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37 Abril
- Mayo 2001 -
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Diego Martínez Lora(*):
Había terminado su espectáculo. Luego de los aplausos incesantes y de haber salido varias veces más de su pequeña tienda de campaña para recibir más y más aplausos se encerró, se sacõ la máscara y se cambió de ropa. Cuando el público ya se había dispersado salió vestido con un terno bastante elegante. Desmontó su tienda y la metió en un portafolio tipo James Bond, pero un poco mas grande. Detuvo un taxi y se dirigió de regreso a su casa. Su mujer lo esperaba con la cena lista. Ni bien entró, sus tres hijos corrieron a saludarlo y se sentaron todos a la mesa. Su esposa le dio un sonoro beso y le sirvió, como siempre, mucho y lo mejor.
-¿Y
qué tal la empresa?, - ella se atrevió a preguntarle.
-
Fantástica. Mejor que nunca. Hoy vendimos mucho y hasta es probable que
comencemos a exportar. Estoy muy contento.
-Pobre,
trabajas tanto.
-No
te preocupes, hago todo esto por el futuro de los hijos.
La
cena llegó a su fin. Se levantó de la mesa después de devorar la mitad de una
dulce sandía. Nadie se había movido de la mesa antes. Los tres hijos muy
obedientes y tranquilos confesaban una gran devoción por su padre. La esposa
tiernamente le dio unos suaves masajes en la espalda mientras él cómodamente
sentado leía un periódico.
El
código de su portafolio era uno de sus grandes secretos. Ni siquiera lo tenía
escrito. Nadie de su familia había visitado la empresa. Sólo sabían que el
dinero que traía a casa era más que suficiente para estar satisfechos en todas
sus necesidades materiales.
Ya
cansado de leer. Subió a su dormitorio y se quedó dormido con mucha facilidad.
Su sueño fue cuidado con esmero por la familia entera. No ocasionaron un solo
ruido que pudiera molestar su descanso.
Casi
al amanecer se despertó y su esposa ya estaba levantada esperándolo con el
desayuno sobre la mesa. No era difícil preparárselo. No desayunaba mucho.
Apenas una fruta con el café de cada día. y tenía la manía de beber un par
de cucharas de sopa de aceite.
Salió
bien enternado y con un peinado lleno de espuma fijadora imposible de despeinar.
Tomó el taxi en la puerta de su casa y se bajó en una calle céntrica y
comercial. Caminó unas centenas de metros y entonces abrió su portafolio con
su clave secreta: 9999999. Sacó la tienda impermeable y la armó en cinco
minutos. Se metió en ella y se quedó esperando a que dieran las ocho de la mañana.
Se quitó el terno. Lo guardó con cuidado para que no se arrugara y se puso su
pantalón de licra bien ajustado al cuerpo y con una abertura trasera. Se quedó
con el tronco desnudo y se colocó detenidamente una máscara que no cubría su
boca.
Ya
con un número considerado de gente alrededor de la tienda salió ante numerosos
aplausos. Extendió una pequeña alfombra de terciopelo en el suelo. Abrió la
boca lo más que pudo, metió su mano en ella y todo su largo brazo, su hombro y
parte de su tronco. Todo el público miraba sorprendido guardando un silencio
sepulcral hasta que veían como su mano le salía por el culo. Los aplausos y
los gritos de bravo y viva se multiplicaban ensordecedores. Un minuto se quedó
con la mano saludando a todos desde su culo profanado. Muchos se atrevieron a
agarrar esa mano que provenía desde su boca. Pasado el minuto, el silencio
absoluto volvía hasta que el artista retiraba la mano de su boca y se inclinaba
para recibir los fervorosos aplausos. Y este espectáculo lo repetía diez veces
al día. Metido en su tienda volvía a salir para agradecer los aplausos. Su
sombrero se llenaba de monedas y de billetes. Dado el último aplauso se metía
nuevamente en su tienda y no salía hasta la próxima función.
Sus
hijos estudiaban con mucha dedicación, tenían el sueño de poder algún día
ocupar el cargo de su padre en la empresa.
(*)Diego Martínez Lora, escritor peruano-portugués Vive en Vila Nova de Gaia.
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