TRAS LOS FESTIVALES
DE FLAMENCO
EL CANTE DEL PUEBLO
Por F.ALMAZAN
“¡Oh, pueblo perdido
en la Analucia del llanto!”
Cante Jondo (García Lorca)
En Mairena de Alcor ha estallado
la queja. En las noches del Sur, noches claras y calientes, la guitarra “pellizca” y hace que la pena brote, ascienda desde lo
más hondo del hombre y, desgarrado, el duende hace su aparición en el momento
exacto, a compás, bien cuadradros los cantes, como mandan los cánones, como
estaba previsto para el VII Festival de Cante Jodo.
Maiena del Alcor “ ... es un puelo
que está a cuatro leguas de Sevilla” , según Cervantes relata en el “Coloquio
de los perros” y reza sobre azulejos en el monumento que Mairena le tiene
dedicado junto a la plaza de Jiménez
Sutil, lugar elegido para que los poderes ocultos broten de la tierra y
vayan ascendiendo , apoderándose del intérprete, a quien, no obstante, “Dios ha
dau un mando al nacer” para poder llevarlo “por derecho”, de manera que la
taumatúrgica operación sea llevada a cabo felizmente, Así, al menos, es de
manera es como los flamencos, los
flamencólogos, y la mayoria de la gente piensan que ocurren las cosas. El
cantaor, tocado por el duende, y porque Dios le ha dado un mando para
manejarlo, ejerce su poder oficiando un rito al que los asistentes,
sobrecogidos, formando un todo con él y llevados hasta el trance, momento en
que el vello se eriza y se hace un nudo en la garganta, terminan respondiendo a
coro con un ¡olé!, que es como un amen y ¡viva tu madre! Que eso
está muy bien dicho: “Hemos sufrido contigo , pero nos has transmitido la
verdad, ahora nos sentimos hermanos, así que trinque usted de la botella,
amigo, y aquí paz y, después, gloria”.
Cantan: Antonio Cruz (Mairena),
Enrique Morente, Menese, Chocolate, Terremoto, María Vargas y Manuel Mairena.
Tocan: Melchor de Marchena, Moraíto de Jerez, Pedro Peña. Antonio Mairena es el
eslabón que enlaza los grandes cantaores del pasado con el resto de los
“cantaores” del cartel que forman nuestro espléndido presente, pero cuya
significación actual y futura respecto a la realidad que los ha visto nacer es
más incierta que nunca.
¿Por qué llora Mairena?
“El flamenco es, y ha sido
siempre, un arte de minorias”, nos ha dicho Menese, y nos lo repite, en Morón,
posteriormente , el maestro Antonio Mirena: “Como las pinturas, la gran música,
todas las artes bellas, el flamenco es un arte de minorias y, por añadidura, no
es popular”. A nosotros nos cuesta dar crédito a lo que oímos de boca de
personas tan autorizadas para emitir estos juicios. Recordamos sin querer nuestra
infancia madrileña y aquel desprecio de “la gente bien” por las canciones de
las tabernas que se escuchaban a los andaluces que se agrupaban, como hoy, en
los barrios populares , víctimas del éxodo que la estructura latifundista del
Sur ha provocado desde hace siglos y sigue provocando quizá como nunca.
Detrás del escenario hay que
animar el duende. Entre vaso y vaso, Chocolate
nos hace ver la diferencia entre el cante gitano y el cante payo: “Mira.
Tos somos personas. Ahora, a los payos, ¿cómo diría yo?, Dios les ha dau
cultura. Hacen así: tres por cuatro, y a la Luna. En cambio , a nosotros Dios
nos ha dau esta cosita del cante, y al que Dios le da un mando...” La Luna
blanca, la Luna de los gitanos le tiene muy impresionado a Chocolate. Algo
mágico se ha roto. Poco después, a un señor que debía ser concejal, o algo por
el estilo le oímos decir, entre alarmado y divertido, que Chocolate quiere
tomar el micrófono y hablar de la Luna y de los americanos. Al hablar de los
americanos tenemos que decir que un hecho notable y grave amenaza nuestro
folklore desde la supremacía de dólar: la americanización de nuestras
costumbre. Los “cantaores” que andan a salto de mata entre el campo y la
cuidad; entre su pueblo –verdad que puede ser mentira- y la cuidad del “typical
spanish” o juerga frívola de señoritos –mentira que puede ser verdad-; los
flamencos, digo, han comprobado experimentalmente, y aun aceptado, la validez y
hasta la supremacía, según algunos – y esto no es más que un ejemplo entre muchos- del
whisky para despertar al duende. ¡Señor,
qué cosas, y uno que creía en la pureza del duende! ¡Lo que nos han de traer
los tiempos!
El auditorio se desparrama, ya
independiente, y caen con la noche unos cuantos cientos de medias botellitas.
Ahora canta todo el mundo. Por las tabernas, terrazas y quioscos. La gracia se
ha transmitido. La gente quisiera que la
juerga no acabara nunca, que la exaltación continuara, que la vida continuara
en un gran melopea. Es la sublimación, el éxtasis, el olvido... El pueblo está contento y eso es bueno; para
eso se oganiza el festival. “Aquí no hay fines turísticos” me dice el
secretario del Ayntamiento. Mairena está lejos de las playas. Canta para sí,
porque a su alcalde le gusta y porque allí
ha nacido Antonio Cruz (Mairena). El pueblo está contento porque ha
podido con el beneplácito e iniciativa de sus autoridades, escuchar su propia
voz, confirmar su propia realidad en la voz de los hermanos Mairena, del gran
Antonio sobre todo, del maestro que guarda la llave de oro de las viejas
glorias, desaparecida la mayoria. Entre el público hemos reconocido a Juan
Talega, una de las más grandes. Antonio Mairena, don Antonio Mairena, un
gitano, tiene dedicado un magnífico monumento en su pueblo por “saberse
quejar”. Cuando acabó la seguidilla, su queja había llegado al pueblo y el
pueblo se reconoció llorando. Pero..., ¿por qué llora Mairena?
“En el barrio de Triana,
calle de la
Inquisición,
mataron a Curro Puya,
el mejor de los
calorros”.
(Cantada por Mairena en el
Gaspacho de
Morón).
Una realidad
con sol y
sombra
No podremos comprender de verdad el
cante jondo si no hablamos del hombre. Y nos será imposible entender a éste sin
situarlo en su medio. Se hace preciso que hablemos de Mairena. De Mairena o de
Alcalá de Guadaira, la población vecina, cuna de grandes cantaores, como
Joaquín el de la Paula; o de Morón, donde vivió Silverio su infancia, que está
algo más abajo, y donde un recaudador de impuestos –o séase: el famoso gallo de
Morón-, según tradición oral, salió sin plumas y cacareando; o de
Fuenteovejuna, que está mucho más arriba ya, y donde no recordamos ahora si
nació o no algun famoso que supiera quejarse; pero donde, según Lope de Vega,
al gallo le retorcieron el pescuezo. Es igual: la historia de cualquiera de
estos pueblos, salvando innegables peculiaridades, que se reflejan perfectamente
en sus cantes, está inserta en el contexto mucho más amplio de Andalucía y aun
de la propia España. Al menos, desde la fundación de España como unidad
centralizada, por el triunfo de la Cruz sobre la Media Luna y el poder de la
espada de los Reyes católicos sobre las tierras peninsulares, si bien la zona
de Mairena ya había sido arrebatada a los musulmanes en tiempos de Fernando III
el Santo, que hubo de apoderarse de Alcalá de Guadaira para, desde su famoso
castillo, preparar la conquista de Sevilla. Junto a este castillo ha habitado
mucho tiempo, y habita, y vivie, agrupada como puedde, la gitaneria. Al entrar
en sus moradas hemos sentido escalofríos más profundos que los que refleja el
cante.
Toda flamencología que no empiece
por aquí seguirá divagando como hasta ahora, perdido en sus localismos, viciada
de cotidianidad. Al estudio antropológico y folklórico de la realidad andaluza, de lo que ha sido y es ese conjunto de hombres, azul,
cal, fiestas y costumbres, es necesario oponer para completarla y para negarla
si es preciso, una amplia perspectiva histórica que nos la muestre en toda su
dinámica, en sus diferentes modos de manifestarse la esencia permanente de una
estructura de siglos. Porque detrás de la cotidianidad de la cal, de los
gitanos de canela que el mundo entero imagina por gracia de García Lorca, del
sol de Andalucía, del sol de España, está la sombra, la mala sombra, que han
tenido muchos de los hombres que nacieron por estas tierras.
“Abracé la tierra,
no quiero vivir más.
¡Ay!, abracé la tierra, no quiero
vivir más,
pa estar viviendo, pa estar
viviendo
como vivo, ay, ay, ay...”
(Menese en Mairena de Alcor)
También, dentro del arte flamenco,
hay una realidad graciosa, y llena de color, divulgada y explotada hasta el
extremo de aparecer a menudo como elemento fundamental de cuanto constituye la
esencia de lo español. Esta realidad es la más conocida. Se ha reproducido
hasta el infinito en postales y revistas, en las películas de Lola Flores,
Carmen Sevilla, Paquita Rico; en el teatro
de los Quintero, y, actualmente , en esa mezcolanza de cuplé y
españolismo cuyo más eximio representante es Manolo Escobar. Como reflejo artístico de esta realidad, en su expresión
andaluza más noble, existe lo que los flamencos llaman arte chico: es el baile
y cante por alegrías, fandangos, fandanguillos y otros. Esta denominación de
“chico”, especialmente utilizada para el cante, permite distinciones que sólo a
los especialistas interesa. Frente a esa luminosa realidad flamenca “chica”,
pero divulgadísima, hay otra oscura, tremenda y amarga cuyo reflejo artístico
es, sobre todo, el “cante grande” y más exactamente el cante jondo, el cante de
sonidos “negros”. Una y otra manera de manifestarse lo flamenco se corresponden
con sus respectivas realidades, y éstas,
a su vez, se relacionan entre sí de un modo proporcional: a más sol, más
sombra.
Todo ello ha sido y es a un tiempo
verdad en un período hístorico
desgraciadamente no muy limitado; puede ser también mentira en la perspectiva
de una curva histórica más amplia. Pero habiendo carecido hasta ahora de trabajos
monográdicos de áreas más o menos reducidas –por ausencia en nuestra cultura de
sociólogos y antropólogos- donde quedara elaborada la base necesaria, el examen atento y registrado
de lo singular, es necesario admitir que solamente disponemos de una
grandilocuente historia, historia por arriba, iniciada y mantenida siempre
desde el porder por aristócratas cultos, liberales burgueses y alta clerecía;
de una historia que es continuada hoy brillantemente por pensadores como Laín,
Julián Marías y Aranguren, incapaces también
de desbordar los límites determinador por los intereses y compromisos de
la clase a que pertenecen. Pensamos con Vicéns Vives que no se puede decir “Tal
pensaba Zutanom tal pensaban todos”, y que es necesario consultar “la
pluralidad mental de nuestros antepasados”. Y la más plural de las mentalidades
ha sido y es la del pueblo llano, porque además de reflejar la que le ha sido
impuesta, expresa –sin que ningún miembro de otra clase social pueda hacerlo-
la de su auténtico y sufrido devenir histórico: la propia conciencia de clases.
Y como no está escrita una historia que exprese la dialéctica de las clases
sociales porque una de las clases, la más numerosa, aún no ha terminado de
aprender a escribir, nosotros necesitamos en esta ocasión acudir a una de las
formas más populares de expresión: el cante jondo, creación oral de las clases
desfavorecidas – gitanos, mineros y campesinos sin tierra-. Necesitamos una visión
histórica global para entender el fenómeno del cante jondo, y necesitamos la
comprensión de éste y de otros aspectos de la vida popular para hacer posible
aquélla.
“Aquel que tiene tres viñas
y el pueblo le quita dos,
que se conforme con una
y le dé gracias a Dios!
(LP de Enrique Morente)
Sólo Antonio Machado
Más cercana a nuestra sensibilidad
y a nuestro pensamiento estuvo la creación de nuestros pintores, novelistas,
dramaturgos y poetas; pero su obra en conjunto contribuye más todavía que la de
nuestros historiadores y filósofos –precisamente por ser más conocidos dentro y
fuera de España- a crear esa imagen dorada y estática de Andalucía. Cuando más
cerca estuvieron de la vida y problemas de esa zona física y humanamente
subdesarrollada, su óptica no pudo desprenderse de aquella lógica formal
limitada a constatar que la realidad está ahí y no puede ser otra. Concibieron
el arte como un objeto únicamente, como un producto que se desprende de la Historia
y no como elemento creador de la propia Historia, como agente de transformación
de la realidad social y de la Naturaleza a la que pretendían acercarse. Salvo
casos excepcionales, nuestra cultura fue fundamentalmente el reflejo de la
realidad infraestructural concebida a su vez desde un pensamiento cotidiano
largamente sostenido y enérgicamente elaborado; no fue entidad activa, parte
históricamente creadora de la totalidad fria y supraestrutural española.
Los escritores del siglo pasado
quisie describir el pueblo y sus costumbres. En cuanto al flamenco se refiere,
Estébanez Calderón, con sus Escenas Andaluzas, es una fuente fundamental para
nuestros flamencólogos, siempre atentos al detalle. Aritocráticos, populista y
muy pesado, fue un magnífico observador de las costumbres populares. Juan
Valera, con su famosa Pepita Jimenez, nos describe con deliciosa cursilería las
costumbres de los señoritos en un pueblo andaluz. Blasco Ibáñez y Pérez Galdós continúan magnificamente nuestra
mejor tradición realista. De todas maneras, nuestros escritores costumbristas,
nacidos de Madrid para abajo, en su mayoría, se limitaron a describir cuanto
veían, moralizando algunas veces, si bien con una moral generalmente
conservadora. Unicamente Larra, criticando valientemente nuestro achulapado y
retrógado casticismo, nuestra desidia burocrática y nuestro desorden, se nos
aparece como lejano antecedente de nuestra inconformista y crítica juventud
actual. También en Larra hay algo generacional al proponer “hombres nuevos para
cosas nuevas”. No en balde , al revisar los valores nacionales, sociales,
políticos y estéticos a primeros de este siglo, entre manifestaciones callejeras, Larra fue homenajeado por los
estudiantes madrileños y denominado “maestro de nuestra generación”. Por
aquella época, Costa llegaba a la conclusión de que “habia que cerrar con siete
llaves el sepulcro del Cid”. Igualemte, la llamada generación del noventa y
ocho vuelve preocupada su mirada sobre España y a la par que piensa en integrarla a Europa hurga en nuestra realidad
buscando lo valedero. Sin embargo, no
prestaron atención a un fenómeno tan popular como el flamenquismo en sus
múltiples significaciones. Solamete Machado, hijo de un eminente folklorista,
prestó atención al flamenco sin que por ello dejara de diferenciar “la España
de la charanda y pandereta” frente a la futura “del cincel y de la maza”. Desde
el noventa y ocho hasta el treinta y seis, nuestra poesía alcanza un brillo
universal con la más espléndida floración de poetas, todos cimeros y distintos
que haya podido darse jamás en parte alguna en tan poco tiempo. Andaluces en su
mayoría (recuérdese a los Machado,
Juan Ramón, Alberti, Aleixandre y García
Lorca), la poesía que hasta entonces realizaron se desdobla en una vertiente
intimista y hermética, y otra en la que se canta más Andalucía que los
andaluces; más la tierra, el cielo, el mar, el caballo, el río y el olivo que
la tiniebla del hombre que aguantaba aquel cosmos: Fue demasiado bella aquella
poesía. Si, García Lorca escribió su Romancero Gitano; pero como el declaró más
tarde, los gitanos “fueron un tema nada más”. Un tema tratado con honda
sensibilidad literaria que contribuyó a reforzar y engrandecer con más
intensidad que nunca la imagen tópica de lo
típico. Lorca, con su teatro, demostraría más tarde conocer mejor la
realidad social de la vida rural y tradicional andaluza.
“Quiero vivir en Graná
porque me me gusta escuchar
la campana de la Vela
cuando me voy a acostar”.
(Cantada por Morente
en el pozo de los Tristes)
Conocido es de todos que Lorca,
Falla y otros intelecuales y artistas convocaron un concurso de cante jondo en
Granada el 13 y 14 de junio de 1922. Aquel grupo trataba de afirmar sus raíces
en lo popular para llegar a crear una música nacional, cómo había sucedido en
otros países. Débiles raíces que se aferraban a los temas y no llegaban hasta
el pueblo, hasta el pozo hondo de donde lo popular simplemente se deprendia. Y
como sólo era un tema, lo transcendiían con su sensibilidad exquisista. Con sólo
acercarse al pueblo crearon una música y una literatura geniales. Si llegan a
acercarse un poco más, quizá no hubieran creado nada.
Quizá, y en esto estamos de
acuerdo con Lukacs, el arte habría dejado de ser problemático y la vida comenzaría a ser problemática.
Pero vamos demasiado lejos. No podemos evitar el pensar que Gramsci, por aquellos
años treinta, escribía los siguiente: “La aproximación al pueblo significaría,
pues, una reacción del pensamiento burgués, que no quiere perder su hegemonía sobre
las clases populares y que, para mejor ejercitar esta hegemonía, acepta una
parte de la idiología proletaria. Sería un retorno a formas “democráticas” más
sustanciales que el “democratismo” formal y corriente...” Se podría descubrir una de las “astucias de
la Naturaleza” de que habla Vico, es decir , un impulso social que tiende hasta
un fin y realiza su contrario.
Escamoteo del problema
Algo similar hemos comtemplado
nosotros en nuestra larga andadura por Andalucía y sus festivales, potajes y
gazpachos de cante jondo. Se trata de un neopopulismo por el que la burguesía
rural se acerca a las creaciones populares sin llegar a quemarse en sus ascuas.
Como anteriormente indicábamos, la vida sublima sus contradicciones y las
convierte en arte al no superarlas en la realidad. Se realiza así un escamoteo,
una vez más, de los problemas que la realidad andaluza nos plantea; en el
festival de 1922, y en su IX edición, celebrada en el recuerdo de aquél las
noches del 13 y 14 del Corpus de este año, al que hemos asistido, y donde una
multitud de hasta cinco mil espectadores aproximadamente invade el paseo de los Tristes, hoy del Padre
Manjón, junto al Darro, sobre cuyas aguas se monta el grandioso escenario que
tiene por fondo la Alhambra; al frente, el Albaicín y más arriba, el Sacromonte.
Con gran asistencia de la gitanería granadina es el más populoso de los
festivales. En el anverso, en cuanto a asistencia, está el Gazpacho de Morón de
la Frontera. Por lo que hemos visto, las cosas no andan tan lejos de cuando el
gallo salió desplumado. El gazpacho, ofrecido por el Excelentísimo Ayuntamiento
en homenaje al maestro Antonio Mairena, costaba alrededor de los sesenta
duros, por lo que en esa ocasión aquello
de que el trabajador andaluz “con gazpachito...”. Bueno, pues esta vez ni eso.
El pueblo, el creador del cante, se quedó en la Alameda contemplando desde los
setos a los dones, doñas, señoritos y señoritas, todos de punta en blanco.
Entre focos verdes , rojos y amarillos, ir y venir de los camareros y una
conversación de mil diablos, era insufrible contemplar cómo nuestros
depositarios del cante –de procedencia herreros, zapateros, canasteros- se
esforzaban por hacerse escuchar, por lograr la comunicación, por gritar su
verdad aquel público encopetado del Círculo Mercantíl.
“Ahora que soy el ayunque
me precisa el
aguantá,
si algún día soy
martiyo
bien te puees
prepará”.
(Colección de
Machado, padre)
Rara vez protesta
No hay que hacerse ilusiones, esta
copla se refiere con la mayor probabilidad a un lance amoroso. Si la vena
oculta no ha sico consciente de las posibilidades del arte como elemento de
negación y transformación de la realidad, el análisis de contenido de “las
letras” del cante revela la gran carga de aceptación que arrastra la vena
popular, el fatalismo con que sus creadores e intérpretes viven su “destino”.
Generalmente, el arte flamenco jondo se nos manifiesta como queja, o más
briosamente a veces como desesperación, rara vez como protesta. Al menos, en
cuanto al contenido conceptual de su poesía, escrita y recogida por antologías
como la de Machado y Alvarez. Tanto el esclavo negro de las plantaciones o de
los ghettos actuales como la clase desfavorecida andaluza, el gitano
fundamentalmente, dominado y apaleado durante siglos, perseguido cuando ha
pretendido ejercer su libertad, ha necesitado dolerse entre los suyos, crear un
ámbito oscuro donde ocultarse y llorar su dolor y su impotencia, dominada su
racionalidad por culturas extrañas y religiones ajenas que les invitaban a la
resignación y a la obediencia, dominado su cuerpo por el tormento físico del
látigo y el palo. Así, a la profunda resonancia humana de su dolor corresponde
la grandeza tramenda de su grito, de su canto, que no es nada más ni nada menos
que la expresion de la esencia trágica del encuentro del hombre con un medio
socias inhóspito, con una dominación aplastante, con una economía subdesarrollada,
con un dolor largamente elaborado. Y quién es el juglar, cuál de nuestro
cimeros poetas, los más y los menos inclinados a la democracia, se enfrentóa
sus creaciones con todo esto? Quizá sea excesivo aplicar en algunos casos en
pensamiento de Gramsci, a que nos referíamos anteriormente. Pero..., ¿era
posible vivir inocentemente ensimismados en la belleza del paisaje o en la
gracia de lo externo, durante las revueltas que las hambrunas originaban en Andalucía, causa de la
introducción en nuestro país de las doctrinas anarquistas y socialistas? ¿Era
posible la poesía pura de Juan Ramón o de la poesía verdilunar o salinera de un
Lorca o un Alberti en los años prerrepublicanos? Al parecer, todo eso era
posible. Ya señalábamos anteriormente la dificultad y los peligros que encierra
desbordar los límites del tiempo y la clase a que se pertenece. Por el pueblo
no habló nadie. La única poesía de expresar lo que le ocurre al pueblo es la
que el pueblo hace, no escribiendo, sino cantando, gritando en el caso de lo
jondo. Y, a pesar del proceso histórico, físico
y moral de formación de la conciencia o , mejor dicho, dé deformación de
la conciencia. Y aun cuando no es consciente de ello, la representación
dramática de la lucha que establece el hombre
con su medio, con su “sino”, con las “fuerzas fatales” que le dominan y
que nosotros contemplamos en el “cantaor” y el “bailaor” jondos, el hombre
demuestra que no es una cosa, que vive y se rebela, que tiene aspiración de
totalidad contra la fragmentación a que
parece condenado. Pero esto ocurre contra lo que el mismo “cantaor” nos
cuenta o el “bailaor” formalmente nos plantea en principio, pues cuando el
artista jondo inicia su rito, cada gesto es una señal que va dibujando
netamente las condiciones reales que dominan su existecia, cada verso es una
denuncia lúcida y amarga de su situación, cada golpe de voz o de tacón el
panorama mental de los recuerdos que se levantan metiendo en situación al
hombre, colocándole, ojos abiertos, cuerpo desnundo ante la tragedia. Y
entonces “no lo sabe , pero lo hace”, es cuando se planteado su realidad,
cuando se estremece, cuando necesita negarla y convertirse en creador, cuando
los huesos crujen y la carne tiembla porque se desarticula un hombre moldeado a
golpes desd fuera, porque se desestructura una conciencia de esclavo y renace
un hombre libre, antiguo y entero, y
cuando a la vez, desde lo homdo suge nuevo y creador. El “destino” -léase subdesarrollo, servidumbre, moral
conservadora- es vencido por un momento. Pero la rebelión ha sido un sueño en
la sombra: la realidad, escamoteada nuevamente: la tragedia subsiste. La noche
se esfuma y el sol de España contornea de nuevo la realidad: aparecen entoces
las cuevas y chabolas, y aparece también el moderno apartamente de Torremolinos
donde veranea un empleadito francés. Con el sol, pero debajo de él,
contemplamos de nuevo Andalucía: su imperturbable estructura agraria, sus
imposibilidades de empleo empujando cada años cien mil personas a la
emigración; sus ciento diez mil obreros eventuales solamente en Jaén frente a
los diecisiete mil quinientos fijos (datos de 1955); su renta “per cápita”,
inferior en Sevilla , la provincia más desarrollada, a la media nacional
de 18.000 pesetas anuales, llegando a
las 9.000 en Granada (datos de 1960); su renta media, inferior a los 200
dólares, que es el límite fijado para el subdesarrollo; su explosión
demográfica, similar a la India; su analfabetismo, no inferior al 10 por 100,
siendo una mayoría gigantesca la que apenas conoce las cuatro reglas y lee mal,
poco o nada –un diario cada cincuenta personas frente a cada quince en el resto
de España-; su huida a Madrid, Barcelona o Vizcaya de un 70 a 90 por 100 de
obreros no cualificados, a quienes toca realizar los trabajos más duros y
apiñarse en los suburbios y chabolas de la gran cuidad. Todo esto bajo el sol
espléndido que cantaron y cantan los poetas y alaban los turistas. Para qué
continuar..., sigue habiendo personas empeñadas o interesadas en ver las cosas
de un modo diferente. Recordamos al respecto un chiste aparecido en la prensa
hará dos años, y a cuyo autor sentimos no recordar, que se refería a la
polémica por entonces planteada entre el obispo de Cádiz y el novelista Manuel
Halcón. Se veian dos señoritos paseando a caballo y al fondo los braceros
doblados sobre la tierra emitiendo una serie interminable de ayes: “El obispo
de Cádiz y yo tenemos opiniones diferentes,; mientras él dice que lloran yo
pienso que cantan”.
“Todo aquel que dice ¡ay!,
es señal que le ha dolío.
Y yo digo: ¡ay! ¡ay! ¡ay!...
¡ay! Pobre destino mío!”
(Cancionero
popular)
¿Es posible la simbiosis arte-pueblo?
Risas y llanto de ver las cosas de
esta tierra. Hemos presenciado durante las fiestas de Nuestra Señora del
Aguila, en Alcalá de Guadaira, montar un negocio en un periquete; un limón
partido en cuatro pedazos, unos vasos y un botijo y yas está la industria en
marcha. ¡Qué aire en los dos tajos del corte! ¡Qué blando mantel! ¡Qué gracia!
¡Qué genio improvisador el de los andaluces! ¡Y... qué, qué será del día
siguiente! ¿Vuelta a improvisar? A la fuerzan ahorcan.
¿Y la emigración? ¿Cómo no refleja
hoy el cante el fenómeno de la emigración? La mayoria de las coplas flamencas
que se cantan hoy provienen del siglo pasado, etapa de culminación del cante,
pero en el que la emigración andaluza descendió notablemente. ¿Pero por qué el
cante no expresa hoy ni este ni otros problemas tan importantes que afectan al pueblo
andaluz? Esta y otras cuestiones nos han llevado a realizar una encuesta
entre nuestros mejores “cantaores”,
triunfante sigue vinculado en la actualidad a la problemática social que un día
dio origen al nacimiento del “duende”. Para otra ocasión dejamos los resultados
y juicios de valor que nos merecen.
Se ensaya, por fin, en nuestro
tiempo un arte como energía, un arte que se destruye o, más bien que se funde
con la realidad y trabaja como parte que es de ella para obrar en la totalidad.
Un arte que se corresponde con instancias del pensamiento actual que afirman
las gigantesca posibilidades transformadoras que posee la supraestructura como
energía máxima de la realidad. Sería posible conseguir para nuestro flamenco un
camino paralelo, aunque retrasado, al del “jazz”. Podría esta nueva generación
de “cantaores”, montados sobre la industria del disco y los modernos medios de
comunciación de masas, derivar como aquél en formas diversas nuevas, que a la
vez se “desclasan” y a la vez se potencian, como en el caso de la marcha
multitudinaria y solemne de los negros pro derechos civiles.¿Podría recobrarse
la simbiosis arte-pueblo e influir desde
ella en la transformación de esta Andalucía dorada y estática? O quedará enterrada
para siempre esa “pena de cauce oculto y madrugada remota”. Esa pena que, como
un látigo, estalla en nuestra conciencia al escuchar el cante jondo poe estas
tierras y pueblos de Andalucía.
Próximo número:
ENCUESTA CON DIEZ INTERPRETES DEL
CANTE JONDO