Escritores dominicanos

Página dedicada a la promoción de la literatura dominicana
       Freddy Gatón Arce


 
                                   VLIA                
 

OIDO INESCUCHADO 

   Los espacios aquietados, azules de enclavados astros, dan su violeta a la otra torre invertida del cielo. La torre, extática, muda, salta nerviosa en risas y gemidos, como mama tallada de virginidad. Cantar de los gallos espacia la vigilia y el mundo -noche de todos los donceles-.
   La vida ha perdido un inconsciente de por qué la vida. El traje color rubor de timidez quedó destrozado en el valladar de los ojos. Clavada torre en el mar de los sueños -remolino de sangre de la sensitiva, blancor de alas altas llegadas como la incertidumbre, o dos pavores y cinco pétalos caídos- traéis a Vlía.
   Las cintas grises de la ciudad interior crúzanse desiertas. A trechos regulares espigados señores negros asoman su cabeza de ojo malicento. Y el gato negro acecha...
   Vlía anda como el viento -¡es el viento!- que sopla hacia el mar. Vlía: mar de angustia. Se azulan sus pasos. Anochecen sus cabellos de tanto ser la noche. ¡Y el gato negro acecha! (Vlía, todo un gato de noche).
   El almendro se desprende de sus pupilas. Los ojos rodantes de la playa buscan su órbita amarga.
   La arena: rastro de viento; fatiga de pupilas; sudario del mar; espaldas de Vlía: Vlía.
   La dama blonda -Vlía de amarillez de verde- es indiscreta: su lengua de plata cuenta cosas al oído inescuchado -párpado de toda quimera-: Vlía.

ROCIO SUBROSA

   Nosotros. Ya no sucede nada. La mar no tiene remordimientos y la brisa no la despeina. Un saludo queda suspenso en las miradas, en las búsquedas íntimas, y no hay más que nosotros. Nosotros: Vlía, tú y yo, que nada sabemos, ni siquiera sonreirnos de una vida a otra, y pensamos como si fuéramos uno, uno sólo que se desvive en el cielo de todos los días nublados por azules. Nosotros ya no queremos ni siquiera mirarnos a través de las pupilas azules. Estamos como si fuéramos dos ojos, cuatro y cien corazones desplegados. Ya no podemos más, y Vlía y tú lo comprenden perfectamente. No nos encontramos ni en el cáliz de la, redoma de la bruja cargada de lavandas. Creo que nuestros ojos están fatigados de las distancias recorridas, y que no podemos vindicarnos en los sueños cargados de rocío febril. Iremos navegando en el mar de todos los sinsabores cuajados de dulzuras y de todas las sagradas mentiras. La vela que asoma a lo lejos -Vlía y tú y yo, gaviota de horizonte- se ha engran-  decido de vientos para adentrarse en la ría de canalados sentires. Nos-otros, ¿qué esperamos de nosotros? ¿Y de ti? ¿Y de Vlía? Estamos situados dos en la infinita distancia de la cercanía y ni siquiera solloza.  Las lágrimas se hicieron para la fuerza. Tendremos que inventar una nueva telepatía de las almas para encontrarnos extraterrenos, o subrosa -como quieren los hados de todos nuestros deseos, de los deseos tuyos, de los deseos de Vlía. No podemos cargarnos más de mentiras inclinadas de ojos y dedos de frentes -cuidados de cabelleras invisibles. Debemos irnos en ese mapa que carece de posición fisiológica: corazón. Quiero -queremos tú y yo y Vlía lo sabemos bien- que nos vayamos adonde tengamos lo que nadie sabe, lo que todos hemos sabido desde antes de conocernos. Porque ni tus ojos, ni los ojos de Vlía, ni los ojos míos, están espejando nada, ni siquiera a nosotros, Vlía. Yo quiero que lo sepas -que lo sepamos- ya nada acelera mi corazón.

DESGARRADOS CRISTALES

   Que se detengan todos!: Pájaros anclados en el aliento; espejos con empaños de vidas húmedas. Que se detengan todos: Universo, Sol y Luna; los astros y la imagen -gota de rocío de arcoiris en la siniestra flor de cinco pétalos; los ojos que brotan de las órbitas infinitas para eternizarse en la versión del jardín, la fuente muda, los perfumes definidos, Vlía, tú, y las margaritas que caen sobre el almohadón desesperado mano crispada- que se detengan. Que se detengan todos. Y la jaula que vuela en la pupila encarcelada y la rosa amarilla cesen en su vaivén de congojas. Que se detengan todos, porque el demonio quiere soñar y yo, Vlía lo poseo persiguiéndolo por la pradera de verdeante púrpura apagada. Ahora él sueña -¡como si fueras tú, Vlía!-, sueña en mí: ritmo interior de todas las mariposas.
   Aquella niña del pájaro clavado en todas las emociones de la vida perdida de quebrantos verdaderos olvidados de perfumes idos en la belleza de la palabra, en el oleaje de las penumbras quebradas de rocas llovidas, como de la mano de una paloma o de un almendro partido por los rayos del sol -relámpagos de luz en los desgarrados cristales; aquella niña: recuerdo sacudido en mis oídos vueltos vientos armoniosos de campanas; aquella niña que llena de alma de todos los cipreses mejores y largamente encumbrados copa abajo;  esa  que  nos  transfigura,  Vlía, cual si estuviésemos en el fondo de la mar sentados: cabelleras sueltas a todas las corrientes; a esa que yo pienso en mi locura, como a ti, endemoniadamente colérica: sonrisa desguindada de la forma del lacayo eterno guardian durmiente; a esa que juega en la mesa de horizontes como cabelleras de rosas, el triángulo diverso de la feminidad: verde aridez de primavera dormida en las conciencias ausentadas del poema luz de las miradas, los lentes equívocos de vigilias ahumadas; la de respirar de yodos níveo-azules; a esa asomada hacia la silla coja de mil pestañas dispersas; a esa que yo poseo como el demonio, como a ti, urgido por todas las locuras, pasajeramente...

A esa la sueño despertando cuando el paisaje de las miserias desciende para angustiarse en los músicos: peldaños de árboles nacidos en las noches de todos los hombres que no caminan como las piedras, bajo las aguas...

INEFABLES RUTAS

     Un silencio estrangula la garganta de luz inventada: el patio interior amanece una sonrisa de primavera; las pestañas -marco alado- trajean de verde su rojo de ojos cerrados; la mano de fuego ennegrece los párpados -transparencias recién nacidas de inquietos pájaros umbrosos. Vlía: Alucinación.

     Lo he intentado muchas veces, demasiadas, tantas que ya los sueños protestan! Jamás quise pedir nada; sólo un recuerdo -en nombre del amor, un recuerdo. Que tuviera un desmayo la resistencia, que dejara su cabeza degollada sobre un tronco lánguidamente, y que la brisa se hiciera fría, mas fría bajo el árbol de la incomprensión, porque los desesperos hielan la tarde. No he pedido a los pechos un sube y baja de hipocresía, ni a las gasas manchas de sangre, como un dolor a dos negaciones. Solo pedí la presencia de un pasado: un otoño sin hojas secas, preparativos ma- trimoniales, ni corduras que se sustituyen. No puedo aguardar el retorno de un alma rota sobre la almohada de dos huecos, uno que no es mío, para entonces devolverla ungida por mi ardor. ¡No aguardo nada! El labio de la luna no miente en la quimera: -de noche sus llantos, Señor de sus vigilias, y es tuya cuando está dormida. ¡No quiero aguardar nada! La cita, renovación de la imagen, la he entregado al aire para ensoñar los astros, porque por sobre el amor resulta pura. ¡No quiero aguardar nada! Ni la reconstrucción. Sobre el dedo de las ruinas solo el recuerdo debe levantarse: presentimientos vagos de reconciliación: ignorar de seres encontrados en inefables rutas. ¡No quiero aguardar nada! Ni la llegada del agua que no tiene los campanarios de los floreros, ni la sublime emanación de los colores. ;No quiero aguardar nada! Só1o las grandes horas que se olvidan por soñadas.

SUEÑO ECLOSIVO

Para el amor todo se hace breve lentitud. La inconstancia no mira en la habitación obscura, ni se explaya en la furia. Luceros sin almendros perjudican la profesión de adorar. No mueven al odio salvador del hastió. La realidad precisa un natural encantamiento interior, emocionado, al reverso de los ojos, intensamente. La madrugada pertenece al gato negro -viejo habitante de lo apacible- se queda en la azotea húmeda -órbita de la noche raptada al cielo. Danza y otros pies habitan su frenesí. La pena no sonríe, ni ciena. Ni melancólica quietud ni albor de ruiseñores, suenan tres perdones en la ventana -quebrantamiento de la cita lunar y las cortinas. Ojos de imágenes sagradas quedan sepultados en las conquistas sin copas que calman los grises -prolon- gación del aire hasta la aurora. ¡Todo quedará' distinto! Lejana reconstrucción del mundo, sucin- ta arista de la mudez, y tú, intachable en la prolongación del vicio. Para nacer escogeremos la perla del campanario nadando en la alborada -suave admiración de la caída. Floreciendo todo, no nos distinguiremos, será preferible fabricarnos una manzana inicial en un camino siempre inho- llado. El brotar de las cavernas precisa raro encantamiento y uno que otro movimiento pulmo- nar en la quimera. Consumirse mueve al desorden. No diviniza la serpiente que está en turno, hay que dejarla lomizando los troncos del insomnio. Latiremos una vez y el eco nos lo repetirá al infinito -oído interior petrificado en la disolución de los pétalos, burda mecánica en las orillas. Para nuestra primera divinización, volvamos a la intemperie, rechacemos los pies. Después del nacimiento, la perduración del amor necesita intensa embriaguez de entrañas.

     La amargura jamás debe mostrar sus dientes; escapar por las manos marchitando la sal que provoca, es el destino de la sonrisa.

     La fantasía no debe guiñarnos si estamos cogidos de las manos. Para continuar en la resurrección basta una fiebre y muchos dedos estrujados. Esencial es irse con labios de burla a todo lo demás, que no otra cosa se agita en nosotros, sino la creación de algo inadecuado. Un baño de espiritualidad conforta, mas, margina el goce. Para no perder la serenidad, un salto es necesario. En la acompasada tristeza de los otros, buscaremos regocijo perenne -subterfugio para desahogar- nos insensiblemente. Las palabras no deben preocuparnos, sólo nosotros damos sentido a las estrellas. Imaginar un cielo siempre igual, acontece a los despreocupados. Agrandar los ojos por una jugarreta de la naturaleza, sucede a las personas que carecen de una interioridad liberada. Ya que nacimos, el parecernos a muchas extravagancias que usan dos pies en vez de sus cuatro naturales, nos privaría del ridículo que tanto acerca a lo patético. Un perfume y otros nominados no forman una rosa, hay que arrancarla al aire, soberbiamente. Para hacerte no he tenido que viajar a las minas, una idea satisfizo a o increado. Para no olvidar nada, te he dado poesía, indigestión de poltronas y guantes. Así, seremos semejantes: alargar el tiempo abstrayéndolo de nuestras incursiones, es la sabiduría que nos separa de lo cotidiano. Para salvarnos del regreso el dormir nos interroga. Hay que dormir un desvelamiento de los oídos, y algunos crujidos más en el corazón. Quedarse como un desmayo de la Muerte, es retrogrado. Arrojarnos los párpados sobre los yerbajos del camino, ya que continuar en el polvo nos da la sensación de innacidos. De todas maneras, ahí finaliza el proceso natural de ellos -grosera comedia sin acto determinado- y nuestro telón cobra alas infatigables. Nuestra respiración nos trae otras respiraciones; contagiarse de ellos propiciaría la impureza de nuestra verdadera mi- sión, quedarnos como nubes sin Euvias, y tú quisiste un presagio de rocío en el aliento de la mañana. Para la contemplación es requerido arrojar los ojos al sol. Si hemos de continuar, el sufrimiento se impone, el gozo se anticipa en los cobardes. Vayamos por partes: que los tentáculos palpen el aire de invisibles cabezas degolladas, donde prima el diamante del azul. Antes de lanzarnos al mar -no importa su marea ni su sangre- contemplamos el cráter que nos sube a las gargantas. La virginidad hay que pasearla como un seminarista, por todos los corredores. Si la falda está rígida hay que brindarle la ligereza de una ventana abierta, es propicio al conocimiento del sexo. De todos modos, una indiscreción debe insinuarse, como un niño. La travesura es necesaria a los dibujos de un cristal quebrado. Para no desmayar una obsesión de niñez nos invade Y aparta los actos sangrientos anteriores a la concepción. Giramos el sol, mudamos el bosque y nos encontramos perdidos. El escapar no requiere sistema señalado. Algo negro debe ser el principio, reacción de la sangre coagulada. Otra belleza jamás emerge esplendorosa. La espontaneidad, o desgraciamos la experiencia. Só1o los ojos de la neurastenia -cuerdo extravió- iluminan. Para mayores precauciones, empecemos por no haber comido; pensar separados del estómago, o quedarnos a un brazo de la cruz. Depilarnos es conveniente al total brote de los nervios. Hay que agarrar sus puntas fuertemente y tirar con la rudeza destinada a zafarle las entrañas a un hermano. De esta manera estaremos accesibles a una neurastenia mejor, salvadora. En las manos diez puñales deben cornearse para el degüello. Ahora nos asimos fuertemente por los pies, y dejamos las cabezas sobre el almohadón -breve silueta del universo. Nuestros troncos pueden nadar ahora o confundirse con los hombres. Para un pasar intachable, volemos al Polo, con nuestras médulas enlazadas.

RARO INFIERNO

     Aquí, sobre las rocas, o allá, donde el horizonte florece velas, un crimen es necesario. Para el color de la imagen, un crimen. Nos acercaremos una y otra vez a esa delicia -dios nectario de la sofocación- y fiel a mi constante tristeza te dejaré intocada. Fuente de caracal en la ruta, nos acerca irremediablemente, como un amago de soledad que viste comprensión de colores. Sonri- sa no frecuenta las almas sin fe, ni el desvelo. Las campanas tendrán que no caerse más a los pies desangrados del atardecer, de cordura embriagadas. Tendremos dos, tres, y algunos más imaginados horizontes para ilusionarnos. En la locura un presagio de religión es conveniente. Mas, por sobre todo lo disgregario de la brisa, la obsesión del crimen debe persistir, intensamente arraizada en la piel -corcel con pasos de caracol donde las almas jamás se vuelven temerosas. Un crimen blanco, un crimen de frenesí que nos separe de la vulgaridad. Una sangre que nos lleve sin caer en el hastió hasta é1, en cada emoción que se pierde por conocida. Nosotros recorreremos el arcoiris. Un arcoiris nuevo a cada explosión. Irse de las olas al sol, brizna quebrada de reflejos en las rocas sin movedizas ilusiones, alas en los corazones que saben crearse un amor. Nosotros no debemos satisfacernos, una contemplación basta a las sangres que dislocan en las calles como naranjas heridas de pudor en el jardín tapiado. Pero estamos muy cerca o muy lejos de la realidad que nos conmueve: el crimen, y hay que decidirse a ser locos o todas las sábanas protestarán de sed. Pintemos el sol como si fuera el ojo de la montaña o decrecer de los almendros cobijados en el estío. Pero no tú estás sin sobresaltos -vivo coral a flor de tierra y otras tantas tonterías en las estrellas invisibles.

     Para que el sueño se realice faltan todas las cosas incompatibles con la angustia, y ella está ausentada de este o de aquel cielo que me frecuenta. Si estamos junto al demonio, no hay que jurar nada a la noche ni a las almas vacías. Para que los perros no roben nuestra atención, los ahorcaremos en cualquier rama de las manos intangibles y el insomnio de la victima tendrá sabor de hiena. Lo más adecuado es trajearse de algas Cuántas cosas hacen un crimen! Ahora la molestia de distraer mis ojos en la tienda del mar, mis inmersiones no requieren fondo preciso, ni clima antiguo. Te contentarás con desnudarte, porque la indecisión turba los sentidos. Pero, ¡el crimen! ¿Dónde está el crimen? Otra pasión ya no conmueve. Las personas, ¿por qué nos dejan solos? Una protesta, porque la soledad siempre acompaña al crimen y nosotros debemos ser distintos. Excluiremos la soledad de nuestros cálculos. Así estaremos mejor, un poco más solos. Entonces el crimen no llega. Para mí, el crimen, de lo contrario nos quedaremos sobre el césped. Ilusionarse con el cielo acontece todos los días. Olvidar es cruel en tu presencia. Olvidar una rosa por marchitada ocurre a todos los floreros, y yo sólo luzco una flor que nace de cualquier imper- tinencia de los ojos: el crimen botona en las pupilas. Un instante sin precisión de calendario du- da y queda a los pies -pasajera sin destino- y el crimen se acepta o tortura. Hay que ofrecerse en una quietud callada, un beso haría perder la realidad ambiente. Debemos sentirnos como un vals. ¿Oyes? ¡Qué bien se escucha el silencio de las olas! La actitud hay que mantenerla: un beso nos haría seres abandonados en una habitación estrecha; nosotros tenemos otros recursos. Aguardemos, el crimen requiere ser catado, Lo contrario sería desbordamiento de sirvientes y los arrecifes se extienden en tu cabellera. Toda la augusta exquisitez del alcohol hay que recibirla con la irreverencia de un sentimiento cualquiera sin la ridiculez de los días señalados en Agosto, Abril o Mayo. Las flores precisan luceros titilantes de emociones decepcionadas -sufrir de mariposas somnolientas en la tarde cuajada de pintores, almendros sin luz de alcobas dormidas. Para la perpetración del crimen estamos aquí, sin ti y sin mí. Incubar huesos y hacerlos pulular por los aires como mensajeros del Señor, es nuestro destino. Esta es tu comunión con lo irremediable. Yo he tenido muchos crímenes. Dejar que el nuestro se realice prontamente sería darle la razón a los pájaros enfebrecidos de la luna. Ellos dan Diciembre a cada amor, y no debemos fatigar sus labios. Hay que dar a los párpados la natural posición del sueño; así todo brillará mejor, casi interiormente. Las sirenas no tienen por qué angustiarse; nos urgen y la impaciencia puede agostar nuestro deleite. La psicología del crimen nos tiene atrapados, y es cruel una amargura en el aire. No es posible irse en las algas alrededor del mundo; en las gaviotas del horizonte las penas se internan -todas las quejas tienen una preñez de angustia. Nunca procuro situaciones futuras a mi corazón, su latido podría desmayarse en una mentira. Por eso, si, hay una, otra y otra y muchas más. Ella, ellas, no intervienen ahora. Sería un proceso lento sumar tantas estaciones para crearte una Primavera. Hagamos un amor como nosotros mismos, que se detenga a dos pasos del pecado. ¡EI crimen'?  El crimen sólo preocupa a los hombres, y nosotros no los vemos. Estamos con el único Juez verdadero, el nuestro. ¡No hay por qué llamar! Has asomado Mujer en mí. ¡Calla! Mañana no hay que hablar del pasado. Toda ridi- culez de hoy quedará cal en las grutas -copas de alzadas ilusiones en las esferas. Por otra parte, la almohada debe abandonarnos; sólo las piedras se convierten en pesadillas de filos rosados -agra- dable intención de los demonios. Después del crimen, un delirio mayor propician las abejas. Apó yate en mi hombro para darle descanso a tu corazón bajo la sombra de una chimenea. La incongruencia es notable: los sueños jamás lloran humo -hebra del aire tejedor de árboles. Ahora, presenciemos un desfile de guijarros y pies heridos bajo el agua del cielo, recuperemos los Ojos, recojamos los párpados: las tinieblas deben reinar con todo su atavió. Para ser los ebrios eternos, cultivemos vid en un juego de campanas pequeñas y grandes -aridez en el día de muertes. Procurémonos un momento puesto que la detención del reloj es necesaria en el despilfarro de la adolescencia. Por sobre todas las torpezas, un pre sentimiento de Reina de Saba y Príncipe Azul, debe protegernos. La humildad de la cuna no se opone a la exploración de otros campos. Para una mayor exaltación, vístete de sueño, así la brisa no tendrá reparo en desnudarte. Evitar una ju garreta del discernimiento requiere un manotazo al sol. La luna y las estrellas se prestan más a un encantamiento. Un riachuelo nos haría música adecuada a la entrega. Para que tu languidez co bre expresión de ángel, reclínate en una palma cualquiera, sus hojas te darán la insensatez de su vaivén. Una vez retornada la cabeza, piérdela de nuevo en un cruzar de campos siempre cubiertos de verde -invisible sentido del locuaz candor que no redime.

     Despójate de todas las vestiduras que son los padres y un hogar honorable, para la vehemencia. Ya estás pura para el amor. Un volar de ciudades y paisajes, y el tren no se detiene. Un sueño más, y otro sueño. Todo en una sucesión sobresaltada. Nada va a la tierra. Danza, pies, divinización. Médula, cabezas sin troncos, crimen. Pesadilla, borrachera, adolescencia. Lo vertiginoso intenso interior se impone. Todo corre, vuela, se transforma; los árboles se detienen para un roce en el rostro acompasado. Algo quiere amanecer, una confusión terrible lo revuelve todo, y por sobre todo el galope, el galope, el galope. Lo indecible a ratos tiene un viaje y el dormir tiene una ligera transformación de miembros. La sábana una y otra vez se convierte en alas de la ventana abierta y el galope se fatiga, calma. Ciudades, paisajes, árboles, toman la placidez de una definición. El sueño toma un ritmo infinito de aroma en la amarga sonrisa insatisfecha. Y todo es suavidad de esperanzada confianza en el durmiente.

NADA EMOCIONADA

     Lo quieren saber los demonios que se cobijan en mí. Extienden sus alas a cada golpe del corazón. Las quimeras rotas como cuerdas de guitarra sin ebriedad -interminables copas de luceros -árboles sedientos del viento de infinitos labios. Ya nadie te recuerda en la indecisa hora en que te haces prolongadamente mía. Todos ignoran que los sueños son yerbas florecidas de hielos despiertos en la encontrada realidad, obscura sombra que se refugia bajo el pez de aguas cristalinas. Ya ni siquiera respiras por inconsciente, ni te unes a las vigilias de sueños de dos en dos. Ellos se escurren por una luz retrocedida. Esto no es todo puesto que cada mañana te vuelas tras la montaña. Entonces te contemplo bajo olas que se estrellan en el firmamento de aguas enloquecidas por el viento, rompiente que carece del sentido de sed agudizada. Los olivos nos dejan sin perfume de sacrificios llevados como espantapájaros al mundo porque las mañanas aún no me tienen logrado hasta la perfección de la irrealidad, porque tú no te ahogas en el pecado de Cristo y todo se pone azul como palabras de veneración. Te conduciré a procesiones que no te avergüencen en las noches que son como blasfemias al transporte de la realidad; a los pájaros nocturnos como vigilia de ruiseñores bajo ventana de colores. Ya no te escurres de mis brazos invisibles porque te han llevado demasiado lejos y no me dejas en la pesadez que sacia. Tu flor no tiene ese color que te hace indefinible bajo el árbol de ramas febriles, como el mar de corales sangrantes sobre la yerba extendida. Nos iremos alejando como palmeras bajo un mismo sol de Mayo desflorado en la noche de los sepultureros sin vidas que cultivar, pero debes sustraerte a esa realidad que te hace tan negativa a la pesadumbre que me deja como un niño sin voz. Te alejas de todas las cosas que antes te hacían visión desordenada de pequeñas satisfacciones humanas, con unos lentes y una viudez inventada. Te dejaré sin vida en mis noches que te hacen en verdad Angel de alas cuadradas. La tierra está volcada en mí como en un cubo. Nos quedaremos así a dos pasos de la muerte natural que proporcionan los sueños y muy lejanos para guiñarnos un ojo. El mundo se desboca hacia ti, como si no estuviera regenerado por el bautismo como tres lirios bajo la sombra de cosas irrealizables. Ni siquiera suspiras de suficiencia descontrolada y eres un devenir de música sobre los papeles. De tanto respirar ni siquiera te vuelves humedad de sueños que no te transformen en sometida. Te veré en todos los corredores que desembocan en el vacío, más allá de las cosas que nos aguardan siempre por eternidades dormidas en los muelles sobre la desesperación. Te esperaré ?nos esperaremos ?  bajo las aguas que el demonio no estrangula por diurnas y nos iremos juntos tomando pétalos incompatibles para conocernos mejor bajo bombillas que se sustituyen en calles cuajadas de perros. Tú convendrás en que nos odiamos porque somos orgullosos de las tonterías que nos hacen humanos, siendo dioses destronados del cielo. Debes comprender que las muertes se suceden como presagios que no se colman nunca en penas ni lágrimas, ni rocíos del viento; debes comprender que las palabras se han vuelto una verdad humana difícil de compensar como un alero de palomas enamoradas. Tú ni me miras con tus ojos de muerta que camina hacia la gloria de mis vigilias, porque estamos distantes a dos primaveras y mucha realidad duerme aún en el pesebre de la Anunciación. Deberías irte de rodillas hasta mi infierno de luciérnagas y desposarte con una flor cualquiera que no trasnoche como las llaves en el jardín rodeado de espejos. Entonces vendrías a mi salvada de tantos obstáculos que te hacen bella. Deberías dejar de recorrer mis intrincadas esencias porque me estoy fatigando de tantos pasos bajo pupilas de angustia, porque no podemos irnos en el espacio tras las campanadas, ni quedamos en el bronce de los fieles. Tenemos que procurarnos un ambiente distinto bajo el regocijo de saberte desconocida e inllegada. Jamás tornarás frente a mis ojos que se quiebran como el vidrio en el niño emocionado. Tú deberías volver a angustiarte como antes bajo el penar de las almas felices, cuando un purgatorio sin fuegos quemaba las angelicales sonrisas de los condenados. Si perseveras nos hallaremos a vuelta de esto o de lo otro que no tiene cambio. Me está urgiendo parecerme a lámparas alucinadas que reflejan las yerbas amarillas bajo el estío. Ven para no quererte más inalcanzable en la flor celestial en una tarde florida de hundidos cementerios. Ya todos ríen con esa frialdad que dan los mármoles bajo las bóvedas, sacrilegios de gusanos como hombres de mil pies gastados y muchas genuflexiones; estaremos viéndonos en el espejo que son las mariposas del sol y no podremos irnos como los pájaros.

     No podemos más. La vida pesa demasiado. Es una tristeza doblada en las cavernas que avan- zan. La noche no se puede detener en una esquina cualquiera. Debe ser que a nosotros nada nos une, ni siquiera los pensamientos. Debiera irme como perro a la sombra de las casas, hurgando en los zafacones. Es imposible quedarse bajo lo azul y tenerte presente o estar triste. Trataré de darte otra silueta para imaginarte mejor. Todo quedará como árboles ardidos hacia las venas frías. Ya que estamos en el cementerio, un coloquio con los muertos confortaría. Aquí todo es igual, la tradición desconoce el sol de las transformaciones. Si miras a la derecha, nadie ultraja la humanidad del algodón, ni a la izquierda un chaqué crea odios. Aquí debimos haber nacido: la música siempre es escuchada, un viraje al Norte o al Sur para agradar con otra melodía, y no hacen falta oídos ni manos para templar cuerdas, ni aliento para estridentes soplos. Todo es nuestro, un ritmo muy tuyo, muy de aquel, muy mío, y todo descansa en una igualdad serena. Pero ya estamos bajo el árbol elegido; nuestra primera incursión aquí termina.
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