versiones, versiones y versiones...renovar la aventura de compartir la vida con textos, imágenes y sonidosDirector, editor y operador: Diego Martínez Lora    Número 54 - Febrero - Marzo 2004


Carlos Amézaga(*)

1974: El Primer Record


Al iniciar este año, ya el cine formaba parte integrante de mi vida, no concebía dejar pasar una semana sin haber ido por lo menos una vez a una sala oscura. Aun estaba en el colegio, así que sólo podía darme ese gusto los fines de semana, entonces, sábado o domingo (de preferencia domingo, en la noche y en el viejo “Brasil”) mis amigos y yo apostábamos por el cine, frente a otras posibles tentaciones de esa edad como el fútbol o los bares.

Definitivamente nos encontrábamos ya instalados en la magia del séptimo arte, aunque, como se verá, todavía primaba la cantidad frente a la calidad de los filmes. Pero así es como se hace una afición, viéndolo  todo o, por lo menos, todo lo que se puede y se tiene ganas de ver, ya habría tiempo después para discriminar entre buenas y malas películas, por ahora bastaba con armar el grupo y encerrarse durante dos horas en la sala y disfrutar.

Ese año tuve mi primer record, registré 51 películas, es decir, prácticamente una por semana. Tardaría varios años en quebrar esta cifra del año 1974.

1974 (51 películas)

Hay una película que vi a mediados de ese año y que, hasta el momento, es la única a la que le he dado una calificación que sobrepasaba el MB. Le puse algo así como “demasiado buena”. Se trata de la famosa Z del griego Costa Gavras. Recuerdo que salí absolutamente impresionado de la calidad del film. Me impactó la riqueza de su contenido, el vértigo de la acción, la magnificencia de sus actores (quizás el mejor rol de Tringtignant,  como el juez instructor) y la palpable realidad del tema que abordaba. Trataba de un caso de rebelión de altos mandos de las fuerzas armadas en Grecia, pero era un argumento que podía situarse casi en cualquier país, especialmente en América Latina, donde los militares siempre, o casi siempre, han tenido ansias de poder absoluto y lo han tomado cuando lo han querido.

Z tuvo pues la virtud de hacerme ver que existía un tipo de cine “serio”, alejado de la violencia gratuita de las películas chinas o los westerns, más lejos aún del terror matizado de erotismo de los filmes de vampiros y, por supuesto, en la antípoda de las comedias edulcoradas “made in hollywood”. Fue todo un descubrimiento y me dejó pendiente de seguir buscando algunas parecidas, lo cual era difícil en ese entonces en el Perú.

Ese año también hubo otras buenas películas. Una de ellas: El Golpe. Robert Redford y Paul Newman en el esplendor de sus carreras, planean una espectacular venganza contra un mafioso. Su música ( un ragtime de los años 10) y sus escenas finales quedaron grabadas en la memoria por mucho tiempo. Otra fue: American Graffiti. George Lucas se empezaba a perfilar con este film como uno de los grandes directores americanos. Los jóvenes que éramos en ese entonces, nos identificamos con los jóvenes de la época de nuestros padres, aunque no hubieran tenido esos automóviles  gigantes ni hubieran visto cine en “drive-in cinemas”. Creo que nunca han estado mejor representados los sueños, inquietudes, glorias y fracasos de los adolescentes como en esta película repleta de acción rutilante y escenas de antología.

Hubo otra película un poco especial, pero no tanto por ella en sí, sino por lo que sucedió en el cine durante su proyección. Estábamos como casi todos los domingos con los amigos en el cine “Brasil” viendo nada menos que Harry el Sucio (Dirty Harry), la primera de Clint Eastwood en el papel que lo hiciera famoso de Harry Callahan, cuando en las penumbras de la cazuela empezaron a moverse unas sombras extrañas. Resultó que eran policías y estaban pidiendo documentos a todos los presentes, así solía ocurrir en los cines de barrio de aquellas épocas.

Cuando se acercaron a nosotros y nos pidieron documentos y ninguno tenía nada, nos preguntaron la edad, como la película era para mayores de 18 años, todos dijimos que teníamos 18, cuando en verdad el más “viejo” tenía 17 y el menor 14, yo andaba por los 15. Muy bien, nos dijo el policía, son mayores y no tienen documentos, nos vamos a la comisaría. Y así fue, nos sacaron del cine y nos metieron a un camión viejo pintado de verde, conocido como “el Caimán” en el que dimos vueltas una media hora recogiendo borrachos e indocumentados por todo el barrio.

La cosa acabó de manera relativamente sencilla, pues luego de una confrontación con el Comisario, que resultó ser del mismo colegio que uno de nosotros, se descubrió que el único “delito” que habíamos cometido era estar viendo una película para mayores, siendo menores de edad, así que nos soltaron rápido. El problema fue en las casas, pues ya se había hecho demasiado tarde y los padres estaban preocupados, a punto de ir... a la policía! En fin, ir al cine, como vemos,  no estaba libre de ciertos peligros.

Hablando de Clint Eastwood, su primera película como director, titulada en el Perú Obsesión Mortal (Play Misty for me), me impresionó bastante pues contaba la historia de un disc-jockey (de los de entonces) que acepta salir y tener un affaire con una de sus oyentes y a partir de allí pierde totalmente la paz y tranquilidad ante el acoso que ella empieza ejercer pues, lo que él consideró como una simple aventura, para ella se convierte en la razón de su vida. Un  tema similar sería retomado años después con Michael Douglas y Glenn Close en los roles principales de Atracción Fatal.

El año había empezado, sin embargo, con una película que dio mucho que hablar en todos los países en los que se presentó: Cuando el Destino nos Alcance (Soylent Green), era un filme de ciencia ficción, ambientado en un futuro no muy lejano, donde Charlton Heston interpretaba a un personaje intentando descubrir como se fabricaba el único alimento que existía para los miles de millones de humanos que poblaban la tierra, el cual era una especie de galleta verde. Al final encuentra una atroz realidad, pues las galletas eran fabricadas con los restos de los hombres y mujeres que morían y eran recogidos y llevados a una fábrica secreta. La visión de un futuro tan aterrador nos mantuvo sobrecogidos durante un tiempo.

Ese año vi por primera vez una película que ya llevaba algunos años: Los doce del Patíbulo (Dirty Dozen). Si bien encaja dentro del género de guerra, creo que significó mucho más que eso. La redención de 12 delincuentes gracias a su heroico comportamiento en una arriesgada misión,  nos mostraba todo el poder de la maquinaria hollywoodense para ensalzar a sus arrojados combatientes frente a los temibles, y en muchos casos, despistados enemigos europeos. Más allá de la ideología, el filme aún en estos días mantiene una dosis de emoción y hasta de credibilidad, gracias, creo yo, al magnífico grupo de actores encabezados por Lee Marvin.

Ese año, ya habíamos roto el tabú de las películas para “mayores de 21 años”, así que aprovechamos un poco y tengo registradas en el cine “Rivoly”, dos buenos ejemplos de la comedia erótica. El primero es El Fabricante de los Cuernos de don Calandro, una italiana con Lando Buzzanca, la estrella de entonces en ese género. El tema no lo recuerdo, el título lo dice casi todo, pero eso era lo de menos, lo importante era ver como Buzzanca conquistaba a todas las damas, y no tan damas, que le pasaban por delante, fueran altas, bajas, gordas, flacas, voluptuosas o inocentes. Su nariz desproporcionada y la fama de su desmedida virilidad hicieron de Buzzanca un verdadero héroe de los adolescentes de la época,  aunque hoy esas películas seguramente las pasan en horarios infantiles.

Los Caballeros de la Cama Redonda, argentina, con el Gordo Porcel y Alberto Olmedo, es otro típico ejemplo del género, en este caso, sin embargo, un poco mas burdo. Porcel y Olmedo compusieron una pareja que basó su éxito en las esculturales artistas y modelos argentinas que los acompañaban en sus películas, Moria Casán entre ellas. Casi todos los filmes eran iguales, a menudo los dos tratando de conseguir a las mejores “minas”, pero siempre algo fallaba, como ocurre a cada momento en la famosa cama redonda. Por entonces, no obstante, verlos en acción con sus monumentales acompañantes fue razón más que suficiente para pagar una entrada.

En el género de horror, suspenso o lo que hoy llamamos thriller, tenemos: Conocerás a mi Madre; La Maldición Siniestra; Las Frías Manos de la Muerte; Asesino, Asesino; El Miedo es la Clave; Cuentos de Ultratumba; El Gato de los Ojos con Sangre; Cuatro Moscas sobre Terciopelo Gris; y en el sub-género vampiros: El Conde Drácula y El Lago de Drácula. Como se puede observar hay variedad, pero quiero destacar 2: Cuatro Moscas sobre Terciopelo Gris, de Darío Argento, vino después del El Gato de las Nueve Colas y continuó una saga de suspenso y terror muy exitosa de este mago del thriller, quien después seguiría con varios otros filmes del mismo estilo. Asesino, Asesino, introdujo una novedad técnica que no recuerdo se continuara después: la pantalla estaba dividida en dos mitades y se podían ver acciones en paralelo, como, por ejemplo, ver simultáneamente al asesino tratando de abrir una puerta y a la víctima dentro de la habitación totalmente distraída. La verdad no me pareció que ese estilo aumentara el suspenso, es más, creo que más bien entorpecía un poco el seguimiento real de la película, pues era como ver dos al mismo tiempo, quizás por ello no tuvo mucho éxito.

Dales más duro Trinity y Ahora me llaman Nadie, fueron la continuación del exitoso dúo de Terence Hill y Bud Spencer, aunque sin el brillo y el humor de la primera de la serie. 007, Viva y deje Morir (To Live and Let Die) puso la cuota Bond, James Bond, del año. La diferencia fue el cambio de actor: Roger Moore continuaba la exitosa serie iniciada por Sean Connery, con música de Paul McCartney y los Wings. Ryan y Tatoon O’Neal nos emocionaron con Luna de Papel (Paper Moon) y Cantinflas también estuvo presente con El Portero y Conserje en Condominio.

Finalmente, para acabar el año, dos películas más, alejadas de los cánones norteamericanos que nos tenían acostumbrados: Estación de Amor, peruana, de cuyo reparto o historia no guardo recuerdo, salvo que se veía en paños menores (o algo más quizás) a una joven y famosa actriz peruana de la época. La otra, una francesa, con Jean Paul Belmondo: El Magnífico, una parodia del 007 a la francesa. Caso raro el de este film, pues no eran muy comunes las películas galas en las pantallas peruanas, salvo este tipo de comedias o aquellas otras muy intelectuales que se veían normalmente en los cine-clubes, toda una institución,  que empezaríamos a conocer y a gozar en los años siguientes.


(*)Carlos Amézaga, escritor, abogado y diplomático peruano. Actualmente vive entre Lima y Viena.  Ganó el concurso de las 2000 palabras de la Revista Caretas, Lima - Perú. 2002/3


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