SEMANA SANTA


             Felicitaciones, halagos, críticas, comentarios, por favor a Kafda
                           EMAIL:  Kive5@hotmail.com
     _________________________________________________________________________________
                     "SEMANA SANTA"
      Semana Santa
     I. Viernes Santo
     “Dedicado a todos aquellos que no le ponen careta a Dios”

     Viernes Santo,  2 de abril de 1999. 20:35 h

     En la habitación de un motel de tercera categoría, yacían en la cama,
     completamente desplomados, dos agentes especiales del F.B.I: una no tenía ni
     idea de dónde estaba; el otro, todavía no se recuperaba de la agitación del día.
     Los extraños incidentes de ese Viernes Santo, más que un simple dolor de
     cabeza, le provocaron a Mulder una verdadera condición catártica:  El extraño
     estado de Scully, mas la temible imagen de su iracundo hermanito, Skinner, el
     envenenador, el doctor, el otro tipo, y para colmo de males, una fuga.  Todo en su
     conjunto pesaba demasiado en el cuerpo y en la mente de nuestro pobre agente.
     Pero el mayor calvario estaba justo al lado de él:  Era Scully, o más bien, sus
     condiciones actuales.  Se encontraba inconsciente, pálida, y sin que él se diera
     cuenta, ardiendo en fiebre.
     -“Aaaaayyy... ¡Demonios!”- Se decía mientras volvía a cerrar los ojos -“Ni siquiera
     me acuerdo cómo rayos comenzó todo”-

     Ese mismo día, pero a las 18:45 h.

     Scully no dejaba de pensar en Mulder.  En la iglesia de St. John, el padre Mc Cue
     pronunciaba con pasión el sermón de ese día tan especial para los católicos,  sin
     darse cuenta que una de sus feligreses dirigía la atención a sus propios
     pensamientos.
     -“No debí dejar a Mulder solo” - Se decía -“Habían muchos informes que entregar
     y prácticamente se los dejé todos a él, como si fueran de su exclusiva
     responsabilidad.  Fui una tonta al preguntarle si podía con todos ellos... El nunca
     diría que no... ¡Cielos!”-
     -“¡Cómo pretendemos alcanzar el cielo sin valorar el amor que nuestro Señor
     Jesucristo nos mostró en su paso por esta pecaminosa Tierra!”- Exclamó el
     sacerdote, e hizo que Scully se asustara lo suficiente como para prestarle un poco
     de atención. -“Todo cristiano que se considere como tal, debe tener siempre
     presente al hijo de Dios en la cruz.  Ese sacrificio, hijos míos, fue su mayor prueba
     de amor hacia los hombres”-
     -“No es justo”- Pensaba Scully  -“Todos los años se refieren a lo mismo. Hablan
     de Jesús y la religión como si hubiera que guardar un luto permanente. La
     muerte, siempre la muerte. ¿Y la vida? ¿Acaso no tiene el mismo valor? ¿Será
     válido no sólo sufrir, sino hacer sufrir por nuestra causa?”- Nuevamente Mulder
     llegaba a sus neuronas pensantes -“No. Definitivamente, un rito religioso no es
     excusa para recargar mis deberes a otros... Mulder...”-
     En eso dio un pequeño sobresalto, provocado por sus propios temores y pesares.
     -“Oh! ¡Dios mío, perdóname!”- Se lamentaba  -“Debes estar enojado conmigo por
     pensar así en Viernes Santo. Bueno, de hecho, tu sabes más que nadie que no he
     sido una buena cristiana. He rechazado muchas veces la veracidad de los
     misterios de la iglesia y he cometido muchos pecados, sobre todo contra los que
     más amé”- En ese momento, el recuerdo de Melissa, su padre... Emily, hizo que
     Dana cerrara los ojos y tristemente inclinara la cabeza, sintiéndose la penitente
     número uno del día. Quiso llorar, pero su fuerte raciocinio le dio el temple para no
     hacerlo. Decidió entonces sobreponenrse, levantar la mirada, secar sus ojos y
     comportarse como la persona razonable que era. Sin embargo, ni su
     lógica-matemática logró zafarla de un pensamiento complejo y enigmático: un
     pensamiento llamado Mulder.
     -“¡Y sí que tengo razón! Ni siquiera soy una buena profesional. ¿Qué culpa tiene
     Mulder de ser judío? Hubiera podido tomarse el día al igual que yo. Y pensar que
     me llevé el informe del decreto 819 para la casa sin decirle nada. De enterarse, se
     enojaría conmigo. ¿Habré hecho bien? Bueno, mi intención fue buena...”- Y así,
     de reflexión en reflexión, Dana Katherine Scully se iba encerrando más y más en
     su mundo interior.
     -“Dana”- El repentino llamado de su madre la despertó.
     -“Dana, cariño, ¿Estás bien? Te noto un poco distraída”-
     -“No me pasa nada mamá”- Dijo Scully -“Pensaba en Mulder y en el trabajo”-
     -“Dana, es normal que te preocupes por tu compañero, pero debes dejar tus
     compromisos a un lado en Viernes Santo. Es un día de recogimiento,
     meditación...”-
     -“Sí mamá, ya lo sé”- Interrumpió Scully con cierto desgano.
     -“¡Dana! No te pongas así. Acuérdate que vas a recibir el cuerpo de Cristo y debes
     ir limpia de pecado”-
     Ese regaño, más que motivarla, hizo que Dana cayera aun más en la tristeza.
     Meditó en lo que su madre había dicho por un momento, y con un aire de
     decepción, Dana respondió:
     -“Mamá, entonces es mejor que no vaya”-
     -“¡Dana!”- Margaret iba a continuar sus reproches cuando el padre irrumpió:
     -“La paz de Dios esté siempre con todos ustedes”-
     -“Y con su espíritu”- Respondió la multitud, incluyendo una madre y una hija que
     estaban un poco asustadas.
     -“Démonos fraternalmente el saludo de la paz”-
     Las personas entonces comenzaron a darse la mano. Margaret aprovechó la
     ocasión para abrazar a su hija y decirle dulcemente:
     -“Hija, no seas injusta contigo misma. Amé a tu padre y amo a tus hermanos, pero
     tú eres la persona más buena y honesta que jamás haya conocido en toda mi vida.
     Sólo te pido que tengas un poco más de fe”-
     Lo que la abnegada madre no pudo notar es que un extraño hombre se acercaba
     cada vez más hacia ellas.
     Después de hacer un gesto de resignación, Dana se separó de su madre, con la
     intención de desearle paz a los otros feligreses. Fue entonces cuando el extraño
     se le acercó, tomando con fuerza su brazo izquierdo. Dana lo miró confundida. No
     entendía la actitud agresiva de ese grotesco desconocido. Inmediatamente, él
     acarició la mejilla derecha de Scully con la mano que tenía libre. La tersura de su
     piel contrastaba con la dureza de esa mano y ese gesto que no presagiaba nada
     bueno para la joven agente. Acercó su rostro al de ella y la besó fríamente en la
     mejilla izquierda; y con un toque bastante siniestro, el hombre susurró: -“La paz
     sea contigo”-
     Como es de suponerse, esto desconcertó totalmente a Scully, que no dejó de ver a
     aquel hombre mientras se alejaba y se perdía entre la multitud.
     -“Qué extraño, ¿Porqué hizo eso?”-
     La misa transcurriría sin más novedades,  al menos, eso era lo que Scully
     pensaba, hasta que llegó el momento de repartir la hostia.
     -“Vamos Dana, ve a recibir a Jesús en tu corazón”-
     Scully hizo la fila de la eucaristía sin dejar de pensar en aquel individuo. -“¿Quién
     sería?”- Esa manera de dar la paz había sido muy extraña. La línea seguía
     avanzando...
     -“Corpus Cristi”-
     -“¿Eh?”-
     -“¡Corpus Cristi, Dana!”-  Le repitió el padre Mc Cue.
     -“A... ahhh...”-  fue lo último que dijo Scully antes de caer desfallecida al suelo.
     En la iglesia se formó un gran alboroto. La primera en alterarse fue la Sra. Scully
     al empujar a todo el que tenía enfrente para sostener a su hija. Dana se veía
     pálida, inerte, sin vida.
     -“¡Rápido, pidan una ambulancia!”-
     -“¿Una ambulancia?”- Dijo una vieja con cierta ironía. -“Vamos, no puede ser tan
     grave. La gente a veces se desmaya por fatiga”-
     -“No señora, usted no entiende. Mi hija es muy fuerte. Cuando algo así le sucede
     debe ser atendida inmediatamente”- Respondió Margaret mientras volteaba la
     mirada a su hija, a la persona que realmente le importaba.
     -“¡Ah!, ¡Entonces debe estar encinta!”- Exclamó la señora con una risa bastante
     maliciosa. Obviamente, esa fue la gota que derramó la jarra de paciencia de la
     Sra. Scully.  La miró con un gesto de dolor y rabia; y muy severamente le
     contestó:
     -“¡Y usted qué sabe vieja impertinente!, ¡Qué daría yo porque mi hija tuviera un
     bebé!”-
     El rostro iracundo de Margaret Scully ahuyentó a la rezandera indiscreta, dándole
     paso a la camilla que conduciría a la agente Scully al hospital general de
     Washington. Margaret no vaciló entonces en tomar el celular de su hija y hacer
     una llamada.

     18: 57 h

     Mulder ya casi terminaba de redactar el último informe oficial de aquel día tan
     agotador. Pero no se los iba a mostrar a Kersh aún. Quería utilizar el tiempo
     restante para examinar el informe del decreto 819 que muy disimuladamente
     había extraído de la oficina de Skinner. No podía entender aun porqué su ex jefe
     no quiso continuar con la investigación; así es que decidió seguir la pesquisa por
     él mismo. Lo curioso es que no lo encontraba...
     En eso se escuchó sonar su celular.  Su cara se llenó de alegría.  Asumía que lo
     llamaba Scully, pero no era precisamente Dana.
     -“Mulder”- Contestó sonriendo.
     -“¿Mulder? Habla la mamá de Dana.  Algo raro pasó hoy en la iglesia...”-
     19:18 h
     Mulder llegó con el corazón en la mano al hospital.  Decirle que algo le había
     pasado a Scully era suficiente para hacerlo correr.  Se olvidó por completo de
     informes y de decretos. Había volado por las calles hasta llegar al hospital.
     Allí preguntó como loco por Dana Scully.  Las enfermeras, al conocerlo ya, no le
     prestaban la más mínima atención.  Se hubiera desesperado más de no ser
     porque vio a la Sra. Scully en una esquina.  Suspiró entonces y se le acercó
     apresuradamente.
     -“¡Oh Mulder! Qué bueno que llegaste”-
     -“¿Qué le pasó a Scully? ¿Dónde está?”-
     -“Está arriba, en la sala de desintoxicación”-
     -“¡¿Desintoxicación?!!!!”- Mulder desorbitó los ojos -“¿Estaba drogada acaso?”-
     -“No precisamente Mulder; yo diría que más bien envenenada”- Los ojos de
     Margaret contenían el llanto -“Según el doctor, Dana recibió dosis bastante
     elevadas de algún tipo de anestésico poco conocido.  Es por eso que no
     despierta.  Están tratando de limpiar su sangre...”- La pobre madre no pudo más.
     Sus copiosas lágrimas expresaban todo el dolor de su alma.  Mulder no sabía qué
     decir para consolarla.  Al igual que ella, también se encontraba confundido e
     impotente.  Agachó la cabeza.  En el fondo, se sentía culpable del dolor que
     Margaret estaba padeciendo; o mejor dicho, de todo lo que le ocurría a su hija.
     Sin embargo, mantuvo la calma.  Sabía que con desconsolarse no iba a arreglar
     nada.  Scully necesitaba ayuda y él tenía que actuar rápido. Apoyó suavemente su
     mano en el hombro de Margaret y comenzó entonces a preguntarle:
     -“¿Pero, no estaba ella con usted en la iglesia?”-
     -“Sí, y es lo que más me extraña de todo esto”- Dijo Margaret tratando de
     calmarse. -“Ella estaba muy tranquila... bueno, no tanto.  Pensaba en su trabajo y
     también en ti.  Cuando fue a tomar la hostia, cayó de repente.  No lo entiendo”-
     En ese momento, Mulder recordó lo que había sucedido con el envenenamiento
     de Skinner hace unas semanas atrás. Comenzó realmente a asustarse, pero no
     quería inquietar más a la madre de Scully.  Por eso, preguntó con discreción:
     -“¿Estuvo siempre con usted? ¿No habló con más nadie?”-
     -“No que yo recuerde. Tú conoces a Dana.  Ella no tiende a ser muy sociable”-
     El desconcierto de Mulder aumentó.  Ahora su corazón latía más fuerte y rápido.
     La vida de su compañera podía estar en juego y él no tenía ni siquiera un indicio
     de cómo proceder.  Su mirada ahora se fijaba en un punto indefinido del pasillo.
     En eso,  vio a Skinner que se subía al elevador del fondo.  Extrañado y
     preocupado, decidió seguirlo, despidiéndose de la mamá de Scully con un
     apresurado  -“¡Con permiso!”-
     -“Sí, Mulder. Ahora subo. Estoy esperando a Bill”-
     Mulder casi ni escuchó a la señora Scully. Corrió hasta el final del pasillo tratando
     de alcanzar a su ex jefe.  No se explicaba su presencia allí.  Sólo él sabía lo de
     Scully... bueno;  al menos eso era lo que él creía.  Logró ver que las luces del
     ascensor se detenían en el 6to piso.  No iba a esperar más.  Subió por las
     escaleras dando grandes brincos. -“No me gusta todo esto: veneno, 819 perdido,
     Skinner... Scully... ¡Dios mío!”-
     Aunque a él le pareció una eternidad,  llegó presto al piso 6.  Sus sentidos ahora
     se dirigían a encontrar la habitación de Scully;  pero no tuvo que buscar mucho,
     ya unos ruidos de disputa le dieron la dirección a seguir.  Al caminar unos cuantos
     metros,  Mulder encontró a Skinner forcejeando con un sujeto que ya conocía: Era
     él;  el mismo cara de diablo que había envenenado a Skinner.
     -“¡Suéltame maldito!”-  Gritaba Skinner.
     -“¡Agente del F.B.I. ¡Suéltelo o disparo!”- Gritó Mulder al tiempo que
     desenfundaba su arma.
     El hombre hacía caso omiso a las palabras del agente.  Se ensañaba contra
     Skinner como si le quisiera partir el cuello.  En eso,  lo azotó con violencia contra
     la pared y no le dio tiempo a Mulder  de disparar,  ya que también lo empujó,
     haciendo que cayera al piso.  El hombre desapareció por las escaleras como por
     arte de magia.  Mulder trató de incorporarse lo más rápido posible para seguirlo,
     pero Skinner,  que también se incorporaba,  lo detuvo con fuertes palabras:
     -“¡No sea tonto, agente Mulder! ¿Para dónde va?”-
     -“¡Señor,  él es el hombre...”-
     -“¡Ya sé quién es él,  agente Mulder! ¡Lo que yo no sé es cómo usted hace para
     meterse en tantos problemas! Ahora dígame, ¿Dónde demonios metió el
     informe?”-
     -“¿El informe,  señor?”- Dijo Mulder titubeando.
     -“¡No es hora de hacerse el imbécil, Mulder!  Por su necedad y desobediencia
     ahora la vida de todos nosotros está en peligro; incluyendo la de la agente Scully.
     Unos minutos más y su compañera muere.  ¿Acaso le satisface eso?”-
     -“¡Lo que no me satisface es ver que un superior no se interese en aclarar la
     verdad de un hecho criminal del cual él mismo es víctima! ¿Qué está ocultando,
     SEÑOR!”- le gritó Mulder muy alterado.
     -“¡Usted no es quién para cuestionar mis acciones!”- Respondió Skinner con igual
     intensidad -“¡Si no quiere complicar más las cosas le sugiero que no despegue los
     ojos de la agente Scully, que me devuelva ese informe y que olvide lo que aquí
     sucedió!”- Fue lo último que dijo Skinner antes de sacudir a Mulder hasta
     arrinconarlo a la pared y esfumarse por una salida alterna del piso en cuestión.
     Mulder a todo esto todavía se sentía aturdido. Quería ordenar sus ideas.  Todo
     estaba ocurriendo muy rápido.  Pero no demoró mucho en reaccionar y darse
     cuenta que en algo Skinner tenía razón: Debía ver a Scully, vigilarla,  protegerla,
     porque fuerzas oscuras merodeaban el ambiente.
     “Hemodiálisis”  Decía un gran letrero que estaba ubicado casi debajo de Mulder.
     Caminó apresurado mirando al interior de cada cuarto.  Nada en el primero, nada
     en el segundo... Lo curioso de todo esto es que siendo un hospital no se veía
     personal rondando por ese piso.  Pero Mulder no reparó en eso.  Él sólo quería
     encontrar a Scully.
     Finalmente allí estaba: en el tercero.  Acostada aun en una camilla y conectada a
     dos venoclisis.  Aunque pensó estar ya acostumbrado,  Mulder no dejó de
     conmocionarse.  Temía verla porque imaginaba lo peor.  Pensó en la posibilidad
     de verle las venas hinchadas y la cara deformada producto del carbono letal de
     aquel veneno nanotecnológico.  Para su fortuna, y para la de Scully, no era así.
     Tomó valor y la vio.  Aunque inconsciente, esa era la bella Dana que él quería
     ver.  Luego de tomar un respiro, acarició tímidamente una de sus manos. Estaban
     blancas y frías; aun así, llenaban de calor el corazón de Mulder   -“Tal parece que
     duermes tranquila,  compañera”-
     En eso,  se aproximó el doctor encargado de la sala.
     -“¿Conoce usted a la paciente?”- preguntó.
     -“Sí doctor. Los dos somos agentes del F.B.I. Por favor dígame, ¿Cómo es su
     estado?”-
     -“Bueno, le daré mi opinión médica: su amiga fue expuesta a un anestesiante muy
     poderoso.  Pero si la intención del atacante era causarle un daño permanente,
     creo que se equivocaron de sustancia”-
     -“¿Está consciente de que fue envenenada?”-
     -“Sí.  Además de la naturaleza poco conocida del químico y del testimonio de su
     madre,  hay fuertes indicios de que esta sustancia se le administró por vía
     cutánea.  Pero no se inquiete.  Las reacciones neurológicas de la señorita Scully
     son buenas.  Puedo asegurar que despertará en cuestión de horas.”-
     -“Gracias doctor, se lo agradezco.  Iré a decírselo a su madre”-
     Mulder salió tranquilamente de aquella habitación dejando a Scully al cuidado
     del doctor.  Se dirigió a mano derecha,  sin ver que del costado izquierdo un
     auxiliar de enfermería entraba por donde él salió.
     Encontrándose ya casi listo para tomar el elevador, el joven agente escuchó unos
     extraños quejidos que apenas se podían escuchar. -“¡Vienen del cuarto de
     Scully!”-
     Regresó portando su arma y listo para cualquier cosa. Al entrar, ve al supuesto
     auxiliar inyectando algo en la intravenosa de su compañera y al doctor tirado en
     el piso sangrando por la cabeza.
     -“¡Alto ahí!”-  Gritó.  Pero a Mulder no le quedó más que tirarse para esquivar el
     falaz disparo del sujeto;  aun así, consiguió alcanzarlo con su pistola por la
     pierna;  y a pesar de cojear,  el hombre logró escapar.
     Se dirigió hacia el doctor. -“ Ah, ah...”- Decía quejándose.
     -“Bueno, por lo menos está vivo”- Pensó Mulder.  Fijó entonces su atención en
     Scully.  Con susto observó cómo su cuerpo empezó a sudar copiosamente.  Algo
     fuera de lo normal le pasaba. No dudaba que fuera a causa de eso que se le
     inyectó.
     -“¡Esto se acabó!”- Pensó Mulder con severidad -“¡Scully, te sacaré de aquí!”-
     Como si alguien lo hubiera escuchado,  se oyó un ruido que parecía ser de
     sirena.  Mulder no perdió más el tiempo.  Tomó la camilla de Scully y salió
     despavorido de ese cuarto.
     Mulder avanzaba rápidamente hacia el elevador.  El personal del hospital, que
     reapareció de pronto,  lo observaba con sorpresa y temor;  no obstante, nadie se
     atrevía a decir nada.  Nadie, hasta que el ascensor se abriera y saliera de él Bill
     Scully, el corpulento hermano de Dana, que chocaba como un muro contra la
     camilla.  Por reacción inmediata, el corazón paranoico de Mulder aumentó sus
     latidos.
     -“Pero, ¡Qué ocurre aquí!”-
     -“¡Bill, no hay tiempo de explicarte.  Dana está en peligro.  Me la llevo de aquí!”-
     -“¿Se la lleva? ¿Para qué? ¿Con qué derecho? ¡Devuelva a mi hermana donde
     estaba,  loco!”-
     La cordura de Mulder estaba llegando casi al límite.  El tiempo se agotaba.
     Pronto llegaría la seguridad del hospital y aunque se ocupara de explicarle algo a
     Bill, de seguro no le creería nada;  y eso si tenía la suerte de que le entendiera
     algo.  No le quedaba otra salida.  Tomó su arma y se la apuntó al desconcertado
     hermano mayor.
     -“¡Muy bien, marinerito.  Si quieres conservar tu vida y la de tu hermana, será
     mejor que te eches a un lado y me dejes pasar!”- Gritó Mulder casi al borde del
     delirio.
     El hermano de Scully en verdad se sintió asustado, perplejo. Aunque su orgullo
     era muy grande, sus piernas le temblaban como gelatina. Nunca antes había visto
     tanta locura y demencia en los ojos de alguien. No le quedó otra que obedecer al
     mandato y dejar que Mulder tomara el elevador con la camilla y su hermana en
     ella.  No obstante, le dijo a Mulder antes que las compuertas se cerraran:
     -“¡Esto no se queda así, agente Mulder.  Pagará por esto! ¡Ya lo verá!”-
     La puerta se cerró.  Mulder sólo contaba los segundos para llegar a la planta
     baja.  Para su infortunio,  el contador se detuvo en el número tres.  Al abrirse el
     ascensor, se topó con tres miembros de la seguridad.  Mulder estaba histérico.
     Disparó tres veces continuas, pero con dirección al techo. Logró con esto retirar a
     los guardias de su camino, que de por sí ya estaban bien asustados con el peligro
     que representaba aquel maniático del F.B.I. Salió del ascensor y corrió con la
     camilla hasta las escaleras de emergencia.  Sabía que por el ascensor no podía
     seguir.  Lo estarían esperando abajo.
     Tomó a Dana entre sus brazos, cuidadosamente, temiendo hacerle algún daño
     entre tanta adrenalina suelta.  Corrió como un demente por las pequeñas
     escalinatas hasta finalmente salir por la parte de atrás del recinto.  Llegó a los
     estacionamientos, encontró su auto, acostó a su compañera en el asiento trasero,
     tomó el volante; y prácticamente, desapareció.
     Y ahora...
     -“Y ahora, ¿Qué hacer?”- Se preguntaba una y otra vez, tirado en aquella cama
     de ese espantoso cuarto de motel.
     -“Estoy en serios problemas. Supongo que ahora mismo, todo el mundo debe estar
     tras mi cabeza. El F.B.I, los hombres del decreto, la familia de Scully...
     ¡AAAAAYYYYY!”- Se lamentó de pronto mientras cerraba los ojos y fruncía el ceño.

     -“Pero qué egoísta soy”- Reflexionó por un momento -“No he pensado en lo mal
     que puede estar mi compañera”- Esto hizo que se volteara de un costado para
     poder observar a Scully. Pensó en que debía ser fuerte para verla. Sus mayores
     angustias radicaban en el estado de aquella mujer de la cual dependía tanto. Un
     aura de temor invadió el azul de sus ojos.

     Pero el paisaje que contempló, no sólo lo tranquilizó, sino que también le llenó de
     un profundo e inexplicable placer. Dana yacía ausente; como si el estar viva fuera
     tan sólo un sueño;  no obstante, su rostro estaba limpio y risueño; y la palidez
     resplandeciente de la piel le daba un aire etéreo, fresco y angelical.  Todas estas
     características hicieron que Mulder volviera a sentir paz. Una paz que en ese
     momento tan difícil representaba sin lugar a dudas su redención eterna. Pensó en
     contenerse, pero la ternura que lo invadía era más fuerte que sus pensamientos
     conscientes.  Se acercó a ella,  tomó una de sus frías manos y, acariciando esta
     con sus labios, la besó sin cesar;  y la dulzura de cada beso se enjuagaba con las
     lágrimas que ahora brotaban copiosamente de sus ojos.

     -“Scully, perdóname...”- Le dijo mientras sollozaba y rozaba con cariño algunos
     de sus dedos por su frente -“Tú sabes que yo haría cualquier cosa por ti. Es sólo
     que... es sólo que, en vez de ayudarte, pareciera que te estuviera exponiendo más
     a nuestros enemigos... Scully... ¿Ah? ¿Qué sucede? ¿No te había bajado ya la
     fiebre?”-
     Mulder posó entonces toda la palma de su mano en la frente de su compañera.
     Ahora sí que tenía de qué asustarse. Scully estaba tan caliente que se le podía
     calcular sin dificultad los 40º C o más. Mulder se levantó de la cama.
     Rápidamente, retiró las sábanas que cubrían a Scully. Buscaba la manera de
     refrescar su cuerpo.
     Al hacerlo, se topó con otro problema más: para sorpresa de Mulder, tanto la parte
     inferior de la bata de hospital de Scully, como sus muslos y el cubre cama,
     estaban considerablemente manchados de sangre.
     -“¡Oooohhhh noooo! ¡Sólo esto faltaba!”-
      

                       CONTINUA
                    Por Kafda, envíen comentarios y sugerencias.