Frida Kahlo y un Café
Tacuba Joselo Rangel
musicaliza la obra de teatro inspirada en la artista
mexicana
Por Enrique Cano,
desde la Ciudad de México. "Aquí pinté yo, Frida Khalo, con
la imagen del espejo. Tengo 37 años, y es el mes de julio de 1947en
Coyoacán, México, lugar donde nací". El foro La Gruta, enclavado en
el Centro Cultural Helénico, al sur del Distrito Federal, luce lleno
cuando a modo de prefacio Frida se maquilla ante su espejo de mano
mientras la música evoca una sutil lluvia de alientos y el público
toma sus asientos. Objetos de latón enmarcan el pequeño escenario.
La hoz y el martillo, o un reloj inútil, reminiscencias
costumbristas de un México que vive en nuestro interior. La
creatividad y la pasión encuentran su punto de encuentro en "Khalo,
Viva la Vida", obra que nos traslada hacia las diversas caras de la
atormentada pintora mexicana quien a raíz de un terrible accidente
ve transformase su vida. Su amor por Diego Rivera, su visión de la
muerte, de lo mexicano, del surrealismo y de André Bretón, su burla
a los gringos, su obsesión por la pintura y su insaciable sed.
En la puesta en escena conocemos una versión de
Frida, universo posible de la artista que simplemente padece, sufre
y, sin embargo, festeja. En compañía de la muerte se reencuentra
para entregarse a un lienzo que aparece ante congelamientos
escénicos, cuadros vivos de su naturaleza muerta. En suma, Kahlo,
Viva La Vida es un trabajo impecable, joven y esperanzador. La
musicalización de Joselo Rangel (Café
Tacuba) sorprende por su sencillez, su tino, como hamaca abraza
el desplazamiento emocional de las acciones. Su música no decora,
enmarca, dialoga, discute, complementa. Joselo pasa del scratch del
acetato al motivo acústico, del sintetizador a la guitarra eléctrica
con profunda intuición. Otro atractivo de la obra está en la
iluminación de César Piña quien crea planos visuales que muestran o
que ocultan, que arrojan al personaje hacia la luz o a las sombras.
Considerando las condiciones del escenario Piña hace un trabajo
digno de disfrutarse en sí mismo. Esta recreación libre es un
monólogo escrito por Humberto Robles, dirigido por Rodrigo Vázquez
con la excelente actuación de Laura de Ita. Vale la pena reconocer
otros rasgos de esta artista genial.