ðHgeocities.com/Vienna/Opera/9845/tristan1.htmgeocities.com/Vienna/Opera/9845/tristan1.htm.delayedxö]ÕJÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÈ€ôž65OKtext/html€˜ƒ965ÿÿÿÿb‰.HWed, 19 Apr 2000 07:24:56 GMT•Mozilla/4.5 (compatible; HTTrack 3.0x; Windows 98)en, *ö]ÕJ65 Tristan1

Tristán e Isolda

Primer Acto

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A la radiante luz del mediodía, un majestuoso navío navega por un mar tranquilo rumbo al Este. Ya se adivinan las costas de Cornualles. Desde lo alto de un mástil invisible, un joven marinero entona un canto de amor para una "doncella irlandesa, bravía y enamorada". En el camarín de las damas, ocultos por cortinados a las miradas de la tripulación, Isolda emerge de sus sombríos pensamientos y cree que se están burlando de ella. Con gran esfuerzo trata de recuperar los sentidos. ¿Dónde se encuentra? Brangania, la fiel servidora y confidente, levanta un poco el cortinado: en el horizonte se distinguen franjas azuladas. Probablemente antes de que caiga la noche habrán llegado a tierra. ¿Qué tierra? "De Cornualles, la verde ribera", responde Brangania en tono consolador. "¡Nunca jamás! ¡Ni hoy, ni mañana! El arranque de desesperación de la princesa deja perpleja a Brangania que no acierta a explicarse su actitud. Ya había barruntado algo malo: la parca despedida de su patria, su estado casi de inconsciencia durante toda la travesía. ¿Qué significaba eso? Advierte el malestar de Isolda y abre las cortinas bruscamente para que la fresca brisa marina la anime.

Queda a la vista la cubierta del barco y se escucha de nuevo la nostálgica canción del joven marinero. La princesa clava sus ojos inmóviles en Tristán, quien de pie junto al gran timón, tiene puesta su mirada en el ancho mar. Junto a él, "acostado en una postura indolente" se encuentra Kurwenal. Brangania trata de descifrar la enigmáticas palabras de su ama: ¡Me ha escogido y me ha perdido, augusto y sano, osado y cobarde! ¡Testa consagrada a la muerte! ¡Corazón consagrado a la muerte!" Luego Isolda le hace una pregunta como al azar: "¿Qué te parece el vasallo?" Desconcertada, Brangania se percata cómo su ama culpa en tono sardónico al héroe que todos veneran en Tristán, de rehuirla por temor, de evitarla, "porque obtuvo para su señor un cadáver por novia". Brangania intenta replicar: ¿Acaso Isolda no va hacia un brillante destino como futura soberana de un poderoso reino? ¿No envió al rey Marke al más noble de sus caballeros para escoltar a la novia con honores y seguridad hasta él? Isolda no escucha ninguno de estos argumentos. Manda a Brangania a exigir a Tristán que comparezca inmediatamente ante su presencia. Brangania repite: ¿debe pedir al señor Tristán que vaya a saludar a Isolda? Entonces la princesa dice en tono muy duro y tajante: "¡Yo, Isolda, ordeno al vasallo temeroso de la señora!" Perpleja, Brangania se dirige hacia el timón: ¿Tristán un "vasallo", un siervo, un peón? ¿Temeroso de la señora? Kurwenal se ha puesto en guardia: "¡Mensaje de Isolda!" le anuncia a su señor. Tristán emerge como de un sueño. A la invitación de Brangania contesta con evasivas: pronto se acercará a Isolda para escoltarla a tierra. Brangania insiste: Isolda requiere sus servicios. Siempre y, "en cualquier lugar donde se encuentre" la servirá con lealtad, pero no puede abandonar el timón en ese instante, para llevarla segura a las tierras del rey Marke. Brangania pronuncia entonces las imperativas palabras de Isolda. Kurwenal se incorpora indignado: ¿cómo puede ser llamado "vasallo" quien lega a la doncella de Irlanda "la corona de Cornualles y la herencia de Inglaterra... que su propio tío le ha regalado"? Marineros y guerreros, entonan una cruel canción satírica relacionada con Irlanda y el difunto Morold y en sus voces parece encenderse por momentos el antiguo odio entre esos dos países.

Brangania huye espantada hacia la tienda, donde Isolda ha escuchado el insulto y sólo quiere saber si pudo habérsele escapado algo de la respuesta de Tristán. Brangania la informa. A duras penas, cede la indignación de Isolda y, ya más apaciguada, le cuenta a Brangania lo pasado años atrás: la curación de "Tantris", sus ideas de venganza, y cómo el caballero sobre el que ella mantenía pendiente su espada, no miró el acero, sino clavó por largo tiempo, sereno, sus ojos en los suyos. Isolda confiesa que finalmente soltó la espada, pero no que aquella mirada trocó su odio en un nuevo sentimiento, en un amor, al principio inconsciente, jamás admitido. Brangania la escucha con creciente simpatía, ella también recuerda en ese instante al hombre enfermo que llegó a su país en procura de auxilio. "Acabas de escuchar su elogio" asiente Isolda: "¡Hei! ¡Nuestro héroe Tristán!... Ése era aquel hombre cuitado..." Isolda prosigue su lamento: ¿quién le hubiera inferido semejante afrenta, si viviera aún Morold? "¡Pedirla a ella, la princesa de la altiva Irlanda, como prometida del fatigado rey de Cornualles!" Pero si ella misma había renunciado a la venganza y curado a Tristán para que regresara a su patria sano y salvo. Brangania está desorientada: entre ambos países habían pactado "la paz, la reconciliación y la amistad", cómo podía sospechar que el contento general "crearía penas" a Isolda" No adivina el verdadero motivo del dolor de Isolda. ¿Será porque aquel a quien devolvió la vida, casi perdida, ha vuelto "sano y salvo, consciente de su victoria, con voz sonora y argentina: para conducirla hasta su tío, como su esposa? Brangania se devana los sesos sin resultado, no acierta a descifrar el significado de las palabras de su ama: ¿una aventura para Tristán? El nuevo arrebato de Isolda, su grito en demanda de venganza, de muerte, muerte para los dos, la hace estremecer. Son inútiles todas sus palabras de consuelo, su alusión a las nobles maneras, el ánimo benévolo de Marke, tan incomparable en poder y esplendor, a quien "el venerable héroe sirve con lealtad". ¿Qué mayor dicha podía estarle deparada a una mujer? La princesa irlandesa no la escucha. Como si hablara consigo misma y desde lo más profundo de sus pensamientos, musita: "No amada por el hombre más venerable y verlo siempre cerca de mí, ¿cómo podré soportar ese tormento? Brangania sigue sin entender: ¿no amada? ¿Dónde podía haber un hombre que no amara a Isolda al verla? En tono consolador añade que no en vano la reina, experta en pócimas secretas y hechizos, dejó partir a su hija bien equipada con ellos; y le muestra los elixires que contiene el cofrecillo que han traído consigo, hasta el más "sublime", el filtro de amor. Pero Isolda sacude la cabeza: la poción que ella ansía es otra, cuyo frasco tiene tallada una marca. Brangania retrocede aterrada. "¡La pócima mortal!" En cubierta se ha desatado un gran algarabía. Se escuchan por doquier las voces de los marineros. Deben haber avistado tierra.

De un brusco tirón, Kurwenal separa las cortinas, anuncia a las damas la inminente llegada y las invita a prepararse. Entonces Isolda se pone de pie y exige que Tristán habrá de comparecer ante ella antes de baja a tierra, para implorar "olvido y perdón por la culpa no expiada". Apenas se marcha el estupefacto escudero, Isolda se arroja en los brazos de su amiga: "¡Lleva mis saludos al mundo, lleva mis saludos a mi padre y a mi madre!". Brangania se queda perpleja. "¿Qué estás pensando? ¿Quieres huir? ¿Adónde habré de seguirte?" En el ínterin Isolda ha vuelto a dominarse: no irá a parte alguna, se quedará allí y esperará a Tristán. En cuanto a Brangania, habrá de obedecer estrictamente sus órdenes: le alcanzará la pócima que ella le ha indicado. Desesperada, la leal amiga se resiste: ¿la pócima? ¿para quién? Suplica a Isolda, pero esta repite con calma y dominio las palabras que pronunciara Brangania momentos antes: ¿No conoces las artes de tu madre? ¿Crees que ella, que todo lo pondera con prudencia, me hubiera mandado contigo a tierras extrañas sin consejos? Para dolores y heridas me ha dado bálsamos, y antídotos para malignos venenos. Para un dolor muy profundo, para la suprema pena, me ha dado la pócima mortal... Antes de que Brangania haya podido comprender lo terrible de la situación, Kurwenal anuncia al "Señor Tristán"; e Isolda ordena: "¡Señor Tristán, acercaos!"

El caballero entra al camarín. Transcurre largo rato sin que nadie pronuncie una sola palabra. "Anhelo, señora, lo que vos deseáis", logra musitar por fin Tristán. El lo sabe muy bien, replica Isolda: ¿de lo contrario, se hubiera mantenido lejos de ella durante toda la travesía? Así lo exigen las buenas costumbres, lo explica Tristán: "El casamentero habrá de evitar a la novia". Si es tan virtuoso, contesta Isolda, no sin sarcasmo, entonces debe saber también que se requiere una reconciliación para trocar al enemigo en un amigo. "Entre nosotros flota una deuda de sangre" afirma la princesa. Tristán la desmiente: hace mucho que reina la paz y la amistad entre los dos países. Pero Isolda insiste: "¡Venganza para Morold!" Entonces él le ofrece su espada y le dice que esa vez no la deje caer. Isolda la rechaza y propone en cambio: "Bebamos por la reconciliación". Ambos saben que les espera la muerte. Isolda le hace una señal a la temblorosa Brangania. Tristán y la princesa se enfrentan en silencio. Desde cubierta llegan hasta ellos gritos jubilosos. Tristán sale de su profundo ensimismamiento: "¿Dónde estamos?" e Isolda responde significativamente: "¡Firme en la meta!" Brangania alcanza la copa a su señora. Ella se acerca a Tristán: "¡En breve plazo estaremos... ante el rey Marke!" ¿Juega con la torturante idea de ser entregada por su amado Tristán a su futuro esposo? ¿Pretende engañar al caballero sobre la verdadera naturaleza del brebaje? Tristán le arranca la copa con decisión y se la lleva a los labios con un sombrío brindis, difícil de interpretar. Cuando ha apurado la mitad del contenido, Isolda se la quita y bebe el resto. Los dos se miran a los ojos "con la más intensa agitación, aunque con postura hierática". El éxtasis de su disposición a morir cede poco a poco ante una ardiente pasión amorosa que intentan reprimir en vano. Se "buscan con la mirada, la bajan turbados y vuelven a fijarla el un en el otro con creciente añoranza". De pronto ya no pueden contenerse y corren los brazos abiertos a estrecharse mutuamente, mientras a su alrededor desaparece el mundo. No escuchan las lamentaciones de Brangania, ni el bullicio que llega desde cubierta, ni las aclamaciones de júbilo desde tierra para darles la bienvenida. Brangania se apresura a envolver a Isolda con el manto real y responde a su pregunta cargada de perplejidad: ¡el filtro de amor! Tristán, ignorante de lo que sucede a su alrededor, sostiene en sus brazos a la joven desvanecida. Cae el telón entre sonidos clamorosos y arrebatos de júbilo, mientras el rey Marke sube a la nave.

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