“EN LA
DIOCESIS DE CAMPOS :
por el Rev. P. François KNITTEL (FSSPX Distrito
México)
Acaba de pasar poco más de un año desde el reinicio de los
contactos seguidos entre el Card. Darío Castrillón-Hoyos, representante
personal el papa Juan Pablo II para este asunto, y Mons. Bernard Fellay,
superior general de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Desde el principio,
Mons. Fellay quiso informar del desarrollo de las cosas a todo el conjuto de
las comunidades amigas que comparten desde hace 30 años la misma postura. Sin
embargo, una de esas comunidades, la Asociación San Juan María Vianney, ubicada
en la diócesis brasileña de Campos y dirigida por Mons. Licinio Rangel, había
sido asociada muy estrechamente a la toma de decisiones. Todo eso era justo y
conveniente en el marco de una ayuda mutua fraterna, ya que todos compartían el
mismo ideal aunque cada quien lo realizaba según sus propios estatutos.
De ahí
la sorpresa que todos se llevaron al enterarse al cominezo del año 2002 que por
parte del Vaticano, se reconocía a esta Asociación como Administración
Apostólica encabezada por Mons. Licinio Rangel reconocido como obispo católico
con derecho a un succesor. ¿Cómo puede ser, se preguntaba la gente, que haya
regularización de los sacerdotes de Campos y no de las otras comunidades?
Los
espíritus están divididos respecto a este reconocimiento: los unos lo ven como
una traición por parte de ex-compañeros de lucha; los otros al contrario se
alegran de este reconocimiento que podría ser el punto de arranque de un
proceso de regularización más generalizado. Esta diversidad de opinion sobre el
hecho del reconocimiento de Campos es sin duda el primer fruto, y el más
visible, de este acuerdo.
Pero,
es también un fruto amargo que Mons. Richard Williamson preveía desde febrero
del 2001: “Incluso si las negociaciones,
por muchos motivos … no llegasen a nada, el simple hecho de haberlas emprendido
habra jugado a favor de Roma y en contra de la postura de la Fraternidad. Pues
toda organización católica que resiste a la Roma en crisis sufre una inevitable
tensión interna que resulta de su deber de acercar a Roma su madre y de
quedarse lejos de su lepra modernista. De ahí que nazca inevitablemente una
tensión entre los miembros de la Fraternidad en pro de las negociaciones y los
en contra. Dejad a Roma presentar un ofrecimiento calculado para gustar a los
unos y disgustar a los otros y la Fraternidad se verá descuartizada hasta el
punto de ruptura. En caso de no conquistar, Roma habrá por lo menos dividido.”[1]
El
asombro del público se debe sin lugar a duda al secreto y a la precipitación
que caracterizaron este acuerdo y que Mons. Bernard Fellay menciona en un
comunicado: “[La Fraternidad Sacerdotal
Pío X] hace notar la precipitación y el lado parcialmente disimulado de los
trámites que llevaron a la situación actual.”[2] Esas son circunstancias que San
Ignacio hubiera reprobado, pues escribió: “Cuando
el enemigo de la naturaleza humana presenta sus astucias e insinuaciones al
alma justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; pero le
pesa mucho cuando el alma las descubre a su buen confesor o a otra persona
espiritual que conozca sus engaños y malicia; porque deduce que, al descubrirse
sus engaños manifiestos, no podrá salir con el malvado plan que había
comenzado.”[3]
Que
las cosas delicadas deban tratarse con la discreción necesaria, es evidente. Pero,
¿porque poner a los compañeros de tantos años de labor común ante el hecho
consumado? Los obispos de la Fraternidad ¿no se hubieran alegrado de un acuerdo
honrado y benéfico, logrado por quienes comparten el mismo ideal? Lo logrado
por un miembro ¿no recae beneficio del todo? Entonces, ¿porqué esconderse, sino
porque se suponían de modo anticipado las objeciones de estos obispos y su
legitimidad? “El que obra la verdad viene
a la luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas en Dios.” (Jn
3, 21)
Es
sorprendente ver, en la carta enviada por los sacerdotes de Campos al Santo
Padre, el 15 de agosto de 2001, con qué insistencia ponen en primer lugar la
busqueda de la legalidad: “…jurídicamente
se nos ha considerado como viviendo al márgen de la Iglesia. He aquí nuestra
petición: ser aceptados y reconocidos como católicos. Anticipando nuestro
deseo, Su Santidad encargó a Su Exc. el cardenal Darío Castrillón-Hoyos,
Prefecto de la S. C. para el Clero, de proceder al reconocimiento jurídico de
nuestra posición de católicos en la
Iglesia.” Al combate por la fe emprendido por Mons. Lefebvre y Mons. de
Castro-Mayer sucede entonces un deseo de legitimidad canónica y jurídica. A la
lucha para ser y permanecer católicos sigue la inquietud por parecer católicos.
Agotados, sin duda, por la lucha, por la marginación, por la relegación
sociológica, cansados por un combate que dura sin que humanamente hablando
aparezaca ninguna solución al horizonte, estos sacerdotes buscaron hacer una
tregua, un pacto, una “paz separada”
como la define Mons. Fellay[4].
Los
Padres de la Asociación San Juan María Vianney parecen habrese olvidado las
palabras escritas en junio de 1988: “La
conservación de la fe y la salvación de las almas son ley suprema de la Iglesia
(cf. Canón 1752). Siendo suprema, todas las otras leyes disciplinarias se le
deben someter. San Atanasio, en el S. IV, no obedeció al papa Liberio que
favorecía la herejía arriana. Por ese motivo, el papa lo excomulgó (cf. DzS
138, Carta Studens paci).”[5] De hecho, esas fueron las palabras de los teólogos de Mons.
de Castro-Mayer en junio de 1988: no se hablaba en aquél entonces de
reconocimiento, sino de conservación de la fe y de la salvación de las almas…
CON ASÍS II EN LAS
PUERTAS
Otro tema de estupefacción respecto a la naturaleza de estos
acuerdos: se firmaron a seis días de la repetición en Asís del escándalo de la
ceremonia de oraciones de todas las religiones que fueron invitadas por el Papa
a rezar por la paz. ¿Es así que los firmantes cooperan cn el Papa “para la propagación de la fe y de la
doctrina católica”?[6]
Volvamos a leer algunas líneas del documento redactado en
junio de 1988 por esos mismos sacerdotes que firman hoy este acuerdo: “Constatamos con dolor la cooperación de
Roma en la destrucción general de la fe católica. Como dijo Mons. Lefebvre
(sermon del 11 de marzo de 1986), Roma quiere edificar actualmente el Panteón
de todas las religiones como lo hicieron los emperadores paganos. ¿Cómo
recurrir a Roma, si Roma misma entretiene el mal, si Roma misma organizó el
lamentable encuentro de todas las religiones en Asís, invitando por cierto cada
una de ellas a invocar a su falso dios? Esto fue, sin lugar a duda, una injuria
a Dios, una negación de la necesidad de la Redención, una falta contra la
justicia y la caridad, un escándalo para los católicos y una traición de la
misión de la Iglesia y de Pedro. ¿Cómo recurrir a Roma para mantener la
Tradición? Pues se realiza ante nuestros ojos la triste profecía de La Salette:
‘Roma perderá la fe…’”[7]
Cuando se iba a repetir el escándalo
de Asís el 24 de enero de 2002, Mons. Fellay sacó un comunicado en el que
explicaba nuestra negación en cooperar en alguna forma con esta iniciativa;
este comunicado Mons. Lefebvre y Mons. de Castro-Mayer lo hubieran podido
firmar con las dos manos. ¿Y los que firmaron el acuerdo del 18 de enero? ¿Qué
dijeron o qué hicieron contra lo que definían en 1988 como “una injuria a Dios, una negación de la necesidad de la Redención, una
falta contra la justicia y la caridad, un escándalo para los católicos y una
traición de la misión de la Iglesia y de Pedro.” ¿Cómo seguirán con el
combate contra “los errores y las
herejías que amenazan destruir la barca de Pedro”[8] cuando se vuelven los juguetes del demonio mudo? Se dice que no han
firmado ninguna transacción doctrinal. Puede ser, pero sí aceptaron callarse. Ahora
bien, como enseña Santo Tomás de Aquino[9], la confesión pública de la fe, es decir el acto externo de la virtud
de fe, es obligatoria cada vez que es atacada[10].
LAS LECCIONES DE LA HISTORIA
Algunos parecen pensar que la
situación de estos sacerdotes es de lejos más cómoda que la de los fundadores
de la Fraternidad San Pedro en 1988. Es verdad que los dos casos difieren
parcialmente:
• Primero, porque la Asociación San
Juan María Vianney (lo mismo el monasterio de Le Barroux en 1988) ya existe y
no busca sino el reconocimiento canónico, cuando la Fraternidad San Pedro no
empezó a existir sino después del acto constitutivo del 19 de julio de 1988 en
Haute-Rive. Suiza, y el reconocimiento romano del 18 de octubre de 1988.
• Segundo, los sacerdotes brasileños
están encabezados por un obispo, cuando los fundadores de la Fraternidad San
Pedro eran puros sacerdotes. Por lo tanto, tenían que ganarse la confianza de
la autoridad para ver ordenados a sus candidatos.
De ahí, es evidente que los
fundadores de la Fraternidad San Pedro se ponían en oposición a la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X a la que habían pertenecido y de la que se separaban. En
cambio, el monasterio benedictino de Le Barroux ya existía y se atrevía a afirmar en aquél entonces que su
reconocimiento se lograba respetando dos condiciones: “1) Que este acontecimiento no desacredite a la persona de Mons. Lefebvre…
De hecho, ¿no es gracias a la tenacidad de Mons. Lefebvre que este estatuto nos
ha sido concedido? 2) Que ninguna transacción doctrinal o litúrgica sea
exigida, que ningún silencio venga a callar nuestra predicación
antimodernista.”[11] Sabemos lo que sucedió con el tiempo con esas veleidades de 1988: la
concelebración según el nuevo rito del 27 de abril de 1995 (por Dom Gérard
OSB), la defensa del decreto de Vaticano II sobre la libertad religiosa en 1995
(por Dom Basilio OSB), la promoción del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica
en 1993 (por Dom Gabriel OSB).
Dado tal antecedente, se puede
esperar que los sacerdotes de la Asociación San Juan María Vianney no atacarán
a la Fraternidad San Pío X en un principio y que reafirmarán su propósito de
continuar su lucha contra el modernismo. Pero, es muy probable que con el
tiempo estos dos puntos iran debilitándose. La entrevista que el Padre Georges
Cottier OP, teologo de la Casa Pontificia, lo comprueba: “Muchos lefebvrianos mantienen que ‘nuestra’ misa de Pablo VI no es
válida. Ahora al menos este grupo ya no podrá pensar algo así. Poco a poco habrá
que esperar otros pasos: por ejemplo que participen también en concelebraciones
en el rito reformado. Pero no tenemos que tener prisa. Lo importante es que en
su corazón ya no haya rechazo. La comunión reencontrada en la Iglesia tiene un
dinamismo propio interno que madurará.”[12]
EL PROBLEMA, MAS QUE TEÓRICO, ES PRÁCTICO
Se entiende al leer lo anterior: es vano pretender que no se hizo
ninguna transacción doctrinal y que los 26 sacerdotes mencionados están bien
formados, pues de eso no se trata. Afirmar que el tiempo permitirá a las cosas
asentarse, es perder su tiempo pues cuando una rama se separa del tronco, por
tan gruesa, llena de savia y carga de frutos que sea, terminará siempre
secándose. El tiempo será más o menos largo, pero el resultado es ineludible.
El objetivo de la Roma ocupada es
digerir poco a poco lo que no se peude tragar de golpe. Dividir para reinar: es
su lema. No se les pidió más transacciones doctrinales a los padres de Campos
en el 2002 que las que se les había exigido a los fundadores de la Fraternidad
San Pedro en 1988. Las transacciones prácticas y doctrinales vinieron sobre la
marcha. Separados del tronco que conservaba integralmente la Tradición, estas
comunidades se dejaron corroer y socavar poco a poco en la vida diaria por sus
contactos con un clero contaminado por las ideas modernistas, por la asistencia
a los cursos universitarios impregnados del mismo espíritu, por los detalles
prácticos de la pastoral y las relaciones con los obipos diocesanos. Inútil
esperar diez años para saber lo que va a pasar: ya todo está escrito. Es la
práctica que llevará a las transacciones doctrinales.
Se realizará entonces ante nuestros
ojos lo que Mons. de Galarreta explicaba en Ecône para Pentecostes del 2001: “Entre los que se interesan por nosotros en
Roma, vemos que hay dos categorías esencialmente diferentes: aquellos que son
modernistas especulativos, mas intelectuales y por lo tanto más lógicos,
también más sectarios ; y por otro lado, los modernistas pragmáticos, más
prácticos, por lo mismo más conservadores porque se adaptan a la realidad, que
se muestran más complacientes con nosotros, pero que son más falsos y dobles. Hablo
objetivamente. No hablo de las intenciones, miro a los hechos, es decir a lo
que la gente es en realidad, independientemente de las intenciones o de los
deseos.
Porque
el gran peligro entre nosotros, no es la transacción en materia doctrinal
–nadie está dispuesto a ceder sobre la doctrina, está fuera de discusión- pero
éste no es el problema. El problema entre nosotros, sería tomar nuestros deseos
por realidades, creer posible lo que es imposible y por lo mismo creer que Roma
nos ofrece lo que no nos ofrece. (…) De ahí que en Roma hay esta tendencia del
modernismo más especulativa y la otra tendencia más práctica. Ahora bien, no
debemos olvidar que el modernismo se impuso a la Iglesia por vía práctica. Vean
la Nueva Misa por ejemplo…”
FIRMAR UNA PAZ SEPARADA
La única transacción que se obtuvo
de los sacerdotes de Campos, y es
enorme, es la de separarse de la Fraternidad San Pío X y de las demás
comunidades amigas y de firmar una paz separada. Todo lo demás es cortina de
humo e intenciones piadosas. Los hechos poseen una lógica propia sobre la cual
las mejores intenciones no dan pie.
Si el número reducido de los que
firmaron el acuerdo del 18 de enero de 2002 puede parecer una fuerza por la
cohesión que supone, es también una debilidad.
Todo esto nos hace pensar en esos pobres indios de los Estados Unidos. Después
de empezar matandoles, el gobierno americano tomó la determinación de accoralar
a los últimos sobrevivientes en las reservas indias. Contados, controlados,
neutralizados, accoralados y finalmente llevado a la degeneración por el
alcohol, no representaban ya ningún obstaculo a sus designios y codicias. Acaso,
¿no será la suerte que espera a los que firmaron el acuerdo del 18 de enero:
aislados en una sola diócesis del mundo, celebrando exclusivamente en las
iglesias que les pertenecen y cuyo próximo superior será escogido por las
autoridades vaticanas?
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[1] Carta a los Amigos y Bienhechores del seminario de Winona,
febrero de 2001
[2] Comunicado de Mons. Fellay sobre la situación en
Campos, del 16 de enero de 2002
[3] Ejercicios Espirituales, n° 326, 13ª regla del
discernimiento de los espíritus.
[4] Comunicado de Mons. Fellay sobre la situación en
Campos, del 16 de enero de 2002
[5] Aclaraciones respecto a las consagraciones conferidas por Su Exc. Marcel Lefebvre, por los teologos de
Mons. de Castro-Mayer, N° 3
[6] Carta de Juan-Pablo II a Mons. Licinio Rangel,
del 25 de diciembre de 2002
[7] Aclaraciones respecto a las consagraciones…, por los teologos
de Mons. de Castro-Mayer, N°
3
[8] Carta de Mons. Licinio Rangel et de los padres
de la Asociación San Juan María Vianney a Juan-Pablo
II, del 15 de agosto de 2001
[9] Mons. Antonio de Castro-Mayer se refirió a este
texto en su declaración con ocasión de la consagración del 30 de junio de 1988:
« Sto
Tomás de Aquino enseña que no se tiene la obligación de hacer su profesión de
fe en toda circonstancia. Pero, cuando peligra la fe, es urgente
profesarla, aun con peligro de la vida propia. Es la situación en la que
estamos (…) Por eso, trantándose de la conservación
del sacerdocio y de la Santa Misa, y a pesar de las peticiones insistentes y
las presiones de algunos, estoy aquí para cumplir con un deber : hacer
profesión de fe pública. »
[10] S .T., II-II, q. 3
[11] Declaracion de Dom Gerard OSB, verano de 1988
[12] Periodico italiano Avvenire
del sábado 19 de enero de 2002