Capítulo III. Por el desierto sin sol.

 

Las lágrimas corriendo por el rostro de la rosa blanca eran una sensación que la antigua princesa conocía muy bien. Recordaba bien como sus mejillas vivieron empapadas mucho tiempo, 2 años atrás. Y aunque, poco a poco, como una cicatriz, se fueron curando, todavía guardaba dentro de ella ese sentimiento. Era pues porque dos años atrás, a la edad de 12 años, aconteció el fallecimiento de su padre. Y no sólo lo extrañó, lo necesitó. Y mucho más, aunque hable en pasado, aún guarda esas ancias.

Era una semana atrás, y una semana después de la muerte de su madre. Con esa bomba de pena en su interior, caminaba hacia al colegio la nueva reina de la oscuridad. Hacía 4 años que estudiaba en un colegio para gente que pudiera llamarse "común" por voluntad propia. Ahora, Krístali asistía al colegiado, donde al contrario de la primaria, debía usar uniforme. Teniendo 14 años, su grado era 1ero de colegiado. Su uniforme consistía en una falda de diseño escocés gris, negra y blanca (pero ella prefería los pantalones con el mismo diseño), una blusa manga larga (o corta según la estación) y una cinta color negro amarrada alrededor de su cuello.

No hablaba, ni tenía expresión al caminar, pero sus hombros caídos y cabello oscuro cayendo sobre su rostro decía todo lo que había que expresar. Cuando escuchó pasos de tacos tras ella, no pudo menos que alegrarse un poco.

- Buenos días, Krista -dijo la recién llegada.

- Buenos días..., Kian -sin embargo siguió mirando el suelo. Quien apareció a su lado era Kiandora Fillisiti, su mejor y única amiga. Llevaba el cabello amarrado en dos colas de caballo y era de color castaño oscuro. Sus ojos eran amarillos oscuros también. Usaba el mismo uniforme que Krístali, pero con falda. Su rostro reflejaba paz y una bondad extraña para los habitantes del reino de la oscuridad. Su amiga permaneció callada y Krístali también. Pero, ya la conocía hace 4 años, y la conocía bien. Sabía por lo que estaba pasando, pues la había acompañado todos estos días, mientras la nueva reina trataba de mantener sus sentimientos sólo para ella. Hoy era el día en que la reina de la Oscuridad regresaría a su vida habitual.

Habló después de un rato de silencio- ¿Qué diran... todos? -preguntó.

- ¿Qué podrían decir?

- ¡Me miraran raro! -dijo Krístali cerrando los ojos- ¡Ahora soy... su reina! Y no quiero que me miren con lastima.

- Krista, ellos también son personas. Sabrán comprenderte.

- Como sea, ellos no entenderán. No pueden entender por lo que estoy pasando.

- Confía en ellos.

- Sólo en ti -y ya que caía otra lágrima negra de su ojo plateado, se la secó bruscamente- Sólo en ti.

Llegaron al colegiado. Krístali miraba hacia el piso. Porque al mirar hacia arriba, en el pasillo, veía como se convertía en el centro de atención de las miradas de profesores y alumnos que sencillamente no sabían como reaccionar. Kiandora, a su lado, trataba de aparentar normalidad.

Al entrar a la sala fue directo al rincón de siempre y se sentó en su puesto. Momentos después, comenzaron las clases. La primera materia del día era: Historia Antigua, que, irónicamente, era el ramo que menos le gustaba a la rosa blanca, ya que sólo se hablaba de la historia de los linajes que ella conocía muy bien. Al derecho y al revés.

Narraba la historia el profesor:

"...Ya llegando al año 2199 se produce un cambio en la dinastía reinante. El actual linaje de esos años, los Truranto abandonan el poder pacíficamente luego de que Evandré, el oscuro, murió sin heredero. Entonces, uno de los nobles más importantes de esos años, Tizerio Daakor y su esposa, Drozarie Kraiami [Krayami] formaron la cuarta dinastía: los Kialetron. Nuestra actual reinante..."

Krístali, ya algo desatenta, hizo oídos sordos a como el profesor comenzaba a nombrar uno por uno a los sucesores Kialetron. Quienes la miraron de reojo mientras nombraran a los novenos Kialetron (Akiraki Obkiurité y Chinora Ovida: sus padres), se asustaron de la seriedad fría que imperó en el rostro de la décima Kialetron, Krístali. Nadie atravesó lo que había detrás de la máscara.

Luego de 6 horas más de tortura; salió caminando con Kiandora.

- ¿Cómo te sientes? -dijo ésta.

-  Mejor. Gracias por apoyarme -y le regaló su primera sonrisa del día. Kian sonrió de vuelta.

 - Me anima verte así -Krístali lo sabía, por eso lo hacía. Ahora ella era la única persona que le

quedaba en el mundo, además de Chikal, a quien podía mostrar su ser cálido- pero, no es necesario que me agradezcas nada.

- Kiando... -su expresión era feliz- te lo debo... ppor escucharme, por todos lo que haces por mí.

- Disculpame, Krista, hoy no puedo acompañarte a palacio. Pero, si quieres hablar, sabes que eres bienvenida siempre.

- Sí...

Delante de ellas apareció un chico de pelo azabache algo desordenado, bastante alto y delgado, de ojos cafes claros, y usando el mismo uniforme que las 2 chicas. Su nombre era Aleán.

- ¿Cómo se siente, señorita Krístali? -dijo de inmediato.

- Tratame de tú -lo cortó, tajante, cambiando de expresión.

- Disculpa... Krístali -contestó algo cohibido- pero, me gustaría saber... ¿Cómo... te encuentras?

- Como sea, no te interesa -respondió- o al menos no te incumbe.

- Pero... - a pesar de lo que había escuchado; la miró con esa expresión especial de un hombre, esa tierna mirada, como la de un niño recibiendo un regalo.

- Disculpanos, Aleán, pero ya debemos irnos -le informó amablemente Kiandora, mientras Krístali apartaba hostilmente la mirada del chico.

- Idiota -susurró Krístali, cuando ya se alejabann y entraban al jardin del castillo. Se despidió de su amiga y sin mirar hacia atrás, ni a ningún lado en especial, subió a su pieza y se cambió de ropa. Chikal no se encontraba allí.

Cuando no había alguna "ocasión más especial" le era permitido usar ropa común. Común, en el reino de Krístali, y en esa época, eran vestimentas como las que nosotros usamos día a día. La moda del reino incluía también, mucho negro, pero no completamente.  

Sin embargo, a la reina no le hacía bien la soledad en el castillo. Ya tentida en su gran cama, en su pieza de piso de azulejo; vestía una polera manga larga y pantalones. Bajo ellos usabas medias y zapatos de hebilla. Sobre los hombros le adornaba una polera de malla. Pero todo, era negro. Así mismo, se había maquillado los ojos y los labios. De esa manera, sólo brillaba el blanco tono de su piel.

Fue a almorzar sin ganas, y casi no habló con Chikal. Su institutriz estaba muy preocupada, pero sabía que no había en sus manos mucho que hacer. De hecho, a Krístali tampoco le era de interés que entendieran su situación. Porque sabía que estaba sola en esto.

Ahora bien, ya después de no comer casi nada su animo empeoró. Hizo lo posible para no preocupar a Chikal, aunque la tuviera intrigada, y volvió a su habitación. Pero, hasta ella se dio cuenta que no podía más.

Entonces no se molestó en aparentar y simplemente corrió hacia los jardines del castillo y cruzó a través de los arbustos de rosas y árboles que su padre alguna vez plantase en los años que era el jardinero de palacio. Hizo la vista gorda a la mesa donde solía tomar el té con su madre, y salió rápidamente de palacio ordenando a los guardias que abrieran el paso.

Se dirigió entonces al edificio más próximo al castillo, la iglesia. Atravesó las enormes puertas sin reparo en el ruido que hacía y se detuvo de golpe. Al final del camino, en el altar, estaba Kiandora. Después de todo, ella siempre estaba allí para ella, porque su mejor amiga era la hija del alto sacerdote [n. de la a.: En esta religión se pueden casar y tener hijos.], por eso vestía una túnica marron oscuro y su cabello era tapado por un manto blanco con una cruz en el pecho.

- Kiando... -llamó lastimeramente. Ella, viendo comoo se agitaba el pecho de Krista, no dudo en acudir de inmediato.

- ¡Krístali! -en túnica blanca apareció Aleán por una puerta tras el altar mayor.

Ella y Kiandora pararon en seco - ¡¿Qué hace él aquí?! -y su mirada brilló friamente. Aleán acudió.

- Aleán... -balbuceó la sacerdotisa- Él es un ayudaante de aquí... 

- ¡Detente! -ordenó la reina.

- Pero... ¡quiero ayudarla! -respondió sin miedo.

- ¡Vete! -repitió- ¡Por favor...! -a duras penas se contenía su tristeza- ¡Por favor! -decía, aunque ella nunca clamaba- ¡Por favor, vete! ... ¡No me veas así...! No me sientas lástima... -y cuando ya lloraba se lanzó de rodillas al suelo. Aleán seguía anonadado, impactado.

- Por favor... -rogó Kiandora con la mirada. El chico, por el cariño que tenía a su misteriosa compañera, hizo caso a las ordenes de su nueva reina. Ya desaparecido él, Kiandora, arrodillada abrazó a Krístali. La cabeza de esta se apoyaba en su hombro sin querer mirarla. Por encima de su espalda, la sacerdotisa examinaba a Krístali al sentir sus sollozos.

- ¿Por qué te encierras, amiga? ¿Por qué... cuelgas esta candado tan doloroso a tu corazón? - la rosa blanca sabía que a Kian no le gustaba verla completamente de negro y siempre le animaba a usar más gris o blanco que era los únicos colores que aceptaba- Desahogate cuando es el momento... pero no escondas tus sentimientos, te lo ruego -Krístali seguía llorando.

- ¿Lo dices porque estoy vestida de negro?

- Lo digo por ti... Hay personas que quieren y pueden ayudarte. Confía…  En la biblia se habla del negro como un color para resaltar, pero para este reino ese color es el blanco.

- Cuando murió mi padre... -habló entrecortadamente- me vestía de blanco, porque me sentía tan... insignificante... Pero ahora; ahora me visto de negro, completamente, para que nadie... me note. Sólo quiero: desaparecer...

Y ya el viento esfumaba las memorias de la reina al caminar a lo lejos.

 

Krístali y Chikal caminaban por un terreno algo boscoso, lejos de la carretera por donde pasaban los vehículos cuyos motores funcionaban con energía nuclear, llamados “nucleojet”;  la radiación de la energía nuclear no dañaba los cuerpos de los elementerrestres, cosa muy diferente a los seres humanos. Hacía 2 horas que habían huido de la ciudad capital, Kialetra, y estaban ya cansadas. Iban lentamente y muy calladas como si fueran concentradas en el paisaje, pero no era así, aún continuaban pensando en lo que habían dejado atrás. Siguieron caminando por algunos minutos cuando los ruidos de cascos de iuinos  [yuinos] (especie de caballos terrestres que habitaban en Elementaria) las sorprendió. La reina fugitiva y la duendeza se situaron tras un árbol de mámparos, cuyas ramas eran muy espesas y las protegían de ser vistas. Cerca de ellas, una criatura voladora llamada Ñantic, que tenía grandes alas azules y un cuerpo de escamas celestes con forma parecida a un cocodrilo, pero más estilizado,  descendió. Este se encontró con quién cabalgaba el iuino y comenzaron a hablar.

·        ¿Las has visto? –dijo el jinete, proveniente del reino de la oscuridad- si nosotros o nadie más las lleva el amo Dracma se decepcionará.

Krístali estuvo a punto de proferir una exclamación de asco acerca de esta frase.

·        No, no las he visto, -respondió el  Ñantic- pero ¿por qué debemos vigilar estas tierras boscosas? Ellas ahora podrían ir escapando por la carretera en un  Nucleojet.

·        Pero Maghandic y su tropa están vigilando por todas las carreteras y centros de renuclearización, además es la vía más pública y cualquiera podría verlas.  Y no saben manejar –acotó tajante- Es mejor  que me vaya, en este mismo instante podríamos haberles perdido el rastro por estar conversando.

·        Nos veremos luego, y espero que alguno de nosotros lleve a la reina consigo.

El Ñantic comenzó a volar y, un instante antes de que el iuino se echara a cabalgar, la criatura alada exclamó:

·        ¡La reina está ahí! ¡Tras ese árbol! ¡También su sirvienta!

La gran cinta blanca del vestido de Krístali las había delatado; esta había quedado enganchada en una rama del árbol y por eso el Ñantic había advertido de su presencia. El jinete y su iuino dieron media vuelta.

·        ¡Alto en nombre del poderoso Dracma! –dijo.

·        Eso quisieras –contestó sarcásticamente Krístali- ¡Soplo oscuro!

Dos de estos bastaron para dejar inconscientes a los traidores.

·        ¿Qué haremos ahora Chikal? Ellos están tras nuestra pista.

·        Pienso que tendremos que tomar otra ruta; que nosotras vayamos al norte y luego sigamos nuestro camino; –le aconsejó Chikal- llevemos algunos de esos mámparos como provisiones.

·        Este iuino nos puede ser útil.

Krístali tomó un fruto y se lo puso cerca del hocico a la criatura, el olor penetrante de esta hizo que el iuino recuperara el sentido y comenzó a comerla. Cada mordisco que daba parecía tomarle más confianza a la reina. Finalmente, cuando el iuino se pudo poner de pie Krístali se sentó en la brillante montura y comenzó a dar algunas vueltas de prueba.

-                     ¡Milagro! Para algo sirvieron las clases de equitación –dijo la reina sarcásticamente animada.

Comenzaron a cabalgar hacia el norte; siguieron por el monótono paisaje y poco a poco la tierra se comenzó a poner árida. Habían llegado a un desierto; el desierto sin sol (trerrén solutaf). Este era llamado así por el pálido y tenue brillo del sol en ese lugar; que además raramente asomaba su faz. En general, sólo se veían nubes de colores cálidos. Aún así era árido y muy caluroso.

Luego de dos horas de eternidad de viaje, algunos edificios comenzaron a aparecer. Tenían no más de tres o dos pisos, y no se veía mucha actividad dentro de ellos. Krístali y Chikal se asombraron al encontrar esta clase de viviendas. Como estaban muy cansadas, sedientas y acaloradas; no dudaron en acercarse a uno de estos edificios para consultar sobre la ruta y un lugar para poder descansar. Al menos Chikal. Mas Krístali se detuvo.

-         ¿Qué ocurre, joven majestad? –consultó la duendeza, volteando hacia ella.

-         Soy la reina. Me reconocerán y nos delatarán.

-         Creame, joven alteza, que no pasará. No hay como. Quienes viven lejos de Kialetra, no conocen físicamente a la princesa.

-         Ya no soy la princesa.

-         Lo entiendo, pero lo era hasta hace muy poco. Vamos, no pasará nada –la animó.

-         ¿Cómo…? ¿Cómo estás tan segura, Chikal?

-         Porque… he sabido de vasallos que no conocen el rostro de su propio rey.

-         ¿Y que hay de mi ropa?

-         … en eso tiene razón. Pero creo que puede pasar por extravagancia.

Meditó un poco, y supo que habían dos alternativas: confiar en Chikal y confiar en Chikal - De acuerdo –pero el miedo le hacía tomar cada precaución.

 Se aproximaron al edificio más cercano. Un hombre salió desde las puertas.

·        ¿Qué se les ofrece? –les dijo este- No se ve  mucha gente del país por aquí.

·        Estamos viajando hacia el noroeste, pero estamos muy cansadas y sedientas para seguir. –le contó Chikal con voz algo ronca- Por eso nos gustaría pedir si pudiéramos  quedarnos un tiempo aquí para poder descansar.

-         ¿Una posada?

Las dos se miraron con cara de “¿tenemos dinero?”

·        Muy bien, muy bien, pero me gustaría saber sus nombres –les comentó con una mirada inquisitiva- dije que anda una reina fugitiva por allí y no queremos tener problemas.

·        Ella es Chiner y yo soy, soy... Chinoza Oiuino –mintió la reina fugitiva.

·        Encantado, mi nombre es Nerow Tragejo. Por ahora pueden quedarse en aquella casa –les señaló- ahí se encuentra mi esposa y mis hijos, yo estaré allá en unos instantes. Sólo díganle que son mis invitadas. 

·        Muchas gracias por su hospitalidad, señor –agradeció Chikal con una reverencia.

Apenas Nerow pasó a través de las puertas del edificio, las dos dieron un largo y profundo suspiro. Todo era incertidumbre.  

Ante ellas se abrió un humilde pobladito que debía tener alrededor de cien casas. Las viviendas en general no tenían más de un piso y la mayoría tenía reflectores para aspirar la luz y ser utilizada en las noches. Reinaba sobre el terreno, una fortaleza angosta y muy alta, donde se encontraban las máquinas, que, llegando decenas de metros más abajo, recogían aquel preciado elemento, abasteciendo de agua a todas las familias. “Un pueblo que tiene más actividad por debajo el suelo que por arriba” dirían algunos. El rojizo anaranjado del atardecer enmarcaba la silueta de la aldea.

 Ya estaban cerca de la casa. Era pequeña y se veía muy cómoda. No poseía jardín, excepto por algunas plantas de la especie de los cactus; pero, al igual que todo lo que los rodeaba, parecían agobiados por el calor. Tenía paredes de ladrillo muy gruesas, para aislar el calor y eran de color blanco, para poder reflejar los pálidos pero cálidos rayos de sol.

·        Recuerda Chikal, ahora tu nombre es Chiner y yo soy Chinoza Oiuino –le dijo calladamente Krístali a su compañera de viaje.

·        Si, lo recuerdo–le respondió algo abrumada- mas me pregunto, ¿por qué eligió esos  nombres?

·        Fue lo primero que se me ocurrió –suspiró la reina-, No conozco nombres de duendezas, pero ese me sonó bien; Chinoza es el femenino de Chinora, como mi padre y Oiuino fue... fue porque en ese momento estaba mirando al yuino.

Rieron discretamente hasta que llegaron a la casa. Chikal tocó un botón y la imagen de una mujer de cabello cortó y negro apareció en el monitor.

·        ¿Sí? –dijo esta.

·        Mi nombre es Chiner y ella es Chinoza; recién hablamos con el señor Nerow y nos dijo que podíamos venir hacia acá a descansar.

·        Pero, ¿cómo podría estar yo segura de eso? –dijo la mujer más desconfiada que antes.

·        Somos sus invitadas – le manifestó Krístali recordando las palabras de Nerow.

La expresión del rostro de la mujer cambió favorablemente.

·        ¿Y por qué no lo dijeron antes? – les dijo con una gran exclamación- Pasen; enseguida, dejen el iuino allí y yo me haré cargo de él.

La puerta principal se abrió y dio paso a una pequeña salita. Había unas sillas con cojines esponjados de color amarillos con un diseño de hojas verdes, una alfombra que hacía juego sobre un piso de madera muy negra. Al fondo había un cuadro que parecía el desierto, al juzgar el cielo, mas la tierra arida era en verdad un paraíso de flores.

·        Mi reina debe guardar su báculo para no causar sospechas –recomendó Chikal.

·        Pero, ¿cómo?

Krístali movió su cetro buscando algo que funcionara. El recuerdo vino a su mente “El poder de la oscuridad esta en sus manos, joven majestad, usted le puede dar la forma que desee.” Así que dijo “camúflate”; haciendo que la cinta dorada se enrollara desapareciendo dentro de la esfera azul.  Lo mismo ocurrió con el bastón. A simple vista podrías pasar como una especie de pelota. Justo a tiempo.

·        ¡Bienvenidas! –les dijo la mujer que les había hablado por el monitor- Vengan, por aquí. Ya me hice cargo del iuino

La mujer condujo a Krístali y Chikal, o mejor dicho, Chinoza y Chiner, hacia una habitación que reconocieron como la cocina. Había un horno a energía nuclear, la energía más elemental para los elementerrestres, una mesita redonda de madera de mámparos de color claro y cinco sillas a su alrededor; también había unos mesones donde se podían cocinar.

·        Déjenme presentarme –dijo amablemente la señora- mi nombre es Iliar Terkeros, soy la esposa de Nerow.

·        Encantada –le respondió Krístali con la delicadeza de una reina.

·        Supongo que deben estar cansadas. Por favor pasen por aquel pasillo y encontrarán una pieza donde podrán dormir y mañana conversaremos más.

Krístali y Chikal hicieron caso a las instrucciones de la amable señora Terkeros y llegaron a la pieza de alojados. Ahí de dentro había una cama de tamaño mediano que se veía confortable; llevaba un cubrecama blanco con flores rosadas y celestes.

Las dos se metieron en la cama con la misma ropa que llevaban, se durmieron automáticamente y no supieron más.

Un tenue rayo de sol se posó sobre los ojos de la reina y el color rojo pudo distinguirse por la parte interior de sus párpados. Krístali abrió los ojos. Estaba desorientada. No tenía idea de donde se encontraba. Se paró, dejando a Chikal reposando aún y miró con desconcierto todo a su alrededor.

Por la pequeña ventana se apreciaba el panorama árido y el cielo que había vuelto a nublarse. “Es el primer piso” se dijo “pero, mi pieza está en la tercera planta”. Miró la débil mesa de noche y sobre ella había una esfera azul. La turbada chica la tomó con ambas manos. “Es cierto” pensó; y los tormentosos recuerdos regresaron a su mente saliendo del inconsciente en que dormían. La reina exhaló y refregó sus ojos, volviendo a su realidad. Luego se estiró y se dio cuenta de que ya era mediodía.

·        Despierta, Chikal –dijo Krístali- Es muy tarde.

Posteriormente a que la duendeza abriera los ojos y después de todos los aseos higiénicos obligatorios y pertinentes las dos viajeras se dirigieron a la cocina.

·        ¡Buenos días! –saludó Iliar-.

·        ¡Buenos días! –respondieron Krístali y Chikal a la vez.

·        Espero que hayan podido descansar.

De pronto aparecieron dos niños corriendo.

·        Estos son mis hijos, – explicó Iliar- él es Tichow y ella es Rebeika; niños ella es la señorita Chinoza Oiuino y Chiner, una duendeza ¿es eso correcto?

·        Sí, así es –manifestó Chikal avergonzada- una duendeza, las hadas del reino de la oscuridad.

Los niños se mostraron mucho más interesados por la duendeza de lo que se mostraron por Krístali. Sus rostros estaban llenos de curiosidad hacia ella. Después de todo las duendezas no eran tan comunes.  Tímidamente se acercaron a Chikal y le pidieron que fuera a jugar con ellos. La duendeza no tuvo otra opción que aceptar. En tanto, la señora Terkeros y Krístali permanecieron en la cocina. La primera mencionada siguió cocinando y la segunda procedió a tomar asiento.

·        ¿Estas de viaje? –le preguntó Iliar, buscando un tema de conversación.

·        Se podría decir que es algo como eso –Krístali hizo una pausa dudosa- sí, algo como eso.

·        ¿Estas saliendo del reino?

La reina se mantuvo un rato callada, estaba pensativa.

·        Creí que ya había salido de este –dijo finalmente- pensé que estas eran las tierras llanas.

·        No, aún faltan alrededor de 15 Km. para que abandones el reino.

·        No sabía que este lugar fuera parte de mi rei... del reino.

La reina estuvo apunto de delatarse. Calló un momento, pero se atrevió a seguir.

·        Entonces,  ¿qué es este lugar? –continuó.

La señora Terkeros echó una mirada rara a la reina encubierta, que ésta prefirió ignorar.

·        Es una de las minas de necrón, pero la más grande del reino. Mi marido, Nerow, es un minero que trabaja en estas. Kialetra es la ciudad más cercana a las minas, pero aún así es un largo camino para viajar todos los días, especialmente si no hay carreteras que lleguen hasta acá. Por eso muchas familias de mineros vinieron ha vivir a este lugar y se formó este pueblucho. Pero, ¿sabes?,  hemos sabido defenderlo. Llevamos más de 10 años aquí.  Claro que desde que abandonamos Kialetra no tenemos muchas noticias de lo que pasa en estos días en el centro del reino. La reina Akiraki tampoco parece acordarse de nosotros, pues ella sabía que estábamos aquí y nos ayudaba a sobrevivir. Han venido muchos servidores de ella en iuinos desde la gran ciudad y han dicho muchos rumores… ¿Tú sabes algo? …me pregunto si ella es la reina que dicen anda fugitiva.

Krístali se sintió enojada consigo misma. En su corto periodo de reinado pacífico nunca habiá sido informada de aquel pueblo ni de sus necesidades. Mucho más le molestaba que ahora estuvieran pensando mal de su madre.

·        Creo que si la reina no les ha ayudado últimamente, es por una razón con fundamento –dijo Krístali. De los rumores… no sé mucho, yo sólo viajo… y bien, si, dígamelo a mí, estoy segura de que el camino de Kialetra hasta aquí es largo.

·        Vaya, entonces vienes de Kialetra –le manifestó Iliar con curiosidad.

En ese momento se oyó el ruido de la puerta al cerrarse. Entraron pasos hasta la cocina y vieron a Nerow.

·        Buenas tardes, Chinoza, veo que dormiste bien –les dijo.

·        Buenas tardes. Nerow –respondió Krístali con cortesía.

Esta frase dejó algo asombrados a Nerow e Iliar; ya que Krístali no había tenido el  respeto de decirle señor, aunque igual su frase hubiese sonado amable. Krístali no estaba acostumbrada a usar esta palabra, pues llevaba dentro de ella la soberanía de una reina.

·        Buenas tardes, querida –continuó Nerow, dándole un beso a su esposa.

·        Buenas tardes, el almuerzo está casi listo –le respondió Iliar.

Iliar se fue a buscar los platos para servir la comida, dejando solos a Nerow y Krístali.

·        Ojalá que a Iliar no le haya costado creer en su palabra y las haya dejado entrar enseguida. Se asusta fácil al estar en estos lugares inhóspitos, –murmuró Nerow- es por eso que la clave es decir que “somos sus invitados”, así sabe que yo los invité, pero es un secreto, no lo reveles.

A la reina le pareció un tanto estúpido usar esta frase porque, a su juicio,  no era una de las más originales, pero prefirió callar.

Iliar comenzó a servir los platos de comida en cada uno de los puestos y al lado de la porción que le correspondía a Krístali había un pequeño platillo de taza que era para Chikal, tenía las mismas cosas, pero en porciones pequeñas que eran suficientes para la duendeza. La dueña de casa se dirigió a la puerta de entrada y llamó a Chikal o Chiner, a Tichow y a Rebeika para que se acercaran.

Krístali y Chikal se sentaron hambrientas y ansiosas a comer. Y ya, al terminar el “banquete”, nadie podía comer más. Cuando los platos fueron retirados y lavados, los dueños de casa comenzaron a interrogar sobre su viaje a las dos huéspedes, aunque la mayoría de sus respuestas eran mentiras. Las preguntas como: ¿de dónde vienen?, ¿Hacia donde van?, ¿Qué hacen? ; volaban a un lado y otro de la habitación, pero eran preguntas que no podían ser respondidas sinceramente. Luego de un rato de interrogación Nerow se arregló y volvió al trabajo.  Las dos viajeras se retiraron a su pieza. Al entrar, Krístali se sentó en la cama y Chikal se acomodó en una silla

·        Joven alteza, quisiera saber, ¿Cuándo partiremos de nuevo? –preguntó la duendeza-.

·        No lo sé. ¿Qué te parecería conveniente a ti?

·        Yo creo que lo más conveniente sería irse cuanto antes. 

·        Aunque, supe de Iliar que aun estamos dentro de las fronteras –informó la reina seriamente-. Estas no son las tierras llanas, aún es el reino.

·        Vaya… -Chikal no pareció tan sorprendida- pero, no creo que sean partidarios de Dracma. Tengo la impresión de que si lo fueran, sabrían muy bien que es todo lo que está pasando.

·        Buen punto. Iliar en verdad estaba confundida acerca de los rumores. Eso me deja un poco más tranquila. Pero… ya fuera del reino, ¿Qué haremos, Chikal?

·        Los demas reinos deben saber que ocurre, en mi opinión. Pero, deben conocer lo que realmente pasó, y sólo así puede que se interesen en ayudarla a recuperar el trono.

·        Entiendo –Krístali calló un momento- un camino agobiante, para variar.

·        Joven majestad, desanimarse no es una opción. Recuerde, lo que decía su padre.

·        Gracias, Chikal.

Nodriza y alumna olvidaron las preocupaciones que las apremiaban y sonrieron. Rieron por el solo hecho de poder estar juntas y parcialmente, a salvo. Y el brillo del tímido sol asomando su rostro enmarcó la ocasión.

La dueña de casa entró con dos tazas de té y galletas de cereal. Y así prosiguió esa tarde que sería de las más relajantes que recordaría la memoria del viaje. El horizonte poco a poco se tragó la claridad y desparramó las estrellas por el cielo, dejando a las traviesas al cuidado de las dos lunas: Srapartai y Lumilunularium.

Mientras el té se terminaba la liviana imaginación de la reina comenzó a fantasiar:

Ella flotaba sobre un terreno arenoso con piedras de color muy brillante que se iban desvaneciendo poco a poco. Después, sin percatarse como, llegaba a un bosque de rosas en que todo parecía felicidad, pero esta no duró mucho. Todo comenzó a marchitarse y se volvió de un negro profundo, y ya sabía que estaba en el reino de la oscuridad. Vio el castillo e intento acercarse a él, pero una barrera invisible parecía oponerse entre su voluntad y la fortaleza. Finalmente pudo vislumbrar algo por el magno ventanal de palacio y se atravesó una visión horrenda: Dracma se sentaba sobre el funesto trono y su madre sangraba a los pies de este con los ojos entornados. Mientras, su pueblo caminaba encadenado al albedrío de la tiranía, como esclavos. Dracma comenzó a reír diabólicamente y súbitamente empezó a llorar. Krístali reaccionó.

Realmente, los gritos y sollozos provenían de la cocina. Chikal la miró preocupada y las dos se apresuraron hacia la cocina para ver que ocurría.

Tichow lloraba en el suelo, la esfera del báculo estaba tirada y el horno hecho polvo. Iliar trataba de consolar al pequeño junto a Rebeika. Nerow se percató de la presencia de la reina y la observó severamente.

·        Tiene mucho que explicarnos, señorita Ovida Obkiurité.

 

 

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