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19/04/00

Historia de Tristán e Isolda

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 Debemos suponer, no obstante, que la decisión de un instituto de categoría mundial como la Opera de Viena debió mantenerse al margen de esas murmuraciones y habladurías. Los músicos competentes debieron haber llegado a la honesta convicción de que Tristán era en verdad una ópera "irrepresentable". Por interesante y cautivadora que fuera la partitura, por más que tuviera pasajes de seductora belleza e innegable grandiosidad, no se la podía tocar ni cantar. Sin embargo, algunas obras del celebrado Meyerbeer también imponían tremendas exigencias en cuanto a voces y aparato orquestal, pero ¿qué significaban ellas comparadas con los requisitos de la obra de Wagner? ¿Cómo podía habituarse a sonidos tan complicados, una orquesta que diariamente tocaba a Mozart y Rossini, Weber y Beethoven? No, de manera alguna fue mera mala intención lo que hizo fracasar el estreno de Tristán e Isolda en Viena. Wagner estaba acabado. Lo confesaba abiertamente a todo el que lo quisiera escuchar y lo dejó asentado en sus cartas. El, que sabía como ninguno gozar sus triunfos, parece haber disfrutado también en cierto sentido, las catástrofes de su vida: "¡Ved, ningún artista ha sido aniquilado por 'el mundo' con tanta incomprensión, tan injustamente, dejándolo tan solo!" Después de desmoronarse las esperanzas de un estreno de Tristán en distintas ciudades, se permitió en medio de la mayor aflicción una pequeña broma en su carta al compositor y amigo Peter Cornelius: "¡Ahora debe sucederme un milagro realmente bueno y caritativo, de lo contrario se acabó!" escribe con inconfundible ironía. ¿O creía en los milagros? Debía tener motivos, pues sino, cómo hizo que Elsa fuera salvada de su más profunda vergüenza y aflicción por un caballero del Santo Grial que apareció en una barquilla tirada por un cisne? ¿Podía haber en el mundo maravilla comparable a la que convirtió en poesía y música en Lohengrin?

Y luego, a los pocos días de aquella carta a Cornelius, el milagro se produjo en verdad. De repente, en Stuttgart, se presentó ante El un elegante caballero, le entregó un anillo, un retrato y una carta del joven rey de Baviera, Luis II, cuyo mayor anhelo era llamar a su lado al creador de sus sueños, R¡chard Wagner. El 4 de mayo de 1864, el día siguiente al del milagro, se celebró en Munich el primer encuentro del monarca más idealista que jamás ocupara un trono europeo, con su adorado ídolo. "¡Oh delicia, ya es el momento, en que envuelto , estoy en purpúreo manto! ¡Y puesto que tengo poder, lo utilizaré para endulzar su vida! Usted me ha brindado los instantes más bellos de mi vida. ¡Todo, todo lo he recibido de usted, cada goce, cada placer!" reza una de las reales alabanzas a Wagner. Aún un optimista, un utópico, un iluso debió sentirse como en un sueño, como trasladado a un cuento. Sin embargo, Wagner era lo suficientemente práctico como para no dejar pasar sin aprovecharla una ocasión sin duda única, fabulosa, que sólo podía darse en sueños. A pesar de la prodigalidad y generosidad de un soberano como Luis, el músico no se quedó corto en peticiones: una casa cómoda, un seguro por el resto de su vida contra las vicisitudes materiales, un clima tranquilo para crear y, por añadidura, un teatro para representar sus propias obras.

Luis II y Wagner forjaron planes en cuanto a cuál de sus dramas musicales se presentarla en el Teatro Nacional de Munich. El monarca acicateaba a "su" maestro para que no se apartara de ElAnillo del Nibelungo hasta haber concluido la monumental obra. Sin embargo, debía prepararse también para su pronto estreno de Tristán e Isolda: ese himno al amor que respondía, como ningún otro, a la naturaleza necesitada de amor del rey. Si mediaban las órdenes de un soberano, el estreno de Tristán e Isolda ya no podía ponerse en duda. A pesar de todo, no fue fácil. Hubo que recurrir a dos colaboradores indispensables: Hans von Bülow, un director de orquesta plenamente familiarizado con los propósitos de Wagner y al tenor heroico Ludwig Schnorr von Carolsfeld, oriundo de Dresde. La convocatoria puso a Bülow ante un terrible dilema. Sospechaba desde hacía tiempo lo que se había iniciado entre su esposa Cosima y el maestro que él veneraba. Presentía que si se trasladaba a Munich, le esperarla un calvario de indecibles dolores. Pero si Wagner lo llamaba, debía ir, y así lo hizo. Bajo su batuta la magna obra avanzó día a día hacia su materialización en el teatro. Schnorr von Carolsfeld, familiarizado con los papeles del maestro, se puso a trabajar con alegría, tanto más cuanto que a su esposa Malwine se le había confiado el rol de Isolda. Pronto pudo fijarse el día del estreno: seria el 15 de mayo de 1865. Sin embargo, todavía parecía no haberse apagado la mala estrella que gravitaba sobre Tristán e Isolda. Malwine Schnorr enfermó y sus cuerdas vocales extenuadas necesitaron una cura en Bad Reichenhall. El rey estaba desesperado. Mediante la partitura se había preparado para la obra, más aún, había enriquecido su acervo lingüístico con una serie de frases de Tristán e Isolda, además de citas de Lohengrin. No les quedó sino una alternativa: esperar el restablecimiento de la soprano, pues una suplencia escapaba a toda consideración, ya que era imposible hallar en poco tiempo una remplazante para tan difícil papel. Por fin, todo estuvo pronto. El 10 de junio de 1865, Tristán e Isolda subió a escena por primera vez en el Teatro Real de Munich. Fue una velada que cambiaría fundamentalmente la música de los decenios venideros.

Al éxito considerable y la profunda impresión del estreno siguieron otras tres funciones: el 13 y 19 de junio, y el 1º de julio. El 12 de julio se fijó para una velada dedicada exclusivamente al monarca y a su gusto: en ella se representaron fragmentos de las distintas obras de Wagner para el rey. Por supuesto, el programa incluyó también partes de Tristón e Isolda; Ludwig Schnorr von Carolsfeld cantó escenas del tercer acto. Al día siguiente, así como el 16 de julio, el compositor hizo compañía al hondamente conmovido, pero felicísimo rey en el castillo Berg, a orillas del lago de Starnberger

En la espumosa copa del placer de la etapa que Wagner empezaba a vivir de allí en más, hubo algunas gotas de amargura, si bien sólo él y unos pocos de sus más allegados supieron de ellas. El matrimonio Wesendonk se mantuvo alejado del Tristán. ¿Acaso la obra, no le pertenecía también a Mathilde? Cumplida su misión, su musa de aquellos tiempos se había retraído un poco. También faltó Liszt el más leal de los leales. ¿No tendría que haber corrido precisamente a Munich para experimentar la maravillosa obra del amigo y al mismo tiempo paladear el triunfo de su "escuela"? Desde hacia varias décadas, el Romanticismo alemán se encontraba escindido: por un lado la dirección de Mendelssohn-Schumann, continuada por Brahms; por el otro, los así llamados "neoalemanes", cuya cabeza era Liszt y a los cuales pertenecía Wagner. Dado que Liszt retenía sus propias composiciones y por esta circunstancia alcanzó fama sobre todo como virtuoso del teclado, la presentación de una nueva obra de Wagner constituía un evento de particular importancia para la "escuela". Pero la antigua amistad entre Liszt y Wagner sufrió un grave quebranto: Liszt muy pronto se enteró que entre su hija y el amigo había algo. Su resentimiento fue muy grande, aunque no tanto por la lesión a la moral, como por el daño que le estaban causando al vulnerable Bülow, próximo a un colapso total. Pasarla mucho tiempo antes de que cicatrizaran las heridas y Liszt y Wagner volvieran a ser amigos...

¿Había terminado ya la mala suerte en torno a Tristán? No. Todavía tendría un nuevo recrudecimiento, particularmente doloroso. Después del concierto para el rey en el castillo Berg, Ludwig y Malwine Schnorr von Carolsfeld regresaron a Dresde. Allí el tenor enfermó de tifus y dejó de existir el 21 de julio a los nueve días del concierto y a tres semanas de la última función de Tristán. Wagner se quedó consternado. Acababa de leer con emoción el informe de su cantante favorito la experiencia de la primera representación: "Ese instante en que aparecimos, tomados de la mano con el amado después de consumado el hecho, después de vencer dificultades y obstáculos, por insuperables que parecieran - cuando lloramos lágrimas de felicidad -, ese instante perdurará en nuestra memoria fresco y vigorizante, hasta el fin de todo pensar..." También habían discutido grandes proyectos con el rey, por ejemplo, la creación de una escuela propia para cantantes de Wagner, en la cual habría de asumir una importante función, junto a Bülow, el intérprete de Tristán.

No contaba mas de veintinueve años. Enseguida, los enemigos de Wagner quisieron establecer un nexo entre ese trágico deceso, por lo prematuro, y su último papel. Por absurda que parezca a primera vista, esta combinación no puede relegarse por completo al dominio de lo imposible. Sin duda, el organismo del cantante quedó debilitado por el enorme esfuerzo realizado durante los ensayos y las representaciones y, por lo tanto es probable que no pudiera oponer al mal la resistencia necesaria. Un logro como el de dominar el papel de Tristán no debía (ni tampoco hoy debe) ser intentado por hombres que no estén en plena posesión de elevadas fuerzas físicas.

Y así transcurrieron siete años antes de una nueva reposición de Tristán e Isolda. En 1872, los roles principales volvieron a estar a cargo de un matrimonio en Munich, pero Heinrich y Therese Vogl no aceptaron sus partes, sino cuando se les aseguró, a su pedido, una pensión vitalicia. Hasta ese momento, ningún otro teatro se había aventurado a representar la obra. Pero luego experimentó una rápida difusión. Hacia el fin del siglo, Tristán e Isolda se convirtió en bien común de Occidente; pero hasta el día de hoy su representación se cuenta entre los días de fiesta de la ópera.

FIN

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