Diario de un peregrino descalzo           <   English   >

    Camino de Santiago, 06.08.96 - 02.09.96


    No me pregunten porque hice el Camino de Santiago. Simplemente lo tenía que hacer - porque estaba ahí.
    De mi limitada experiencia andando con mochila, había aprendido una cosa: llevar lo mínimo. Así que lo primero que eché fue el calzado: pesa un huevo y no hace falta para nada. Me limité a tres polos, tres calzoncillos, un par de pantalones cortos y unos vaqueros, un jersey y un impermeable desechable. My mochila termonó pesando unos 5 kg, incluyendo bolsa de dormir, colchoneta inflable, toalla pequeña, botiquin, botella de agua de medio litro, artículos de aseo y librito de guia.
    Un amigo me ha dicho que el Camino es el mismo para todos, pero distinto para cada uno. Es una experiencia única que nunca se olvida.
    Esto es un relato breve de mi Camino :

    l - Lovaina, Belgica a San Juan-Pie-de-Puerta, Francia.

    Salí temprano por la mañana con el tren de alta velocidad a Paris. Como no había sitio en el tren a Bayona antes de las 16:00, tengo suficiente tiempo para andar de la Gare Nord a la Gare Montparnasse. En un puente sobre la Sena, me encuentro a Armand, un tío vivaz con bigote Chaplinesco, frac, tenis, y la cara pintada de blanco. Sin decir una palabra, me muestra como obtiene 10 Francos Franceses y 10 Marcos Alemanes de las primeras dos parejas que ve con unas payasadas. No me importaría poseer ese talento...
    Llego a San Juan-Pie-de-Puerta al caer el sol. Con pocas ganas de entrar en un restaurante o un hotel sólo, termino frente al camping municipal. Como la recepción ya esta cerrada, simplemente entro y acomodo mi bolsa dormir bajo un porche al lado de los aseos. La ducha es una maravilla.

    m - San Juan-Pie-de-Puerta a Roncesvalles, España (28 km)

    Despierto al amanecer. Le explico al joven de la recepción que llegue aller y le pregunto cuanto le debo. Esta un poco perdido cuando le contesto que no tengo ni vehiculo, ni tienda, y me cobra 14 Francos por una persona, probablemente con la idea de que estoy loco. Vuelvo al pueblo para encontrar a Madamme Debrill para obtener el primer sello en mi credencial de peregrino, y para comprar algo de pan y fruta.
    El sendero ascendente tiene una pendiente pronunciada, y hay niebla continua toda la mañana. Despues de pasar la Virgen de Orisson, pierdo las flechas amarillas. Un Español bajando por pleno campo a marcha forzada, me indica que lo más corto es seguir recto hacia la hendidura que se avista a lo lejos entre dos picos. El prado es húmedo y esponjoso, e irregular de mala leche, pero no tardo mucho en volver a encontrarme con el camino señalado. La pista de grava parece serpentear el monte sin fin, pero viendo como caen los ciclistas medio muertos a mi lado durante el almuerzo, parece que mi modo de transporte es más relajado. Al oir una campana uno de ellos dice con su último aliento sin siquiera abrir los ojos - Me comería esa cabra aquí mismo. Durante mi siguiente pausa, ya cerca de la cima, dos chicas francesas y un joven suizo paran para hablar conmigo. Cuando me dispongo a seguir, halucinan al notar que no llevo zapatos. Pensé que te los habías quitado para descansar - exclama el suizo - debes ser de otro planeta.
    Empieza a lloviznar cuando paso el marco de la frontera. Desde aquí es cuesta abajo. El bosque denso es de una belleza melancólica y el barro del suelo es agradable aunque algo resbaloso. Llego a Roncesvalles a media tarde. La chica que sella los credenciales me ofrece un par de chancletas para el resto del camino y me mira algo desconcertada cuando le digo que no gracias.
    Me encuentro con e suizo otra vez. Sus compañeras francesas ya partieron de vuelta a casa con el autobus. Resulta un alivio para los dos descubrir que nos podemos comunicar en castellano. Se llama Guillermo, y sus padres son originalmente de Alicante. Compartimos un queso local de cena, y atendemos la misa de bendición. Me da algo de cosa entrar en la capilla descalzo, pero Guillermo me convence que si puedo andar así el Camino, puedo entrar así.
    El imenso dormitorio esta hasta la bola, y me toca mi primer ducha fría. Los ronquidos inmundos en "Ronques-valles" de algún desgraciado serán el grán tema de conversación entre peregrinos el próximo día.

    x - Roncesvalles a Trinidad de Arre (36 km)

    Me levanto temprano y salgo con Guillermo. Tiene unas piernas muy largas y le llevo seguramente diez años, pero no me cuesta mucho mantener su paso. Andamos más bien en silencio, saludando la gente que pasamos. Los caminos rurales son fríos y fangosos, pero el sol nos calienta pronto.
    En el Alto de Erro charlamos con dos Guardias Civiles de Protección Forestal. El chatito no lleva la cremallera abierta, está rota - material estatal. Le preocupa bajar el sendero con su moto pesada, ya que nunca lo ha logrado sin pegarse una hostia. Lo encontramos despues abajo, andando visiblemente cojo arrastrando su moto de vuelta la comisaría. Material del estado - se lamenta.
    Durante el almuerzo en Zubiri nos encontramos con dos franceses que hemos pasado varias veces. Legionarios. El gordito tiene los pies vendados. Sus botas militares le quedan una talla corta. Me pregunta como aguanto caminar descalzo. Le deseamos suerte, pero dudamos que lo volveremos a ver. Que sorpresa entonces toparnos con el a la entrada de Trinidad de Arre, moviendose dolorosamente sobre la grava con varias capas de calcetines y apoyado en dos palos. Esa tarde, su compañero le compra unas zapatillas de deporte, pero nos enteraremos unos días más adelante que no llega más allá de Puente la Reina. Con algo de compasión, le cedemos la última cama en el refugio, para acostarnos sobre el suelo en una alcoba recluida. Menos mal, porque mantuvo al resto del refugio sin pegar ojo con su espantoso ronquido...

    j - Trinidad de Arre a Cirauqui (34 km)

    Llegando a Pamplona, Guillermo quiere mandar algo de su considerable equipaje a su familia en Alicante, donde irá cuando termina el Camino. Su mochila pesa demasiado y le está dando problemas. Preguntamos por la oficina de correos en información turística, y la chica que nos atiende pregunta si queremos ver la plaza de toros. Nos miramos eñl uno al otro y contestamos no en coro, dejandola perpleja. Como si no hay otras cosas que ver en Pamplona...
    En Puente la Reina, el refugio se acaba de llenar con una manada de italianos ruidosos, y la plaza en frente es un cacareo de peregrinos de todos los confines del mundo. Nos informan que hay un refugio municipal cerca del puente. Cuando nos quitamos las mochilas y nos sentamos en las cochonetas de dicho lugar, nos miramos el uno al otro, y sin decir palabra, recojemos las cosas y nos vamos. Había un aire deprimente ahi. Otros dos que se van - comenta apáticamente el hospitalero a su compinche cuando salimos.
    A la altura de Yesos Pamplona, Guillermo ya no puede con el tendón del pie izquierdo. Esta hinchado, y le es visiblemente doloroso. Decidimos seguir sólo hasta Cirauqui, en la esperanza de encontrar algun tipo de hospedaje. No hay, pero la señora de la farmacia nos manda a ver el cura, que con paciente resignación nos da las llaves de la sala parroquial al lado de la iglesia. Sorprendentemente, tiene ducha, pero eso sí, con agua fría.

    v - Cirauqui a Los Arcos (31 km)

    De nuevo a la carga antes del amanecer. Los bancos estechos y duros no nos quitaron el sueño, y el tobillo de Guillermo se ha curado milagrosamente. Dejamos una donación en la caja y la llave en el buzón de la casa parroquial. El ruinoso puente Romano a la salida del pueblo resplandece en la luz dorada del sol naciente. Ya no tiene pavimento, y sólo lo usan cabras y peregrinos. Topamos con varios fragmentos de la antigua calzada romana a lo largo de la mañana.
    Entramos en Estella a tiempo para almorzar. Hay un alegre mercado semanal en la plaza. Curiosamente está lleno de africanos, tanto comprando como vendiendo, lo que le da un toque exótico. Compramos un melon, una sandia, ciruelas, platanos y manzanasl, y nos lo zampamos todo en un pequeño parque al lado. Como no obtuvimos sello en Cirauqui, conseguimos uno en la oficina de turismo.
    Por alguna razon, pasamos la famosa fuente de vino de Irache sin darnos cuenta. No lo lamentamos mucho: el vino al mediodía no me atrae de todos modos, y Guillermo es vegetariano...
    Algo más tarde, descansando a la sombra de un grán arbol solitario, un señor mayor para para charlar. Acaba de hacer el Camino en bici, llegando en sólo nueve días a Santiago. No se lo puede creer que lo hago descalzo, y quiere verme andar sobre la grava. ¡Dios mío - exclama flipado - cuando llegues el obispo tendrá que besarte los pies!
    En la fuente de Villamayor extraigo el primer y unico fragmentito de vidrio que me clavo de todo el viaje. Es tan fino como una aguja, y me saca una sola gota de sangre.
    Los ultimos kilometros a los Arcos pasan por un paisaje plano y desnudo sin sombra alguna. El camino esta cubierto de grava y escombros que dificulta el andar con o sin zapatos, y esta que arde mientras el sol nos abrasa. Parece interminable, y agradecemos la sombra de un alminar solitario.
    Es un alivio llegar a la calle porticada del pueblo por fin. Paramos en una tienda para hacer unas compras. Fijate Maripaz - el dueño le dice a una señora que entra - este anda el Camino descalzo. La señora me mira con escepticismo y pide que le muestra la planta del pie, que toca con los dedos. Soy la podologa del pueblo - dice altivamente - he visto muchos pies, y estos son los mas sanos que he visto jamás. Imposible que hagas el Camino descalzo; te has quitado las botas el el albergue y tus pies estan cochinos de andar por la calle - pronuncia. No se que contestar, no sé ni donde esta el albergue. Guillermo se parte de risa.
    El albergue se encuentra a la salida del pueblo, y ya esta completo completo. Nos indican que podemos quedarnos en el polideportivo, al otro lado del pueblo, en la quinta hostia. Cuando llegamos, mis piernas apenas soportan ya mi peso. Guillermo tiene hambre y vuelve al albergue para cocinar unos espagetis. LLeva un plato para mi cuando vuelve.
    Al oscurecer, el pabellon esta atiborado de bolsas de dormir. Una gruesa capa de polvo cubre el suelo y las tribunas, asi que decidimos dormir fuera.
    town, quite a way off. When we arrive, my legs will not carry me much further. Guillermo is hungry and goes back to the hospice to cook some spaghetti. He brings some back for me.

    s - Los Arcos a Logroño (25 km)

    Coincidimos con un grupo festivo de españoles a media mañana. Nos ofrecen un trago de vino, y se parten de risa como logramos regarnos la cara antes de cogerle el chiste a la bota.
    Al comprar algo que comer en la tienda de viana, la joven cajera me pregunta si tengo planeado llegar hasta Santiago descalzo. Claro - le digo. Que loco - contesta con una sonrisa enigmática, meneando la cabeza. La plaza mayor es todo un espectáculo de peregrinos yendo y viniendo, todos cojos con dolores musculares, ampollas o simple cansancio.
    Más tarde, divisamos Logroño desde la cumbre de un cerro. Frente a una pequeña choza, esta Felisa, con más años que el mismísimo Camino, que nos sella los credenciales y nos ofrece agua fresca. No comprende porque los ciclistas, aliviados de haber superado la subida interminable, no paran en su bajada. Nos dice que lleva ahí desde que volvieron a señalizar el Camino, hace ya muchos años. Guillermo le pregunta si ha visto muchos peregrinos descalzos. ¡Madre de Dios! - exclama con angustia, cruzandose mientras se fija en pies polvorientos, eso no lo ha visto nunca.
    Tenemos que esperar en la calle para que abra el albergue, acompañado por cada vez peregrinos.
    El albergue es nuevo, y comparado con lo que hemos visto hasta ahora, parece un hotel de 5 estrellas. Por fin una buena oportunidad para lavar algo de ropa, ya era tiempo. Hay una pequeña fuente en el patio para reposar los pies cansados, pero no se me hace meterlos antes de lavarlos bien. Una atractiva joven alemana esta ahí mirando sus propios pies desanimada; estan completamente blancos de las ampollas. No llegará mucho mas lejos.
    Deambulando por los pasillos limpios y frescos del supermercado cercano entre la elegante gente local, me siento algo fuera de lugar, pero a nadie le importa un comino.

    d - Logroño a Azofra (32 km)

    Saliendo del albergue antes del alba, topamos con dos parejas vestidas de gala, que claramente han celebrado algo bien celebrado. Uno de ellos nos pregunta adonde vamos. A Santiago - respondemos. ¿Es que no han dormido? - pregunta atontado. Me llamo Juan - dice bamboleandose precariamente y extendiendo la mano. Señala mis pies y pregunta si hago todo el Camino así. Que cojones - pronuncia solemnemente cuando asiento, y vuelve a darme la mano.
    Azofra tiene un refugio pequeño con aire de cabaña rural, incongruentemente situado frente a la iglesia. La hospitalera es una simpática bola de energía que no para de hablar. Imaginense la cara del peregrino que llego aller con su perro montado en un caballo; ¿donde se supone que dejemos un caballo aqui? - menea la cabeza. Deja una cesta llena de frutas y hortalizas frescas de su huerto para nuestra cena. Tres otros peregrinos llegan cuando se ha ido. El brazileño Saul y un doctor navarro con poco equipaje y su "sherpa", un compañero que arrastra un equipaje descomunal. Con mucho arte y más humor, los navarros preparan un banquete de miedo en tiempo de nada. Se burlan de Guillermo por solo comer las verduras, pero le elogian efusivamente cuando más tarde logra arreglar el calentador de agua para la ducha.
    Al atardecer, el cura de la parroquia nos viene a dar una bendición de peregrino afuera en el cesped. Nos cuenta que tambien ha hecho el Camino hace poco. Cuando alguien le indica que yo lo hago descalzo, mira como se le acaba de perder la fé. Supongo que no tenía mucho sentido de humor. Es del Opus - me susurra el doctor con picardía.

    l - Azofra a Belorado (36 km +)

    Aunque Guillermo y yo nos levantamos todavía en la oscuridad, los otros ya han partido. Las flechas amarillas nos llevan invariablemente al lado de una carretera muy traficada. El asfalto es áspero y caliente como una brasa, y la turbulencia de los camiones que pasan a nuestro lado a toda pastilla es desagradable. Desayunamos en el porche del lujoso Parador de Santo Domingo de la Calzada, un antiguo hospital de peregrinos. No me interesa entrar en la catedral para ver los dichosos pollos enjaulados, y a Guillermo no le impresionan.
    Desafortunadamente, al salir de Santo Domingo, el Camino nos vuelve a llevar por la carretera principal de nuevo. Increiblemente, alcanzamos a Saul, el doctor y el sherpa al poco rato, y seguimos juntos. Sentados en la hierba para descansar, noto que se me estan desgastando las plantas de los pies rapidamente. Intento ponerle algo de esparadrapo en las partes más blancas y desgastadas, lo que parece ayudar, aunque tengo que reponerlo regularmente. En Redecilla del Camino les digo a mis compañeros que me parece quedarme ahi la noche. Me acompañan con un refresco en el bar bajo el refugio, pero cuando se disponen a seguir el camino, les sigo sin comentarios. No me apetece quedarme.
    Cuando la señalización por fin se desvía de la carretera, es claramente una desviación larga, por lo que tardamos mucho más en llegar a Belorado de lo que esperabamos. El albergue ya esta completo cuando llegamos. La hospitalera nos invita a ducharnos y preparar la comida ahi, e indica que hay una casa abandonada a las afueras del pueblo donde podemos dormir. Con su larga tunica blanca parece que se ha quedado en los años sesenta, y tiene una calma y capacidad de atencion digna de un angel. Me cuenta que conoció otro holandés que hizo el camino descalzo, desde Paris cuando se volvio a recuperar la señalización del camino hace una década.
    La casa abandonada queda a un kilometro al lado de un arroyo. Es sorprendentemente limpia y tiene agua corriente en el baño, pero no hay mueble alguno. El doctor justo esta refunfuñando que no lleva colchonetas, cuando el sherpa entra arrastrando una cama doble completa con manta, lo que nos parte de risa.

    m - Belorado a San Juan de Ortega (23 km)

    La mañana me resulta difícil, el pavimento mojado resulta doloroso bajo mis pies helados. Despues de pegarme el dedo gordo izquierdo por tercera vez en una roca, una exclamación involuntaria alerta a los demás. Frustrado, les digo que mejor sigan sin mi, que voy a tener que bajar de ritmo.
    Leegado a Villafranca Montes de Oca todavía temprano por la mañana, decido no parar ahí. El sendero delante por el bosque parece agradable. A medio camino cuesta arriba, me alcanzan sorprendidos mis compañeros; pararon a desayunar en el pueblo. Nos deseamos un buen Camino. Es la ultima vez que veo a Guillermo.
    El paseo por las colinas y los bosques es precioso, pero empieza a ser doloroso. Mis pies arden y mis piernas apenas me aguantan, por lo que tengo que parar a menudo. He pedido mucho de mi cuerpo estos últimos días sin preparación, y me esta pasando factura. Justo cuando me pregunto si tendré que continuar a gatas, aparece el monasterio de San Juan de Ortega en el valle abajo. Me siento agradecido en la hierba para observar el conjunto, resplandeciente en el sol de mediodía. Estos momentos son los que hacen que valga la pena el viaje. Despues de un buen rato, un peregrino se acerca a preguntarme si estoy bien. Claro, le sonrio sinceramente, estoy admirando el paisaje.
    El albergue aun no ha abierto cuando bajo. Almuerzo en la cafetería con un peregrino de Madrid. Cuando me sellan la credencial más tarde, pregunto si mis compañeros ya han llegado. El hospitalero se mueve en su silla para ver si llevo calzado, y me dice que han seguido al siguiente pueblo. No me sorprende. Subo para encontrar una cama y ducharme. El agua está helada, así que apenas lavo lo indispensable y me arrastro hacia mi bolsa de dormir. Ya no me queda energía para bajar al comedor para la tradicional sopa de ajo que se sirve por la noche.

    x - San Juan de Ortega a Burgos (23 km)

    Despierto con canto gregoriano, y por primera vez, no tengo ganas de levantarme, por lo que soy el último que sale. Como sólo se puede pernoctar una noche en cada refugio, decido ingresar en el siguiente que aparezca. Hace fresco y esta nublaco, con algo de llovizna de vez en cuando. En la siguiente aldea no hay ni un alma, y tanto el bar como el refugio se ven cerrados. No paro.
    Entro en Orbaneja justo cuando llega la furgoneta del panadero. La chica que reparte me vende un pan grande esponjoso y calientito. Viendo que soy peregrino, me regala unas ciruelas y me desea un buen camino con una sonrisa radiante.
    Al lado del aeropuerto por fin se muestra el sol. Me tiro al lado de un alminar para calentarme y cierro los ojos. Cuando despierto, ya hay dos buitres circulandome en el cielo. Me causa gracia. Los rumores de mi fallecimiento son algo exajerados - me viene a la mente.
    Un poco más allá, alcanzo una chica de Pamplona que and a sola. Esta hecha polvo. En el siguiente pueblo preguntamos a un hombre subiendo al coche si hay linea de autobus a Burgos. No, dice, pero el se dirige alli y ofrece llevarnos. Estoy decidido hacer el Camino por mis propios medios, y deseo suerte a la chica. Las afueras de Burgos no son muy inspirados, pero estoy feliz de no haber caido en la tentación y me siento mucho mejor.
    El refugio de Burgos es una cabaña de madera en un parque algo dejado. La chica de Pamplona me saluda. Hay un francés con un perro y un caballo afuera. Comparto litera con una brazileira que me cuenta lleva ya 25 años viajando con su mochila. Me pregunto hasta cuando o donde piensa seguir...

    j - Burgos a Hornillos del Camino (20 km)

    El Camino hoy, solo y a mi propio ritmo es agradable. LLego al albergue de Hornillos a la hora del almuerzo. Cual es mi sorpresa cuando el hospitalero me recibe como a un viejo amigo. Marco - exclama con los brazos abiertos - te hemos estado esperando. Resulta que Guillermo paso aqui la noche anterior. La hospitalera llega con una balda de agua con sal para remojar los pies. Es una delicia. Me ponen un plato de suculento cordero y un vaso de rioja en frente como si nada. En la mesa nos acompaña Antonio, un amigo de los hospitaleros, tambien haciendo el Camino.
    Por la tarde lavo algo de ropa y le ayudo al francés que acaba de llegar darle de comer a su caballo, pero mi francés no me sirve para dar mucha conversación.
    Los hospitaleros preparan una cena de sopa de ajo, calabacines fritos y mucha fruta. Un ciclista americano nos horroriza a todos mezclando yogur en su sopa. Intenta hacer las paces preparandonos un té koreano que sabe a rayos.
    Compongo una simfonía impresionante en mis sueños, pero no soy capaz de recordarla al despertar.

    v - Hornillos del Camino a Castrojeriz (18 km +)

    Dejando una buena donación el la caja del albergue, salgo sobre las 10 de la mañana. No tengo prisa.
    Más allá de Hontanas sigo una pareja de navarros por un sendero equivocado, que muere encima de un cerro. Abajo en lo lejos vemos el Camino pasando al lado del río. Decidiendo que lo más directo es a travez del campo bajamos la pronunciada pendiente por maleza picuda y piedras sueltas. Desagradable.
    Esa tarde, un grupo de ciclistas me invita a compartir su cena de espagetis. La pareja navarra me cuenta que han estado entrenando a diario los últimos dos meses con mochilas pesadas para poder hacer el Camino en 19 días.

    s - Castrojeriz a Fromista (23 km)

    Salgo al alba para ver como amanece desde los altos del Mostelares. Arriba vuelvo a encontrarme con Antonio, en cuya agradable compañia caminaré los siguientes días. Es la tercera vez que hace el Camino, y lleva un ritmo pausado, sabiendo exáctamente bajo cual árbol o al lado de cual roca quiere descansar para fumar otro cigarillo. El me enseñará la esencia del Camino. En nuestra vida diaria, siempre andamos corriendo; terminamos algo y n os quedan siempre muchas otras cosas que hacer. En el Camino, sólo hay que llegar de un lado a otro; cuando llegas, has terminado, ya no te queda ninguna otra obligación. Me muestra le antiguo hospital de Itero de la Vega, rehabilitado recientemente por voluntarios italianos. Tomamos un buen almuerzo en Boadilla del Camino. Despues de una corta siesta, seguimos el canal a Fromista. El sol se muestra despiadado, por lo que resulta algo más que un simple paseo.
    La brazilaiera que conocí en Burgos me besa en la frente cuando llegamos. El refugio municipal es grande y algo destartalado, con una única ducha. Naturalmente esta hasta la bola de peregrinos.

    d - Fromista a Carrion a los Condes (19 km)

    Se ha pavimentado un estrecho camino con grava blanca muy afilada, que cruza la planicie en una linea recta interminable. Se han plantado arbolitos al lado pero son demasiado pequeños aun para dar sombra alguna. Obviamente no se esta pensado para peregrinos descalzos, pero me sorprende lo poco que me molesta la superficie. Otro peregrino me dijo más tarde que ver el mismo arbolito cada seis metros le habia vuelto loco.
    Entro a un restaurante en Carrion con Antonio justo cuando empieza a llover a gota gorda. No nos molesta el servicio lento y apático; hemos llegado.
    Una completa base de acampada se ha habilitada para acojer la ola de peregrinos.

    l - Carrion de los Condes a Ledigos (23 km)

    De Carrion a Calzadilla de la Cueva ha 17 km de nada. El camino rural esta tapizado con rocas sueltas, grava y escombros, pero le da bastante mas dificultades a Antonio que a mi. Afortunadamente esta nublado, por lo que no echamos de menos la sombra. Descansamos en el refugio de Calzadilla, donde Victoria, la joven hospitalera de Madrid nos ofrece una limonada y un balde de agua con sal y vinagre para los pies. Quiere sacarme una foto de recuerdo cuando nos vamos.
    Conseguimos un buen almuerzo en el bar local, y continuamos a Ledigos. Ahí nos hospedamos en un refugio privado, un viejo caserón de adobe, por 800 pesetas.

    m - Ledigos a Sahagun (15 km)

    Llueve a chorros cuando nos levantamos. El hospitalero prende una fogata en la grán chimenea que ocupa todo un testero del salon. Deja de llover sobre las 9:30, y partimos. Saliendo de la aldea, Antonio se da quenta que ha dejado su bordon, y vuelve a por el. Mientras le espero un viejo y distinguido peregrino japones me pregunta en ráfagas de castellano que le pasa a mi padre. Supongo que para el todos los occidentales nos parecemos. Unas horas despues, Antonio y yo nos encontramos con un guia español preocupado por haber perdido su cliente japonés...

    Estamos en Sahagun de nuevo a tiempo para almorzar. El alberque es una estructura moderna de hierro y madera incorporada dramáticamente dentro de una iglesia antigua. Desafortunadamente se ha acabado el gas para agua caliente. fff...

    x - Sahagun a El Burgo Ranero (18 km)

    Entre Calzada del Coto y Mansilla de las Mulas tomamos el Camino Francés. Otro camino estrecho y recto de grava blanca con palillos sembrados cada 6 metros. Oimos más tarde que la ruta alternativa por la Via Trajana se encontraba muy mal y parcialmente inundada.
    El refugio de El Burgo Ranero es una edificación nueva de adobe, pero no tiene hospitalero y es muy polvorienta. Me paso la tarde lavando ropa y barriendo el refugio. No quiero pasarme la noche estornudando.

    j - El Burgo Ranero a Mansilla de las Mulas (18 km)

    Exepto la mala pavimentación y las rocas sueltas, nada que reportar. De nuevo llegamos a tiempo para el almuerzo. Despues de acomodarnos, salgo para explorar las murallas curiosas que rodean el pueblo, todavia bastante bien preservadas. El refugio tiene un patio agradable donde se puede conversar agradablemente con otros peregrinos.

    v - Mansilla de las Mulas a Villadangos del Paramo (36 km)

    Antonio ha quedado para estar unos días con amigos en Leon, y nos despedimos al entrar en la ciudad. Echo de menos su compañia relajada.
    Pasando por una calle comercial del centro, veo unas zapatillas chinas negras de rebaja, y me pregunto si no serían de utilidad para salir una noche o algo. Se siente raro entrar en una tienda de zapatos descalzo, pero me pongo dos bolsas de plastico para comprobar el tamaño. El vendedor no comprende que pago 350 pesetas por un par si me puedo llevar dos por 500. Los deposito al mero fondo de la mochila.
    Normalmente no me apetece mucho entrar en una iglesia, pero la imponente cateral gótica merece la pena. Las vidrieras ocupan todo lo que no no sea estrictamente estructural, y bañan el interior en un arco-iris de luz. El suelo de granito es sensualmente frio bajo mis pies.
    Aunque parece haber suficiente que ver en la ciudad, no me interesa andar de turista solito. Despues de una corta visita a la capilla de San Isidro, decido que no estoy ahí para eso.
    El siguiente tramo del Camino sigue la carretera principal, a través de un paisaje urbano poco inspirado, asi que me propongo seguir lo más lejos posible. Fuera de la ciudad me encuentro con el viejo alemán barbudo de Munich que recuerdo haber visto en Roncesvalles. Esta contentísimo de encontrarse por fin con alguien que habla su idioma, por más mal que sea, y no para de hablar.
    Los últimos kilometros pesan. He sobrepasado mis límites de nuevo, y llego al albergue de Villadangos al atardecer. La hospitalera ha tenido el detalle de dejar hortalizas frescas en la cocina, y me preparo una buena ensalada. Esa noche conozco a Jonathan, un Australiano que anda con chanclas desgastadas. Como yo, no parece estar muy interesado en conversar.

    s - Villadangos del Paramo a Astorga (28 km)

    Tomo mi tiempo con el desayuno por la mañana para deshacerme del aleman parlanchín. Un joven español esta muy interesado en como hago el camino y como cuido los pies. La verdad es que no loes presto mucha atención, pero despues de la paliza de aller, tengo que recurrir al esparadrapo para protejer unas zonas muy desgastadas de las plantas.
    Despues de cruzar el impresionanrte puente medieval de Hospital de Orbigo, entro una casa antigua para admirar el patio. Resulta ser el albergue de peregrinos y casa parroquial, rehabilitada por voluntarios alemanes hace poco. El hospitalero me ofrece amablemente algo de vino y un balde con agua para descansar.
    Los últimos tramos por campos y bosques son de singular belleza, pero empiezo a notar el cansancio de nuevo, y es un alivio entrar en Astorga.
    Se celebra alguna festividad local en la ciudad, y despues de una buena ducha, pruebo las nuevas zapatillas y salgo a buscar un lugar para cenar sin tener que preocuparme por mi apariencia. Menos mal, porque un peregrino que me ha saludado varias veces al pasarnos durante el día me invita a comer en un establecimiento algo pijo.

    d - Astorga a Rabanal del Camino (21 km)

    Mientras tomo unas galletas de desayuno en el albergue, un grupo de ciclistas holandeses se sienta en la misma mesa. Uno de ellos ojea el libro de registro y exclama que hay otro holandés que ha pasado la noche ahí. Si - le contesta otro - aparentemente anda todo el camino descalzo. ¡Que idiota - comenta el que esta a mi lado - la siguiente vez andando con las manos supongo! Me cuesta ignorarlo sin reirme. No se si ven mis pies descalzos cuando salgo, ni me importa.
    A media mañana vuelvo a encontrarme con dos chicas alemanas, que me invitan a acompañarlas con una pequeña merienda en el campo. El paisaje me recuerda a México, los cactus y las rocas rojas parecen fuera de lugar aquí. Dos españolas nos pasan a marcha forzada. Algo más tarde veo el único peregrino que divisaré de vuelta a casa a pie. Va todo el camino de regreso a Bélgica...
    En Santa Catalina de Somoza, una de las alemanas decide seguir mi ejemplo y se quita las zapatillas que le han dado ampollas. Desafortunadamente no lo aguanta y se vuelve a calzar a menos de cien metro. No entiende como lo hago. Cuando aparece el viejo de Munich dejo las chicas a su carga. O al revés.
    El albergue de Rabanal del Camino esta cerrado cuando llego, y voy al bar local para ver si hay algo que comer. Esta lleno y hay que esperar mesa. Un grupo de españoles que he visto antes, me invitan a compartir mesa. Es la mafia de Murcia, y se estan quedando en el albergue privado de al lado, donde les sigo despues. El dormitorio es un amplio desván rehabilitado.
    Despues de una ducha caliente, me encuentro a todo el mundo durmiendo la siesta, y decido ir a ver si las chicas alemanas han llegado al otro albergue. No estan, pero me encuentro con otras caras conocidas, y pronto me veo involucrado en una discusión profundamente filosófica con Eric, un estudiante francés y Gunther, un profesor alemán. Este útimo sigue un viaje relámpago de le Puy a Santiago, 1500 km en 6 semanas, y eso con rodillas que segun los médicos estan tan gastadas que no le permiten hacer ningun esfuerzo. En una surealista mezcla de inglés, francés, alemán y castellano, nos entendemos perfectamente. Despues de un plato de arroz, Gunther sugiere continuar el debate en el bar, pero ni yo ni Eric, bastante más jovenes, nos sobra la energia. La juventud de hoy...

    l - Rabanal del Camino a Ponferrada (32 km)

    Subiendo a la Cruz de Ferro, me envuelve una niebla espesa. Combinado con la llovizna intermitente, le da un aire bastante tenebroso a las ruinas desoladas de aldeas abandonadas al lado del camino. Paso un contingente de ciclistas con aspecto profesional, dejandolos frustrados al ver que que franqueo la superficie rocosa y resbalosa mucho mejor que ellos. Arriba en el monte hace frío. No llevo ninguna piedra desde casa para añadir al montón bajo la cruz de hierro, pero tomando en cuenta el tamaño del montículo, dudo que haya muchos que sí lo han hecho.
    Pasando las ruinas de Manjarín, el hospitalero barbudo me saluda sonando vigorosamente una campana de bronce, asi que no puedo ignorarlo. Claramente no es tan miope como parece. Me invita a tomar un café. La choza primitiva es un paraiso para coleccionístas de trastos y cachivaches, pero es agradablemente calientito. Tanto el interio como su habitante parecen reliquias de los años 60. Sólo las arrugas y la espesa capa de polvo atestiguan del paso de tiempo desde entonces. El hombre continúa preparando un almuerzo para un regimento entero, en el cual doy gracias no tener que compartir. Su gatito Napoleon juega facinado con mi mochila. Salgo algo más entrado en calor y feliz de no sentir nada sospechoso entre la ropa o el cabello.
    El decenso por los campos a El Acebo es de pronunciada pendiente y muy resbaloso. A medio camino, un grupo de hombres con equipaje claramente costoso, por poco me echan del sendero, pisando fuerte con sus botas pesadas hacia un todoterreno azul oscuro esperandoles abajo. El ultimo esta hablando por telefono. Antonio me dijo si algun día veía un móvil en el Camino, no lo volvería a caminar. Menos mal que no lo ve. Sea que sea lo importante que se consideren estos caballeros altivos, peregrinos no son.
    Gunther y Eric estan tomandose una cerveza en la terraza del bar en el siguiente pueblo. Les acompaño unos kilometros, hasta que decido quedarme atrás para andar a mi propio ritmo. Tres mujeres trabajando en el campo vienen corriendo cuando me ven. ¡Seguramente mis pecados no merecen tal sacrificio! - exclaman horrorizadas. Me regalan los dos tomates mas grandes que he visto en mi vida y tres pimientos, y me desean la bendición de Dios.
    La chica alemana que ayuda de hospitalera en Ponferrada me mira confundida cuando le digo mi edad para rellenarlo en el registro. Otra que me juzga diez años menos. Preparo una ensalada con las hortalizas de las tres mujeres y la comparto con otro peregrino hambriento.

    m - Ponferrada a Villafranca del Bierzo. (20 km)

    Apenas saliendo del alberque, me confrontan dos flechas amarillas apuntando en direcciones opuestas. Confundido saco mi libro de guia para ver cual hay que seguir. La hospitalera alemana sale del bar en la esquina para explicarme alegremente que la flecha de la derecha es para bicis, y la de la izquierda es para pies descalzos.
    Quien ha pintado las señales por la ciudad parece haberlo hecho despues de una buena fiesta, y seguramente se ha divertido mucho, aunque hay que decir que señalan un paseo muy agradable por parques y barrios callados y con arboles frondosos, algo bastante inusual.
    Saliendo de Camponaraya, pierdo la señalización y termino en medio de una grán obra de construcción. Un gruista me indica amabñlemente como volver al camino.
    Unas horas más tarde, cuando el sol abrasador y las piedras picudas empiezan a desanimarme, la primera casa de Villafranca del Bierzo aparece frente a mi nariz al doblar la curva. Para colmo es el nuevo refugio municipal. Soy el primero en llegar, y el hospitalero me invita a acompañarle con una lata de fabada y un vaso de rioja. Mientras terminamos, entra Jonathan, el australiano, con sus chancletas, un largo palo para andar y cubierto por una gran toalla de colores.
    Por la tarde salgo con Jonathan, y npos encontramos a Eric con Deux Gazelles Espagnols tomando una cerveza en la plaza principal. Se estan quedando en el refugio del Jato y nos invitan a visitarles alli más tarde porque hay Queimada. Estoy curioso para conocer al Jato, de quien se dice es mistico o mago, pero para cuando regreso al albergue con Jonathan, ninguno de los dos tenemos la energía para salir de nuevo.

    x - Villafranca del Bierzo a Hospital da Condesa. (31 km)

    Salgo con Jonathan por la mañana, pero lo pierdo en Trabadello. Quiero llegar al Cebreiro para el almuerzo asi que no paro mucho. El paisaje cambia tras cada curva, volviendose más magico al subir la cuesta final. Hay un poco de neblina.
    Paseandome por las ruinas del Cebreiro, me topo con la oficina de turismo. Le pego unsusto de muerte a la chica dentro cuando entro. No me oyó venir. Le indico que mi calzado efectivamente es muy silencioso, a lo que se queda mirandome los pies boquiabierta. Me da un folleto con los albergues de la Xunta de Galicia. Encontraré que suelen ser nuevos y bien cuidados, pero en su mayoría poco acojedores y situados en medio de la nada.
    Obtengo una comida buenisima en un restaurante muy lleno. Al continuar el camino, vuelvo a cruzarme con el indestructible barbudo alemán, cargado de compras, caminando en la otra dirección. Acampa en O´Cebreiro y acaba de andar al supermercado que queda a tres kilometros para hacer compras. Que me caiga el cielo si lo entiendo...
    Hay otro peregrino solitario en el albergue de Hospital da Condessa. Comparto con el lo poco de comida que me queda, y hablamos en castellano hasta que me dice que se llama Nick, y es inglés. Cuando hemos limpiado los platos entra Jonathan, hambriento y con nada que sobra de comer.

    j - Hospital da Condessa a Calvor. (28 km)

    En Tricastella, pregunto por una panadería. Un hombre en un coche ofrece llevarme, ya que queda lejos, pero le digo que gracias pero no gracias. Entonces insiste en invitarme al desayuno en el bar. Resulta ser reportero de algún periodico local que escribe sobre el Camino. Su sobrina en la oficina de turismo del Cebreiro le ha hablado de mi. No me gusta nada la atención, pero contesto sus preguntas y le dejo sacarme una foto afuera. Nick, desayunando en el mismo bar se parte de risa.
    Aunque dije al reportero que iría por Samos, me inclino por el camino más corto por San Xil cuando llego a la bifurcación. Vuelvo a encontrarme con Jonathan, y compartimos los últimos dos kilometros en silencio. Una de sus chanclas se ha roto, y se la ha amarrado al pie con una cuerda. No entiendo como puede andar con esas cosas.
    Hay un apetitoso menu colgado en la puerta del albergue de Calvor. Es de un restaurante en Sarria, a 4 kilometros de aqui. A quien se le ocurre pensar que un peregrino se desviaría 8 kilometros para comer despues de todo un día andando no sé.

    v -Calvor a Gonzar. (35 km)

    Cuando pregunto por una panadería en Sarria, me mandan a una vieja fabrica destartalada que parece abandonada. Entro con escepticismo, pero el olor a pan fresco no me defrauda. Consigo un pan fresco, grande y redondo que desafortunadamente acabo pronto.
    Llego a Portomarín a tiempo para un buen almuerzo. Despues doy una vuelta por el pueblo, construido en los años 60 para reemplazar el pueblo que quedó bajo las aguas del embalse. Tiene un ambiente inesperadamente agradable, y la iglesia románica reconstruida es impresionante.
    Los ultimos kilometros parecen interminables. Cuando llego a Gonza, Jonathan ya esta ahi. Despues de una ducha, logro quitarme una pequeña espina del pie derecho que me ha estado molestando. Temo que lo he descubierto demasiado tarde.

    s -Gonzar a Melide. (31 km)

    Con dificultad, llego a Palas do Rei a la hora de comer. Tengo una pequeña inflamacion donde quite la espina a noche bajo el pie. Me sirven un almuerzo insipido en una terraza, y el vino sabe a petroleo. Como el albergue no abre sino hasta las cuatro, decido seguir a Casanova. Una vez ahí, me siento mucho mejor. Le pido a la vecina que cuida las llaves si puedo entrar en el albergue para lavar mi ropa. Mientras secan mis cosas secan aprovecho la pausa para descansar al sol. Cuando devuelvo las llaves, la señora me ofrece unas sandalias, y queda perpleja cuando le digo que no gracias.
    Ya ha oscurecido cuando llego a Melide. Para variar, el albergue esta hasta la bola, y el agua caliente se acaba de terminar. Conozco a un cura alemán con parroquia en holanda, que anda el camino con su hermana, que es dentista.

    d -Melide a Santa Irene. (31 km)

    El hinchazón bajo mi pie todavía duele si piso algo duro, que naturalmente pasa con demasiada frecuencia. Intento andar con las zapatillas, pero da igual. Paro para descansar en el recién rehabilitado albergue de Ribadiso de Baixo y meto los pies en el arroyo helado. Un corderito viene a olfatearme para ver que tipo de animal soy.
    El paisaje es de una belleza melancholica, pero el dolor al caminar no me da mucho respiro. Almuerzo en Arzua y llego muy tarde en Santa Irene. El cura aleman con su hermana son los únicos otros peregrinos. A apenas 20 kilometros de Santiago tengo dudas de que llegaré. Remojando los pies en agua con sal no parece ayudar mucho.

    l -Santa Irene a Santiago de Compostela. (20 km)

    Remojo los pies un buen rato en agua salada otra vez, y esta vez parece ayudar. La pesa de la farmacia en Pedrouzo me indica que peso lo mismo ahora con mochila como pesaba al empezar el Camino sin. Cerca de Arca pierdo la señalización y sigo la carretera a Amenal donde vuelvo a encontrarlas. Paro al lado del agua fría de Labacolla y algo más tarde en el Monte del Gozo. El nombre es apropiado, porque la irritacion bajo el pie ha desaparecido. Por alguna razon no logro ver nada de Santiago desde aqui.
    La entrada a Santiago es un laberinto de edificios sucios y calles atascadas. No veo las torres de la Catedral hasta estar cási bajo ellas. Entro la Iglesia en un especie de trance, tocando el pilar del Pórtico de la Gloria, y uniendome a la fila para abrasar el Santo Apostol. No siento nada.
    Consigo mi último sello en la oficina de peregrinos al lado, llenando mi credencial. La señora detras del mostrador toma otro papel del montón, rellena mis datos sin interés y me da el documento. Mi Compostela, prueba de haber hecho la peregrinación...
    En el seminario al borde del centro, me informan que me puedo quedar hasta tres días. Despues de una ducha me encuentro con Jonathan, que llegó esta mañana. Le acompaño en un paseo pòr la ciudad. Se siente raro llevar calzado despues de tanto tiempo, pero es agradable no atraer la atención. Jonathan consigue comprarse unas zapatillas de deporte en su considerable tamaño, y el vendedor empaca estoicamente sus chanclas sufridas en la caja.
    Tomamos algo y cenamos en Casa Manolo con unas chicas alemanas con las que no he coincidido antes, amigas de Jonathan, para celebrar su cumpleaños. Ellas me cuentan que conocieron a Guillermo, y que se acaba de marchar de Santiago esta mañana. Aparentemente siguió hasta Finisterre como tenía planeado. La comida y el vino es abundante, y antes de darnos cuenta hay que salir corriendo para no llegar tarde al seminario. El camarero me demora con una pregunta amable, por lo que pierdo mis compañeros por las calles y me equivoco de dirección, tomando un desvío. Oigo tocar las campanas medianoche ya a la vista de la puerta del seminario. Ya estan cerradas. Mierda.
    Parece que hay poca vida nocturna en Santiago los lunes. Encuentro un hotel en una plaza central, lo que resulta ser una bendición, porque algo me ha caido mal y paso la noche fatal.

    m -Santiago

    Por fin logro dormir. Tomo otra ducha larga y caliente al levantarme. Ya son las 11:30 cuando bajo. Ya han cerrado el bufet de desayuno, pero no me importa mucho. Llego a la Catedral justa a tiempo para la misa de peregrinos al mediodía, y me siento entre los fieles y curiosos. La misa es larga y aburrida. Turistas entran y salen, tomando fotos como en la feria, sordos a la celebración. Me siento mareado otra vez y miro a mi alrededor si hay oportunidad de salir desapercebido. Algunos han venido hoy a escuchar misa - oigo intonar sarcásticamente al cura - otros han venido a ver el Botafumeiro; así es la vida. Un autocar de americanos ha pagado para verlo. El organo explota en acordes mientras ocho hombres entran con el gigantesco cacharro humeante de plata. Al verlo oscilar majestuosamente por la nave a la vibrante música de fondo, siento las lagrimas en las mejillas. He llegado.
    Al terminar la misa encuentro varios viejos amigos en la plaza; la Mafia de Murcia, les Deux Gazelles Espagnols,... El viejo aleman de Munich me da el articulo que recortó del periodico sobre mí. Lo leo divertido y se lo devuelvo. No significa nada para mí. No tengo ninguna otra obligación para el dia...


    Diario de un peregrino descalzo           <   English   >