Escritores dominicanos
Página dedicada a la promoción de la literatura dominicana
      Manuel Llanes


                                
EL FUEGO
                       
Y otro angel salió del altar, el cual
                                                                         tenía poder sobre el fuego, y clamó
                                                                 con gran voz al que tenía la hoz aguda,
                                                                              diciendo: Mete tu hoz aguda, y
                                                                           vendimia los racimos de la tierra;
                                                                               porque están maduras las uvas

                                                                                      
Apocalipsis: 14-18                

Escucha las indeterminadas palabras:
¿Quién sabe de ti ¿Quién eras aún?
Llegas desde una vez y transides fugaz para siempre.
A solas palmea tu luz fría, en clara gestación
del cielo y loado sea tu espíritu en el fuego celeste.
En ese andén de incontables sombras
¿cuál eres?
Ni tú ni yo lo sabemos. Pero dime,
aún antes de que sea signo:
¿Por qué sonó la voz de Dios desde donde te tiendes
y detuvo la primera pareja en las volantes hojas?
¿Qué será de mi dolor sin una eternidad
¡oh, fuego! Levanta adversa tu frente
a la soledad que nos traen las primeras angustias,
a las clementes candilejas, temblorosas en el aire,
pues sólo existe para mí en una divisa,
porque de mí a ti, con tus demencias quizá,
me haces tu intercesor.
Acabarás, inconsolable, una breve escala de oro
para que hasta a mí bajen los ángeles encendidos.
Tu culpas es sola, se sostiene, apenas se siente
trayéndonos la sangre entre gritos y cadenas,
y es un entrechocar de danzas, de cantos y banquetes
donde se ven los que vienen delante,
no los de atrás.

¿A dónde irá el carro de fuego, el carro de Elías?
En las ascuas gastadas, escondidas en carbones,
eres un iniciado, entre sueño y vigilia.
No distingues la casa si te espanta: Te llama,
porque es de ella el turno, el golpe y las puertas de escape.
Al arder, tú fuiste la talla tocada de una forma
y dejas que tu queja en el hospital empiece yacente
hasta que tú, explícito, bailes en el salón de la luz.
Antes de las nupcias de la brasa y el agua:
Sé una llama, sé una llama, sé una llama.
Tú hasta ese minuto duras, ése es tu momento de arder
en las infinitas chispas, las de aquí y las de allá
-¡ay de mí!-.
(Es el que todavía holgaba en las habitaciones vacías).
No mires para cambiar un poco de lugar estas palabras
porque asfixiarías un volteo, en el símil de la
lámpara que vuela,
en donde una agónica oriflama de las ráfagas que yacen
en los callejones que se apagan, otra vez,
dejan un olor azaharecido
en el regocijo supremo que ha de caer
para detener la  luz y alargar el humo de la
casa de los carbones.
He creído en el acaecer de ese fantasma que huye.
No encandece, se apaga de pronto y gruñe bullente.
Tú tienes, -¡oh, fogata!-, tus gráciles pies en las tinieblas.
para dejarla transfiguradas en cenizas,
y ya ves que mi cara se está poniendo rojiza,
y veo la casa que se reenciende con el niño
que quema luces de bengala.
Tu faz es incesante mientras ceceas
en el falsete de las flautas oíbles.
Tú has de caer al fin, con tu esqueleto,
mientras abierto el humo se deshace como una
flor en las praderas.
Guardas la llama vigilante en las cenizas,
porque en torno a ti el caos es como debe ser:
Fuego.
(Ciertamente, pienso que fue desposeído del cinto,
del cinturón de fuerza
mientras caían las ardientes guirnaldas de Sodoma y Gomorra).

Descender ya las escaleras de oro, sin pisadas,
cuando tú aclaras, atestiguas y dices:
He aquí la angustia del hombre
cuando la echo a andar un instante,
cuando miro y sorprendo los que corrieron hacia el mar
pues he dado el calor que venteo monstruosamente.
Tú apartas, -¡oh, encendido!- las llamas
del bien y del mal que nos devoran.
Etcétera de impacientes mariposas que se queman, tú apartas,
y entonces, ¿por qué al huirnos, sobrepasas las nubes
y nos consumimos en las acrobacias que se mecen en el aire?
Tendrás que olvidar las violas, y en torno tuyo todo.
Todo en las granjerías y destrezas de una masa viva.
porque contaminaste la ciencia por amor a la tierra.
¡Oh, torsión en que nos observan los dioses!
Indecisiones, choques, saltos, variaciones, cadáveres.
Ninguna importancia tiene el doncel que se llama Luzbel.
Aparecerá en tus labios quemantes una sonrisa breve
que hemos hecho nuestra, cuando dije en otro poema:
-"Esta sonrisa mía es tu misma sonrisa"-
¿Qué me puede decir la alegría que nos trae la primavera?
Bailemos día y noche, en rondas, en el baile,
porque tú temes y amas el clima de tu calor entrañable
mientras que en el holocausto segrega bilis
para desatar la luz en adolescentes metales.
Así anulas mi conciencia cuando te espacías
en una hojalata que arrastra con sus mortificantes alaridos
a las ratas encendidas, hasta donde mi sangre se irá
          donde nadie la mire.
tú, tan confuso, me traes el átomo atormentado,
tu nuclear colaborador, en la clausura inmediata
a la insolación de este verano seco de ti.

Cuando tú gritas a un túmulo desesperadamente,
Dios tiene las alteraciones de su fiebre,
y empiezan las descargas de las tronadas
para vernos en los solsticios.
Yo sé que la luz es igual: Mata en una profía.
y admitamos, hermano fuego, el trueque
de las grandes radiaciones
de esa luz que vuelve a la tierra en menos tiempo
que la alondra;
quien puede ahora alcanzarte no lo sabe aún decir,
por la integridad de las ánimas que me causan terror
mientras persigo las hurentes tizonadas de los fuegos fatuos,
cuando alguien va delante de las bestias heridas
en las hora de los atontecidos, para correr a prisas.
Es que tú tocas una clave que arde,
interrumpes un concierto, muchas veces, dos veces
Y la casa, ¿en dónde? Vuela. Ella no nos pertenece.

Así estoy seguro que se aparta, puedes decirme:
Ahora que están aquí, no está nadie conmigo
y la vida tuya y la vida mía continúan calladas,
en una meta,
al levantarse el orto y al acostarse el día, en el ocaso.
Salgo y voy como un pájaro enigmático y sombrío
a buscarla en tu reino.

Escuchamos formarse un acto en el fuego de los aires.
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