Escritores dominicanos

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a
                                   Canto a Proserpina

I

Proserpina, reina de los infiernos,
címbalo que retiñe, Proserpina,
desde que devoraste a los dulces pastores danzantes
y ceñiste la enlutada corona,
se pudrió el buen racimo que pendía
de la hermosura y de la luz.

Brotó sangre y hubo muertos y cárceles y muertos,
y el día, cuyos frutos la larga lluvia torna
perfectamente sanos, alegres y comibles,
cruzó como en cenizas por las viejas espaldas
de la ciudad sumergida en el mal.

He aquí los campos desolados;
mira la huella de tu pie por las ramas gigantes
-oh madre de la crueldad y de Las Furias-
y recorre con tu impuro animal la amarga tierra
y salga bajo el relámpago el sollozo.

-Quién en la oscuridad nos llenó de esperanza?
-Nadie en la oscuridad nos llenó de esperanza?
Proserpina con su escoba barrió el cielo
y el Señor nos dejó abandonados?
y el Señor nos dejó abandonados?
-Está bien, está bien, hermanos míos.
-Está bien, está bien, hermanos míos.

(Ella, en tanto, con su diestra sensual
escogió al manso
que daba de comer a los polluelos
y convirtiéndole en imagen del mal y la tristura
lo llevó por el viento maldecido de Dios).

-Bebamos, se acercan las galeras,
dice alguien, mirando al hombre ocioso.
Y el barco navegaba
mar adentro, cielo adentro,
cortando el agua con su alado vino.

II

Proserpina, la violadora de muchachos,
dejó una escoba, un tañido
y aquel terrible desamor que suena
en lo más apacible de la noche.
Con un poco de incienso y mirra quemando en los jardines
venceremos aire de mar y haremos luz.

Pero estamos todavía en sus manos,
en su celda sin una sola mariposa:
oh lágrimas que caen en nuestro espíritu
iguales al caballo que pisó al nenufar.

Pero hay aquí, hermanos míos atribulados,
Sangre de Cristo, dulcísimas cayenas
que liviarán todo el dolor que Proserpina
acunó en vuestros pechos.
Y en vuestros nombres solitarios
(locos, tímidos, mendigos, criminales, borrachos...)
crecen como la aroma de vuestras frentes miserables
y crean en torno a vuestras vidas miserables
el rocío y las albas, el pan y los encantamientos.

Por eso decía
que el manso que daba de comer a los polluelos
era uno de vosotros;
y los que esperaban sin esperanzas en la noche,
era uno de vosotros;
y los que esperaban, sin faena, el barco
era uno de vosotros.

III

En tanto, Proserpina -diosa de los infiernos-
está sentada encima de la roca
y con sus labios -suaves como el crepúsculo en las flores-
devora los cabritos; orea el césped
y cierra, veladamente hermosa,
una ventana de la luz.

Ella contempla la destrucción, el mundo;
y a sus ojos sube como una llamarada la alegría;
el aire en torno es suave y cálido; ella ríe;
y las anchas hojas que el polvo bate y aproxima
traen huesos, cráneos, redes y corales.

Fue mala por origen la esposa de Plutón.
En su leyenda ¿qué hay en su leyenda?
Ved vuestros días, mirad la niebla
en que nos ocultamos y lloramos
y diréis; señora ¿qué mal te hicimos,
qué frutos agraciados te tomamos,
qué purificaciones te impedimos,
qué mágicas reliquias te arrancamos?

Ella dejó la buena luz del címbalo
y nos tendió su manto.
Desde entonces llegó la oscuridad al mundo,
y por más que oremos en los rincones tristes,
nuestras lágrimas seguirán siendo iguales,
nuestras dichas tardarán un minuto,
nuestras súplicas no llegarán a Dios.

La madre de Las Furias nos ha traído espadas,
inquietantes noticias, templos derribados;
y sin embargo, una paloma que cruza por su pelo
tiene un temblor divino
y en ciertos amores imposibles
hay una fiebre alucinante
y cuando oímos el lamento del mar o la campana
hay formas que uno busca en la materia.

IV

Oh tierra casta,
dónde está la bondad?
(que no lo sabemos).
Qué día nuestras preces harán reverdecer
las sementeras arrasadas?
(que no lo sabemos)
Qué pálidos amigos vendrán con otros hombres
formando las falanges?
Pues bien, para olvidarlo todo,
desde el umbral de un sueño los llamé:
recuerdos míos queridos, cuyo amparo
fue la nieve que el viento desborona.
Flores por todo los rincones de la sala,
y en medio de tanta paz, de tanta luz y tibias inocencias,
las dichas en el atrio, la academia, los deseos.

Más tarde, el contrito
conoció el apretado corazón de los lanceros,
las tierras del deseo, cuyos ríos
mojan el ámbito frustrado de los hombres.
Y de repente, en el verano:
cayenas, color, pobreza.
Oh tierra mía:
en torno a la madera fue el encuentro,
más allá de los árboles fue el encuentro.
Todo lo ví oscuro y humilde,
oscuro y humilde al mismo tiempo.

V

Señor, ten piedad de nosotros,
pues el que espera desespera.
Señor, ten piedad de nosotros
pues el que espera desespera.
Esta es la angustia de la espera,
ten piedad de nosotros.

Porque tenemos miedo de las islas
y está la fruta envenenada
y el agua tiene ojos
que nadie puede sorprender.

Y debajo de las lluvias, Señor, debajo de las lluvias
el vendedor de frutas cantó
esta extraña canción; " Tres granos de granada
bastaron para que Proserpina recordase".
y tenemos miedo de la tumba
donde el pájaro abre dulcemente las alas,
de la noticia en los periódicos, de la sirena
que en el alba nos hace estremecer.
Queremos flores, días
sin que la dama del infierno visite nuestras casas:
porque cuando ella viene, Señor, cuando ella viene
se pudren nuestras bocas,
nuestros deseos humanos se desvían,
nos sentimos más miserables y pequeños
y mientras el río pacientemente corre
y aparecen palomas, dinero, mujeres
y la primera estrella,
nosotros sólo vemos una existencia solitaria
llena de perros y cenizas.

Y nuestras lámparas las hemos levantado a la paz,
y nuestras frutas las hemos cosechado en huertos
de resignación:
por eso es justo que cantemos y gocemos
("porque seréis saciados")
Es justo que cantemos y gocemos
("porque seréis saciados")

Oh ven a nuestro reino de amargura
con tu bondad desarmadora,
oh sálvanos, protégenos y ayúdanos
y quítanos tantos remordientos hacinados,
que la Señora no está ni muerta ni dormida:
Proserpina reposa solamente..
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Luis Alfredo Torres