Son muchos los neurobiólogos, tanto en Europa como en EE.UU. que
han comprobado la benéfica incluencia que ejerce la música
sobre el cerebro. El especialista vienés Hellmuth Petsche, por
ejemplo, ha descubierto que en el cerebro de los músicos existen
más conexiones neuronales entre el hemisferio derecho (responsable
de los sentimientos y de la creatividad) y el izquierdo (sede de
la inteligencia, las matemáticas y el lenguaje) que en los demás
mortales.
Componer, tocar un instrumento, leer una partitura, todo ello
activa el crecimiento de la red neuronal y la vuelve más
compleja. El neurólogo alemán Cristo Pentev comprobó que en
las personas que aprendieron a tocar un instrumento antes de los
9 años el área corresponeidnte del neocórtex era un 25% mayor
y la psocóloga estadounidente Frances Roauscher, junto con el físico
Gordon Shaw, observaron que niños de 3 años que recibían
clases de iniciación a la música montaban puzzles con mayor rápidez
que los que disfrutaban de esta educación especial.
Los científicos han descubierto también fases de desarrollo en
que los niños aprenden determinadas habilidades de forma
especialmente rápida; la motricidad, el lenguaje, la música...
Estas etapas sensibles se llaman ventanas neuronales y se van
cerrando una vez pasada la edad óptima. Así, la mejor época
para aprender a tocar un instrumento se sitúa entre los 3 y los
10 años, aunque eso no quiere decir que más tarde todo esté
perdido. Algunos músicos han empezado en la adolescencia y hasta
personas de treinta, cincuenta o incluso mayores pueden alcanzar
cierto nivel, aunque no lleguen a ser profesionales.