En la primavera del 2003 estuve en España de vacaciones, siempre con el deseo de disfrutar de todos los encantos de la Pernía y cada uno de sus doce pueblos. Caminé durante un par de meses a un promedio de 8 horas diarias por todos sus bosques (ya no podré volver a hacerlo sin el recuerdo de este hombre a quien no conocí), respirando su aire puro, escuchando la polifonía de su inmensa cantidad de aves, y el rumor del aire acariciando las hojas de los robles y hayas principalmente, bebiendo el agua fresca, pura y cristalina que brota de la tierra a borbotones en sus múltiples fuentes o manatiales..

Siempre con mi cámara en la mano tuve la dicha de ver, disfrutar y filmar sapos, serpientes eslabones, zorros, garduñas, esquilos, liebres, venados, corzos, rebecos, jabalies, erizos, tasugos, urracas, pájaros carpinteros, cigueñas, águilas reales, avispas, nidos con huevos, cangrejos, truchas, libélulas, mariposas, arañas, cuervos, grajos, milanos, garrapatas, caracoles, yeguas, vacas, etc., etc. Capturé en fotografías miles de diferentes clases de flores multicolores, plantas, hojas, árboles, frutos, cuevas, cascadas, amaneceres, atardeceres, arroyos, bosques, cielos, paisajes, apeos de labranza, etc.

Me tocó estar presente en la elección de alcaldes y del presidente municipal de La Pernía. Me encontré con gente entrañable. Y como yo, habiendo nacido en Tremaya, vivo actualmente en México, me interesé en saber cuántas personas de la Pernía se habían venido por estas tierras. Fue asi como me enteré que habían salido varios de Casavegas, algunos de los cuales nunca pudieron regresar. Me hablaron de algunos que pudieran estar por la zona de Guerrero y concretamente en Acapulco. Fue aquí donde dí en el verano del 2003 con Martín Duque, quien me prestó este libro que todos los pernianos leerán con agrado y a través de sus sencillas letras, (que yo iré ilustrando con algunas fotografías), muy llenas de sentidos recuerdos, volverán a rememorar tiempos y momentos inolvidables, como me ha sucedido a mi.
José L. Estalayo

 

MEMORIAS

DE

JUANITO EL DE CASAVEGAS

JUAN DIEZ ALONSO

 

DEDICO ESTAS MEMORIAS A MI ESPOSA, HIJOS Y NIETOS, CON MUCHO CARIÑOS

 

PROLOGO

Ya en el ocaso de la vida, y animado por las insistentes peticiones de mi esposa e hijos, me decido al fin a poner un poco de órden en mis añoranzas y vivencias, a sacar de dentro de mi pecho, donde han estado guardados tantos años sin órden ni concierto, mis recuerdos...unos dulces, otros amargos pero todos ellos entrañables, vivos, repletos de fuerza y de sabia que los hacen permanecer adheridos con vigor tal, que nunca han podido ser arrancados en más de medio siglo que vivo lejos de mi amada Patria, ya que la misma esencia de mi ser, se encuentra enraizada en aquella tierra dura y recia...

INFANCIA Y JUVENTUD EN EL PUEBLO

En una casita muy opequeña y humilde, haya sido de noche o de día (que no lo sé), con un paisaje nevado a su alrededor, dando berridos y espatoleos seguramente como es lo usual y obligado en estos casos, el 24 de abril de 1912 hice mi aparición en el escenario de Casavegas pequeño pueblecito enclavado en plena Montaña Palentina.

Fui el cuarto de los seis hijos que procrearon durante su matrimonio Elías Díez del Peral y Gaspara Alonso Fernández: él, natural de aquí mismo, y ella oriunda de Lores, pueblo distante de Casavegas apenas cuatro kilómetros atravesando el monte.

Fui bautizado en la iglesia del pueblo: me pusieron por nombre Juan Esteban, mis padrinos fueron Esteban Morante y Rafaela Díez.

Todo el pueblo y sus alrededores me llamaron desde ese momento Juanito, y con ese apelativo, he navegado por la vida.

Mis padres tuvieron que trabajar muy duro, para poder sacarnos adelante, ya que éramos una familia numerosa pero es a mi madre, mujer admirable, de quien quiero dejar constancia de mi veneración en estas cuartillas.

A ella le debemos nuestra formación, la honradez y el sentido del honor que supo inculcar en nuestras conciencias.

Hace 80 años los tiempos eran difíciles en cualquier parte del mundo, cuanto más en ese rincón de la Pernía. El pan era escaso, los inviernos muy largos y rigurosos.

Yo creo que mucho más que ahora, los medios de locomoción eran regularmente el caballo, y el carro de vacas, sin embargo la gente, creo yo, vivía y moría más plácidamente que en estos años, cuando vemos tan cercano el final del siglo XX, en los que contemplamos atónitos, como se suceden portentosos inventos, viajes al espacio tan frecuentes, como nosotros en aquellos años subíamos al Alto de la Cerca, o nos llegábamos a la Puente Nueva.

Si era muy difícil la vida en aquellos pueblos de Dios; durante los inviernos, la nieve levantaba hasta un metro de alto. El pueblo por entonces permanecía semiparalizado sólo se hacían ls tareas más elementales, como cuidar a los animales en las cuadras, pero por otra parte también tenían su lado agradable, ya que los vecinos en grupos, se juntaban a echar sus buenas partidas de cartas, y al calor del fuego que brillante ardía en las trébedes y chupando del porrón de vino se jugaba a la brisca tute o julepe.

Sólo las Navidades y Reyes, el pueblo se despertaba durante unos días; se organizaban fiestas y comilonas. También se bailaba al son del pandero y del tambor en los portales de algunas casas. En mi juventud la mocedad de Casavegas y sus fiestas tenían fama por tan alegres y familiares.

En Reyes todos los mozos salíamos en grupo a cantar por las casas del pueblo, acompañándonos con el tambor y el pandero se entonaban coplas alusivas a la festividad. Los vecinos nos recibían con cariño, nos daban a beber por el porrón, y nos obsequiaban con jamón, chorizo, tocino, turrones, castañas, en fin con lo que podían. Todo esto era pretexto para organizar fiestas y comilonas, que duraban hasta terminar con las proviciones colectadas.

Cuando recuerdo todas estas vivencias, cierro los ojos y aún paréceme oir aquellas coplas, que rompían la quietud de la noche invernal.

Esta noche son los Reyes
segimda estación del año
donde damas y galanes
al Rey piden su aguinaldo
nosotros se lo pedimos
a este caballero honrado
y no nos lo negará si los
Reyes le cantamos.

Mi niñez fue feliz, aunque siendo muy pequeñajo comencé a ayudar en las faenas del campo. No levantaba tres palmos del suelo, cuando ya marchaba contento y obediente a cuidar los corderos, con mi fardela al hombro, pan, un chorizo y un poco de vino. A los ocho años iba ya con Manolo, el pastor del pueblo, a cuidar las vacas, que en ese tiempo eran cuatro: aún no olvido sus nombres, la Chata, la Gallarda, la Bonita, la Bandolera.

La vida se dividía en dos períodos: las faenas del campo y los juegos de verano, y la escuerla en invierno. A ésta concurríamos los niños del pueblo, desde mediados de noviembre hasta marzo. Ahí aprendí a leer, escribir y "hacer cuentas" como denominábamos a la Aritmética. También teníamos clase de catecismo los miércoles y los sábados, pero a éstas, no me gustaba asistir, y casi siempre me hacía el enfermo, esa rebeldía me costó buenos cotorrones y que mi madre me purgara con "sal de higuera", para que me pusiera "listo" al decir de ella. La Aritmética me agradaba, y recuerdo bien que en la pizarra que solía llevar al campo, cuando cuidaba las vacas, practicaba yo y hacía mis ejercicios, que ya por entonces eran más elevados, pues concurría a la escuela de Areños, que estaba distante de casa cinco kilómetros. El recorrido lo hacía yo a pie, calzado con albarcas ya que muchas veces era bajo la lluvia o fuertes nevadas. Guardo grato recuerdo del maestro Arnáiz (que no recuerdo su nombre). El me supo transmitir sus conocimientos y experiencia. Desde aquí le rindo un homenaje de agradecimiento a su memoria.

Por los veranos, los días eran más largos, y los trabajos muchos y variados como segar la hierba, cargar los carros, esa faena suponía todo un arte, pues había que cargarlos de manera que no entornaran, descargar la hierba en los pajares, segar el trigo y el centeno, trillarlo, cosechar patatas, hacer acopio de leña para el invierno, etc., etc. Sí eran largos y fatigosos los veranos, pero salpicados de alegría, ya gozábamos de las romerías que se sucedían una tras otra, en Camasobres el día de San Roque, en Lores el de San Lorenzo; en El Campo el día de San Pedro, en San Salvador cuando San Justo, etc., etc. Al regresar a casa, siempre venía con los bolsillos repletos de almendras, que traía a mi madre y hermanas. La fiesta del pueblo era el 15 de Agosto, Nuestra Señora.

El recuerdo del pueblo engalanado me es muy agradable. Los varones, ponían la muda más blanca y nueva, y la mejor chaqueta, las mujeres, escogían lo mejorcito de su no muy abudante guardarropa, se adornaban con alguna alhaja heredada de la abuela, o con la medalla, que el hijo o el hermano, había mandado de allende los mares.











El pueblo cobraba inusitada animación, llegaban a Casavegas, muchos visitantes del
contorno. La Iglesia, bellamente adornada era un hermoso marco para la antiquiísima imagen de la virgen, que desde su trono, parecia contemplar, a hombres y mujeres y niños, que respetuosos y devotos entonaban la Salve.

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