Valencia,
Ciutat de les Arts i de les Ciencies, 21.08.01
Carmen, mi querida
niña,
permíteme que te
cuente
una historia
verdadera:
me dijeron que
eras hija de mi sangre
y quiero que,
cuando sepas mi papel
en tu venida al
mundo, recibas de las manos
de tu madre estas
letras.
Chloe, tu madre,
vino un día
a trabajar conmigo
en la oficina
en esos tiempos en
que Berlín no era como ahora,
pues todavía la
atravesaba
un enorme y feo
muro.
Tu madre y yo
trabajábamos juntos
y ella estupenda
en el trabajo y también fuera de él,
simpática y
siempre sonriente
y nos hicimos muy
amigos.
Pero yo estaba
casado y vivía con Montse,
una mujer
encantadora y cariñosa
a quien espero
conozcas algún día.
Nosotros no
habíamos tenido hijos
Porque el médico
había dicho
que era difícil
que yo los tuviera
(difícil, pero no
imposible).
Un día discutimos
Montse y yo
y ella decidió
volver a Barcelona con sus padres.
Yo me quedé solo
en Berlín y un poco triste.
Chloe, tu madre, y
yo nos hicimos más amigos,
tanto que llegamos
a querernos, al menos unos días...
Entonces, yo hablé
con Montse,
porque la echaba
de menos y la necesitaba.
Se lo dije, me
perdonó y decidió volver.
Yo me alegré,
porque llevábamos
más de quince años
juntos
y nos queríamos
todavía.
Al saberlo, Chloe,
tu madre, se puso triste
pues se dio cuenta
de que por mucho
que la quisiera
nunca podría
quererla como a Montse.
Chloe también
quería a Albert y a tus hermanos,
así que decidimos
renunciar a querernos;
pero en ese
momento, quisimos despedirnos de ese amor y querernos por última vez.
Tanto nos
quisimos, que en un instante
nació una nueva
vida
y de ahí vienes
tú...
(era difícil, sí,
pero no imposible)
Ni Chloe ni yo
podíamos creernos
Que ese milagro
hubiera sucedido.
Tu madre, como
quería a Albert,
Llegó a creer que
eras hija de él, como lo has sido realmente durante once años maravillosos.
Yo también llegué
a creer que eras hija de Albert;
pero ahora me
dicen que todos
estábamos
equivocados.
Sí, era verdad. El
amor que sentimos Chloe y yo
aquella noche,
tras la fiesta,
había hecho el
milagro,
el milagro que
eres tú.
No sé cuando te
veré
ni cuando leerás
esta carta,
pero entre tanto
quiero que sepas
que, cuando tu
madre lo estime oportuno,
quiero, de
corazón, que me conozcas y conocerte yo
y ofrecerte lo que
ahora, todavía, puedo darte.
Quiero que me
perdones por no haber sabido,
o no haber querido
darme cuenta
hasta ahora de
este milagro.
Sé que para ti
Albert siempre será tu padre y lo entiendo; pero quiero que sepas que me hace
feliz
pensar que he
puesto algo de mí
para que existas.
Un beso de tu
(bio-) padre,
V.