LAPIDAS
Autor:   Gillean Mulderson
Comentarios:    gillean@uol.com.ar <mailto:gillean@uol.com.ar>
Tema: Angst.
Spoiler: Lo poco que pude ver de “Réquiem”, y una angustiada imaginación.
Descargo:  Evidentemente, ni los personajes de DD y GA son míos, ni pretendo con esta creación de Chris Carter obtener ninguna remuneración económica o de otro tipo. A pesar de estos Copyright, sin embargo, la imaginación sí me pertenece; después de todo, Mulder y Scully también son un poco nuestros.
Dedicatoria: a Alexfiles, que prefiere en los relatos las lágrimas antes que los besos; a Missy, mi ángel luminoso, mi amiga y mi hermana de otra vida; a Nelly por su alegría; a Daniel por su infinita paciencia, y a B. F., desde allá lejos, por sus palabras llenas de fe. Gracias a todos ellos, y a quienes se molesten en leer una posibilidad más en un infinito mundo de posibilidades...
 
 
LÁPIDAS
 
 
Hola.
     Hacía días que no venía, ¿verdad? Pero este sitio es tan silencioso, tan gris. Es como si estuvieras en todos lados, en todas las cosas, menos aquí.
     Llueve demasiado para que alguien vea que estoy hablándote de nuevo; el viento frío hace montones de hojas rojas sobre la piedra gris, sobre las flores secas, como tapando todo lo hermoso que una vez ha sido. Hace tiempo, en un libro de historia, encontré el epitafio de Alejandro Magno, conquistador de pueblos y de mundos: “Una tumba es suficiente para aquel al que el Universo no bastaba”. Hoy lo he recordado mientras abría los ojos, sintiendo los movimientos del niño en su cuna, tan silencioso y tan activo como tú.
     Una tumba es suficiente... No sé si creerlo. Puedo oír tu voz en mi corazón tan claramente como en el mensaje que dejaste en el contestador, antes de salir del apartamento por última vez. Veo todos los días tu presencia intensa y concentrada en las notas sueltas, en las esquinas de los informes viejos que nadie más que tú ha mirado dos veces. Y si cierro los ojos, si respiro hondo, creo que tu olor y tus brazos se apoyan en mí, me rodean, me amparan, me completan.
     Y por sobre todas las cosas, cuando miro esos pequeños ojos soñolientos clavarse en mi mirada mientras abrazo contra mi pecho a nuestro niño, sé que estás aquí, que siempre estarás aquí.
     Dios, a veces creo que puedo verte, que puedo llamarte para que acudas a ayudarme y a guiarme en medio de las encrucijadas. A veces, en la madrugada, me despierto con el presentimiento de que el teléfono sonará y tu voz me saludará desde el otro lado. Ha pasado poco tiempo, dice Byers. Skinner también se empeña en que regrese a la oficina más adelante, cuando me sienta mejor, y ayer Frohike hasta logró hablar una hora entera sin mencionarte una sola vez. Todo continuará, eso es seguro; las cosas se acomodarán de alguna manera, encontrarán su sitio como tratando de tapar la pieza perdida de un puzzle. El sol seguirá saliendo, nuestro bebé crecerá, la vida continuará de alguna manera. No me importa engañarlos dándoles la razón cuando quieren consolarme. De todas maneras, yo sé la verdad.
     ¿Sabes? Tú no estás aquí, debajo de esta piedra gris y mojada; estás en mi piel, en mi corazón, en mis pensamientos. Donde nadie puede alcanzarte, donde nadie puede hacerte daño. Ellos creerán seguramente que te han vencido, que sus esfuerzos por ocultar la verdad han dado por fin frutos ahora que no puedes enfrentárteles de nuevo. Pero tú y yo, como siempre, sabemos la verdad.
     Siempre en el pasado había temido entregar todo lo mejor de mí; lo racional, lo que podía comprender con fórmulas o explicaciones prosaicas era mi refugio y mi escudo. Pero cuando llegaste a mí abriste un mundo al que siempre me había negado a creer. Dios sabe que estaba demasiado aterrada para confiar, y, sin embargo, a través de todos estos años, la fe que se tambaleó en mí más veces de las que presentí se fortaleció sólo porque estabas conmigo. Fui necia, demasiado cobarde en ocasiones, pero, Mulder, nadie en este mundo te amó con más pasión, te amó con más amor que yo.
     Está lloviendo como si el Cielo estuviera tan triste como me siento ahora. La luz sorprendente que dejaste en mi vida, nuestro pequeño Billy, hace brillar mis días con un fulgor que creí que nunca conocería. Y, sin embargo, me haces mucha falta. Te extraño demasiado para ser feliz. La fría, la racional agente Scully, la reina de hielo, está demasiado dolida siquiera para guardar tus cosas en la oficina. Cómo sonreiría el Fumador si estuviera vivo y supiera que nos ha hecho tambalear, Mulder.
     Ayer en el apartamento encontré un viejo libro de filosofía, muy gastado, con una dedicatoria borroneada por el tiempo: “A F. M., de su profesor G. M.”. Me pregunté quién sería, si había sido un buen amigo tuyo, si ya sabría que estás aquí. Si allí donde esté, quizá contemple la misma lluvia y viva su propia vida, sin presentir siquiera que tu luz se ha apagado. Nunca lo sabré ahora.
     La gente suele conocerse a través de cosas que tienen en común -una oficina, una parada de autobús, un restaurante-, y a partir de ahí empieza las relaciones, las profundiza, las explora hasta conocerse en los detalles pequeños y las grandes cosas. Tú y yo, Mulder, empezamos conociéndonos en nuestras debilidades, en nuestros dolores, en lo que guardábamos en lo más profundo de nosotros, donde ni siquiera nos habíamos atrevido a mirar. Crecimos juntos, nos fortalecimos juntos, y las pequeñas cosas, las que otras personas consideran igual de valiosas, se fueron apagando en nuestra lucha contra un mundo de conspiraciones y mentiras. Destruimos castillos de oscuridad, sumiendo en la oscuridad nuestras propias vidas.
     Pero, Mulder, ¿habría sido yo más feliz de lo que he sido contigo, habría estado más completa, si te hubiera conocido en un restaurante, en el autobús, en una esquina cualquiera de esta oscura ciudad? Necesité todos estos años, todos estos dolores para amarte como te amo. Fuimos amigos antes que amantes, compañeros en la lucha antes que en la vida. Y yo no lo habría querido de otro modo.
-Señora.
     Ni siquiera lo había oído acercarse. Cuando levanto la mirada, él ya ha pasado a mi lado, ligero y agobiado al mismo tiempo. He visto a ese hombre encorvado cien veces antes, cada vez que vengo a verte. Me saluda sin mirarme, perdido en sus propios pensamientos, mientras recorre las lápidas grises y las cruces blancas desparramadas en este campo gastado de pisadas. Él tampoco teme la lluvia, y se aleja murmurando quedamente entre las sombras del otoño. También él debe estar vagando en sus recuerdos, mojado y confuso bajo la lluvia, mientras el viento frío inunda cada rincón y cada poro de piel. También él debe haber quedado vacío, desolado por quien quiera que esté en este lugar descansando bajo la tierra negra.
     La muerte no es un destino cruel cuando se han cumplido todos los objetivos, Mulder, cuando todas las decisiones han sido tomadas y cada paso es la fatal consecuencia del primero. Pero siempre hay más objetivos, más decisiones, más pasos. Siempre hay un más allá lleno de posibilidades. Y siempre hay alguien que queda, atado a los sueños que no se cumplieron, recogiendo los pedazos, tratando de sobrevivir.
      Está anocheciendo casi, y hace frío. Tengo que ir a buscar a Billy de casa de mamá, y a renovar mi licencia de conducir, que he perdido no sé dónde. No puedo acostumbrarme a los taxis, llenos de restos de humo y humedad, después de haber conducido tanto tiempo contigo. Vendré la semana que viene, cuando el tiempo mejore, y traeré a Billy para que aprenda a conocer las letras de tu nombre, para que, cuando mires hacia el cielo, allá hondo en la tierra, puedas ver a nuestro pequeño pelirrojo sonreírte sin dientes como me sonríe a mí.
      Te extraño.
 
      Las sombras de la noche se enroscaban silenciosamente entre los árboles y las lápidas desnudas, alzándose hacia el cielo profundamente gris. La lluvia caía con fuerza, golpeando furiosamente el techo del coche oscuro, marcando un ritmo muy cercano a la ira.
      Cuando el taxi se alejó con sus luces encendidas, dejando la calle en inusual quietud, el hombre mojado que observaba en silencio de pie junto a las ventanillas cerradas se bajó la gorra del abrigo de lana gris, sacudió sus cortos cabellos oscuros bajo las gotas heladas y abrió la puerta para entrar.
       Los dos hombres apenas lo miraron cuando entró, sin sorprenderse de sus cicatrices ni de la feroz ira de sus ojos; ante un gesto apenas perceptible del más joven, el auto se puso en marcha, apagando el sonido de las gotas sobre la grava.
-¿Qué esperas conseguir, vagando como un alma en pena entre las tumbas?- dijo el hombre más joven, de fríos ojos azules. El gesto desdeñoso de su boca se acentuó en la penumbra del coche, apenas iluminado por algún ocasional relámpago. La noche se cerraba sobre ellos.
-Cállate.
-Déjalo en paz, Alex- la voz ronca, apagada y casi lejana del otro hombre, agazapado entre las sombras del asiento de cuero, conectado a una chirriante máquina, hizo levantar la vista del más joven, que no ocultó su impaciencia.
-Si hubiera querido actuar como un maldito fantasma, me hubiera pintado la cara con harina y asustado a los niños- gruñó él, observando al de las cicatrices sumirse en sus profundos pensamientos-. ¿Qué quieres, que te reconozca alguna vez? ¡Mírate! ¿Quieres que te vea así?
-Ya basta, Alex- repitió el hombre de la máquina, apenas con un poco más de fuerza-. Y tú, ¿ya tienes lo que querías?
     Unos ojos verdes radiantes de furia se levantaron bajo la débil línea de las cejas ahora interrumpidas por cicatrices apenas curadas. Las gotas de lluvia resbalaban levemente sobre ese rostro en sombras, deteniéndose en las rosadas rugosidades, acumulándose y volviendo a seguir su camino. Con el resplandor de los relámpagos, el silencioso río de lluvia que caía desde el pelo hasta el mentón desnudo parecía un reguero de lágrimas.
-Sí.
-Entonces dejémonos de estas idioteces- dijo el que llamaban Alex-. Hagamos lo que debemos hacer y después mátanos por fin.
-No eres tú quien decide- dijo el hombre de la máquina-. Ahora que has visto que está bien, ahora que tienes lo que quieres, ¿colaborarás?
     El hombre de abrigo gris apretó el puño en la medida que las cicatrices lo dejaron, y guardó la tarjeta de plástico donde una seria y hermosa pelirroja parecía mirarlo directamente a los ojos.
-Mulder, ¿colaborarás?
     El coche paró por la luz roja del semáforo en la esquina donde terminaba el cementerio. A pesar de la lluvia, a pesar de la noche cerrada, a pesar de los fantasmales árboles inclinados, algunas cruces blancas refulgían como recién pintadas, puntos de tenue luz en la sombra.
     Tantas mentiras, tantas decisiones, tanto dolor... Pasos en la noche, hacia la noche; aunque la luz había abandonado su vida desde la explosión, aún era preciso hacer el último sacrificio, despedirse del pasado, de todo lo que podría haber sido, y terminar por fin con la lucha que había consumido toda su vida. Engañarlos en su propio juego de engaños, destruirlos y dejarse ir al fin, sabiendo que había podido proteger las cosas más valiosas de su mundo.
     Darle la paz a Scully, al niño... Darles la posibilidad de ser felices.
-Colaboraré.
      El coche atravesó el cruce hacia la autopista. Nadie sabría nunca quién podría ser el hombre desfigurado de abrigo gris, que llevaba una fotografía mojada junto a su corazón, ni el joven manco de dientes perfectos, ni el viejo consumido y apestando a tabaco entre los hierros retorcidos de un auto sin matrícula. Nadie sabría nunca cómo habían podido chocar de tal manera que el auto había estallado en pedazos, ni por qué en el bolsillo del abrigo gris, protegido celosamente por una caja de oro, un crucifijo delicado en una cuna de terciopelo acabaría en un cajón del departamento de Policía como una pista sin sentido en una investigación de rutina.
     La lluvia caía con furia, implacablemente, mientras el automóvil oscuro era tragado por la noche.
 
FIN.