Versiones  43

Abril-Mayo 2002

Director: Diego Martínez Lora

la aventura de compartir las vidas, las lecturas, las expresiones...


Ana María Trelancia:

De Genio, Poeta y Loco…Todos Tenemos Un Poco(*)


A veces me pregunto si la enfermedad mental se muestra de alguna manera antes de apoderarse definitivamente de nuestra capacidad para razonar con claridad. Es decir, si nuestra mente envía señales que revelan sus rajaduras antes de quebrarse totalmente y alienar nuestra relación con el resto del mundo.

Conversando con los parientes cercanos de gente que sufre esquizofrenia, manía-depresión, alzheimer, y otras enfermedades que alteran la función “normal” de la mente, he tratado de indagar sobre posibles signos o síntomas primarios que pudieran haberse manifestado aún de manera intermitente, antes del desencadenamiento de la enfermedad. Teniendo una madre maníacodepresiva, yo misma, busco con sigilo, indicios de alteración en el desarrollo de mis procesos mentales. Que si antes pensaba con mayor claridad o rapidez, que si ya no recuerdo nombres o fechas, que si mi reacción ante los acontecimientos está fuera de proporción y así sucesivamente. Claro que es difícil discernir qué situaciones reflejan un deterioro por “tiempo de uso”, es decir- hablando sin tapujos- por vejez, y cuáles son realmente el producto de alguna enfermedad.

La hermana de una chica que siempre padeció de angustias, depresiones y estados paranoides hasta que decidió suicidarse, me contaba que lo único que ella podía señalar como “diferente” en su hermana, era que “sentía demasiado”. Su hermana tenía, según mi amiga, reacciones exageradas en intensidad y duración ante las cosas simples de la vida…

Es decir, habemos personas que, viviendo la misma experiencia que otros, vibramos a una intensidad mayor que nos convierte en Atlas emocionales que cargan con el sentir del mundo. Por otro lado, también el placer se hace más intenso, al igual que los sonidos, colores y olores, los cuales cobran dimensiones inimaginables para la gente “normal”. Esa gente que nunca se altera, que controla sus reacciones, que nunca hace escándalos ni “dramatiza” todo como nosotros, los trágicos, que convertimos cualquier anécdota en una “telenovela”.

¿Será entonces que la locura elige a la gente que tiene una predisposición natural para “exagerar” la vida? ¿Una especie de dial que gira más deprisa  o tiene más canales que el dial de los normales?

Yo veía cosas cuando era niña. Cosas que otros no veían, por supuesto. Poco a poco, aprendí a no comunicar esas visiones, a guardarlas para mí misma o para los momentos en que podía soñar libremente. También era consciente que no sentía igual que los demás. Acontecimientos considerados menores, para otros, podían  quebrar en pedazos la tranquila seguridad de mi infancia.

En algunas instancias de mi vida, también he sentido que me encontraba en el borde entre dos mundos y tenía mucho miedo de que algo termine por empujarme inexorablemente hacia ese otro lado en el que me hallaba sola. Un lugar en el que no existían referentes compartibles con mis padres o amigos. Esa frontera que divide el mundo “normal”, de ese otro mundo exagerado que se parece más al reino de los sueños. Un lugar donde se vive emociones que uno no puede controlar y menos aún, transmitir a los que se quedaron afuera… Un mundo que se apodera de nosotros y nos toma prisioneros para gozar o sufrir en otra dimensión, a través de un viaje que a veces toma visos de pesadilla.

Y es que, emprender de vez en cuando un paseo por esa colorida dimensión, resulta delicioso. Todos anhelamos el rapto creativo o la bendita flecha de Cupido que nos derrite el alma. Si hasta nos drogamos para alcanzar ese estado y perdernos momentáneamente en la pasión y los sueños. Pero esta “locura” de la que hablo, ni se busca ni se anhela. Viene sin que la llamen, trayendo en sus manos el terror del descontrol, de la visita forzada. Se trata de un miedo que corre calladito por las venas, anunciando una sentencia pendiente. Una condena a cadena perpetua en  un mundo incomunicado en el que no tenemos amigos ni pasaje de regreso...


(*)Ana María Trelancia, bióloga e escritora peruana. Perita en cocodrilos. Cuidado!


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