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Tristán e Isolda

Segundo Acto

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En el crepúsculo de la tibia noche estival se pierden a los lejos los sones de los cuernos de caza. Brangania escucha atenta desde una terraza. Isolda sale de sus aposentos del castillo y, en su impaciencia por reunirse con su amor, arde en deseos de apagar la antorcha, la señal que espera Tristán en el parque para consumar su anhelado encuentro. Brangania le recomienda tomar los mayores recaudos pues desconfía de esa cacería organizada de manera tan repentina, y de Melot, a quien Isolda considera el mejor amigo de Tristán. Pero sus advertencias son en vano, Isolda ansía correr hacia el amado, impulsada por su febril pasión. Brangania se arrepiente de la fatal poción que causa tanta aflicción: "¿Porqué infiel traicioné la voluntad de mi señora? Si hubiera obedecida ciega y sorda, tu obra hubiese sido entonces la muerte..." Se culpa a sí misma por la "afrenta" de Isolda, por su "vergonzoso trance". Altiva, la princesa le responde: "¡Oh, necia criada! ¿No conoces al señor Amor? ¿No conoces el poder de su hechizo?" Luego se explaya en una embelesada descripción de hondo sentimiento, del milagro que trocó la muerte proyectada en delirante placer. En nombre de ese amor que la colma, suplica a Brangania que apague por fin la antorcha. Como la doncella, presa de malos presentimientos, se niega a complacerla, lo hace con sus propias manos y envía a Brangania a la atalaya para que vigile desde allí. Luego agita, cada vez con más frenesí, su velo en la creciente oscuridad.

Por fin, los amantes se encuentran, se confunden en amoroso abrazo y se confiesan mutuamente su añoranza con juramentos balbuceados, infinito júbilo y arrobamiento. Apretados el uno contra el otro pasean por el parque y alaban la noche que se ha convertido en el símbolo de su amor. Isolda se sienta entre las flores de un cantero y Tristán arrodillado ante ella apoya la cabeza en su brazo. A su alrededor todo ha quedado sumido en sombras, los astros eternos prosiguen su lenta marcha de oriente a poniente. Al igual que sus almas y sus cuerpos, también sus voces se hacen una. "¡Oh, noche de amor, desciende...!" Los susurrantes murmullos de la naturaleza soñadora los envuelve, como si ya se hubieran separado de la tierra. Se escucha lejana la llamada de atención de Brangania. En silencio, pero con sus sentidos alerta, la fiel doncella vela el momento de amor de su señora. ¿Llegará pronto el día? Los amantes se estrechan con más fuerza. No despertar jamás... morir unidos como en ese instante, pasar poco a poco del abrazo a la muerte... ¿Existe la muerte? Pero su amor nunca podría morir con ellos. "¿Qué muere la muerte, sino lo que los molesta, lo que le prohibe a Tristán amar por siempre a Isolda, vivir eternamente sólo para ella? Y de los corazones fluye el gran canto del total confundirse, el uno en el otro: "Muramos pues para vivir inseparables, unidos por toda la eternidad, sin despertar, sin temblar de miedo, encerrados recónditamente en el amor, entregados por entero a nosotros mismos, al amor..." Un grito estridente de Brangania rasga la noche.

Kurwenal, siempre alerta para proteger a su amo, se presenta precipitadamente frente a Tristán con la espada desenvainada. "¡Sálvate!" Ya se aproximan los perseguidores: Marke, Melot, y algunos cortesanos. El rey se yergue mudo ante el más noble de sus caballeros sin poder concebir lo que ven sus ojos. Sólo Melot toma la palabra y porfiado destruye el hechizo de la noche. Con ademán cansado Marke lo pone en su lugar. Ha surgido ante él un enigma insoluble: "¿ el "más leal de los leales, el más amigo de los amigos"... un traidor? Tristán no tiene plena conciencia de los acontecimientos. Parecería que tratara de ahuyentar los espectros del día que lo acosan. Como si hablara consigo mismo, Marke prosigue: "¿Dónde hallar lealtad, ahora que Tristán me ha engañado?" El rey intuye el poder de un encantamiento. Más fuerte que toda voluntad humana: "El motivo insondable, profundamente misterioso, quién lo revelará al mundo?"

Tristán responde en tono igualmente quedo, pero es incapaz de discurrir, de explicar. Ese amor es tan avasallador que no puede hallar expresión alguna. Se vuelve a Isolda que se sustrae a las miradas envuelta en su manto y parece encontrarse en otro mundo, como si no le tocase nada de lo que allí sucede. En voz suave y velada, le pregunta si lo seguirá cuando él parta a un país donde no brilla la luz del sol: "al reino encantado de la noche". Isolda le contesta afirmativamente: ¿Acaso no le siguió cuando fue a solicitarla para un hombre desconocido? ¿Cómo no seguirlo ahora que le ofrece conducirla a su "propiedad" a su "heredad"? Ya no se refieren a un país terrenal; Isolda lo define como aquel "que abarca todo el universo".

Dulcemente, Tristán se acerca a ella y la besa en la frente. Furioso, Melot desenvaina la espada. No comprende cómo Marke puede "tolerar esa afrenta". De súbito, Tristán adquiere clara conciencia y reconoce que Melot obra impulsado por los celos. "Tu mirada, Isolda, también lo ha cegado..." Al parecer, acepta el desafío, pues avanza hacia Melot con su arma. Pero pasa algo extraño en su interior, pues antes de dirigir la espada hacia su adversario la deja caer y se desploma herido en los brazos de Kurwenal. Isolda se desmaya. Mientras a lo lejos despunta una mañana fría y gris, Kurwenal lleva a su amo a lugar seguro.

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