase, se disiparon todos los antojos 
  de las cortes de Alemania del Sur acerca de la Confederación del Rin y todos 
  los pujos de restauración de los príncipes expulsados.
  Las dos partes se buscaban aliados. Luis Napoleón estaba seguro de Austria y 
  Dinamarca y, hasta cierto punto, de Italia. Bismarck tenía a su lado a Rusia. 
  Pero, Austria, como siempre, no estaba preparada y no pudo intervenir 
  activamente antes del 2 de septiembre, y el 2 de septiembre Luis Napoleón era 
  ya prisionero de los alemanes; además, Rusia notificó a Austria que la 
  atacaría en cuanto ésta atacase a Prusia. En Italia, Luis Napoleón recogía los 
  frutos de su doblez política: había querido levantar el movimiento de la 
  unidad nacional, pero, a la vez, había querido proteger al papa contra esa 
  unidad nacional; seguía ocupando Roma con tropas que necesitaba en casa, pero 
  que no podía retirar sin obligar a Italia a que respetase Roma y la soberanía 
  del papa, y eso, a su vez, no permitía que Italia acudiese en su ayuda. 
  Finalmente, Dinamarca recibió de Rusia la orden de estar quieta.
  Pero los rápidos golpes de las armas alemanas desde Spickeren y Woerth hasta 
  Sedán[57] ejercieron en la localización de la guerra un efecto más decisivo 
  que todas las negociaciones diplomáticas. El ejército de Luis Napoleón fue 
  derrotado en todos los combates y, finalmente, tres cuartas partes del mismo 
  se vieron prisioneros en Alemania. La culpa de ello no la tenían los soldados, 
  que habían combatido con bastante valor, sino el jefe y el régimen. Pero quien 
  había creado, como Luis Napoleón, su Imperio con ayuda de una pandilla de 
  canallas, quien había mantenido en sus manos a lo largo de dieciocho años el 
  poder en ese Imperio sólo por haberle dado a esa caterva la posibilidad de 
  explotar a Francia, quien había colocado en los principales puestos del Estado 
  a hombres de esa gavilla, y en los cargos secundarios, a los cómplices de 
  aquéllos, no debía emprender una lucha de vida o muerte, si no quería verse en 
  un atolladero. En menos de cinco semanas se desmoronó el
  
  edificio del Imperio que durante largos años había entusiasmado al filisteo de 
  Europa. La revolución del 4 de septiembre[58] no hizo más que recoger los 
  escombros, y Bismarck, que había empezado la guerra para fundar el Imperio 
  pequeño alemán, se vio una bella mañana en el papel de fundador de la 
  República Francesa.
  Según la propia proclama de Bismarck, la guerra no se había llevado contra el 
  pueblo francés, sino contra Luis Napoleón. Con la caída de este último, 
  desaparecía todo motivo de guerra. Lo mismo pensaba el gobierno del 4 de 
  septiembre —no tan ingenuo en otros problemas— y quedó muy sorprendido cuando 
  Bismarck mostró de pronto todo lo junker prusiano que era.
  Nadie en el mundo odia tanto a los franceses como los junkers prusianos. Y no 
  sólo porque éstos, exentos de impuestos, habían sufrido en 1806-1813 el duro 
  castigo que les habían impuesto los franceses y las consecuencias de su propia 
  vanidad; era mucho peor el que esos ateos franceses hubiesen turbado tanto las 
  cabezas con su criminal revolución que la anterior magnificencia de los 
  junkers se había enterrado casi completamente hasta en la vieja Prusia, y los 
  pobres junkers tenían que sostener año tras año una lucha tenaz por los 
  últimos restos de esa magnificencia, habiendo la mayor parte de ellos bajado 
  al rango de deplorable nobleza parasitaria. Francia merecía la venganza por 
  todo eso, y los oficiales junkers del ejército, bajo la dirección de Bismarck, 
  se encargaron de ello. Se redactaron las listas de las contribuciones de 
  guerra que Francia había cobrado a Prusia, se evaluaron luego las proporciones 
  de la contribución de guerra que debían pagar las ciudades y los departamentos 
  de Francia, habida cuenta, naturalmente, que Francia era un país mucho más 
  rico. Se requisaban víveres, forrajes, ropa, calzado, etc. con una 
  implacabilidad ostentativa. Un alcalde de las Ardenas, que declaró no poder 
  satisfacer la exigencia, recibió sin más ni más veinticinco golpes de bastón; 
  el gobierno de París publicó pruebas oficiales de eso. Los 
  francotiradores[59], que procedían tan exactamente de acuerdo con el decreto 
  de 1813 sobre el Landsturm[60] prusiano, como si lo hubiesen estudiado para 
  eso, eran fusilados sin piedad sobre el terreno. Son igualmente fidedignos los 
  cuentos de los relojes de péndola enviados a Alemania: K–lnische Zeitung[61] 
  publicó eso. Sólo en opinión de los prusianos esos relojes no se consideraban 
  robados, sino hallados como bienes sin dueño en las casas de campo abandonadas 
  en las inmediaciones de París y anexadas en favor de los familiares que se 
  habían quedado en la patria. De esta manera, los junkers, bajo la dirección de 
  Bismarck, se encargaron de que, a despecho de la conducta irreprochable tanto 
  de los soldados como de una gran parte de los oficiales, se mantuviese el 
  carácter específicamente prusiano de la guerra y de que los franceses no se 
  olvidasen de ello;
  
  pero estos últimos hicieron recaer sobre todo el ejército la responsabilidad 
  por la odiosa mezquindad de los junkers.
  No obstante, a esos mismos junkers les tocó en suerte rendir al pueblo francés 
  unos honores que la historia jamás había visto. Cuando todas las tentativas de 
  eliminar el bloqueo de París habían fracasado, cuando todos los ejércitos 
  franceses habían sido rechazados, cuando la última gran ofensiva de Bourbaki 
  sobre la línea de comunicación de los alemanes fracasó, cuando toda la 
  diplomacia europea abandonó a Francia a su propia suerte, sin mover un dedo, 
  París, presa del hambre, hubo de capitular. Y los corazones de los junkers 
  latieron aún más fuerte cuando pudieron, en fin, entrar triunfantes en el nido 
  impío y vengarse a sus anchas de los archirrebeldes parisinos, cosa que no les 
  permitiera hacer en 1814 el emperador ruso Alejandro, y en 1815, Wellington; 
  ahora podían ensañarse en el foco y la patria de la revolución.
  París capituló, pagó 200 millones de contribución de guerra; los fuertes 
  fueron entregados a los prusianos; la guarnición depuso las armas a los pies 
  de los vencedores y entregó su artillería de campaña; los cañones de las 
  fortificaciones fueron desmontados de las cureñas; todos los medios de 
  resistencia pertenecientes al Estado fueron entregados uno por uno. Pero no se 
  tocó a los verdaderos defensores de París, la guardia nacional, el pueblo 
  parisino en armas; nadie se atrevió a exigirle sus armas ni sus cañones[*]. Y 
  para anunciar al mundo entero que el victorioso ejército alemán se había 
  detenido respetuosamente frente al pueblo armado de París, los vencedores no 
  entraron en la ciudad, se contentaron con ocupar por tres días los Campos 
  Elíseos —¡un jardín público!— ¡en el que se hallaban vigilados y bloqueados 
  por centinelas de los parisinos! Ningún soldado alemán entró en el 
  Ayuntamiento de París, ninguno pudo pasear por los jardines y los pocos, que 
  fueron admitidos al Louvre para admirar las obras de arte, hubieron de pedir 
  permiso para ello, a fin de no violar las condiciones de la capitulación. 
  Francia había sido derrotada, París se moría de hambre, pero el pueblo 
  parisino se había ganado con su glorioso pasado tal respeto que ningún 
  vencedor se atrevió siquiera a exigir su desarme, ninguno tuvo el valor de 
  entrar en sus casas para hacer un registro y profanar con una marcha triunfal 
  esas calles, campo de batalla de tantas revoluciones. Fue como si el recién 
  salido emperador alemán[**] se quitase el sombrero ante los revolucionarios 
  vivos de



  [*] Precisamente estos cañones, pertenecientes a la Guardia Nacional y no al 
  Estado y por tanto no entregados a los prusianos fueron los que Thiers ordenó 
  el 18 de marzo de 1871 que se los robaran a los parisinos, lo que provocó la 
  insurrección que dio lugar a la Comuna.
  [**] Guillermo I. (N. de la Edit.) 
  
  París, como en otros tiempos su hermano[*] se descubriera ante los cadáveres 
  de los combatientes de Marzo en Berlín[62] y como si todo el ejército alemán, 
  formado detrás del emperador, les presentase armas.
  Pero fue el único sacrificio que hubo de aceptar Bismarck. So pretexto de que 
  en Francia no había gobierno que pudiese concertar la paz con él, lo que era 
  tanto verdad, como mentira, tanto el 4 de septiembre, como el 28 de enero[63], 
  se valió de sus éxitos de una manera puramente prusiana, hasta la última gota, 
  y no se declaró dispuesto a la paz hasta que vio a Francia completamente 
  postrada. Al concluir la paz, volvió a <>, como un buen viejo prusiano. Además de extorsionar la cuantía 
  inaudita de 5 mil millones de indemnización, se arrancó a Francia dos 
  provincias —Alsacia y la Lorena alemana, con Metz y Estrasburgo— y las 
  incorporó a Alemania. Con esa anexión, Bismarck se portó por vez primera como 
  un político independiente, que, además de cumplir con sus métodos propios un 
  programa que le había sido impuesto desde fuera, ponía en práctica los 
  productos de su propia actividad cerebral; y aquí cometió su primer error 
  colosal[**].
  Alsacia había sido conquistada en lo fundamental por Francia ya en la guerra 
  de los Treinta años. Richelieu había abandonado con eso el firme principio de 
  Enrique IV:
  <>.
  Richelieu partía aquí del principio de la frontera natural del Rin, de la 
  frontera histórica de la vieja Galia. Era una necedad; pero el Imperio alemán, 
  que comprendía los dominios lingüísticos franceses de Lorena, de Bélgica y 
  hasta del Franco Condado, no tenía derecho a reprochar a Francia la anexión de 
  países de habla alemana. Y si Luis XIV se apoderó en 1681, en tiempos de paz, 
  de Estrasburgo, con ayuda de un partido de inspiración francesa de la 
  ciudad[64], no era Prusia la que debía indignarse por ello después de haber 
  recurrido, en 1796, a la violencia, aunque sin éxito, respecto de la ciudad 
  libre imperial de Nuremberg, a la que no le había invitado, por cierto, ningún 
  partido prusiano[***].



  [*] Federico Guillermo IV. (N. de la Edit.)
  [**] El texto que sigue hasta las palabras <> (véase el presente tomo, ), en virtud de la ausencia de las 
  correspondientes páginas del manuscrito, se reproduce con arreglo al texto de 
  la revista Neue Zeit, Bd. 1, N† 25, 1895-1896, S. 772—776 (N. de la Edit.)
  [***] Se reprocha a Luis XIV el haber lanzado en plena paz a sus cámaras de 
  reunificación[65] sobre regiones alemanas que no le pertenecían. Ni la envidia 
  más malévola podría reprochar lo mismo a los prusianos. Al contrario. Tras de 
  concluir la paz separada con Francia en 1795, violando directamente la 
  [continua en la ] Constitución del Imperio, tras de reunir en torno 
  suyo a sus vecinos pequeños, igualmente pérfidos, del otro lado de la línea de 
  demarcación en la primera Confederación Germánica del Norte, se aprovecharon 
  para llevar a cabo sus tentativas anexionistas en Franconia, de la difícil 
  situación en que se encontraban los Estados del Sur de Alemania, que tuvieron 
  que proseguir solos la guerra aliados a Austria. Formaron en Ansbach y en 
  Bayreuth, a la sazón prusianas, cámaras de reunificación al estilo de las de 
  Luis XIV; pretendían a una serie de territorios vecinos so pretextos tan 
  absurdos que, comparados con ellos, los argumentos jurídicos de Luis parecían 
  claros y convincentes al máximo. Y cuando los alemanes fueron derrotados y se 
  replegaron, cuando los franceses entraron en Franconia, los salvadores 
  prusianos ocuparon todo el territorio alrededor de Nuremberg, incluidos los 
  arrabales hasta los muros de la ciudad y consiguieron que los burgueses de 
  Nuremberg, muertos de miedo, firmaran un tratado (el 2 de septiembre de 1796), 
  según el cual la ciudad se sometía a la soberanía prusiana a condición de que 
  los judíos jamás fuesen admitidos en la ciudad. Pero, acto seguido, el 
  archiduque Carlos pasó a la ofensiva y volvió a destrozar a los franceses en 
  Wurzburg el 3 y el 4 de septiembre de 1796, con lo cual se desvaneció como el 
  humo azul esta tentativa de lograr por la fuerza que los vecinos de Nuremberg 
  comprendiesen la misión alemana de Prusia.
  
  La Lorena fue vendida a Francia por Austria en 1735 de acuerdo con el tratado 
  de paz de Viena y pasó en 1766 definitivamente a manos de Francia. A lo largo 
  de los siglos no había pertenecido más que nominalmente al Imperio alemán, sus 
  duques eran franceses en todos los aspectos y casi siempre se habían aliado a 
  Francia.
  En los Vosgos, hasta la Revolución francesa, había una multitud de pequeños 
  señores que se portaban respecto de Alemania como dignatarios imperiales 
  dependientes directamente del emperador y, a la vez, reconocían la soberanía 
  de Francia respecto de ellos. Sacaban provecho de esa doble situación. Y, 
  puesto que el Imperio alemán lo toleraba, en lugar de pedir cuentas a esos 
  dinastas, no podía quejarse cuando Francia, en virtud de sus derechos 
  soberanos, puso bajo su protección contra esos señores expulsados, a los 
  habitantes de dichos dominios.
  En total, este territorio alemán antes de la revolución no había sido 
  afrancesado en absoluto. El idioma alemán seguía siendo el de las escuelas y 
  las instituciones administrativas, al menos en Alsacia. El gobierno francés 
  favorecía a las provincias alemanas que, después de largas y devastadoras 
  guerras, ahora, a partir de comienzos del siglo XVIII, no habían vuelto a ver 
  al enemigo en sus tierras. Desgarrado por eternas guerras intestinas, el 
  Imperio alemán no podía verdaderamente suscitar entre los alsacianos el deseo 
  de volver a la madre patria; al menos gozaban de la tranquilidad y la paz, 
  sabían cómo marchaban los asuntos, y los filisteos, que marcaban la pauta, 
  veían en ello los caminos inescrutables del Señor. Además, su suerte no 
  carecía de ejemplos, ya
  
  que los habitantes de Holstein se hallaban también bajo la dominación 
  extranjera de Dinamarca.
  Pero sobreviene la Revolución francesa. Lo que Alsacia y Lorena no se habían 
  atrevido siquiera a esperar de Alemania les regaló Francia. Las trabas 
  feudales fueron rotas. El campesino siervo sujeto a la corvea devino hombre 
  libre, en muchos casos propietario libre de su finca y de su campo. En las 
  ciudades desaparecieron el poder de los patricios y los privilegios gremiales. 
  Se expulsó a la nobleza y, en las posesiones de los pequeños príncipes y 
  señores, los campesinos siguieron el ejemplo de sus vecinos; echaron a los 
  dinastas, las cámaras del gobierno y la nobleza y se proclamaron ciudadanos 
  franceses libres. En ninguna parte de Francia, el pueblo se adhirió con mayor 
  entusiasmo a la revolución que en las regiones de habla alemana. Y cuando el 
  Imperio germánico declaró la guerra a la revolución, cuando se vio que los 
  alemanes, además de soportar aún obedientes sus cadenas, se dejaban utilizar 
  para volver a imponer a los franceses su antigua servidumbre y, a los 
  campesinos de Alsacia, los señores feudales que acababan de ser expulsados, se 
  acabó el germanismo de Alsacia y Lorena, cuyos habitantes aprendieron a odiar 
  y a despreciar a los alemanes. Entonces se compuso en Estrasburgo la 
  Marsellesa y fueron los alsacianos los primeros en cantarla; los franceses 
  alemanes, a despecho del idioma y del pasado, en los campos de centenares de 
  batallas en la lucha por la revolución, se unieron a los franceses nacionales 
  para formar un mismo pueblo.
  ¿Acaso la gran revolución no había hecho el mismo milagro con los flamencos de 
  Dunkerque, con los celtas de Bretaña y con los italianos de Córcega? Y cuando 
  nos quejamos de que lo mismo haya ocurrido a los alemanes, ¿no nos habremos 
  olvidado de toda nuestra historia, que lo ha hecho posible? ¿Habremos olvidado 
  que toda la orilla izquierda del Rin, aun habiendo tenido una participación 
  pasiva en la revolución estuvo en favor de los franceses cuando los alemanes 
  volvieron a entrar en esas tierras en 1814 y siguió así hasta 1848, cuando la 
  revolución rehabilitó a los alemanes a los ojos de la población de las 
  regiones renanas? ¿Acaso nos olvidamos de que el entusiasmo de Heine por los 
  franceses y hasta su bonapartismo no eran otra cosa que el eco del estado de 
  espíritu de todo el pueblo de la orilla izquierda del Rin?
  Cuando los aliados entraron en Francia en 1814, precisamente en Alsacia y 
  Lorena tropezaron con los enemigos más decididos, con la resistencia más 
  fuerte por parte del propio pueblo, ya que se sentía el peligro de que habría 
  que volver a pertenecer a Alemania. Mientras tanto, en Alsacia y Lorena se 
  hablaba aún casi exclusivamente el alemán. Pero, cuando ya no había peligro de 
  que se le apartase de Francia, cuando se puso fin a los apetitos
  
  anexionistas de los chovinistas románticos alemanes, se comprendió que era 
  necesario unirse más estrechamente a Francia incluso desde el punto de vista 
  del idioma; a partir de ese momento se hizo lo mismo que en Luxemburgo, se 
  procedió voluntariamente al paso de las escuelas a la enseñanza en francés. No 
  obstante, el proceso de transformación era muy lento; sólo la actual 
  generación de la burguesía se ha afrancesado efectivamente, mientras que los 
  campesinos y los obreros siguen hablando el alemán. La situación es 
  aproximadamente la misma que en Luxemburgo; el alemán literario cede el lugar 
  al francés (excepto parcialmente en el púlpito), pero el dialecto popular 
  alemán ha perdido terreno sólo en la frontera lingüística, siendo de uso 
  familiar más común que en la mayor parte de Alemania.
  Tal es el país que Bismarck y los junkers prusianos, sostenidos, al parecer, 
  por la reminiscencia de un romanticismo chovinista inseparable de todas las 
  iniciativas alemanas, se propusieron volverlo a convertir en país alemán. El 
  propósito de convertir Estrasburgo, la patria de la Marsellesa, en ciudad 
  alemana fue tan absurdo como el deseo de hacer de Niza, la patria de 
  Garibaldi, una ciudad francesa. Pero, en Niza, Luis Napoleón respetaba las 
  conveniencias, poniendo a votación el problema de la anexión, y la maniobra 
  tuvo éxito. Sin hablar ya de que los prusianos detestaban, y no sin motivo de 
  peso, semejantes medidas revolucionarias —no se conocía un solo caso de que 
  las masas populares hubiesen querido unirse a Prusia—, se sabía demasiado bien 
  que precisamente aquí la población era más unánime en su deseo de ser francesa 
  que los propios franceses nacionales. Y la separación fue llevada a cabo 
  mediante la violencia. Era algo así como una venganza por la Revolución 
  francesa; se arrancó uno de los trozos que se habían fundido con Francia 
  precisamente merced a la revolución.
  Desde el punto de vista militar, la anexión tenía en ese caso un objetivo 
  determinado. Con Metz y Estrasburgo, Alemania adquiría un frente de defensa de 
  excepcional fuerza. Mientras Bélgica y Suiza sigan neutrales, los franceses 
  sólo pueden emprender una ofensiva masiva en la estrecha franja comprendida 
  entre Metz y los Vosgos y, además, Coblenza, Metz, Estrasburgo y Maguncia 
  constituyen el cuadrilátero de plazas fuertes más poderoso y más grande del 
  mundo. Pero, la mitad de este cuadrilátero, al igual que el austríaco en 
  Lombardía[*], se halla en país enemigo y sirve allí de ciudadela para reprimir 
  a la población. Es más: a fin de cerrar el cuadrilátero había que salir de la 
  zona



  [*] Las fortalezas del Norte de Italia: Verona, Legnago, Mantua y Peschiera. 
  (N. de la Edit.)
  
  de propagación del idioma alemán, había que anexar a un cuarto de millón de 
  franceses nacionales.
  Por consiguiente, la gran ventaja estratégica es el único punto que puede 
  justificar la anexión. Ahora bien, ¿puede esta ventaja compararse en alguna 
  medida con el daño que ha causado?
  Al junker prusiano le importa un comino el inmenso daño moral que se ha 
  causado el joven Imperio alemán proclamando abierta y desvergonzadamente como 
  principio básico la violencia brutal. Al contrario, le hacen falta súbditos 
  recalcitrantes y sometidos por la violencia, ya que éstos sirven de prueba del 
  crecimiento del poderío prusiano; en realidad, jamás ha tenido otros. Pero con 
  lo que debía contar era con las consecuencias políticas de la anexión. Y éstas 
  eran evidentes. Incluso antes de que la anexión adquiriese fuerza de ley, Marx 
  la anunció al mundo en una circular de la Internacional: La anexión de Alsacia 
  y Lorena hace de Rusia el árbitro de Europa[*]. Y los socialdemócratas lo 
  repitieron con harta frecuencia desde la tribuna del Reichstag hasta que el 
  propio Bismarck reconoció la razón de esta frase en su discurso parlamentario 
  del 6 de febrero de 1888, gimoteando ante el todopoderoso zar, amo de la 
  guerra y la paz.
  En efecto, eso estaba claro como la luz del día. Al arrancar a Francia dos de 
  sus provincias más fanáticamente patrióticas, se la echaban en los brazos del 
  que le diese la esperanza de recuperarlas, y hacían de Francia un enemigo 
  eterno. Cierto es que Bismarck, que representa en este aspecto digna y 
  conscientemente a los filisteos alemanes, exige de los franceses que no 
  renuncien a Alsacia y Lorena sólo en el sentido jurídico estatal, sino también 
  en el moral y que, además, se alegren bastante, puesto que estos dos pedazos 
  de la Francia revolucionaria <>, de la 
  que no quieren saber absolutamente nada. Pero, por desgracia, los franceses no 
  lo hacen, del mismo modo que los alemanes no renunciaron durante las guerras 
  napoleónicas a la orilla izquierda del Rin, aunque en esa época dicha región 
  no pensaba volver al poder de estos últimos. Por cuanto los alsacianos y los 
  loreneses quieren volver a Francia, ésta procurará y debe procurar 
  recobrarlos, deberá buscar los medios de conseguirlo y, entre otras cosas, 
  deberá buscarse aliados. Y su aliado natural contra Alemania es Rusia.
  Si las dos naciones más grandes del continente occidental se neutralizan 
  recíprocamente mediante su hostilidad, si entre ellas existe, además, una 
  eterna manzana de la discordia, que las



  [*] C. Marx, Segundo manifiesto del Consejo General de la Asociación 
  Internacional de los Trabajadores sobre la guerra franco-prusiana (véase la 
  presente edición, t. 2, págs. 206-213) (N. de la Edit.)
  
  incita a combatirse mutuamente, de ello sale ganando sólo Rusia, ya que se le 
  desatan más y más las manos, Rusia, que en sus designios anexionistas 
  tropezará con menos obstáculos por parte de Alemania y podrá contar más con el 
  apoyo incondicional de Francia. ¿Acaso Bismarck no ha colocado a Francia en 
  una situación en que ésta tiene que implorar la alianza rusa y abandonar 
  amablemente Constantinopla a Rusia si ésta sólo promete a Francia la 
  devolución de las provincias perdidas? Y si, pese a ello, la paz se ha 
  mantenido durante diecisiete años, ¿no habrá que atribuirlo a otro hecho, a 
  que el sistema de formación de reservas militares implantado en Francia y en 
  Rusia requiere dieciséis años, al menos, y después de los recientes 
  perfeccionamientos alemanes, veinticinco años para formar los necesarios 
  contingentes anuales? ¿Acaso la anexión de Alsacia y Lorena, que durante los 
  últimos diecisiete años ha sido el factor principal determinante de toda la 
  política de Europa, no es ahora también la causa fundamental de toda la crisis 
  que entraña el peligro de guerra en el continente? ¡Suprímase nada más que 
  esto, y la paz estará asegurada!
  El burgués alsaciano, que habla el francés con una pronunciación altoalemana, 
  ese petulante híbrido que hace alarde de francés, como si fuera un francés de 
  pura cepa, que mira a Goethe por encima del hombro y se entusiasma con Racine, 
  pero que no puede deshacerse de la torturante conciencia de su secreto origen 
  alemán y, precisamente por eso, tiene que hablar con desdén de todo lo alemán, 
  de modo que no puede siquiera servir de intermediario entre Alemania y 
  Francia, ese burgués alsaciano es, indudablemente, un individuo despreciable, 
  ya sea un industrial de Mulhouse, ya un periodista de París. Pero ¿quién lo ha 
  hecho así, sino la historia de Alemania de los últimos trescientos años? 
  ¿Acaso no eran hasta hace poco tiempo casi todos los alemanes en el 
  extranjero, sobre todo los comerciantes, como los alsacianos, que abjuraban de 
  su origen alemán, que se sometían a toda clase de torturas para adoptar la 
  nacionalidad extranjera de su nueva patria y se colocaban voluntariamente en 
  la misma situación ridícula, al menos, que los alsacianos, los cuales se ven 
  más o menos forzados a ello por las circunstancias? Por ejemplo, en 
  Inglaterra, todos los comerciantes alemanes inmigrados entre 1815 y 1840 se 
  asimilaron casi enteramente, hablaban entre sí casi exclusivamente en inglés 
  e, incluso ahora, en la Bolsa de Manchester, se pueden ver no pocos viejos 
  filisteos alemanes que darían la mitad de su fortuna por poder pasar por 
  verdaderos ingleses. Sólo después de 1848 se produjeron ciertos cambios en 
  este problema, y a partir de 1870, cuando un teniente de reserva llega a 
  Inglaterra y Berlín envía allí su contingente, el servilismo
  
  anterior cede incluso lugar a la arrogancia prusiana, que nos hace no menos 
  ridículos ante los ojos de los extranjeros.
  ¿Acaso, después de 1871, la reunificación con Alemania se hizo más atractiva 
  para los alsacianos? Al contrario. Los sometieron a una dictadura, mientras 
  que al lado, en Francia, regía la república. Se implantó en su provincia el 
  importuno y pedante sistema prusiano de la Landrath, en comparación con la 
  cual la injerencia administrativa de las llamadas prefecturas francesas 
  rigurosamente reglamentada por la ley, parecía de oro. Se puso pronto fin a 
  los últimos restos de la libertad de prensa, del derecho de reunión y de 
  asociación, se disolvió los recalcitrantes consejos municipales y se instaló 
  en las funciones de alcaldes a burócratas alemanes. En cambio, se trató de 
  agradar por todos los medios a los <>, es decir, a los aristócratas 
  y burgueses afrancesados completamente, protegiendo sus intereses explotadores 
  contra los campesinos y los obreros de habla alemana, pero que no eran de 
  mentalidad alemana, que constituían el único elemento con el que hubiera sido 
  posible una tentativa de reconciliación. Y ¿qué se logró con eso? Pues, que en 
  febrero de 1887, cuando toda Alemania se dejó intimidar y envió al Reichstag 
  la mayoría del cartel[66] de Bismarck, Alsacia y Lorena eligieron nada más que 
  a franceses decididos, rechazando a todos los sospechosos de la más mínima 
  simpatía hacia los alemanes.
  Ahora bien, siendo los alsacianos como son, ¿tenemos derecho a indignarnos por 
  eso? De ninguna manera. El que se opongan a la anexión es un hecho histórico 
  que hay que explicar y no anular. Y aquí debemos preguntarnos: ¿cuántas faltas 
  históricas graves habrá debido cometer Alemania para que fuese posible 
  semejante estado de ánimo en Alsacia? Y ¿qué aspecto debe tener nuestro nuevo 
  Imperio alemán, visto desde fuera, si después de diecisiete años de 
  regermanización, los alsacianos se muestran unánimes al decirnos: dejadnos en 
  paz? ¿Tenemos el derecho a pensar que dos campañas victoriosas y diecisiete 
  años de dictadura de Bismarck bastan para acabar con todas las consecuencias 
  de toda la bochornosa historia de tres siglos?
  Bismarck había logrado su objetivo. Su nuevo Imperio prusiano-alemán había 
  sido proclamado en Versalles, en la sala de gala de Luis XIV[67]. Francia se 
  hallaba desarmada a sus pies; la altanera ciudad de París, a la que ni él 
  mismo se había atrevido a tocar, había sido llevada por Thiers a la 
  insurrección de la Comuna y, luego, derrotada por los soldados del ex-ejército 
  imperial que regresaban del cautiverio. Todos los filisteos de Europa 
  admiraban a Bismarck como no habían admirado a su modelo, a Luis Bonaparte, en 
  los años 50. Con el apoyo de Rusia, Alemania se erigió en la primera potencia 
  de Europa, y todo el poder en Alemania
  
  se hallaba concentrado en manos del dictador Bismarck. Ahora todo dependía de 
  cómo sabría utilizar ese poder. Si hasta entonces había puesto en práctica los 
  planes de unidad de la burguesía sin recurrir a los medios burgueses, sino a 
  los bonapartistas, ahora ese problema estaba resuelto en cierta medida; 
  tratábase de concebir planes propios y mostrar qué ideas era capaz de 
  engendrar su propia cabeza. Y eso debía hacerse patente en la organización 
  interior del nuevo Imperio.
  La sociedad alemana consta de grandes propietarios de tierras, campesinos, 
  burguesas, pequeños burgueses y obreros; todos ellos se agrupan, a su vez, en 
  tres clases principales.
  La gran propiedad rural se concentra en manos de unos cuantos magnates (sobre 
  todo en Silesia) y de un número considerable de propietarios medios, que 
  prevalecen en las viejas provincias prusianas al Este del Elba. Precisamente 
  estos junkers prusianos predominan en toda la clase de los grandes 
  propietarios de tierras. Son agricultores en la medida en que explotan sus 
  fincas con ayuda de gerentes y, además, suelen ser, con mucha frecuencia, 
  propietarios de destilerías y fábricas de azúcar de remolacha. En los casos en 
  que ha sido posible, las tierras han pasado a pertenecer a las familias en 
  concepto de mayorazgo. Los hijos menores van al ejército o a ocupar cargos en 
  la administración civil; así, de esa pequeña nobleza terrateniente depende 
  otra, aún más pequeña, de oficiales y funcionarios, cuyas filas crecen, 
  además, a cuenta de los altos oficiales y funcionarios procedentes de la 
  burguesía, a los que se conceden a montones títulos nobiliarios. En el límite 
  inferior de esta ralea noble se forma, como es lógico, una numerosa nobleza de 
  parásitos, el lumpemproletariado noble, que vive de deudas, juegos dudosos, 
  indiscreciones, mendicidad y espionaje político. El conjunto de toda esa 
  pandilla constituye el mundo de los junkers prusianos y viene a ser uno de los 
  pilares principales del Estado prusiano. Pero, el núcleo terrateniente de 
  estos junkers se asienta sobre una base muy precaria. El deber de mantener el 
  tren de vida que corresponde a ese estado resulta cada día más caro; hace 
  falta dinero para mantener a los hijos menores hasta que obtengan el grado de 
  teniente o de asesor y para casar a las hijas; visto que ante el cumplimiento 
  de estas obligaciones se relegan a segundo plano todas las otras 
  consideraciones, no tiene nada de extraño que las rentas no sean suficientes y 
  que haya que firmar letras de cambio o recurrir a la hipoteca. En una palabra, 
  todo el mundo de los junkers se halla constantemente al borde del abismo: 
  cualquier calamidad —guerra, mala cosecha o crisis comercial— le amenaza con 
  la quiebra; por tanto, no tiene nada de asombroso que, a lo largo de los 
  últimos cien años y pico, lo haya salvado de la ruina toda clase de ayuda del 
  Estado; en 
  
  efecto, sólo existe merced a la ayuda de éste. Es una clase que se mantiene 
  artificialmente y está condenada a desaparecer; no hay ayuda del Estado que 
  pueda mantener su existencia durante mucho tiempo. Pero, con ella dejará de 
  existir también el viejo Estado prusiano.
  El campesino es, políticamente, un elemento poco activo. Mientras sigue siendo 
  propietario se arruina más y más debido a las condiciones de producción 
  desfavorables en la hacienda parcelaria campesina, privada de los antiguos 
  pastizales comunales de la marca y de la comunidad, sin lo cual el campesino 
  no tiene posibilidad de criar ganado. Como arrendatario, se encuentra en 
  condiciones todavía peores. La pequeña explotación campesina implica más que 
  nada la economía natural y se arruina en la economía monetaria. De ahí las 
  crecientes deudas, la expropiación masiva por los acreedores hipotecarios y la 
  necesidad de recurrir a industrias a domicilio únicamente para no perder su 
  porción de tierra. En el aspecto político, el campesinado suele ser, en la 
  mayoría de los casos, indiferente o reaccionario: ultramontano[68] en la 
  región renana debido a su viejo odio a los prusianos; en otras zonas es 
  particularista o conservador protestante. En esta clase, el sentimiento 
  religioso sirve todavía de expresión de los intereses sociales o políticos.
  De la burguesía hemos hablado ya. Desde 1848 ha experimentado un inaudito auge 
  económico. Alemania tuvo una participación creciente en el colosal progreso de 
  la industria después de la crisis comercial de 1847, progreso logrado merced 
  al establecimiento de una línea de navegación a vapor transoceánica en esa 
  época, merced a la enorme ampliación de la red ferroviaria y al descubrimiento 
  de las minas de oro en California y en Australia. Precisamente el afán de la 
  burguesía de suprimir los obstáculos provenientes de la división en pequeños 
  Estados ante el comercio y de conseguir en el mercado mundial una situación 
  igual a la de sus rivales extranjeros fue lo que dio impulso a la revolución 
  de Bismarck. Ahora, cuando los miles de millones que pagaba Francia inundaban 
  Alemania, para la burguesía comenzaba un nuevo período de febril actividad 
  empresarial, y aquí, por vez primera, mediante la quiebra a escala 
  nacional[69], Alemania mostró que era una gran nación industrial. A la sazón, 
  la burguesía era económicamente la clase más poderosa de la población; el 
  Estado tenía que someterse a sus intereses económicos; la revolución de 1848 
  le dio al Estado una forma constitucional exterior, en la que la burguesía 
  podía ejercer también la dominación política y habituarse al ejercicio del 
  poder. No obstante, estaba aún lejos del auténtico poder político. No había 
  salido victoriosa del conflicto con Bismarck: la liquidación del conflicto 
  mediante la revolución
  
  en Alemania desde arriba le mostró aún más claramente que, por el momento, el 
  poder ejecutivo, en el mejor de los casos, dependía de ella muy poco e 
  indirectamente, que no podía destituir ministros, ni influir en el 
  nombramiento de los mismos, ni disponer del ejército. Además, era cobarde y 
  débil frente a un poder ejecutivo enérgico; pero, los junkers eran iguales, y 
  para ella eso era más perdonable dado el antagonismo económico directo entre 
  ella y la revolucionaria clase obrera industrial. Sin embargo, no cabía la 
  menor duda de que debía aniquilar poco a poco económicamente a los junkers y 
  que, entre todas las clases poseedoras, ella era la única que tenía 
  perspectivas en el porvenir.
  La pequeña burguesía constaba, en primer lugar, de los restos de los artesanos 
  medievales, que, en Alemania, atrasada durante mucho tiempo, eran mucho más 
  numerosos que en los demás países de Europa Occidental; en segundo lugar, de 
  burgueses arruinados y, en tercer lugar, de elementos de la población 
  desheredada que habían llegado a ser pequeños comerciantes. Con la expansión 
  de la gran industria, la existencia de toda la pequeña burguesía perdía lo que 
  le quedaba de su estabilidad; los cambios de ocupación y las quiebras 
  periódicas se erigieron en regla. Esta clase antes tan estable, núcleo 
  fundamental de los filisteos alemanes, que llevaba antes una vida tan 
  acomodada y se distinguía por su domesticidad, servilismo, devoción y 
  honorabilidad, se hundió hasta llegar a un estado de completa confusión y de 
  descontento con la suerte que Dios le había deparado. De los artesanos que 
  quedaban, unos exigían a voz en cuello la restauración de los privilegios 
  corporativos, otros se convertían parcialmente en dóciles demócratas 
  progresistas[70] y parcialmente se acercaban hasta a los socialdemócratas y se 
  adherían directamente, en ciertos casos, al movimiento obrero.
  Finalmente, los obreros. Los obreros agrícolas, al menos los del Este de 
  Alemania, se hallaban aún en dependencia semiservil y no estaban en 
  condiciones de responder de sus actos. En cambio, entre los obreros de la 
  ciudad, la socialdemocracia progresó rápidamente y creció a medida que la gran 
  industria fue proletarizando a las masas populares y agravando de este modo al 
  extremo la oposición de clase entre capitalistas y obreros. Si los obreros 
  socialdemócratas estaban todavía escindidos en dos partidos[71] rivales, 
  después de la aparición de El Capital de Marx, las divergencias de principio 
  entre dichos partidos desaparecieron casi enteramente. El lassalleanismo de 
  estricta observancia, con su específica reivindicación de <>, se fue reduciendo paulatinamente a 
  la nada, revelando cada vez más su incapacidad de crear el núcleo de un 
  partido obrero bonapartista-socialista estatal. Las faltas que unos
  
  jefes habían cometido en este aspecto fueron corregidas por el sano sentido 
  común de las masas. La unificación de las dos tendencias socialdemócratas, que 
  se retrasaba casi exclusivamente debido a cuestiones personales, estaba 
  asegurada para un futuro próximo. Pero ya en la época de la escisión y a 
  despecho de la misma, el movimiento era bastante poderoso para infundir pavor 
  a la burguesía industrial y para paralizarla en su lucha contra el gobierno, 
  todavía independiente de ella; por lo demás, después de 1848, la burguesía 
  alemana no ha podido ya desembarazarse del fantasma rojo.
  Esa división en clases era la base de la división en partidos en el Parlamento 
  y los landtags. Los grandes propietarios de tierras y una parte de los 
  campesinos formaban la masa de conservadores; la burguesía industrial 
  constituía el ala derecha del liberalismo burgués, los liberales nacionales; 
  el ala de izquierda —el Partido Demócrata debilitado o, como lo llamaban, 
  Partido Progresista— constaba de pequeños burgueses, apoyados por una parte de 
  la burguesía, como también de obreros. Finalmente, los obreros tenían su 
  propio partido, el Socialdemócrata, al que pertenecía también la pequeña 
  burguesía.
  Un hombre en la situación de Bismarck y con el pasado de Bismarck debiera 
  haberse dicho, al comprender en alguna medida el estado de las cosas, que los 
  junkers, tal y como eran, no formaban una clase viable, que, de todas las 
  clases poseedoras, sólo la burguesía podía pretender a un porvenir, y que, por 
  consecuencia (hacemos abstracción de la clase obrera, pues no pensamos pedir a 
  Bismarck que comprenda su misión histórica), su nuevo Imperio prometía tener 
  una existencia tanto más segura cuanto más preparase su transformación 
  paulatina en un Estado burgués moderno. No le vamos a pedir lo que en aquellas 
  condiciones concretas le era imposible. No era posible ni oportuno pasar a la 
  sazón inmediatamente a la forma de gobierno parlamentario, con un Reichstag 
  dotado de poder decisivo (como la Cámara de los Comunes en Inglaterra); la 
  dictadura de Bismarck ejercida en forma parlamentaria debía aún parecerle a él 
  mismo necesaria; no le reprochamos en absoluto el haberla conservado en los 
  primeros tiempos; únicamente preguntamos ¿con qué fin había que emplearla? 
  Difícilmente se dudará de que la única vía que permitía asegurar al nuevo 
  Imperio una base sólida y una evolución interior tranquila consistía en 
  preparar un régimen que correspondiese al de la Constitución inglesa. Parecía 
  que, con abandonar la mayor parte de los junkers, condenados inevitablemente a 
  la ruina, a su ineludible suerte, era todavía posible formar con la parte 
  restante y con los nuevos elementos una clase de grandes propietarios de 
  tierra independientes, clase que sólo sirviese de fleco ornamental de la
  
  burguesía; una clase a la que la burguesía, incluso en plena posesión de su 
  poder, debía entregar la representación oficial en el Estado, y con ello los 
  puestos más rentables y una influencia muy grande. Al hacer concesiones 
  políticas a la burguesía, que con el tiempo igual no se le podría negar (al 
  menos así debían pensar las clases poseedoras), al hacerle esas concesiones 
  paulatinamente e incluso muy de tarde en tarde y en pequeñas dosis, se podría, 
  por lo menos, encauzar el nuevo Imperio por un camino que permitía alcanzar 
  los otros Estados occidentales de Europa, que la habían adelantado mucho en el 
  aspecto político, liberarse, finalmente, de los últimos vestigios del 
  feudalismo y de la tradición filistea, todavía muy fuerte en los medios 
  burocráticos y, lo que era lo principal, adquirir la capacidad de mantenerse 
  en sus propios pies cuando sus fundadores, ya nada jóvenes, entregasen el alma 
  a Dios.
  Además, eso no era tan difícil. Los junkers y los burgueses no tenían energía, 
  ni siquiera media. Los primeros lo habían probado en los últimos sesenta años, 
  cuando el Estado no cesaba de adoptar medidas en beneficio de ellos, pese a la 
  oposición de estos Don Quijotes. La burguesía, a la que la larga historia 
  anterior había acostumbrado a la docilidad, se resentía aún mucho del 
  conflicto; desde entonces, los éxitos de Bismarck quebrantaron todavía más la 
  fuerza de su resistencia, mientras que el miedo ante el movimiento obrero 
  creciente de una manera amenazadora hizo el resto. En esas condiciones, a un 
  hombre que había hecho realidad las aspiraciones nacionales de la burguesía no 
  le costaría trabajo invertir el tiempo que le diese la gana para satisfacer 
  sus aspiraciones políticas, muy modestas en general ya de por sí. Lo único que 
  necesitaba era tener una idea clara del objetivo.
  Desde el punto de vista de las clases poseedoras, era ese el único camino 
  razonable. Desde el punto de vista de la clase obrera, estaba claro que era ya 
  demasiado tarde para instaurar un poder burgués duradero. La gran industria y 
  con ella la burguesía y el proletariado, se constituyeron en Alemania en una 
  época en que la burguesía y el proletariado podían, casi al mismo tiempo, 
  presentarse cada uno por su cuenta en el escenario político, en que, por 
  consiguiente, la lucha entre las dos clases había comenzado ya antes de haber 
  la burguesía conquistado el poder político exclusivo o predominante. Pero, si 
  hasta era ya demasiado tarde para un poder firme y tranquilo de la burguesía 
  en Alemania, la mejor política todavía en 1870, desde el punto de vista de las 
  clases poseedoras en general, era el rumbo hacia ese poder de la burguesía. En 
  efecto, sólo así se podían eliminar las innumerables supervivencias de los 
  tiempos del feudalismo putrefacto, que seguían pululando en la legislación y 
  la administración; sólo
  
  así se podía aclimatar gradualmente en suelo alemán el conjunto de los 
  resultados de la Gran Revolución francesa, en una palabra, cortar a Alemania 
  su vieja y larguísima trenza china y llevarla consciente y definitivamente a 
  la vía de la evolución moderna, poner sus condiciones políticas a tono con las 
  industriales. Y cuando, en lo sucesivo, se desplegase la lucha inevitable 
  entre la burguesía y el proletariado, ésta transcurriría, al menos, en 
  condiciones normales, en las que cada cual podría ver de qué se trataba, y no 
  en un ambiente de confusión y oscuridad, de entrelazamiento de intereses y de 
  perplejidad que observamos en Alemania en 1848, con la única diferencia de 
  que, esa vez, la perplejidad abarcaba exclusivamente a las clases poseedoras, 
  ya que la clase obrera sabe lo que quiere.
  Como estaban las cosas en 1871 en Alemania, un hombre como Bismarck hubo de 
  aplicar, efectivamente, una política de maniobra entre las distintas clases. 
  Aquí no se le puede reprochar nada en absoluto. Trátase sólo de saber qué 
  objetivo se planteaba esa política. Si marchaba consciente y resueltamente, no 
  importa a qué ritmo, hacia la instauración, en fin de cuentas, del poder de la 
  burguesía, respondía a la evolución histórica en la medida en que era, en 
  general, posible desde el punto de vista de las clases poseedoras. Si en 
  cambio, marchaba hacia el mantenimiento del viejo Estado prusiano, hacia la 
  prusificación paulatina de Alemania, era reaccionaria y, en fin de cuentas, 
  estaba condenada al fracaso. Si no se planteaba más que conservar el poder de 
  Bismarck, era bonapartista y debía acabar como todo bonapartismo.
  * * *
  La tarea siguiente era la Constitución del Imperio. Como material se tenía, de 
  una parte, la Constitución de la Confederación Germánica del Norte y, de otra, 
  los tratados con los Estados alemanes del Sur[72]. Los factores, con ayuda de 
  los cuales Bismarck debía crear la Constitución eran, por una parte, las 
  dinastías representadas en el Consejo federal y, por otro, el pueblo 
  representado en el Reichstag. En la Constitución de Alemania del Norte y en 
  los tratados se puso un límite a las pretensiones de las dinastías. El pueblo, 
  al contrario, podía pretender a una participación considerablemente mayor en 
  el poder político. Había ganado en los campos de batalla la independencia, en 
  cuanto a la intervención extranjera en los asuntos interiores y la unificación 
  de Alemania, en la medida en que se podía hablar de unificación y precisamente 
  él debía decidir, en primer término, el uso que cabía dar a esa independencia 
  y el modo de realizar y utilizar concretamente esa unificación. E incluso si 
  el pueblo reconocía
  
  las bases del derecho incluidas ya en la Constitución de la Confederación 
  Germánica del Norte y en los tratados, ello no era óbice en absoluto para 
  conseguir con la nueva Constitución una participación en el poder mayor que 
  con la precedente. El Reichstag era la única institución que representaba, de 
  hecho, la nueva <>. Cuanto mayor peso adquiría la voz del Reichstag, 
  cuanto más independiente era la Constitución del Imperio respecto de las 
  constituciones particulares de las tierras, tanto mayor debía ser la cohesión 
  del nuevo Imperio, tanto más debían fundirse en el alemán el bávaro, el sajón 
  y el prusiano.
  Para cualquiera que viese más allá de la punta de su nariz eso debía estar 
  completamente claro. Pero, Bismarck tenía otra opinión. Se servía, al 
  contrario, de la embriaguez patriótica, que se había intensificado después de 
  la guerra, precisamente para lograr que la mayoría del Reichstag renunciase 
  tanto a toda ampliación como hasta a la definición clara de los derechos del 
  pueblo y que se limitase a restituir simplemente en la Constitución del 
  Imperio la base jurídica de la Constitución de la Confederación Germánica del 
  Norte y de los tratados. Todas las tentativas de los pequeños partidos de 
  expresar en la Constitución los derechos del pueblo a la libertad fueron 
  rechazadas, hasta la propuesta del centro católico acerca de la inclusión de 
  los artículos de la Constitución prusiana referentes a la garantía de la 
  libertad de prensa, de reunión y de asociación y a la independencia de la 
  Iglesia. De este modo, la Constitución prusiana, cercenada dos o tres veces, 
  era más liberal aún que la Constitución del Imperio. Los impuestos no se 
  votaban anualmente, sino que se establecían de una vez y para siempre, <>, así que quedaba descartada para el Reichstag la posibilidad de 
  rechazar la aprobación de los mismos. De esta manera se aplicó a Alemania la 
  doctrina prusiana, incomprensible en el mundo constitucional no alemán, según 
  la cual los representantes del pueblo sólo tenían el derecho en el papel a 
  rechazar los gastos, mientras que el gobierno recogía en su saco los ingresos 
  en moneda contante y sonante. Sin embargo, a la vez que se privaba al 
  Reichstag de los mejores medios de poder y se le reducía a la humilde posición 
  de la Cámara prusiana, quebrantada por las revisiones de 1849 y de 1850, por 
  la camarilla de Manteuffel, por el conflicto y por Sadowa, el Consejo federal 
  dispone, en lo fundamental, de toda la plenitud de poder que poseía 
  nominalmente la antigua Dieta federal y dispone de esa plenitud de hecho, ya 
  que se ve libre de las trabas que paralizaban la Dieta federal. El Consejo 
  federal, además de tener un voto decisivo en la legislación, a la par que el 
  Reichstag, es, a la vez, la máxima instancia administrativa, puesto que 
  promulga decretos sobre la aplicación de las leyes del Imperio y, además, 
  adopta acuerdos
  
  sobre <>, es decir, de las deficiencias que en otros Estados civilizados 
  sólo pueden ser eliminadas mediante una nueva ley (artículo 7, ß 3, que 
  recuerda mucho un caso de conflicto jurídico).
  Así, Bismarck no procuraba apoyarse principalmente en el Reichstag, que 
  representa la unidad nacional, sino en el Consejo federal, que representa la 
  dispersión particularista. No tuvo el valor, a pesar de que se hacía pasar por 
  un portavoz de la idea nacional, de ponerse realmente al frente de la nación o 
  de los representantes de ésta; la democracia debía servirle a él, y no él a la 
  democracia; Bismarck no se fiaba en el pueblo, sino más bien en las intrigas 
  de entre bastidores, en su habilidad de amañarse, con ayuda de medios 
  diplomáticos, de la miel y del látigo, una mayoría aunque recalcitrante, en el 
  Consejo federal. La estrechez de concepción y la mezquindad de criterio que se 
  revelan aquí responden perfectamente al carácter de ese señor tal y como lo 
  hemos conocido hasta ahora. Sin embargo, no debe asombrarnos el que sus 
  grandes éxitos no le hayan ayudado a situarse aunque no fuese más que por un 
  instante por encima de su propio nivel.
  Sea como fuere, todo se redujo a dar a la Constitución del Imperio un eje 
  único y fuerte, es decir, el canciller del Imperio. El Consejo federal debía 
  llegar a ocupar una posición que hiciese imposible otro poder ejecutivo 
  responsable que no fuese el del canciller del Imperio y, en virtud de ello, 
  descartase la posibilidad de existencia de ministros responsables del Imperio. 
  En efecto, todo intento de organizar la administración del Imperio mediante la 
  Constitución de un ministerio responsable se entendía como un atentado a los 
  derechos del Consejo federal y tropezaba con una resistencia insuperable. Como 
  se advirtió pronto, la Constitución estaba <> de Bismarck. 
  Significaba un paso más por el camino de su poder dictatorial mediante el 
  balanceo entre los partidos en el Reichstag y entre los Estados 
  particularistas en el Consejo federal, significaba un paso más por el camino 
  del bonapartismo.
  Por lo demás, no se puede decir que la nueva Constitución del Imperio, sin 
  contar algunas concesiones a Baviera y a Wurtemberg, sea un paso directamente 
  atrás. Pero eso es lo mejor que se puede decir de ella. Las necesidades 
  económicas de la burguesía fueron satisfechas en lo esencial, y ante sus 
  pretensiones políticas, por cuanto las presentaba todavía, se levantaron las 
  mismas barreras que en el período del conflicto.
  ¡Por cuanto la burguesía presentaba aún pretensiones políticas! En efecto, es 
  incontestable que esas pretensiones se reducían en boca de los liberales 
  nacionales a proporciones muy modestas y disminuían cada día. Estos señores, 
  muy lejos de pretender que
  
  Bismarck les diese facilidades de colaborar con él, aspiraban más bien 
  agradarle donde fuese posible y, con frecuencia, incluso donde no lo era ni 
  debía serlo. Nadie reprocha a Bismarck el despreciarlos, pero ¿acaso los 
  junkers habían sido siquiera un poco mejores o más valientes?
  El dominio siguiente, en el que había que instaurar la unidad del Imperio, la 
  circulación monetaria, fue puesto en orden por las leyes promulgadas de 1873 a 
  1875 sobre la moneda y los bancos. El establecimiento del patrón de oro ha 
  sido un progreso significativo, pero se ha llevado a cabo lentamente y con 
  muchas vacilaciones, y no cuenta incluso ahora con una base bastante firme. El 
  sistema monetario adoptado, en el que se ha tomado como base bajo el nombre de 
  marco el tercio de tálero, admitido con división decimal, fue propuesto ya a 
  fines de los años 30 por Soetbeer; de hecho, la unidad era la moneda de veinte 
  marcos de oro. Cambiando de un modo casi imperceptible el valor de la misma se 
  podría hacerla equivalente, ya bien al soberano inglés, ya bien a la moneda de 
  25 francos de oro, ya bien a la de cinco dólares de oro norteamericanos e 
  incorporarse de este modo a uno de los tres sistemas monetarios principales 
  del mercado mundial. Sin embargo se prefirió crear un sistema monetario 
  propio, dificultando sin necesidad el comercio y los cálculos de las 
  cotizaciones. Las leyes sobre el papel moneda del Imperio y los bancos 
  limitaban la especulación en títulos de los pequeños Estados y sus bancos y, 
  vista la quiebra que se produjo mientras tanto, procedían con cierta cautela 
  perfectamente justificable para Alemania, todavía carente de experiencia en 
  este dominio. También aquí, los intereses económicos de la burguesía se 
  tuvieron debidamente en cuenta.
  Finalmente había que implantar una legislación única en la esfera de la 
  justicia. La resistencia de los Estados medios a la extensión de la 
  competencia del Imperio al derecho civil material fue superada, pero el código 
  civil está todavía en fase de elaboración, mientras que la ley penal, el 
  procedimiento penal y civil, el derecho comercial, la legislación sobre las 
  quiebras y la organización judicial obedecen ya a un modelo uniforme. La 
  supresión de las normas jurídicas materiales y formales abigarradas de los 
  pequeños Estados era ya, de por sí, una necesidad imperiosa del continuo 
  progreso de la sociedad burguesa y constituye también el principal mérito de 
  las nuevas leyes, mucho mayor que su contenido.
  El jurista inglés se apoya en un pasado jurídico que ha salvado, a través de 
  la Edad Media, una buena parte de la antigua libertad germánica, que ignora el 
  Estado policíaco, estrangulado ya en su embrión por las dos revoluciones del 
  siglo XVII, y ha alcanzado
  
  su apogeo en dos siglos de desarrollo continuo de la libertad civil. El 
  jurista francés se apoya en la Gran Revolución que, después de acabar con el 
  feudalismo y la arbitrariedad policíaca absolutista tradujo las condiciones de 
  vida económica de la sociedad moderna recién nacida al lenguaje de las normas 
  jurídicas en su clásico código proclamado por Napoleón. Y ¿cuál es, pues, la 
  base histórica en que se apoyan nuestros juristas alemanes? Nada más que el 
  proceso de descomposición secular y pasivo de los vestigios de la Edad Media, 
  acelerado en su mayor parte por golpes desde fuera y que, todavía hoy, no ha 
  terminado: una sociedad económicamente atrasada, en la que el junker feudal y 
  el maestro de un gremio andan como fantasmas en busca de nuevo cuerpo para 
  encarnarse; una situación jurídica, en el que, la arbitrariedad policíaca 
  —habiendo desaparecido en 1848 la justicia secreta de los príncipes— abre 
  todavía una hendedura tras otra. De estas escuelas, peores de las peores, 
  salieron los padres de los nuevos códigos del Imperio, y la obra ha salido al 
  estilo de la casa sin hablar ya del aspecto puramente jurídico, la libertad 
  política se las ha visto negras en esos códigos. Si los tribunales de 
  regidores[73] dan a la burguesía y la pequeña burguesía la posibilidad de 
  participar en la obra de refrenar a la clase obrera, el Estado se protege en 
  la medida de lo posible contra el peligro de una oposición burguesa renovada 
  limitando la competencia de los tribunales de jurados. Los puntos políticos 
  del código penal son en muchos casos tan indefinidos y elásticos como si 
  estuvieran cortados a la medida del actual tribunal del Imperio, y éste, a la 
  de aquéllos. De suyo se entiende que esos nuevos códigos son un paso adelante 
  en comparación con el derecho civil prusiano, código que ni siquiera St–cker 
  podría fabricar hoy algo más siniestro aunque lo castrasen. Pero, las 
  provincias que han conocido hasta ahora el derecho francés sienten mucho la 
  diferencia entre la copia descolorida y el original clásico. Y precisamente la 
  renuncia de los liberales nacionales a su programa hizo posible este 
  reforzamiento del poder estatal a cuenta de las libertades civiles, ese 
  auténtico primer paso atrás.
  Cabe mencionar, además, la ley de prensa promulgada por el Imperio. El código 
  penal ya había reglamentado en lo esencial el derecho material en todo lo 
  referente a este problema; trátase del establecimiento de disposiciones 
  formales idénticas para todo el Imperio, la supresión de las cauciones y los 
  derechos de timbre que subsistían aún en unos u otros lugares, que constituían 
  el principal contenido de esa ley y, a la vez, el único progreso logrado en 
  este dominio.
  A fin de que Prusia pudiese presentarse una vez más como un Estado modelo se 
  implantó en ella la llamada administración
  
  autónoma. Tratábase de suprimir los más chocantes vestigios de feudalismo y, 
  al propio tiempo, dejar en lo posible las cosas como estaban. Para eso sirvió 
  la ordenanza de los distritos[74]. El poder policíaco de los señores junkers 
  en sus fincas era ya un anacronismo. Había sido abolido en cuanto a la 
  designación, como privilegio feudal, pero restaurada en cuanto al fondo, al 
  crearse los distritos rurales autónomos [Gutsbezirke], dentro de los cuales el 
  propietario es, ya personalmente, el prepósito [Gutsvorsteher] con 
  atribuciones de preboste rural [landlicher Gemeindevorsteher], ya el que 
  nombra a semejante prepósito; este poder de los junkers fue restaurado de 
  hecho también merced a la transferencia de todo el poder policial y de toda la 
  jurisdicción policial dentro del distrito administrativo [Amtsbezirk] al jefe 
  de distrito [Amtsvorsteher], que en el campo ha sido casi siempre un gran 
  propietario de tierra; bajo su férula se hallaban, por tanto, las comunidades 
  rurales. Fueron abolidos los privilegios feudales de los particulares, pero la 
  plenitud de poder ligada a ello fue dada a la clase entera. Con ayuda de 
  semejante escamoteo, los grandes propietarios de tierra ingleses se 
  transformaron en jueces de paz, en amos y señores de la administración rural, 
  de la policía y de los organismos inferiores de la jurisdicción, asegurándose 
  de este modo, bajo un título nuevo, modernizado, el continuo usufructo de 
  todos los puestos de poder esenciales que ya no podían mantener en sus manos 
  bajo la vieja forma feudal. Pero ésa es la única similitud entre la 
  <> alemana y la inglesa. Quisiera yo ver al ministro 
  inglés que se atreviese proponer al Parlamento que los funcionarios elegidos 
  para cargos administrativos locales necesitasen ser aprobados por el gobierno, 
  que, en caso de voto de oposición, el gobierno pudiese imponer los suplentes, 
  que se instituyeran los cargos de funcionarios del Estado con las atribuciones 
  de los Landraths prusianos, de miembros de administraciones de distrito y de 
  oberpresidentes; proponer la injerencia de la administración estatal, prevista 
  en la ordenanza de los distritos, en los asuntos interiores de las 
  comunidades, los distritos y las comarcas; proponer la supresión del derecho 
  de recurrir a los tribunales, tal y como se dice casi en cada página de la 
  ordenanza de los distritos, completamente inaudito en los países de habla 
  inglesa y de derecho inglés. Y mientras las asambleas de distrito y las 
  provinciales constan siempre, a la manera feudal antigua, de representantes de 
  tres estamentos —los grandes propietarios de tierras, las ciudades y las 
  comunidades rurales—, en Inglaterra, hasta el gobierno más archiconservador 
  presenta un proyecto de ley acerca de la entrega de toda la administración de 
  los condados a organismos mediante un sufragio casi universal[75].
  
  El proyecto de ordenanza de los distritos para las seis provincias orientales 
  (1871) fue la primera prueba de que Bismarck no pensaba disolver a Prusia en 
  Alemania, sino que, al contrario, se disponía a reforzar más aún este baluarte 
  del viejo prusianismo, es decir, estas seis provincias. Los junkers han 
  conservado, bajo otro nombre, todos los poderes esenciales, que les aseguran 
  su dominación, mientras que los ilotas de Alemania, los obreros agrícolas de 
  estas regiones, tanto los domésticos, como los jornaleros, siguen, en 
  realidad, bajo el régimen de la servidumbre, lo mismo que antes, siendo 
  admitidos a cumplir sólo dos funciones públicas: ser soldados y servir de 
  ganado de votación a los junkers durante las elecciones al Reichstag. El 
  servicio que Bismarck ha prestado con eso al partido revolucionario socialista 
  es inexpresable y merece toda clase de agradecimiento.
  Ahora bien, ¿qué cabe decir de la estupidez de los señores junkers, que, igual 
  que los niños mal educados, patalean protestando contra esta ordenanza de los 
  distritos, implantada exclusivamente en beneficio suyo, en aras de mantener 
  sus privilegios feudales disimulados con una denominación ligeramente 
  modernizada? La Cámara prusiana de los señores, mejor dicho, la Cámara de los 
  junkers, comenzó por rechazar el proyecto, al que se estuvo dando largas 
  durante casi un año, y no lo aceptó hasta que no sobrevino una <> de 
  24 <> nuevos. Los junkers prusianos volvieron a mostrar que eran unos 
  reaccionarios mezquinos, empedernidos, incurables, incapaces de formar el 
  núcleo de un gran partido independiente que asumiese un papel histórico en la 
  vida de la nación, como lo hacen en realidad los grandes propietarios de 
  tierras ingleses. Con eso han confirmado la ausencia completa de juicio; a 
  Bismarck no le quedaba más que hacer patente ante el mundo entero que tampoco 
  tenían carácter, y una pequeña presión ejercida con habilidad los trasformó en 
  partido de Bismarck sans phrase. Y para eso debía servir el Kulturkampf[76].
  La ejecución del plan imperial prusiano-alemán debía producir, como 
  contragolpe, la agrupación en un partido de todos los elementos antiprusianos 
  que se basaban en el anterior desarrollo aparte. Estos elementos de todo 
  pelaje hallaron una bandera común en el ultramontanismo[77]. La rebelión del 
  sentido común humano, hasta entre los numerosos católicos ortodoxos, contra el 
  nuevo dogma de la infalibilidad del papa, por una parte, y, por otra, la 
  supresión de los Estados de la Iglesia y el pretendido cautiverio del papa en 
  Roma[78] obligaron a todas las fuerzas militantes del catolicismo a unirse más 
  estrechamente. Así, ya durante la guerra, en otoño de 1870, en el Landtag 
  prusiano se constituyó el partido específicamente católico del centro; ese 
  partido entró en el primer Reichstag alemán (1871) nada más que con 57 
  representantes,
  
  aumentando ese número con cada nueva elección hasta pasar de 100. Constaba de 
  los elementos más diversos. En Prusia, formaban su fuerza principal los 
  pequeños campesinos renanos, que se consideraban todavía como <>; luego estaban los terratenientes y los campesinos de los 
  obispados westfalianos de Münster y Paderborn y de la Silesia católica. El 
  otro contingente importante procedía de entre los católicos del Sur, sobre 
  todo de entre los bávaros. Sin embargo, la fuerza del centro no consistía 
  tanto en la religión católica cuanto en que expresaba las antipatías de las 
  masas populares hacia todo lo específicamente prusiano, que pretendía ahora a 
  la dominación en Alemania. Esta antipatía era particularmente sensible en las 
  zonas católicas; al propio tiempo se advertía la simpatía respecto de Austria, 
  que había sido expulsada de Alemania. De acuerdo con estas dos corrientes 
  populares, el centro ocupó una posición resueltamente particularista y 
  federalista.
  Este carácter esencialmente antiprusiano del centro fue advertido 
  inmediatamente por las otras fracciones pequeñas del Reichstag que estaban en 
  contra de Prusia por razones locales, y no de carácter nacional y general, 
  como los socialdemócratas. No sólo los católicos —polacos y alsacianos—, sino 
  hasta los protestantes welfos[79] se aliaron estrechamente al partido del 
  centro. Y, aunque las minorías burguesas liberales jamás habían comprendido el 
  auténtico carácter de los llamados ultramontanos, mostraron que, no obstante, 
  tenían cierta idea del estado real de las cosas al dar al centro el título de 
  <> y <>...[*]
   
        Escrito a fines de diciembre
        de 1887-marzo de 1888.
        Publicado por vez primera en
        la revista Die Neue Zeit, Bd. 1,
        N†Nƒ  22-26, 1895-1896.Se publica de acuerdo con el
        manuscrito (y en la parte de éste
        que no se ha conservado, de acuerdo
        con el texto de la revista). 
        Traducido del alemán.

   



  [*] Aquí se interrumpe el manuscrito. (N. de la Edit.) 
  NOTAS
  [1] La presente obra constituye el cuarto capítulo del folleto ideado, pero no 
  terminado por Engels El papel de la violencia en la historia. Los tres 
  primeros capítulos del trabajo debían constituir, en forma revisada, los 
  capítulos de la sección segunda de Anti-Dühring, unidos por el título común La 
  teoría de la violencia. Engels tenía intención de someter en el folleto a un 
  análisis crítico toda la política de Bismarck y mostrar en el ejemplo de la 
  historia de Alemania después de 1848 la justeza de las conclusiones teóricas 
  sacadas en Anti-Dühring acerca de la relación mutua entre la economía y la 
  política. El capítulo no fue terminado. Engels analiza en él el desarrollo de 
  Alemania hasta 1888.
  En la obra El papel de la violencia en la historia Engels da una clara 
  definición de las posibles vías de la unificación de Alemania, explicando las 
  causas que condicionaron su unión <>, bajo la hegemonía de 
  Prusia. Al señalar el carácter progresivo del propio hecho de la unificación, 
  a pesar de haberse operado por esta vía, Engels pone al desnudo al mismo 
  tiempo, la limitación histórica y el carácter bonapartista de la política de 
  Bismarck, que condujo, en última instancia, a la formación en Alemania de un 
  Estado policíaco, a la prepotencia de los junkers, al crecimiento del 
  militarismo. Engels desenmascara la ambigüedad y la cobardía de la burguesía 
  prusiana, incapaz de defender hasta el fin sus propios intereses y conseguir 
  la liquidación completa de las supervivencias feudales. Engels critica 
  acerbamente la política militar belicosa de las clases dominantes de Alemania, 
  que encontró su expresión más nítida en el saqueo de Francia en 1871 y en la 
  anexión de la Alsacia y Lorena. Al analizar el estado interior del Imperio 
  alemán y la distribución de las fuerzas de clase en él, poniendo de manifiesto 
  las contradicciones interiores que le eran inherentes desde el momento mismo 
  de la fundación sus aspiraciones militaristas y agresivas, Engels llega a la 
  conclusión de la inevitabilidad de su bancarrota. Del trabajo de Engels se 
  deduce con toda evidencia que en Alemania una sola clase, el proletariado, 
  puede pretender al papel de portavoz de los intereses realmente de todo el 
  pueblo.- 396
  [2] En el Congreso de Viena (1814-1815), Austria, Inglaterra y Rusia, tras la 
  derrota de Francia, rehicieron el mapa de Europa con el fin de restaurar las 
  monarquías <> en contra de los intereses de la reunificación 
  nacional e independencia de los pueblos.- 396
  [3] Dieta federal: órgano central de la Confederación Germánica (creada a base 
  de la decisión del Congreso de Viena del 8 de junio de 1815; era una unión de 
  Estados feudales absolutistas alemanes); se reunía en Francfort del Meno y era 
  un instrumento de la política reaccionaria de los gobiernos alemanes. En 
  1848-1849 suspendió su actividad debido al desmoronamiento de la 
  Confederación, reanudándola en 1850, cuando la Confederación Germánica fue 
  restaurada. Esta dejó de existir definitivamente durante la guerra 
  austro-prusiana de 1866.- 397
  [4] <> (<>): así denominaban algunos literatos e 
  historiadores reaccionarios alemanes el año 1848. La expresión pertenece al 
  escritor Ludwig Bechstein, quien publicó en 1833 una novela de este título 
  dedicada a los disturbios en Erfurt en 1509.- 397
  [5] Se trata de la influencia que ejerció en el desarrollo del comercio 
  internacional el descubrimiento de nuevos placeres de oro en California en 
  1848 y en Australia en 1851.- 397
  [6] Los festejos de Wartburg fueron organizados por las organizaciones 
  estudiantiles alemanas (los burschenschafts) el 18 de octubre de 1817 en 
  relación con el 300 aniversario de la Reforma y el 4 aniversario de la batalla 
  de Leipzig. La fiesta se transformó en una manifestación de los estudiantes de 
  tendencias oposicionistas contra el régimen reaccionario de Metternich y por 
  la unidad de Alemania.- 399
  [7] La fiesta de Hambach: manifestación política del 27 de mayo de 1832 cerca 
  del castillo de Hambach en el Palatinado bávaro, organizada por los 
  representantes de la burguesía liberal y radical alemana. Los participantes de 
  la fiesta llamaban a la unidad de todos los alemanes contra los príncipes 
  alemanes en nombre de la lucha por las libertades burguesas y transformaciones 
  constitucionales.- 399
  [8] 205 La guerra de los Treinta años (1618-1648): guerra europea provocada 
  por la lucha entre los protestantes y católicos. Alemania fue el teatro 
  principal de esta lucha, objeto de saqueo militar y de pretensiones 
  anexionistas de los participantes en la guerra. Esta se acabó en 1648 con la 
  paz de Westfalia que refrendó el fraccionamiento político de Alemania.- 400
  [9] La paz de Teschen: tratado de paz entre Austria, por una parte, y Prusia y 
  Sajonia, por otra, firmado en Teschen el 24 de mayo de 1779, que concluyó la 
  Guerra de la Herencia bávara (1778-1779). De acuerdo con ese tratado, Prusia y 
  Austria recibieron porciones del territorio bávaro, y Sajonia una compensación 
  en metálico. Rusia intervino como intermediario en la conclusión del tratado, 
  siendo, junto con Francia, garante del mismo.- 400
  [10] La llamada diputación imperial era una comisión de representantes del 
  Imperio alemán, elegido por la Dieta imperial en octubre de 1801. Después de 
  prolongadas discusiones y bajo la presión de los representantes de Francia y 
  Rusia (que concertaron en octubre de 1801 un convenio secreto sobre la 
  regulación de las cuestiones territoriales en las regiones renanas de Alemania 
  en favor de la Francia napoleónica), adoptó el 25 de febrero de 1803 la 
  decisión de suprimir 112 Estados alemanes y entregar una parte considerable de 
  sus posesiones a Baviera, Wurtemberg, Baden y Prusia.- 400
  [11] Se alude a la discusión y aprobación por la Dieta imperial, órgano 
  supremo del Sacro Imperio Romano Germánico, que constaba de representantes de 
  los Estados alemanes, de la decisión impuesta por Francia y Rusia acerca de la 
  regulación de las cuestiones territoriales en la Alemania renana (véase la 
  nota 207). Desde 1663, la Dieta imperial se reunía en Ratisbona.- 401
  [12] Engels alude a la conclusión en París, el 3 de marzo (19 de febrero) de 
  1859, de un tratado secreto entre Rusia y Francia, en virtud del cual Rusia 
  prometía ocupar la posición de favorable neutralidad en caso de guerra entre 
  Francia y Cerdeña, por una parte, y Austria, por otra. De su parte, Francia 
  prometió plantear la cuestión de la revisión de los artículos del tratado de 
  paz de París de 1856 que limitaban la soberanía de Rusia en el Mar Negro.- 402
  [13] Trátase del golpe de Estado organizado por Luis Bonaparte el 2 de 
  diciembre de 1851, que dio comienzo al régimen bonapartista del Segundo 
  Imperio.- 402
  [14] Engels alude a los hechos siguientes de la biografía de Luis Bonaparte: 
  deseando ganarse popularidad, éste trataba de granjearse la confianza de 
  distintos partidos de oposición, en particular de los carbonarios italianos; 
  en 1832 tomó la ciudadanía suiza en el cantón Thurgau; el 30 de octubre de 
  1836, con ayuda de dos regimientos de artillería intentó levantar un motín en 
  Estrasburgo; en 1848, durante la estancia en Inglaterra, se alistó como 
  voluntario al cuerpo de constables especiales (en Inglaterra, reserva de la 
  policía constituida por civiles), que tomaron parte en la disolución de la 
  manifestación de los cartistas el 10 de abril de 1848.- 403
  [15] Trátase de las fronteras de Francia, establecidas por la paz de 
  Lunéville, concertada entre Francia y Austria el 9 de febrero de 1801. El 
  tratado de paz refrendó la ampliación de las fronteras de Francia como 
  resultado de las guerras contra la primera y la segunda coaliciones y, en 
  particular, la anexión de la orilla izquierda del Rin, de Bélgica y de 
  Luxemburgo.- 403
  [16] Trátase del Congreso de representantes de Francia, Inglaterra, Austria, 
  Rusia, Cerdeña, Prusia y Turquía en París, que tuvo como resultado la firma, 
  el 30 de marzo de 1856, del Tratado de paz de París, poniendo fin a la guerra 
  de Crimea de 1853-1856.- 404
  [17] La guerra italiana: guerra de Francia y Piamonte contra Austria, 
  desencadenada por Napoleón III so falso pretexto de liberación de Italia. Lo 
  que quería Napoleón III, en realidad, era conquistar nuevos territorios y 
  consolidar el régimen bonapartista en Francia. Sin embargo, asustado por la 
  gran envergadura del movimiento de liberación nacional en Italia y empeñado en 
  mantener el fraccionamiento político de ésta, Napoleón III concertó una paz 
  separada con Austria. Francia se quedó con Saboya y Niza. Lombardía pasó a 
  pertenecer a Cerdeña, y Venecia siguió bajo la dominación de Austria.- 404
  [18] La paz de Basilea de 1795 fue concertada con la República Francesa por 
  separado el 5 de abril por Prusia, que traicionó de este modo a sus aliados de 
  la primera coalición antifrancesa.- 404
  [19] Con estas palabras, von Schleinitz, ministro de Negocios Extranjeros de 
  Prusia, caracterizó en 1859 la política exterior de Prusia en el período de la 
  guerra de Francia y Piamonte contra Austria. Esta política consistía en no 
  unirse a ninguna de las partes beligerantes, pero tampoco se declaraba la 
  neutralidad.- 404
  [20] Trátase de la Société Générale du Crédit Mobilier, gran banco anónimo 
  francés creado en 1852. La fuente principal de los ingresos del banco fue la 
  especulación en títulos de valor. El Crédit Mobilier estaba ligado 
  estrechamente con los círculos gubernamentales del Segundo Imperio. En 1867 
  quebró y en 1871 fue liquidado.- 405
  [21] La Confederación del Rin: unión de los Estados de Alemania del Sur y del 
  Oeste, fundada bajo el protectorado de Napoleón en julio de 1806. La Unión 
  agrupaba más de 20 Estados que se hicieron, de hecho, vasallos de Francia. La 
  Unión se disgregó en 1813 como consecuencia de la derrota del ejército de 
  Napoleón.- 405
  [22] Trátase de las fortalezas de la Confederación Germánica (véase la nota 
  235), situadas principalmente a lo largo de la frontera francesa; las 
  guarniciones de estas fortalezas se reclutaban entre las fuerzas armadas de 
  los Estados más grandes de la Confederación, más que nada las tropas 
  austríacas y prusianas.- 407
  [23] Se alude al gobierno reaccionario del príncipe de Schwarzenberg, que se 
  formó en noviembre de 1848 después de la derrota de la revolución democrática 
  burguesa, que comenzó con la sublevación popular del 13 de marzo de 1848 en 
  Viena.- 407
  [24] La expresión <> se empleaba para designar la 
  política de Bismarck, que los contemporáneos consideraban basada en el 
  cálculo.- 407
  [25] Se tiene en cuenta el ataque de Federico II a Silesia, que pertenecía a 
  Austria, en diciembre de 1740.- 408
  [26] E1 14 de octubre de 1806 en dos batallas simultáneas, Jena y Auerst”dt, 
  el ejército prusiano fue aniquilado por las tropas francesas, y el Estado 
  prusiano se vio completamente derrotado.- 408
  [27] Rheinisehe Zeitung für Politik, Handel und Gewerbe (<>): diario que se publicó en 
  Colonia del 1 de enero de 1842 al 31 de marzo de 1843. En abril de 1842, Marx 
  comenzó a colaborar en él, y en octubre del mismo año pasó a ser uno de sus 
  redactores; Engels colaboraba también en el periódico.-  409
  [28] Landwehr: parte integrante de las fuerzas militares prusianas de tierra; 
  surgido en Prusia en 1813 como milicia popular en la lucha contra las tropas 
  napoleónicas, se empleaba, según la edad de los componentes, para engrosar el 
  ejército activo o para cumplir servicio de guarnición.- 410
  [29] Kulturkampf (<>): denominación dada por los 
  liberales burgueses al sistema de medidas legislativas del Gobierno de 
  Bismarck en los años 70 del siglo XIX llevadas a la práctica bajo la bandera 
  de la lucha por la cultura laica. En los años 80, Bismarck abolió la mayor 
  parte de estas medidas, con el fin de unir las fuerzas reaccionarias.-  410
  [30] Engels llama irónicamente liberales cantonalistas a los liberales, 
  partidarios de la transformación de Alemania en Estado federal, a semejanza de 
  Suiza dividida en cantones autónomos.- 410
  [31] Trátase del golpe de Estado en Prusia en noviembre-diciembre de 1848 y 
  del período de reacción que le siguió.- 411
  [32] Der Sozialdemokrat (<>): semanario alemán, órgano 
  central del Partido Socialdemócrata Alemán; se publicó de septiembre de 1879 a 
  septiembre de 1888 en Zurich y de octubre de 1888 al 27 de septiembre de 1890 
  en Londres. Marx, lo mismo que Engels, que colaboraba en el semanario durante 
  todo el período de su publicación, ayudaban activamente a la redacción del 
  periódico a aplicar la línea proletaria del partido, criticaban y corregían 
  los distintos errores y vacilaciones de la publicación.- 412
  [33] En 1858, el príncipe regente Guillermo destituyó el ministerio de 
  Manteuffel y llamó al poder a los liberales moderados; en la prensa burguesa 
  este rumbo recibió el pomposo título de <>; pero, en realidad la 
  política de Guillermo se planteaba exclusivamente el fortalecimiento de las 
  posiciones de la monarquía prusiana y de los junkers. La <> 
  preparó, de hecho, la dictadura de Bismarck, que llegó al poder en septiembre 
  de 1862.- 412
  [34] El llamado conflicto constitucional entre el gobierno prusiano y la 
  mayoría liberal burguesa del landtag surgió en febrero de 1860, cuando ésta se 
  negó a aprobar el proyecto de reorganización del ejército, presentado por el 
  ministro de la guerra von Roon. En marzo de 1862, la mayoría liberal se negó 
  otra vez a aprobar los gastos de guerra, después de lo cual el gobierno 
  disolvió el landtag y convocó nuevas elecciones. A fines de septiembre de 1862 
  se formó el ministerio contrarrevolucionario de Bismarck, que en octubre del 
  mismo año volvió a disolver el landtag y comenzó a aplicar la reforma militar, 
  gastando medios sin la ratificación del landtag. El conflicto sólo se resolvió 
  en 1866, cuando, después de la victoria de Prusia sobre Austria, la burguesía 
  prusiana capituló ante Bismarck.- 412
  [35] Como respuesta a la entrada de las tropas austro-bávaras en Kurhessen, el 
  gobierno prusiano declaró a comienzos de noviembre de 1850 la movilización y 
  mandó allí sus tropas. El 8 de noviembre tuvo lugar una escaramuza 
  insignificante entre los destacamentos de vanguardia austro-bávaros y 
  prusianos en Bronzell, que mostró serias deficiencias del sistema militar y el 
  armamento envejecido del ejército prusiano. Ello hizo que Prusia renunciase a 
  las operaciones militares y capitulase ante Austria.- 412
  [36] La Liga nacional fue fundada el 15 y 16 de septiembre de 1859 en el 
  Congreso de los liberales burgueses en Francfort del Meno. Los organizadores 
  de la Liga se planteaban unificar toda Alemania, excepción hecha de Austria, 
  bajo la soberanía de Prusia. Después de la formación de la Confederación 
  Germánica del Norte, la Liga nacional declaró su propia disolución.- 413
  [37] Se alude al libro de Luis Bonaparte Ideas napoleónicas, publicado en 
  París en 1839 (Napoléon-Louis Bonaparte, Des idées napoléoniennes).- 414
  [38] El 8 de febrero de 1863, durante la sublevación nacional liberadora de 
  Polonia, Rusia y Prusia firmaron un convenio previendo acciones conjuntas de 
  las tropas de los dos Estados contra los rebeldes. Aún antes de la firma del 
  convenio, las tropas prusianas reforzaron la protección de las fronteras con 
  el fin de evitar el paso de los sublevados al territorio de Prusia.- 416
  [39] Después de la muerte del rey dinamarqués Federico VII, Austria y Prusia 
  presentaron, el 16 de enero de 1864, un ultimátum al gobierno de Dinamarca 
  exigiendo la abolición de la Constitución de 1863, que proclamaba la completa 
  incorporación de Schleswig a Dinamarca. Dinamarca se negó a aceptar el 
  ultimátum, por cuya razón Austria y Prusia comenzaron las hostilidades. En 
  julio de 1864, las tropas danesas fueron derrotadas. Durante toda la guerra, 
  Francia y Rusia conservaban una neutralidad amistosa hacia Austria y Prusia. 
  De acuerdo con el tratado de paz firmado en Viena el 30 de octubre de 1864, el 
  territorio de los ducados Schleswig y Holstein, incluidas las comarcas de 
  preponderancia de la población no alemana, fue declarado condominio de Austria 
  y Prusia, pasando a pertenecer por entero a Prusia después de la guerra 
  austro-prusiana de 1866.- 417
  [40] De acuerdo con el protocolo de Varsovia del 5 de junio (24 de mayo) de 
  1851, firmado por los representantes de Rusia y Dinamarca, así como con el 
  protocolo de Londres, del 8 de mayo de 1852, firmado por Rusia, Austria, 
  Francia, Prusia y Suecia junto con los representantes de Dinamarca, se 
  establecía el principio de indivisibilidad de los dominios de la Corona 
  dinamarquesa, incluidos los ducados Schleswig y Holstein.- 418
  [41] Expedición a México: intervención militar de Francia emprendida en 
  1862-1867, inicialmente junto con Gran Bretaña y España; perseguía el fin de 
  aplastar la revolución mexicana y transformar México en una colonia de Estados 
  europeos. Como resultado de la lucha heroica liberadora del pueblo mexicano, 
  los invasores franceses fueron derrotados y se vieron forzados a evacuar de 
  México sus tropas en 1867.- 418
  [42] Confederación Germánica: creada el 8 de junio de 1815 por el Congreso de 
  Viena, era una agrupación de Estados absolutistas feudales alemanes y 
  refrendaba la división política y económica de Alemania. La Confederación dejó 
  definitivamente de existir durante la guerra austro-prusiana de 1866 y fue 
  sustituida por la Confederación Germánica del Norte.- 419
  [43] La expresión <> fue empleada por primera vez 
  por el historiador y publicista reaccionario G. Leo en 1853 y se utilizaba 
  también en los años posteriores con espíritu militarista y chovinista.- 419
  [44] La Confederación Germánica del Norte, que comprendía 19 Estados y 3 
  ciudades libres de Alemania del Norte y del Centro, fue formada en 1867 a 
  propuesta de Bismarck. La formación de la Confederación fue una de las etapas 
  decisivas de la reunificación de Alemania bajo la hegemonía de Prusia. En 
  enero de 1871 la Confederación dejó de existir debido a la formación del 
  Imperio alemán.- 419
  [45] Se alude a la guerra austro-prusiana de 1866, en la que al lado de 
  Austria lucharon Sajonia, Hannover, Baviera, Baden, Württemberg, el electorado 
  Hesse, Hesse-Darmstadt y otros miembros de la Confederación Germánica, al lado 
  de Prusia, Mecklemburgo, Oldenburgo y otros Estados del Norte de Alemania, así 
  como tres ciudades libres.- 420
  [46] En primavera de 1866, Austria se dirigió a la Dieta federal (véase la 
  nota 200) quejándose de que Prusia había violado el convenio sobre la 
  administración conjunta de los ducados Schleswig y Holstein; Bismarck se negó 
  a acatar la decisión de la Dieta, la cual, a proposición de Austria, declaró 
  la guerra a Prusia. En el curso de la guerra, en vista de los éxitos de las 
  tropas prusianas, la Dieta federal se vio obligada a trasladarse de Francfort 
  del Meno a Augsburgo, donde el 24 de agosto de 1866 declaró el cese de su 
  actividad.- 420
  [47] En septiembre de 1866, la Cámara de representantes de Prusia aprobó el 
  proyecto de ley presentado por Bismarck eximiendo al gobierno de la 
  responsabilidad por el gasto de los recursos que no había sido ratificado 
  legislativamente en el período del conflicto constitucional (véase la nota 
  34).- 422
  [48] Trátase del combate decisivo de la guerra austro-prusiana en las 
  inmediaciones de la ciudad de K–niggr”tz (actualmente Hradec-Králové, 
  Bohemia), cerca de la aldea Sadowa, el 3 de julio de 1866. La batalla de 
  Sadowa terminó con una gran derrota de las tropas austríacas.- 422
  [49] La Constitución de la Confederación Gerrnánica del Norte fue ratificada 
  el 17 de abril de 1867 por el Reichstag (Parlamento) Constituyente de la 
  Confederación y refrendaba el dominio efectivo de Prusia en la Confederación. 
  El rey de Prusia fue declarado presidente de la Confederación y comandante en 
  jefe de las fuerzas armadas federales, se le delegaba la dirección de la 
  política exterior. Los poderes legislativos del Reichctag de la Confederación, 
  que se elegía a base del sufragio universal, eran muy limitados; las leyes 
  aprobadas por él entraban en vigor después de ser ratificadas por el Consejo 
  federal, reaccionario por su composición, y refrendadas por el presidente. La 
  Constitución de la Confederación se hizo después base de la Constitución del 
  Imperio alemán.
  Según la Constitución de 1850, en Prusia se conservaba la cámara alta, 
  compuesta preferentemente de representantes de la nobleza feudal (<>), los poderes del landtag (parlamento) eran muy limitados, 
  viéndose éste privado de la iniciativa legislativa. Los ministros los nombraba 
  el rey y eran responsables sólo ante él, el gobierno tenía derecho de crear 
  tribunales especiales para ver las causas de alta traición. La Constitución de 
  1850 quedó en vigor en Prusia incluso después de la formación del Imperio 
  alemán en 1871.- 422
  [50] Manchester Guardian (<>): periódico burgués 
  inglés, órgano de los partidarios del librecambio (free-trade), más tarde 
  partido liberal; fundado en Mánchester en 1821.- 423
  [51] Parlamento aduanero: órgano dirigente de la Unión aduanera reorganizada 
  después de la guerra de 1866 y de concertarse, el 8 de julio de 1867, el 
  tratado de Prusia con los Estados alemanes meridionales, de acuerdo con el 
  cual se estipulaba la creación de este órgano. El Parlamento se componía de 
  miembros del Reichstag de la Confederación Germánica del Norte y diputados 
  especialmente elegidos de los Estados alemanes meridionales (Baviera, Baden, 
  Württemberg y Hesse). Tenía que dedicarse exclusivamente a las cuestiones de 
  comercio y política aduanera; la aspiración de Bismarck de ir ampliando poco a 
  poco su competencia, extendiéndola a cuestiones de otra índole, las políticas, 
  chocó con una resistencia encarnizada de los representantes de Alemania del 
  Sur.- 423
  [52] El río Meno formaba la frontera entre la Confederación Germánica del 
  Norte y los Estados del Sur de Alemania.- 423
  [53] De acuerdo con el tratado con Austria concertado el 3 de octubre de 1866 
  en Viena, a Italia, que había participado en la guerra austro-prusiana al lado 
  de Prusia, se le devolvió Venecia, pero sus pretensiones en cuanto a Tirol 
  Meridional y Trieste no fueron satisfechas.- 425
  [54] Trátase de la expresión del canciller austríaco Metternich <> empleado en un despacho al conde de Apponyi, embajador 
  en París, del 6 de agosto de 1847. La empleaba posteriormente refiriéndose 
  también a Alemania.- 425
  [55] La Conferencia de Londres en torno a la cuestión de Luxemburgo, en la que 
  participaban representantes diplomáticos de Austria, Rusia, Prusia, Francia, 
  Italia, Países Bajos y Luxemburgo, se celebró desde el 7 hasta el 11 de mayo 
  de 1867. Según el tratado firmado el 11 de mayo, el ducado de Luxemburgo (el 
  título de duque lo conservaba, como antes, el rey de los Países Bajos) fue 
  declarado Estado neutral. Prusia se comprometía a retirar inmediatamente su 
  guarnición de la fortaleza de Luxemburgo, y Napoleón debía renunciar a sus 
  pretensiones de anexión de Luxemburgo a Francia.- 425
  [56] <>: nombre primitivo de una agrupación de estudiantes 
  de la Universidad de Jena en la década del 70 del siglo XVIII, que gozaba de 
  mala fama debido a los escándalos armados por sus miembros, más tarde la 
  expresión <> se hizo sinónimo de toda compañía compuesta 
  de delincuentes y elementos sospechosos.- 426
  [57] En los combates de Spickeren (Lorena) y Woerth (Alsacia) las tropas 
  prusianas asestaron el 6 de agosto de 1870 la derrota a las unidades 
  francesas. En la zona de Sedán tuvo lugar uno de los más grandes combates de 
  la guerra franco-prusiana, que trajo como resultado la capitulación del 
  ejército francés el 2 de septiembre de 1870.- 427
  [58] El 4 de septiembre de 1870 se produjo un alzamiento revolucionario de las 
  masas populares que condujo al derrocamiento del régimen del Segundo Imperio, 
  a la proclamación de la República y a la formación del Gobierno Provisional, 
  en el que entraron monárquicos, además de republicanos moderados. Este 
  Gobierno, encabezado por Trochu, gobernador militar de París, y Thiers, su 
  auténtico inspirador, tomó el camino de la traición nacional y la componenda 
  alevosa con el enemigo exterior.- 84, 428
  [59] Francotiradores (franctireurs): guerrilleros franceses que participaban 
  activamente en la lucha contra los prusianos durante la guerra franco-prusiana 
  de 1870-1871.- 428
  [60] Decreto sobre el landsturm: ley aprobada en Prusia el 21 de abril de 1813 
  que estipulaba la creación de guerrillas de voluntarios (francotiradores) en 
  la retaguardia y en los flancos del ejército de Napoleón.- 428
  [61] K–lnische Zeitung (<>): diario alemán que se 
  publicó con ese nombre desde 1802 en Colonia; en el período de la revolución 
  de 1848-1849 y la reacción que le sucedió reflejaba la política de traición y 
  cobardía de la burguesía liberal prusiana; en el último tercio del siglo XIX 
  estuvo ligado al partido nacional-liberal.- 428
  [62] El 19 de marzo, el pueblo sublevado de Berlín obligó al rey prusiano 
  Federico Guillermo IV a salir al balcón del palacio y a descubrirse ante los 
  cadáveres de los perecidos durante la rebelión popular del 18 de marzo de 
  1848.- 430
  [63] El 28 de enero de 1871, el Gobierno francés de <> 
  formado como resultado de la revolución el 4 de septiembre de 1870 firmó con 
  Bismarck el convenio sobre el armisticio y la capitulación de París. El 
  tratado de paz fue suscrito definitivamente el 10 de mayo de 1871 en 
  Francfort.- 430
  [64] Por orden de Luis XIV, el 30 de septiembre de 1681, la ciudad de 
  Estrasburgo, que formaba parte del Imperio alemán, fue ocupada por las tropas 
  francesas. El partido católico de la ciudad encabezado por el obispo 
  Fürstenberg saludó la incorporación a Francia y contribuyó a que no se 
  ofreciera resistencia a los franceses.- 430
  [65] Las cámaras de reunificación creadas por Luis XIV en 1679-1680 tenían la 
  misión de argumentar y justificar con razones jurídicas e históricas las 
  pretensiones respecto de unas u otras partes de los Estados vecinos, que luego 
  eran ocupadas por las tropas francesas.- 430
  [66] El cartel: el bloque de los dos partidos conservadores (<> 
  y <>) y liberales nacionales, bloque que apoyaba el 
  Gobierno de Bismarck. Se formó después de la disolución del Reichstag por 
  Bismarck en enero de 1887. El cartel consiguió la victoria en las elecciones 
  en febrero de 1887, logrando una situación dominante en el Reichstag (220 
  escaños). Apoyándose en este bloque, Bismarck hizo que se aceptara una serie 
  de leyes reaccionarias en beneficio de los junkers y de la gran burguesía. La 
  agudización de las contradicciones entre los partidos del cartel y su derrota 
  en las elecciones de 1890 (recibió sólo 132 mandatos) condujeron a su 
  descomposición.- 436
  [67] Engels se refiere a la proclamación del rey de Prusia Guillermo I 
  emperador de Alemania, que tuvo lugar el 18 de enero de 1871 en el palacio de 
  Versalles.- 436
  [68] Ultramontanismo: corriente extremamente reaccionaria del catolicismo que 
  reclama la influencia ilimitada del papa en los asuntos religiosos y laicos de 
  cualquier Estado. Como resultado de la victoria del ultramontanismo, el 
  Concilio del Vaticano aprobó en 1870 el dogma de <> del papa.- 
  438
  [69] Trátase de la crisis económica mundial de 1873. En Alemania, la crisis 
  comenzó con una <> en mayo de 1873, preludio de la 
  crisis que duró hasta fines de los años 70.- 438
  [70] Progresistas: representantes del partido burgués prusiano formado en 
  junio de 1861. El partido progresista exigía la unificación de Alemania bajo 
  la hegemonía de Prusia, la convocación del Parlamento de toda Alemania y la 
  creación de un ministerio liberal responsable ante la Cámara de diputados.- 
439
  [71] En el Congreso de Gotha, celebrado del 22 al 25 de mayo de 1875, se 
  unieron las dos corrientes del movimiento obrero alemán: el Partido Obrero 
  Socialdemócrata (los eisenachianos), dirigido por A. Bebel y W. Liebknecht, y 
  la lassalleana Asociación General de Obreros Alemanes. El partido unificado 
  adoptó la denominación de Partido Obrero Socialista de Alemania. Así se logró 
  superar la escisión en las filas de la clase obrera alemana. El proyecto de 
  programa del partido unificado, propuesto al Congreso de Gotha, pese a la dura 
  crítica que habían hecho Marx y Engels, fue aprobado en el Congreso con 
  insignificantes modificaciones.- 439
  [72] Se trata de los derechos especiales de Baviera y Wurtemberg refrendados 
  en los tratados de su entrada (noviembre de 1870) en la Confederación 
  Germánica del Norte y en la Constitución del Imperio alemán. Baviera y 
  Wurtemberg conservaron, en particular, un impuesto especial sobre el 
  aguardiente y la cerveza, la administración propia de los correos y 
  telégrafos. Los representantes de Baviera y Wurtemberg, así como de Sajonia, 
  formaron en el Consejo federal una comisión especial de política exterior, 
  dotada del derecho de veto.- 442
  [73] Tribunales de sch”ffens (regidores): tribunales de primera instancia en 
  el Imperio alemán instaurados en una serie de Estados alemanes después de la 
  revolución de 1848, y en toda Alemania, a partir de 1871. Constaban entonces 
  de un juez de la corona y de dos asesores (sch”ffens) que, a diferencia de los 
  jurados, no sólo establecían la culpa del acusado, sino que, junto con el 
  juez, determinaban la medida del castigo; para el cumplimiento de las 
  funciones de sch”ffens regía el requisito de residencia continua, como también 
  el de situación acomodada.- 446
  [74] Se refiere a la reforma administrativa de 1872 en Prusia, de acuerdo con 
  la cual se abolía el poder feudal hereditario de los terratenientes en la 
  aldea y se introducían elementos de administración autónoma; prácticamente, 
  los terratenientes junkers conservaron el poder local, ya que ocupaban 
  personalmente o por medio de sus testaferros la mayoría de cargos electivos y 
  nombrados.- 447
  [75] Trátase de la reforma de administración local en Inglaterra aprobada en 
  1888. De acuerdo con esta forma las funciones de los sheriffs fueron 
  transmitidas a los consejos electos de los condados que se ocupaban de la 
  recaudación de impuestos, del presupuesto local, etc. Participaban en la 
  elección de los consejos de los condados todos los que tenían derecho de 
  elegir al parlamento, así como las mujeres mayores de 30 años.- 447
  [76] Kulturkampf (<>): denominación dada por los 
  liberales burgueses al sistema de medidas legislativas del Gobierno de 
  Bismarck en los años 70 del siglo XIX llevadas a la práctica bajo la bandera 
  de la lucha por la cultura laica. En Ios años 80, Bismarck abolió la mayor 
  parte de estas medidas, con el fin de unir las fuerzas reaccionarias.- 448
  [77] Ultramontanismo: corriente extremamente reaccionaria del catolicismo que 
  reclama la influencia ilimitada del papa en los asuntos religiosos y laicos de 
  cualquier Estado. Como resultado de la victoria del ultramontanismo, el 
  Concilio del Vaticano aprobó en 1870 el dogma de <> del papa.- 
  438
  [78]   En 1870, como resultado del plebiscito del 2 de octubre en la Región 
  Papal, ésta fue incorporada al Reino de Italia. Con ello quedó terminada la 
  unificación política del país. El poder laico del papa fue anulado, sólo se 
  conservó en los palacios del Vaticano y Laterano y la residencia suburbana. 
  Como respuesta, el papa se declaró <>. El conflicto, 
  que duró muchos años, entre el papa y el gobierno italiano sólo quedó resuelto 
  oficialmente en 1929.- 448
  [79] Welfos: partido en Hannover que se formó en 1866 después de la 
  incorporación de éste a Prusia (el nombre procede del de un linaje antiguo 
  principesco de los Welfos). El partido se proponía restablecer los derechos de 
  la casa real de Hannover y la autonomía de Hannover en el Imperio alemán. Se 
  adhería al centro principalmente por motivos particularistas y antiprusianos.- 
  449
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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